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Por favor, haz que pare de llover en la Madriguera por Blue_Angel

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Por favor haz que pare de llover en la Madriguera.

Memoria: 1







No lo suponía. Ronald Weasley lo había visto con sus propios ojos. Vio a su padre estrechar su mano con la de Lucius Malfoy aquella mañana, antes de que ambos hombres desaparecieran frente a sus ojos. Todo aquello ocurrió a escasos metros de la Madriguera. Se había quedado con la boca abierta, y no era por menos. 

Tanto Lucius como Arthur tenían la mala fama de odiarse a muerte, y, él mismo habia sufrido las constantes puñaladas clasistas del mayor de los Malfoy. ¿Para que mencionar a su hijo? Draco. Ese rubio de nombre gracioso le había hecho la vida de cuadritos tanto a Harry como a Hermione. Hasta tuvo el atrevimiento de llamarla en el último año escolar, un apodo que no le agradaba repetir, ni siquiera como un recuerdo.

«Sangre sucia».

Ron pasó la mano por sus cabellos tan rojos, como el rubor que comenzaba a asomarse por sus mejillas. El solo recordar a Draco le hacía hervir la sangre. «Tenía que ser un slytherin», se dijo a si mismo. Draco poseía el don de sacarlo de sus casillas. Muchas veces se preguntó a si mismo, si este tomó algun curso especializado en el tema.


Por su cabeza aun rondaba la curiosidad de saber cual era la relación entre su padre y el hombre Malfoy sin embargo, por mucho que lo pensara, no le encontraba ni pies ni cabeza. La única explicación sensata, era que ambos padres de familia habían enloquecido, y ahora andarían por la vida celebrando su amistad. No era la primera vez que ocurría en el mundo. Quiso reirse de sus propias incoherencia, pero la verdad aquello le asustaba.


Ese verano se hallaba por su cuenta. La casa le pertenecía solo a él y a sus padres. Sus hermanos, para su suerte, decidieron irse de viaje a visitar una tía lejana, cuyo nombre no le interesaba recordar en ese momento. No es que lo supiera, ni tampoco que se esforzara en recordarlo.


Lanzó un suspiro al aire y se abrazó a si mismo. Deseo ver a Harry, su mejor amigo. Quizo que con solo desearlo este apareciera frente a él, pero conocía de sobra que aquello era un deseo en vano, asi que volvió a suspirar y continuó suspirando hasta que el sueño de la tarde lo venció.

Había mucho silencio en la Madriguera.


Cuando despertó ya era de noche. Esas siestas en las que te dices que dormirás por media hora y al final duermes tres. Le extrañó que sus padres no vinieran a despertarlo para molestarlo con una que otra tarea hogareña, así que decidió buscar a su madre. En la cocina no estaba y mucho menos en el granero. Estaba solo y la luz de la casa estaba a medias. Un extraño olor a naranja podrida invadió sus fosas nasales, una honda de frío recorrió su cuerpo como electricidad. Sintió miedo. Subió a toda prisa a su habitación en busca de su varita, pero no la encontró. Y entonces lo vio.

Un hombre parado en la puerta de su habitación. Un hombre de aspecto desagradable, piel sucia, de corta estatura y nariz puntiaguda. Le recordó a una rata, y no lo pensó por ofender.

—Hola —dijo aquel hombre, viendolo como el pirata que consigue un gran tesoro.

Ron tragó seco antes de hablar, guardando la distancia entre él y aquel visitante no placentero.

—¿Quién es usted? 

—Me llamo Peter —dijo comenzando a dar unos pasos hacia Ron sacando su varita de la cintura—, Peter Pettigrew.

Aquel movimiento, puso a Ron en un estado de nerviosismo que lo obligó a huir. Algo no andaba bien, pero su plan de escape improvisado terminó truncado, antes de que pudiera dar mas de tres pasos.


—¡Stupefy! —gritó Peter y el cuerpo de Ronal Weasley cayó inconciente en el suelo. 

Ron no supo nada mas de él. Su mundo se convirtió en una bola de masa negra, seguida de sueños banales. 

Despertó en una habitación completamente ajena a la suya. Aquel cuarto le recordó al gran comedor de Hogwart. Una lámpara flotante con cristales que hacian cling al chocar adornaban el lujoso techo, un escaparate de madera. Tambien habían cuadros, hermosos cuadros con paisajes de lugares mágicos, pero lo que mas llamó su atención fue la alfombra con estampados de flores, en una combinación de colores rojo y negro; a simple vista parecía nueva y cara, nunca había visto una así, al menos no en otro lugar que no fuera Hogwarts.

Al fin dejó de sentirse mareado. Se puso de pie y colocó su mano en la perilla de la puerta, la giró, pero esta no cedió. De nuevo sintió temor acompañado de un fuerte dolor de estomago. «¿Dónde estaba?», se preguntó una y otra vez hasta que la pregunta perdió sentido.

—¡Mamá! —comenzó a llamar en su desesperó—. ¡Papá!

Nadie contestó. En ese momento notó que en su habitación no había ventanas. Quiso llorar y aprovechó que estaba a solas. La confusión lo atacó, traidora por la espalda.

Debió pasar mas de una hora. El picaporte de aquel cruel portal, que ahora le negaba la salida, comenzó a sonar y la puerta se abrió.

Los ojos azules de Ronald Weasley se abrieron como una ventana. El color de sus mejillas se drenó en un lío de reacciones internas. El miedo no se fue y la confusión tampoco, pero a estas se le sumó uno nuevo, la desesperación.

Lucius se hallaba parado frente a él. Aquel hombre de cabellos largos, rubios, casi blancos y presencia intimidante, se encontraba a escasos centimetros de él y desconocía el porque. Ron abrió la boca para hablar, pero antes de que lograra su cometido, Lucius adivinó sus intenciones.

—Tus padres estan muertos. De ahora en adelante, nosotros nos haremos cargo de tí —habló como el que le cuenta un chisme al vecino, sin darle importancia a las palabras. 

Y sin el mas mínimo tacto, Lucius derrumbó la fortaleza de aquel niño de 13 años. 

Ronald Weasley lloró frente a él.

Lloró y lloró hasta que perdió el conocimiento.

Continuará...


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