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Taza de té por BunnyNoDanna

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Notas del fanfic:

Sé que debería estar escribiendo el cap de ''compromiso'' para quienes lo leen; lo siento ;0; no he podido tener inspiración para ese, pero ya pronto vendrá cap, lo juro por el ángel uvu si no me pongo a hacer un Malec antes ._.

 Bueno, este es un UsUk que se me ocurrió mientras veía un montón de imágenes de la pareja y escucha a Adam Lambert [si, no me inspire en ninguna canción pero él me inspira y tal ewe ].

 Serán dos capítulos porque este de por si es muy largo ewe entonces decidí dividir lo que Arthur ve y siente de lo que Alfred ve y siente~ así que el primero es de Al y el otro es de Arthur, pero ambos los narro yo buahaha C: no me gusta narrar en primera persona ewe

 En fin~ sin más que decir, espero les guste C: si les gusta recomiéndenlo a sus amigos, y si no a sus enemigos y que se jodan ewé 

Notas del capitulo:

El fic es largo como la muralla china ewe [ok, no tanto] pero si esta algo extenso [es lo más largo que he escrito en mi vida <3 soy tan feliz] espero no se harten/aburran y lo lean hasta el final y luego esperen pacientes la continuación C': 

En la mesita de al lado tenía una taza de té. Debería tener café como de costumbre pero ese día había optado por beber un poco de té. Hace mucho tiempo no bebía aquella infusión y empezaba a extrañarla… o solo extrañaba el recuerdo que esta evocaba. No sabía. Y no quería saberlo.

Llevaba varias noches despertando de golpe por los sueños que tenía. No había podido pegar el ojo más de dos horas seguidas. En sus sueños; él estaba solo, en una pradera de alto y seco pasto, tal y como lo vio la primera vez. Y el corría, corría como nunca había hecho para llegar hasta donde estaba. Le daba la espalda siempre en sus sueños, pero podría identificar esa espalda de entre un millón aun con la misma ropa y el mismo corte y color de cabello. Cuando llegaba tan cerca como para estirar su brazo y tocarlo, lo hacía. Se estiraba a él y desaparecía frente a sus azules ojos. Dejándole la mano extendida a donde había estado. Y era en esa parte donde se despertaba. Sintiéndose extrañamente vació y triste. Triste sobre todo.

Teniendo en cuenta su serie de sueños interrumpidos un café le hubiera caído mejor. Pero en lugar de eso, tenía a su lado esa humeante taza de té. El favorito del británico. No es que él se fijara en los gustos – cosa que si hacía. -  del que alguna vez fue como su hermano mayor y ahora solo era alguien a quien conocía. Que a penas y le miraba, con esos lindos ojos verdes aplastados por esas enormes cejas suyas. Pero que igual le gustaban, como todo en él. Incluso sabía cómo le gustaba preparar ese brebaje para beberlo. Crema y azúcar, ¿Quién le pone aun crema al té?

Dejo el librillo que sostenía y estaba leyendo sobre la mesa al lado de la tacita, que si no fuera muy raro ya, debajo tenía un plato destinado para esta, ¿Cuándo se había preocupado por la seguridad de sus muebles y del barniz de estos? Para sumar más cosas a la lista de ‘‘cosas raras por hacer en el día’’, la literatura que había dejado en la mesa no era lo que acostumbraba. Solía optar por una revista comic, con mucho color, acción, villanos y sobre todo; superhéroes. Esas superpersonas que él quería ser. Pero estaba vez no había dibujos coloridos y viñetas de ruido y voz. Había tomado – a saber porque estaba eso en su librero. – un tomo de la saga ‘‘Sherlock Holmes’’. Algo muy británico a decir verdad. Aunque también pudo leer Harry Potter. Él también era británico ¿No? Tal vez, alguien tan bajito, delgado y blanco como Harry solo podía ser un inglés. Y ese Harry era todo un héroe. ¿No había liberado a todo su mundo del malo? ¿Por qué disidió leer Sherlock? Tal vez que, para varías, el autor compartía nombre con la persona que le había estado dando vueltas alrededor de la cabeza como si fuera lo único que tenía por hacer – y es que en el mundo de su imaginación ¿Qué otra cosa iba a hacer? -. Un tal Arthur sabrá que más.

Arthur.

Sacudió la cabeza despejándola de esa insistente presencia del británico en su mente y tomo la taza del té sin mucho decoro. Le dio un sorbo y se quemó la lengua con la bebida aún caliente del interior. Dejo salir un jadeo y la volvió a dejar donde estaba. Era mucho Inglaterra para el en un solo día. Solo faltaba que empezara a oír a The Beatles y hablar el inglés con ese acento, que a muchas y muchos – el incluido. Claro.-  volvía locos. Loco. Así se iba a poner el si no tenía noticias del británico un solo día más. Sin oír su voz.

Desesperado empezó a buscar en el bolsillo de su pantalón de mezclilla que vestía. Una ficha para el auto bus, algunos centavos, pelusa, un chicle – masticado pero para su suerte en un papelito.- Busco en el otro bolsillo; más pelusa, un cupón de descuento en el Mc por una hamburguesa –sencilla, claro.- unas papas y un refresco. Nada en ese tampoco. Hurgó entonces en los bolsillos de su chaqueta. Las llaves de la casa – las había dejado allí. La noche pasada había salido y se había dejado las llaves dentro del suéter, algo menos de que preocuparse. – los audífonos de su reproductor de música, el aparato en sí y ¡Aja! Su celular. De forma casi automática entro al directorio de números. Él estaba hasta arriba, no conocía mucha gente con la letra A al inicio de su nombre –aparte de sí mismo. Sumando que a nadie realmente lo tenía por su nombre de pila. Solo apodos por los cuales dirigirse cómodamente a cada uno; Comunista, Nazi, Chico Pasta, Hermano Chico Pasta, Chino Japonés, El que sí es Chino de verdad.

 Arthur. El inglés le había anotado el número, si no en apodo tendría algo como ‘‘cejotas. ’’ O ‘‘La persona más malditamente sexy que he visto en mi vida a pesar de su flacucho cuerpo y sus horribles y enormes cejas. ’’Negó frenéticamente con la cabeza. Eso no cabía como nombre de un contacto. ¿O sí?

Arthur no era, en definición y por mayoría de votos, sexy. Tenía un menudo y delgado cuerpo blancucho, sin músculos ni nada que lo hiciera entrar en términos de ‘‘sexy’’ o ‘‘deseable’’. Tenía una bonita cara y bonitos ojos verde intenso, pero encima de esos bonitos ojos, como una corona encima de un vago – así de chocantes eran -  un par de enormes cejas. Se abofeteo mentalmente sabiendo que el encontraba todos esos horribles y poco deseables defectos como cosas hermosas y deseables.

Sin haberse dado cuenta su dedo le había traicionado y había dado a ‘‘Marcar’’, se había llevado el aparato al oído y al otro lado ya no sonaba el tono de espera. Era una voz en concreto que le habla. Su voz.

— ¿Alfred? Maldita sea, si esta es una bromita no me hagas perder el tiempo… colgare si no me contestas Alfred F. Jones… ¿Estas del otro maldito lado de la línea, idiota?

— ¡No! – se quedó en blanco. Ese era su pequeño y mal humorado británico, que en humor y en poder decir más de una maldición en la misma oración competía con ‘‘El hermano del chico pasta’’.

— ¿No qué?

—No… solo no cuelgues. No cuelgues por el amor de todo lo que es bueno >>y tu comida no viene incluida en eso<<. – lo último no lo dijo. Sin saber porque solo quería oírle un poco más y si le decía algo así cortaría para irse a deprimir a algún rincón.

Silencio por ambas partes.

— ¿Estas bien?

¿Bien? Estaba tan lejos de estar bien como lo estaba de Rusia – y así le gustaba - . Pero no podía decirle que estaba horriblemente mal, que sentía que le faltaba el aire cada día que no sabía de él, que no oía su voz aun así fuera atreves de la línea telefónica, que no veía sus horribles y a la vez hermosas cejas y debajo de ellas sus aún más bellos ojos. Se encontró jadeando de una forma rara de su parte del teléfono –y del mundo.-

—Alfred. Enserio. ¿Te ocurre algo? Te escuchas… raro…

—Solo… quería decir… Yellow~… - y oír tu voz, claro.

— ¿Estas enfermo? – no lo decía de mala forma. Incluso sonaba preocupado. Temía que se sintiera mal. Se estaba preocupando. Se abofeteo mentalmente de nuevo por todas esas ideas cayéndole a la vez.

—Tal vez… sabes, hace unos minutos antes de llamarte bebía tu té. En una taza con plato y todo. Crema y azúcar, así como lo preparas. Y leía, tal vez tú lo dejaste aquí o me lo lleve pensando que era mío; Sherlock.

Silencio. ¿Por qué le hacía eso? No le creía o simplemente no sabía que decir. Ni él sabía que había dicho. Estaba muy cansado. Necesitaba dormir. O un café. O una de esas bebidas energéticas. De preferencia Japonesa, esas cosas te dan un golpe como todas juntas.

— ¿Ahora si vas en broma?

—No… si no me crees puedes venir. Ya sabes, vivo donde siempre. No sé si aún tengas tu llave… – si ya no la tienes me dolerá saberlo. - ¡Oh sí! Tú vives en Inglaterra, claro. No llegarías a tiempo. No sé. ¿Cuánto era de haya a Estados Unidos? ¿Un día?

—Por todos los demonios. Pareciera que estas ebrio. Intentare pescar un vuelo ahora mismo solo para ver que no te mates o algo así.

Ebrio. Como él se ponía cuando iban a beber. Al final el inglés terminaba como una cuba y empezaba a gritarle, a insultarlo – casual – pero eso no era todo. Al final de una serie de objetos voladores identificados – vasos, botellas vacías, el barman si se dejaba. – terminaba llorando. Como un niño pequeño. Abrazando sus rodillas y llorando entre ellas y le gritaba. Le reprochaba el haberle abandonado. Alejarse de sus lados. Sabía que él también se sentía tan solo como lo estaba el en ese momento. En todo momento, solo que hasta ahora lo sentía tan bien.

— Si no puedes entrar creo que no deje puesto el cerrojo. Y ya sabes que se puede abrir moviendo un poco la perilla a la izquierda y empujando la puerta.

—No hagas ninguna idiotez hasta que llegue, ¿Quedo claro?

—Claro… te extraño… mucho y… te amo…

Silencio. Y colgó su teléfono. Lo dejo en la mesita e intento filtrar todo lo que le había dicho. No consiguió nada. Había colgado el antes. Lo sabía. Antes de finalizar la llamada aun oía ruido de fondo. Las calles de Inglaterra. Seguro ya iba rumbo al aeropuerto.

Se reclino en la silla en la que estaba y dejo que la pequeña franja de luz que entraba por entre las ramas de los árboles le diera en el rostro. Se sentía agradable y una fresca brisa soplaba por el lugar. Moviendo las ramas de los árboles, las hojas en estos, su rubio cabello y llevándose sus pensamientos. O algo parecido. Se preguntó qué hora sería, ¿Medio día, la una de la tarde? Termino por quedarse dormido en esa silla. El lugar menos cómodo que tenía en la casa, pero con el sueño que había estado acumulando le gano antes de que pudiera conseguir una bebida energética.

Se durmió y soñó.

De nuevo ese sueño en donde el inglés estaba de espaldas a él. Y él corría a su encuentro. Sentía esta vez el trecho más largo, como si estuviera cruzando todo un mar para llegar a él. El británico seguramente ahora cruzaba literalmente un mar por él. Si es que no se había quedado parado en medio del bullicio de la calle al haber oído lo último que le dijo. ¿Qué había sido? No recordó. Esta vez en su sueño hubo algo diferente. Algo cambio en el patrón. Cuando estuvo a un metro de distancia Arthur se giró. Le sonreía. Le sonreía como no recordaba que el pudiera sonreír – a veces dudaba que pudiera -. El mismo también sonrió. Corrió ese último tramo y esta vez pudo alcanzarlo. Lo abrazo. Y su abrazo fue correspondido.

—Alfred… - era su voz. Le hablaba muy cerca. Sonaba tan real, como si no fuera un sueño. — ¡Alfred!

¿Por qué sonaba ahora tan alta? Como con urgencia en el timbre. Se removió un poco en el abrazo, ese si era un sueño. Tenía la forma acolchonada de los sueños. Pero la voz que le hablaba no era acolchonada. No era de sueño.

— ¡Despierta!

Y como si hubiera estado en hipnosis se despertó ante la palabra mágica. Y ante sus ojos nadie más que el británico. Por la luz – o bueno, la falta de ella- era seguro que ya era bien entrada la noche. El inglés le miraba, entre curioso y preocupado. Alfred sintió algo entre su mano derecha. Bajo la vista y observo; le tenía aferrado por la muñeca y el no hacía nada por quitárselo de encima, aunque le sentía tenso bajo su fuerte agarre.

— ¿Cómo…? ¿Qué haces aquí?

Suspiro pesado. Como siempre hacía cada vez que se enojaba o se apenaba. No podía saber cuál de las dos era. Su rostro siempre era el mismo. Enormes cejas juntas, rostro sonrojado con fiereza, cara de estar a punto de vomitar y ese quejido que había hecho. Y la poca luz no ayudaba. Habían prendido la luz del porche – supuso que Arthur - y esta iluminaba un poco hasta donde estaban ambos, pero era una cosa mínima.

—Me hablaste… dijiste… - parecía que se estaba ahogando y esta vez pudo reconocer ese rostro como de vergüenza. Se alarmo. ¿Qué le había dicho? – Cosas… muchas cosas raras y sin sentido… - pareció que le había dolido decir ‘‘cosas sin sentido’’. ¿Qué le había dicho? El por lo general decía una sarta de tonterías dignas de admirar, o no tanto, pero nunca le había visto de esa forma por una de ella.

— ¿Qué dije exactamente? – pronuncio las palabras con una lentitud que le sorprendió. Estaba aún embotado de los sentidos. No todos los días se dormía en su jardín y despertaba con Arthur enfrente de sus narices. De así ser dormiría todos los días en el jardín. Mudaría su cama al jardín.

— ¿No lo recuerdas? Tal vez si estabas ebrio.

¿Ebrio? No recordaba haberle puesto nada raro al té además de crema.

—Solo bebía té… la taza está en la mesa si quieres comprobarlo.

Le miro. Algo entre la duda y algo de nostalgia asomaba a sus ojos. Movió un poco su brazo derecho que era por el que lo tenía sujeto. Pero no quería soltarle, pensó que si lo hacía, se esfumaría. Como en sus sueños. Arthur suspiro y con la mano libre alcanzo la taza. Cruzándose por encima de él al hacerlo. Pudo oír muy brevemente el corazón del contrario latir con fuerza cuando hizo este simple movimiento. ¿O fue el propio?

Se enderezo, taza en mano. La olio como inspeccionándola. Nada malo en ella, excepto por la crema… y que no era café. Sus ojos volvieron a brillar; ahora nostalgia, alegría y confusión en ellos.

—Si no estabas ebrio…

—Estaba dormido… o bueno, a medias… más importantes, ¿Qué diablos te dije?

Se mordió el labio. Un gesto ansioso poco frecuente en él. No es que no se pusiera ansioso, pero no al punto de morder su labio inferior. De esa forma, esa forma que le había resultado tan seductora. Sintió como se cerraba con mayor fuerza en su muñeca y este emito un pequeño jadeo. Aflojo el agarre. Pero no lo soltó.

— ¿Has estado durmiendo bien? Quedarte dormido en un lugar así…

¿Era lo único que le iba a decir? Y peor aún, - si es que algo más podía ponerse aún peor – ¡No lo estaba mirando!

Le jalo del brazo obligándole a mostrarle de nuevo el rostro. Estaba más violentamente sonrojado que hace unos momentos. Su rostro era una cosa entre desesperación, miedo, tristeza, vergüenza. Todo junto, pero eso no hizo ceder su agarre. Ni la expresión que tenía y que no era todo consiente de estar haciendo. El ceño fruncido y el rostro serio y expectante. Parecía que Arthur rompería a llorar pero no desistió.

— ¿Qué fue lo que te dije? Exactamente… 

—Suéltame… - fue lo único que murmuro en respuesta. Ahora si parecía a punto de romper a llorar. Incluso su voz tembló cuando hablo.

—No. No hasta que me digas que te dije…

— ¡Suéltame! – esa vez fue una orden. Y ahora si estaba llorando.

Alfred nunca le había visto llorar… sobrio. O eso recordaba. Estaba esa vez cuando se independizo, pero siempre había querido creer que era lluvia, ese día llovía y él quería creer que era eso. Que él no había hecho llorar al inglés como lo estaba haciendo ahora. Pero allí estaba. Temblando, se veía más pequeño de lo que era, se veía indefenso. Como un gatito. Y lloraba, las lágrimas le manchaban las mejillas y se derramaban desde sus hermosos ojos verdes que ahora brillaban con el llanto. ¿Qué diablos había estado haciendo?

Le soltó al instante. Arthur se abrazó a sí mismo y se dejó caer de rodillas en la hierba. La tasa que había estado sujetando cayo a su lado, derramando lo que quedaba de su contenido al suelo. Él le miraba con la boca abierta y el corazón estrujándosele en un puño. ¿Le habría dicho algo tan malo como para dejarlo así? O tal vez fue su actitud. Fuera lo que fuera no podía soportar la culpa consigo mismo. De haberlo hecho llorar de la forma en la que ahora lo hacía. Doblado por la mitad, abrazándose a sí mismo como lo estaba haciendo ahora y temblando.

Alfred se paró rápidamente de su banco. Estaba entumido. Durmió tanto y en la misma posición en ese incomodo asiento. Se dejó caer al suelo y se hizo daño a las rodillas. Pero no le importó. Intentó abrazarlo, ponerle una mano en el hombro, acariciar su bonito cabello rubio. Pero como si hubiera estado sintiendo sus movimientos por encima aun sin verle se movió con brusquedad.

— ¡No!

Se quedó allí plantado. Con las manos en el aire y la boca abriéndose y cerrándose como si fuera un pez que sacaron del mar y busca respirar en la tierra. Busco rápidamente las palabras en su mente, pero apenas lograba juntar dos palabras para crear una frase.

—Yo… yo… no… no sé qué… que te haya dicho. Pero si fue algo que te dejara así… algo malo…

Se vio interrumpido por una risa del británico. Una risa burlona, pero carente de humor en el tono. Sonó áspera, en parte por las lágrimas que se tragaba y otra por el coraje.

— ¿Algo malo? ¿Algo malo lo que dijiste?... ¿Eso es lo que es para ti? ¿Algo malo!

Había subido una octava a su tono de voz a cada pregunta y había terminado gritando la última de tal forma que una bandada de pájaros que descansaba en un árbol alzo vuelo, alterados por el repentino ruido. Pero como grito no era lo que lo había dejado alterado, si no sus preguntas.

— ¿Cómo quieres que sepa cómo lo considero…si ni siquiera sé que dije?

—Claro… hazte el loco. Llámame al teléfono solo para decirme un montón de… cosas, - había escupido la última palabra.-  hazme venir hasta Estados Unidos de improviso y luego has como que no recuerdas nada.

Si Arthur estaba alterado él estaba peor. Él iba más allá de estar alterado, estaba aterrado. Se empezó a preguntar si el sueño era como el alcohol. O si había hablado en sueños, como esas veces en las que hablas dormido pero no eres consciente de eso y cuando despiertas no recuerdas si lo hiciste y sigues con tu vida normal. Tal vez ese había sido su caso. Pero no había estado tan dormido, debería de recordar algo.

Con todo el pesar de su adolorido cerebro – por los acontecimientos que se desataban ante sus ojos y las largas noches sin sueño – que amenazaba con reventar en su cabeza que en ese momento lo hubiera agradecido mucho. Intento recordar, recordar todo. Se había hecho un té, que ahora estaba derramado en el pasto enfrente de él. Se había puesto a leer una novela de detectives; Sherlock Holmes y se había preguntado porque no leyó Harry Potter. Muchas cosas británicas, el británico que tenía en su pasto llorando y temblando de rabia – o eso creía -. Un montón de pensamientos con respecto a él. El llamándole por teléfono. Y esa era la parte de la lista que le empezó a doler más en la cabeza.

Con un esfuerzo intento recordar la conversación. Había marcado sin querer –pero queriendo – el número de Arthur. Este había contestado y el aun perdido en su marea de cosas no le había odio hasta que amenazo con colgar. Desesperado empezó a decir que no y el británico se preocupó por su estado de salud. Del cual el ahora también dudaba, sobre todo el mental. Le había dicho todo lo que había hecho en el día, como si fuera un niño pequeño que reporta que hizo todos los deberes a sus padres. El creyendo que bromeaba, Alfred diciendo que no, que podía venir para comprobarlo. Arthur saliendo de su casa rumbo al aeropuerto. Diciéndole que no hiciera nada raro, que estaba ebrio. El pensando en cuando Arthur se ponía ebrio, en cómo le gritaba en ese estado cuanto lo extrañaba y el diciendo de su lado del teléfono, a su modo también cuanto lo extrañaba; — ‘‘Claro. Te extraño… mucho y… te… ‘’

— ¿Te dije que te amaba! – sonó más exaltado de lo que hubiera querido. Incluso el mismo se asustó.

Arthur levando sus ojos verdes de donde los había tenido enterrados para dirigirlos a Alfred. Se le veía entre aliviado y decepcionado, ¿Cómo se puede sentir eso al mismo tiempo? De nuevo volvió a reír sin humor, regresando la vista al pasto. Aun lloraba.

—Si… lo se… un error. Tal vez estas volviéndote loco… deberías ir a…

Pero antes de que pudiera terminar Alfred estaba encima de él. Ambos abrazados sobre la hierba. Bueno, Alfred era el que abrazaba. Arthur solo se quedó tieso bajo su peso – que por cierto era más del debido – con los ojos muy abiertos y respirando con dificultad. El corazón martillándole las costillas, el suyo y el de Arthur.

—Al hospital. Sí, sí, iré. Me encerrare en un loquero. Debo de estar más que loco si voy a decir lo que diré a continuación. – tomo aire. Como si se dispusiera a hacer el discurso más largo de su vida.

—No… no Al… Alfred… no hace falta que digas nada.

—No, si hace. Te hice llorar por culpa de esta estupidez y ahora lo solucionare. O eso espero. – volvió a tomar aire, dándose valor. Intento pensar que él era uno de sus personajes de comics, solo que en vez de luchar contra el villano él iba a declararse, que cosa. — Verdaderamente… te amo. Maldita sea, como no tienes idea. Todo un mes, creo. No lo conté. Estuve soñando contigo. Que estabas frente a mí y yo corría para alcanzarte. Y tú te ibas. Como yo me fui. Y me sentí solo. Me sentí vació.

Suspiro. Profundo. El corazón aun le amenazaba con reventar en su pecho y el de Arthur sonaba igual contra su pecho. Se preguntó qué cara tendría. Había tenido el rostro enterrado entre el hueco de su cuello y su hombro. Había estado allí todo ese rato. Sintiendo su aroma, té, jabón, su shampoo. Levanto la vista y lo miro directo a los ojos. Sus manos tomaron su rostro y acariciaron sus mejillas. Tenía el rostro conmocionado. Estaba como en las películas; como cuando la chica recibe esa inesperada – para ella, para el público no – declaración de amor. Sorprendido. Y en sus ojos brillaba una chispa de felicidad. En sus mejillas ardía el color y era consiente que su rostro estaba igual. A parte de que jadeaba como un perro.

—A-Al…

Al… casi nunca le llamaba así. Ya no le llamaba así. Su forma favorita era Idiota. Cuando le decía Al fue hace mucho tiempo, ya ni lo recordaba. ¿Por qué no se le había hecho raro que si le dijera Alfred? Le vio levantar una temblorosa mano – todo él era un tembloroso Arthur. – y acercarla a su rostro. Le toco la mejilla con delicadeza y Alfred se la tomo. La paso a sus labios y la beso varias veces. Luego la regreso a su rostro y se froto contra ella igual que un gato frota la cabeza en la rodilla de su amo – o en su mano – para que le haga mimos. Pero eso era una forma más cariñosa del gesto. Quería sentir su mano, quería sentir su piel. Quería sentirlo a él y aun no entendía del todo que era lo que estaba diciendo o haciendo. Aunque era consiente de todo ese no solía ser él. Diciendo todas esas cosas. Haciendo las otras. Pero no le importó. Quería decirle lo que realmente pensaba y lo había estado acosando todo ese tiempo.

—Te amo… realmente lo hago… siento… siento todo lo que he hecho… dejarte, ser tan mal agradecido, la llamada, los apodos, hacerte llorar… por dios, ¡esa más que todas! Y es una larga lista que sigue y sigue y…

Pero no pudo seguir. Sintió como los labios de Arthur se estrellaban contra los suyos. Callándolo en un beso. Dulce, algo fuerte por la presión de sus bocas, pero bello. Igual que todo el. Se fue relajando poco a poco. Respondiendo al beso. Abriendo un poco sus labios para poder besarle mejor. Sus brazos volvieron a rodearle por la cadera y Arthur le tenía bien aferrado por los hombros. Las manos enredadas en sus rubios cabellos. Tenía los ojos apretados con fuerza y el rostro aun le ardía. Sin mencionar que aun sentía el corazón de Arthur contra su pecho. Sonando más fuerte que el propio. Parecía que le hacía competencia y el del inglés iba ganando. Pero algo iba mal en su mente. Estaba besándolo, a la persona que más quería besar y estar con ella en la tierra. Pero algo no estaba bien. Algo no terminaba de cuadrarle.

Se separó poco a poco de sus labios. El rostro de Arthur era todo un poema. Estaba totalmente rojo, tenía los labios entre abiertos y el inferior le temblaba un poco, respiraba jadeante y pesado y sus ojos se veían algo cristalinos. ¿Más llanto? No pudo evitar pensar en otra cosa. Pero aun sabiendo que tal vez lo haría volver a llorar, tenía que decirlo. Tenía que preguntarle…

— ¿Por qué me dejaste besarte? Más bien… ¿Por qué me besaste?

No sabía porque, pero lo había hecho. No era su intención romper el beso solo para hacer esa tonta pregunta. Su intención era seguir besándolo hasta ya no tener aliento. Empezar a acariciar cada vez más piel y tomarlo allí mismo – si era posible. – Pero en lugar de eso había preguntado lo primero que se le venía a la cabeza. Pero es que él no iba a poder consigo mismo si sabía que solo lo había besado para callarle y que olvidara todo el asunto.

—Porque… - se quedó callado un momento. Un buen momento, tanto que creyó que no volvería a hablar. – Porque… - suspiro. ¿Cuánto más iba a tardar en decirlo?, si no lo hacía de una vez él iba a ser ahora quien lo besara y no creía poder parar esta vez. Respiraba de una manera fuerte y aun podía oír el martilleo de su corazón aun debajo de todas esas capas de ropa que traía puesta.

—Arthur…

— ¡Porque yo también te amo! ¡Maldita sea! – Alfred se quedó tan ido con lo que dijo que no supo que hacer o decir. Sabía que estaba sonrojado, le ardían las mejillas por la sorpresa y la alegría de haberle escuchado decir eso. Se quedó con los ojos muy abiertos viendo al inglés que respiraba fuerte y temblaba como si estuviera llorando de nuevo. Pero bien podría ser pura rabia. — ¡Te amo más de lo que te puedes imaginar, idiota! ¡Te amo y me odio por eso, demonios! No… ¡Te odio a ti!

Le miro. Pero Arthur no lo veía a él. Había girado el rostro y solo podía notar sus mejillas sonrojadas y de que sus apretados parpados volvían a escurrir lágrimas. Tenía los dientes apretados y temblaba, a pesar de las gruesas ropas que traía y que no estaba haciendo frio como para que temblara. Alfred le tomo del mentón y le hizo verlo. Siempre había sido más fuerte que él y en ese estado no mucho pudo hacer para impedírselo. Clavo sus ojos azules en los verdes del inglés. Mirándole fijamente. Convencido de lo que diría en ese momento.

—No tienes que odiarte… - u odiarme, o tal vez si mientras aun me ames - por hacerlo… ya que yo también siento lo mismo.

Y sin decir nada más, lo volvió a besar. Fue un beso suave, lento, sin llegar a mucho, solo contacto de labios. El calor de ambos cuerpos juntos, ambos abrazados al otro, Arthur aferrado a Alfred por su espalda, el ultimo abrazándole con firmes manos por la cintura.

Poco a poco fue volviendo el beso más hambriento. Más necesitado. Sus labios se movían de una forma feroz, sus dientes mordían los labios del inglés, su lengua los acariciaba y entraba en la boca contraría jugando con su lengua; haciéndolas bailar en una danza que solo estas sabían. Sus manos bajaron al final de su suéter, lo levantaron dejando la piel al descubierto. Sus manos la recorrieron, acariciando su espalda, sintiendo la suave piel de este y como se erizaba y vibraba a su contacto. Sus manos ya habían comenzado a desabrochar su abrigo cuando sintió que le detenían. Se separó del beso entre jadeos y con el rostro rojo, bajo la vista a sus manos. Tenía las del inglés sujetándole por las muñecas. Volvió a subir la vista y vio que este tenía los ojos brillantes, estaba sonrojado a más no poder y jadeaba con algo de fuerza.

—Aquí no…

— ¿Por qué no? – arqueo una ceja ligeramente. No entendía porque le paraba, daba igual donde lo hicieran, igual iban a tener sexo.

— ¡No! Es muy publico… y el pasto…

— ¿Qué importa? – cuando iba a dirigirse de nuevo por esos labios sintió que ponía su mano frente a su rostro reteniéndole.

—Que… ¡Maldita sea! Yo estoy abajo y terminare con quemaduras por la hierba… ¡Por tu culpa!

Alfred bufo y se quitó de encima. Se sacudió un poco y antes de que Arthur pudiera ponerse en pie Alfred ya le cargaba al estilo princesa entre sus brazos. Arthur se sonrojo con violencia y empezó a gritar y a maldecir mientras golpeaba el pecho del americano. Esto solo torcía los ojos y lo ignoraba. Ya sabía cómo se ponía; algunas de las veces que habían ido a beber también le había cargado y hacía lo mismo. Solo que gritaba más maldiciones. Para ser inglés hablaba como un camionero.

Camino con él en brazos hasta el interior de la casa. Ya se había resignado un poco y ahora solo cubría su muy sonrojado rostro con las manos mientras respiraba angustiado y muy fuerte. También podía oír su corazón tronar en su pecho muy fuerte, por un momento creyó que le explotaría si no se calmaba.

— ¿Puede ser en el sofá?

— ¡No! No hay espacio…

Su voz sonó ahogada por debajo de las palmas de sus manos. Alfred gruño con los dientes apretados. ¿Qué más daba? Se podrían acomodar de una y mil formas. Pero tal vez – y solo tal vez – Arthur estaba nervioso y solo quería hacer tiempo. Si eso era, le iba a dar su tiempo, pero en cuanto llegaran al cuarto el tiempo iba a ser todo de Alfred y no le importaba si lo hacían incluso en la alfombra y el terminaba quemado.

Camino a regañadientes hasta su habitación. Para su suerte estaba entre abierta; empujo la puerta con la punta del pie terminando de abrirla y entro. Su cuarto estaba hecho un asco – normal -. Ropa tirada por todos lados – cama, suelo, muebles, todos lados - , la cama deshecha y con las cobijas y sabanas enredadas como si un par de perros se hubieran peleado, cajas de comida rápida – en su mayoría de Mc – por todo el suelo, una papelera – que parecía que estaba allí solo por el aro de basket que tenía encima – completamente vacía –con algunas bolas de papel a los pies de esta en intentos de anotación –, el ordenador encendido – nunca lo apagaba – y una larga lista más de cosas. Parecía el cuarto de un adolescente. Igual estaba oscuro y no iba a prender la luz, entraba la suficiente por la venta abierta y eso bastaba.

— ¡Cierra la puerta! - No entendía el porqué de la petición. Vivía solo, bueno tenía un gato, pero el gato no iba a llegar y espiarles. De igual manera de dio una pequeña patada a la puerta para cerrarla. Decidió que si eso lo tenía cómodo estaba bien, incluso poner un letrero de ‘‘no molestar’’ en la puerta. Como los de los hoteles.

Sin más peticiones por parte de Arthur – al parecer – le tumbo en la cama. Este hizo un ruidito de protesta pero ya tenía a Alfred encima. Le miraba depredador, como en los programas de vida salvaje un león ve a una presa. Arthur era la presa y Alfred el león que se lo iba a comer;  en el mejor de los sentidos. Avanzo a gatas por la cama mandándole recostar poco a poco en esta. Sus labios se volvieron a besar y, como si no hubiera habido varios minutos de separación de un momento a otro, lo hicieron con la misma ansia y hambre que antes.

Sus manos soltaban los botones de su saco y empezaban a quitarlo. Las manos de Arthur se aferraban a su camisa como si quisiera romperla. También cabía la posibilidad de que no supiera que hacer con ellas. Alfred ya había quitado el saco del inglés e iba por su suéter. Lo maldijo para sus adentros por traer tanta ropa. Sus manos están tan desesperadas que, cuando el cierre se atascó, lo jalo con tal fuerza que este se rompió. Mejor para él pero no para Arthur que jadeo en protesta. Termino de abrirlo y lo quito también. Alfred aún tenía su chaqueta puesta. Tenía toda su ropa puesta. Pareciera que al inglés lo habían congelado y solo le permitían responder a su beso – lo mejor que podía -, jadear, gemir y temblar.

Alfred empezó a quitarse el mismo su chaqueta dejándola caer – que se mezclara con el resto de la ropa -. Bajo las manos a su propio cinturón y también lo desabrocho. Podía sentir el corazón de Arthur a mil por hora, se empezaba preguntar si esa era la primera vez del inglés.

— ¿Es tu primera vez? – sintió como Arthur se tensaba. Y eso solo podía significar una cosa.

No supo ni a qué hora le llego el golpe. Solo pudo sentirlo y escuchar como la mano de Arthur golpeaba su mejilla. Eso era un rotundo; Si. Combinado con un; no deberías de preguntar eso. Se froto la adolorida mejilla y le vio entre curioso y dolido. Bien, no debía preguntar eso, pero pudo solo haberle gritado o algo así.

—Eso… ¡Eso no te importa, idiota! – bueno, allí estaba el grito.

Alfred suspiro y lo recostó por completo a la cama. Poso sus azules ojos a los verdes del inglés y le miro con fijeza. Tenía el semblante serio, se podría creer que por el golpe. Arthur se tensó al acto debajo de su cuerpo y su corazón empezó a bombear más fuerte y más rápido, Alfred se empezaba a preguntar si de verdad no iba a explotar.

—Entonces déjame guiarte…

Tomo sus manos y las llevo al filo de su playera. Ese día era día de fachas y llevaba puesta una playera con la inscripción ‘‘I  NY’’ de color blanco con las letras negras. Hizo que tomara el filo de esta y luego fue haciendo que sus manos subieran poco a poco. Le dejo seguir y el subió los brazos dejando que la playera saliera por fin. Las manos del inglés temblaban como si fueran de gelatina, él parecía una gelatina. Se preguntó qué tan nervioso se podría poner sin desmayarse o morir. Volvió a tomar una de sus manos y la coloco en el lugar donde sentía latir su corazón. El suyo también estaba a mil pero no tanto como el de Arthur que sentía que incluso le debía doler de tan fuerte que tronaba. Dejo que su mano fuera bajando por su pecho acariciando hasta que llego a su abdomen. A pesar de pesar tanto tenía algo marcada esta parte y no se veía mal. Dejo que jugara con las líneas de sus músculos y siguiera bajando. Suspiro suavemente y sintió como Arthur se tensaba.

Volvió a bajar y el empezó a desabrochar la camisa del inglés mientras sus labios atacaban su cuello. Besaba, lamia y mordía esa suave y blanca piel dejando sus propias marcas por toda ella. Arthur se aferraba a su espalda desnuda, gemía y jadeaba en su oído mientras su cuerpo se tensaba y temblaba bajo el propio. Él también estaba empezando a sentir una tensión en sus pantalones que necesitaba liberar. Termino de desabrochar su camisa y sus manos recorrieron la blanca piel. Tenía algunas pequitas y él sabía que, en algunos lugares muy escondidos, tenía un par de tatuajes. Sus labios continuaron bajando hasta que llego a su pecho. Dejo varios pequeños besos por este y alcanzo uno de sus pezones. Empezó a morderlo y lamerlo jugando con el mientras oía como Arthur gemía un poco más fuerte y se removía en sus brazos. Sintió sus uñas encajársele en los brazos y dejo salir un pequeño quejido.

Bajo sus manos hasta el cierre de su pantalón y empezó a abrirlo. Soltó el botón y antes de que terminara de bajar el cierre sintió como las manos del inglés le paraban. Le miro atónito y curioso por lo que estaba haciendo. Arthur tenía el rosto ardiendo en rojo y los ojos vidriosos por el placer – esperaba que fuera eso y que no se pusiera a llorar de nuevo -. Se acercó a su rostro hasta que estuvo a su altura y le beso de forma suave y dulce, tomo sus manos y las entrelazo con las propias poniéndolas a los costados de su cabeza. Se separó del beso y le susurro en los labios, de forma suave y acariciándolos:

—Tranquilo… iré despacio.

Sintió como sus manos se destensaban poco a poco y como también dejaba de temblar – o cuando menos regresaba a los temblores normales -. Paso sus manos alrededor de su cuello y las dejo descansar en sus hombros. Las propias volvieron a bajar a su pantalón terminando con la tarea de quitarlo; bajo por completo el cierre acariciando suavemente el bulto que se empezaba a formar en esa zona, provocando un suave gemido por parte del inglés. Bajo poco a poco sus pantalones, acariciando sus costados y sus piernas al hacerlo, podía oírle suspirar y jadear suavemente. Su pantalón le molestaba cada vez más pero tenía que mantener la calma, ir un poco lento para no volver a alterarle, ya le estaba clavando las uñas en la espalda y aun no hacía mucho. No quería terminar sin piel o con ella hecha girones.

Termino de quitar sus pantalones y se dedicó a su ropa interior. Sintió como se revolvió nervioso bajo sus manos y las del inglés se apretaron más arañándole un poco un hombro. Alfred gruño por lo bajo del dolor pero a la vez de lo placentero de este. Bajo los boxers del inglés, unos calzoncillos, sencillos de color blanco - se desilusiono un poco al ver eso, esperaba algo más decorado- de forma lenta, acariciando un poco su ingle al hacerlo y frotando a propósito el elástico de su ropa interior contra su miembro; provocando a Arthur un gemido un poco más sonoro. Termino de quitar su ropa interior dejando libre la erección de Arthur. Este estaba más rojo hasta las orejas por la pena y se cubría los labios con el dorso de la mano. Le tomo de la mano y se la retiro de los labios, acerco su mano derecha con tres dedos levantados y le miro directo a los ojos.

—Lámelos…

— ¿Qué… qué! – Arthur se había conmocionado por completo. Sus ojos se abrieron demasiado –tanto que no sabía que ese se podía – y su rostro ardió en color rojo; tanto por el enojo como por la vergüenza.

—Si no lo haces te dolerá más. – pareció que iba a seguir reclamando por la forma en la que movía los labios, pero al final termino cediendo.

Saco su lengua un poco y empezó a lamer su dedo índice. Lamía como si fuera una paleta o un tubo de dulce. Alfred sintió que se atragantaba ante tan erótica visión, su corazón se puso a mil y su miembro apretaba tan dolorosamente en su pantalón que creyó que se correría en ellos, igual que un adolescente. De un momento a otro chupaba su dedo, la sensación hizo que todo su cuerpo se tensara y sacudiera. Pronto fueron dos y luego los tres. No podía con toda la imagen. Se sentía aturdido y su miembro le reclamaba atención y libertad de su apretada prisión de tela y de su dolorosa erección. Saco rápidamente sus dedos de la boca del inglés el cual se quedó un poco aturdido viéndole con detenimiento. Alfred estaba consciente de su aspecto – o a medias – rostro sonrojado como un tomate, la respiración jadeante como la de un perro, el rostro y todo el cuerpo sudado como si hubiera corrido una maratón y el corazón martillando sus costillas.

Trago con fuerza y se inclinó de nuevo. Necesitaba llevar todo más rápido o no alcanzaría a quitarse el resto de la ropa antes de correrse. Su dedo medio empezó a pasear alrededor de su entrada, acariciando la sensible piel de esa zona. Sintió como al acto el inglés se tensaba y gemía. Sus manos regresaban a su espalda aferradas con fuerza, sus caderas se levantaron casi por inercia y Alfred lo agradeció por facilitarle el trabajo.

—Lo hare poco a poco… - susurro cerca de su oído dejando una suave mordida en su lóbulo después. — Relájate… será mejor así.

Poco a poco fue introduciendo el húmedo dedo en su cavidad. Arthur se tensaba y su cuerpo se sacudía en espasmos – esperaba que fueran más de placer que de dolor -. Su dedo se sentía apretado y apenas podía moverlo. Escuchaba los quejidos de Arthur y sus uñas se le enterraban en la piel de la espalda.

—Du-duele… i-diota… - como si sus uñas no le estuvieran doliendo. Pero no era momento para reclamar eso…

—Relájate… solo, hazlo…

No esperaba que en verdad fuera virgen – bueno, tal vez un poco después de su actuación con las ropas – y no previno esa posibilidad. Igual espero a que se relajara quedándose quieto, su mano libre recorrió su rostro acariciando su mejilla y sus labios fueron dejando varios suaves y pequeños besos por el mismo. Si se ponía así con un simple dedo, no quería ni imaginar cómo sería después. Sintió como poco a poco el cuerpo del inglés se destensaba y se relajaba, al igual que su interior. Movió un poco más su dedos y pudo oírle gemir contra su oído, de verdad necesitaba entrar el ya.

Lo movió un poco, acostumbrándolo. Podía oír claramente sus gemidos y sentir su cuerpo temblar y arquearse contra el suyo; pero el aun debía de mantener la cabeza fría. Empezó a introducir un segundo dedo y se volvió a tensar, pero se relajó. Ahora solo podía sentirle mover por los espasmos del placer, su cuerpo temblando entre sus brazos y sus caderas moviéndose un poco buscando más contacto de sus dedos. Los movía, los metía y los sacaba en su interior, buscando un punto exacto en el. Algo que realmente liberara todo su placer y le hiciera gritar. Lo encontró. Lo supo porque en cuanto lo toco, todo el cuerpo de Arthur se tensó y estremeció, de sus labios había salido un fuerte grito de placer – con su nombre en el – y se había corrido. Alfred lo supo porque algo del cálido líquido del inglés le había manchado el abdomen y todo su cuerpo se había tensado. A parte de que sus uñas se le habían clavado tanto que ahora sentía finas líneas de sangre correrle por el hombro.

Se separó de su cuello y le miro directo a los ojos. Los tenía cristalinos – por el placer y al parecer porque de nuevo iba a llorar -, los labios apretados en una delgada línea y el rostro completamente rojo. No pudo evitar encontrarle un tanto adorable y sus labios se fueron de lleno contra los del inglés. Besándole algo brusco, buscando despertar de nuevo el deseo en él. Y la cosa fue fácil. Y también el empezó a prenderse aún más. El pantalón le apretaba tanto que creyó que se rompería y gruño en medio del beso. Se separó y susurro sobre sus labios;

—Ayúdame con mi pantalón…

Arthur se sonrojo tanto y por un segundo Alfred pensó que le volvería a tirar una bofetada, pero en lugar de eso, paso sus temblorosas manos a sus pantalones. Él se había quitado su propio cinturón por lo que Arthur solo tuvo que batallar con el botón, cierre y sus temblorosas manos. Le pareció que pasaba una hora intentando zafar el botón. Se mordió el labio en la espera de que terminara, evitando soltar alguna palabrota por lo desesperado que estaba. Cuando por fin soltó el botón y empezó a bajar su cierre dejo salir un suspiro de alivio, había menos tención y eso lo agradecía. Cuando estuvo suelto el pantalón empezó a caer bajo su propio peso y Alfred lo dejo. Ahora solo quedaban sus boxers, que a diferencia de Arthur tenían la bandera de Estados Unidos estampada en todo el calzoncillo. El solo le dedico una mirada dubitativa, ¿Qué tenía de raro eso? Era ropa interior normal. Al final termino por negar con la cabeza y pareció que se había olvidado de temblar – o algo así – y se había vuelto más libido. Cuando bajo su ropa interior – no supo si lo hizo a propósito y con descaro o sin darse cuenta – rozo su miembro con la mano y Alfred gruño del placer. Ahora si parecía un animal.

—Suena como si estuvieras en celo… - sonrió de medio lado y sus manos se dieron el gusto de jugar con la tira elástica de su ropa interior. Ahora si sabía que lo hacía a propósito, que el delicado y tembloroso Arthur acababa de desaparecer. O al menos por unos segundos.

—Por el amor de… ¡solo bájalos! – le escucho reír por lo bajo y comenzó a bajar su ropa interior. De forma lenta y tortuosa, al parecer tener ahora el control de la situación hacía ver a un nuevo Arthur, pero en cuanto estuviera libre de su ropa interior, le salaría encima y no escucharía nada más.

Cuando se hubo liberado de todas sus ropas jadeo de placer. Entonces sus ojos se posaron de nuevo en Arthur y este los sintió de nuevo como los del animal que caza a su presa. No tuvo tiempo de decir nada cuando Alfred ya estaba encima suyo. Sujetaba sus piernas a los lados abriéndolas. Estaba desesperado, desesperado realmente. Arthur se aferraba a su espalda con fuerza y volvía a temblar. Alfred pudo tomar el control de sí mismo cinco segundos, solo para susurrar cerca del oído del inglés;

—Voy a entrar… relájate.

Arthur solo pudo asentir con la cabeza. Vio cómo su cuerpo se iba destensando poco a poco y tomo esa señal como una invitación a continuar. Respiro profundo. Sabía que en cuanto continuara, no habría vuelta atrás… a menos de que Arthur se alterara y empezara a gritar y golpearle para que saliera. Esperaba que eso no fuera a ocurrir en ese momento cuando él estaba tan deseoso. Tan ansioso por el inglés.

Le tomo firme por las caderas y su miembro erecto rozo con la entrada de Arthur, pudo escucharle gemir y sintió por un momento como se volvía a tensar. Sus labios descendieron ansiosos sobre los del inglés pero terminaron por besarle suave, dulce. Quería tranquilizarle y que la idea de que se alterare no se fuera a cumplir. Pronto Arthur se empezó a relajar de nuevo bajo sus besos y el aprovecho esa oportunidad. Fue introduciéndose en el inglés mientras este, gemía bajo el peso de sus labios sobre los propios. Alfred gruño al sentir cuan estrecho era y como se contraía más su interior.

—Du-duele… - gimoteo entre algunos sollozos y pudo ver un par de lágrimas escapar por sus ojos. Se apresuró a secarlas con sus labios y bajo de nuevo a los de Arthur; besándole con calma y dulzura, terminando de llenar su interior. — A-Alfred… no… no puedo…

—Sh… tranquilo… - sus labios se rozaron al hablar y una de las manos de Alfred subió a su rostro y seco sus lágrimas que aun corrían de esos lindos ojos verdes que tanto le gustaban (con todo y cejas incluidas).

Lleno sus labios y rostro de besos y dejo que las manos y piernas de él se abrazaran a su alrededor, juntándolos aún más, fusionándolos en una sola persona. Alguna vez había soñado con algo así, pero en ese momento; no podía creer lo bien que ambos encajaban. Lo bien que sus cuerpos parecían haber sido hechos el uno para el otro. Era mejor que en cualquier tipo de sueño.

— ¿Mejor? – pregunto al sentir como su interior se relajaba al igual que su cuerpo, aunque aún temblaba un poco, esperaba que esta vez fuera una buena señal. Nunca se sabía bien con él, era tan cambiante y contradictorio con todo lo que sentía, hacía y decía.

Sintió como su cabeza se movía de forma afirmativa y suspiro aliviado. Al final de cuentas, si había sido una buena señal. Le tomo por las caderas y comenzó un lento pero firme entrar y salir. Arthur gemía tan fuerte que por un momento creyó que los vecinos golpearían al lado para que se callaran, ahora agradecía haber entrado y no haberlo hecho afuera en el jardín. Sus uñas se le clavaban en la espalda y bajaban, arañando con las garras de un gato, incluso pudo sentir un hilo de sangre que le baja por uno de los arañazos; se escuchó a si mismo gruñir. Ya no sabía si estaba gruñendo por el placer y por esas uñas que amenazaban con hacerle pedazos la espalda. Ambas cosas se combinaban en un delicioso placer… como era de masoquista.

Poco a poco fue subiendo la velocidad y profundidad de sus movimientos y entonces fue cuando Arthur comenzó casi a gritar, Alfred no estaba seguro de cuanto ruido era normal en una persona, pero eso era un nivel más del que estaba acostumbrado a oír. A penas podía escuchar sus propios jadeos, gruñidos y gemidos bajo los fuertes gritos de placer/dolor de Arthur. Sus uñas seguían clavándose por todos lados de su espalda que aún no estaban arañados – y pasando por algunos otros ya arañados – y el, por todo ese placer y dolor juntos, le clavo las uñas en la cadera, y entonces pudo oír como gritaba. Al parecer el inglés era ruidoso todo el tiempo, hiciera lo que hiciera, y sobre todo, si se trataba de Alfred.

Sintió, como de repente; las caderas de Arthur se empezaban a mover a su ritmo. Haciéndole llegar un poco más profundo en su interior y, tocar ese punto en el que desato que este se corriera – por segunda vez en la noche –. Su interior se apretó tanto con esta segunda descarga de semen que, como si fuera una vaca que se ordeña, Alfred termino corriéndose. Estaba impresionado que hubiera podido llegar hasta el punto de penetrarle sin correrse antes con todo lo anterior.

Fue tan repentino como se corrió, que casi no se dio cuenta que fue en su interior. Estaba aún atontado por la sensación. Por lo bueno del sentimiento post sexo. Su cuerpo se había arqueado un poco y ahora se encontraba jadeante y más que sudado. Siquiera pudo oír el gemido –entre de placer y entre de reclamo – que profirió el inglés al venirse dentro de él, el placer que sentía correrle las venas y todo el cuerpo era tan grande que casi le taponeaba los sentidos. Poco a poco fue regresando en sí; abrió los ojos y bajo la vista Arthur. Estaba tan rojo que parecía que toda la sangre de su cuerpo solo se había concentrado en su rostro. Estaba sudando y el sudor le pagaba el cabello a la frente, Alfred se tomó la libertad de quitarle rubio mechones de esta y besarla, entre sus dos espesas cejas. Podía sentir su pecho subir y bajar de una forma tan rápida que pensó que se hiperventilaría y desmayaría. Y su corazón latía a una fuerza y velocidad que no creyó normal. Sus manos le habían dejado nuevos rasguños a la hora del clímax y estos también sangraban. Después vería esa bella obra de arte en su espalda. Ahora solo se preocupaba por la bella obra de arte que tenía debajo y en la que aún estaba dentro.

Salió de él poco a poco y pudo oírle gemir de forma baja – no sabía si era de protesta o de que -. Sus labios besaron todo su rostro, sus mejillas – calientes y saladas por el sudor y las lágrimas secas -, sus ojos, su frente, sus pestañas, su nariz, su barbilla, su mentón, y al final, sus labios. Los beso de forma suave y lenta; dejándose fundir por ellos. Dejándose llevar por el calor de estos, dejando que le despejaran de toda sensación excepto del calor de ellos sobre sus propios labios. Poco a poco se fue echando a su lado sobre la cama – allí era cuando enserio creía que haber cambiado el auto de carreras donde dormía era una buena idea. – y lo abrazo a sí mismo. Dejando que sus brazos cubrieran su delgado y pequeño cuerpo por completo. Abrigándole en estos y acurrucándole en su pecho. Sintió como los labios del inglés reducían la presión y se separó para verle; tenía los ojos cerrados y los labios ligeramente entre abiertos. Respiraba de forma suave y tranquila, se había quedado dormido.

Alfred se dio de topes al comprobarlo, pero lo podía entender – o a medías -. Había sido su primera vez, se había corrido dos veces y había gemido y gritado como si no hubiera mañana. Esperaba, en lo más profundo de su ser, que mañana no pudiera ni hablar por ese hecho. Y así no pudiera gritarle ni reclamarle nada. Aunque también se quedó un tanto desilusionado, le hubiera gustado que le hubiera dicho un par de cosas. Pero no podía pedirle tanto. Suspiro, resignándose, tomo la cobija y los cubrió a ambos con ella. Se acurruco poniendo el rostro entre sus cabellos, oliendo su shampoo, olía tan bien. 

—Te amo… tanto… - susurro entre ellos, quedando sus palabras ahogadas, pero no importaba, de cualquier forma no le escuchaba. — No quiero volverte a dejar… no quiero que ahora tú te vayas…

Y dicho esto, se quedó dormido. Abrazado al pequeño cuerpo del menor, casi aferrado a este. Temiendo que si le soltaba, se esfumaría; como en sus sueños. Pero esa noche, no soñó.

 

Despertó cuando el sol del día le pego con fuerza en el rostro, se preguntaba qué hora sería. Gruño al verse su sueño interrumpido – el mejor desde hace días. – y se sorprendió al notar algo entre sus brazos. Era algo cálido y que se movía al compás de su propia respiración. Termino de abrir los ojos – y callo en cuenta que nunca se había quitado los anteojos.- y lo miro.

Arthur.

Él estaba entre sus brazos, no se había esfumado como en su sueño, y, por el ardor en su espalda, podía estar más que seguro que aquella noche no había sido un sueño. Sonrió tanto que la cara le dolió. No recordaba, en su vida, haber sonreído así. Le abrazo más fuerte a su cuerpo y absorbió su aroma, casi embriagándose con él. Entonces, escucho un pequeño gruñido.

Se separó un poco para poder verle, estaba abriendo sus verdes ojos – ¡como amaba esos ojos! -. Se froto uno con mano perezosa y fijo la vista en Alfred, que no estaba consiente el mismo de cuanto sonreía aun. Arthur le miro un momento. Parecía que intentaba poner algunas cosas en orden dentro de su cabeza. Después de haberlas calibrado todas, Alfred pudo sentir un pequeño golpe en el pecho. Allí estaba su inglés granuja, y desde temprano en la mañana.

—Por tu culpa me duele todo… ¡Y no me puedo ni mover! – le grito. Por lo general no le gustaban los gritos en la mañana, pero si eran de Arthur, podía incluso tirarle de la cama a patadas y golpes.

— ¿Quieres que te enseñe como quedo mi espalda? – el también grito algo alterado. Ambos estaban en la mejor posición de reclamarle al otro por lo que fuera que les doliera tras los actos de la noche anterior.

Arthur se sonrojo violentamente y escondió el rostro en el pecho del estadounidense. Alfred bufo un poco y solo atino a acariciar su cabello de forma suave y casi perezosa. Pero le gustaba, le gustaba tanto todo. El tacto de su cabello, como se sentía su respiración contra su piel, el latir de su corazón contra el propio. Todo era tan bueno que ni siquiera parecía verdad. Y por un momento, casi temió que no lo fuera.

—A-Al… lo que dijiste… eso de amarme y lo demás… ¿Era en serió?

Alfred frunció el sueño. ¿A qué venía de repente tal pregunta? ¿No habían tenido sexo la noche anterior? ¿Acaso el parecía alguien que se acuesta con quien sea? Pero sabía cómo era de desconfiado el inglés, y sabía que iba a tener que dispar toda la niebla en su mente. Sabía todo ese daño que le había hecho y que no iba a ser nada fácil. Pero sabía que lo amaba y que iba a hacer todo lo posible para lograrlo. Sonrió.

— ¡Claro que era en serió! Tan serio como que yo; soy un héroe.

Arthur, que había levantado la vista para verle, frunció el ceño por su afirmación. Alfred volvió a sentir como le golpeaba el pecho y rió algo ruidosamente. Esto hizo enfadar más a Arthur que se empezó a remover y empujarle para liberarse de él. Pero Alfred, siempre más fuerte, le mantuvo bien abrazado. No dejándolo ir. No queriendo dejarlo ir.

— ¡Suéltame! ¡Idiota! ¿Cómo puedes decir cosas como esas después de que… de que…? ¡Tú sabes de que! ¡Maldita sea! – Al rió de una forma aún más estrepitosa y Arthur se intentó soltar de el de todas las formas posibles, pero no pucho podía hacer. — ¡Y no te rías! Que no sea serio para ti no quiere decir que…

Pero Alfred no pudo saber qué; le había besado. Casi a la fuerza, pero Arthur no se resistía tan bien. Aun le daba golpes en el pecho e intentaba alejarse. Al igual que sus labios se mantenían apretados. Pero poco a poco, fue abriéndolos. Y su cuerpo se fue relajando en los brazos de Alfred, sus manos y cuerpo dejaron de luchar contra él y se unieron a él. Le fue abrazando poco a poco por los hombros y su cuerpo, casi por instinto, se pegó al del americano. En ese punto; Alfred se separó del beso. Dejando algo desconcertado a Arthur por esto. Dirigió sus azules ojos a los verdes de él. Le miraba de una forma sería, algo poco frecuente en él. Pero que era de confiar al ser tan rara esa faceta. Una de sus manos tomo su mejilla y la acaricio, entonces hablo;

—Ya te lo había dicho y lo volveré a repetir… te amo Arthur. Te amo tanto que incluso me duele…

—A-Alfred…

—Y eso puede deberse a los rasguños en mi espalda...

Entonces, Arthur, que se había sonrojado por el momento, enrojeció de nuevo. Pero esa vez, de enojo y vergüenza. Empezó a forcejear y a empujar a Alfred mientras este reía todo lo ruidoso que era. Al final, se giró, dejando a Arthur debajo suyo de nuevo. Le miro a los ojos, sonriendo de forma suave y tierna. Acaricio su mejilla roja. Mantenía los labios apretados y el ceño fruncido por la rabieta, pero con esa caricia, se aflojo un poco.

—En verdad si te amo… y mucho… y soy tan feliz de que estés aquí conmigo.

—También… también yo te amo… - esas solas palabras le hicieron tan feliz. Oírlas de él. De Arthur, de la persona que amaba, le hacía sentir tan feliz, y más en esos momentos. —Pero sigues siendo un idiota… - y sonrió más. Siempre iba a amarlo, por más huraño y difícil que fuera él. Por más rabietas que hiciera, por más explosivo y cambiante que fuera. Al final de cuentas; él era todo un masoquista y… ¿por qué no? Todo un idiota.

Le sonrió mientras se veían. Arthur ya había aflojado un poco el rostro y le miraba, rojo como un tomate, pero de una forma tan linda que creyó que le brincaría en ese mismo momento, pero se contuvo y solo lo miro un poco más. Un poco más… y lo beso. Y Arthur correspondió; aun sonrojado en unos veinte tonos de rojo. Y Alfred no pudo creer lo de feliz que era. Y no pudo creer que todo eso fuera real. Y que todo hubiera comenzado con un montón de sueños y… una taza de té… con crema. 

Notas finales:

Espero les haya gustado C: si así fue recomiéndenlo a sus amigos y si no, a sus enemigos y que se jodan ewé 

Si gustan dejar un bello y lindo review mis noches en vela escribiendo esto se los agradecerán mucho C: 

 


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