TODO MENOS LA LLUVIA
PRÓLOGO: VOLVER Y NO VOLVER
Siempre había un momento para todo, y aunque aquél no fuera el perfecto, fue el que Sasuke usó para acercarse por vez primera a su lado desde el final de la lucha.
El campo estaba en silencio. Lo único que se podía oír a lo lejos era el traqueteo de cientos de tiendas, camillas y pasos. La lucha había acabado. Los vivos ayudaban a los heridos y recuperaban a sus muertos para honrarlos. Algunos lo hacían en silencio, otros conversando por encima, y muchos más lo celebraban con gritos de victoria y cánticos contagiosos.
Naruto se aferró a la raída capa blanca y se la acercó al rostro, sintiendo las gruesas y picantes lágrimas escocerle los ojos. Aún guardaba su olor, aún guardaba el olor del hombre que le había dado la vida, el hombre que se despidió de él con una sonrisa y el segundo “Te quiero” más sincero, puro e inocente que alguna vez alguien le había dedicado. También le dijo que su amor era para siempre, que él y su madre siempre estarían con él. Aunque no los viera, aunque no los oyera, aunque no los sintiera.
–Debo dejarte solo de nuevo– le dijo tocándole la cabeza, ese mismo cabello rubio que arrancaba destellos dorados del sol–. No estés triste. Quién sabe si volveremos a vernos.
–No lo estoy– había contestado llorando–. Estoy… feliz.
Pero Minato había captado la inflexión de su voz, Naruto estaba seguro de ello. La inflexión que…
–Las despedidas son duras, ¿Eh?
No lo había escuchado acercarse. O si, tal vez si, simplemente estaba demasiado pendiente de la capa blanca entre sus brazos.
–Con el tiempo todo se va.
Se puso en pie y pasó de largo por su lado, regresando al campamento. No tenía palabras, no las tenía ni para él, a quien quería decirle tantas cosas y a la vez callarse tantas…
–Tú padre era un buen hombre.
Las lágrimas le corrieron mentón abajo mientras corría como no lo había hecho en su vida para regresar a su lugar seguro. Un lugar en el que él no estaría, no de nuevo, no después de todo lo vivido…
–Perdonar es fácil, aprender a hacerlo de verdad ya no lo es tanto– el cabello rubio bajo la luna nocturna se tornaba plateado, y el azul cristalino de sus ojos en el negro más absoluto. Pero guardaba aún su pureza. Naruto se preguntó como lo hacía, repasando los horrores de su vida una y otra vez y contemplando la jaula que contenía su destrucción, proyectando sombras rojizas sobre los cadáveres que yacían a sus pies y que nadie aún tenía el valor de recuperar–. Sé por lo que has pasado, pero tu amigo…– le puso la mano en el hombro, estrechándolo. Su rostro dejó de lado la serenidad y se tornó triste. Naruto nunca pensó que vería esa mirada en el hombre que tanto admiraba y que le había dado la vida y la muerte–. Estar furioso es natural, y también lo es estar triste. Y contento. Pero hay que aprender a perdonar, dejar atrás el pasado y luchar por el futuro…
–Porque si no…
La mirada se dirigió a la jaula rojiza y macabra que se alzaba en mitad del campo. A sus pies se abría en abanico el campamento, y a lo lejos, las tiendas de campaña, que a esas horas estarían acogiendo a cientos de luchadores cansados y ansiosos y asustados.
–El odio te consumirá…
Nunca acabó la frase porque no tuvo razón para ello. Naruto y él mismo ya lo sabían.
–Debes amar, no odiar– continuó tras un silencio confortable–. Kushina me lo dijo una vez a modo de broma, pero sus palabras guardaban más sabiduría de la que nunca nadie podrá entender. Sasuke…– contuvo un respingo al escuchar el nombre en labios de su progenitor–… Sasuke– repitió, como si intentara abrir la herida al máximo para cerrarla y cicatrizarla a la primera–… ha pasado por mucho.
–¿Y yo no?– le gritó poniéndose en pie, sintiendo su voz temblorosa.
–Tú también– lo cogió de la mano, no del brazo, en un gesto íntimo, y lo acunó contra su pecho. No había corazón bajo aquel pecho, pero sí que había olor, un olor que lo colmaba de paz y seguridad, unos sentimientos que una vez había sentido y había perdido. Una, dos, tres veces–. Aunque tú has sabido salir adelante porque has tenido ayuda– le levantó el rostro y lo obligó a mirarlo, a aquellos pozos de zafiro fundido, tan puros y sinceros que casi dolían–. Ayúdalo, tú eres el único que puede.
–Sé que estás enfadado– le dijo apareciendo de improvisto por la noche en su tienda. Naruto no se volteó a mirarlo–. Lo comprendo y lo acepto, pero…– se silenció y pudo escuchar su respiración ajetreada, sus movimientos quedos y su chasquido de dedos. Solo lo había visto así una vez en su vida, sólo había escuchado aquel chasquido en una habitación vacía, con las olas bajo sus pies y a su alrededor…–. Necesito que me escuches.
–¿Y si no quiero?
La respiración se silenció. Los chasquidos se desvanecieron.
–Tenemos todo el tiempo del mundo…
Cerró los ojos y se aferró a la capa raída.
–¿Cuánto tiempo te vas a quedar?
Su padre volteó la vista hacia él, y por primera vez Naruto se dio cuenta que su mirada tenía el mismo color que el espejo le devolvía cada mañana. Aunque la forma de sus ojos era la de su madre, aquella mujer a la que se moría de ganas por abrazar de nuevo…
–No… lo sé– admitió tras una pausa, una inflexión que Naruto había aprendido a identificar–. Pero estoy seguro de que me gustaría quedarme más tiempo del que me den. Sea ese un día, una semana, una eternidad– alzó el brazo y lo cogió de nuevo de la mano. Lo acercó a él con una sonrisa y lo besó en la frente–. Me gustaría quedarme contigo para siempre, para toda la vida, pero ambos sabemos…
–Me gustaría que mamá también estuviese aquí.
–Lo está– la voz de su padre se tornó profunda y sentimental, cargada de sentimientos que Naruto aún no comprendía, o que comprendía demasiado bien por haberlos perdido sin haber tenido tiempo ni oportunidad para saborearlos–. Aquí– le tocó el corazón con un dedo, y una calidez agradable se extendió por todo su cuerpo–. Me hubiese gustado que la conocieras, Kushina hubiese sido la mejor madre y compañera del mundo.
–¿Le podrías decir algo cuando la veas de nuevo?– se separó de la calidez del cuerpo de su padre para mirarlo fijamente–. Dile que la quiero, que os quiero, que siempre os he querido.
Su padre asintió y lo besó de nuevo en la frente.
–Ahora duerme, hijo mío.
Sólo necesitó un par de caricias en el cabello para sumirse en el sueño más descansado que alguna vez había tenido.
–No has vuelto por mí, por eso estoy enfadado– lo dijo con voz relajada, que escondía una amenaza velada. Sasuke ni se molestó a contestar o a mirarlo, absorto como estaba observando el cielo desde la posición privilegiada que le concedía estar en lo alto de un pino.
–No he vuelto por ti– le contestó mientras Naruto subía por el árbol con pasos tranquilos, ya sin necesidad de pensar en que debía hacer, no como aquella primera vez que ambos lo habían intentado en los bosques–. Tienes razón en eso.
–¿Por qué lo hiciste?– tomó asiento en una rama más elevada. La vista desde allí era maravillosa.
–Por mi hermano– se hizo silencio entre ambos de nuevo–. Por mi hermano de sangre.
–Itachi, lo he entendido– refunfuñó, sintiéndose como un crío de nuevo.
–No lo digo por eso– la rama crujió al recolocar este el peso sobre ella–. He vuelto por mi hermano de sangre, pero me estoy quedando por mi hermano de corazón…
Se bajó del árbol de un salto y decidió volver a la tienda de campaña y a la túnica raída. Allí el corazón le dolería menos, y las lágrimas no serían ni la mitad de amargas.