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Segundas Partes por Rising Sloth

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Notas del capitulo:

Ya estoy aquí con el nuevo capitulo! Y esta ves si que me he dado prisa, eh, para que luego no digais xD Eso sí, planee en mi cabeza este capitulo para las dos parejas, pero he tenido que dejar al LawLu fuera esta vez, primero porque ya el tono hubiese sido demasiado contraste para que mi cabeza se adaptara de una escena a otra y segundo porque iba a ser el capitulo más largo de toda la historia de los fics (al menos por lo que yo he leido), de hecho el capitulo ya ha quedado bastante largo con solo contando la trama de Zoro, así que ya podéis imaginaros. De todas formas así se compensa un capitulo anterior que iba a ser solo MiZo y al final fue de las dos.

 

Capitulo 18. Medicamento especifico II

 

El tiempo se había convertido en piedra; el paisaje desde las ventanas, las habitaciones, las paredes, el suelo, el techo y los muebles, todo había dejado de existir. Lo único que era real, lo único que permanecía en la concepción de los sentidos, eran ellos dos.

Zoro no podía dejar de mirar a Shanks; no como si fuera la típica metáfora de la aparición, sino como lo que era; una fórmula incomprensible. ¿Por qué él, ahí, en ese piso, cómo? Las llaves que le había cedido Mihawk permanecían en su mano, las aferró con fuerza sin importar hacerse daño con ellas.

Por su parte, el pelirrojo también parecía sorprendido, pero a su vez raramente calmado. Separó los labios para hablar, pero el joven se le adelantó:

–¿Qué hace aquí?

Shanks se esperó un poco más a tomar la palabra, observó al peliverde de arriba a bajo, mientras se frotaba su barbilla mal afeitada. Después resopló y puso los brazos en jarra. Con la cabeza señaló hacía un lado, hacia una caja de libros en el suelo que Zoro no había visto antes.

–He venido a por unos cuantos de mis libros –se rascó el cogote y anduvo hacia la caja. Se sentó con las piernas cruzadas para inspeccionar los tomos–. En casa hay demasiados trastos ya. Por eso le pedí a Mihawk que me guardara algunos. Las estanterías las tiene llenas, pero en el altillo del armario de su cuarto hay espacio de sobra –rió relajado–. Que fácil sería pasar por una librería, pero es lo que ocurre a veces con las editoriales, que no le da por reeditar. Mira este ejemplar, es de mis tiempos de estudiante, magnífico y aún así hace más de cincuenta años que no sale una nueva tanda. Tuve que pedirlo prestado a la biblioteca del campus y nunca devolverlo.

Siguió con su rollo bajó los atentos ojos del joven, que no daba crédito a la poca importancia que Shanks le estaba dando a esa situación.

–¿No va a preguntarme nada?

Ahí el pelirrojo calló de nuevo. Apartó la atención de sus libros para ponerla sobre el peliverde, el cual contuvo su instinto de tragar saliva y echarse atrás. Shanks sonrió amable.

–¿Qué quieres que te pregunte?

–Supongo que... qué hago aquí.

El mayor se lo pensó un momento. Se encogió de hombros y examinó otro libro.

–Me parece una perdida de tiempo preguntar algo tan evidente.

De alguna manera, Zoro, supo que el color de la cara se le había ido. Apretó aún más las llaves. Podría haberle preocupado la imagen que estaba dando ante el dirigente de Grand Line, podría haberle preocupado su trabajo y carrera como periodista. Pero su subconsciente le traicionó y sacó a la luz un miedo más profundo.

–No se lo dirá a su mujer –se apuró a decir, temiendo que aquello le separa de Mihawk. Se atrancó–, ¿verdad?

Esa vez, el pelirrojo volvió la mirada rápida hacia él; esa vez sí parecía realmente sorprendido.

–¿Su mujer? ¿Te refieres a la mujer de Mihawk?

–Sí –respondió intentando balbucear lo menos posible–, me dijo que estaba casado.

Shanks soltó un resopló cansado y se frotó los ojos. Miró el libro que tenía en la mano. Se levantó.

–Por curiosidad nada más –abrió el libro y ojeó las páginas–, ¿qué te ha contando de su matrimonio?

La vista de Zoro se fue al suelo.

–Él es muy reservado –dijo–. Sólo que estaban juntos por conveniencia, por guardar las formas creo, y que eran más amigos que otra cosa.

Se sintió estúpido al decirlo, parecía una broma de mal gusto que el hubiese sido convencido con esa explicación de porqué el adulterio de Mihawk no era tan inmoral.

–Ya veo, así que eso te dijo... –Shanks resopló por la nariz esta vez, meditó para sus adentros un instante. Mostró de nuevo una sonrisa amable–. Bueno, no nos va a quedar más remedio que admitir que los dos tenemos un problema.

Zoro no le entendió.

–Recuerda lo que te dije el otro día en mi despacho, tenemos que guardar las formas, es lo más importante. Mihawk y tú ante todos y yo ante Mihawk –alzó el libro–. La verdad es que he venido aquí sin su permiso, me parecía menos molestia pero si se entera se enfadará bastante. Y lo que es peor: me quitará las llaves de su piso –se las mostró a Zoro–. Me hizo una copia en la universidad y cree que se la devolví, que así es, lo que no sabe es que antes me hice las mías para precisamente este tipo de cosas –le dio dos toquecitos al lomo del libro.

–Ah... –fue todo lo que pudo decir.

–El caso es que me harías un favor si no le dices que me has visto por aquí, ¿puedo contar contigo?

–Sí –se apuro de nuevo a decir–, claro, no hay problema.

Shanks marcó más su sonrisa, se acercó a Zoro y colocó su mano en el hombro del peliverde.

–Eres un buen chico. Aunque me temo que ahora debo pedirte otra cosa.

El joven sintió un escalofrío. El tono que había usado el pelirrojo se había manifestado de una manera extraña, como si se le estuviese insinuando. De repente, se dio cuenta de que aquel hombre estaba demasiado cerca.

–¿Puedes subir la caja al altillo por mi? – la señaló recuperando su aura de siempre y rebajando la presión de golpe–. Mi espalda ya no es lo que era –se quejó pesaroso–. Si la cargo de nuevo de seguro que me quedo en el sitio

–Cla... Claro –repitió–. Ahora mismo.

Shanks sonrió por última vez. Dio dos palmadas en el hombro de Zoro y se dirigió al dormitorio. Salió al segundo con la chaqueta puesta y libro en mano.

–Cuento entonces contigo. Nos vemos en Grand Line –se despidió de camino a la salida.

–Nos ve... –la puerta se cerró.

Dio una bocanada; había contenido el aliento todo ese rato sin darse cuenta. Las piernas le fallaron, cayó de culo sobre la silla. Se llevó la mano al pecho, sus latidos se había vuelto locos. Bien podría haberle dado un infarto.

Se fijo en el puño que aún mantenía cerrado; al abrirlo descubrió que las llaves seguían ahí. Una mueca se formó en su boca. ¿Cuántas copias había repartido ese imbécil por ahí?

 

 

 

A la noche regresó al piso. Law hablaba por teléfono mientras apuntaba algo en un papel.

–Vale, ya lo tengo. Ahora es tarde, mañana preguntaré por la reserva. Supongo que tendremos que alquilar un coche para llegar. Sí, vale, hasta luego.

Colgó y miró a Zoro, que mientras el médico terminaba su llamada él había dejado sus petates por cualquier lugar y había ido a la cocina a por una cerveza, la cual se tomaba repanchigado en el sofá.

–¿Te vas a algún lado? –preguntó el peliverde.

–Para mi desgracia –dejó el móvil en la mesa y se sentó al otro lado del sofá–. Me voy al campo.

–¿Qué haces tú yéndote al campo?

–Buena pregunta. Ha sido cosa si de Lami, o de Luffy, o de los dos. Todavía no estoy muy seguro.

–Un momento, ¿os vais los tres solos?

–Sí.

–¿Y que pinta tu hermana ahí? O Luffy, no sé cual de los dos sobra.

–Yo soy el que sobro –se rascó el cogote–. Los dos andan muy raros, cada uno por su lado –hizo una pausa–. Mi hermana quiere ir a un parador que alquila un par de cabañas en el bosque, si siguen teniendo libres nos iremos para el puente de la semana que viene.

–Parece buen plan.

–Sí, te invitaría. Algo de ayuda me vendría bien con lo que quiera que tengan planeado ese par. Pero tú ya tenías planes, ¿no?

Esa afirmación le vino de imprevisto. No recordaba haber hecho ningún plan para los días de fiesta.

–¿No venían unos amigos tuyos? –insitió Law.

–¡Ah! –cayó el la cuenta–. Ah, es verdad... –se llevó la mano a la frente con pesadez–. Se me había olvidado por completo.

–De ti no me extraña –le reprochó. Le echó un vistazo al apartamento–. Por lo menos tendréis más espacio en el piso. Lo cual no quiere decir que...

–Sí, sí –le cortó–. Quien entre en tu cuarto sin permiso le cortas los dedos con bisturí, me sé las normas de convivencia.

–Más te vale.

 

 

 

Todavía era temprano cuando llegaron al primer clímax de ese sábado. Lo evocaron con un último gemido en alto, antes de que sus cuerpos se dejaran caer sobre el colchón. Ya tumbados, se miraron el uno al otro. Mihawk le sonrió, acarició su cara con el pulgar y le apartó el sudor; le besó en la frente.

–Deberíamos cenar algo.

Zoro se forzó a corresponderle la sonrisa y asintió. Era muy considerado por parte de Mihawk sugerir un receso. Normalmente no paraban tan pronto para comer, ambos lo sabían, pero el peliverde no había estado como siempre en ese último acto y se había notado demasiado. No podía evitarlo, su encuentro con Shanks en ese piso le había vuelto del revés y tenía la cabeza llena de malas ideas.

Pensó en si el pelirrojo había sido un antiguo amor, si por eso le había dado las llaves. O peor. Que Mihawk aún estuviese enamorado de él, pero que en su tiempo se rindió al ver que Shanks se casaba con Bellemere. Tal vez, debido al la frustración del desamor, ahora Mihawk padecía un tipo de fetiche que le hacía fijarse en hombres de la edad de Zoro, edad que coincidía con la que tenía Shanks cuando se conocieron en la universidad.

De reojo fue a buscar el altillo del armario, donde seguían los libros el pelirrojo. Volvió a sentirse uno más para el mayor. Y muy celoso.

–El fin de semana del puente no me va a ser posible verte –anunció Mihawk a la vez que se ponían los calzoncillo y se levantaba–. Reuniones familiares.

–Ah, no te preocupes –se recostó para mirarle a la cara–. Unos amigos vienen de visita y me iba a ser complicado pasarme.

Mihawk soltó una risa apenada entre dientes, se acercó de nuevo y se sentó a la orilla de la cama para besar los labios del peliverde varias veces.

–Esos son quince días sin tocarte –le susurró–. Va a ser una pesadilla.

–Exagerado –bromeó, sensual y jactancioso, aunque su cabeza siguiera siendo incapaz de concentrarse o disfrutar por completo en ese momento.

 

 

 

Al siguiente sábado, primer día del puente, Luffy y Lami llegaron muy temprano, de madrugada, y se llevaron a Law casi a rastras. Con todo el jaleo despertaron a Zoro, que en otras circunstancias de su vida se hubiese vuelto a dormir, pero al estar hasta las cejas de trabajo vio que era recomendable sentarse delante del ordenador hasta que llegara el momento de ir a la estación de tren a recoger a esos dos. Lo malo fue que el sueño, mezclado con su ilustre sentido de la orientación, hicieron que se perdiera soberanamente y llegara hora y media tarde. Cuando por fin llegó, encontró a sus dos amigos contando las baldosas del suelo.

–Eh –les llamó la atención bastante despreocupado–, Jhonny, Yosaku, ¿qué tal?

–¿¡Cómo que que tal!? –se levantaron los dos indignados.

–Llevamos esperándote la vida –le dijo el primero.

–Seguro que te has vuelto a perder –afirmó el segundo.

–¡Ponte un GPS en el cerebro! –le empapó Jhonny el rostro de su propia saliva.

A pesar de esa primera reacción, el recibimiento fue de lo más cariñoso, puesto que los efusivos de sus amigos, una vez pasado en cabreo por la informalidad del peliverde, no dudaron en darle un fuerte abrazo, más las palmadas de ánimo en la espalda, y decirle los orgullosos que estaban de él por como lo estaba haciendo en Grand Line.

–¡Vamos a celebrarlo!

–Pero si ni siquiera habéis dejado las mochilas en el piso.

–Bah, detalles sin importancia. Llevanos a cualquier sitio que nos puedan poner unas buenas cervezas.

–Sin perderte otra vez, por favor.

El puente duraba hasta el martes, sin embargo, ellos dos se quedarían hasta el lunes al medio día; no había más remedio, al igual que Zoro eran periodistas y, aunque su trabajo se limitase a un pequeño periódico local, un periodista nunca descansaba. Por ello y no por más, quisieron aprovechar cuanto pudiesen esa visita. Les costó, puesto que el peliverde en todo los meses que llevaba por esos lares no le había prestado interés alguno al sitio en el que actualmente vivía; es decir, a parte de una par de bares no tenía ni idea de donde ir a divertirse.

–Anda que... –se quejó tanto Jhonny como Yosaku.

Lo único que se le ocurrió para que se callaran era llevarles a la zona de bateo que de vez en cuando iba con Luffy. Eso calmó un poco la opinión hacia Zoro y su simpleza de miras.

–Oye tío, sigues en forma ¿no? –le preguntó Yosaku–. ¿Te da tiempo a ir al gimnasio?

–Que va, me tuve que comprar unas pesas para no volverme loco.

Jhonny se rió.

–No cambias, todo lo que tienes en la cabeza es el periodismo y entrenar.

–Y beber –apuntó el otro.

–Y dormir.

–Dormir poco –contó Zoro exasperado–. Menos ahora que estoy currando en dos departamentos.

–Te dan ganas de volverte con nosotros, eh.

–Ni por asomo.

Le sentó bien verlos, la vida de los tres había cambiado mucho desde que se graduaron, pero la relación seguía intacta, saber eso le procuró una especie de paréntesis entre todo el estrés que recibía por su nueva rutina. Sentía que recuperaba fuerzas.

Al final, por mucho que se hubiese quejado de lo ocupado que estaba como para que le viniera encima esa visita, los dos días con sus amigos se esfumaron más rápido de lo que le hubiese gustado. En menos que nada era lunes y los tres desayunaban en una cafetería antes de que Zoro los acompañara a la estación.

–Da pena irse de lo bien que no los hemos pasado –comentó Yosaku.

–Sí, aunque para la próxima –Jhonny miró a Zoro– trae una buena lista de cosas que hacer.

–Ni que los bares a los que os he llevado fueran malos.

Ambos resoplaron a la vez que se cruzaban de brazos y negaban con la cabeza. Como siempre, resultaban de lo más histriónicos.

–Oye, ¿y de ligues? –se interesó Yosaku–. ¿No te ha surgido nada en lo que llevas aquí?

–¡Ja! Surgir seguro que le ha surgido. Pero este no está hecho para sentar cabeza –bromeó Jhonny–. Entre lo que trabaja y su mal carácter dudo que haya encontrado a alguien que le aguante.

Zoro le entrecerró los ojos con mosqueo, pero se guardó de decir algo. Mal hecho puesto que eso provocó la sospecha

–¿Te pasa algo? –preguntó Yosaku–. Es raro que no le devuelvas la puya.

–Tampoco tengo que hacer caso a cada estupidez que me dice.

Sus dos amigos se intercambiaron una mirada. Zoro suspiró por la nariz, si no decía algo no se iban a quedar tranquilos.

–Estoy con alguien. Llevamos más de miedo año.

Yosaku estaba bebiendo en ese momento de su café, lo escupió entero. La reacción de Jhonny no fue mucho más sutil.

–¿¡Qué, qué!? –llenó la cafetería con su sola voz, y la cabeza del peliverde puesto que le estaba gritando al oído–. ¡Pero si hacía años que no tenías una relación seria! –también volvió a a ducharle con su propia saliva.

–¡Deja de escupirme en la jeta! –le apartó la mandíbula de un manotazo.

–¿Y cómo es? –siguió Yosaku con entusiasmo–. ¿Tienes alguna foto? Ya podrías habernoslo presentado.

–Cierto, ya te vale. En la universidad bien nos metías en todos los planes a cada tipejo de turno.

–Yo no hacía eso –se defendió.

–Anda que no –hablaron los dos a la vez.

Lo niveles de irritación de Zoro se subían como el azúcar en un diabético después de zamparse una tarta de bodas merengada.

–Es igual, no tengo fotos suyas y aunque hubiese querido no habría podido venir.

–¿Y eso por qué? –le tono se tornó un poco acusatorio.

–Porque sí.

Entre los dos amigos se manifestó un deje de extrañeza y preocupación que se transmitieron en una elocuente mirada el uno al otro. Volvieron a dirigirse al peliverde, empezó Yosaku;

–¿Estás bien con ese tipo?

Zoro tuvo que dar un repullo.

–Sí –respondió con un aire demasiado inseguro–. Sí, claro que sí.

–Entonces, ¿por qué no nos lo has presentado? –siguió Jhonny–. ¿por qué no nos has hablado de él hasta ahora? Y con "hasta ahora" no me refiero a estos días, sino a todo el tiempo que lleváis juntos.

Se agobió. Tuvo ganas de levantarse e irse, pero aunque esa opción fuese viable solo empeoraría ese interrogatorio.

–No lo entenderíais.

–Prueba a ver.

Alternó la mirada con uno y con otro. Quizás se merecieran saber la verdad, quizás... Inspiró antes de hablar.

–Está casado –dijo por fin–. Con una mujer. Por eso llevamos una relación discreta. Sólo nos vemos los fines de semana que no tengamos ocupados.

Se hizo silencio en la mesa. Durante tres segundos que en sus mentes se hicieron como tres minutos.

–Será una broma, ¿no? –se atrevió a decir Jhonny consiguiendo contenerse. La siguiente frase no lo pudo tanto–. ¡Se te ha ido la puta cabeza!

–Jhonny –le llamó Yosaku–, calm...

–¡No me digas que me calme! ¿Te das cuenta de lo que nos acaba de soltar? –miró a Zoro directo a su pupilas–. ¿Qué mierda te has metido en las venas para pensar que era una buena idea?

–Oye, tío, ¿de qué vas? –se contrarió Zoro con ofensa.

–Una relación seria con hombre casado... –soltó una risa seca–. Es de coña. ¿Te ha soltado el cuento de que si le das más tiempo dejará a su mujer o es que piensa invitarte a sus bodas de plata?

–¿En serio nos estas juzgando? No le conoces, no sabes como es él ni sus circunstancias. Y en cuanto a mi: soy completamente libre de estar con quien me plazca. No estoy haciendo nada malo.

–Tampoco es que sea para darte una medalla.

–¡Basta los dos! –los detuvo Yosaku con las palmas alzadas en son de paz–. Déjame hablar a mi un momento –le pidió a Jhonny y se dirigió a Zoro. El peliverde notó como medía sus palabras–. Aunque no te lo parezca estamos preocupados por ti. No es la primera vez que te haces esto.

Zoro mostró una mueca, primero de fastidio y después de incomprensión. Jhonny, más tranquilo, volvió a tomar la palabra:

–Mira, siempre ibas con una tía de turno de acá para allá, te buscabas una nueva como si fueran pañuelos de papel. Cuando pasaron a gustarte los tíos, lo admito, me quedé a cuadros, pero pensé "oye, a lo mejor es eso lo que necesita, bien por él", ¿no es así, Yosaku? –su compañero asintió–. Pero no cambiaste nada, todos eran de usar y tirar, igual que con las tías.

–No entiendo que tiene que ver con el puteo que me estas echando.

Jhonny y Yosaku se miraron una vez más. El segundo fue el que contestó:

–Zoro, llevas así desde que Kuina murió.

El peliverde abrió los ojos, una pequeña presión tocó su pecho.

–Entendemos que no quieras meterte en otra relación como la que tuviste con ella, pero tampoco queremos que te hagas daño a posta. Y lo de irte con un tipo casado parece que van por ahí los tiros.

Tanto Yosaku como Jhonny siguieron exponiendo sus ideas, a penas se guardaban el turno, se pisaban el uno al otro. Zoro a penas podía entenderlos, no quería. Rió entre dientes.

–Vaya, así que era eso –dijo en un tono bastante despreocupado–. Haber empezado por ahí, par de imbéciles. Que me quiero hacer daño a posta... Valiente tontería. Es verdad que desde Kuina ésta es la relación más larga que he tenido, pero eso no quiere decir nada. No planeo seguir así el resto de mi vida, sería absurdo. Sólo... Sólo me gusta pasa algún rato con él, ya está, no hay ningún motivo oscuro detrás. Cuando se acabe se acabó, sin dramas de por medio, os lo aseguro.

Sonreía confiado, pero la placa que colgada de su cuello se hizo diez veces más pesada.

 

 

 

Desde los altavoces se dio el aviso para subir al tren.

–Bueno, habrá que irse –se colocó Jhonny la mochila al hombro.

Los tres amigos se observaron, incómodos por la conversación de hacía solo un instante.

–Siento que haya terminado así la cosa –se disculpó Yosaku.

–Sí, yo también –le siguió Jhonny, aunque mirando para otro lado.

Zoro se obligó a mostrar una media sonrisa. Se encogió de hombros.

–Ya os pasaréis otra vez por aquí, o iré yo

Yosaku le dio un abrazo, sin decir nada. Al apartarse, con un par de palmadas en las espalda, Jhonny hizo lo mismo.

–Cuídate, aunque solo sea un poco.

–Lo haré. Iros ya antes de que perdáis el tren y tenga que aguantaros quién sabe que tiempo más.

El altavoz dio el último avisto, tanto Jhonny como Yosaku se lanzaron a la carrera. A veces se giraban para volver a mirar a Zoro y despedirse con la mano alzada. Él, por su parte, también alzó su mano y mantuvo todo lo que pudo su sonrisa. Luego, cuando no los vio más, bajó el brazo, su expresión quedó neutra y sus ojos perdidos en el infinito. Se dio la vuelta para permitir a sus pies tomar el camino de vuelta a casa.

Llegó al apartamento, vacío y oscuro. Lo sintió extraño, se sintió forastero en aquel lugar. Sacó una cerveza de la nevera y se bebió más de la mitad de un solo trago. Al terminársela tomó otra.

Se tiró de cara sobre el sofá, casi inerte. La presión de su pecho no daba tregua. Se agarró la placa que traía de colgante, la aferró con tanta fuerza que de haber tirado lo más seguro es que la cadena se hubiese partido.

Su móvil vibró dentro de su bolsillo del pantalón, consiguiendo por un segundo que no se perdiera en si mismo. Lo sacó y vio que tenía un mensaje, de Luffy; el chico le mandaba fotos con Law, él medico se mostraba ofuscado en la gran mayoría, pero era evidente que estaba contento. Una débil y espontánea risa subió por su garganta, pulsó la tecla de "volver" para cerrar la ventana, le aparecieron los contactos con los que se había mensajeado recientemente. Encontró el de Mihawk.

Su mente quedó en pausa mientras sus ojos no dejaban de leer una y otra vez su nombre. Su dedo volvió a pulsar aunque no le hubiese dado ninguna orden consciente. Se incorporó y miró la ventana abierta, lista para que él le escribiera algo, cualquier cosa, lo que fuera.

¿Vendría? Se preguntó ¿Si yo lo llamara él vendría?

Sus manos temblaba mientras escribía el mensaje:

"Me gustaría verte hoy"

Lo mandó. Dejó pasar unos segundos sin que ocurriera nada. Después, Mihawk se puso en línea. Había leído su mensaje. Estaba escribiendo.

"Ya sabes que no. ¿No puedes esperar al fin de semana?"

Se le formó un nudo en la garganta, inspiró y expiró para deshacerlo en vano. Cerró los ojos un momento antes de contestar.

"Sí, solo pensé que querrías saberlo. Nos vemos el sábado"

"Hasta el sábado"

Fin de la conversación. Bloqueó el móvil. Se dejó caer sobre el respaldo, miró al techo. Eso era todo, hasta ahí llegaba lo que quisiera que tenían. Un poco de sexo entre la tarde del sábado y la madrugada del domingo. Nada más que eso. No eran íntimos, no podía contar con él. Estaba solo.

Quizás tengan razón, se dijo al rememorar la discusión con Jhonny y Yosaku, quizás solo quería hacerse daño a base de relaciones que sabía de antemano que iban a tener un mal final, de lo contrario era él mismo el que las despachaba. Como Ace. Ace había sido la primera persona en mucho tiempo que lograba que se sintiera bien con alguien y aún así...

Sin apresurarse, encendió de nuevo el móvil. Abrió la ventana de contactos; al empezar su nombre por la letra "a" estaba de los primeros. Necesitaba su apoyo.

Comunicó tres veces antes de que se lo cogiera, las suficientes veces para pensar que le iba a saltar el contestador.

–Ey, Zoro, ¿que tal? Descansando tu puente, supongo.

–Lo que se me permite –bromeó–. Un recurso humano como tú no se sabe el trabajo que tengo encima.

–Oye, ¿y ese ataque tan gratuito? –dijo falsamente ofendido–. Que sepas que yo me lo curro mucho.

–Sobre todo cuando despides a alguien.

–¡Sobre todo! –le siguió la corriente–. Tu sabes el peligro que corro cada vez que tengo que echar a alguien a la calle.

–Sí, me imagino, te tiraran sillas y mesas o activaran su chaleco bomba.

–Y esos son los menos peligroso. Hubo uno que llegó tarde a su entrevista de contratación y por más que le dije que se fuera a casa no se marchó. Ahora incluso hace artículos para Entrevistas y Competiciones el muy pesado.

Consiguió que se riera, que se riera de verdad y no de manera forzada.

–¿Me llamabas para algo?

–Te quería preguntar si nos vamos a tomarnos una cervezas.

–Te sientes solito sin Luffy, ¿eh?

–La verdad que un poco sí que se me está cayendo la casa encima, pero no se lo digas.

–Vale, vale –carcajeo–. Mira, ahora me pillas ocupado, pero esta noche salgo con Sabo, Marco y unos cuantos más. Vente.

Se le cambió la cara. En otro contexto no se hubiese negado, pero no era eso lo que quería. No quería salir de fiesta y fingir que todo iba bien delante de un montón de gente. Era superior a sus fuerzas.

–Uff... Sabes que no te diría que no, pero no me viene bien gastar toda la noche para mañana no poder moverme. Tengo dos artículos que entregar para esta semana.

–Podrías pasarte solo un rato.

–Qué va, me conozco demasiado. Y tú eres tan liante como Luffy. Seguro que acabo con los calzoncillos en la cabeza por tu culpa.

–Como si fuera algo malo.

Volvieron a reír.

–¿Seguro que no vienes?

–Seguro.

–Está bien. Te pasaré la dirección del local por si cambias de opinión, lo más clara posible para que no te pierdas.

–Yo no me pierdo, pero vale, gracias.

–Hasta luego.

–Hasta luego.

Ace colgó, él se quedó escuchando el pitido del teléfono un poco más antes de alejarlo de su oreja. Se tumbó una vez más sobre el sofá, boca arriba y con el brazo izquierdo tapando sus ojos. La presión en el pecho seguía, la cadena pesaba cada vez más. Aún con esas, logró conciliar un precario y desagradable sueño.

 

 

 

Despertó, sin saber si había dormido por completo o de manera intermitente. Miró la hora en el móvil, habían pasado dos horas. Resopló, aún se sentía incómodo, pero menos que antes, parecía que poco a poco conseguía hundir esos pinchazos que sentía. Se levantó y fue a la cocina una vez más. Se bebió otra cerveza y se preparó un bocadillo, no había comido nada desde el desayuno. Cuando terminó fue a por su ordenador, lo encendió e intentó trabajar, pero su cabeza todavía no estaba pera ello. Se rascó el cogote, a penas había escrito dos frases en más de tres cuartos de hora. Cerró el ordenador. Recordó que tenía algo de hierba en su mesa de noche, la que le habían traído de regalo Jhonny y Yosaku. El no solía fumar así como así, para eso prefería beber, pero tal vez le ayudara más que el alcohol.

Fue a por la hierba y en la misma mesa del salón se preparó el cigarrillo. Lo encendió con el mechero que sus amigos también había tenido el detalle de regalarle junto con el tabaco para mezclar. Dio la primera calada, dejó el humo llenara sus pulmones y saliera de su boca. El silencio se hizo más absoluto, pero más soportable.

Paso un rato corto. Sonó el timbre de la puerta, junto con dos golpes de nudillo. El peliverde la observó extrañado; se levantó con una queja, seguro que era uno de estos que iban puerta con puerta a venderte lo que sea. Encima un día de fiesta, deberían quejarse al sindicato.

Sus latidos se detuvieron de golpe al abrir.

–¿Qué haces aquí?

Plantado delante de él, apoyado en el vano de la puerta a la vez que recuperaba el aliento, como si hubiese corrido un maratón. Dos mechones negros de su cabello flanqueaban su cara. Le miró.

–"Solo pensé que querrías saberlo". ¿Quién va a creerse eso? –le reprochó como si hubiese insultado a su inteligencia. Mostró un gesto preocupado–. Sé que eres demasiado orgulloso como para pedir ayuda de manera directa.

Se había quedado sin palabras, a penas era capaz de creer que lo tuviera delante, en la puerta de su apartamento, para él, para él y para nadie más.

Los ojos dorados del mayor se desviaron a la mano del peliverde, donde aún sujetaba el cigarrillo de hierba. Zoro se dio cuenta, recordó lo que pasó en Londres; nunca había tenido la necesidad de dar explicaciones o excusas por nada que hiciera o dejara de hacer, pero se aturrulló, temió lo que pensara el otro de él, que se fuera. Comenzó a balbucear sin decir nada coherente.

Mihawk le tomó de la muñeca. Zoro se quedó quieto, hipnotizado por su mirada. El mayor recogió el cigarrillo y, para sorpresa del peliverde, se lo puso entre los labios. Dio una calada, el humo le envolvió con un aura extraña, atrayente. Le sonrió.

–Te aviso de que hace mucho que no fumo, no sé como puedo estar de aquí a un rato.

El joven se atrevió a sonreír también, sincero pero con demasiada tristeza cargada a la espalda.

–Te queda bien.

Y rió, pero su risa pareció más un sollozo, se tapó la boca y parte de la nariz, se fijó en cualquier punto del suelo. Mihawk le acaricio el pelo. Se miraron. El peliverde estuvo a punto de derrumbarse. Para evitarlo, enlazó sus brazos en el cuello del mayor y besó su boca.

–Entra –el susurró casi sonó a súplica–. No te quedes aquí parado.

Las caricias estaban más que empezadas para cuando llegaron en la habitación de Zoro. Con su espalda sobre la cama, el peliverde se aferró a aquel hombre, por nada del mundo quería que desapareciera. Que no sea un sueño, pidió, que no me haya vuelto putamente loco.

Mihawk le apartó la camiseta hasta dejarla a la altura de sus muñecas, le indicó así que dejara los brazos por encima de su cabeza. Recibió entonces, con los ojos cerrados, sus besos en la cara y en el cuello, roces delicados que bajaban y subían por todo su cuerpo. Notó como se desabotonaba su pantalón y lo bajaba por su piernas, con lentitud, con suavidad. El mayor acarició sus rodillas y subió por su cuerpo, calmado, respetuoso. Daba la sensación de que quería protegerle.

Zoro comprendió que algo iba mal, abrió los ojos y volvió la cara hacia el mayor.

–¿Qué haces? –le preguntó nervioso–. No estás como siempre –¿Por qué no le arañaba ni le mordía? ¿Porqué no le golpeaba o le tiraba del pelo? Ni siquiera le había quitado los calzoncillos.

Mihawk se divirtió ante la protesta del joven. Besó su frente, acarició su cara y sus cabello.

–Hoy no quiero hacerte daño.

Siguió conquistando de esa manera cada parte de su piel, con ternura, sin su típica lujuria desenfrenada. Zoro debió haberlo disfrutado, pero no fue así.

–Para –le apartó presionando sus brazos en el pecho del otro–. No me gusta así –logró decir con la voz entrecortada y leves tartamudeos, apartó su cara–. Hazlo como siempre.

Mihawk le observó callado. Volvió a sonreír; se apoyó con los dos codos a la altura de la cabeza del joven con intención de acorralarle, o tal vez de cobijarle.

–Que idiota he sido –su mano se posó en la mejilla del joven y, sin brusquedad alguna, hizo que le mirara de nuevo, acarició sus labios con el pulgar–. Es imposible intimidar a un guerrero ofreciéndole batalla –dijo y vio que el peliverde no le entendía–. Balbuceas, te sonrojas y tiemblas como hace dos años –Zoro contuvo la respiración–. Debería haberme dado cuenta, así es la única forma en la que te quitas tu armadura.

La mano que estaba en su cara bajó hasta su pecho, masajeó y presionó uno de sus pectorales. Mientras su boca fue a la curva el cuello de Zoro.

–Si te gustaba así solo tenías que decírmelo.

La cara le ardía como si tuviera fiebre, su cuerpo temblaba tanto que sentía que solo de ello se le revolvía el estómago. Cerró los ojos con fuerza, igual que la boca para que no salieran sus gemidos. Lo disfrutaba, pero no. No, no podía sentirse así. La presión del pecho tomaba fuerza. Pidió otra vez que parara, pero demasiado bajo, con demasiada distancia de tiempo entre una sílaba y otra como para que se le entendiera. No, no podía sentirse así para a la mañana encontrarse solo. No podía confiar en él, depender de él, depender de cada puta cosa que hiciera. No, no podía. No.

–¡Aléjate! –esta vez, el empeñón que le dio fue mucho más agresivo–. Te he dicho que no me gusta así –se incorporó cabreado para sentarse a la orilla de la cama. Se deshizo del amarre de la camiseta, de la cual hizo un gurruño y tiró al suelo con desprecio–. Si no eres capaz de entender eso te largas.

No quiso ver su cara. La habitación le oprimía, le asfixiaba; salió de ella y fue directo al cuarto de baño. Abrió el grifo y se echó el agua fría en la cara, tenía que espabilarse, tenía que volver a estar cuerdo. Cerró el grifo y se apoyó con ambas manos en el lavabo. Su cabeza permaneció gacha hasta que oyó sus pasos llegar.

Un miedo le inundó hasta arriba. El aire era demasiado denso para respirar. De reojo, se atrevió a saber cual era el gesto de Mihawk en ese instante. No lo pudo concretar, el mayor era una completa máscara de inexpresión. Devolvió sus ojos hacia abajo, se mordió el labio. En su cabeza se apareció una risa sarcástica. Ahora si que lo había conseguido, no sólo había roto aquel momento que podía haber sido tan perfecto, lo había mandado todo al traste. Se va a ir, pensó herido y resignado, se va a ir y yo no puedo hacer nada.

El joven fue rodeado por sus brazos, estrechado contra su cuerpo.

–No me voy a ninguna parte –le dijo a media voz–. Estoy aquí, tranquilo.

Fue el final. El interior de Zoro se derrumbó con una gran estruendo que nadie pudo oír. Dos cálidas lagrimas salieron de sus ojos. Apretó sus puños y cerró sus ojos con fuerza. El nudo en su garganta se incrementó hasta hacerle sollozar. Mihawk le separó para mirarle. Sus ojos amarillos imploraban porque le dijera lo que le pasaba, que le dijera lo que podía hacer por él.

–Nada –contestó con la voz quebrada–. No es nada –retrocedió y se sentó en la taza del váter, sus fuerzas se fugaban a una velocidad de vértigo–. Sólo es... –bajó la cara y se limpió las lágrimas, en vano, se le escaparon aún más. Con otro sollozo aceptó que había sido derrotado, se llevó una mano a la frente, otra al colgante–. No sé que hacer...

Pronunció entonces, por primera vez, la única verdad de todo aquello, la que infectada y purulenta contaminaba su pecho.

–La echo de menos.

Mihawk se arrodilló para volver a abrazarle. Zoro hundió el rostro en su hombro y se aferró a su camisa por la espalda. No había otra forma que esa para que el dolor no lo matase.

 

 

 

Estaban en la cama, al amparo de la quietud de la noche; Mihawk observaba la placa metálica que tenían en su mano, ajustada ésta todavía al cuello de Zoro que le abrazaba por la cintura y descansaba la cabeza sobre su pecho, ambos en ropa interior aunque no se hubiesen acostado. El peliverde, con los ojos cerrados, sentía las yemas del mayor pasar suave sobre la piel de su espalda.

–Tiene un grabado –dijo–. No me había fijado antes.

Sí, Zoro se sabía lo que formaban las líneas de surco de memoria. Una espada.

–Es la Wadou Ichimonji, una espada legendaria de una historia de "nosedónde". Se supone que pertenecía a una semidiosa o algo así, con ella se cargó a un dragón, salvó a un país... –hizo un pausa–. Kuina la admiraba, quería tatuarse la espada pero su padre no le dejó. Después ganó este colgante en un feria y pidió que le hicieran el grabado. Decía que se conformaría con eso hasta la mayoría de edad para tatuarse lo que le saliera –terminó es frase con nostalgia.

–Estabas muy enamorado de ella –pronunció con tanta ambigüedad que no se pudo saber si afirmaba o preguntaba.

Zoro pensó antes de volver a hablar.

–A veces intento imaginar cómo sería ella si todavía siguiera viva, cómo sería yo. Ella también quería ir a Grand Line, ser una periodista reconocida; tal vez ahora estaríamos compitiendo por ver quién lo conseguía antes –dijo un poco cómico. Se detuvo un segundo–. Aunque, una ocasión, la idea de quedarnos en nuestra ciudad tampoco se nos hizo mala. Ya sabes: desayunar sin prisas, tener tiempo libre, pasear juntos... –inspiró, expiró–. Pero bueno, hace dos años descubrí que me gustaban los hombres y, según alguien, al final queda claro que sólo te gusta una cosa; puede que lo que nos queríamos hubiese sido una fantasía.

La caricia de Mihawk seguía en su espalda.

–Las preferencias sexuales no tienen nada que ver con el amor.

El joven abrió los ojos, le miró.

–Que te gusten los hombres –explicó el mayor–. No quiere decir que no te enamores de una mujer.

Zoro curvó sus labios en una sonrisa, le dio un beso en los labios y se recostó otra vez. Se quedó dormido.

 

 

 

La claridad de la mañana entró poco a poco a la habitación, una brisa suave se colaba por la ventana entrecerrada. Zoro abrió los ojos con lentitud. Palpó la parte de colchón que tenía delante, sin encontrar a nadie, tampoco oía ni sentía algún tipo de respiración o calor a su espalda.

Se sentó en posición de loto, sin dejar de fijarse en ese espació que había en la cama ocupado por ninguna persona. Inspiró profundo, expiró con aspereza. La comisura del labio se le estiró hasta formar media sonrisa. Debía de aceptarlo, la situación no había cambiado para ninguno; esperar que se quedara hubiese sido demasiado egoísta, más de todo lo que había hecho por él durante esa recién pasada noche. Debía conformarse.

–Buenos días.

Se le cortó la respiración al escuchar su voz, suave, a su espalda. Le costó girar la cabeza, lo último que le faltaba era descubrir que estaba alucinando y que oía cosas. Cuando lo hizo, Mihawk sequía allí, despeinado, con un pantalón como única prenda de ropa, apoyado en su mesa de trabajo, al lado de la ventana mientras fumaba un cigarrillo industrial.

–¿Qué haces ahí? –eso tal vez no debió ser lo primero que requería preguntar, menos con tanta estupefacción que parecía que la presencia del otro le irritaba como unas almorranas, pero su cerebro medio dormido no daba para más; tampoco lo hubiese dado completamente despierto.

A Mihawk, por suerte, le entretuvo esa reacción.

–No te quería molestar con el humo –alzó un poco el cigarrillo–. Por cierto, lo he cogido del cartón que tenías por ahí, espero que no te importe. También he usado tu mechero.

–¿Pero tú desde cuando fumas? –otra pregunta en el mismo tono que la anterior.

El mayor resopló agotado.

–Desde que un niñato me dijo ayer que me quedaba bien –dio una calada y soltó una nube que se escabulló por la ventana–. Hacía más de veinte años que lo había dejado –dramatizó–. Eres una mala influencia –vio que Zoro aún mantenía su pasmo–. ¿Estás bien?

–Sí –eso creía–. Es que, desde que empezó ésto, nunca te habías quedado hasta por la mañana.

Mihawk sacó la mano para tirar la colilla a la calle.

–No podía irme sin más. Menos después de que me pidieras que me quedara.

–¿Qué yo qué? –se le alzó y agudizó la voz por si sola.

–¿Lo has olvidado? Quizás ya estaba a punto de dormirte.

–Espera, espera, espera –la cara se le estaba subiendo sus grados centígrados–. ¿Qué se supone que te dije?

–"Quédate" –contestó con simpleza y neutralidad–. "Si mañana me despierto y no te veo no creo que pueda soportarlo, quédate".

–¡Es imposible que yo haya dicho eso! –de haber podido su cara seguramente hubiese estallado–. ¡Lo has soñado! ¡Definitivamente lo has soñado!

–No creo.

–¡Aah! –se dio así mismo dos manotazo a la vez en la cara y se tiró sobre el colchón. Se dio la vuelta para que el otro no le observara con esos estúpidos ojos a los que no se les escapaba una mierda.

–Si no fuera porque sé que fui yo el que te la quitó diría que te comportas como una adolescente que acaba de perder la virginidad.

–¡Cállate!

Era ridículo, absolutamente ridículo; ante todo porque Mihawk se había quedado con una sola petición suya. Absurdo. Se había vuelto loco, esquizofrénico.

–Mihawk... –le llamó aún con dificultades para situarse–, hay un cenicero en el cajón, puedes traértelo a la cama. El tabaco no me molesta.

Lo siguiente que ocurrió fue un beso. Recuperaron con creces el tiempo de sexo que no habían tenido durante la noche, de todas las formas, tanto agresivos como suaves. Tenían que aprovechar lo que nunca habían tenido hasta ese momento: velos de la luz de la mañana dibujando sus cuerpos.

 

 

 

Mihawk se fue por la mañana, después de desayunar, ducharse y vestirse. Se despidieron en la puerta, con exagerada parsimonia e incluso un poco de pegajosidad.

–¿Estarás bien? –le preguntó el mayor entre beso y beso de despedida.

–Sí, ya sí. No te preocupes.

Después, Zoro se pasó el día como si estuviera en una nube. A veces se daba cuenta y se amonestaba a si mismo por ser feliz con que el adultero de su amante y él hubiesen preparado e ingeridos juntos el desayuno, pero no podía evitarlo. Cuando se cansó de luchar contra su propia alegría decidió que por un día podría permitirse no ser traicioneramente racional, lógico y desconfiado.

Por otro lado, a la tarde noche, llegó Law, con todos los bártulos del campo colgado a uno y otro hombro. A parte de que las ojeras habían iniciado conquista sobre su cara, parecía un cuerpo sin alma. Cuando Zoro, sentado a la mesa delante del ordenador, le saludó y le preguntó como le había ido, él médico se limitó proferir un lastimero gemido y andar los pasos que le quedaban desde la puerta al sofá, sobre el que se tiró de boca justo como el peliverde había hecho hacía poco más de veinticuatro horas.

–Veo que te fue bien.

–¿Has estado en el campo?

–Sí.

–¿Con Luffy?

–Antes tengo planeado otros deportes de riesgo.

–Pues añade a la ecuación a mi hermana –chistó–. Deberían ser ellos los que estén saliendo. ¿Hum? –se fijó en algo que había en el suelo, casi escondido bajo el sofá. Lo recogió–. ¿Un filtro de tabaco? ¿Has estado fumando porros?

–Eeeh... ¿Lo preguntas porque te molesta o porque quieres uno?

–Ninguna de las dos –resopló–. Me quitan el sueño cuando se me suben a la cabeza. Y ya ves como estoy.

–Para pasarte otro puente durmiendo.

–Sí... –bostezó– ¿Y tu que tal con esos amigos que tienes? –preguntó por cordialidad, no por que le importase.

Con sinceridad, Zoro se había olvidado de que la mayoría de eso días de fiesta los había pasado con Jhonny y Yosaku, se había olvidado de todo lo ocurrido en ese puente que no tuviese que ver con Mihawk.

–Bien, bien. Nos lo pasamos bien.

–Me alegro... –se estaba quedando dormido en el sofá.

Zoro, consciente del panorama, se puso de nuevo a trabajar, pero al escribir un par de palabras paró y miró de nuevo al médico.

–Law.

–Dime –le contestó entre somnoliento y molesto.

–Ayer vino el hombre con el que estoy. Ha pasado la noche aquí.

Su compañero de piso abrió los ojos. Con sobre esfuerzo inhumano, se sentó. Observó muy serio al peliverde.

–Te has acostado con él en mi cama, ¿verdad?

–¿Qué ? No, joder, ¿para qué voy a irme a tu cama teniendo la mía?

–¿Para que me cuentas que ayer vino tu novio si me importa una mierda?

Vale, pensó Zoro, Law tenía más sueño del que creyó en un principio. El médico no era de dormir, no le gustaba dormir, pero cuando lo necesitaba era como un niño chico con una pataleta. El peliverde se debatió si seguir adelante o no, pero era cierto que necesitaba su opinión; no era su amigo y tendía a juzgar las cosas con dureza y realidad.

–Está casado –confesó por tercera vez–. El tío con el que estoy está casado.

Dentro de toda su somnolencia, Law reaccionó. Se despertó un poco, aunque no dijo nada, se quedó callado analizando lo que acababa de escuchar.

–¿Qué te parece? –insistió Zoro.

El médico negó con la cabeza y se encogió de hombros indicando que no sabía que decir.

–¿No piensas que estoy mal de la cabeza o que soy un psicópata o algo?

–Por norma los psicópatas suelen estar mal de la cabeza.

–Tú ya me entiendes.

Law resopló.

–Yo no soy quién para hablar, he estado varias veces con personas con pareja, cada caso un mundo. Lo único que te puedo decir es que te estas buscando una complicación de más.

–Sí, lo sé.

–¿Entonces? ¿Esperabas que te dijera lo que tenías que hacer?

–No. No, no es eso. Es... –no sabía de que manera expresare–. ¿Te acuerda de la conversación que tuvimos tu hermana, tú y yo? Cuando le pediste a Luffy que te la chupara y él te dejó vendido.

–Sí, sí, me acuerdo de la conversación más o menos –le respondió cortante.

–Hablamos de lo complicado que es como novio, pero tú dijiste... dijiste que no había nada que hacer, que él es tu medicamento especifico –Law asintió–. Pues eso es lo que me pasa –se encogió de hombros–. Él me cura a mi.

El medico guardó silencio unos segundo. Luego, empezó reírse con un profundo cansancio. Se llevó la mano a los ojos y se presionó el tabique de la nariz.

–Somos unos grandes gilipollas.

Siguió riéndose y Zoro se contagió de esa risa. Tenía razón, habían ido a acabar con lo peores tipos que le convenían cada uno; ellos, que siempre habían intentado ser sensatos y pensar con la cabeza, ahora se veían enganchados a un desastre personalizado que podía colapsar más tarde o más temprano. Y sin embargo, de momento, las cosas iban bien.

 

Continuará...

Notas finales:

Me intriga bastante lo que pensáis ahora de los personajes después de los varios giros que han dado en este capítulo, la verdad xD Por ejemplo Mihawk, ¿seguís sin fiaros de él, os fiais un poquito más, os importa una polla? O Shanks, ha salido en una sola escena, pero ha sido claramente SU escena (yo no digo nada, solo me rió misteriosamente). Y Zoro, algunos me decís que es un idiota, y lo es, pero se han descubierto cosas de él. No sé, no sé... no suelo pedir reviews pero estoy deseando que me contéis xD

Después añado que he disfrutado mucho con Jhonny y Yosaku. Son personajes que aparecieron poco en el manga (teniendo cuenta su londgitud) pero a mi me hicieron mella. Hacía mucho tiempo que no los retrataba a un fic y me ha dado hasta un poquito de nostalgia (soy una perra mala con escoba pero hasta yo tengo mi corazón).

Nos vemos en el siguiente, que será dedicado a la parte de LawLu que quería contar en este capitulo pero por los motivos que dije antes he preferido hace en un capitulo aparte. Bye!

PD: no sé si estáis pensando que esto se está alargando demasiado y que la situación de Zoro y Mihawk es ya un poco coñazo; por eso aviso de que dudo mucho, bastante, que este fic se pase de los 25 capítulos (y 25 capítulos que a lo mejor son menos, pero cuento por lo alto por si acaso). Así que, irremediablemente porque yo con esta historia me lo paso pipa, anuncio que ya casi casi que llegamos al final ;)


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