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Bebiéndose tus labios por BlueFoxDevil

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Llegaba puntual, como siempre. El chico se dejo caer en su mesa de siempre, con la piernas extendidas. Llevaba el mismo aspecto descuidado que acostumbraba: la corbata floja, la blanca camisa abierta hasta por debajo de sus clavículas, el cabello obscuro cayéndole desordenadamente sobre sus negros ojos, remarcados con unas grandes ojeras, y claro, nunca le faltaba el cigarrillo entre los dedos. Siempre llegaba a esa hora, a las seis en punto, a beber sin límite alguno. Entre semana se controlaba lo suficiente como para salir tambaleándose del local. Pero en días de descanso, o fines de semana, no solo pasaba todo el día metido en el local, sino que bebía tanto, que terminaba tumbado en el suelo, revuelto en su propio vómito.

En sus ojos se reflejaba pesar, dolor y soledad. Acudía todos los días, sin falta alguna, a ahogar sus penas en alcohol.

Kazuo levantó la cabeza, acomodó la charola en equilibrio sobre las puntas de sus dedos, y, forzando una sonrisa, salió de detrás de la barra para atender a aquel cliente triste, cuyo demacrado pero hermoso rostro, le era tan familiar como el suyo propio.

 

-Buenas noches ¿Qué desea tomar?

Ya sabía que pediría un par de cervezas primero, para luego ir a por un whisky o algo más fuerte. También sabía que no diría ni una sola palabra, nunca lo hacía, se limitaba a señalar la bebida que quería en el menú.

Le indico con su largo y delgado dedo, que podría fácilmente ser el de un artista, lo que quería, y clavo la vista en el suelo.

 

En su tiempo, llegaron a pensar que era mudo. Pero, un día, a mediados de verano, con el local tan lleno que apenas y  se podía pasar entre la gente, todos los empleados estaban más que ocupados, y no había nadie libre que le atendiera, y, enojado y ya medio ebrio, gritó exigiendo algo de sake. Todos se quedaron atónitos por el suceso. En aquella ocasión Kazuo se había tomado unos días libres, y como consecuencia se perdió del gran milagro de escuchar la voz de “el ahogado”, como lo llamaban a escondidas los empleados. Nunca había vuelto a decir palabra.

 Kazuo asintió suavemente, y como siempre, el ahogado ni siquiera se digno a mirarlo. Con el mismo coraje que siempre se le acumulaba cada que le tocaba atender al ahogado, regreso a la barra, ya con las mejillas adoloridas por forzar su sonrisa amable y cortes que en realidad era tan poco natural en él.

-El granuja pide lo de siempre. Reiko, si puedes, escúpele a su bebida.

La chica soltó una carcajada, mientras colocaba un tarro lleno sobre la charola del chico.

-No seas grosero, no veo que te haya hecho nada malo ¡Si ni habla! No entiendo por que te molesta tanto.

Honestamente, ni él mismo lo entendía. Cuando le cambiaron su turno al que coincidía con el ahogado, no se molestaba en lo más mínimo de atenderle, hasta se sentía relajado por no tener que lidiar con las quejas. Pero tras tres años de la misma rutina, el ahogado llevó un día a una chica al bar, una hermosa chica extranjera de cabello rubio y sonrisa encantadora.

Pero nada cambio, el ahogado no habló en toda la velada. Pronto la sonrisa de la joven se desvaneció, y al poco se puso de pie tan abruptamente que volcó la mesa, comenzó a gritarle a su mudo acompañante, con lagrimas en los ojos. El ahogado se limitó a negar con la cabeza, y beber lo que le quedaba del sake que rescató de caer.

Desde ese día, Kazuo lo odio, no soportaba a patanes como él que hacían llorar a una chica. No sabía ni siquiera de que había tratado la discusión, estaba tan enfadado, que ni se molesto en escuchar, pero según los chismorreos de los demás meseros, algo mencionó la chica sobre “un matrimonio inútil como él”. 

 

-Vale… -Se resignó Kazuo con un suspiro- Solo no lo tolero.

Reiko lo observó, ladeando la cabeza como un pajarillo.

-¿Cuándo te vas a animar a salir conmigo?

Kazuo sonrío.

-Cuando dejes de coquetear con todo hombre que pone un pie frente a ti.

-Que cruel eres

-Lo mismo digo yo.

 

Y así transcurrió la agitada velada de Kazuo, llevando y trayendo copa tras copa para el ahogado, quien pedía sin descanso. Era viernes, lo cual significaba que la cosa iba de largo.

Dieron las dos de la madrugada, ya el local estaba casi vació, solo quedaba una pareja que no dejaba de darse besos empalagosos, un grupo de cuatro empresarios que celebraban algún trato firmado, y el ahogado, que ya estaba desparramado sobre el asiento.

Estiró el brazo para tomar el baso con whisky, pero terminó por calcular mal la distancia y tirar la botella.

-Maldita sea…-Kazuo dejó el trapeador a un lado y se aproximó a ir a revisar que pasaba. -¿Se encuentra usted bien?- El ahogado asintió sin ganas. Kazuo se arrodillo a su lado, recogiendo los pedazos de cristal regados por el piso. Notó que el hombre hacia un movimiento, levantó la vista y se topo con sus ojos negros y tristes, pero encantadores. Kazuo tragó saliva, por alguna razón se había puesto nervioso ante aquella nostálgica y penetrante mirada- No se preocupe, yo lo recojo- El ahogado negó con la cabeza, y se inclinó, pero el peso y la falta de equilibrio lo hicieron caer de bruces.

-¡Hey! Cuidado –Kazuo le tomo por los hombros, evitando que su rostro diera contra el suelo. El ahogado dejó una mano apoyada en el pecho de Kazuo y otra sobre el suelo. Cuando levantó la mano, un hilillo de sangre le escurría hasta el codo. –Se ha terminado por cortar, le dije que yo lo haría ¿Es siempre tan necio?

Algo molesto, Kazuo tomó el pañuelo que siempre llevaba en el bolsillo trasero, y lo pasó por el antebrazo del hombre, notó que eran fuertes y firmes, y el corazón se le aceleró sin motivo alguno. El ahogado, al tener aun la otra mano en su pecho, lo notó, y levantando despacio la vista para mirar a Kazuo a los ojos, arqueo una ceja, confundido ante el repentino sonrojo de Kazuo.

-Mierda- Kazuo lo volvió a tomar por los hombros, lo levanto para sentarlo una vez más, y le entregó el trapo, recuperando su habitual gesto desinteresado- Toma, límpiate la herida, voy por un recogedor.

Él  asintió.

Kazuo fue a la parte de atrás balbuceando maldiciones y apretando los puños a los lados.

-¿Qué te pasa? –Reiko frunció el seño al ver la actitud del chico.

-Ese bastardo ahogado que me hace trabajar tiempo extra.-Tomó lo que necesitaba de un armario, cerrando la puerta con fuerza.

-Pues, pobre de ti, por que ya todos se han ido, hoy te toca a ti atender al ahogado hasta que le apetezca irse.

-¿¡Qué!?

-¿Tan distraído estabas que ni cuenta te diste?

-Pero…-Kazuo se asomó con discreción. Reiko tenía razón, tanto la pareja como los empresarios se habían ido ya, y ellos eran los únicos empleados aun presentes. Un sudor frío le recorrió la espalda.- Tiene que ser una broma.

-Lo siento –Reiko se enfundo en su abrigo, encogiéndose de hombros- Suerte con el ahogado. – Soltó entre risillas.

-¡Espera! No te atrevas a dejarme, maldita –La tomó del brazo, chillándole como un niño pequeño.

-Ni muerta me quedo.- Reiko se liberó con un movimiento, para luego salir por la puerta trasera con expresión burlona- ¡Disfruta tu noche! 

 


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