Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Segundas Partes por Rising Sloth

[Reviews - 109]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Creo que, antes que nada, os debo una disculpa. Os prometí un capitulo por navidad y al final no ha llegado hasta marzo.

Sé que no hay escusa, pero me gustaría explicar que creí que por esas fechas tendría tiempo al ser vacaciones; si en vacaciones no tuve tiempo imaginaos cuando éstas acabaron.

Si os sirve de consuelo... he aprendido la lección: nunca más comprometerme con nada -_-

Capitulo 11. Ni puta gracia II

 

Esa mañana, el cielo había empezado a clarearse con la suavidad de los brillos del sol, sin un atisbo de nube que los estropeara; el alba, se trasformó en un día cálido y primaveral, atrayente de unas suaves fragancias de flores que se respiraba en toda la ciudad. Sí, era una de esas jornadas llenas de optimismo, en las que uno iba con energías renovadas y grandes ganas de sentir el dulce abrazo de la vida.

Casi nadie era excluido de este hecho, ni tan siquiera los internos, enfermeros y médicos del hospital de Flevance, los cuales apuraban sus cortos descansos para suspirar por esa libertad y alegría de espíritu en el patio de entrada de Urgencias. Excepto, claro, los que coincidieron el turno con Law, que permanecía apoyado en la pared con las malas vibraciones de un perro rabioso implosionando.

–¿Le... le ocurre algo, Doctor? –formuló el enfermero aquella pregunta con inocente preocupación y sana camaradería. No pasó ni una milésima de segundo para que su espalda se irguiera en el acto y su cuerpo sufriera una serie de temblores escalofriantes, todo al sentir en su piel mirada asesina del médico.

–No me ocurre nada –respondió, arrastrando las palabras con una voz propia de ultratumba que podría helar hasta el mismo Infierno.

El enfermero estaba empezando con los inicios de un paro cardíaco, como si su interlocutor no se tratase de Law sino de un basilisco. De suerte, no era el único enfermero que había allí; le acompañaban otros dos más, que reaccionaron con rapidez y quitaron a su compañero de ese prematuro abrazo de la muerte fingiendo que le tenían que enseñar algo en las páginas de una famosa revista de deportes. También fingieron reír como si un hubiese un mañana, esperando por que, Law, se aburriera y decidiera de una vez pasar de ellos. Suspiraron de alivio cuando lo hizo.

–¿Se puede saber qué te pasa Bepo? –le preguntó en susurros uno de los enfermeros que había ido en su ayuda –. Sabes que no hay que hablarle cuando está así.

–Pero es que el Doctor nunca ha estado tan así. Me tiene preocupado.

–Bepo tiene razón, Sachi. Si está a punto de morder a alguien.

Los tres enfermeros observaron disimuladamente, pero no lo suficiente.

–¿Que miráis tanto?

–¡Nada! –negaron los tres con ahínco. Se le habían puesto los cojones de corbata.

El médico resopló y se fijó la hora que era a través de su móvil.

–Tengo que volver a trabajar.

Y ahí los dejó, permitiéndoles que se dieran cuenta de que compartir escenario con el susodicho les estaba haciendo contener la respiración. Los tres tomaron una bocanada al unisono.

–Ahora que lo pienso... –se llevó el tercer enfermero la mano a la barbilla.

–¿El qué, Penguin?

–El Doctor ha tenido que lidiar con ese niño.

–¿Te refieres el que se ha aparecido varias veces en su consulta hasta que el Doctor se hartó y lo echó de una patada?

–Ese mismo.

–Bueno, la verdad es que eso es para cabrearse aún sin ser el Doctor.

–Pero Luffy... –intervino Bepo, el único que había hablado lo suficiente con el niño mono como para recordar su nombre –. Hace varios días que no viene. Si el Doctor no quería que lo visitara porque le agobiaba ya debería haber empezado a relajarse.

Los tres se quedaron pensativos y reflexivos, pero no llegaron a ninguna conclusión, mucho menos, antes de que terminaran su descanso y tuvieran que volver a atender a enfermos y heridos. La realidad de la situación les quedó alejada, y eso que en verdad ésta era de lo más simple. Law se estaba autoculpando, autoreprochando y autoinsultando el haber sido tan brusco con Luffy. Y la palabra "brusco" era solo un eufemismo. No le había dado la patada literal. como decían sus compañeros, pero era lo único que le había faltado.

–¡He dicho que te largues! –le había gritado agarrándole de los hombros de su camiseta y sacándolo fuera de su consulta –. ¡Ya tengo bastante encima como para tener que hacer de payaso personal a un niñato inmaduro e irresponsable que no entiende lo que es currarse el día a día! ¡Si no quieres estudiar no estudies! ¡Si quieres perder el tiempo piérdelo! ¡Pero no arrastres a los demás contigo!

–¿¡Qué!? ¡Pero Torao! ¡Yo solo...!

–¡Tómate algo en serio de una vez, joder!

Y le dio un portazo en la cara. Luego se dio cuenta que la señora mayor que estaba atendiendo en ese momento había quedado encantada con el espectáculo. Genial, pensó, como si no tuviera suficiente con hacer circo en el trayecto del metro ahora se convertiría en comidilla de conversaciones en el mercado.

Pero después de eso no volvió a ver a Luffy, ni en el hospital, ni en el metro, ni tan siquiera en el piso en una de sus visitas a Zoro. Tal vez fue demasiado duro con él, tal vez, en vez de estallar, debería haberle explicado desde el principio y de buenas formas que ese era su lugar de trabajo y que había muchas personas que requería su atención.

En poco tiempo, esos "tal vez" se convirtieron en insultos flagelantes.

–Que imbécil –masculló la mañana en que se contaban tres semanas desde que no tuviera noticias de Luffy–. Que imbécil soy. ¡Es que soy gilipollas! ¡Ah, joder! ¿Por qué soy tan gilipollas?

Ese día, tras darse tirones de pelo y retorcerse en su propia mierda, Law decidió morderse un poco menos la lengua y preguntarle a Zoro si le había pasado algo. Aunque no a las claras, obviamente.

–Oye, Zoro –intentó naturalizar su voz todo lo que pudo –. ¿Y Luffy? Ya no viene por aquí.

–Ah, si, es verdad. Estará distraído con cualquier cosa. ¿Por?

–Por nada –por nada inútil de mierda.

Resopló de manera exagerada, sin conseguir lo que pretendía, que era sacarse esa presión en el pecho que se hacía como un ancla clavada en la espalda. Después recogió el libro que había estado leyendo y se dirigió a la puerta.

–Espera Law –le llamó Zoro recogiendo sus cosas –. Voy contigo.

Bajaron juntos por el ascensor y se despidieron en el portal. Cada uno tenía que acceder a una boca de metro diferente.

Al descender solo por las escaleras, Law notó una sensación de deja vú. Él ya había estado así antes ¿no? Sí, fue cuando Luffy le dio por preguntarle que si le caía mal y pasó varios días comiéndose la cabeza por no saber si había dañado sus sentimientos. Y eso que después de todo el chico no es que tuviese un trauma o algo parecido, Law se había enneurado como un gilipollas por absolutamente nada. Quizás le estuviese dando demasiadas vueltas. Sí, podía ser.

Se tranquilizó, pero no por mucho. De repente recordó algo, Luffy no se cabreó esa vez, pero si en otra ocasión, con bastante y exagerada facilidad además. Fue cuando le llamó "niñato"...

¡Qué estupidez! Solo le había dicho la verdad, si tanto le fastidiaba que alguien se la soltara a la cara que hiciera algo por cambiar. Claro, eso era, la culpa era de Luffy, no de él. El único error que había cometido Law era preocuparse por lo que no le incumbía. Anda y que se fuera a la mierda...

También era verdad que el otro día en el hospital no es que le hubiese llamado "niñato", es que se lo había llamado de una forma innecesariamente cruel.

¡Ya basta! Se gritó así mismo ¡No es mi problema! ¡No lo es!

Se sentó en uno de los pocos asientos libres que había, haciendo caso omiso de la gente que también le había echado el ojo y que ya no les quedaba más remedio que joderse y aguantarse. Luego sacó el libro de bolsillo de su chaqueta y comenzó a leer. No acostumbraba a hacer eso porque solía marearse con el traqueteo del vagón, pero lo que fuera con tal de evadirse y no estar esperando todo el rato a que apareciera nadie en ninguna parada.

La literatura, de manera inesperada le atrapó, y a la tercera parada ya no levantaba la cabeza de las letras para ver qué tipo de personas se aparecían. Por eso, cuando escuchó esa voz, diciendo ese nombre, no pudo sino dar un sobresalto.

–¡Torao!

Law alzó levemente, con cautela, los ojos. Ahí estaba ese niño que no sabía cómo lo conseguía pero le alteraba los nervios de pies a cabeza. ¿Seguiría cabreado por lo que le dijo? ¿Triste? ¿Se lo echaría ahora en cara? ¿Pasaría? ¿Lo mandaría a la mierda? Seguro, seguro que le mandaba a la mierda. ¿Qué derecho tenía el para juzgarle de esa manera, para decirle esas cosas? Luffy y él no se veían desde hace más de tres semanas. ¿Qué razón más podría haber para que el niño no quisiera dirigirle la palabra? ¿Qué razón más podría haber para dejarle las cosas claras en ese momento?

Y entonces Luffy le sonrió de oreja a oreja.

–Hacía ya que no nos veíamos.

Como siempre, tenía que dejarle sin reaccionar con la boca abierta. Law, a duras penas pudo decir lo siguiente:

–Sí, eso parece.

–Ya se ve que te aburres sin mí –rió–. Hasta te has traído un libro.

Ni un halo, ni un resquicio de enfado ni de palabras con segundos significados.

–¿Dónde has estado? – se imputó a si mismo en cuanto se dio cuenta de que le había preguntado eso. ¿A él que le importaba? Aunque, con sinceridad y pensándolo bien, era mejor soltarle esa pregunta que alguna de las otras infinitas que se le habían pasado por la cabeza para martirizarle.

–Estudiando.

–¿Estudiando? –no quiso decirlo con tanta sorpresa como lo dijo, pero Luffy no pareció que le importara.

–Sí –suspiró cansado –. Estoy en temporada de exámenes. Ahora tengo el último. –hinchó los mofletes y suspiró encorvándose.

–Ah... –desvió la mirada –. Vaya –¿De verdad no era eso lo que había pasado, que estaba estudiando? No podía ser, Luffy no era tan preocupado con esas cosas. ¿Sería que no quería sacar el tema?

–¡Pero ya he aprobado dos! – le puso la mano en la cara con los dedos corazón e índice alzado. Law no supo si estaba señalando las dos que había aprobado o le estaba haciendo el símbolo de la victoria.

–Dos...

–¡Más gimnasia y alternativa! ¡El doble que el año pasado! ¡Weh! –alzó bastante contento los brazos.

–Ah... –Law ya sí que no sabía que decir, sabía hacer cálculos y si Luffy había aprobado dos, más las otras dos de pegatina, quería decir que había suspendido como unas cinco –. Me alegro de que te haya ido bien.

–¡Gracias! ¡Yo tambíen me alegro! –carcajeó orgulloso –. ¿Me invitas a comer?

–...

–...

–¿A qué viene esa pregunta?

–A que si mi invitas a comer.

–...

–...

–¿Por qué tendría que invitarte a comer?

–Por darme la enhorabuena.

–...

–...

–No.

–¿Qué? –alzó la voz más de la cuenta de lo que el gusto de Law hubiese estado satisfecho –. ¿Por qué? Te prometo que te lo devolveré la próxima vez que te vea.

–Eso no me vale, tengo el dinero justo para hoy.

–Venga ya, si lo único que tomas siempre es café –los descansos en los que le había pillado en la cafetería del hospital corroboraban esa información –. ¿Qué persona lleva dinero solo para un café?

Buena pregunta.

–¿Por qué tanto empeño en que te invite?

–¡Porque si no me moriré de hambre!

–...

–¡Sí, te lo digo enserio! ¡Me he quedado toda la noche empollando, esta mañana me he dormido y con las prisas solo he podido desayunar unas tostadas, un zumo y unos huevos fritos con salchichas!

–¡Pero si has desayunado de sobra!

–¡Y encima se me ha olvidado coger la cartera para comprarme algo por el camino! ¡Me moriré de inanición! –clamó entre pucheros.

–Exageras demasiado. Nadie se muere por ayunar –aparte de que lo de Luffy no se podía considerar ni ayunar.

–Por fa.

–No.

–Anda.

–He dicho que no.

–Si no te cuesta nada.

–Me está costando la paciencia.

Entonces Luffy se quedó callado, pero con los ojos entrecerrado muy fijos en él y un mohín en la boca. Resaltaba demasiado que esa era su cara de tramar.

–Si no me das dinero, me engancharé a ti como un peso muerto hasta que me invites.

Por suerte o por desgracia, esa era toda la maldad que tenía a la hora de tramar.

–¿De verdad crees que me vas a convencer con esas amenazas?

Luffy no le respondió. Mantuvo su cara de tramar, extendió sus brazos a ambos lados. Se tiró en plancha sobre Law.

–¿¡Pero qué haces!? –se le subieron todos los colores.

–¡Tú veras! –se aferró a él como si un hubiese un mañana –. ¡Pero hasta que no me invites a comer no pienso soltarte!

–¿¡Es que nunca te cansas de hacer el ganso!?

–¡Qué me invites a comer!

–¡Qué te he dicho que no! ¡Suéltame!

Entre el inútil forcejeo, Law, pudo oír las risas del vagón, entre ellas las de las dos señoras cotillas de siempre.

 

 

 

Luffy devoraba como un leviatán delante suya, mientras él observaba con sus ceño fruncido de la resignación su cartera vacía y desolada. No le había quedado remedio, el niño había sido tan insistente como para engancharse a su ropa incluso cuando Law bajó a su parada. El numerito en el vagón no le había sido suficiente y las uñas de Luffy se habían agarrado a su sudadera como si la vida dependiera de ello; el médico lo arrastro hasta que ya no le quedaron ganas de luchar.

–Deja de mirarla –le dijo el niño mono con toda la tranquilidad del mundo sin preocuparse de los resto de comida que salían de su boca mientras hablaba–. Te prometo que te lo devolveré.

–Eso espero –soltó un resoplo cansado antes de volver a guardar su cartera –. No soy ninguna hermanita de la caridad – acercó su mano al café que se había pedido para si.

El chaval rió.

–Te he imaginado con el hábito, te queda bien.

Law gruño y apartó los ojos del otro. Bebió de su vaso.

–Termina de comer y vete. No quieras llegar tarde a tu examen.

–No te preocupes. Si voy con tiempo.

Al de las ojeras se le hinchó una vena en la frente.

–¿Si vas con tiempo porqué has salido con prisas de tu casa? –con tantas prisas que se le había olvidado la cartera y se encontraban ahora en esa situación.

–Ah, es que había quedado en la biblioteca a estudiar con unos amigos. Pero cuando vi que no llegaba les avisé.

Sintió en la espalda un pequeño pinchazo que le instaba a levantarse y matar a Luffy en ese mismo momento, pero se contuvo y volvió a beber de su café.

Luego ambos se quedaron callados, rodeados por los pasos de la gente, Luffy por estar engullendo como un pato, Law porque no era de muchas palabras. Sin embargo, poco a poco, el silencio se le iba haciendo insoportable para este último; no porque no le gustara, al contrario, él era una de esas personas que era capaz de disfrutar cuarenta y ocho horas seguidas sin escuchar el más mínimo sonido, la más mínima voz; pero ese no era su caso en ese momento, porque el silencio hacia que su cabeza estallara múltiples veces con la culpa que tenía por haber echado a Luffy de su consulta de malas maneras.

–Es verdad que hacía tiempo que no nos veíamos –pronunció las palabras con toda la indiferencia que pudo –. Creí que te habías enfurruñado.

–¿Enfurruñado? ¿Yo? ¿Por qué?

Law sintió que se iba a atragantar. Odiaba que le resultara tan difícil hablar con ese niño.

–Por la última vez, en el hospital.

–¿Qué pasó?

Y ese niño parecía hacerlo a posta. El médico dio un nuevo buche para darse tiempo en contestar.

–Que tuve que echarte de mi consulta.

–¿Y qué?

Iba a tirarle el café hirviendo por encima, de verdad que se lo iba a tirar.

–Que pensé que... te habrías enfadado conmigo.

Luffy cerró la boca para no torpedear la comida de una carcajada, aun así acabó en la cara de Law de una pedorreta.

–¿¡Enfadado!? –su risa y golpes en la mesa llamaron la atención de todo el mundo–. ¡Que idiota! ¿Cómo me voy a enfadar contigo por eso? ¡Como si fueras le primero que me echa de un sitio por coñazo! –y volvió a carcajear.

La mente hiper-racional de Law no entendió aquellas reacciones, tanto la de reírse como la de escupirle comida a la cara. Mientras se pasaba una servilleta para limpiarse Luffy continuó dando charla:

–Mi padre me echó ese mismo día otro bronconcio ¿sabes? Me amenazó con no dejarme salir a la calle que hasta que me quedara calvo. Así que como te he dicho, he estado estudiando –se encogió de hombros y sonrió –. ¿Estabas preocupado por eso?

–Claro que no –se atrevió a decir haciendo una bola de papel con la servilleta antes de dejarla en la mesa con aparente mal humor, escondiendo el alivio que suponía la explicación del chaval–. Simplemente me extrañó que consiguiera extirparte de mi trabajo.

–Yo no soy tonto, sé que ese día me pasé –hizo una pausa –. Pero es que no tenía ninguna gana de ir a otra parte.

A Law le llamó bastante la atención ese comentario.

–Eso es bastante raro. Cualquier persona que no se haya metido en medicina le tiene tirria a un hospital.

–No es por el hospital en sí, sino por ti.

Abrió los párpados a la vez que esa revelación le dejaba sin aire. ¿Qué mierda acababa de decir ese niño?

–¿Por mí? ¿Por qué por mí? – un pitido en su voz aviso de su nerviosa incredulidad. El otro no se dio cuenta.

–Siempre me tratas como a un adulto y no como a una molestia. Me escuchas y me das consejos. Y me tienes paciencia para aguantarme y explicarme las cosas –sonrió –. Me lo paso bien contigo, ya está.

Sintió un leve temblor en el labio.

–Bueno, también te lo pasarás bien con Zoro – logró decir, aunque sin aguantarle la mirada.

–Sí, con él me lo paso muy bien. Pero es diferente. Zoro es más... como yo. Por eso me entiendo también con él. Tú me soportas a pesar de lo diferentes que somos.

–Ya... supongo.

Enfadado... –volvió a repetir saliéndole una risilla desde el estómago –. Si hasta me has invitado a comer ¡Que tonto!

–Deja de insultarme.

–Perdona –rió una vez más –. Pero es que creo que antes de enfadarme contigo podría enamorarme como mil veces de ti, Torao.

Al instante, su cara ardió, como si se estuviese cocinando a la parrilla, y todo su cuerpo. Agradeció estar sentado porque sus piernas temblaron como si se estuviese produciendo un terremoto bajo sus pies.

–¿Estas bien, Torao? Tienes la cara muy roja. No te habrás resfriado, ¿no?

–No... –pudo decir con la bola de piedra que tenía en la garganta –. No creo, vamos.

–Vale... – dijo un poco extrañado. Después algo llamó su atención, le habían mandado un mensaje de móvil. En contraste con Law, su cara se puso pálida –. ¡Me va a matar! ¡Lo siento, Torao! ¡Me tengo que ir! ¡Muchas gracias por la comida, cuídate!

Desapareció antes de que al médico le diera tiempo a abrir la boca o alzar la mano para despedirse. Únicamente, pudo limitarse a ver como el chico desaparecía entre la gente.

Apoyó su frente en sus manos. No se encontraba bien, estaba mareado, a punto de desmayarse. No podía, no tenía fuerzas para hacer nada.

Solo atinó a una cosa:

–Be... Bepo. Soy yo –dijo por su teléfono móvil –. No, no te preocupes, estoy bien – sus palabras salían entumecidas, la cara le seguía ardiendo, le costaba mantener una respiración calmada –. Pero creo que hoy no podré ir a trabajar.

 

 

 

Oyó como llamaban a la puerta, pero antes de que pudiese dar permiso a quién fuera su compañero peliverde ya entrada trasportando una sopa en una bandeja.

–La comida.

Law dio un quejido alargado entre dientes, alcanzó el interruptor de la lámpara para encender la luz e hizo un esfuerzo sobre humano para incorporarse lo suficiente para quedar sentado en la cama. Zoro puso la bandeja en su regazo, cuidadoso para ser él pero sin cuidado.

–Gracias –dijo con la voz tomada y muy pocas fuerzas. La fiebre aún se le resistía a irse.

–Es raro verte así.

–¿Por qué lo dices?

–Parece de esas personas que en la vida se ponen enfermas.

–No tengo la costumbre, la verdad.

Sonó una melodía corta. Zoro sacó el móvil del bolsillo de su pantalón. Law pudo ver como se suavizaban sus expresiones al leer el mensaje que le había llegado y como sonreía al teclear para responder.

–A ti sí que es raro verte así –le dijo, y el peliverde alzó la mirada extrañado –. Pareces una de esas personas que en la vida sonreirían como una colegiala al recibir un mensajito.

El enrojecimiento fue instantáneo e intenso.

–¡Que te jodan! La próxima vez te trae la sopa tu puta madre.

Y se fue de un portazo que hizo retumbar las sienes de Law. Se llevó la mano a la frente y apretó los dientes por instinto, justo antes de soltar un resoplido quejándose de su compañero que no era capaz de enfadarse sin armar un escándalo. Miró la sopa que el peliverde le había traído. Suspiró, por lo menos, aun siendo tan brusco, Zoro tenías sus detalles.

Se llevó la primera cucharada a la boca, estaba caliente, tal y como aún sentía su cara. Cada movimiento le costaba como si sostuviera una tonelada. Estaba así desde el miércoles, desde que Luffy...

La temperatura de su cara y cuerpo subió, de repente sólo quería arrancárse la piel a puñetazos, meterse bajo el edredón y no salir nunca jamás. Que mal se encontraba, no debería encontrarse tan mal.

 

 

 

La puerta volvió a sonar, tal vez a las horas, tal vez a los días; de nuevo, nadie esperó que el diera a nadie permiso para pasar.

–Law –oyó la voz de Zoro –. Han venido a verte.

Antes de poder preguntar de quién se trataba, un cuerpo humano le sacó un contundente quejido tirándose en plancha sobre él. No le hacía falta preguntar quién era esa persona que le importaba tan poco lo enfermo, o incluso dormido, que podía llegar a estar

–¡Law! –se abrazó a él por encima de la manta con un puchero –. Perdona que no haya venido a verte antes. ¿Sigues malito? – le preguntó apartando la manta de sus rostro –. Uff, sí, que mala cara tienes –porque el virus que había cogido se la había mezclado con su cabreo de recién despertado.

–Bueno, yo os dejo – anunció el peliverde –. Después nos vemos, parejita.

–Hasta luego Zoro. Gracias por cuidar de Law.

–No hay de qué.

Tras ser cerrada la puerta, la habitación se quedó en una repentina calma.

–Necesitas airear esto –dijo al levantarse para correr las cortinas y abrir el balcón un poco. Law se cubrió con la manta por instinto vampírico –. Todavía hay luz ¿sabes? Siendo médico deberías ser el primero en saber que no es bueno consumirse en un espacio cerrado.

–Mmm... –gruñó.

–¿Qué te pasa? ¿Te duele algo?

–No –dijo de mal humor –. Solo quiero dormir.

Pasaron unos segundos.

–¡No me lo puedo creer! ¡Estás penoso!

–Deja de gritar... me duele la cabeza... me duele todo...

–¡Sí, estás penoso! Que gracia, no te había visto penoso desde los seis años. A ver cómo está mi penosillo...

Y volvió apartar la manta de su cara.

–Tienes peor aspecto que hace un segundo –observó.

–¡Es porque no me dejas descansar en paz!

Se volvió a cubrir.

–Descansar en paz es para los muertos, Law. Deberías tener más energías de vivir.

Gruñó de nuevo, más que harto, pero a la otra persona no parecía tenerlo en cuenta. En ese aspecto le recordaba demasiado a Luffy.

Pensar en el monito le hizo irritarse otra vez, se acurrucó con un puchero.

–¿Estas llorando?

–No... Déjame... Quiero estar solo...

Oyó un suspiro. Notó como se sentaba a la orilla de la cama y acariciaba su hombro de manera suave. Era agradable.

–¿Qué ha pasado?

–¿Por qué tiene que pasar algo?

–Tú no eres así, te conozco. Eres un cabezota que aun con cuarenta de fiebre se toma una aspirina y va a trabajar –hizo una pausa –. ¿Tiene que ver con lo que hablamos aquella vez por teléfono?

–¿El qué?

–Sobre si habías conocido a alguien.

Tardó en responder.

–Ya te dije que no. No que conocido a nadie.

–Eso no es malo, Law.

Sintió como los dolores y malestares se le incrementaban.

–Lo sé. Y te digo que no tiene que ver con eso.

–¿Qué ha pasado? –repitió la pregunta.

–Nada.

Tiraron otra vez de la manta para destaparle, y aunque Law esta vez se había agarrado a ella fue inútil. A tercer intento se la habían quitado de encima. Se hartó, pero cuando se sentó para encarar y soltar una réplica con más fuerza, le sujetaron la cara, obligándole a mirar directamente a sus ojos.

–¿Te crees que a estas alturas no sé reconocer un mal de amores cuando lo veo? –le preguntó firme y desafiante –. ¿Te crees que no sé que tiene la inteligencia emocional de una ameba? ¿Que eres tan incapaz de admitir que te has enamorado que prefieres coger una gripe?

La palabra enamorado golpeó su cabeza y pecho a la vez que la imagen de Luffy se le venía como un destello. Sus labios temblaron. Otra vez, otra vez subía la temperatura de su cara. Le dolía todo. Apartó la mirada.

–Yo no me enamoro. Así que deja de decir tonterías y vete. Estoy muy cansado y necesito recuperar fuerzas.

La otra persona se quedó quieta; no hubo más preguntas, ni más respuestas; se apartó, dolida . El arrepentimiento llenó a Law, pero no le salió una disculpa.

–Sera mejor que me vaya –su voz salió árida –, necesitas dormir.

En unos segundos que se hicieron milenios llegó a sostener el picaporte de la puerta.

–Espera – le dijo, aturrullado, afligido –. Lo siento. No tengo derecho a pagarlo contigo –hizo un pausa –. Si... si quieres puedes quedarte. Mientras duermo. A mí no me importa.

La réplica fue un gesto de sorpresa. Sin embargo, después hubo una sonrisa dulce, y un nuevo acercamiento. Las dos manos volvieron a tomar el rostro del médico. Sus dos frentes se juntaron. Permanecieron así un rato, con los ojos cerrados.

–Enamorase no es malo, Law –volvió a abrir los ojos –. Solo piénsatelo.

Besó su mejilla y le rodeó con sus brazos su cuello; Law, por su parte, no pudo evitar corresponder, pero más por miedo que por cariño. ¿Que no era malo decía? Estaba enamorado. De Luffy. Estaba enamorado de Luffy y ahora no sabía que mierda se suponía que tenía que hacer.

 

 

 

Tomó fuerzas para bajar por la boca de metro. No estaba en sus mejores facultades, pero ya había faltado a su trabajo media semana, no podía permitirse más. Tal y como le habían dicho: él no era así.

Suspiró por la nariz. Enamorado, esa palabra siempre le había parecido de otro idioma, de otro planeta, le costaba mucho creerse que la estaba sufriendo. Sí, sufriendo, no había otra descripción de su estado. Era horrible. ¿Cómo mierda había llegado a eso? ¿Acaso los problemas que tenían no eran suficientes como para añadirle más? Y eso sin nombrar quién era el objeto de su amor. Joder, sólo de pensarlo le daba ganas de dar media vuelta he irse. Pero no, no podía hacerlo, él no era así, no se permitía ser así.

Intentó tranquilizarse. Lo que le estaba ocurriendo no tenía que cambiar para nada su vida, seguiría como hasta ahora e ignoraría ese sentimiento. Era lo mejor, no podía pasarse las horas del día pensando en un niño que ni había terminado el bachiller ni que pensaba hacerlo. Pasaría, sabía que ese estado pasaría, nada dura para siempre y ese amor tampoco. Actuaría como si nada y dejaría que se marchitara. Era lo mejor. Sí, era lo mejor.

La realidad se le hacía rara, el vagón, la gente de su alrededor, la vara de mental que sostenía para no caerse. Puede que le hubiese subido la fiebre. Miraba una y otra vez la puerta. Y se culpaba. ¿Cómo se había dejado hacer eso? Además por nada. ¿Qué había hecho Luffy? ¿Qué tenía Luffy? Nada, la respuesta era absolutamente nada.

Y aún así, se había pasado tres años observándole desde la otra esquina del vagón. Y aún así, con una simple frase como "me enamoraría de ti como mil veces" había descorchado la argamasa de su pecho que con tanto esfuerzo y tiempo había colocado. Gilipolleces, sólo eran un cúmulo de gilipolleces.

–Torao.

Alzó la cabeza y se giró para verle, ignorando su temblores y su respiración estancada. Luffy le sonrió.

–¿Ya estas mejor? Zoro me dijo que habías cogido un resfriado.

Le costaba mantenerle la mirada ¿Por qué le costaba tanto? Si era el mismo de la última vez.

–Sí. Lo estoy.

–No te he traído el dinero. Lo siento. Es que no sabría cuando vendrías.

–Es igual – por favor, que dejara de hablarle, por favor.

–Esta tarde la tengo libre por fin. Si quieres voy a tu casa y te lo devuelvo.

No, que no viniera, le daba igual quedarse sin el dinero del mes, pero que no viniera.

–Como quieras. No tengo prisa.

–¿De verdad te encuentras bien? Te noto la voz ronca.

¿Es que nunca se iba a cansar de hacerle preguntas?

–Aún me estoy recuperando.

–¿En serio? No deberías ir a trabajar.

–Tengo que hacerlo. Es mi responsabilidad.

El chico sonrió.

–Por eso también me gusta estar contigo, eres buena persona.

Sintió una sacudida en el estómago, le venía una arcada de pura vergüenza. ¿Es que ese trayecto no se iba a terminar nunca?

–Só... sólo cumplo con mi trabajo.

–Pues lo que yo digo, buena persona.

Fue incapaz de aguantar más. Salió del vagón en la siguiente parada por mucho que no fuera la suya, alegando a Luffy que hoy tenía que recoger un cosa antes de llegar al hospital. Hizo una escapada tan rápida que, por suerte, al chico no le dio tiempo de seguirle.

Con la mano sobre las costillas, tomó una bocanada de aire, que tuvo que pagar con un ataque de tos. Volvía a dolerle la cabeza y el cuerpo. Ahora sí que le había subido la fiebre. No podía, no podía seguir así. ¿Por qué Luffy tenía que llevarle la contraria en todas las decisiones que tomaba? Tenía hasta ganas de llorar.

Mientras salía a la luz del sol sacó el móvil e hizo una llamada.

–Soy yo.

–Hola Law. ¿Qué pasa? Sigues penoso.

–Estoy peor.

–¿De verdad?

–Dime como se quita.

Silencio.

–¿Qué?

–El sábado me soltaste que lo sabes todo del mal de amores. Dime como se quita.

–No recuerdo haberte dicho algo así. Pero de todas formas ¿Crees en serio que eso se puede quitar?

–Tiene que haber una manera. No puedo ir al trabajo si cada vez que le veo me da un fiebre.

Silencio.

–Un momento ¿Estás hablando de ti?

–¡Pues claro que estoy hablando de mí! –le gritó ya más que harto.

–¡Eso es fantástico! ¡Por fin has aceptado que eres un humano con sentimientos!

–Dime como se quita –volvió a insistir.

–Eso no se quita –volvió a repetir.

–¿Y qué mierda hago entonces? No puedo ni hablar, ni mirarle. Hace un momento casi le vomito encima. Voy... voy a acabar volviéndome loco.

Silencio.

–Declárate Law. Es lo único que puedes hacer.

 

 

 

Tenía que declararse. Esa era la única opción. Y valiente mierda de opción, pensó sentado en el sofá esperando a que Luffy hiciese su aparición para devolverle el dinero, como bien le había dicho esa mañana antes de su huida por patas.

Ojalá tuviese una alternativa, pero ya le habían dejado claro que no había tal. Para liberarse de la sobrecarga de ese enamoramiento que tenía debía soltarlos, dejarlos libres. Y la única manera era dándoselos a Luffy, por mucho que este los pisoteara o escupiera.

Sus manos temblaban, estaba más nervioso de lo que se admitía, incluso asustado. ¿Qué le pasaba? No era normal todo eso. Solo era hablar, comentar un tema. No tenía que ser diferente de hablar de política, religión o una enfermedad terminal a un paciente. Necesitaba calma, necesitaba ser consciente de que todo aquello era solo un trámite para pasar página y recuperar su vida.

¿Qué vida? Antes de Luffy estaba perdido, él le hizo volver a reaccionar, aunque solo fuera tomando el mismo metro todos los días. ¿Y si dejaba de hacerlo? Estaba claro que le iba a rechazar, pero... ¿Y si ya no quería verle más? ¿Qué pasaría con él? ¿Volvería al estado de hacía tres años? No, no, no. Él era adulto, él era capaz de andar sin volver tras sus pasos. No iba a pasar nada, todo iba a salir bien...

O eso esperaba.

Sonó el timbre dándole un vuelvo al corazón. Inspiró y expiró calma. Se levantó agradeciendo que Zoro no estuviera, eso lo haría más fácil. Abrió la puerta.

–Hola Torao, ¿Que tal estas?

–Bien –dijo a duras penas –. Pasa.

–Zoro sigue trabajando, ¿no?

–Sí –cerró la puerta una vez entró el chico. Se alarmó. Con tantos ejercicios de tranquilización no había pensado cual sería la mejor forma de abordar el tema. ¿Qué le diría? ¿Qué le debería decir?

–Te voy a dar el dinero antes de que se me olvide – dijo sacando su cartera – Ten –le sonrió –. Muchas gracias por salvarme de la inanición.

Law miró su mano, le costó horrores recoger el dinero, sobre todo cuando su dedo rozó con el de Luffy.

–No ibas a morirte – consiguió decir a la vez que guardaba los billetes –. Por cierto, ¿tienes hambre? Zoro me dijo que...

–¡Wiii! –se fue para la cocina antes de que el médico terminara su invitación.

Resopló sentándose en el sofá, cansado. Como deseaba en ese momento estar en el Amazonas, tan perdido que nadie le encontrara nunca y recibiendo toda clase de enfermedades mortíferas a través de picotazos de mosquitos.

–Oye –volvió Luffy con el atraco a la nevera entre sus manos –. ¿Sabes si a Zoro le pasa algo?

–¿A Zoro? no, ¿por qué? –de alguna manera que le sacara el tema del peliverde cuando el estaba intentando declararse le molestó.

–Es que... – se sentó en el sofá a su lado para comer –. me da la impresión de que actúa diferente. Como... contento.

–Contento... – repitió y recordó su expresión el otro día al contestar un mensaje –. Puede que tenga pareja.

–¿Tiene novio? –se sorprendió bastante, cosa que volvió a molestar a Law. ¿Tanto le interesaba la vida amorosa de su compañero de piso que tenía que interrumpir su inminente declaración constantemente?

–No creo que llegue a tanto. O si lo tiene, no creo que le dure mucho. Zoro no es de comprometerse.

–Eso no se sabe –rió –. Mi padre me contó que también era así cuando tenía mi edad. Pero después se enamoró en la universidad y... bueno, ahí sigue. ¿Te estoy molestando? Que por mi no te preocupes, que yo termino esto y me voy.

–No te preocupes – dejó de mirarle un momento –. Oye, había algo que quería comentarte y...

Al volver la vista al chico, éste tenía la cara morada y las manos al cuello con un alarido mudo en el que pedía ayuda. Se estaba atragantando.

–¡No me jodas! ¡Es que nunca te han enseñado a masticar!

Law no perdió tiempo para hacerle la maniobra Heimlich. Tras unos minutos de tensión, consiguió que el aire volviera a pasar hasta los pulmones de Luffy. Suspiró aliviado.

–¿Estas bien?

El chico se había quedado colgando en sus brazos, como un manojo de tela. Había perdido el conocimiento.

–¡Me cago en la puta! – le gritó en un traqueteo impropio de un médico –. ¡Quieres dejar de hacer el imbécil!

A todo esto, Zoro volvió al piso.

–Buenas tardes –dijo cansado antes de encontrarse de cara con el panorama –. ¿¡Pero qué mierda pasa!?

–¡Tu mierda de amigo! ¡Que se ha desmayado!

–Ah, bueno, pues déjalo así.

–¡No puedo dejarlo así! ¡Se acaba de atragantar con la comida!

–¡Joder! ¡Es que nunca se cansa de hacer el imbécil! ¡Trae aquí!

El peliverde le dio de ostias hasta que recuperó el conocimiento y por fin Law pudo verificar que respiraba bien y no tenía ninguna fisura en el tejido de su garganta. Fuera como fuese, el momento para declararse había pasado.

 

 

 

Law soltó un quejido entre dientes. Se acababa de cortar al querer perfilarse mejor la perilla. Eso no era buena señal para alguien que trabajaba en un quirófano. Aunque visto lo visto, no es que hubiese tenido una ristra de buena señales una detrás de otra.

Para el Señor Destino o quién coño fuera, no había sido suficiente con frustrar el intento de declaración de Law, para nada. Después del mal rato, Zoro y Luffy se habían puesto a jugar a videojuegos; él no pintaba nada, así que se metió en su habitación a trabajar, además, tenía la sensación de que si veía más a Luffy esa tarde acabaría aborreciéndolo. Sin embargo, eso no quitó que luego se viera obligado a bajar al portal con los dos amigos.

A Law se le habían acabado los antibióticos, por lo que tenía que bajar a la farmacia, sin pensar que eso le haría coincidir con los otros dos; con Luffy porque ya se iba, con Zoro porque había pensado en comprar algo para cenar.

Fue curioso como le vino una especie de vieja conversación a la memoria. Una que hablaba de la teoría u observación de que cuando un grupo de gente, amigos o familiares, van juntos bajo la lluvia, siempre había uno que, por alguna razón, acababa más mojado que el resto. Seguramente, con eso se podía decir que en un grupo, alguien siempre tenía peor suerte que el resto. Law lo pudo comprobar cuando salieron; no por que lloviera, visto que el cielo estaba despejado de manera inmensa; sino porque acabó mojado, de agua, barro y otras cosas, gracias a un coche que pasó demasiado deprisa sobre la superficie de un charco. Zoro se contuvo un poco, pero la carcajada de Luffy fue, como siempre, inminente y fulminante.

Law no necesitó que se lo dijeran de cualquier otra manera. Declararse era una tontería, declararse a ese niño una locura mal parada. Se acabó, que sus sentimientos se retroalimentaran todo lo que quisieran, algún día pararían. Algún día.

–Torao, buenos días.

Le miró. Ahí estaba. En ese momento le costaba mucho creer que estuviese enamorado de él. Pero no por lo extraño que se le hacía ese sentimiento; más bien porque nacía en él algo que bien podría diagnosticar de depresión y desesperanza.

–Perdone señora – le dijo el chico a la mujer que iba sentada al lado de Law –. ¿Puede sentarse en el de al lado? Es para sentarme al lado de mi amigo.

No era la primera vez que usaba esa palabra para referirse a él. De hecho, amigo era muy usada en el vocabulario de Luffy. Pero esa vez le calló en la boca con un sabor agridulce.

–Gracias por lo de ayer –dijo una vez se sentó hombro con hombro respecto a él –. Casi no la cuento ¿eh? –le dio un codazo de camarada.

–No me des tanto las gracias y come como una persona normal –su voz sonó más fría de lo que esperaba, tanto, que para alguien despistado como Luffy no paso desapercibido.

–¿Estas bien?

–Sí –no quería mirarle –, lo estoy.

Se quedaron en silencio. Law le observó de soslayo, el chico estaba cabizbajo. Se reprendió en mente, no debería tratarle así, no era su culpa.

–¿Cómo está tu garganta?

–¿Eh?

–Tu garganta. ¿No te duele?

–No.

–¿Puedes respirar bien?

–Sí, perfectamente.

Law suspiró por la nariz.

–Bueno, a estas alturas tampoco había mucho de que preocuparse. Si ayer ya estabas bien...

–Ah, sí. Y después me volví a atragantar en mi casa y tampoco me pasó nada – rió.

–¿¡Es que de verdad no puedes comer bien!?

–No, si bien como. A mi no me falta de nada – rió otra vez.

–¡No me refería a eso!

–¿Pero por qué gritas? Estas llamando la atención de todo el mundo, ¿sabes?

Sus manos se tensaron y sus dedos tomaron cada uno forma de gancho. Aún así, logró contenerse, de milagro, y no asfixiarle. Resopló apoyándose en las rodillas.

–No sé cómo lo haces Luffy pero consigues que gaste todas mis energías a primera hora de la mañana.

El chico siempre tenía una respuesta rápida o alguna de sus gracieta. Esa vez no fue ninguna de las dos cosas.

–Torao...

–Dime.

–Has dicho mi nombre.

–¿Qué?

–Me has llamado por mi nombre.

–Sí, ¿y qué? ¿Te molesta?

Luffy lo miró durante un par de segundos.

–No. Es solo que es la primera vez –la sonrisa le iluminó la cara –. Me gusta.

Le vino una subida de fiebre, peor que la primera, mucho peor. Sin embargo, también el vino un paño de calma. Observó a Luffy, como si nunca lo hubiese hecho antes. Sus ojos brillaban, su boca se curvaba tan perfecta que casi solo podía pensar en besarla. Lo quería, quería todo de él.

–Ay, aquí esté mi parada – se levantó a la vez que se encajaba al mochila en el hombro –. Ya nos vemos, Torao.

La espalda Luffy se alejaba ante sus ojos. De repente creyó que era la ocasión perfecta. Pensó que si se había puesto tan contento de escuchar su nombre en labios de Law tenía que ser porque le importaba, que tenía que ser por que a lo mejor el niño estaba pasando por los mismos síntomas de enamoramiento que el médico llevaba soportando esos días, que tenía que ser una señal.

El médico se levantó, decidido, cuando el chico ya había traspasado las puertas de la cabina de metro.

–Luffy –alzó la voz, firme. El otro se giró –. Quiero que salgamos juntos, como pareja

Vio la sorpresa en su reacción. Cabía la posibilidad de que pensara que fuera una broma, pero Law mantenía su gesto de seriedad, de verdad. Cabía la posibilidad de que no le hubiese entendido, pero la frase había sido escogida para que no hubiese dudas. Vio como Luffy abría la boca. Su respuesta, quería oír su respuesta.

–¡Lo siento, tengo novia!

Las puertas del metro se cerraron y Law fue transportado al desierto del colapso mental.

 

 

 

Subnormal, subnormal profundo, mamón, bastardo hijo de puta, gilipollas, retrasado, imbécil, cabrón. Todos eso no eran más en un cinco por ciento de los insultos que se fue soltando a lo largo del día. Aún era incapaz de creerse como había podido ser tan cretino. ¿Cómo no se le había ocurrido? Luffy tenías diecisiete años, era positivo, enérgico, sano y con una ardiente rebeldía que le llevaba a saltarse una norma establecida tras otra. Ni en ese mundo ni en ningún otro paralelo era posible que un chico como él no tuviese novia.

Novia. Encima novia. Ni tan siquiera se había parado a pensar que era heterosexual. Era imbécil, desde luego era imbécil. ¿Cómo mierda le iba a mirar ahora a la cara? ¡Joder! ¡Una cosa era ser el que más se mojaba bajo la lluvia y otra cosa eso! ¿Qué había hecho en la otra vida para merecer semejante vapuleo emocional? ¿Acaso había sido un asesino en masa, un cura violador, una patata que no se había polinizado?

Y todo eso sin contar que lo había hecho en medio de un vagón de metro delante de un montón de gente; ellos intentaron consolarle pero solo lograron lo contrario.

–Law... ¿Te pasa algo? – preguntó el peliverde al verlo cabizbajo en el sofá con aire de derrota y ondas gravitacionales propias de un agujero negro a su alrededor.

–Que quiero morirme – soltó, como si fuese una palabra lapidaria.

–... – Zoro estaba sin palabras, nunca lo había visto así. Sonó el timbre –. Ya voy yo –se acercó a la puerta para abrirla –. ¿Hum? ¿Luffy? ¿Qué haces aquí?

Al escuchar su nombre el corazón de Law casi se le sale por la boca.

–¿Está Torao?

Y el alma. Le encaró cuando su compañero de piso le dio paso, pero no tuvo fuerzas de levantarse. Estaba ahí, nervioso y con un gesto de disculpa. Tenía ganas de darle un portazo en la cara como la primera vez que apareció en ese piso.

–¿A qué has venido? – le preguntó. Ya ni le importaba que Zoro estuviera delante.

–Yo... yo... –increíble lo que hacían las cosas, su declaración había sido tal fracaso que hasta Luffy se había aturrullado –. ¡Lo siento mucho!

Alzó tanto la voz como para que le oyeran en el piso de arriba. Se arrodilló con tanta fuerza como para que lo notaran en el piso de abajo.

–¡Pe... pero que mierd...! ¡Levántate! ¡No necesito tus disculpas! – ¿es que el niño no veía que eso era peor?

–¡No te dije que tenía novia! ¡Te confundí y te lo he hecho pasar mal! ¡Siento mucho que te hayas enamorado de mí!

–¿¡Cómo!? –se quedó Zoro a cuadros.

Un tic se apoderó de la ceja de Law, una vena asomó en su frente. De repente le vinieron ganas de patearle.

–¡Te lo digo en serio! – le miró Luffy fulminante –. ¡No me importa que te gusten los hombres! ¡Yo jamás te daría de lado, Torao! ¡Así que no te preocupes! ¡Esto no cambia nada! –se golpeó el pecho con el puño –. ¡Yo siempre seré tu amigo!

Law, con su capacidad de reacción mermada, respondió lo único que podía responder:

–¿¡Qué!?

–¡Torao! – se levantó y le tomó de los hombros –. ¡Tú siempre serás mi amigo!

Law sintió el fuerte abrazo de Luffy, capaz de romperle las costillas en ese instante. Miró a Zoro, buscando alguna respuesta a lo que estaba ocurriendo. Pero el peliverde se mantenía en dos posiciones; una, tragándo la reciente información venida en masa; otra, compadeciente de la situación del médico, la que te ha caído parecía que decían sus gestos.

Otra vez le vino esa fiebre ¿Que mierda estaba pasando? Ya no sabía si es que aquel despropósito era inteligible para cualquier cerebro humano o es que él tenía alguna deficiencia. Parecía el comienzo de una comedia romántica; solo que de romántica poco y de comedia ni puta gracia.

 

Continuará...


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).