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Maquillaje por Konosuke

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Notas del capitulo:

¡Volví damas y caballeros! Me tomé una larga, larguisima temporada de ausencia, todo por culpa de la uni. Lo siento, pero estoy por concluirla y es el momento en el que no te deja ni respirar. Mil disculpas por eso.

Como regalo de navidad, les traigo el siguiente capítulo. Espero que les guste porque me divertí mucho escribiendolo <3

“Al parecer, no hay nadie en el perímetro” los pensamientos del playboy eran más agudos que nunca. Se había saltado una clase con la excusa de ir al sanitario a retocar su maquillaje para imperfecciones. Y la maestra, claro, fanática suya declarada, no tuvo ningún empacho en dejarle ir. Se agazapó cual fiera salvaje y corrió por los pasillos, hasta detenerse de golpe y recordar que no sabía dónde empezar.


— ¿Pues donde guarda sus libros esa criatura? —refiriéndose a la despampanante morena. Observó cuidadosamente los casilleros, esperando que por obra de algún milagro reconociera al indicado.


Nada. Dio media vuelta sintiéndose indignado y chocó de bruces con un enano que se le hacía conocido.


— ¡Lo siento iba a la biblioteca y, y…!


—Oh vaya, pero si eres tú, Frank.


—Sam…—respondió algo ofuscado el menor.


—Eso, Chang.


—Ay…


Antes de que la plática se hiciera más difícil para Sam el cual ya estaba sudando, su suerte lo ayudó, ya que el timbre de cambio de clase sonó. En un acto de desesperación, Steven sacó un sobre de su pecho y se lo entregó al castaño.


—Te habrás dado cuenta de que estos días ha aparecido una preciosura en la hora de la comida… si la ves antes de ese tiempo, por favor dale esa cosa, quiero saber su respuesta.


Salió volando a grandes zancadas y el chico quedó sorprendido: nunca esperó que el hombre de sus sueños llegara de esa manera a él. Tampoco esperaba que fuera tan bestia, porque iba poniéndose una de las pestañas y ni reparó en ese detalle, aunque agradeció a todos los dioses que conocía el que no lo hubiera hecho. Estuvo cinco minutos a mitad de ese pasillo, viendo el sobre como si en cualquier momento fuera a salir de ahí algún ser mágico, hasta que decidió abrirlo.


“Escucha linda, entiendo que no empezamos bien esto, pero quiero formalizar la tregua… así que, no sé ¿te parece una cita en el café Aria, a las cinco de la tarde? Te dejo anotado mi móvil, espero ansioso tu llamada”.


“Que Atenea la diosa de la sabiduría se apiade de él y le conceda un cerebro en buen estado” suplicó consternado.


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— ¿Y luego? ¡Tienes que ir! — Nataly estaba ofuscada, se le había presentado una oportunidad de oro a su amigo y este no quería saber del tema.


— ¿Y cómo? Una cosa es la escuela y otra es… la ciudad— su cuerpo menudo tan solo hallaba pertinente el temblar— salir a la sociedad donde puedes ser exhibido con un error, y peor aun… ¡La única ropa que tengo para Samantha es del colegio!


— ¡Ay corazón! Pero de eso no te preocupes— la sonrisa de la chica, tipo Joker, le produjo escalofríos y la sensación de tener que ir al baño a realizar faena.


Cuatro de la tarde con treinta minutos. Iba perdiendo en una carrera contra la tortuga imaginaria que estaba doscientos metros delante de él. Sus piernas completamente rígidas avanzaban mecánicamente y el sudor amenazaba con perlar su frente y dañar el maquillaje que le colocó su amiga. Ya algunas calles atrás un par de chicos le dijeron lo bien formadas y suculentas que estaban sus piernas, así que confiaba en que su aspecto fuera el deseado. Como si le leyera la mente algún ente divino, un tipo de unos treinta años pasó a su lado y alcanzo a oír como murmuraba “culazo”. El sonrojo producido ascendió a niveles astronómicos y aceleró su caminar mientras sostenía con fuerza su bolso de mano. Con el transcurrir de sus pasos, fue ganando confianza, al darse cuenta de lo mimetizado que se hallaba con su alrededor.


Música de Jazz salía de un local con acabados rústicos  y un aroma a madera realmente exquisito. El detallado artístico en las paredes consistía de colibríes aleteando alrededor de flores bellamente trazadas. Por supuesto, lo mejor del café es que no actuaba con grandes aires pese a lo galante de su aspecto. Sam temió hacer el ridículo y haber llegado demasiado pronto, incluso consideró el entrar al sanitario y encerrarse ahí hasta que fuera de noche.


—Muñeca, creí que no vendrías.


—Ten un poco de tacto y compórtate por amor al cielo— el nivel de guarro que Steven se cargaba era hasta cierto grado ofensivo para el recato que Sam idealizaba. Discretamente observó a su alrededor ofuscado, esperando no toparse con alguna mirada de desagrado hacia la personalidad del chicuelo.


—Tengo mucho tacto— hizo un ademan obsceno con sus manos.


—Tu…


— ¿Si? —sonrió creyendo haber mostrado su carta de triunfo.


— ¿Eres virgen, verdad?


Su rostro palideció y su masculina belleza se trastornó, al grado de comenzar a jadear y transpirar. Comenzó a jugar con una cinta desgastada que rodeaba la muñeca de su mano. Su mirada acobardada miraba al vacio, sintiéndose acabado. En verdad había sido un golpe duro a su orgullo como hombre, al vacio perfil de macho que se había construido como un arquitecto novato el cual inconscientemente sabía que algún día su obra prima se derrumbaría porque estaba construida sobre tierra porosa. Esa mujer era el demonio encarnado, la maldad de la fémina humanidad concentrada en un ente físico, que poco le faltaba para supurar alguna sustancia pútrida para demostrar su verdadero ser.  Estaba siendo exagerado, pero para un adolescente es como si el pilar en el que se sostenía hubiera sido sacudido por un terremoto. La suela de sus botines parecía haberse pegado al piso, como si un calor magnético hubiese fundido ambos. Una sensación de hormigueo se desplazaba por todo su rostro, haciéndole sentir que su cara hacía gestos extraños, aunque por el reflejo del cristal de la mesa sabia que solo se hallaba estático.


— ¿Si te cuento algo mío, prometes conservar la calma y comportarte como una persona civilizada y no como un pedazo de estiércol con patas? — ¿De dónde carajo logró obtener ese carácter un ratoncillo de biblioteca que se aterraba con cualquier cosa? No tenía ni la menor idea, pero suponía que su disfraz influía demasiado, le hacía sentir valor, confianza… le hacía sentirse lindo, deseado, aun si solo fuese como chica.


Los ojos, abiertos y redondos cual platos, le miraban sin dar un solo atisbo de lo que por esa mente pasaba. Sam lo tomó como una respuesta afirmativa, para acercarse a su oído y en tono modulado decirle: “Yo también lo soy”.


El peso que le fue removido al pobre macho de la espalda fue tanto, que se podría asemejar al que le quitó Hércules al condenado Atlas. Segundo a segundo fue recuperando la compostura, de hecho, en el momento adecuado para que el mesero trajera un par de mokaccinos a su mesa. ¿Cuándo pidió aquella bebida? Poco le importó al notar como la chica asentía cordialmente, supuso con posterior certeza que en efecto el pedido había sido realizado por ella.


—Por el bien de mi salud ¿podríamos detener la agresividad entre los dos? — Lo dicho, Steven estaba hecho polvo.


—Quisiera recordarte que la culpa no es mía desde un principio.


—Lamento eso, pero generalmente no hay chica que quede hipnotizada por mis encantos.


Samantha lanzó un bufido, y contempló la hilera de automóviles que marchaban lentos sobre la calle. Las hojas se mecían suavemente con el susurrar del aire y el sol era ocultado gentilmente por las nubes. El estado de clima favorito para él. Se sentía frustrado, pero ni por un segundo olvidó que no debía rendirse tan fácil.


—Eso es debido a que no soy ninguna de esas prosti-chicas, Steven. Si me di a notar ante ti es… es porque tú…- por un momento titubeó. No había prisa, dijo una vez Nataly, pero aquel desgraciado le gustaba tanto que no podía ir lento- es porque tú me gustas. Y es obvio que también te atraigo, pero no soy fácil y de verdad quiero algo serio contigo y (por todos los dioses) juro que si tengo que arrancarte las piernas para que comprendas los sentimientos de una… persona, lo haré.


Era una amenaza, una promesa y una declaración, todo en uno. El tigre del colegio pasó a ser un gato tembloroso. Se sentía apuntado por una pistola, una rosa y un pene. Un momento ¿por qué de repente pasó un pene por su mente? No sabía qué carajo sucedía pero definitivamente un escalofrío recorrió su espalda y sacudió su cabeza para evitar esa imagen mental lo mayormente posible.


—Soy un caso perdido, creo deberías buscar a otro chico que este menos podrido que yo.


—No hay escoria que no pueda volverse una rosa brillante.


—Ah vaya, gracias eh.


La luz vespertina que se escapaba a través de la ventana (las nubes hace rato que habían cedido su paso) iluminó el rostro de la chica. Por un momento todo parecía regular, hasta que reparo en un cierto detalle.


— ¡Tú tienes…— tomó su mentón y clavo la mirada en la de ella, haciéndola sonrojar bestialmente— tienes pecas!


En aquel instante, Sam casi se mea encima. Palideció y sus labios se secaron como ropa húmeda en un desierto de Chile que no podía recordar. Tampoco es que tuviera suficiente temple para hacerlo. Su verdadero yo sí que denotaba aquella característica tan propia, incluso si llegabas a su escuela y preguntabas por alguien con pecas, no lo reconocerían, pero vaya que sí mencionarían a un hámster rondando por la biblioteca, no en sentido figurativo, sino en uno absolutamente real. Pasaba tan desapercibido que todos los estudiantes pensaban que se trataba de un roedor con gafas. Ridículo pero cierto.


— ¿E-eso es ma-ma-malo?


— ¿Eso fue un juego sucio de palabras?


— ¡Claro que no!


—Oh bueno, me refería a que… me gustan.

Notas finales:

Los veré pronto, promesa de suke sukaritas <3


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