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Wan-wan por Shinobu-Atsu

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Notas del fanfic:

La historia mezcla personajes de las 3 temporadas de Inazuma Eleven Go, y algunos de IE en su versión Go. 

Es completamente un AU, así que no esperen que hablen de fútbol. 

 

Notas del capitulo:

Espero sea más o menos de su agrado. 

Agradecería enormemente sus opiniones. 

– ¡Yuuichi, ya levántate! – apareció su madre luego de abrir, sin mucha gentileza, la puerta de la habitación del menor. A pesar de ser las ocho de la mañana, las oscuras cortinas aún se mantenían cerradas, matizando de tonos azules toda la habitación.

La mujer tomó con firmeza ambos trozos de tela colgantes y los separó, dejando pasar al instante los vigorosos rayos de sol. A cada costado de la ventana había un gancho donde se encajaban las cortinas, asegurándose de mantenerlas abiertas. Al darse vuelta hacia la cama, la mujer se encontró con un enorme bulto sobre ésta, de apariencia un tanto sospechosa.

– Yuuichi… – caminó hasta la cama apoyando las rodillas en el borde del colchón. – ¿Cariño, te sientes bien? – preguntó dubitativa, pero no obtuvo respuesta alguna, ni siquiera un movimiento en señal de algo. – Yuu... ¡AAHH! – de improviso pegó un grito al sentir algo agarrarle los tobillos, pero antes de perder el equilibrio se dejó caer sobre la cama.

– Jajaja~ – las risas del muchacho se hacían escuchar por toda la habitación, por lo general no era de hacer bromas, y mucho menos a su madre, sin embargo, ese día quería empezar de otra forma. 

– ¡Con un demonio, Yuuichi! – estaba enojada, y eso no era bueno.

– Lo siento. – se disculpó con falso arrepentimiento, y salió de debajo de la cama. – Sabes que no acostumbro levantarme tan tarde, ya estabas tardando.

– Pensé que después de la “fiesta” de anoche, querrías descansar un poco más. Pero veo que no lo necesitas, lo tendré presente para la próxima vez. – dictaminó sentándose correctamente sobre la cama.

– ¿Eh? No, por favor. Hoy es diferente, tú sabes. – sentándose junto a su madre. – No te enfades, eres más bonita cuando sonríes. – se abrazó con descaro a su cintura.

– Yuuichi, ya tienes 18 años, no puedes seguir comportándote como un niño pequeño. – con ternura acarició sus cabellos, un montón de recuerdos llegaron a su mente entonces, varios de ellos eran del peli-azul cuando era pequeño, sus primeros pasos, sus travesuras, sus llantos, entre tantos.

– ¿Mamá? – de pronto se percató del cambio repentino en la actitud de su madre, con sumo cuidado se separó levemente de ella, notando sus ojos húmedos. – Mamá, no llores. – nuevamente la abrazó, pero esta vez la rodeó con sus brazos de manera sobreprotectora. No le gustaba verla así, y más porque el mismo sabía el motivo de su pena, una amargura que él y su padre también compartían.

– Ya van a ser 3 años… – murmuró con una sonrisa nostálgica y una mirada triste. – El tiempo pasa muy rápido.

– ... – El peli-azul  se limitó a guardar silencio, a modo de otorgarle razón a su madre; porque así era, desde aquel otoño las cosas en su casa se habían vuelto completamente diferentes, algo faltaba, algo muy importante que las brisas de aquella estación se habían llevado para siempre.

– Pero, no es momento para ponernos tristes. – La mujer limpió sus lágrimas con el dorso de su palma, no podía empapar de tristeza ese día, se había prometido a sí misma no ahogarse  él dolor del pasado. – Vamos esperar a tu padre abajo.

– Claro. - asintió el menor sonriendo. – Sólo déjame guardar algunas cosas.

– De acuerdo, te espero en la cocina con el desayuno.

La mujer abandonó la habitación sin cerrar la puerta, tras pasar el pequeño corredor alfombrado el crugir de los escalones se hizo escuchar, Yuuichi contó los 12 chirridos característicos que cada día le recordaban tanto a esa persona, la única que tuvo la ocurrencia de notarlos como algo importante.

Suspiró con pesar, el tiempo pasaba de una manera amargamente rápida, tanto que a veces deseaba haber perdido el aliento ese día. Pero solamente era un sentimiento egoísta de su parte, se sentía responsable del pasado y la única forma de compensar sus errores era seguir viviendo y continuar siendo el pilar de sus padres, así como lo estuvo haciendo los últimos tres años.

Se dirigió a su escritorio, hizo a un lado la silla y abrió el primer cajón.

"¿Por qué no le pones llave?"

Sonrió melancólico al recordar aquellas palabras, algunas de las últimas que pudo escuchar de sus labios, los que con imprudencia se atrevió a probar un par de veces.

Tanteó sin mirar dentro, hasta que las yemas de sus dedos se encontraron con una superficie suave y lisa, un sustrato que le era completamente familiar tras las interminables y tortuosas horas que se pasaba apreciándole, admirando sus sonrisas, recordando la dicha que en ese momento les inundaba. Su corazón se estremeció con desolación, sus labios dibujaron un arcoíris de tristeza al momento que sentía le faltaba el aire, alzó la mirada hacia el techo de la habitación a modo de regresar las traicioneras gotas saladas que amenazaban con manchar sus mejillas; tomó una bocanada de aire intentando calmar el río de emociones que pareció alojarse en su garganta, y se seguramente se traduciría en llanto.

Guardó la fotografía en el mismo sitio en que se encontraba minutos antes, y tras cerrar el cajón frotó sus ojos suavemente con el dorso del dedo índice derecho, asegurándose de eliminar todo rastro de aquel momento de debilidad.

Inspiró hondo, tenía que recuperar su compostura.  

 

– ¡Hey, Yuuichi! – escuchó una voz familiar llamarle al bajar del último escalón. 

– ¿Ryoma? – sonrió con sorpresa, respondiendo al muchacho de piel morena y cabello negro.

– Hombre, hay que ver cómo has cambiado. – se le acercó parándose a su lado y propinándole unas leves palmadas en la espalda.

– ¿Yo? Eso no es nada, mírate a ti. ¿Qué le hiciste a tu cabello? – alzando una ceja sin quitar su sonrisa.

– Oh, eso. Lo corté ¿no se nota? – respondió entre risas. – Mis fans querían fotos nuevas. – agregó soltando una carcajada. – Pero, eso no es todo, nos reunimos sagradamente para celebrar este día.

– ¿Nos? – repitió ingenuo.

El moreno pasó su brazo derecho por sobre los hombros del peli-azul guiándolo hasta la sala de estar, ofreciéndole además, una de esas sonrisas alentadoras sonrisas tan características de él.

– ¡Yuuichi! – nuevamente su nombre fue pronunciado, también por una voz que conocía, pero en esta oportunidad se trataba de una dulce y moderada.

– ¿Yuuka? – se acercó rápidamente a la muchacha, quien inmediatamente lo envolvió en un abrazo fraternal. – ¿No estabas viajando por Europa? – le interrogó de inmediato al deshacer el gesto.

– Pues, sí… pero no me perdería tu cumpleaños sólo por eso. – sonrió mientras cerraba un ojo juguetonamente. – Oh, mi hermano te envió esto. – extendiéndole un pequeño paquete. – Dijo que te sería útil en algún momento.

– ¿Ah sí? No sé si debo emocionarme o asustarme, los regalos de Shuuya-san siempre son algo… extraños. – dijo basándose en experiencias anteriores.

– Créeme que yo tampoco…

– Oigan, estamos aquí también, eh. - la voz estilizada del muchacho, apoyado en la pared con los brazos cruzados, sonaba particularmente molesta.

– Entonces no te mimetices con la muralla y acércate, ¿o tienes que pedirle permiso a tu manager? – alegó con igual molestia Nishiki encarando al de cabellos color ciruela.  

Ciertamente el moreno no se llevaba del todo bien con Minamisawa, con frecuencia discutían por cuanta tontería se les pasara por la cabeza, aunque tampoco significaba que se odiaran o algo por el estilo, su amistad era… diferente.

– Bueno, bueno, no peleen ahora. – intervino quien se encontraba junto a Atsushi. – No vinimos a montar teatritos, ¿recuerdan?

Sangoku Taichi, cuya característica más notoria era su peinado afro, era un muchacho trabajador y por sobre todo un pacifista, muy correcto en todo lo que hacía y el mayor del grupo.

– Hablando de teatritos, ¿dónde se metió Ichikawa?

Todos se quedaron en silencio por un momento, mirando a los alrededores en busca del susodicho. Tras unos cuantos segundos, Yuuichi levantó las manos en señal de ignorancia como diciendo “a mí no me mires”. Estaban seguros de haber llegado en su compañía, por lo que no se explicaban en qué momento desapareció de su vista.

– Tal vez fue al baño. – agregó  Ryoma con tono despreocupado.

– ¿Sin permiso, en una casa ajena? No lo creo, él tiene modales. – la afilada lengua del modelo hizo acto de presencia.

– ¿Qué dijiste? – alzó una ceja molesto.

– Oigan, ya basta. Les prohíbo hablar por los siguientes 20 minutos. – sentenció Yuuka con el semblante serio y una mirada autoritaria. – Sin peros. – agrego al momento de verles abrir la boca para apelar.

– ¡Lo tengo! – Sangoku giró sobre su posición y se dirigió a la cocina, acto que los demás repitieron. Había recordado algo importante, y era que para Ichikawa existía algo fundamental, algo llamado “cortesía”, y en el camino se habían detenido en una pequeña pastelería, según la idiosincrasia del muchacho de ojos rojos “sería grosero no llevar un presente”.

Y tal como lo había previsto, el muchacho “perdido” se encontraba en la cocina, sentado a la mesa mientras conversaba animadamente con la dueña de casa. Sobre el mueble había una bandeja con vasos medianos y una jarra de té helado, la que seguramente habían olvidado servir por tan emocionante plática. Ichikawa tenía una facilidad para entablar diálogos con las personas, y sobre todo con los adultos, que en varias ocasiones se preguntaban si era realmente uno más de ellos o un adulto encubierto.

“Tan típico de él” fue el pensamiento colectivo.

– Oh, cariño, lo siento. Nos entretuvimos un poco. – la mujer se levantó tranquilamente de su lugar, siendo imitada por Ichikawa.

– Se que el festejado eres tú, pero no podía pasar por alto el saludar a tu madre. – se disculpó cortésmente con el joven Tsurugi.  

– Por eso no te preocupes, al contrario, es bueno saber que mamá tiene con quien charlar. – sonrió honesto.

– Bueno, dejémonos de palabrería y pongamos manos a la obra. – arremangando las manga de su camisa, Nishiki, dio el inicio a los preparativos.

Ichikawa y Nishiki se encargaron de mover algunos muebles en la sala, para tener más espacio por donde moveré, cuando ésta se encontraba lista, Yuuka y Atsushi se encargaron de la decoración –y más de alguna discusión hubo– en tanto, Sangoku se dedicó a la preparación de los bocadillos junto con la madre de Yuuichi. Mientras, el cumpleañero permanecía sentado en el jardín delantero esperando a que todo estuviera listo, tal como lo había ordenado la comisión organizadora.

La tarde llegaba con pereza, las horas pasaban lentamente, como nunca lo habían hecho en su vida, pero de un instante a otro se retractó de aquello, hubo una ocasión en que el tiempo transcurrió de manera aún más tortuosa. Sacudió su cabeza un par de veces, estaba pensando demasiado, y aunque le fuese casi imposible debía mantener su mente alejada de aquellos pasajes de su vida.

– Miau~  – un sonido muy particular llamó su atención, fijando su mirada en el pequeño animal que se encontraba sentado en frente de él.

Le miraba fijamente con unos enormes ojos turquesa, mientras sus orejas puntiagudas giraban alternadamente y su cola serpenteaba de lado a lado en espera de algún movimiento por parte del muchacho.

Yuuichi alzó una ceja sin comprender del todo qué hacía el felino ahí, o por qué le miraba con tanto ahínco. Muchas veces lo había visto pasear por la calle, algunos tejados e incluso por las cercas –con una destreza casi sobrenatural, hasta para un gato– pero nunca se había tomado la “molestia” de poner sus finas patitas en el jardín de los Tsurugi.

– ¿Ran? – preguntó el chico aún dudoso, no tenía muchos buenos encuentros el gato.

El pequeño giró las orejas hacia el frente, bajó ligeramente la cabeza y sacó el pecho, como si le hubiese ofendido. Por su parte, el peli-azul quedó sorprendido con el comportamiento del animal.

– ¡Kirino! ¿Dónde estás? – se oyó al otro lado de la cerca. El felino nuevamente giró las orejas, esta vez en dirección hacia donde provenía la voz, pero no se movió de su posición.  

Notas finales:

Gracias por leer~ 


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