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Segundas Partes por Rising Sloth

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Notas del capitulo:

Bueno...  podemos decir que me he colado un poco... y que encima con lo que he tardado el capitulo es corto... pero que por lo menos es intenso.... ¿no?

Capitulo 12. Retándonos

 

A pesar de que en el avión correspondió la petición de Mihawk como si no hubiese nada más claro en el mundo, lo cierto era que no tenía ni la más remota idea de qué iba a pasar a partir de ahora, a partir de ese momento. En qué se iba a transformar su relación con su jefe, o si tan siquiera podía utilizar la palabra relación.

El asunto le turbó de más, aunque no hizo nada imprudente, la situación requería que no hiciese nada imprudente. Así que, tal y como le venía haciendo desde el principio, se limitó a ir a Grand Line y trabajar al mayor rendimiento posible y más.

Le buscaba, sin quererlo le buscaba; y esperaba algún mensaje, alguna señal por su parte.

En una ocasión, a hora punta, se encontró con él en la recepción del edificio. Había mucha gente y cabía la posibilidad de que Mihawk no le hubiese visto. Sin embargo, habían cruzado la mirada, se habían reconocido y se habían observado. Por ello, le dolió tanto la indiferencia solida con la que aquel hombre apartó la cara. Y su silencio. Lo sintió como algo más que una intención de mantener las distancias.

Tal vez se lo haya pensado mejor, se dijo así mismo, eso sería lo más normal que viniera de él.

Quería tener la cabeza fría, quitarle importancia; le estaba costando horrores.

–Calor de mierda – se le escapó decir en medio de la oficina mientra estaba redactando una entrevista. Estaba sudando, y eso que ese día se había puesto una camiseta sin mangas y unos pantalones anchos por las rodillas. A ver cuándo arreglaban el jodido aire acondicionado, que tenía que irse tomar por culo precisamente el de la planta en el que él tenías su silla y su mesa.

–Mira al novato quejándose – dijo Yasopp a su espalda –. Pues te ha tocado.

El jefe de Entrevistas le pasó algo pequeño que recogió al vuelo con las dos manos, un pendrive.

–Son documentos que necesitan los de Recursos Humanos para la próxima reunión de secciones. Ve a imprimirlos y entrégamelos lo antes posible, es decir, ahora. Y disfruta del aire acondicionado del ascensor.

Tuvo que hacerlo, porque la impresora de la planta donde precisamente estaba su silla y su mesa se había ido por el mismo camino del aire acondicionado.

–Y menos caras de "valiente gran empresa que lo tienen todo hecho mierda" – le reprendió Yasopp mientras se iba.

–Sí, sí... –resopló.

Fue a la copistería de la calle, con el jaleo y estrés habitual que había en la revista no creía que ninguna de las otras secciones del edificio dispusiera de una fotocopiadora libre, menos para uno de otra planta, pobre de aquel que se atreviera a pedirla.

Al rato, volvió a pasar por la puerta principal con un contundente tocho de papeles, que menos mal que estas eran automáticas porque carecía de manos con las que empujar. O con las que pulsar un botón, como bien comprobó al ver la cabina el ascensor cerrada. Cagándose en sus muertos viró hacia un lado y a otro, a ver si encontraba a alguien que le hiciese el favor. Ni un alma. Por no estar no estaba ni la recepcionista. Valiente gran emprensa que...

El ascensor bajaba, justo cuando pensaba que no le quedaba más remedio que soltar los papeles en el suelo, la mejor opción dado que su codo tampoco llegaba al interruptor. Mas le valía que el trasto tuviera de meta la planta baja.

De suerte la tuvo, trayendo consigo a dos pasajeros inesperados, un más que el otro.

–Hombre, Zoro. Buenos días – le saludó Shanks con efusividad –. ¿Qué? ¿Poniéndote cachas?

–A... Algo así – su mirada fue directa a Mihawk en el momento en que la pareja salía y el entraba, pero la apartó enseguida –. No puedo darle a los botones, ¿podría?

–Claro, claro. Sin problema – el pelirrojo pulsó la planta cinco –. Por cierto, ya me ha dicho lo bien que lo hiciste con los ingleses – se refirió a Mihawk con un gesto de cabeza –. Enhorabuena.

–Yo no recuerdo haber dicho tal cosa.

La puerta se cerró, con esas palabras que eran las primeras que oía de él desde que dejaron el aeropuerto. Las había pronunciado con frialdad, sin mirarle. Estaba claro, se lo había pensado mejor. Que gilipollas había sido al no darse cuenta antes.

–¿Y esa cara? – le preguntó Yasopp una vez le dio los papeles –. ¿Tanto calor hace fuera?

–Si – contestó de manera mecánica –. Un poco.

–Anda, bebe algo de agua no te vaya a dar una insolación. Y espabilaté, que esta tarde te toca trabajo de campo.

–Lo sé, lo sé.

Se sentó en la silla con la botella de agua al lado. Resopló e intentó regresar al mundo real. Ya está, se acabó, eso era un sinsentido. Era hora de volver a su trabajo.

Su móvil sonó, le había llegado un mensaje.

"Jefe De Mierda

últ. Vez hoy a las 13:06

Se te ha olvidado la ropa en casa o es que pretendes distraerme?"

En su cabeza se produjo una bomba atómica que lo barrió todo. ¿Qué puta mierda era es mensaje? Estaba tonteando con él. ¿De verdad estaba tonteando con él?¿Por mensaje? Joder, pero si no parecía ni que lo hubiese escrito de su puño y letra. ¿Se le habría roto el móvil?

Por lo que averiguó, su móvil estaba en perfecto estado, excepto por el mensaje no había ninguna anomalía. Miró en contactos, no fuera a ser que le hubiese puesto a otro Jefe de Mierda también y no se acordara. No, desde el vuelo con destino Londres Mihawk era el único con ese alias. Todo el calor que tenía se le estaba subiendo a la cara.

–¡Zoro! – Yasopp le llamó la atención – Como no dejes el móvil y te pongas a trabajar te lo tiro por la ventana y a ti de mando de vuelta a Online de un patada.

–¡Estoy trabajando! – se defendió.

Soltó el móvil bocabajo sobre la mesa y se puso a teclear como un loco. Al menos al principio. Su mirada se desviaba de la pantalla del ordenador y no dejaba de ir al teléfono. Se lo guardó en la mochila para no verlo más, pero entonces su mirada se desviaba hacia la mochila. No lo soportó.

Con cuidado de que nadie lo viera lo recogió y escribió.

"Si no has visto mi ropa es porque ni me has mirado"

Quedó un rato estudiando la frase. La verdad es que era bastante ridículo. No podía enviarle eso, ni que tuviese quince años...

–¡Zoro! – el grito de Yasopp le sobresaltó, y envió el mensaje sin poder recapacitar lo suficiente –. ¡Es el último aviso!

–¡Ya voy, joder!

Quitó el sonido del móvil y lo guardó de un golpe. Se puso a trabajar con más ahínco que antes, lo que fuera para no pensar en el vergonzoso mensaje que acaba de enviar.

 

 

 

Con un resoplo de agotamiento, Zoro salió a la escalinata que precedía a Grand Line. Había sido un día duro, no había parado ni un segundo. Lo peor fue cuando tuvo que ir a ver a su entrevistada, una especialista de la salud de las gordas y más veteranas cuya gran mayoría de pacientes eran deportistas. Todo un interesante personaje la tal Kureha, pero vaya carácter, al peliverde todavía le parecía surrealista que que se hubiese puesto a lanzar bisturíes de aviso a un paciente que tenía intención de levantarse. Una de estas armas arrojadizas casi le hace un buen rapado a él.

Resopló una vez más, esta vez por la nariz. Echó la mirada hacia atrás, hacia su mochila. Se lo tuvo que pensar varias veces pero finalmente se la descolgó para coger el móvil. Al encenderlo vio que tenía un mensaje y su garganta se hizo un nudo. Lentamente, lo desbloqueó. El mensaje era de Mihawk.

"Te miro más veces de las que te puedas dar cuenta"

A pesar de que ya era de noche, de que corría brisa fresca, sintió más calor que cuando estaba encerrado dentro del edificio, otra vez en su cara, pero también en su pecho. A penas se daba cuenta de que la boca se le estaba curvando en una sonrisa. Su dedo pulgar se movió para contestarle.

Eso solo fue el principio, cuando quiso darse cuenta no había día que no tuviese un mensaje suyo, o día que el mismo no le mandara algo. Aprovechaba todos los ratos libres que tenía para saber de él, y luego para charlar, y más tarde para tener conversaciones. Solo eran tonterías, piques, hasta insultos, pero de alguna manera le gustaban.

–A ti sí que es raro verte así –le dijo Law estando de fiebres y tirado en la cama –. Pareces una de esas personas que en la vida sonreirían como una colegiala al recibir un mensajito.

–¡Que te jodan! – le contestó cabreado, no con él, sino consigo mismo por dejar que alguien le viera así –. La próxima vez te trae la sopa tu puta madre.

Y cerró la habitación de su compañero de piso de un portazo. Encima de que le había preparado la comida, sería mamón. Resopló con ahínco.

Su móvil volvió a sonar. Sus párpados se abrieron de la sorpresa.

"Quiero verte"

Las manos le empezaron a temblar. Tragó saliva. Respondió:

"Vale"

Después de eso hablaron un poco más. Mihawk le pregunto qué tal le venía el fin de semana próximo, le pidió su dirección, quería el en persona a buscarle con el coche. No le quiso decir a donde le llevaría.

 

 

 

Eran las cuatro de la tarde del sábado. Había salido del apartamento y se había colocado en una esquina alejada de cualquier ventana que en la que alguien conocido pudiese verle. Siendo sinceros, el único que podía verle era Law y éste estaba demasiado metido en su reciente y primerizo mal de amores para prestarle atención a Zoro, ni aunque fuese un segundo. Pero el peliverde se sentía más tranquilo así, y eso ya era algo teniendo en cuenta que era un manojo de nervios.

No dejaba de alzar la mirada hacia la carretera, viniera un coche o no, les costaba mucho estarse quieto. Pensaba que si Mihawk no quería decirle donde le llevaría sería porque en realidad lo que no quería decirle es que le iba a llevar a un motel de mala muerte. Tampoco es que pudiese esperar nada mejor dada la situación.

Oyó el motor de un vehículo. Negro, estilizado y de lujo. Solo podía ser el de Mihawk como bien pudo comprobar cuando este bajó la ventanilla del copiloto. Se miraron. El que era su jefe llevaba unas gafas de sol, e iba vestido de informal, o por lo menos lo más informal que sabía ir. Estaba demasiado atractivo.

–¿Que ocurre? – le preguntó consiguiendo despertarle.

Zoro carraspeó.

–¿No tienes un coche que llame más la atención? – le dijo con sarcasmo y desgana.

Mihawk rió entre dientes.

–Anda, sube.

Mientras conducía, Zoro recordó la noche de hacía dos años, cuando salieron de aquel bar y Mihawk lo llevó hasta el hotel en un coche que al día siguiente descubrió que era de alquiler. Aquel momento y ese que estaba viviendo ahora se parecían demasiado y, sin embargo, eran diferentes. Notaba la olor del otro en la carrocería, su esencia, y el de alguien más. No se le pasaba por alto que su mujer había estado sentada millones de veces en ese asiento en el que él estaba ahora, o incluso que había sido su propio jefe el que lo ocupaba mientras su mujer conducía; o que en la parte trasera había para otras tres personas mas, como si tuviesen hijos o esperaran para tenerlos. Conforme más pensamientos de ese tipo le venían a la cabeza peor se sentía.

–Ya estamos llegando – avisó justo antes de girar en la siguiente esquina a la derecha y toparse de frente con la puerta de un garaje.

El peliverde, al tiempo que Mihawk abría con un control remoto, se quedó mirando el edificio en donde había ido a parar. No era un motel, parecía más bien un bloque de pisos, uno normal y típico de las comunidades de vecinos. Ya dentro, con el coche aparcado y Mihawk recogiendo bolsas de comida del maletero, Zoro tuvo que preguntar.

–¿Me has traído a un apartahotel?

El mayor le miró algo extrañado. Luego sonrió con un poco de esfuerzo.

–Ayúdame con las bolsas.

Juntos fueron hasta el ascensor. Salieron en la tercera planta, y cruzaron el pasillo. Zoro observaba su espalda avanzar. No debería haberle preguntado nada, había visto perfectamente la cara que había puesto, lo había estropeado. O tal vez la cosa iba estropeada de un principio.

Se detuvieron ante una puerta. Mihawk dejó las bolsas en el suelo y sacó de su bolsillo unas llaves. Antes de girarla en la cerradura le miró una ultima vez. Le sonrió.

–Tengo la sensación de haber vivido esto antes.

Ahora fue a Zoro quien le tocó forzar una poco la sonrisa. La puerta se abrió. Él pasó primero.

Se trataba de un apartamento normal y corriente, pequeño y un poco laberíntico. Tenía separado la sala de estar de lo que era el comedor; éste ultimo daba a una escuálida terraza que de suerte no se le llamaba balcón. En cada habitación no faltaban una o dos estanterías con libros.

–¿Qué es este sitio?

–Es el piso que tenía antes de casarme. Mi sueldo me ha permitido mantenerlo. A veces vengo aquí a pensar y releer algunos libros de mi época de estudiante.

A releer, repitió Zoro en su cabeza, ¿por qué no puedo dejar de pensar que este es tu picadero?

–Vienen a limpiarlo una vez por semana, pero parece que eso no quita el olor a cerrado. Voy a dejar esto en la cocina – alzó las bolsas –. Ve abriendo las ventanas para que ventile.

–Sí.

Mihawk desapareció tras el vano y él fue hasta la terraza. Echó el cristal a un lado, el aire le dio en la cara. Hacía un día bonito, pero el no era capaz de sentirse acorde. ¿Su mujer no sabía nada de ese piso? ¿No aparecería por ahí como si tal cosa? ¿O es que le daba igual? Tal vez era una persona resignada al adulterio de su marido, tal vez Zoro no era el primero, ni el segundo, que pisaba aquel recogido apartamento.

–Ya está todo guardado – volvió el mayor bajándose las mangas –. ¿Estas bien?

Su tono de preocupación era sincero, debía de ser porque la expresión amargada del rostro del peliverde también lo era. No fue capaz de mantenerle la mirada, aún así intentó aparentar calma. Se apoyó, con las manos en los bolsillo, en la pared, justo al lado del cristal de la terraza.

–Sí, lo estoy.

Mihawk no dijo nada, se acercó con pasos lentos, cauto. Zoro viró hacia él, descubriéndole un gesto apesadumbrado. Notó su mano colocándose en su mejilla, acariciándole con el pulgar. El peliverde cerró los ojos para sentir el primer beso. Fue cálido, húmedo y duró demasiado poco. Sus pupilas se encontraron y se perdieron juntas durante unos segundos. Sonrieron y volvieron a empezar, con más fuerza y abrazándose.

Las manos empezaron a recorrer el cuerpo del uno y del otro, las respiraciones comenzaron a alterase. Zoro se divirtió al ver como Mihawk se hacia el caballero al no pasar más debajo de su cadera aunque insinuara su ganas. Sin atisbo de pudor, el peliverde le agarró del trasero y le empujó contra si mismo de golpe.

–Eh – detuvo el mayor el beso en una suave carcajada –, ¿y esa impaciencia?

–Vas demasiado lento – bromeó –. Me aburres.

–Oh, ya veo, así que te aburro – juntó frente con frente –. La primera vez te veía bastante entretenido conmigo. Con tus temblores, tus balbuceos, tus sonrojos...

–Eso fue la primera vez. No vas a tener la suerte del ataque sorpresa todas la veces.

–¿Me estas diciendo que el Zoro tímido no va a volver a aparecer?

–Mucho tendrías que dar para intimidarme.

Soltó una risa entre dientes.

–Hecho.

Y volvieron a la carga. Mihawk le acorraló, le tiraba del pelo y su besos ya casi eran mordiscos. Zoro tuvo que reprimirse un quejido cuando se apartó de su boca para dejarle una marca entre el cuello y el hombro. Fue a contratacar, desabotonando la camisa del otro de un tironazo, pero, apenas pudo degustar su pecho un poco, el mayor le volvió a pegar la espalda a la pared. Fueron a la boca del otro como si solo quisieran de devorarse. Mihawk terminó de quitarlse la camisa y Zoro se sacó la camiseta en un movimiento. Y otro beso más.

Las caricias ya eran más agarres y arañazos. Empezaba ha moverse al son del otro, rozando sus partes íntimas por encima del pantalón. Los cinturones empezaron a molestar y no dudaron en quitárselos. Mihawk le sujeto los antebrazos, le inmovilizó mientras el bajaba por su cuerpo. Zoro aprovechó para recobrar aire, pero sus pulsaciones no hacía más que subir con las marcas que el otro iba dejando sobre su abdomen.

–¿Vas a empezar a temblar?

Bajó la mirada para encontrarse con los ojos amarillo de él. Parecía satisfecho.

–¿Estas de coña? – le retó –. Con esto no tengo ni para empezar.

Mihawk rió. Cuando Zoro quiso darse cuenta le había puesto con la cara pegada a la pared. La lengua del mayor le pasó por la espalda y la nuca.

–¿Estás seguro? – le susurró al oído.

No le contestó, echó la mirada hacia atrás y le sonrió con altanería, con provocación. Eso pareció descontrolar del todo los instintos básicos del mayor, que sin esperara nada bajó los pantalones del peliverde; liberó una de sus piernas, tanto de las zapatillas que llevaba como de la pernera, y la levantó con su mano por debajo de la rodilla del joven.

Zoro sintió los dedos de Mihawk adentrarse, jugar en su interior. Tuvo que cerrar los ojos y la boca, aún así se le escapó una voz quebrada. Oyó el tintineo del cinturón del mayor al suelo, el también se había bajado los pantalones.

Le sintió, le sintió con mucha fuerza metiéndose dentro de él. Le produjo dolor, pero también placer, un placer que le hizo arquear la espalda y gemir a pesar de estar mordiéndose los labios.

Mihawk le besó por detrás de la mandíbula y en breve vinieron las estocadas. Una, dos tres. La mano libre del mayor bajó hasta su entrepierna y la tomó para masajearla. A las estocadas se hicieron más fuertes, le llenaban, subían aún más sus pulsaciones, le abrasaban en fuego, le arrebataban el aire. Se iba a morir en ese momento, se iba a morir con él.

Y de repente todo acabó, quedando sus respiraciones entre cortadas y el sudor que les recorría de cabeza a los pies. Estaba vivo, ambos estaban vivos. Zoro sonrió al sentir los labios de Mihawk posarse suave sobre su hombro derecho, volvió la mirada hacia atrás para recibirlo también en los labios.

–Tranquilo – le dijo muy bajito el mayor antes de besarle una vez más.

A Zoro se le escapó una pequeña risa con las fuerzas que le quedaban.

–¿Probamos el cara a cara?

 

 

 

La calidez de los brazos de Mihawk alrededor de su cuerpo y la respiración pausada en la curva de su cuello aún permanecían ahí cuando despertó en la mañana. Sin embargo, no lo encontró durmiendo con él. Sus ojos fueron a parar al reloj digital de la mesita de noche. Eran las once y treinta y dos minutos.

Agotado de la noche recién pasada, intentó incorporarse. La habitación estaba a oscuras, pero por los resquicios de la ventana entraba una luz brillante. Debía haber una parque cerca, se oían niños jugar.

Olió entonces algo, algo que no podía ser otra cosa que café. De un salto se puso los boxers y se levantó para ir a la cocina. Por un momento había creído que Mihawk se había ido sin decir nada, pero solo estaba haciendo el desayuno. A veces era demasiado desconfia...

No había nadie en la cocina.

–¿Mihawk? – preguntó en voz alta –. ¿Mihawk? – volvió a preguntar por el resto de la casa.

Nadie contestó. Igual que en el hotel de Londres.

Volvió a observar la cocina. Había una cafetera sobre un fuego apagado, y una taza al lado del fregadero que debió de ser usada esa mañana y enjuagada como si no se quisieran dejar las huellas de un crimen. También había algo sobre la encimera. Un plato, lleno de comida y forrado en plástico para que no se estropeara ni enfriara demasiado pronto el contenido. Y una nota.

"Te he preparado el desayuno. Quédate el tiempo que quieras"

Echó a un lado el papel para ver el plato. Salchichas, huevo frito y tostadas, además del café. Mihawk se había esmerado, se lo debía de reconocer, y eso que seguramente tenía que darse prisa para volver a casa y no levantar camino a demasiadas preguntas.

Resopló cansado por la nariz. Por alguna razón no lograba sentirse contento.

 

Continuará...


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