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Segundas Partes por Rising Sloth

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Notas del capitulo:

Este capitulo es de los largos :D

Capitulo 10 Ni puta gracia I

 

–Mihawk –no supo qué fue antes, si que él lo llamara o que el otro alzara la cabeza para mirarle–. Estoy aquí.

La gente seguía pululando alrededor, apurándose por facturar o salir a fumar antes de coger el vuelo. Entre risas o discusiones. Totalmente ajenos a ellos dos.

Mihawk entrecerró los ojos.

–Eso ya lo veo –se guardó el móvil en el bolsillo–. Como veo que lo tuyo no es la puntualidad. Esto no es como coger el metro que pasa cada diez minutos.

Soltada esa pequeña bronquita le dio la espalda al peliverde, al cual ya se le marcaban bastantes venas en la frente. Zoro siguió a su jefe obligándose a mantener la boca cerrada. De esta manera empezaba el viaje. Y como continuó no fue mejor. Tras recibir los billetes, fueron en busca de su avión. En un momento de despiste de ambos, Zoro se fue por el lado que no era y acabó en la otra punta del aeropuerto, lo que era un problema muy grande porque era un aeropuerto muy grande. Su jefe, con su talante práctico por encima, pasó de esperar en el embarque. Se encontraron, así, directamente en los asientos, donde el peliverde, intentando estabilizar su respiración y sudado, miraba al mayor, sentado ya, con los brazos cruzados y el ceño fruncido en un gesto que bailaba entre la indiferencia y la molestia.

Todo esto, sin dirigirse una palabra al otro. Sólo hasta que despegaron, se desabrocharon los cinturones y Mihawk le plantó en el regazo un gigantesco tocho de papeles que casi le rompe los huevos, Zoro se quitó lo auriculares para hablarle.

–¿Pero qué mierda te pasa?

–¿Crees que esa es forma de hablarle a tu superior?

–Oh, sí, perdone usted: ¿Pero qué mierda le pasa, señor Dracule?

Mihawk le lanzó una mirada afilada.

–Tienes que tener estudiados esos documentos para mañana.

A Zoro se le abrieron los párpados, alterno su mirada ente su jefe y los papeles.

–¿Qué?

–Esto no es un viaje de ocio. Vas como mi ayudante. Y si mi ayudante no se sabe todo esto, es mejor que no me aporte ninguna ayuda y se vaya a casa.

Terminada la segunda bronquita, Mihawk sacó un libro de su equipaje de mano y se dispuso a leer. Zoro aún lo observaba incrédulo.

–Joder... –masculló poniéndose manos a la obra–. Menos mal que querías enterrar el hacha de guerra.

–Está enterrada –le comunicó sin mirarle–, lo que no voy hacer es darle un trato especial a nadie.

El peliverde se molestó, más de lo que quiso reconocer. No porque le dejara claro que le veía como alguien que buscaba trato especial, que también, sino porque se le acaba de catalogar como un empleado más. Uno más. Una relación más con la que Mihawk engañó a su mujer.

–Como si quisiera tu estúpido trato especial.

Puso su atención definitiva en los papeles que tenía por delante. Las charlas con su interlocutor fueron anuladas nuevamente y por completo.

A las dos horas aterrizaron sobre suelo británico. Mantuvieron su voto de silencio durante todo el trayecto del hotel, incluso cuando Zoro volvió a perderse en el aeropuerto de Gatwick, sin ningún comentario, sin ningún apunte de reproche por parte de ninguno de los dos. Si tenían que abrir la boca para algo no fue para dirigirse a ellos mismos, sino a otros. Lo peor, aparte de lo evidente, que no se trataba de un silencio tranquilo. Era un silencio de estos que te hacían desear con todas tus fuerzas que la otra persona desapareciera. El peliverde no veía el momento de entrar en su habitación y no verle la cara a su jefe, aunque solo fuera hasta la mañana siguiente, cuando tuviera que acompañarle a la reunión.

Como siempre, no lo podía tener tan fácil.

Llevaba sentado, tirado más bien, en el sofá de recepción desde que traspasó la puerta del hotel, lo que hacían un total de más de cuarenta y cinco minutos. Ese era el tiempo que Mihawk había dedicado a pelearse, y aún seguía, con el recepcionista asiático que le hablaba en el idioma del país. Zoro no sabía si era porque el tipo tenía hiperactividad o porque simplemente charlaba muy rápido, pero a las cuatro frases había entendido que no iba a entender nada y dejó a su jefe que arreglara el problema que tenía que arreglar.

Sin embargo, la apatía empezó a desesperarle. ¿Qué mierda de problema tenía que tener su jodida habitación para que no dejara que les dieran las llaves de una puta vez? ¿Le había colocado en una de "no fumadores"? ¿A los de la limpieza se les había olvidado suministrarle los jabones de baño? ¿La televisión no tenía los canales que su jodida mente de empresario rico con éxito envidiable quería?

Al final, se levantó más que harto, apoyándose en los brazos del sillón, y fue hasta Mihawk y el asiático.

–No sé qué pasa pero me da igual, que me dé mi llave para que puedas seguir discutiendo.

Mihawk le miró. El hombre era un especialista en miradas que matan, pero esa en especial podría hasta desintegrar a un tiranosaurio.

–¿No te has enterado de nada en el rato que llevas ahí perdiendo el tiempo?

–No –contestó con simpleza–. Me da igual el problema que tengas con tu habitación.

–"Nuestra habitación".

Su cerebro se quedó encasquillado durante un par de segundos.

–¿Qué?

–Se han equivocado al apuntar la reserva. Solo hay una habitación para los dos.

Zoro se derrumbó, pero sólo por dentro. Por fuera, empezó a agarrar del cuello al asiático y a amenazarle por lo más sagrado.

 

 

 

La puerta marcada con el número 77 se encajó en el vano, encerrando a las dos personas que se encontraban allí en ese momento, quietos y callados, sin mirarse, esperando por poder reaccionar.

Los niveles de credulidad de Zoro habían sido sobrepasados con creces. Apenas podía dar por cierto lo que estaba pasando. Parecía el guión cutre de una película de comedia romántica, solo que de romántica poco y de comedia menos, porque él desde luego no le veía la puta gracia. Por lo menos. ¡Por lo menos! Había dos camas individuales para cada uno. Eran lo máximo que habían conseguido después de que los de seguridad consiguieran separar a Zoro del recepcionista y Mihawk intervinieran para que le soltaran.

–Intenta guardar la compostura, si no te importa –le había reprendido.

Observó como su jefe avanzaba hacia la cama más próxima, subía su maleta a esta y se sentaba para apoyar sus codos en sus rodillas. En esos segundos que Mihawk estaba con la cabeza gacha, Zoro experimentó una melancolía amarga. No solo por encontrarse con él en un mismo espacio cerrado, sino además porque ese espacio cerrado iba a ser una habitación de hotel, en la que no tardaría en caer la noche y que haría que todo se hiciera demasiado conocido en relación con algo que pasó entre ellos. Al menos eso sentía él.

Mihawk levantó cabeza, consiguiendo que los ojos de ambos se cruzaran y sorprendieran al peliverde.

–¿Qué ocurre? –le preguntó el mayor.

–Nada –se apremió a decir. Pasó su vista por el sitio–. Me extraña que no sea una suit presidencial. ¿Se han equivocado tambíen en eso?

–¿Me has visto a mi alguna vez en una suit presidencial? –le atacó.

Zoro se quedó sin saber que decir. No se esperaba eso. Mihawk apartó la cara, se volvió a levantar y se encaminó a la puerta.

–Sigue estudiando los papeles que te he dado –salió dando un portazo.

No se molestó en mirar por donde se había ido su jefe. Adelantó un paso sobre otro, para dejar la maleta a los pies de su cama, y se arrodilló para sacar aquel tocho de papeles y ropa más cómoda.

Habiéndose cambiado, se apoyó en el cabecero de la cama y tomó los documentos. Aunque su intención era estar preparado para el día siguiente, entre el cansancio del viaje, la noche en vela, el calor de la habitación y la gratificante ausencia de su mierda de jefe, acabó por quedarse dormido.

Cuatro horas de sueño después, lo justo para acercarse bastante a la temprana cena de los anglosajones, se vistió de nuevo y buscó algo para comer, cosa que no le vendría mal puesto que en todo el trayecto desde el piso que compartía con Law no había picado más que un par de cosas.

Devoró con ansia una hamburguesa en un McDonnal cercano, aunque lo de "cercano" él no lo supiera porque se perdió, una vez más, tanto a la salida como a la llegada, lo que también le permitió para entrar en más de un bar y beber más de una copa o jarra. Luego volvió al hotel para seguir trabajando. De Mihawk no sabía nada, y pensó que era lo mejor, aunque cada cinco minutos girase la vista de los documentos para mirar la puerta.

Su jefe apareció ya muy tarde. El dónde hubiese estado todo el día se lo guardó para sí, aunque parecía padecer de estos sutiles mareos de los borrachos en proceso, únicamente reconocible en ellos. Se ciñó al papel de hombre que viajaba solo, estropeado únicamente por el escaneamiento que le hizo al otro de arriba a abajo con sumo desprecio. Como si le produjera una profunda nausea verle.

–¿No tienes otra ropa?

Zoro se examinó, vestía una camiseta y unos pantalones anchos que le llegaban hasta la rodilla; nada inoportuno, se trataba de una ropa cómoda y apta para el sofocante calor de la habitación que no había manera de cambiar, a menos que abrieras la ventana o llamases a un empleado para que te dijera como si fueses gilipollas como cambiar la temperatura, que al final te quedabas sabiendo lo mismo y sin que te la hubiese cambiado.

Miró a Mihawk con el ceño fruncido.

–No. ¿Te molesta?

Masculló algo, que bien podría haber sido por el tono algo como "repugnante" u otra cosa peor. Seguido, se cambió en el cuarto de baño y se acostó. Al peliverde le fue bastante difícil que se le pasara la indignación, si es que podría llegar al cien por cien de permitirse decir que ya no se sentía indignado. No obstante, con el silencio de la madrugada, ese cabreo empezó a evaporarse, siendo sustituido por nerviosismo.

La respiración de Mihawk era profunda y continua, no dejaba de acompañarle. A veces sus ojos le buscaban. En toda la noche que se pasó en vela estudiando, su jefe, se dio la vuelta en la cama una vez, una sola vez. Fue suficiente para alterarle, sobre todo porque desde ese momento estuvo de cara a él.

Al final, Zoro, por su parte y de igual que en la mañana, se quedó dormido con los papeles sobre sus piernas y no despertó hasta otras cuatro horas después, cuando recibió una llamada de recepción.

–¿Diga?

–Buenos días –le habló en español una voz femenina con exagerado acento inglés–. Le avisamos de que ya son las nueve y media. Hora en la que nos indicó que le despertásemos.

–¿Ah, sí? –dijo con el cerebro dormido. En la habitación no le acompañaba nadie, pero supuso que el que no le acompaña era el que le había dado esas indicaciones a los de recepción–. ¿He indicado algo más?

–Que le recordemos que cuando termine de desayunar vaya a la entrada principal.

–Vale. Gracias.

–De nada. A usted señor.

Entre quejas y dolores de espalda, lo normal después de haber dormido sentando, fue al cuarto de baño a darse una ducha corta. Mihawk debía haber hecho lo mimo puesto que los botecitos de gel y champú estaban a la mitad, le produjo no sensación rara.

Ya limpio se colocó su traje gris y bajó a servirse en el bufet del desayuno. Se hinchó de tal manera que Luffy se le vino a la cabeza, el monito lo hubiese disfrutado más que el mismo.

Cuando llegó a la puerta principal, su jefe le esperaba allí, con el traje puesto, gabardina por encima y unas gafas de sol que no sabía a cuento de que venían, si por la claridad de la mañana a pesar del nublado londinense, o por la resaca que debía estar cargando.

–¿Ya estás listo?

–Sí.

Acto seguido, Mihawk levantó la mano para llamar la atención del primer taxi que pasó.

 

 

 

Para variar, en el taxi también estuvieron en un silencio incómodo.

–¿Te sabes los documentos que te he pasado? –la voz del mayor le sobresaltó.

–Sí, aunque no entiendo ese interés a que sepa de eso. No son más que asuntos legales, económicos y organizativos de Grand Line. No tiene nada que ver con mi trabajo de periodista.

Mihawk chistó.

–Veo que Marco no te ha explicado que haces aquí –hizo un pausa–. Queremos hacer un Grand Line inglés.

Zoro miro a su jefe sorprendido.

–Estoy aquí para intentar que un patrocinador se interese por nuestro proyecto de empresa. Y tú, se supone, estás como mi mano derecha sonó a amenaza.

El peliverde, pensativo, puso su atención a la ventana.

–Vaya... –dijo sin darse cuenta. A pesar de lo arrogante que resultaba incluso para sí mismo la mayoría del tiempo, no pudo evitar sentirse abrumado por aquel encargo que habían puesto a su responsabilidad.

Entonces empezó la jornada de entrevistas en busca de empresas que quisieran promocionar la revista en el gran imperio anglosajón. Zoro, siendo claros, no hacía algo que él consideraba mucho, quedaba a la sombra de Mihawk, pasándole documentos justo antes de que él los pidiera, recordándole datos importantes y, a veces, dando pequeños aportes en formas de sugerencias; aún así, se sintió satisfecho, porque sabía que estaba haciendo todo lo posible para que el proyecto fuera bien, para no cometer ningún fallo que supusiera un boicot a la futura Grand Line inglesa. Tal vez, en esos momentos, alguien como Shanks o Marco fueran mejor "mano derecha", pero por lo menos podía enorgullecerse de descargar los hombros de Mihawk para que luchara con todas sus fuerzas, de manera verbal, para presentarle a la otra persona que tenía al otro lado de la mesa, escuchándole, el proyecto perfecto.

Además, entendió que no lo podía estar haciendo mal cuando su jefe no se había vuelto hacia él ni una sola vez para echarle en cara cualquier tontería; aunque se reprochó así mismo cuando se percató de que estaba demasiado contento por ello.

Trabajamos bien juntos, se dijo, eso pasa en muchas ocasiones con personas que se odia hasta la sangre, no es una razón para tirar cohetes.

Por otro lado, llevaba ya dos noches sin dormir de manera decente. Estaba agotado y muerto de sueño. Entre una entrevista y otra apuraba el tiempo para tomarse un café cargado, lo que hizo cargarse todo su apetito y solo tener ganas para más café. Esto solo pudo acabar en desastre, porque, debido a la ingesta desproporcionada y sin medida de cafeína, el peliverde creó una especie de inmunidad a lo largo del día.

En la última entrevista hacía esfuerzos sobrehumanos porque no se le cayera la cabeza de sueño con un contundente golpe, y esperaba por todos sus putos muertos que ni el empresario, ni mucho menos Mihawk se dieran cuenta si, desgraciadamente, hacía una impropia inclinación que rectificaba a los segundos.

Pero no fue por allí por donde le pillaron. Concentrar sus pensamientos en no quedar dormido le hacía tener aún más sueño, así que, de alguna manera práctica, útil y efectiva, se concentró en lo que decía Mihawk. Sin embargo, al rato, aunque no perdió la concentración apuntada en su jefe, perdió el sentido de lo que decía. Cuando quiso darse cuenta, le estaban llamando la atención.

Reaccionó y se encontró en un silencio incómodo, pero no de los que llevaba aguantando las últimas más de veinticuatro horas. Era un silencio propio de un consejo de guerra. Todos le miraban. El dirigente de la empresa, sus abogados, sus accionistas e inversores, sus empleados más allegados e incluso sus dos matones. Todos puestos con la mirada crítica sobre él. Y Mihawk, también Mihawk.

Empezó a abrir la boca, queriendo empezar a preguntar qué mierda pasaba para que de repente fuera el jodido centro de atención. Mihawk se acercó a su oído a explicarle.

–Acaba de preguntarte que qué te parece el país y cómo crees que se llevaran nuestras dos empresas. Contéstale ya.

–Ah, vale.

Miró al empresario, cuyo gesto era cada vez más desaprobatorio. Zoro tragó saliva y abrió la boca. Ahí fue cuando todo cayó en el pozo de "a tomar por culo".

 

 

 

Decepción. Esa era la palabra que se mascaba en el ambiente del taxi de camino al hotel. Una absoluta y jodida decepción. Zoro tenía ganas de darse cabezazos contra el cristal, ¿cómo mierda había podido llegar a cagarla de esa manera?

Para colmo, Mihawk no había dicho nada desde que aquel último empresario les despachó. No obstante, cuando lo hizo, el peliverde prefirió que se hubiese quedado callado.

–Valiente manera de chapurrear el inglés. Tenía entendido que a los universitarios no os daban el título hasta sacaros el B1.

–Tengo el B1 –se defendió.

–Desde luego te pasaron la mano.

–Se leer y escribir perfectamente, y lo entiendo cuando me hablan –resopló casi gruñendo, molesto consigo mismo–. Pero hablarlo no es tan fácil.

–Claro, eso será –su descontento parecía que iba solidificándose–. Ya no es que no entienda que se les pasó por la cabeza a Shanks y a Marco para decidir enviarte a ti. Es que menos entiendo como Ace se le ocurrió darte el puesto.

Esa fue una acusación más grave de lo que Zoro pudo soportar.

–¡Si tanto te jode que yo esté aquí por qué coño no lo impediste! ¿¡Por qué puta razón no pediste que te acompañara otro!?

Mihawk le observó con frialdad.

–Me enteré la noche antes de despegar que venías tú. Si no ten por hecho que no estarías aquí. Eres tú el que no ha hecho nada por no venir.

Si el taxi no se hubiese parado en ese preciso momento, justo a la entrada del hotel, era muy posible que Zoro lo hubiese matado en ese momento. Por el contrario, abrió la puerta trasera con un par de patadas y salio a zancadas.

Una vez dentro de recepción miró hacia atrás. El taxi se había ido, Mihawk también.

 

 

 

Aun sabiendo que él no pagaba el minibar, lo atracó. No contó la botellitas que iban una detrás de otra, una detrás de otra, y tampoco le importaba no contarlas. También fue a por las chocolatinas, por muy poco que le gustara lo dulce, solo por la mínima decencia de no beber con el estómago vacío, o en este caso reventado a café, y así poder beber todavía más.

Cayó en la cama como un tronco, por lo menos la primera media hora, hasta que se tuvo que levantar para soltar de la boca al váter todo el alcohol, chocolate y café que se había metido entre pecho y espalda. Se tomó una pastilla de las que le había puesto Law en la maleta, para el dolor de cabeza, estomago, mareo o lo que polla fuera. Se la tomó con más alcohol.

Más tarde, llegó Mihawk. No quería hablar con él, ni verle la cara, así que se hizo el dormido. Su jefe no encendió la luz, puede que por eso, o porque éste también había bebido, que se diera en un momento dado contra la mesa mesa de la habitación. Después se puso el pijama en el cuarto de baño y se acostó.

Zoro, al tenerlo a su espalda, aceptó que iba a ser incapaz de conciliar el sueño. Entró en un estado en el que no tenía ni puta idea si estaba consiguiendo dormirse, pero que desde luego no descansaba, para nada. En un momento dado, escuchó, tal y como pasó la noche anterior, a Mihawk moviéndose en la cama. En su duermevela creyó que se había levantado, que había colocado su hombro sobre él, pero al girarse, completamente descolocado, su jefe seguía en su cama, si nada que le quitara sus horas de sueño. El peliverde se llevó las manos a la cabeza. A ese paso se volvería loco.

 

 

 

La segunda mañana en Londres no fue muy diferente de la primera, solo que se sentía más gris, áspera y deprimente. Mihawk y Zoro siguieron con las entrevistas, pero el jefe había relegado su subordinado a un papel que consideraba más apropiado para él: Traer cafés, hacer avanzar power points y mantener la boca cerrada. El peliverde se odió aún más así mismo por haber pensado, y haberse alegrado de, que hacían un buen equipo de trabajo. Menos mal que esa era la última noche en ese estúpido país. Apenas habían pasado tres días y ya echaba de menos incluso a Law.

Al terminar la última reunión no pudo evitar resoplar, tanto con cansancio como con alivio.

–¿Tienes un smoking?

Esa fue la primera frase que Mihawk le dirigió en el día como persona, y eran ya las siete de la tarde.

–Solo he traído esto –sujetó la chaqueta de su traje gris–, al menos para ir de formal.

El mayor le examino.

–Supongo que valdrá para lo de hoy. Saben que venimos con lo puesto.

–¿Para lo de hoy? ¿No habíamos terminado?

–¿Hoy tampoco estabas atento? La mujer que nos dio la tercera audiencia esta mañana nos ha invitado a un evento.

–Creo que solo te invitó a ti.

–Aún así debes estar presente como mi ayudante. El empresario al que ofendiste ayer también debe de estar, es una buena ocasión para que te disculpes.

–Joder... –masculló.

–¿Qué has dicho?

–Nada.

Sin más remedio fue a la fiesta, organizada en el gran salón de uno de los mejores restaurantes de Londres. No hubo mucho más que decir al respecto. Consiguió hablar con el empresario ofendido, aunque dudaba mucho de que fuera a cambiar algo. La gente miraba mal su traje gris, el cual llamaba la mala atención al lado del elegante smoking negro impoluto de Mihawk y le hacía parecer un vagabundo. Lo bueno es que nadie trataba de raro el que bebiera como tal. Se despistó de su jefe, pero tampoco creyó que importara demasiado. El alcohol no se le subió a la cabeza, pero si le afectó lo bastante como para que empezara a darle igual las formas de protocolo y pensara más en ese amargamiento que tenía encima y como librarse de él. Se escabulló por las cocinas y salió así por la puerta de atrás, directo a un callejón propio del Jack el Destripador. Esa fue toda la fiesta.

Inspiró, llenando sus pulmones de un aire sucio, maloliente y grasiento, pero mucho menos viciado que el que se respiraba en aquel glamuroso salón. Expiró sintiéndose más tranquilo.

-Hi, man. What are you doing here?

Viró hacia atrás, uno de los cocineros había salido a fumar. Éste le soltó alguna que otra palabra más pero el peliverde, que de verdad entendía el inglés, no era capaz en ese instante ni de entender el español.

–Lo siento, yo no... digo, Sorry but...

Spanish?

Yes, yes...

–No te preocupes, yo también lo hablo –dijo por fin en su mismo idioma–. Y perdona que te diga pero tu pronunciación es una mierda. Y eso que solo te he oído tres palabras.

En otra ocasión se lo hubiese tomado con filosofía, pero que ahora otra persona le viniera señalando ese defecto conseguía que la bilis le subiera por la garganta.

–Eres de la fiesta ¿no?

–Más o menos. Ya me iba.

–¿Por la puerta de atrás?

–Sí... por la puerta de atrás –no sabía si le estaba haciendo un chiste que insinuaba que era gay o era un gay insinuándose, pero le daba igual. Le dio la espalda para irse.

–Eh, espera man. Te veo un poco tenso. ¿No te interesaría algo para relajarte?

Detuvo sus pies. Miró de nuevo al cocinero.

–¿Qué tienes? Te aviso de que yo no me meto drogas duras.

El otro rió.

–No. Solo un poco de weed.

Le cobró bastante, aunque poco le importó. Después fue directo al hotel, o al menos su intención había sido esa. Al ir en solitario no podía agenciarse un taxi, tuvo que ingeniárselas con los metros y sus propios pies. El paseo, de todas formas, en si no estuvo de más. Y al llegar a su habitación se sentía mejor.

Se hizo el cigarrillo de hierba. No era mucho, y a esas alturas de la vida estaba claro que no iba a pillar un ciego por esa cantidad, pero sí relajarle lo suficiente para poder dormir esa noche. Terminó de liar el cigarrillo y cogió una de las botellitas respuestas del minibar, se la tomó de un trago y se sentó en el alfeizar de la ventana, ahora abierta, a pesar del frío, para que no le dijeran nada del olor.

Encendió el porro y se lo llevó a la boca. El frio era arrasador, pero se aguantó. Cerró los ojos disfrutando de la primera calada.

El momento se quebró de un portazo. Mihawk acababa de irrumpir.

–¿Es que no puedes ni avisarme de que te vas? –cerró la puerta y fue hasta él.

–Si te avisaba me tenías ahí hasta que tuviéramos que coger el vuelo. Y yo no tengo porque darte explicaciones de nada.

–¿Qué es esto? –le quitó el canuto de los labios–. Esto no es tabaco –le delató.

–Ya lo sé –confesó sin nada de que sentirse culpable.

Mihawk cogió uno de los ceniceros, apagó el cigarrillo de hierba, lo tiró por la ventana y cerró el cristal.

–Haz lo que quieras cuando estés en tu casa, pero en este país las normas son mucho más duras con estas cosas, si te pillan fumando aquí nos puede caer una muy gorda.

Zoro apartó la cara. Ya no podía ni intentar quitar todo ese hierro que se estaba tragando.

–Me voy a dormir.

Se quitó la chaqueta de encima y empezó a desabrocharse la camisa. Mihawk le detuvo agarrándole del brazo.

–Cámbiate en el cuarto de baño.

Zoro, apretó los dientes, se deshizo del agarre, sin preocuparse de la brusquedad.

–Que te jodan. Si tienes algún problema con mi cuerpo vete tú. Yo no tengo nada que esconder o avergonzarme –él no tenía la culpa del error o errores que hubiese cometido su jefe. Desabrochó otro botón. Mihawk volvió a agarrarle el brazo. Él volvió a deshacerse de él –¡Joder! ¿Qué coño pasa contigo? ¿Otra vez estas borracho o qué?

–¿Borracho? ¿Quién secó ayer el minibar?

–No me metas mierda que llevas dos días llegando con una cogorza hasta la coronilla.

–¿En serio? ¿De eso vas ahora? ¿De falsa acusaciones? –soltó un risa con una incredulidad y sarcasmo doliente. Le dio la espalda, echándose con la mano el pelo hacia atrás.

Zoro estaba ya al límite.

–De querer acusarte de algo ya lo habría hecho, a los cuatro vientos señor Mihawk Dracule, y te hubiese destruido la vida y la reputación en un segundo. Aunque a ti eso te importa una mierda. Para ti no soy más que uno con el que habrás dejado cornuda a tu esposa ¿verdad? Tú lo único que quieres es no verme para no recordar cada día de tu perfecta vida que eres un adultero hijo de puta.

Se calló. Mihawk no se había dado la vuelta. Zoro apretó los puños. Le vino una risa entre dientes.

–Me acabo de acordar de algo ¿sabes? –sus ojos quedaron anclados a su figura, esperando para la réplica del otro–. Tú, que crees que soy la persona más despreciable del mundo. Tú, que hace dos años me llevaste a tu habitación de hotel y me preguntaste si iba al instituto. ¿Cómo crees que sentaría eso al oído de la prensa, bastardo pederasta? No se te ha ocurrido pensar en eso ¿verdad? ¿O es que también esa noche ibas tan borracho que no eres capaz de acordarte ni de un puto instante que estuvimos tú y yo juntos?

El puño de Mihawk impactó en su cara. Zoro cayó a la orilla de la cama. Antes de que pudiera saber lo que había pasado, el mayor le agarró del cuello de la camisa y estampó su espalda contra la ventana. El peliverde se encontró, de frente y muy cerca, los ojos de ave rapaz del otro.

–No lo vuelvas a hacer –le dijo, como si solo estuviese esperando el momento para arrancarle la cabeza–. No vuelvas a insinuar que las cosas que te hice aquella noche fue porque estaba ebrio.

El tiempo se paró, o tal vez fueron ellos los que se quedaron parados. La voz de Mihawk hacía eco en la cabeza y pecho del peliverde, en forma de esas frases que acababa de escuchar. Mientras tanto, sin que pudiera dejar de mirarle, el mayor soltaba su camisa. Se apartaba, se apartaba de él. Como aquella vez en el ascensor, como con asco, como con miedo.

Lo he tenido que entender mal, se dijo, no me puede estar diciendo que aquella noche significó algo para él, no, es imposible, no, esto no puede ser.

Fue entonces, cuando Mihawk volvió a avanzar, a acercarse a él, con las manos sobre sus hombros, y le besó.

Ocurrió en un instante, Zoro cerró los ojos, notando como las manos del mayor se colocaban sobre su cara, se dejó besar. Creyó que volvía a estar soñando.

No.

–¿Qué haces? –le retiró la cara, quería empujarle–. Aparta –sus palabras no salieron convencidas.

Mihawk le acorraló con su cuerpo.

–Deja de actuar como si nunca hubieses tenido nada conmigo –se susurró en el oído, muy suave, como una súplica.

Una de las manos del mayor se adentró en sus cabellos, para sujetarlos y echarle la cabeza hacia atrás, dejando su cara y cuello expuestos para los labios de Mihawk.

–Joder –a Zoro le temblaba la voz–. Para –intentó volver a apartarle–. ¿Qué te pasa? ¿De verdad estas borracho?

La otra mano, mientras tanto, se paseó por su vientre, hacia abajo, hasta estar, por encima del pantalón de Zoro, sobre su entrepierna. El peliverde soltó un grito ahogado, cerrando sus ojos, al sentir como le acariciaba.

–¿Es que ya te has olvidado de todo lo que te hice sentir esa noche?

Zoro tomó valor, le apartó una vez más, con más fuerza que antes. Intentó escapar, pero se tropezó con la propia pierna de Mihawk, y éste, que intentó sujetarle, cayó con él. Los dos acabaron en el suelo, Mihawk sobre Zoro. Con los labios muy juntos.

–No me hagas seguir con esto –le dijo el peliverde con una voz tan carente de sentimiento como pudo mostrar–. No lo hagas, por favor.

Mihawk estaba quieto, como si se tratase de una escultura de mármol. Daba la sensación de que había despertado.

–Dime que no quieres que siga –le pidió al joven–. Dime que no quieres esto. Dime "yo no quiero esto".

Los párpados le peliverde se abrieron. Parecía una tontería, pero en ese instante, esa petición se la hacía un mundo.

–Yo... –sus palabras se arrastraban–. Yo... –para colmo su voz no dejaba de temblar–. No... puedo... hacer... esto.

Mihawk no dijo nada. Su boca se curvó, sus ojos se volvieron amables. Le estaba sonriendo, como le sonreía aquella noche. Pasó las yemas de sus dedos por el cuello de Zoro, tomó su colgante y se paró a observarlo. Después le sujetó la barbilla para darle un beso casto en los labios, y no quiso se detenerse ahí. Bajó por su cuerpo, desabrochando los botones que quedaban y apartando su camisa.

–Claro que puedes –le iba diciendo entre beso y beso–. Eres libre de hacer lo que quieras. Soy yo el que está haciendo mal las cosas. Tú no debes preocuparte por eso.

El peliverde notó y escuchó como le liberaba de su cinturón, sin prisas, pausado, suave. Debería haberlo detenido, pero su cuerpo, ni tampoco su mente, le hacían caso. Mihawk la apartó los pantalones y calzoncillos, hasta dejarlo a la altura de sus rodillas. Acaricio sus muslos, le sonrió una vez más y bajó hasta la parte intima.

Zoro gimió, tapándose la boca con la mano, agarrando las sábanas de la cama más cercana con la otra. Cerrando los ojos. Sus pies se retorcían. Mihawk echó a un lado una de sus piernas para dejarle más espació.

En la cabeza le golpeaba de manera repetida imágenes de sus recuerdos, los recuerdos de hacía dos años. Sus ojos dorados iluminados por aquella farola cuya luz se colaba por la ventana del hotel, el tacto de sus piernas entrelazadas con las suyas bajo el agua de la bañera, el peso de su cuerpo cuando fueron cama.

Sintió que estallaba. Aún con la boca tapada soltó un grito.

Entonces volvió el silencio. Soltó la sábana. Sus párpados se entrecerraron, su pecho subía y bajaba, el corazón le dolía de las palpitaciones, su cuerpo temblaba de pies a cabeza. Miró a Mihawk. El mayor volvía a acercar su cara, volvió a sonreírle. Con delicadeza, tomó la mano que tapaba su boca para descubrirla, y con el dorso de la suya, acarició su mejilla.

–Aquella noche tampoco parabas de temblar.

Besó su frente y la juntó con la suya propia, con los ojos cerrados.

–Tranquilo.

Una lágrima, soltaría y furtiva, escapó por la comisura de su ojo izquierdo. Mihawk volvió a retirarse, él no lo pudo soportar. Enlazó sus brazos en el cuello del mayor, siendo esta vez la que el peliverde besaba a él. El otro, debió sorprenderse, pero no tardó en corresponder.

Mihawk abrazó a Zoro y lo agarró con fuerza para auparle hasta la cama. Separaron sus bocas para dedicarse una sonrisa el uno al otro. Por fin volvían a ser ellos mismos.

 

 

 

El pitido de un teléfono le despertó, tanto a él como a sus ansias asesinas. Se dio la vuelta en la cama, guiado por ese irritante sonido y alargó el brazo para alcanzarlo.

–Diga...

–Buenos días –le habló, otra vez, esa voz femenina con exagerado e irritante acento inglés–. Le avisamos de que ya son las nueve y media. Hora en la que nos indicó que le despertásemos.

Colgó, porque era el gesto más amable que podía ofrecer. Se dio cuenta entonces de que el teléfono estaba sobre la cama, sobre la otra cama, que ahora estaba pegada a la suya. Recordó que Mihawk y él las habían juntado después de apartar la mesita de noche, y también tuvieron que desconectar el cable del teléfono y así dejarlo tirado por ahí, su jefe debería haberlo vuelto a conectar mientras él dormía.

Miró a su alrededor, no había nadie.

–¿Mihawk? –le llamó por si estaba en el cuarto de baño–. ¿Estás ahí?

No obtuvo respuesta. Se le formó una presión en el pecho. Miró otra vez el teléfono, descubriendo algo de lo que no se había percatado antes. Dinero y una nota.

"Usa esto para pagar el taxi. Te espero en el avión."

La presión en el pecho se incrementó. Sus manos empezaron a temblar.

Me desprecia, pensó, me desprecia por acostarme con él, por haberle tentado. Que imbécil era, ¿cómo había podido dejar que pasar algo así?

Zoro deseó dos cosas, volver a la noche antes de que ocurriese nada y no verse solo en una habitación de hotel con un dinero que parecía pagar por sus servicios.

 

 

 

Llegó al avión por los pelos, cuando ya estaban dando el último aviso a los pasajeros. Encontró a Mihawk ya sentado en su asiento al lado de la ventanilla. Ambos se miraron. Zoro frunció el ceño y alzó los brazos para colocar su equipaje de mano en el compartimento que había sobre sus asientos.

–Toma tu dinero –se lo devolvió de mala gana al sentarse.

–¿No lo has usado? ¿Cómo has llegado hasta aquí?

–En metro. No soy tan imbécil como te piensas.

La actitud de Zoro pareció desorientar al mayor.

–Está bien –dijo, y se guardó el dinero en su cartera.

Al rato, el avió despegó. El peliverde suspiró por la nariz, en dos horas se acabaría todo aquello.

–Zoro, tengo que hablar contigo.

Se le paró la respiración. Esperaba algo así, esperaba que quisiera dejar las cosas más claras de lo que las había dejado esa mañana en el hotel. Pero no espero que soltara su nombre.

–No hay nada de que hablar –no le miró–. Entiendo muy bien de que va esta situación.

–Creo que no.

¿Por qué su tono era ahora tan amable y condescendiente? Lo odiaba, de verdad lo odiaba. Sintió la mano del mayor sobre su mejilla, con su dedo pulgar en el pómulo amoratado que había recibido su puñetazo.

–Siento haberte golpeado, no era yo mismo en ese momento.

¿Por qué no paraba, por qué no se callaba de una jodida vez?

–Ya... –le apartó de su mejilla de un manotazo–. Supongo que tampoco lo fuiste después.

–Después fue la primera vez en mucho tiempo que lograba serlo.

Zoro le devolvió la mirada, Mihawk mostró esa sonrisa amable una vez más.

–Sé que no soy la mejor opción para ti. Y no puedo hacer que eso cambie y menos prometerte que lo harán algún día podré –hizo una pausa–. Pero si tú quieres, y solo si tú quieres, a mí... me gustaría volver a estar contigo.

Se le fue todo el color de la cara. Miró para todos lados del avión, lleno de gente, a metros de altura. Empezó a sentir claustrofobia.

–Cabrón, me lo dices aquí porque sabes que no me puedo largar –estaba empezando a hiperventilar–. Encima me dejas la elección a mí, como si en algunos de mis planes de futuro fuera ser la querida de alguien.

–Disculpe –llegó la azafata–. Se encuentra bien.

–Sí, sí. De puta madre. Siga a lo suyo.

La azafata, entre extrañada e insultada, siguió atendiendo su trabajo.

–Yo ya he elegido, Zoro.

Se enfrentó de nuevo a esos ojos amarillos, dorados.

–Y no pienso eso de ti.

Notaba todo su cuerpo en tensión.

–¿Qué pasa con tu mujer? ¿Me vas a venir con el cuento de que tu matrimonio es una farsa?

Mihawk bajó sus iris unos segundos.

–Entre nosotros hay respeto y confianza, pero la propia que podría haber en una amistad. Si seguimos juntos, es por conveniencia mutua.

–¿Eso mismo piensa ella?

–Me temo que sí.

El avión se tambaleó de repente, consiguiendo que más de uno soltara un grito. Por el interfono se avisaron de leves turbulencias que atravesarían en pocos minutos, así como se recomendó volver a colocarse el cinturón.

Mihawk colocó su mano sobre la del peliverde.

–Zoro –le llamó por su nombre una vez más–. Ya no tengo más fuerzas para pensar en que debo hacer lo que no quiero.

Le estaba ganando esa batalla, porque él era el primero que no quería que eso acabara, porque era el primero que no quería a volver de su recuerdo, porque no quería volver a perder a es Mihawk que se mostraba ahora ante él.

–Esto no puede salir bien, Mihawk

El mayor volvió a curvar sus labios en una sonrisa. Zoro sintió la mano de él, aún sobre la suya, darle una caricia con el pulgar. El peliverde se dio cuenta de que no llevaba alianza, de que tampoco la había llevado en esos días.

–Tranquilo.

Porque en realidad, esa batalla se la habían ganado hace ya dos años.

 

 

 

Shanks seguía convaleciente. Es decir, le había quitado el collarín, pero la pierna seguía tiesa por culpa de la escayola. Eso no quitó que pidiera un taxi para ir a recoger a su marido. Le dejó un mensaje en el móvil avisándole, pero lo hizo durante el vuelo. Si era tan diligente como siempre y lo encendiera nada más se bajara del avión.

Y parecía que sí. Veinte minutos después de la hora de llegada, Mihawk apareció con su maleta. El pelirrojo le saludó desde la ventana para llamar su atención.

–No tenías que venir hasta aquí.

–"Gracias" se suele decir –se encogió de hombros–. Estaba aburrido, si por lo menos Luffy me diera una conversación agradable... pero ya sabes. Ese culo inquieto está incapacitado para atender a una persona que necesita reposo... ¿Qué tal con Zoro?

Mihawk resopló.

–Trabaja mejor de lo que esperaba, debo reconocerlo. El primer día fue de gran ayuda. Hasta que consiguió que perdiéramos el favor de uno de los empresarios que más nos interesaba. Para la próxima envíame alguien que sepa inglés.

–Vaya... y el segundo día.

–Lo mandé a recoger cafés para que nadie le preguntara nada.

–Siempre tan estricto. Yo tampoco me hubiese preocupado tanto por un empresario que se ofusca porque un ayudante no hable su idioma.

–Tú siempre has sido un inconsciente.

Shanks rió. Se fijó en las manos de Mihawk.

–¿Donde está tu anillo?

–Está en la maleta. Lo guardé para que no me pitara en la aduana.

 

 

 

–Ya estoy aquí –dijo, cerrando la puerta de la calle a su espalda, aunque al momento recordó que Law debería seguir en el trabajo.

Soltó sus cosas de cualquier manera por el suelo y se tiró sobre el sofá. Tuvo una sensación rara. Se sentó. Observó la casa. Se rascó la cabeza. Se levantó. Fue a recargar el móvil, la batería se fue a pique el día anterior mientras iban de entrevistas y entre una cosa y otra no le había dado por reponerla.

Enchufó el móvil y le dio al botón esperando por que se encendiera. Iba a dejarlos así tal cual, pero justo cuando se estaba levantando, le llegó un mensaje. O varios se podría decir, porque el aviso era del propio teléfono avisándole de que tenía llamadas perdidas. Entre sorprendido y asustado contó como ocho o nueve. Todas de Mihawk. Todas cuando se fugó de la fiesta sin decirle nada.

Le llegó entonces un mensaje del contestador, también enviado por esas horas.

–Maldita sea, Zoro –le escuchó a Mihawk hablar, alterado–. ¿Se puede saber dónde estás? Hazme el favor de llamarme en cuanto oigas este mensaje.

Eso fue todo. Zoro se apartó el móvil de la oreja. Pensó que la voz de Mihawk, en ese mensaje, había sonado bastante preocupada. Sus labios mostraron una sonrisa. Quiso escuchar otra vez ese mensaje.

 

Continuará...

Notas finales:

Notas finales: Me pensé muy seriamente que el título del capitulo fuera "Ya está, ya se lió", pero el original queda más poético.

Después, estuve hablando con mi beta, y ella me recomendó mostrar ya los pensamientos de Mihawk en este capitulo, narrar sus trayectoria desde que se volvió a encontrar a Zoro después de dos años hasta el momento en que tienen que coger el avión a Londres. Me pareció una idea estupenda, solo que después recordé en cuando escribo historias tengo el lujo de ser todo lo malvada que no me permito ser en la realidad. Así que por ello os habéis quedad sin punto de vista de Mihawk :)

No sé cuando vendrá la próxima actualización, pero de seguro tarda debido a mis tesituras. No obstante, para navidad os caerá algún capitulillo. Bye!


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