Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Las flores bonitas son para las personas bonitas por SayuYazawa

[Reviews - 13]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

¡YAY! ¡Mi primer fanfic aquí! >///< Por supuesto, un MinRon e///e ¡Cómo no! No hay suficiente de esta pareja tan hermosa por aquí, así que quiero contribuir a la causa XD 

En fin, espero que os guste el capítulo ^///^U

Una rosa roja significa “te quiero”. Un girasol significa “solo tengo ojos para ti”. Una dalia significa “gracias por estar a mi lado”. Todas las flores tienen un significado propio y único porque cada una expresa un sentimiento distinto y cada una esconde una frase distinta entre sus pétalos, irrepetible.

Cuando empecé a trabajar en la floristería de mi madre, no pensé que las flores me fuesen a gustar tanto. Prácticamente me eran indiferentes. Tan solo flores, muy bonitas algunas, sí, pero nada extraordinario. Sin embargo, mi madre me enseñó que las cosas que no se ven, a veces, son las más bonitas. Los sentimientos no se ven. La alegría no se toca, el amor no se huele, la dulzura no se oye. Todas esas cosas que no se ven y que quieres transmitirle a una persona silenciosamente están encerradas en las flores que le regalas. A veces, cuando estoy a punto de cerrar la tienda y nadie me ve, hago ramos enormes y me imagino que se los regalo a alguien… o que me los regalan a mí. Y me sonrojo solo de pensarlo.

Es irónico, pero nunca me han regalado una flor. Bueno, supongo que en realidad es algo normal, ¿no? A los chicos no se les suelen regalar flores. Son los chicos los que regalan flores a las chicas. Como ese cliente que viene todos los días… Nunca falla, siempre, a las doce en punto. Cada día sin falta, compra una flor distinta para su novia. Debe tener más o menos mi edad. Es alto, más alto que yo, moreno, delgado y tiene la piel tan blanca y fina que parece hecho de porcelana. Alguna vez le he rozado la mano al entregarle la flor y he podido comprobar que su tacto es tan suave que da escalofríos. Él es el novio perfecto. Cualquier chica desearía tener a su lado a alguien así, guapo y dulce, que le regale flores todos los días. Su novia es muy afortunada, sí señor.

Miro el reloj de pared distraídamente. Ya casi son las doce, debe estar a punto de llegar. Ni siquiera sé cómo se llama, pero me gusta verle todos los días, me he acostumbrado tanto que ya es como una de esas cosas que necesitas hacer diariamente para poder dormir tranquilo, como lavarte los dientes.

Llega una clienta. Es una señora mayor muy maquillada, con el pelo canoso y recogido en un moño alto y descuidado. Le vendo un ramo de claveles rojos y ya son las doce y diez.

Viene una chica joven vestida con un uniforme de instituto, que me saluda tímidamente y se entretiene un buen rato observando las flores y las plantitas de las macetas. Finalmente, me compra una orquídea y se va. Ya son las doce y veinte. Es raro que tarde tanto en llegar, siempre es muy puntual. Parece estúpido, pero por alguna razón me estoy empezando a poner un tanto nervioso. […] ¿Preocupación? Sí, bueno, un poco preocupado sí que estoy, supongo. Porque puede que le haya pasado algo por el camino o… no sé.

Sin embargo, sigo esperando. Ya es la una y no ha venido. Tampoco viene a la una y media. Y cuando al fin tengo que cerrar la tienda, a las dos en punto, tampoco ha venido.

[…]

Han pasado dos semanas y media desde que el chico dejó de venir. Todavía no me he acostumbrado del todo, no me quito la manía de mirar el reloj de pared cada cierto rato cuando se acercan las doce. Le echo de menos, siempre era muy amable y simpático. Me alegraba el día. A veces me hablaba distraídamente de su novia. Cómo era, las cosas que le gustaban, que a veces no entendía por qué se enfadaba… Y a mí me daba un poco de envidia, porque yo también quería que alguien dijese todas esas cosas bonitas de mí.

También solía preguntarme el significado de las flores, para escoger cada día una distinta y adecuada a lo que quería expresarle a ella. Y me escuchaba con atención y con interés, siempre.

Ah… He vuelto a mirar el reloj. Ya casi son las doce, pero hoy tampoco vendrá, obviamente, porque…

—Hola.

¿Eh? […] ¡Está ahí!

—¡Ho-hola, buenos días!—le devuelvo el saludo torpemente, sorprendido.

¡Ha venido! Ya había dado por hecho que se habría mudado o algo y que ya no le vería más por aquí…

—¿Qué flores me recomiendas para decir “gracias por cuidar de mí”?—me pregunta.

Me sonríe, como siempre. Una sonrisa cómplice, porque él también está acostumbrado a tener esta clase de conversaciones banales conmigo y porque supongo que a estas alturas ya ha nacido una especie de confianza extraña entre nosotros, al menos toda la confianza que puede haber entre un florista y su cliente sin llegar a nada más.

Ya casi se me había olvidado lo bonita que es su sonrisa. Sus labios son carnosos, pero no demasiado gruesos. Se los humedece y mordisquea de vez en cuando porque los tiene un tanto cortados y resecos. Tiene los dientes de abajo un poco montados y separados, pero eso le da un aspecto más tierno y dulce. Me gustan las sonrisas con imperfecciones.

—Las… las dalias.—respondo. Me alegro de verle. Demasiado, será mejor que no se me note mucho, sería raro.—Las dalias malvas son las que más se acercan a lo que quieres decir… Pero si quieres un color más vivo o…

—No, las dalias malvas están bien.—me corta.—A mi madre le gusta ese color.

¿A su madre? Pero… ¿entonces no son para su novia?

—¿Cuántas quieres?

—Un buen ramo, que se vea.—responde.—Son para su cumpleaños.

Entonces, ¿ya no le compra flores a su novia?

Me giro hacia la estantería y cojo unas cuantas dalias. Coloco cuatro muy grandes y llamativas intercaladas entre otras cuantas más pequeñas y las ato con un sencillo lazo rojo. Me quedo un momento mirándole antes de entregarle el ramo, tomándome la libertad de observarle de arriba a abajo con más detenimiento, pero sin ser demasiado obvio, sin descaro. Lleva el pelo liso pero despuntado, el flequillo apartado hacia un lado, como siempre. Se ha puesto una chaqueta de cuero negra, que lleva abierta dejando ver parte de su camiseta blanca, con el logotipo de una marca que no conozco.

Le tiendo el ramo por fin. Esta vez no alcanzo a rozar su mano porque tengo la sensación de que sería un poco forzado. Él toma las flores y toquetea un poco los pétalos, con cuidado de no dañarlos. Siempre hace eso.

—¿Cuánto te debo?—me pregunta, haciendo ademán de sacarse la cartera del bolsillo.

—Nada. Te las regalo.—le digo sin pensar.—Por ser un cliente fiel.

Y porque también quiero darte las gracias. Por volver por aquí.

—Oh…—parpadea, perplejo. Se rasca la nuca y esconde una sonrisa tímida, avergonzado.—Muchas gracias.

Acabo de regalarle un ramo de flores a este chico espontáneamente, como si fuese lo más natural del mundo. Genial.

—Pero tienes que prometerme que seguirás viniendo.—añado.

¿Por qué no pensaré las cosas antes de decirlas? ¡Cállate, Aron, cállate! ¡Dios mío, ahora parece que le esté tirando los tejos! Tierra, trágame.

—Te lo prometo, si tú me prometes que vendrás a tomarte un café conmigo esta tarde.

[…] ¿Qué acaba de decir?

Se muerde el labio inferior, inseguro. Yo me he quedado sin habla. Eso sí que no me lo esperaba.

—Sí.—y otra vez respondo de forma automática.—Te lo prometo.

No puedo evitar sonreír estúpidamente. Medio mes sin verle el pelo a este chico, del que ni siquiera sé su nombre, y cuando por fin se presenta me invita a tomar un café. Es surrealista. Surrealista y típico de una vomitiva comedia romántica americana. A mis hermanas les encantaría esto. Suspirarían como idiotas si se lo contase, exclamando tonterías como “¡es el destino, el destino quiere que estéis juntos!” Ugh. No, no voy a contárselo.

El chico vuelve a sonreírme con sus adorables dientes torcidos.

—Perfecto.—dice con voz suave.—¿A qué hora cierras?

—A las dos en punto.

—Vendré a buscarte.—me asegura.

Sin dejar de sonreír tenuemente, curvando los labios, se da la vuelta para irse con su ramo de dalias. Y entonces me doy cuenta de una cosa muy importante.

—¡E-espera!—balbuceo.

Él se gira de nuevo hacia mí, extrañado. Me mira, expectante.

—Que… que no sé cómo te llamas.—mascullo, avergonzado.

—¡Ah!—parece que él también acaba de darse cuenta. Se sonroja y se rasca la nuca.—Me llamo Minhyun.

Minhyun. Es muy bonito…

—Yo me llamo Aron.—me presento también.

—Entonces, nos vemos a las dos, Aron.

 

Y, en efecto, tal como él me prometió, nos vemos a las dos. Ha llegado diez minutos antes de lo acordado y espera pacientemente en la puerta hasta que termine de cerrar la tienda. Me abrocho la chaqueta hasta el cuello mientras camino hacia él. Todavía no me acostumbro al clima de Corea, ¡qué frío!

 —Hola.—no sé muy bien cómo saludarle.—¿Has esperado mucho rato?

—No, he llegado hace poco.—me responde.

Dos segundos de silencio incómodo y…

—Esto… ¿vamos?—dice él por fin.

Yo asiento y le dejo guiarme por la calle, porque no sé a qué café tiene pensado llevarme. No recuerdo que haya ninguno por aquí cerca. No hablamos mucho durante el camino, comentamos distraídamente el tiempo y mencionamos de pasada las flores de esta mañana, que al parecer le han gustado mucho a su madre.

Cuando al fin nos paramos, no puedo evitar mirar el rótulo del local con sorpresa. ¡Este sitio es realmente caro! ¿En serio que vamos a tomar el café aquí? Estoy seguro de que yo ni siquiera podría permitirme comerme un triste croissant en esta cafetería… Mi familia no está en situación de ir por ahí derrochando dinero en bollería de lujo.

Miro a Minhyun, esperando algún comentario por su parte, pero él ya está empujando la puerta de cristal para entrar en el local. Y yo no puedo hacer más que entrar tras él, bajando la mirada al suelo tímidamente. Nunca he estado en un sitio así, las paredes son tan blancas que parecen recién pintadas y están decoradas con distintos cuadros abstractos que no comprendo muy bien. La música que suena es muy suave y selecta, una mezcla muy agradable entre blues y jazz, ideal para crear un ambiente cálido y romántico a la vez que elegante. No hay sillas para sentarse, sino grandes sofás de terciopelo rojo rodeando pequeñas mesitas de café de cristal. Incluso hay cojines del mismo color. Solía pensar que esta clase de cafeterías solo existían en las películas y en las series de televisión.

—Buenos días.—una camarera nos saluda educadamente y nos anima a sentarnos en una mesa para dos.

Tomamos asiento en la mesa del fondo, uno enfrente del otro, sentados en pequeños sillones granates. ¡Oh, qué cómodo! Tengo que reprimirme un  poco para no rebotar sobre el cojín como lo haría si estuviese en mi casa. Aquí dentro tengo que ser formal y correcto, y más delante de Minhyun, que parece estar más acostumbrado que yo a este tipo de ambientes.

—¿Cómo te gusta el café?—me pregunta.

Tardo un momento en reaccionar, absorto en mis pensamientos.

—¿Mh…? ¡Ah, café...! Sí, me gusta… con leche, supongo.—trato de arreglar un poco mi torpeza con una sonrisa más torpe aún.

Pide, pues, dos cafés con leche a la formal camarera y esta se va, dejándonos a solas. Estamos un poco apartados del resto de mesas del local, porque esta es la única mesa para dos que había libre, lo cual aporta un ambiente todavía más íntimo si cabe, como si estuviésemos en una burbujita. No sé si eso me gusta o me incomoda. Creo que las dos cosas.

—¿Tienes hambre?—me pregunta de pronto.—Ah, debí haber pensado en eso, a estas horas seguramente tendrás hambre, ¿verdad?—frunce los labios, molesto consigo mismo.—Podemos pedir algo para comer también, si quieres, hay…

—¡No, no, estoy bien así, no hace falta!—le corto.—Yo suelo comer tarde, de todos modos, porque siempre espero a que mis hermanas vuelvan del instituto para comer juntos.

No quiero hacer que se gaste más dinero todavía. Ya me siento mal dejando que pague él los dos cafés…

Él frunce los labios, pero no me replica nada. No tarda en volver la camarera con nuestros cafés. Toco la taza con las yemas de los dedos. Quema un poco, pero la cojo con cuidado y me la llevo a los labios para probar el café. Mmmm… qué dulce… Normalmente, no suelo tomar café porque es demasiado amargo para mi gusto, pero este tiene un sabor tan suave…

Levanto la mirada, sin dejar de sorber discretamente, para mirar a Minhyun. Descubro entonces que él también me está mirando. Y, por alguna extraña razón, me veo incapaz de apartar la vista. Sus rasgados ojos oscuros me perforan, es una mirada atrayente y levemente insinuante que me deja sin aliento en cuestión de segundos. Es… es como si pudiese ver a través de mi piel, ¡y eso me pone muy nervioso!

Empiezan a temblarme los dedos y me atraganto con el café. Toso mientras dejo la taza en la mesa, poniéndome la mano sobre la boca. Tiene las pestañas tan largas y exuberantes que me hace preguntarme si llevará maquillaje.

—¿Estás bien?—me pregunta él, rápidamente.

Se inclina hacia mí por encima de la mesa. Curva las cejas de abajo a arriba en una expresión preocupada y levemente ansiosa.

Aunque ya ha dejado de mirarme de esa manera tan seductora y hechizante, es innegable que tiene unos ojos preciosos.

—Sí, sí, tranquilo…—poco a poco, dejo de toser.

Asiente y vuelve a su sitio.

—¿Está muy caliente el café?—me pregunta.

—No, solo un poco, está bien…—comento distraídamente mientras le doy vueltas a la cucharilla.

No puedo evitar seguir sintiendo que desentono aquí dentro. Voy vestido con la misma ropa con la que trabajo y apuesto a que también se me habrá quedado alguna que otra hojita enganchada entre los pliegues del pantalón. Estoy haciendo el ridículo.

—Me dijiste que te llamabas Aron, ¿verdad?—espera a que se lo confirme, esta vez sin mirarme directamente, concentrado en su tacita.—¿Es un nombre extranjero?

—Sí. Es que yo soy extranjero.—afirmo.

—¡Ah!—parpadea, sorprendido.—¿No eres coreano?

Niego con la cabeza.

—No, de hecho ni siquiera soy asiático.—le explico.—Mis padres nacieron aquí, pero yo soy de Los Ángeles. Por eso a veces me atasco un poco cuando hablo coreano.

—¡Pero si lo hablas muy bien! Hasta has conseguido engañarme.—ríe.

Pensé que sería todo mucho más incómodo, pero lo estoy pasando bien. Minhyun es un chico muy divertido y carismático, su risa suave y musical hace que me sienta más a gusto, y al cabo de un rato ya hemos ganado bastante confianza.  Él me cuenta que es de Busán y que, a pesar de que visita a su madre a diario, vive solo. Y nos acabamos el café mientras yo me quejo de lo pesadas que son mis hermanas.

Él paga ambos pedidos, impidiéndome ver la cuenta, cosa que me molesta porque me siento mal dejando que sea él quien pague todo, sabiendo cómo de caro está todo en este sitio.

Cuando salimos de la cafetería, nos quedamos parados delante de la puerta de cristal, uno frente a otro.

—¿Quieres que te acompañe a casa?—me pregunta de repente.

Doy un respingo.

—¡Oh, no, no hace falta!—me apresuro a responderle.—Vivo muy cerca, no hace falta.

Por alguna razón, no sé si quiero que vea dónde vivo… Me da vergüenza. Imagino que él vivirá en una casa bonita, con muebles bonitos y vistas bonitas. Si puede permitirse ir a menudo a ese café, como yo supongo por su natural manera de comportarse ahí dentro, es porque no debe vivir precisamente mal.  Así que no quiero que vea el destartalado edificio en el que vivo alquilado, con sus paredes descoloridas y sus escaleras sucias, llenas de chicles pegajosos que ya han pasado a formar parte de las baldosas.

—Está bien…—acepta. Se humedece los labios y se los mordisquea un poco, con aire nervioso.—Esto… yo… mañana volveré. A la tienda, quiero decir. Y compraré más flores.

Me es imposible ocultar mi felicidad durante unos cortos segundos.

—Estaré allí.—es obvio, ¡trabajo allí!

Cómo te luces a veces, Aron…

—Pues… hasta mañana, entonces.—sonríe de medio lado.

Minhyun está muy cerca de mí y me mira desde arriba. ¡Qué alto es! Ahora que estoy a su lado me doy cuenta de lo bajito que soy…

Por un momento, con sus profundas pupilas negras clavándose en las mías, me da la impresión de que está a punto de besarme aquí, en medio de la calle. Solo por un momento, porque eso ya sí que sería demasiado surrealista. Y yo ya he tenido suficiente de eso por hoy. Sí, al menos, por hoy…

Nos separamos un poco, me doy la vuelta y comienzo a caminar hacia mi piso tranquilamente. Creo que mañana voy a…

—¡Espera!

¿Mmh?

—E-espera…—repite, mientras pone su mano sobre mi hombro.

Yo me giro hacia él, extrañado.

—Mañana… ¿tienes algo que hacer mañana, después de trabajar?—me pregunta, sorprendiéndome.

Se me iluminan los ojos.

—No.

Notas finales:

Fin XD El siguiente capítulo será el último :3 Ya está en proceso, así que no creo que tarde mucho en terminarlo ^^ 

En fin, espero que os haya gustado >///< ¡Agradecería mucho vuestros comentarios! ...¿por favor? 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).