Lamentos
Sentado en el césped de los jardines, escondido de la vista de todos, incluso de la de Heimdall, Loki observaba la luna.
No podría decir en paz, ya que un montón de preocupaciones lo atormentaban continuamente.
Un frío atroz lo atravesaba, sentía que moriría.
Sentía miedo.
¿Acaso ser hijo de Laufey no lo convertía a él también en un monstruo? ¿Thor no lo odiaría por ser hijo de esas bestias que tanto aborrecía, un gigante de hielo?
Se tapó la cara con las manos. No soportaba la idea del rechazo de Thor.
Sentía nostalgia.
Desde que Odín (ya no podía llamarlo “Padre”), le había contado la verdad de sus orígenes, nada volvió a ser como antes. No quiso ver a Thor… temía que no lo viera como antes, lo único que le quedaba de él, su único consuelo, eran recuerdos, recuerdos felices y banales, pero que Loki guardaba en lo más profundo de su corazón, por temor a que también se los arrebaten.
Sentía odio.
Odio a que toda su vida fuera una mentira, odio a que lo hayan utilizado como una herramienta, odio por todo lo que le arrebataron, por lo que pudo vivir, por lo que no será… un odio tan profundo que le calaba la piel, los huesos, el alma, al igual que el frío intenso que lo invadía a pesar de que la noche era cálida.
Con sus manos, ahora teñidas de azul por sus inevitables genes, aún tapando su rostro, gritó.
Gritó con todas sus fuerzas, desde lo más profundo de su garganta, de su pecho, de su alma…
Gritó hasta que se quedó sin aire, sin fuerzas y sin voz.
Se destapó los ojos, húmedos por las lágrimas que no pudo contener. Su piel volvió a la normalidad: blanca y suave, aunque permanecía helada, fría como el hielo del que nació.
A pesar de todo, le dedicó una pequeña y triste sonrisa a la luna.
Una llama de calor y esperanza permanecía en su corazón, evitándole caer en la locura, en la desesperación y de la cual sacaba fuerzas para seguir día a día.
Abrazo sus rodillas y apoyo su rostro en ellas.
Un susurro se escapó de sus labios.
-Gracias, Thor…-
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Roces Secretos
No sabía por qué lo hacía.
-¡Ah! ¡Chris!-
Él tenía mujer y una hija. Se sentía egoísta.
Volvió a introducirse en su amante, robándole otro gemido que le recorrió la espalda en forma de escalofríos.
No sabía ni cómo habían llegado a esto.
-¡Chris!-
Se besaron, buscándose desesperados… se necesitaban.
Comenzó con miradas sugerentes, luego a sonrisas insinuantes, a besos furtivos y roces secretos.
-¡Sí! ¡Ah!-
No entendía cómo se había permitido llegar a esto… no debería estar haciéndolo, pero no podía evitarlo.
-¡Chris! ¡Ah!-
El orgasmo los sacudió a ambos.
Solo estaba seguro de una cosa.
Nunca había podido resistirse a esa piel blanca, ese cabello castaño, esos ojos celestes, puros, llenos de alegría, su risa, que siempre invitaba a reír con él, esa boca que nunca había resistido besar y esas hermosas manos que ahora lo abrazaban.
Debía dejar de hacerse el desentendido.
Él lo había amado desde el primer segundo en que lo vio.
-Te amo, Chris-
-Y yo a ti, Tom-