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La cena de los idiotas por Sh1m1

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Severus miraba la casa sorprendido, después de dejar la Hilandera precipitadamente, Sirius le había besado en la entrada de la casa que iban a ocupar.


 


La puerta roja les daba acceso a un apartamento de una sola planta, un dormitorio, una cocina, salón y baño.


 


Y Sirius le había dicho que era completamente de ellos, pero que con el tiempo tendrían algo mejor.


 


¿Algo mejor? Era imposible que hubiera nada mejor, un hogar, con Sirius, hubiera vivido debajo de un puente solo por estar con él.


 


Sirius le abrazaba por la espalda.


 


—¿Te gusta?—podía notar sus labios contra su cuello, y le hacía tener los pelos de punta.


 


—Es perfecto.—Apoyó su cabeza contra la de Sirius—Gracias por no olvidarte de mí.


 


Sirius se puso rígido y le giró dentro del abrazo.


 


—Jamás me olvidaría de ti, ¿me oyes?—Estaba tan serio que casi asustaba, pero para Severus era lo único que quería escuchar el resto de su vida.


 


Severus le besó, y sintió como Sirius le alzaba entre sus brazos.


 


Ese mismo día inauguraron la cama de su dormitorio.


 


 


Las semanas fueron pasando, y con ellas los meses, seis meses en los que por fin podía decir que era feliz.


 


 


Nunca, ni siquiera las últimas semanas en Hogwarts Severus había sido tan feliz. Paseaban por el barrio, Sirius le invitaba a cenar, aparecía con regalos, plumas, libros de pociones, incluso le había regalado su propio búho.


 


Pero Severus no quería ser un parásito, él también quería trabajar y hacerle regalos a Sirius.


 


Cuando lo proponía Sirius sonreía y le besaba.


 


—Mi mejor regalo eres tú, que estés en mi vida y que estés en casa cuando llego.


 


 


—Pero yo podría pedir trabajo en alguna tienda—jugaba Severus sobre su pecho—, podría pagar parte de esta casa y los gastos, podría tratar de buscar un curso a distancia en pociones avanzadas, siempre se me dio bien.


 


—¿Realmente necesitas todo eso?—No le gustaba cuando Sirius le miraba tan serio, sentía que le decepcionaba, como si necesitar algo más fuera quejarse de lo que él le daba.


 


 


—No... bueno—Severus se incorporó de la cama, en esos seis meses todas y cada una de las noches se habían amado como si fuera el último día.


 


 


Había temido que su padre le encontrara, pero estaba más que claro que nadie le buscaba. Estaba con Sirius y por lo que sabía él había sido expulsado de su familia, con ayuda de un tío había comprado aquella casa y trabajaba en una tienda de equipamiento para el Quiddicth. 


 


 


—Quiero estar todo el tiempo posible contigo.—Le besó y abrazó como si Severus en vez de buscar trabajo fuera a abandonarle.


 


—Pero yo estoy contigo, aprovecharé solo cuando estés fuera y nos veremos por la noche.


 


—¿Quieres irte? ¿Quieres dejarme?—¿Cómo podía pensar eso? 


 


 


Le abrazó con fuerza ante la mirada desesperada de Sirius.


 


—Nunca, no voy a dejarte nunca—prometió Severus. Y no volvió a sacar el tema en los siguientes meses.


 


Pero los día se le hacían monótonos, al menos hasta la llegada de Sirius.


 


Por curiosidad había tomado un panfleto de una escuela que mandaba las lecciones por lechuza, lo había dejado para hablarlo con Sirius por la noche, pero este lo había visto antes.


 


Nunca pensó que perdería los nervios de aquella manera, ni de que le estamparía su puño en la cara. Severus se escondió en la habitación, no entendía porqué Sirius había hecho algo así, él no era así, siempre era atento, le besaba, le cuidaba, le hacía sonreír. 


 


Esa noche Sirius se disculpó entre lágrimas, nunca le había visto llorar, y la imagen le rompió el alma.


 


Le prometió que nunca más pasaría, y Severus le creyó. Realmente lo hizo.


 


Si no fuera por el anuncio que vio en el Profeta hubiera olvidado la idea. El Ministerio ofrecía unas becas para los mejores estudiantes para varias maestrías. Estudió todo el tiempo que Sirius estaba trabajando y una mañana fue al Ministerio a hacer el examen.


 


El sobre en sus manos era la mejor noticia de su vida, una beca para una maestría en pociones.


 


Sirius no dijo nada, pero estaba de nuevo serio, le besó y le abrazó pero no habló en toda la noche.


 


Solo era cuestión de que asimilara la idea, seguro que más adelante se alegraba por él.


 


 


 


 


 


 


Sirius odiaba aquel trabajo, para ser sincero él tendría que estar sobre una escoba, no orientando a gente que no tenía ni la más remota idea de Quidditch.


 


Pero le pagaban bien y sobre todo se llevaba buenas propinas, un poco de encanto siempre hacía comprar de más a más de una bruja o mago.


 


 


Lo único que merecía la pena era llegar a casa y saber que Severus estaría allí. 


 


 


A veces, por las noches cuando este dormía contra su pecho la ansiedad le devoraba. 


 


Hacía meses le había propuesto buscar trabajo, seguir estudiando y el miedo de perderle, que dejara de necesitarle le asustó.


 


No lo había vuelto a proponer, no hasta que vio en la estantería un folleto de unos estudios por correspondencia.


 


 


Ese había sido un mal día, un en el que no quería volver  a pensar, porque todo se le había ido de las manos.


 


No se habían peleado en todos esos meses, y había acabado golpeando a Severus. Fue un golpe que los dejó a los dos mudos. 


 


Hacía mucho que su único propósito había sido hacer sufrir al chico que dormía abrazado a él, pero cuando supo lo que era amarle y que le amara, nada podía comparársele.


 


Había aprendido que sus vidas estaban unidas desde el primer momento en que se vieron. Desde que estaban juntos solo había visto sus sonrisa, sus ojos llenos de amor y felicidad, esa que le daba 100 años de vida cada vez que entraba por la puerta después de un día de mierda.


 


Pero la mirada dolida, el labio sangrando y el portazo de después le asustó. Porque él sin Severus no era nada.


 


Besó su frente, le había prometido que nunca más volvería a suceder y había cumplido su promesa. Pero Severus había llegado ese día más tarde que él, con un sobre y una sonrisa.


 


Le habían concedido una beca, no tenía porqué ir a ningún lado, y podría estudiar lo que siempre había deseado.


 


¿Por qué él en vez de alegrarse solo había querido incendiar la carta y prohibirle hacer nada?


 


¿Por qué no podían quedarse como estaban? ¿Por qué Severus necesita algo más?


 


 


Con él tenía más de lo que había tenido nunca; aquella mugrienta casa, aquella familia detestable.


 


Pero no había dicho nada y sentía que la felicidad de Severus, por primera vez no venía de su mano.


 


 


Volvió a apretarle contra él, besarle con desesperación, y hacerle una amenaza silenciosa.


 


No me hagas faltar a mi palabra. No me hagas tener que hacerte daño para que no te vayas de mi lado.


 


Severus se removió entre sus brazos aún dormido, buscando sus labios y besándolo; solo él sabía sacar lo peor y lo mejor de Sirius.


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