CAPÍTULO 1. El Primer Paso
Un joven de 18 años, tez pálida y cabellos negros, yacía sentado en el lugar que siempre le correspondía en clases, hasta delante cerca de la ventana, donde podía absorber toda la información que impartían los maestros sin las absurdas interrupciones de sus demás compañeros. Desde su lugar tenía una vista privilegiada del extraterrestre con pésimo disfraz que había sido su obsesión durante 6 largos años.
Dio vuelta a su cuaderno personal, en la pasta tenía adherido un calendario, tomó un plumín rojo y tachó el día actual. 1 año, había transcurrido un año desde la última vez que había estropeado un plan de Zim. Un año lleno de ansiedad, tranquilidad, ansiedad nuevamente y finalmente aburrimiento, no se había percatado hasta hace contadas noches de que su vida giraba primordialmente alrededor del extraterrestre. Al principio había hecho esfuerzos sobrehumanos para encontrar cualquier anomalía o pretexto para acusarlo de estar haciendo un plan malévolo perfectamente elaborado contra el planeta, Zim simplemente se limitaba a gritarle ¡MIENTES!, y continuaba realizando cualquier labor, al final, Dib simplemente se quedó sin pretextos ni excusas para dirigirle la palabra.
Ahí estaba Zim sentado, evitando cualquier molesta charla, evadiendo al mundo leyendo “Festín de Cuervos” de la saga “Canción de Hielo y Fuego”. A Dib no dejaba de parecerle sospechoso que Zim repentinamente desarrollara el gusto por ese tipo de lecturas, en especial si había sido escrito por humanos a los cuales consideraba retardados e idiotas. Pero una vez más, demasiadas cosas habían cambiado en Zim, parecía cada vez más interesado en llevar una vida normal. Incluso en algunas ocasiones el irken se presentaba en la escuela con ropas al puro estilo goth-punk, llamando inmediatamente la atención de todos. Pero eso sucedía muy de vez en cuando, era como si sólo experimentara, pues se veía más a gusto con su típico uniforme de Invasor, lo que sí había adoptado como parte de su atuendo, era una peluca similar a la anterior, pero con un corte más moderno y que le sentaba bastante bien.
Quizá Zim le había agarrado cariño al planeta con el paso del tiempo, y había decidido hacerlo su hogar permanente… ¡Que tontería tan grande! ¡No! Eso no era verdad, Zim era un Invasor del espacio que había venido hasta la Tierra desde Irk precisamente para eso… invadir, para eso existía su raza hasta donde él tenía entendido. Algo estaba mal, algo debía estar muy mal, Zim debía estar haciendo todo eso por alguna razón, razón que debía averiguar.
Dos de la tarde, fin de las clases, viernes… bendito viernes, era hora de ir con los amigos al billar, al Centro, al Cine, a cualquier lugar que estuviera lejos de ahí o de casa. Todos salían a prisa de las instalaciones con esa idea en mente, todos excepto Dib, que de cualquier forma no tenía amigos con quiénes salir a algún lado, él seguiría a Zim discretamente a donde se dirigiera, su base seguramente, de donde no saldría hasta el día siguiente, eso ya lo sabía, pero no importaba, repetiría la rutina y lo seguiría de todas formas.
Zim entró a su casa y él se quedó observando a la entrada desde el otro lado de la calle, sosteniendo en su mano lo que él consideraba su plan para acercarse nuevamente a Zim. Se quedó inmóvil en su lugar meditando paso a paso lo que haría, con Zim siempre había la posibilidad de un rechazo. Algo que no había cambiado en el Invasor, era su habitual arrogancia y marcado egocentrismo.
Cuando salió de su letargo el Sol había cambiado de posición, dos horas y media inmóvil, atrapado en sus pensamientos, ansioso, manos sudorosas contra la bolsa de plástico la cual contenía su grandioso plan.
¿Por qué estaba tan nervioso?, no era la gran cosa, lo había enfrentado en numeradas ocasiones en combates que lo habían dejado varias veces al borde de la muerte, pero hasta ahora Zim no lo había aniquilado, a pesar de que había tenido oportunidad de hacerlo, no lo había hecho aún, factor que lo intrigaba de igual manera. Eso le hacía pensar en el fondo, que había una mínima posibilidad de que su plan resultara, aunque la posibilidad fuera sólo de un 10 %, era un 10 % que no desperdiciaría.
Ahora sólo debía cruzar el patio de gnomos, eso lo ponía más nervioso todavía, si es que acaso era posible estar más nervioso. Tenía mucho tiempo sin pisar ese terreno, un año para ser más precisos. Tragó saliva, pasó sus manos por su cabello, incluyendo su mechón en forma de guadaña para asegurare de que todo siguiera en su lugar, con energía renovada caminó cautelosamente hacia la puerta, no hubo movimiento por parte de los gnomos.
Cuando finalmente relajó su paso y retomó una caminata normal, aproximadamente a medio patio, escuchó un ruido agudo, y de reojo pudo apreciar una luz rojiza que reconoció como un láser; en un movimiento rápido se dobló hacia atrás dejándose caer en su mano izquierda para evitar un tiro que sin duda alguna le habría perforado la sien.
Ni bien retomó su posición original, tuvo que brincar a un costado para evitar otro. Dar una maroma hacia atrás y un giro de costado para evitar los siguientes.
-Ahhhhh –gimió casi en grito cuando no logró esquivar uno más a tiempo, le rozó el brazo derecho, dejándole una herida cauterizada de colores negro y rojizo.
-¡ZIIIM! ... ¡ZIIIIIIIIM! –gritó presa del pánico. Corrió hacia la puerta esquivando otros cuantos láseres y comenzó a golpearla con desesperación, estaba fuera de forma por la ausencia de las batallas con su némesis, debía admitirlo. Miró con terror cuando los gnomos se enfocaron en su persona, cada uno de ellos lo tenían a tiro, sus ojos rojos brillantes listos para atacar, pero el ataque nunca se consumó.
-Hhmmm, sabía que atacarías en cualquier momento… DIB –acentuó la parte de su nombre como solía hacerlo-. Sabía que no me dejarías tranquilo, estúpido humano, pero Zim jamás baja la guardia ¡Jamás!… ¿Qué le pasa a tu rostro? ¿Por qué me sonríes así?
Dib no podía evitar sonreírle, estaba feliz de verlo, si no hubiera intervenido esos gnomos no habrían dejado nada de él, pero no podía decirse lo mismo de Zim, veía la ira formándose detrás de sus lentillas, los puños cerrados, la pose hostil.
-¿Acaso te estás burlando de mí?... Larva insignificante, cómo te atreves…
-¡No! ¡Espera! –extendió sus brazos mostrando las palmas, borrando la sonrisa de su rostro y tratando de calmar al extraterrestre-. Es que… me dio gusto verte, fue sólo eso.
Se expresó con sinceridad, tratando con todas sus fuerzas de que esa sonrisa no volviera a hacer aparición en su cara. Zim lo miró de forma neutral antes de que su expresión cambiara a su típico gesto, un ojo abierto y el otro entrecerrado.
-¿Eh? –fue todo lo que salió de su boca.
-Escúchame Zim, yo no venía con malas intenciones… es que, ahora que ya no estás intentando conquistar a la Tierra… -lo dijo con normalidad, olvidando que podría no ser cierto y que él estaba ahí para averiguarlo-, me gustaría ser tu amigo.
-¡JA!... no me hagas reír horrible saco de carne, Zim no necesita amigos. Lárgate de mi casa con tu patética vida antes de que cambie de opinión y deje que los gnomos continúen con lo suyo.
Retrocedió unos cuántos pasos, dispuesto a cerrar la puerta y finalizar ahí la conversación, pero Dib se adelantó tomando del piso la bolsa de plástico y presentándola extendiendo sus brazos.
-¡Tengo un regalo! –ofreció con rapidez antes de que la puerta se cerrará por completo.
Zim se asomó por la rendija que había quedado y observó la bolsa que sostenía, dudaba del contenido, pero no podía negar que le causaba curiosidad. Finalmente, después de dudarlo un poco, abrió la puerta, bloqueando el paso con su persona, dejándole en claro al humano que no era bienvenido en su casa.
-¿Qué clase de sucio truco es éste Dib-mono? –cuestionó con su típico gesto, no muy seguro de si debía tomar aquella bolsa o dejar que el Dib mostrara su contenido antes.
-Sin trucos, es sólo un obsequio, mira –acertando, metió su mano dentro de la bolsa para mostrar el contenido-. Te vi leyendo Festín de Cuervos, ya casi lo terminas así que te compré esto-. Extendió más sus manos para que Zim pudiera ver el obsequio claramente.
-Es el último que salió, Danza de Dragones –dijo el irken un poco sorprendido-. ¡Dame! -.Exigió gustoso extendiendo las manos para tomar el libro.
-Claro es tuyo –respondió tratando de contener su alegría, guardando sus ahora manos vacías en los bolsillos de su gabardina.
-¿Por qué me das esto? –preguntó aun no muy convencido de las intenciones.
-Ya te lo dije, quiero ser tu amigo, y los amigos se dan regalos- fue la simple respuesta mientras se encogía de hombros. Pudo ver el gesto de inconformidad de Zim ante la mencionada palabra, el irken no tenía experiencias positivas con la “amistad”.
-¡Hey tranquilo! No soy como Keef, eso ya lo sabes, me conoces.
Zim pareció relajarse ante esto y apretó su nueva adquisición contra su pecho, le echó una última mirada al humano.
-Bien, lo pensaré –dicho esto cerró la puerta de un portazo y todo quedó en silencio.
-De nada –dijo el chico con sarcasmo, aún no muy seguro de si todo había resultado bien, o había gastado su dinero por nada. Bueno, había dicho que lo pensaría, eso debía ser buena señal. Sin más se dirigió a su casa, donde revisaría la nueva herida en su brazo, una nueva marca en su piel, una más de tantas que el Invasor le había causado directa o indirectamente como en esta ocasión.
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A la mañana siguiente durante el almuerzo, no se sentó a la mesa con Gaz como era su costumbre, de cualquier forma su hermana estaba tan sumergida en su videojuego que seguramente ni siquiera se daría cuenta de su ausencia, y si lo hacía, era algo que simplemente no le importaría.
Caminó con su charola de comida en mano hasta la mesa de Zim, quien yacía solitario removiendo con su cuchara el extraño y espeso grumo blanquecino que se suponía era comida, mientras con la otra mano sostenía el nuevo libro.
Se sentó a su lado sin decir nada, Zim despegó unos momentos su vista del libro para mirarlo, pero enseguida sus falsos contactos se posaron de vuelta en la lectura.
-“Vaya, esto es como estar con Gaz” –pensó entre molesto y divertido entre bocado y bocado, su plato parecía no terminarse ya que Zim vertía ocasional y “distraídamente” el contenido de su charola en la de él.
-“Supongo que somos amigos… o algo así” –pensó satisfecho ante la situación actual, su regalo había sido aceptado al igual que su presencia… esa debía ser buena señal ¿no?, debía estar a un paso más cerca de salvar a la Tierra.
CONTINUARÁ…