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Bebiéndose tus labios por BlueFoxDevil

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-¡No, espera! – Kazuo intentó detener a Reiko, pero esta le cerró la puerta en la nariz, sonriendo.

El bar se quedó en silencio, y Kazuo no se atrevía a mover un solo pie.

No podía quedarse a cuidar al tipo ese. Simplemente no.

Tenía que llegar a dormir a su piso para levantarse, tras pocas horas de sueño, e ir a la universidad a estudiar a la biblioteca. Esa era su vida.

Los viernes, para Kazuo, no eran viernes.

Tronando la lengua, se cambió rápidamente en la zona de personal, poniéndose sus jeans rajados y una sudadera vieja sobre una camisa gris con la inscripción “Fuck off” en letras blancas y retorcidas. Cambió sus zapatos de trabajo por unos converse rojos y sucios.

Antes de regresar a donde lo esperaba el ahogado, se miró soltando un triste suspiro al espejo. Su cabello ondulado y color canela, peinado para atrás con un chongo, le hacía ver aun más afeminado de lo que ya se veía normalmente, gracias a sus finas y suaves facciones, cortesía de su madre. Bajo sus ojos color cajeta se alcanzaban a notar unas pequeñas manchitas moradas.

Deprimido por su aspecto, tomó su mochila del casillero, guardó el celular en el bolsillo de la sudadera, y, rezando porque al salir el ahogado ya no estuviera, se asomó con sigilo detrás de la barra.

-¿El recogedor por el que ibas? – Le preguntó el ahogado.

-¿Eh?

-El recogedor.

Los vidrios seguían regados por el suelo, y, a pesar de que el hombre hizo todo un esfuerzo por limpiarse, su brazo seguía con algo de sangre.

Kazuo no podía procesar bien la información.

¿Había escuchado bien? ¿El ahogado acababa de… decir algo?

Su voz quedaba exactamente con su aspecto: ronca, profunda, triste, amargada y varonil.

-Ya lo limpiarán mañana. – Kazuo pateó un cristalito con el pie, acercándose al hombre.

-Mmmh. – Fue todo lo que contestó, tomando un sorbo de whisky.

-Eh… señor. No me apetece molestarlo, créame que no, pero como ya parece estar más sobrio, creo que debería irse a casa.

-¿A casa? – El hombre miró a Kazuo como si el chico fuera idiota, y, a pesar de que no lo era, Kazuo no pudo evitar cuestionarse si en realidad había sonado tan absurdo.

-Si… a casa. – Kazuo carraspeó, intentando sonar firme y autoritario. – Señor. – Se acordó de agregar.

-Bien, bien. Entiendo. – El hombre se puso de pie, con las piernas temblando. – Me iré a “casa”. – Con el rostro verde, intentó tomar su abrigo de la silla que tenía al lado, pero, en su lugar, tuvo que sostenerse de la mesa de al lado, tirando accidentalmente las sillas que habían acomodado encima.

Kazuo sintió nauseas solo de verlo. Tal vez el que hubiera hablado no significaba que estaba más sobrio, sino más ebrio que nunca.

Ni hablar, no quedaba otra opción. Tenía que terminar haciendo lo que no quería hacer… No podía dejar a su mejor cliente en ese estado solo en el bar; por dos motivos: 1. Se podía terminar él solo todo el alcohol del local. 2. Podía tener un accidente. Y de las dos formas, iba a terminar despedido.

Así que tomó una gran bocanada de aire antes de acercársele y, mientras le ayudaba a ponerse su abrigo, con el hombre riendo bobamente, empezó a decir:

-Señor, permítame invitarlo a pasar la noche en mi departamento. No queda lejos, y será solo en lo que usted está en condiciones de viajar.

-Puedo manejar. – Se quejó el ahogado, poniendo cara de repulsión hacia el muchacho.

-¿Manejar? – A Kazuo se le saltaron los ojos, entrándole realmente ganas de dejarlo ir. Si chocaba o no en el camino, ya no era problema suyo. – No, no. No puede manejar. – Con un cuidadoso atrevimiento, metió una mano en la bolsa del abrigo. – Si quiere, mañana se puede ir. Le aseguro que su auto está seguro aquí.

-Niño tonto. – Rió el hombre, haciendo rabiar un poco más a Kazuo, quien nunca se caracterizó por su paciencia. – No sabes lo que vale ese carro. Y las llaves están en el bolsillo de mi pantalón, no en mi abrigo. – Sonrió con arrogancia, y, al verlo sonreír, Kazuo sintió como si quebrantara alguna regla, así que desvió la mirada.

-Le digo que va a estar seguro aquí. – Kazuo apartó la mano, algo sobresaltado. – Vamos, no soy ningún ladrón ni nada, va a estar bien.

-Vale, vale. Pero solo si tienes sake.

-Si, tengo sake. – Contestó él de mala gana, poniendo los ojos en blanco.

-Niño tonto. – Le soltó mientras Kazuo le daba soporte, pasando el brazo del hombre por encima de sus propios hombros. Kazuo pudo sentir ese aliento a alcohol y tabaco tan insoportable. Nauseas otra vez.

En el camino, una suave lluvia empezó a caer sobre ellos, y Kazuo realmente lamentó, con toda su alma tener a aquel ebrio imbécil sobre sus hombros. Le encantaba la lluvia.

Cada que llovía, Kazuo solía desviarse del camino a su apartamento, yendo al parque, al mirador o al tejado del edificio abandonado que estaba a dos cuadras de su residencia. Se acostaba y miraba al cielo, dejando que las gotas le empaparan el rostro, que lo relajaran. Y esos eran los únicos momentos que tenía, o que se permitía, para hablar consigo mismo. De analizar si lo que estaba haciendo valía realmente la pena y de tomar decisiones que no se atrevía a tomar en ningún otro momento. Era el único momento en que no se preocupaba por su hermana, o por su universidad, por el dinero, por el trabajo. Por nada que le causara dolor de cabeza.

Y esa madrugada, el ebrio se lo había arruinado.

Con forme el olor a humedad se impregnaba en los árboles, en el ambiente y en él mismo, el coraje iba creciendo.

Llegaron a su destartalado y nada extravagante edificio, con el cabello de ambos chorreando empapado.

Como Kazuo vivía en el quinto piso, subir con el ahogado le costó algo de trabajo, y más porque Lana, la cariñosa labrador color crema de una de sus vecinas – una prostituta barata -  al ver llegar a Kazuo se le aventó de inmediato, parándose del tapete de bienvenida de la puerta de su dueña. Moviendo su larga cola, la preciosa perrita se paró en dos patas, recargando las otras dos en el pecho de Kazuo, llenando al joven de lengüetazos y muestras de cariño.

Kazuo, intentando mantener al ahogado de pie, que se había quedado medio dormido en su hombro, casi cae para atrás, pero logró sostenerse a tiempo.

Dándole unas palmaditas a Lana en la cabeza, sacó un pedazo de emparedado que llevaba en el bolso de la sudadera y se lo entregó a la melosa cachorra.

- Lana, ya pórtate bien para que no te dejen afuera.

Como siempre, Lana lo siguió hasta su departamento, y, en cuanto el chico entró, ella se escabulló adentro, echándose en la alfombra.

Kazuo sonrió, al menos Lana lo quería.

Arrastró al ahogado a su habitación, dejándolo en su cama a duras penas. A pesar de ser delgado, claro que pesaba.

Jadeando, Kazuo se sentó a la orilla de la cama para quitarse los tenis, intentando no hacer mucho ruido.

Se frotó los pies, quejándose ligeramente. Los tenía hinchados y adoloridos de tanto trabajar.

En la mañana había ido a la universidad, luego a recoger a su hermana a la escuela secundaria para llevarla al trabajo de la chica, en la tarde iba a su trabajo en el Host Club, luego, al terminar el turno de su hermana, la llevaba a casa de la abuela, quien la cuidaba, y ya después al bar.

-Vida de mierda. – Bostezando, se echó para atrás, para levantarse otra vez de inmediato, soltando un gritito ahogado.

El ahogado seguía inconsciente

Con un suspiro de alivio, comenzó a quitarle al hombre los zapatos y el abrigo. Y, sin mucho esfuerzo, ya que ya estaba muy floja, le quitó la corbata.

El ahogado, abriendo los ojos despacio, dirigió su mirada a Kazuo, clavándole sus ojos negros y amenazantes.

-Hola. – Saludó sudando Kazuo, retorciéndose los dedos ¿Qué más se suponía que dijera? Era una situación delicada; estaba encima de un hombre, quitándole la ropa.

-Hola. – Le contestó el hombre, mirando a su alrededor, claramente desconcertado.

-Yo solo… - Kazuo se echó para atrás, nervioso. Sostuvo la corbata en el aire. – Para que esté más cómodo. – Balbuceó.

De repente, Kazuo se sintió avergonzado y diminuto, como una basurita en el universo.

El hombre seguía paseando la vista por el departamento; y mientras más veía, Kazuo estaba más ansioso.

“No veas” Tenía ganas de gritarle.

No quería que semejante hombre, que usaba un rolex y que afuera del bar estacionaba un Cadillac, viera semejante pocilga como la suya.

Su departamento solo tenía una cocineta, que estaba pegada al comedor, conformado por una mesa pequeña y cuadrada con tres sillas. Luego estaba la mini sala de estar, en la que ahora descansaba Lana, que solo tenía unos cojines en el suelo y un sofá cama – nada de televisión ni ninguna clase de lujo, lo más caro en el cuarto era una radio vieja – Después estaba el baño, que era una verdadera miniatura, haciendo que el lavabo, el escusado y la regadera estuvieran apretujadas. Por último, su habitación, la que ni siquiera tenía puerta ¿Para qué? Su hermana ya no vivía más con él, ahora la cuidaba la abuela. El cuarto solo tenía como iluminación la luz que se colaba de una ventana al lado de la cama y una lamparita al otro lado de la misma, que emití una luz tan suave que una vela podría hacer mejor trabajo. La cama era lo único aceptable en toda la casa, ya que era una cama matrimonial que la abuela le había regalado, después de que ella ya no la quería. Pero, aparte de eso, su cuarto no tenía más que libros y cuadernos arrumbados, además de una vieja máquina de escribir, que era la que usaba para hacer los trabajos de la universidad, ya que no tenía dinero para una computadora, pero ya estaba ahorrando.

Todo el departamento solía olor a detergente de limpieza, pero junto con el aura de incomodidad del joven ahogado, también se había desprendido el aroma a Acqua Di Gio. Kazuo no solía usar perfume, simplemente se bañaba bien. Cuando tenía oportunidad, o era necesario, usaba muestras de regalo.

-¿Intentas tener algo conmigo? – Le preguntó de repente el ahogado, dejando a Kazuo atónito.

-¿Yo? – Kazuo soltó una carcajada discreta y nerviosa. – No, no. Para nada. Solo intento que esté más cómodo.

-Mientes. – El ahogado tomó a Kazuo de la muñeca cuando este se intentaba poner de pie. – Todos mienten. Sino ¿Por qué me trajiste aquí?

El hombre comenzó a enderezarse, abriendo lentamente su camisa.

Kazuo se puso rojo como un tomate, con el corazón casi saliéndose del pecho. Se obligó a apartar la mirada, sintiéndose avergonzado.

-Estas ebrio. Suéltame. – Entre enojado y confundido, Kazuo ya comenzaba a optar por dejar sus modales. – No soy una mujer. – No era la primera vez que algún ebrio intentaba acostarse con él, confundiéndolo con una chica. Y, desde que trabajaba en el bar, esos encuentros incómodos habían aumentado.

Una vez, un tipo lo esperó afuera de la salida de empleados hasta que terminó su turno, y lo atacó por la espalda.

Le puso un pañuelo en la boca – sin ningún químico para perder la consciencia, para su suerte, solo para intentar callarlo – y lo arrastró hasta un callejón.

Pero Kazuo, a pesar de su aspecto delicado, de delicado no tenía nada.

Al tener una infancia tan dura, él solito había tenido que aprender a defenderse de abusivos y pervertidos. Así que se volvió fuerte y agresivo, con temperamento duro; y, gracias a su cuerpo tan ligero y delgado, era rápido en sus movimientos y ágil como un gato callejero.

Así que le dio un codazo al hombre cuando éste metía su mano bajo su playera, solo para descubrir que no tenía pechos.

Aprovechando la confusión, se puso rápidamente de pie, le dio una patada en los bajos, y luego un puñetazo en la quijada, haciéndolo caer de nariz al suelo.

Ese día regresó al departamento con algo de ropa rota, pero nada más.

 

Pero por alguna razón, no podía luchar contra aquel hombre que lo llamaba mentiroso y lo tomaba cada vez con más fuerza de la muñeca.

Es que cada que se empezaba a convencer de que tenía que noquearlo, su mente se quedaba en blanco al ver esos ojos tan negros y tristes.

-Ya lo sé, idiota. Y también sé que tú quieres esto ¿no? Todos lo quieren. No porque sea gay y millonario significa que me ando cogiendo a la primera reinita como tú que se me ponga en frente ¿sabes? Pero podemos hacer la excepción, después de todo, eres muy bonito. – El hombre lo jaló de las muñecas, haciéndolo caer sobre la cama. Él se acomodó arriba del muchacho, a horcajadas.

Kazuo, al fin dándose cuenta de lo peligrosa que se estaba poniendo la situación, se rió con cinismo.

-Con que gay ¿eh? Interesante.

Gruñendo con enfado, el ahogado le metió una mano en los pantalones.

Kazuo sintió un escalofrió que le recorrió hasta los dedos de los pies. Agitándose para intentar liberarse, estaba a punto de soltarle de groserías al hombre, pero este le metió la lengua en la boca para callarlo.

Kazuo se retorcía nervioso, sintiendo como el peso del hombre le aplastaba el pecho.

Sin darse cuenta, su cuerpo comenzó a sentirse caliente, y su lengua también jugaba con la del otro.

Sorpresa que se llevó cuando la mano que jugaba con sus partes logró hacer que su erección despertara.

“No soy gay. No soy gay.”

Asustado por las respuestas que su cuerpo estaba teniendo al contacto del hombre, se obligó a dejar el placer de lado, a olvidar la idea de tener sexo después de tanto tiempo, y, juntando toda su fuerza de voluntad, le dio un rodillazo en la entrepierna y un puñetazo en la nariz.

El ahogado cayó de la cama, con la nariz sangrando y con ese dolor intenso que solo los hombres pueden entender.

Kazuo se le quedó mirando, respirando agitadamente mientras se volvía a abrochar los pantalones.

-B…buenas no…noches.

Sin decir nada más, dejó al hombre agonizando en el suelo de su habitación, saliendo él a la sala de estar, en donde Lana le clavó una mirada curiosa.

Kazuo se quedó en calzoncillos y se tumbó en el sofá cama, cubriéndose con unas sábanas que guardaba bajo el mismo  hasta el cuello.

Sus sentidos seguían acelerados y hambrientos.

Hasta se le cruzó por la cabeza bajar a visitar a su vecina, la dueña de Lana, como solía hacer antes.

Pero se dio cuenta de que no se le antojaba de nada su cuerpo.

“No soy gay. No soy gay. Es solo que no he tenido sexo últimamente… si, es eso. Solo eso. No puedo ser gay. Mañana me conseguiré una sexy mujer. Si, si. Eso voy a hacer.”

Lana se acostó a su lado, recargando la cabeza en su mano.

Kazuo no pudo dormir en toda la noche.


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