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La cena de los idiotas por Sh1m1

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Severus no soltó la mano de Sirius en todo el trayecto, ni siquiera era consciente de qué pasillos estaban recorriendo.

 

Solo escuchaba su corazón, a mil por hora. Había bailado, había reído y había besado a Sirius en un entorno que para él siempre había sido hostil.

 

—Olvídate de todos, solos tú y yo—le había pedido Sirius cuando le notó tenso al sacarle a bailar.

 

 

Y le obedeció como si este mandara sobre sus emociones, ¿y no era que así lo hacía?

 

Cuando se pararon delante de una puerta, fue cuando se fijó dónde estaban. Y no lo reconoció, ¿un aula nueva?

 

Pero no era un aula, era una habitación en la que una gran cama reinaba en el centro.

 

—¿Dónde estamos?—preguntó sin entender cómo habían llegado a ese dormitorio.

 

—Donde nadie va a poder molestarnos—le besó Sirius.

 

No paró de hacerlo, y los besos de Sirius hacían que perdiera completa voluntad de sí mismo, se volvía blando y duro a la vez.

 

Pero esa noche era diferente, iban a hacer algo más que besarse. 

 

Se separó algo nervioso y vio como Sirius se acercaba a la cama. 

 

Se sacó la túnica de gala, revelando solo una camisa blanca y unos pantalones negros que moldeaban el cuerpo del moreno.

 

A Severus le costó tragar cuando este se empezó a desabrochar los botones superiores de la camisa. 

 

Solo había visto una vez esa porción de piel, tras un entrenamiento donde James y Sirius le habían pillado por sorpresa.

 

No fue capaz de evitar el hechizo que le hizo caer al suelo, ni los mocos de trol que lanzaron sobre su cabeza.

 

Cuando Sirius se agachó para reírse de él, fue cuando su uniforme de cuerpo desarreglado se abrió y le enseñó toda aquella porción de piel, hasta intuir un pezón oscuro. 

 

Ahora Sirius le sonreía sin aquel rastro de maldad, jugaba con sus botones y le miraba cargado de lo que ya intuía era deseo.

 

—Ahora tú—le pidió.

 

No estaban muy separados pero sí lo suficiente para poderse contemplar de la cabeza a los pies. Severus llevó sus manos al broche de su túnica, revelando las mejores ropas que él podía permitirse. Negras, como toda su ropa. No es que amara el color, era la única manera que su madre tenía de adecentar ropa que había perdido cualquier tonalidad original. El negro camuflaba todo, incluido a Severus.

 

Sirius le miraba ansioso por ver más, él se había desabrochado cuatro botones, por lo que Severus haría lo mismo.

 

Salvo que la piel que mostraba, no estaba a la altura de su compañero.

 

No había un pecho torneado, no había brillo en su piel. Los huesos hundidos de su pecho le conferían un aspecto enfermizo.

 

Nunca imaginó que se lo llegaría a mostrar a nadie. Y se sentía completamente indigno de Sirius por lo que prefirió mirar al suelo para no ver el rechazo que podría producirle.

 

Cuando acabó con los botones, no tuvo más remedio que alzar los ojos, el silencio en la habitación era denso, incómodo.

 

Cuando le miró sus ojos grises brillaban y sus labios estaban siendo fuertemente mordidos.

 

Sirius acabó de abrir su camisa, sacándola de su cuerpo. A pesar de saber que luego le tocaría a él, fui incapaz de no disfrutar con lo que sus ojos veían. Los pantalones caían sobre los huesos de la cadera de Sirius, marcando un surco que le arrebató en aliento, se moría por descubrir más de él.

 

Su turno llegó, y lo hizo lo más rápido que pudo, eso era lo que había, mejor no darle demasiado bombo, Sirius le miró sorprendido y se acercó a él.

 

Bueno, había sido bueno mientras duró, ya sabía que había muchas posibilidades de que aquello ocurriera.

 

La realidad le esperaba a la vuelta de la esquina como era lógico.

 

Miró a sus pies, porque una cosa era que lo esperara y otra que no le llenara de tristeza.

 

—¿Qué es esto?—preguntó Sirius, “esto es mi desastroso cuerpo” le dieron ganas de decirle, pero tenía ojos, no era ciego.

 

—Lo siento—¿Qué más podía decir?

 

—¿Cómo obtuviste estas cicatrices, Severus?—Aquello sí le hizo alzar la vista. Los dedos de Sirius le tocaron las señales en su cuerpo que él ya ni siquiera recordaba. Regalo de su padre, como el pecho hundido.

 

Nunca pudo curarse bien de ninguna de ellas, la magia estaba prohibida y los hospitales muggles también.

 

 

—Hace años, ya no lo recuerdo.

 

Sirius no dejó de acariciarle, se sentía bien, muy bien. 

 

—¿Por qué no fuiste a San Mungo?

 

—Mi padre es muggle.—No estaba mintiendo, pero la mirada de Sirius le decía que no le convencía. Agarró la camisa en sus manos e intentó volvérsela a poner.

 

—No lo hagas, me gusta mirarte.—Impidió que se la llegara a colocar. 

 

—¿No quieres que paremos?—preguntó sorprendido.

 

 

—No.—Fue tan rotundo que le impresionó, llevó sus manos a sus caderas acariciándolas, abriendo el botón de sus pantalones y haciendo que Severus dejara de respirar.

 

Estos cayeron al suelo, y su vieja ropa interior fue lo siguiente en salir de su cuerpo.

 

Desnudo completamente ante Sirius este se apartó para mirarle, ¿por qué tenía que mirarle tanto? Prefería sus caricias a la mirada que solo encontraría imperfecciones.

 

—Desnúdame—le pidió Sirius, eso le gustaba mucho más, emuló los movimientos, todo en Sirius era proporcionado, hermoso, apetecible.

 

Cuando bajó su ropa interior descubrió un pene duro y lleno, nunca había visto más que el suyo propio y no se parecía al de Sirius, a pesar de disfrutar con las vistas Severus ni siquiera de había puesto completamente duro.

 

 

Sirius le miró, y le besó, tan apasionadamente como había hecho esos días, y por primera vez desde que habían entrado en esa habitación Severus se empezó a sentir bien.

 

 

 

 

 

Sirius estaba muy excitado, ansioso, y también algo sorprendido.

 

Entre sus brazos, ahora en la mullida cama estaba Severus tan desnudo como él. Sin embargo este parecía más desprovisto de algo que le cubriera.

 

Sirius gozaba de su propio cuerpo, en todas las opciones que este le ofrecía. Su buena complexión física era una obviedad, de natural atlético el deporte solo lo había acentuado. 

 

Sabía lo que este provocaba en sus anteriores conquistas, y lo mostraba orgulloso.

 

Todo lo contrario de lo que ocurrió con Severus, ese evitaba su mirada cuando se quitó la ropa ante él. Las prendas eran de pésima calidad y el cuerpo que ocultaban era todo lo contrario al suyo. 

 

El pecho hundido y la postura algo encorvada además de una completa ausencia de músculo y un color ceniciento, eran escasamente deseables.

 

 

Severus estaba avergonzado de sí mismo, algo que hasta el momento Sirius no había contemplado. Se relamió los labios ante la sensación, era como si produjera miles de cosquilleos en su piel. Entonces fue cuando se fijo, las marcas sobre aquella piel grisácea de tonalidad más oscura, algunas circulares, otras arrugadas y con aspecto de antiguas. 

 

Eso no lo había provocado él, ¿cómo las había obtenido? ¿Qué o quién le había hecho eso?

 

La ira que sintió fue más intensa de lo que esperó nunca, y notó como Severus le mentía, era tan obvio.

 

Tan evidente que aquello era algún tipo de maltrato que no sabía como sobrellevarlo.

 

Por muy cruel que ellos hubieran sido, nunca le habían hecho daño físico.

 

Pero esto hablaba de otra persona que dominaba a Severus y aquello no le gustó lo más mínimo, él era suyo y acabaría descubriendo qué sucedió.

 

Cuando le preguntó si quería parar estuvo tentado de decirle que no hasta que sus marcas eclipsaran a las que ya tenía, que su piel era suya y de nadie más.

 

Una mirada triste, la antesala de lo que más tarde llegaría, le instó a continuar. Le desnudó dejando de lado tanta parafernalia, lo que tenía abajo no era mucho mejor que lo que había arriba, pequeño, grisáceo, y aún así calentó completamente a Sirius.

 

Le pidió que hiciera lo mismo, y le mostró cuán excitado estaba, había estado con varias personas a las que había puesto directamente de rodillas a chuparle.

 

Y la idea de hacer aquello con Severus, de tenerle agarrado del pelo, mientras le hacía tragar sin piedad hizo que su pene brincara.

 

Pero aún no era tiempo para ello, con él sería todo lo suave que nunca había sido, quería que confiara en él, que se abriera a él, que acabara aún más perdido por él. Le besó, y le arrastró a la cama.

 

Lo tumbó y acarició haciendo que su miembro se excitara, el suyo clamaba por atención, por encontrar algún tipo de calidez.

 

Se separó para mirarle, su pelo anudado era ya un completo desastre, pero le conferí un toque salvaje, sus ojos estaban llenos de deseo, y su respiración estaba completamente agitada.

 

Sirius se colocó encima, Severus abrió sus piernas dándole la bienvenida, y Sirius tomó sus manos, sobre su cabeza. Entregado, expuesto, suyo. 

 

Hermoso, así era como se veía en esos momentos Severus, hermoso. Sirius se frotó suavemente contra él, los toques eran imprecisos, los huesos de la cadera se le clavaban, pero aquello no era nada comparado con el toque de ambos miembros que parecían estar al rojo vivo.

 

Así es como se encontraba él viendo como Severus jadeaba con cada fricción, como abría más las piernas. Sirius se bebía aquella imagen.

 

—¿Estás preparado?—Era evidente que sí, que en aquel momento, Severus estaba completamente a su merced y preparado para él, pero quería oírselo.

 

 

—Sí—pidió, Sirius fue incapaz de no besarle.

 

 

Soltó sus muñecas, descendió con una de sus manos, por el cuerpo de Severus. Este reaccionaba a cada toque, a cada caricia. 

 

Llegó a su entrada, y él mismo se estremeció de anticipación, le acarició, masajeó los músculos prietos que iban a dejarle entrar sin ninguna pega. 

 

Nunca se había tomado muchas molestias en preparar a nadie, y sabía que incluso había sido rudo alguna vez. Pero el propio deseo de Severus era un potente afrodisiaco para él, introducir su dedo en él de un modo suave, casi gentil, le llenó de asombro incluso a él.

 

 

Severus abrió mucho los ojos, sin dejar de mirarle, él le susurró calma, besó sus labios, su mandíbula y se relajó, lo notó en la facilidad para moverse dentro de él, para no necesitar mucho para introducir otro. Apretado y cálido le dilató, Severus jadeaba, y Sirius no podía esperar para meterse de lleno en él.

 

Su propio pene seguía frotándose deseoso contra Severus.

 

—¿Confías en mí?—preguntó alineándose contra su entrada vacía para él.

 

Severus le miraba con aquello ojos suyos tan oscuros, tan intensos, y en ese momento supo que era suyo como nadie lo había sido antes. Que aquello que estaba por suceder no era un polvo más. 

 

 

—Completamente.—Sirius no esperó, no podía, se introdujo despacio sin dejar de mirar a Severus, embargado no solo por la excitación por la opresión, se estaba metiendo mucho más hondo que nunca en su vida.

 

Severus tenía los dientes fuertemente apretados, pero no se quejó en ningún momento. Solo le engullía dándole cobijo, había tanta entrega en él, nunca, jamás había sentido aquello antes.

 

Cerró los ojos, él mismo estaba desbordado. Se estaba perdiendo, aceleró el ritmo, solo quería acabar, tocar el cielo del orgasmo.

 

 

—Sirius—gimió Severus reclamando que volviera a él, y fue incapaz de no hacerlo, cuando abrió sus ojos; cuando le envistió con todo lo tenía; cuando se sintió temblar y no era por el simple placer en su cuerpo. Severus gritó llegando al punto de no retorno, Sirius se vio atrapado en su manos, en su mirada, atrapado en él.

 

Y él mismo acabó en su interior.

 

Los oídos le zumbaban, el corazón también, se sentía raro en su propia piel, aún clavado, aún siendo acariciado por Severus.

 

Sintió pánico. Pánico por lo que acababa de experimentar, pánico porque allí, entre sus piernas se daba cuenta de una cosa que sobrepasaba al sexo. 

 

Que nunca más tendría algo así con Severus, ni su cuerpo, ni sus besos, ni sus sonrisas, ni las conversaciones que le habían hecho no sentir solo por primera vez en su vida.

 

 

Las manos de Severus le agarraron, le acariciaron el rostro, su cara plácida, saciada, el color de sus mejillas, la felicidad en su mirada.

 

 

—Te quiero—confesó Severus.

 

Sirius salió de Severus, de la cama, agarró su ropa, el pánico se había ido, ahora era puro terror. 

 

Porque ahora se daba cuenta de que él había caído en su propia trampa, y correspondía a ese sentimiento que acaba de poner sobre la cama el otro.

 

Sirius le quería, de un modo enfermizo, oscuro y necesitado, pero le amaba. Y su mundo no estaba creado para esa realidad.

 

Salió de la sala de los menesteres como alma que lleva el diablo, dejando a Severus sin entender nada de lo que ocurría.

 

Pero lo que ocurría es que su última broma había encontrado a una excelente víctima, a él mismo, enamorado de Severus Snape.

 


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