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Extraña tentación por Bithae

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Notas del capitulo:

¡Estoy imparable! xD y todo porque amo mucho, mucho a Minho y a Key juntos /o/

Definitivamente, aquello, era lo peor que le había pasado en la vida.

Mientras su coche gemía y daba unos cuantos tumbos antes de que el motor se apagara, Kim KiBum tragó saliva y se regañó mentalmente por sentirse tan desesperado y asustado. Tenía que hacer retroceder las lágrimas que estaba a punto derramar, simplemente debería de hacer que se quedaran en donde deberían de estar: detrás de sus ojos. ¿Pero cómo lograrlo? Dios, estaba en medio de la nada, totalmente perdido y no estaba seguro de adónde debería de ir para pedir ayuda.

Sacudió la cabeza y giró la llave de nuevo. Un sollozo se le escapó cuando nada pasó y, rápidamente, se preguntó por qué demonios había aceptado la invitación de sus compañeros de trabajo para pasar un rato agradable, en pleno inverno, en las aguas termales de una montaña desconocida y que, para su horror, estaba lejos de Seúl. Debería de haberse quedado en su casa, con su gato, con una deliciosa taza de café en las manos, una enorme cobija cubriéndolo hasta las orejas y la televisión prendida; pero en cambio, estaba aquí, en un camino lleno de nieve, con el coche atascado y muriéndose de frío.

Frustrado, golpeó repetidamente el volante.

—Estúpido carro —murmuró, intentando calmar su rabieta. Cuando lo consiguió, suspiró un par de veces, removió de sus mejillas las lágrimas que no pudo contener y tocó el claxon con la intensión de que alguien lo escuchara y lo rescatara—. Por favor Dios —gimió, apoyando la frente en el volante—, te prometo que haré todo tipo de cosas buenas si me ayudas a salir de aquí.

Esperó diez minutos y, cuando vio que nadie venía y seguía tan solo como lo  había estado en el vientre de su madre, decidió salir del auto. Pero, al segundo de poner un pie fuera, se arrepintió. Todo su cuerpo se estremeció debido al crudo y apabullante frío de la montaña, su nariz —de por sí ya fría—, se congeló y sus piernas temblaron incontrolablemente.

—¡Joder!

Tal vez sería mejor que se quedara…

No. ¿Y luego qué? ¿Morir sin siquiera haber intentando encontrar ayuda? Bien decía el dicho que: «si la montaña no venía a ti, tú debías ir a ella». El problema era que, si hablaba literalmente, él ya estaba en la jodida montaña y había sido una mala decisión.

Comprobó el teléfono y lo cerró cuando se dio cuenta que seguía sin cobertura. Mierda, ¿estaba recibiendo un tipo de castigo, no? Cerrando los ojos por un breve momento, comenzó a caminar tanto como la nieve se lo permitía. Si Dios era grande, encontraría a alguien que lo auxiliaría antes de que lograra morirse de hipotermia. La nieve se le metía en los zapatos con cada paso que daba y hasta tuvo que bajar la mirada para asegurarse de que sus piernas todavía permanecían pegadas a su cuerpo. Ya no las sentía y esa fue una señal para empezar a alarmarse, ya que lo próximo que dejó de sentir fueron sus manos. Ni siquiera se dio cuenta cuando se le doblaron las rodillas y cayó como un saco de patatas a un lado de la carretera.

Bien, ahora sí, ése sería su fin.

Intentó permanecer con los ojos abiertos tanto como pudo, oía el lejano murmullo de alguien, ¿o tal vez estaba delirando? Quién sabía, pero de lo que sí podía estar seguro, era que estaba a punto de morir.

Una voz, una voz fuerte y sensual fue lo último que escuchó antes de que la oscuridad se lo tragara.

Después de todo, morir era más fácil que vivir.

 

Choi Minho chasqueó la lengua y se inclinó frente al cuerpo del chico que estaba tirado en medio de la nieve. Estaba claro que se había desmayado por el intenso frío y, si él no actuaba rápido, era probable que el tipo muriera de hipotermia.

Metió una mano bajo las rodillas temblorosas y otra por la espalda. Gruñó cuando hizo el esfuerzo de levantarlo. Dios, no pesaba nada, y era extraño, ya que traía puesto todo tipo de ropa invernal. Minho bajó la mirada y lo observó. Tuvo que aceptar que el joven era bonito a pesar de tener los labios morados y la piel más pálida de lo que debería.

Se encogió de hombros y comenzó a trotar hacia su cabaña. De todas formas, ¿qué estaba haciendo alguien como él en un lugar como este? En la montaña sólo vivía una pareja de ancianos y él, aunque sus hogares estaban demasiado lejos el uno del otro como para llamarse vecinos. ¿Tal vez era familiar de los señores Park? Lo que fuera, mañana lo averiguaría, primero tenía que encargarse de él.

Cuando llegó a su cabaña, y como era de esperarse, su perro lo recibió como si se hubiera ido más de mil años. Comenzó a brincar mientras movía su grande y peluda cola.

—Basta, Sam, ¿qué no ves que traigo visitas? —El bonito Samoyedo gimió en señal de protesta, subió las escaleras y desapareció de su vista. —¿Por qué eres tan resentido de todas formas? —Gritó, negando con la cabeza y cerrando la puerta principal de una patada. Apurado, subió las escaleras y fue a su habitación. Ahora, ¿qué haría con el chico para conseguir que su cuerpo se calentara? Un baño estaría bien, pero eso implicaría tener que esperar a que la tina se llenara y llevaría demasiado tiempo.  

—Mierda.

Sin pensarlo dos veces, comenzó a desvestir al extraño, dejándole la ropa interior, lo metió en su cama y lo cubrió con dos colchas. Después, él empezó a desnudarse, quedándose únicamente con los bóxers, y se detuvo, pensando. ¿Cómo haría esto sin sentirse extraño e incómodo? Nunca había yacido con un hombre en una cama. Frunció el ceño al darse cuenta de que la idea no le repugnaba del todo como había creído. Se encogió de hombros, no era momento de pensar en su comodidad o sus preferencias sexuales después de todo.

Suspirando, se metió detrás del cuerpo frágil y de piel pálida. Le rodeó la cintura con un brazo y le hizo rodar sobre su costado para que esa pequeña espalda se quedara pegada a su pecho. Nada más que piel contra piel, ése método era el mejor que conocía para calentar a una persona.

Mierda, y él estaba demasiado frío.

Apretó la mandíbula cuando sintió las suaves nalgas presionarse contra su miembro. Joder, no debería de estar poniéndose duro, ¿o sí? Caray, tal vez había pasado demasiado tiempo sin sexo, por eso ahora se le paraba hasta con el cuerpo de un hombre. Eso debería de ser alarmante.

El chico se movió, sacándolo de sus atormentados pensamientos, y profirió un profundo gemido de satisfacción. Se acurrucó y apretó más contra él, buscando su calor. Temblaba y, cuando las ajenas y largas piernas se enrollaron con las suyas, su miembro palpitó de dolor haciendo que Minho se diera cuenta de que estaba en graves problemas.

¿Qué demonios le pasaba?

Si hubiera tenido un poco de cordura, se habría alejado de él en ese instante, pero no podía. No si quería que el chico se recuperara.

Perdió la noción del tiempo, pero logró tranquilizarse. Después de unos minutos, Sam entró en su habitación y se quedó en la puerta, mirándolo de forma acusadora.

—¿Qué? —Murmuró, sentía que su perro le estaba reclamando algo al ver la posición en la que se encontraba. Maldito y astuto animal. —Largo, no eres mi conciencia.

Sam dejó caer el trasero en el suelo de madera, sacó la lengua y comenzó a jadear, como si hiciera tanto calor en la habitación que su grande y peludo cuerpo no pudiera soportar. Eso hizo que Minho fuera bien consciente de lo que estaba pasando entre el desconocido y él.

—Basta, Sam, vete abajo, ¡ahora!

Sam lo vio por última vez antes de pararse y dar media vuelta, obedeciéndole. Minho rodó los ojos y apoyó la cabeza en la almohada. Se quedó mirando fijamente el negro y lacio cabello frente a él y tragó saliva, tratando de contener el impulso de enterrar la nariz en él. ¿Sería suave y olería tan bien como lo parecía?

Sacudió la cabeza y sacó una de sus piernas de la enredadera que había debajo de las sábanas. Definitivamente estaba enloqueciendo. Sin embargo, permanecería así un poco más y después podría pararse y preparar un poco de chocolate para dárselo al chico cuando se despertara. Cerró los ojos con la intensión de hacer que su cerebro dejara de crear tantos pensamientos indebidos, pero antes de que pudiera descubrir lo que pasaba con su cuerpo, se quedó dormido.

 

KiBum estaba rica y agradablemente calientito en la comodidad de su cama. Abrió la boca para humedecer sus labios y acomodar mejor su cabeza en la almohada. Había tenido un sueño extraño y, de sólo volver a pensar en ello, se le ponía la piel chinita.

Se removió mientras sacaba un suspiro de satisfacción, ¿qué día er…?

Jadeó al sentir algo duro y caliente junto a él. Soltó un grito y abrió los ojos mientras trataba de incorporarse.

Un fuerte y moreno brazo le rodeó posesivamente la cintura y lo obligó a permanecer quieto. ¿Un ladrón se había metido en su casa? Dios, tenía que huir a como diera lugar.

—Tranquilízate.

Su cuerpo obedeció la orden al instante a pesar de que su mente le gritaba que se moviera y saliera corriendo de su habitación. Pero conocía esa voz, esa hermosa y grave voz. ¿Dónde la había escuchado?

Respiró profundamente un par de veces antes de darse cuenta de que ésa no era su cama, ésas no eran sus sábanas y, por lo tanto, la habitación en la que estaba no era la suya.

¡Mierda! Su sueño, no había sido un sueño, sino la realidad.

—¿Qué…? —La pregunta se quedó atascada en su garganta cuando intentó girar la cabeza para ver al dueño de esa melodiosa voz, pero al hacer eso, su trasero rozó con algo duro y luego su boca soltó un montón de oh-dios-mío al darse cuenta de lo que era aquel bulto y de que él estaba casi desnudo, ¡y el desconocido también!

—No te muevas —ladró el hombre—. Lo siento, no fue mi intención llegar a esto contigo, sólo quería que recuperaras tu calor corporal, pero no pude hacer nada con las reacciones de mi cuerpo. Se suponía que me iría antes de que despertaras, pero me quedé dormido —suspiró—. Ahora, ¿podrías dejar de moverte? Cada roce de tu culo contra mi ingle hace que mi erección palpite y duela.

Key se quedó inmóvil al escuchar eso. De cierta manera entendió que le debía al hombre su vida, pero se sentía abrumado y conmocionado debido a la posición en la que estaban.

—No… —parpadeó un par de veces y tragó saliva—, no sé qué decir. Yo…

El hombre se río y se movió, alejándose de él. KiBum enseguida quiso lloriquear por su pérdida, pero se mordió la lengua. ¿Acaso se había vuelto loco? ¿Estaba con un desconocido y su libido se interponía a su sentido común? Joder, si su mamá se enterara de esto, seguramente se decepcionaría mucho.

Cerró los ojos y se quedó inmóvil mientras escuchaba el susurro de las ropas. Seguro que el tipo se estaba vistiendo.

—Tu ropa está húmeda —Key se atrevió a abrir los ojos y se quedó con la boca abierta. El hombre que estaba frente a él era hermoso y fascinante. Era alto, alrededor de un metro ochenta y cinco centímetros; tenía el cabello largo y ondulado, le llegaba a la altura de los hombros; su cara era pequeña al contrario de sus ojos grandes. Key bajó la vista a la media sonrisa que mostraba en su rostro, sus labios eran carnosos y, aparentemente, suaves. Dios, tuvo el deseo impulsivo de probarlos, ¿a qué sabrían? —Hay ropa en el segundo cajón —el tipo hizo una mueca y se tocó ligeramente la barbilla—, tal vez te quede un poco grande, pero servirá mientras se seca la tuya. Cuando estés listo, baja, tomaremos un poco de chocolate y hablaremos.

¿Sobre qué?, se preguntó KiBum, pero antes de que pudiera decir algo, el chico dio media vuelta y desapareció de su vista.

Vaya, ¿no era esta una situación demasiado extraña e incómoda? ¿Cómo una reunión con sus compañeros había terminado en esto? Bueno, mierda, el caso era que él había prometido hacer cosas buenas si salía con vida de esto, ¿no? Bien, debería de ir a la iglesia el próximo domingo.

Suspirando, se alejó de la calidad de la cama y buscó donde el tipo le había dicho, encontrando nada más que pantalones de mezclilla y camisetas. Dios, ¿es que el desconocido no sabía lo que era tener frío? Negando con la cabeza, hurgó un poco más y encontró unos desgastados pantalones de deporte con cinturilla ajustable y un suéter que le quedaba a mitad del muslo. Perfecto, esto era mil veces mejor que andar con nada más que un simple bóxer por toda la casa.

Mientras doblaba las mangas del suéter, bajó las escaleras con mucho cuidado, pero la madera crujía levemente con cada paso que daba. Se encogió de hombros, de todas formas, no había razón para ir a hurtadillas por ahí. Bajó los últimos escalones con más rapidez y, cuando se dirigió a lo que creía era la cocina, se detuvo al ver un enorme perro saliendo de la habitación.

Key no tenía problemas con los perros, siempre y cuando éstos fueran pequeños y los pudiera patear si se acercaban a él y lo mordían. Pero este animal era enorme y era evidente que no tendría ninguna oportunidad con él. Sus piernas se congelaron anclándolo ahí, sus ojos se abrieron enormemente y no pudo contener que su pulso se acelerara. ¿Él iba a atacarle?

—No tengas miedo —alzó la mirada y encontró al tipo de antes recargado en el marco de la puerta con los brazos cruzados frente al pecho, mirándolo de los pies a la cabeza con gesto divertido—. Sam es inofensivo, ¿no lo ves? Su cadera casi se está dislocando con ése movimiento exagerado de cola. Obviamente te está dando la bienvenida y está rogando para que le rasques detrás de las orejas.

El perro avanzó lentamente, gimiendo mientras olisqueaba en el aire y, cuando quedó frente a él, se impulsó y se paró en sus patas traseras, poniendo sobre el estómago de Key sus enormes patas delanteras.

—Oye, ¿qué…? —Sam ignoró su reclamo y trató de lamerle la cara—. Basta, chico grande, no me babees —se rió. Tenía que aceptarlo, era el primer perro al que le caía bien, y eso, definitivamente, era extraño.

—Está demasiado alegre porque me huele a mí en ti.

Como si un cubito de hielo fuese pasado por su espalda, Key se estremeció y se sonrojó ante el comentario. Dios, quería esconder la cabeza en la tierra. ¿Por qué había reaccionado así, de todas formas?

—Uhm… —¡piensa en algo para decir!—, gracias por ayudarme.

—No hay de qué —el tipo se encogió de hombros y se enderezó—. Vamos, ven, preparé un poco de chocolate, ¿te apetece?

¿Bromeaba?, con tan sólo olerlo su boca se hacía agua. Incapaz de contestar ante tal reacción, asintió con la cabeza, rascó unas cuantas veces a Sam detrás de las orejas y lo obligó a ponerse sobre sus cuatro patas para después dirigirse a la cocina y pararse frente a la mesa.

—Por cierto, me llamo Choi Minho —le ofreció la mano.

—Kim KiBum —susurró, cerrando sus dedos entorno a aquella gran mano.

—Y dime, KiBum —se alejó y, cuando regresó a la mesa, dejó una taza de chocolate caliente frente a él—. ¿Qué hacías en medio de una montaña en pleno invierno?

Key se sentó, tomó entre sus manos la taza y sopló levemente, tomando un pequeño sorbo. Después, alzó la mirada y pilló a Minho mirándolo con bastante detenimiento; estaba sentado frente a él, tan despreocupado con la barbilla apoyada en la palma de la mano y sonriendo. Madre Santa, esa sonrisa desarmaría a cualquiera, inclusive a un hombre.

—Bueno, Señor Choi —se aclaró la garganta—. Resulta que…

—Minho.

Key frunció el ceño.

—¿Disculpe?

—Llámame Minho.

—Pero…

—Teniendo en cuenta la posición en la que estabas hace diez minutos, no tiene caso que me llames por mi apellido —su sonrisa se ensanchó y Key estaba completamente seguro de que su cara estaba ardiendo por la vergüenza—. Así que llámame Minho.

Bueno, ¿no era eso un bonito método para hacer que olvidara lo que estaba diciendo?

Tras un minuto de esforzarse para hacer que el color de su cara volviera a la normalidad, KiBum jugó con el borde de la taza, alzó nuevamente la mirada y asintió.

—Está bien, tiene… —carraspeó—, tienes razón, Min… Minho.

Dios, ¿por qué sentía que no podía respirar?

 

Qué bonito se oía su nombre saliendo de esa boca.

Minho no pudo contener la risa que escapó de su garganta. El chico frente a él era completamente adorable y, ahora que podía verlo con bastante claridad, tenía que admitir que era muy bello. Sus ojos le recordaban a los de un gato, su piel era tan blanca que la piel de él se veía más oscura de lo que realmente era. Su cabello era negro como la noche, y Dios, esa boca era tan exquisita como el resto de su esbelto y largo cuerpo. Minho podía imaginarse con facilidad esos deliciosos labios cerrados entorno a su erección, succionándolo y adorándolo.

Se removió en la silla, acomodándose el miembro en los pantalones mientras se regañaba mentalmente por el rumbo tan inesperado de sus pensamientos. Él vivía solo en la montaña, pero de vez en cuando viajaba a otros lugares para aliviar su apetito sexual. Sólo lo había hecho con mujeres, los hombres no le habían llamado la atención…

Hasta ahora.

KiBum lo tentaba como jamás se hubiera imaginado. ¿Acaso era gay y él no se había dado cuenta? No, imposible. Definitivamente era este chico en específico que le hacía sentirse de esta manera.

—Como te decía —la voz suave de KiBum lo sacó de su ensimismamiento—, vine hasta aquí porque había quedado con unos amigos para pasar un rato en las aguas termales de ésta montaña.

Minho frunció bruscamente el ceño. ¿Aguas termales?

—En ésta montaña no hay aguas termales.

KiBum lo miró asombrado.

—¿Estás seguro?

—Por favor —bufó—, conozco la montaña como la palma de mi mano. He vivido aquí toda mi vida y te aseguro que, si hubiera aguas termales, lo sabría —suspiró, tomando un poco de chocolate—. Además, ¿no crees que estaría más transitada de ser así? La gente buscaría un lugar para huir un rato del frío a como diera lugar.

Key soltó un gruñido y cerró las manos en puños.

—Quiero pensar que di la vuelta donde no debía, porque de no ser así, mis compañeros me tomaron el pelo y casi consiguieron que quedara muerto en medio de la nada.

—¿Ellos te odian? —Preguntó, el estómago se le apretó en un puño ante la idea de KiBum siendo presa de una cruel broma. Esos tipos, quienes fueran, deberían de ser castigados a como diera lugar.

—Algunos, sí —alzó la mirada y se forzó a sonreír—, pero bueno, lo importante es que gracias a ti estoy bien y ahora podré salir de aquí con vida.

¿Se iba?

—No.

—¿No? —KiBum ladeó la cabeza y lo miró, como pidiéndole explicaciones.

Mierda, ¿acaso había perdido la razón? Pero la realidad era que no quería que KiBum se fuera y lo dejara nuevamente solo. Su cuerpo se había sentido bien entre sus brazos y provocar sus sonrojos lo había dejado satisfecho. Se sentía… Feliz. Necesitaba conocer mejor a este chico tan extraño, su cuerpo se lo pedía a gritos.

—Que diga, ¿cómo planeas irte? —Suspiró, debía controlar sus impulsos. —¿Llegaste aquí en carro o algo?

—Sí, pero la maldita chatarra se quedó atascada en la nieve y ya no arrancó, por eso me vi obligado a caminar, pero llamaré para que la grúa venga por él y yo me iré en taxi a Seúl.

Minho procesó toda la información y una llama de esperanza cobró vida en su interior.

—Veo difícil todo eso. Para empezar, no tengo teléfono, es más, no hay cobertura en toda la montaña y los taxis no llegan hasta aquí, mucho menos a esta hora.

—¿A ésta hora? —Sus ojos se abrieron, alarmados. —¿Qué hora es? —Chilló, poniéndose de pie.

Minho sonrió y miró el reloj de pared.

—Exactamente son las ocho de la noche con once minutos.

—Oh, Dios mío. Necesito irme, yo… ¿Tienes carro?

—Tengo…

—Entonces, sálvame la vida otra vez y llévame a la ciudad, ¿por favor?

¿Cuál era la prisa por irse? Era sábado y era lógico que KiBum no trabajara mañana. Minho frunció el ceño y una molestia se adueñó de su cuerpo. ¿Acaso tenía a alguien esperando por él? ¿Sería un hombre o una mujer? Estaba convencido de que era lo primero, pero no del todo. Aunque eso era fácil de averiguarlo.

Sin poder resistirse, se apartó un mechón de pelo de la frente y lo miró.

—¿Tienes novia?

KiBum detuvo todos sus movimientos y lo observó como si hubiera perdido completamente la cabeza.

—Por supuesto que no.

—¿Y novio?

—¡Qué? —Se quedó quieto. —No, ¿cómo sup…?

—¿Cómo supe que eras gay?

Yyyyy de nuevo ese adorable sonrojo en las mejillas. Claro, contestar esa pregunta no representaba ningún problema para él.

—Tu cuerpo me lo dijo cuando te despertaste y me sentiste detrás de ti, te alarmaste y te pusiste nervioso. Vamos, hasta me dijiste que no sabías qué decir —viendo a KiBum ponerse más rojo mientras evitaba mirarlo, Minho se irguió, se inclinó sobre la mesa y le puso un dedo bajo la barbilla, obligándolo a alzar la mirada—. Si hubieras sido un macho alfa, tu reacción habría sido violenta, ¿no lo crees? Además, está éste adorable sonrojo cada vez que digo algo descarado —para probar su punto, le acarició la mejilla suavemente con los nudillos y suspiró cuando KiBum se hizo repentinamente hacia atrás.

—¿Y eso te molesta? 

La pregunta lo pilló por sorpresa, al igual que el tono hiriente y desagradable que KiBum había utilizado para decirlo.

—No me molesta en absoluto, dulzura.

KiBum giró bruscamente la cabeza y lo enfrentó.

—¿Acabas de llamarme dulzura?

Minho se encogió de hombros y se puso de pie. El absurdo impulso de estar cerca de él lo desconcertaba y lo excitaba al mismo tiempo.

—Sí, ¿eso te molesta? —Le devolvió la pregunta y observó a KiBum suspirar pesadamente.

—Oye, no sé por qué estás diciéndome todas estas cosas…

—¿De verdad no te lo imaginas? —Lo interrumpió, deteniéndose a centímetros de él.

—Yo… —dio un paso atrás—, no me conoces y yo no te conozco, ¿por qué habría de imaginarme o tener una maldita idea de lo que estás intentando hacer?

Ah, así que esa boca bonita podía soltar maldiciones.

—Porque —rodeó la mesa, acortando la distancia que KiBum había puesto entre ellos—, es demasiado evidente lo que quiero.

Tras observar el atisbo de miedo en ése lindo rostro, Minho se obligó a mantener los brazos en sus costados. No entendía lo que le pasaba, pero aún así, nunca había actuado de esa forma, tan descarado y desesperado. Joder, ¿de verdad estaba tan necesitado de un cuerpo en el cual descargar sus necesidades sexuales? Lo pensó por un momento, y llegó a la misma conclusión de que no era eso.

Definitivamente era Kim KiBum. Su cuerpo estaba tan encendido por él que le dolía.

—Minho —KiBum habló con los dientes apretados y, cuando alzó la mirada, Minho quiso golpearse fuertemente contra la pared al ver el dolor en esos ojos color castaños—, la última vez que me vi al espejo mi frente no llevaba ningún letrero que dijera puta. Así que si tu actitud y todo lo que estás haciendo es la continuación de la broma de mis compañeros, déjame decirte que no es nada graciosa.

Las palabras acusadoras lo dejaron perplejo por un momento, pero después de unos segundos de procesamiento, el enojo y la rabia se adueñaron de él. Se acercó más a KiBum y lo tomó bruscamente de la mano, consiguiendo que diera un brinco de sorpresa, y entonces hizo lo más estúpido que había hecho en su maldita vida. Llevó esa palma blanca y fría hacia su entrepierna y lo obligó a curvar los dedos entorno a su erección.

—¿Esto parece una broma para ti? —Siseó, tratando de contener el gemido que la mano de KiBum causaba sobre él. —Porque para mí no lo es. Me duele el pene y las pelotas como no tienes una puñetera idea.

Rechinando los dientes, dio media vuelta y salió de la cabaña. Cristo, necesitaba un poco de aire frío, estaba demasiado caliente, caliente por Kim KiBum.

 

Petrificado en medio de la cocina, KiBum miró a Sam entrar en la habitación con paso lento, se detuvo a metro y medio de distancia de él y se echó, mirándolo a los ojos, como esperando que hiciera algo con su dueño.

KiBum alzó la barbilla y fulminó con la mirada al enorme animal.

—No soy yo el que debería de arreglar la situación. Fue él el que acaba de insultarme, gritarme y enojarse, cuando debería de ser al revés.

Sam lo miró un segundo más, antes de apartar la mirada, su clara manera de decir los-humanos-son-tan-estúpidos-y-se-complican-tanto-la-vida.

Key bufó y le reprochó mientras le apuntaba con el dedo.

—Ser perro es fácil, lo sé. Sólo le hueles el culo a alguien, te lo montas, te quedas pegado a él unos cuantos minutos y después te vas. Así que no me vengas a decir que estoy actuando mal. Estoy en mi jodido derecho, tu amo es el imbécil, no yo.

Sí, claro, y el estar hablando con un perro que sólo se preocupaba por dormir, comer y cagar, todo en ese orden, ¿no lo convertía en un imbécil? Dios, ¿cómo había acabado metido en este lío? El mundo debería de estar volviéndose loco si un hombre como Minho lo rescataba y le confesaba que lo deseaba de una manera poco sutil.

Miró por última vez a Sam, después, agarró las dos tazas de la mesa, dándose cuenta que la de Minho estaba casi llena. Suspiró, y las enjuagó, las dejó a un lado y caminó por la casa. No se había dado el tiempo para verla después de todo, y era realmente hermosa.

Como su dueño.

Profirió una maldición. Joder, los susurros en su cabeza simplemente debería de callarse por un momento.

Él había hecho lo correcto durante toda su vida. Había obedecido siempre a sus padres, había ido a la universidad más prestigiosa de Seúl y siempre regresaba a su casa después de que terminaban las clases, inclusive pedía permiso antes de salir con sus amigos. Y cuando empezó a trabajar, se había esforzado tanto en ser el mejor. Nunca llegaba tarde, nunca hacía algo a última hora y ponía todo el empeño del mundo en sus labores. ¿En cuanto a cuestiones del corazón? Él rara vez tenía una relación seria. Era precavido respecto a eso, salía con alguien durante un buen tiempo antes de pensar seriamente en dar un paso más. ¡Por Dios! Había perdido la virginidad hacía poco más de un año. Así que, pensar en meterse en una cama con Minho para hacer algo más que abrazarse, era inaceptable para él. Lo confundía.

Mientras caminaba hacia la sala y era seguido por Sam, deseó con toda su alma que la extraña tentación que Minho representaba para él se desvaneciera por completo. No era normal.

Suspiró, mirando con anhelo la chimenea. El fuego estaba extinguiéndose y él necesitaba más calor del que la cabaña le podía proporcionar. Se sentó en el mullido sillón y observó la leña quemándose. ¿Debería ir en busca de Minho y disculparse? Bufó. No, él no había hecho nada malo… ¿O sí?

Sam dejó caer la cabeza en sus pies haciendo un sonido que indicaba lo cansado que estaba.

—¿Qué? —Murmuró Key. —¿Vernos pelear te ha dejado exhausto?

Sam ni siquiera lo miró.

Él frunció el ceño y estaba a punto de reprenderlo cuando la puerta principal se abrió y entró Minho con las manos completamente ocupadas. Key se quedó sin aliento. Dios, qué atractivo era.

—Mmm —vaciló al ver un enorme montón de leños en sus brazos—. ¿Necesitas ayuda con eso?

—No —Minho caminó frente a él, se arrodilló y dejó los leños junto a la chimenea. Metió unos cuantos y atizó el fuego. El silencio se cernió sobre ellos y Key se sentía realmente incómodo. Estaba pensando en algo para decir, pero no necesito pensar mucho, Minho tomó la iniciativa, sorprendiéndolo—. Lamento mucho mi comportamiento.

—¿Por qué?

—Porque fue inapropiado —lo volteó a ver sobre su hombro—. No puedo negar que me gustas y me siento extraño por eso, ¿sabes?

Incapaz de soportar tanta distancia entre ellos mientras hablaban, Key se puso de pie haciendo que Sam protestara un poco, pero el perro se acomodó nuevamente en el suelo. Key se rió y se arrodilló al lado de Minho. Puso las manos frente al fuego, adorando y agradeciendo la calidad.

—¿Por qué te sientes extraño? —Miró los atormentados ojos de Minho y supo que estaba tan confundido como se sentía él.

—Todo esto lo es, ¿no? —Contestó el alto. —La manera en la que te encontré, la forma en cómo reaccionó mi cuerpo al tener el tuyo cerca, mi comportamiento descarado y poco educado —suspiró—. Quiero que sepas que no soy así normalmente.

Definitivamente había un «pero» después de todo eso, así que esperó, y cuando Minho no dijo nada, su paciencia se agotó.

—¿Pero? —Lo incitó.

Minho se rió y alzó una mano hacia él. Key se tensó y casi gimió cuando esos dedos largos y elegantes se enredaron en su cabello.

—Pero no puedo evitar hacer lo que me exige mi cuerpo. No puedo evitar estar alejado de ti, necesito tocarte, necesito… —tragó saliva—. Estoy asustado —admitió, dejando caer la mano—. Asustado de mí mismo, asustado de intimidarte con mi actitud. No quiero que pienses que estoy loco o algo parecido.

Key estaba verdaderamente perplejo. No sabía qué podía decirle a Minho. Quedaba claro que éste hombre estaba acostumbrado a sincerarse con las personas. Key estaba seguro que, si a Minho no le pareciera el comportamiento de una persona, se lo diría sin importarle si hería sus sentimientos o no. ¿Y cuán extraño era eso? ¿Un hombre completamente sincero? ¿Estaba muerto o qué?

Nota mental: nunca preguntarle a Minho si le parezco gordo.

Suspiró, realmente estaba teniendo problemas para sacar las palabras de su boca, así que pensó en lo que su madre siempre le decía: «cariño, si no puedes explicarte con palabras, entonces hazlo con acciones».

Ojalá tengas razón, mamá, pensó y, sin darse una oportunidad para detenerse, se inclinó y depositó un casto beso en la mejilla de Minho.

—Gracias —susurró, tímido.

Joder, ¿qué acababa de hacer?

Notas finales:

Nos leemos después :D


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