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La cena de los idiotas por Sh1m1

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Severus esperó a que Sirius volviera aunque supiera que aquello no iba a ocurrir.

 

Cuando lo vio salir corriendo supo que había hablado de más. Había estado controlando sus emociones demasiado tiempo, y estás salieron a borbotones de su cuerpo, ojalá se hubiera mordido la lengua para no decir las dos palabras que lo habían arruinado todo.

 

Sirius le había besado y acariciado como jamás pensó que alguien sería capaz de hacerlo, le había tratado suavemente y podía verse reflejado en sus ojos llenos de una belleza que bien sabía no poseía.

 

Pero lo había sentido, durante los días anteriores, y sobre todo aquella noche había sentido a Sirius suyo.

 

Se había equivocado.

 

Dejó la habitación con el corazón roto, algo que nunca había dejado que otra persona alcanzara. Le habían hecho daño casi en todo su ser, pero nunca había entregado su corazón, y ese dolor, era nuevo, y era duro.

 

Volvió a su sala común donde nadie le esperaba, subió a su habitación donde su compañero no estaba y casi lo agradeció, a pesar de que nunca le habló tenía por seguro que su cara era el reflejo de su corazón roto.

 

 

Casi no tenía pertenencias que guardar para su vuelta a casa, nunca había tenido muchas posesiones y aunque no le pesaba, en ese momento hubiera deseado tenerlas por el simple hecho poder entretenerse con algo que hacer.

 

Notaba todavía donde Sirius le había besado, donde sus manos le habían acariciado, le notaba aún dentro de él, una mínima molestia en su trasero, pero que le decía que había sido cierto, que no lo había soñado.

 

Pocas veces había llorado en los últimos años, como si las lágrimas se hubiera secado en su infancia. 

 

Su habitación no tenía ventanas, necesitaba respirar aire fresco, había pasado la hora del toque de queda. Pero era su último día y sentía que las piedras del castillo estaban cayendo todas sobre él.

 

Salió de nuevo, recorrió pasillos donde encontró a algún que otro compañero de vuelta. Nadie le veía, ¿cierto? Nadie le miraba y él único que lo había hecho en esos tiempos había salido huyendo de él.

 

—¿Habían sido sus palabras? ¿Su pésima actuación como amante? ¿Habría sido que la realidad abofeteó a Sirius? O quizás, y aquella idea le dolió, ¿era algo que irremediablemente iba a suceder desde el principio?

 

Sirius y él, era una completa locura, sabía que sus vidas nunca más se tocarían, él iría para abajo y Sirius solo tenía que pisar el suelo para impulsarse y despegar de una vida ordinaria.

 

Sabía que acabaría con Sirius marchándose, pero le hubiera gustado ver su sonrisa una última vez, incluso una mentira piadosa de que volverían a verse cuando ambos sabían que aquello no ocurriría.

 

 

Le hubiera gustado volver a besarle una última vez, olerle y recordarle.

 

Cada vez andaba más rápido a través de los pasillos, invisible, no era nadie. 

 

Llegó al patio principal, el aire, aunque cercano al verano era lo suficientemente fresco para hacerle sentir vivo.

 

Lo que le quedaba de trecho hasta llegar al mismo lugar donde Sirius le había besado por primera vez, pero allí no había nadie, solo la oscuridad de una noche sin luna.

 

Hacía años que no lloraba, pero las lágrimas salieron sin permiso, acaba de perder algo que ni siquiera creía poseer. 

 

Acaba de perder a su primer amor.

 

 

 

Sirius corría, la hojarasca se enredaba en su pelaje negro.

 

Había salido de la sala de los menesteres y había adoptado su forma animaga, era más rápida y necesitaba separarse de Severus.

 

¿Qué había hecho? ¿Cuándo pensó que aquella broma saldría bien para él?

 

¿Cuándo había creído que no tendría que pagar su propio precio?

 

Estúpido, estúpido, estúpido, se decía una y otra vez.

 

¿Cómo has sido tan estúpido para enamorarte?

 

Estaba agotado, paró y arañó el aire con sus fauces buscando oxígeno. 

 

Se transformó de nuevo, solo y lejos de Hogwarts, nunca había llegado tan lejos en sus escapadas. Tampoco tanto en su atrevimiento.

 

Recordaba la cara de Severus rota de placer, roto de amor, y la última mirada que le había dado llena de incomprensión.

 

Le había dejado tirado en aquel lugar sin una explicación, debería haberle dicho que solo era una broma. Que ellos jamás tendrían nada juntos. ¿Él y Severus? Era lo más estúpido que alguien había dicho alguna vez, pero ese alguien había sido él mismo.

 

Ahora la mera idea de no volverle a ver era dolorosa, nunca vio más allá de aquella noche y su última broma hacia la persona que más detestaba.

 

No había dado importancia a lo bien que se había sentido en todas aquellas semanas a su lado; las conversaciones en las que nunca obtuvo una reprimenda sino muda curiosidad. Su presencia constante, su mirada oscura reblandecida de a poco. Su humor oscuro, y sus pequeñas muecas que habían resultado ser sonrisas.

 

Severus le hacía sentir bien sin tener que castigarle, sin bromas ni ataques. ¿Cómo no se había dado cuenta de que aquello no había sido algo unilateral?

 

Escuchó la voz de Remus sermoneándolo y le hastió tremendamente; sí, lo sabía era un egoísta que solo pensaba en él, pero no en lo que sentía. Creía que su mayor placer vendría de la humillación de Severus, y no fue así. Su mayor placer provenía del pequeño Slytherin en cualquiera de sus formas.

 

Él era su fuente de placer, de dolores de cabeza, de tranquilidad, y desasosiego. Siempre había sido así, y él, ciego ante algo que no podía comprender, se lo había cargado.

 

Ahí estaba su mayor virtud, destruir todo aquello que tocaba. Era su talento, siempre se lo habían dicho.

 

Miró hacia atrás, el bosque prohibido nunca lo fue para él. Tenía que volver con Severus, eso era lo único que tenía sentido, y le había dejado solo. ¿Qué sentía ante sus palabras?

 

“Te quiero”

 

 

“Yo también” pensó. Le quería del modo bizarro, posesivo del que no sabe amar, hasta ahí llegaba.

 

No era una broma y sin duda era la gran broma de su vida, conquistar un corazón al que había llegado a destruir por el mero placer de que fuera suyo, cuando tan solo de haberlo sabido antes, este se lo hubiera dado como lo había hecho esa noche.

 

Tardó en llegar a la escuela más de lo que como perro se había alejado, pero necesitaba pensar, calcular, tenía que explicarle por qué había huido.

 

Y llegó a la conclusión que debía decir parte de la verdad, que se había asustado al darse cuenta de lo que él mismo sentía.

 

Cuando llegó a la sala de los menesteres no había rastro de Severus, merodeó la entrada a las mazmorras, pero allí no había nadie y dudaba que le dejaran entrar.

 

En su habitación Peter dormía, y ni Remus ni James estaban allí.

 

Sacó el mapa para encontrar a Severus en su habitación.

 

“Mañana, mañana las cosas cambiaran, mi amor” pensó acariciando las letras del nombre que descansaba en las mazmorras.

 

“Mañana serás mío para siempre”

 

Notas finales:

Enfermo, esto suena a enfermo por todos lados. 

 

Las alarmas de mi corazón nacido para el fluff suenan, pero no voy a hacerles caso.

 

¿Quién me acompaña a sufrir?

 

Shimi


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