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La cena de los idiotas por Sh1m1

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Cuando Sirius despertó lo primero que notó fue que la cama estaba vacía, agudizó el oído queriendo escuchar a Severus en el baño cercano. Pero la casa estaba en completo silencio, antes de que el pánico cundiera y le constatara que lo peor había ocurrido salió corriendo hacia la cocina, el salón, pero no, allí no estaba Severus.


 


Una suave corriente de aire le dio en el rostro y lo supo, Severus había escapado. Por aquella ventana que había dejado sin cerrar. ¿Cómo había sido tan estúpido?


 


Maldijo destrozando todo lo que encontró a su alcance, no haría que Severus volviera, pero aliviaba mínimamente su angustia.


 


Se asomó a la calle que aún seguía a oscuras, no había rastro de Severus. Su abrigo, había desaparecido, pero no se había llevado nada más.


 


Desesperado y enfadado gritó en mitad de la noche, sus peores temores se habían hecho realidad.


 


Pero eso no iba a quedar así, no podía abandonarle, le encontraría y le haría volver, con él, allí, de donde no debía volver a salir en su vida. Miró la casa, vacía, oscura, fría; Severus se lo había llevado todo. Haría que volviera, costara lo que costara.


 


Las pocas luces que se mantenían encendidas estallaron cuando su magia se descontroló gritando su nombre a la nada.


 


 


 


 


 


Severus no miraba atrás, había llegado a correr para alejarse de la casa, de Sirius. Sabía que tenía que llegar rápido pero no conocía el transporte muggle y sin varita no podía aparecerse.


 


Desesperado por llegar a su destino se sorprendió cuando un inmenso autobús morado se paró frente a él. 


 


Por un momento esperó ver aparecer en su interior a Sirius, pero no, un hombre mal afeitado que ni le miraba abrió la puerta.


 


—Bienvenido al autobús noctámbulo para brujas y magos, el ticket son 11 sickles.


 


 


Severus miró a ambos lados de la calle, desierta, pero quizás fuera su única oportunidad, sacó las monedas que había cogido rápidamente.


 


9 sickles era cuanto tenía, por primera vez el hombre le miró, en su mano extendida las monedas y en su cara la completa desesperación.


 


El tiempo parecía no correr, pero sabía que lo hacía y corría en contra de Severus.


 


—Sube.—Y Severus no lo pensó dos veces, subiendo al autobús que salió despedido hacia delante en la noche.


 


Fueron dejando atrás el Londres que rodeaba a Sirius para salir de la ciudad y llegar a un lugar donde no pensaba volver nunca más. Esa noche lo hacía, y la suciedad y desolación de su hogar le daba de nuevo la bienvenida.


 


El autobús desentonaba en cualquier lugar pero en la Calle de la Hilandera lo hacía sobremanera.


 


Severus bajó y el revisor que le había dejado subir dio una mirada al exterior dejando mostrar el rechazo a ese lugar abandonado del mundo.


 


 


—Suerte—le deseó, la iba a necesitar.


 


Fue el único lugar al que se le ocurrió ir, solo había algo allí por lo que él volvería, y no era su padre, sin ningún tipo de dudas.


 


Solo esperaba que estuviera tan borracho que hubiera perdido el conocimiento y le dejara coger lo que había ido a buscar.


 


La varita de su madre. 


 


 


Su padre le había prohibido hacer magia, y la había amenazado con romper ese estúpido palo de madera, por lo que Eileen la había guardado, oculta de la ira de su marido.


 


Severus sabía dónde, y la necesitaba, solo esperaba que no hubiera desaparecido como lo había hecho ella.


 


Entró por la puerta trasera, por suerte estaba abierta y el olor rancio que acompañaba sus recuerdos infantiles le golpeó.


 


Al menos la casa estaba en quietud y silencio, tenía que llegar hasta buhardilla de la casa, la subida por las escaleras iba a ser una odisea. Aquel armatoste crujía bajo su peso a cada pisada.


 


Intentó no mirar nada a su paso, solo pendiente de la presencia de su padre si este aparecía.


 


Por suerte pudo llegar hasta la trampilla de la buhardilla, tiró de la cadena que la mantenía cerrada. El crujido le encogió el corazón, pero no lo dudó y se coló dentro.


 


El polvo y los objetos viejos casi no le dejaban respirar. Debía encontrar la caja donde la había visto. Se dejó guiar por el pulso mágico del objeto, así fue como la encontró por primera vez una tarde escondiéndose de su padre.


 


Era complicado concentrarse con su corazón cabalgando al galope en su pecho, pero lo sintió, muy débil pero allí estaba.


 


Cuando dio con la pequeña caja la sintió, y el corazón se le rompió, la varita almacenaba un leve rastro de la magia de su madre. Si un objeto pudiera parecer triste sería la varita que tomó entre sus dedos.


 


“Mamá” lloró su corazón.


 


La magia le reconoció, esa había sido su esperanza.


 


La agarró con fuerza, no había allí nada más que pudiera necesitar.


 


Salió cubierto de polvo y determinación, recorriendo el camino hacia la salida, por primera vez en todos esos meses se sintió seguro. Iba a conseguirlo, por eso cuando la mole oscura le bloqueó la salida apuntó con la varita a su padre.


 


—¿Pensabas irte sin despedirte, pequeña mierda?—El sonido de las viejas pesadillas reunidas en una voz.


 


 


Una vieja escena se repetía, pero algo había cambiado, él había cambiado.


 


Su madre ya no estaba, y parte de él había muerto en aquel año en los que sin saberlo había recorrido el mismo camino que ella. Ojalá se hubiera dado cuenta antes y hubiera podido sacarla de este infierno.


 


Pero no pudo, ya era tarde.


 


No había bajado la varita, pero aunque su intención era atacar a su padre, herirlo, matarlo, devolverle todo el daño que les había causado, fue incapaz.


 


No era un asesino, no era alguien capaz de hacerlo lo que ellos habían hecho.


 


La risa malvada de ese ser infernal le hizo temblar de rabia, su mano aún alzada.


 


—No eres nada, igual que la estúpida de tu madre, pero tú ya no vas a salir de aquí, tendría que haber acabado con los dos hace muchos años.


 


Las palabras salieron podridas de su padre mientras este le derribaba de un puñetazo, alzó su varita pero no sirvió de nada, el hombre había caído sobre él fulminado por una rayo verde.


 


Tras él, Sirius había lanzado a su padre un Avada Kedravra. Quizás se hubiera alegrado en otro momento, pero no fue así, los ojos homicidas de Sirius caían ahora sobre él.


 


Le había encontrado y no iba a matarlo, iba a encerrarlo para siempre en la cárcel de su amor.

Notas finales:

Le encontró.

 

Esta historia me está drenando la vida, pensaba acabarla hoy pero no quiero hacer un chimpún y largarme, así que tendrá que llevar su ritmo.

 

Hasta el próximo capítulo.

 

Shimi.

 


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