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"Tienes un don" Parte I por ElleLover

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Notas del fanfic:

¡¡¡1a Parte. TERMINADA!!!

PDF COMPLETO: "Tienes un don". Bien corregido y bonito.

Capítulos 1,2,3,4,5,6,7 + epílogo... aquí:

https://mega.co.nz/#!GdlRyZAJ!SEwZlituDsrgSY3XCllI808WHO8KM0kN5a8f3TFdYUM  

 

 La segunda parte, después del 25 de enero...

 

Volveré...  (sí sí, ya saben que siempre vuelvo xD porque me tratáis demasiado bien en los comentarios jajaja y claro, luego me vengo arriba, me vengo arriba). Es bromita, me gusta mucho escribir. Ya es parte de mi rutina. *o* Y MÁS YAOI.... JUJAJAJ ware wa hentai... n.n

 

Un beso, Ellelover

Notas del capitulo:

Empezamos con una nueva aventura.

 

^^ Estos personajes me llaman... estaban dando vueltas por mi cabeza: quería dejar amor-yaoi y hacerlo sola...

 

pero... es más divertido si lo hago con vosotras!! xDD 

 

¡¡Presentamos a los dos personajes principales!!

 

Kenta y Blaine.

 

Song: ^^ https://www.youtube.com/watch?v=gH476CxJxfg

 


¿Sabéis lo que es esa sensación


de orgullo que estalla en tu pecho?


Mi cara estaba totalmente extasiada


de este orgullo.


 


Juegos olímpicos del 2020.


 


El mundo entero estaba pendiente de mí, alucinados: no era una ópera en italiano, ni en francés, ni en español, ni alemán, ni ruso, ni chino, ni en polaco, ni inglés... era en japonés. Una de mis queridas lenguas natales.


El espectáculo terminó, con unos inmensos fuegos artificiales, rosas, y una danza increíble.


El mundo entero se levantó.


Miles y millones de personas, literalmente, de todo el mundo, se levantaban y aplaudían: deportistas, espectadores, fotógrafos, cámaras...  y en miles de idiomas me estaban felicitando por el pinganillo. Sentí, por primera vez, el miedo. “¿No les habrá gustado? ¿O sí? ¿He fallado en alguna parte? No. Ha sido perfecto. Pero seguro que ni lo habrían notado.”. A la gente le gustaba.


Sí... había estado bien... pero... mientras recibía los aplausos... me di cuenta de que...


un enorme terror se acomodaba...


...en mi pecho...


¿Ya está?


 


*******


 


Unos meses más tarde...


Saint Andrews,


Condado de FifeEscocia.


Gabinete de psicología.


 


“No recuerdo bien esa clase...”


Me gusta juguetear con mi bolígrafo y mi libreta, esperando a mis pacientes... hacía tiempo que no tenía; ¿por qué me ha venido a la cabeza, esa clase...?


Después de tantos pacientes, de tantos másteres, de ser doctor e investigador de prestigio, sé que no debería hacer caso de las estúpidas lecciones que trataban de “derrumbar” o asustar a los ilusos estudiantes de psicología que éramos por entonces... pero, ¿qué era... lo que había dicho el profesor... en aquellas aburridas clases, de hacía tiempo?


Ah, sí: ética y moral.


Hablaba sobre tener una correcta relación con el paciente: como de padre-hijo. Ya. He estado tanto tiempo investigando con ratas y ratones, midiendo su cola, poniéndoles artefactos... – e incluso luchando para que me dejaran hacerle cosas peores..- que creo que tengo miedo de no poder... hablar con un ser humano... y menos, tratarlo de un modo ético.


No es que sea muy de “charlar”; siempre se me ha dado mejor la teoría. Eso de hablar con personas... no se me da mal, pero... ¿qué era lo que estaba pensando antes? ¡Ah... sí! Que no podía haber lazos demasiado profundos entre paciente usuario-psicólogo: tiene que haber “respeto”, para volver a aprender las conductas adecuadas.  Y yo tengo que tener, un poco, el control. Cuando sonó el timbre el psicólogo escocés se dispuso a abrir.


“Bueno, aquí está...”.


Pudo ver el hombre de altiva presencia que se reflejaba en el espejo; nervioso. Se puso bien su flequillo y se olió el aliento. “Bien...”.


Al abrir... un japonés de pelo negro, ojos castaños, piel fina y blanca,  accedió a su bonita consulta... como si fuera sacado de una película... era bastante atractivo. Cosa que le intimidaba... aún más. Vaya. Iba con ropa casual... no parecía el mismo que...


“Oh, bueno... ¿qué esperabas?


¿Que viniera con los trajes de


etiqueta de sus conciertos?”.


Su gabinete estaba al lado de la universidad más prestigiosa y antigua de Escocia: el Saint Andrews.


A pesar de ser profesor de psicología y medicina, en la universidad, apenas le habían vuelto recuerdos de cuando él mismo era estudiante.


¿Por qué justo ahora? Qué nervios. Intentó tranquilizarse, pensando en otra cosa.  “Ohm, ¿quién diría que yo acabaría siendo uno de esos jodidos profesores que tanto odiaba? Seguro que estoy amargando la existencia a más de uno sin ni siquiera saberlo”. Rió, vilmente. Pero luego volvió la vista hacia ese japonés... Ese joven y talentoso tenor que había aceptado como su paciente, aún sin saber porqué. Supongo que... “para no perder práctica”. Hacía tiempo que no hacía terapia. Además, su nombre le había sorprendido. Creía que sería una broma, pero no... lo era: era Kenta Takahashi. Qué pelo... más sedoso...  


Qué fino... qué envidia...


Dan ganas de acariciarlo. “¿¡Qué digo!?”


Se tocó un poco su ondulado cabello; tenía un corte recto y bastante tradicional, para evitar que se le ondulara; se lo dejaba así porque era el corte que le favorecería más; o eso decía el amigo de su padre, el barbero del pueblo, amante de peluquería y los cortes de postguerra.


A él le daba igual.“Céntrate, Blaine... venga”.


Ahí estaba ese joven. Ese chico increíble que cantaba como los ángeles: lo había visto durante los juegos olímpicos, como todo el mundo... y ahí... estaba... en su consulta. ¿Por qué?


“Me alegra haber hecho ese máster sobre artistas... ¿pero qué se espera que le diga?”


Él no tenía nada de artista: todo lo contrario. Metódico, teoría, investigación...


“Creo que ya empiezo a arrepentirme... de haberle aceptado”.


Ese joven era una celebridad: un genio. Su némesis. Puro arte. Pronunciaba tan bien todos los idiomas, inclusive el chino y el japonés. Y las lenguas occidentales: también.


“Me he pasado toda la noche viendo sus miles de actuaciones de la ópera por youtube


 Y hoy está aquí, frente mío, en mi país. Sobretodo tengo que... tener mucha confidencialidad. ¿Pero qué hace en Escocia? ¿Qué hace aquí, en este pueblo? Parecía cosa del destino. Si es que aquello existía. ¿Qué traía a un japonés cantante de la ópera tan bueno hasta él?


Mh... a ver: miré en mis apuntes.


¿¡20 años?! ¿Tan joven es?


Es un crío. ¿De dónde le sale la voz?


Bueno, sí... sus rasgos lo parecen... pero por como cantaba...  le echaba mínimo 25...


“No... debería pensar en esto... es antiético... es mi paciente...  no estoy aquí para halagarle o juzgarle, sino para tratarle.”


—        Siéntese por favor.


“No soy de ponerme muchos trajes... pero ante la presencia de este chico la presión me ha podido”.


 Blaine era un psiquiatra, profesor y psicólogo clínico con honores... y, a pesar de odiar de toda la vida los trajes y las corbatas, no había podido sucumbir a dar una imagen más profesional.


—        Gracias.- le dijo, escueto, pero simpático, con esa voz... tan bonita.


Qué tontería. Incluso se había puesto las gafas, que nunca se las solía poner. Odiaba esas estúpidas gafas...


“Debería operarme la miopía de una vez... pero tengo miedo de que salga mal. Además, luego dicen que te puede volver”.


Se puso bien la molesta corbata.


“En fin... espera alguien serio de mí, ¿no? Intentaré serlo... aunque me he acostumbrado a tratar a los alumnos como si fueran unos malditos críos de guardería. Hoy en día no tienen respeto por los profesores, ni por nadie...”.


Aquello se le hacía muy nuevo... y raro. Y sin embargo el japonés sonreía, tranquilo. “Debería... ser al revés, ¿no? Parezco yo más nervioso que él”.


—        Bienvenido a Escocia, Kenta Takahashi... - se atrevió Blaine, al final.- Preciosa interpretación, la de los juegos olímpicos, por cierto...


El japonés le sonrió... y con elegancia encajó la mano, a pesar de que Blaine ya había inclinado la cabeza de forma japonesa.


Tenía una mirada extraña ante ese halago, de echo, lo ignoró, como si no fuera nada abrir la apertura de los juego olímpicos de tu país a los 24 años: ¡¡cosas que uno hace todos los días, oiga!!


—        Blaine Elliot, ¿verdad? Me han dicho que es el mejor. Encantado.


“Vaya... ¿el mejor, en qué? ¿Quién le ha dicho esto?”. El japonés se apresuró a aclararlo.


—        Una pianista muy amiga mía me recomendó que fuera a su consulta.


“Oh... Tess... un hueso duro de roer... no me dijo que tuviera este tipo de amigos...”


—         Me dijo que le gustó mucho su terapia; ¡decía maravillas de usted! Y yo soy muy impulsivo, así que he decidido cambiar de aires y vivir una temporada por aquí, en Inglaterra.


No pude evitarlo, tuve que apuntar aquello en mi libreta, aunque fuera de mala educación. Era un rasgo importante.


Impulsividad...”. Él me vio.


—    Oh, perdona... no hemos ni empezado que ya apunto cosas, ¿eh? Lo siento...


 


—   No pasa nada, tranquilo... igualmente no creo que la raíz de mi problema se solucione con una nota, pero por algo se empieza... Poco a poco, como cuando vas afinando hasta llegar a la más alta nota... a la que nunca pensarías que podrías llegar: estirando poco a poco... calentando... hasta que lo logras... y es... tan precioso...


 


El hombre sonreía y se movía de un modo que parecía que en cualquier momento fuera a interpretar un discurso magnífico, de película. Su voz era... aterciopelada, hermosa. Por un momento se olvidó de apuntar lo que acababa de oír. No hacía falta la libreta. Esos rasgos eran obvios. Se lo apuntó mentalmente:


“Teatral, y seguramente... histriónico y narcisista”.


—        Bueno, veo que le gusta mucho hablar y emocionarse... es muy buen orador... seguramente tiene el don de la palabra y la parte izquierda del cerebro más activada, ya que el registro de notas musicales están ahí... aunque seguramente el derecho, para saber reconocer las partituras y la asociación complicada, también esté activa... además, el derecho es el de la creatividad... puede que incluso tenga un cerebro bastante más nivelado y equilibrado que el de la mayoría, los músicos suelen tener bastante capacidad i...


El japonés se quedó maravillado ante su charla, del mismo modo que él se había quedado maravillado al escucharle cantar. Con la boca abierta. Blaine calló ante aquello.


—        Lo siento... ¿le ha molestado?


El japonés sonrió más.


—        ¡¡No, no!! Siga, me parece increíble lo que dice... Estoy esperando ansioso a que me analice.


Aquello me sentó mal. “¿¡QUÉ SE PIENSA QUE ES ESTO?!”.  Cerré mi bloc de notas.


—        Puede irse. No quiero tratarle...


El japonés se quedó en shock. “¿Cómo?”.


—        ¿Por qué ha venido aquí? ¿¡Se aburre!? Pues haga lo que sea que la gente millonaria haga; yo soy un psicólogo serio y muy ocupado. Mire... no quiero ser maleducado, ni frívolo, pero la poca gente que acepto en mi consulta tiene que necesitarlo: esto no es un juego. No es como en las películas: charlar sobre cosas y decir cuatro cosas, he estado estudiando muchos años como para que gente como tú me trate como a una persona que como recurso solo usa “buenas intenciones”: no. yo no me he pasado tantos años estudiando “buenas intenciones”: mi tiempo es valioso y no voy a malgastarlo haciéndole preguntas, entrevistas y tests serios; analizando su vida detalladamente, porque simplemente se aburra: acude a otro, si no encuentra la existencia de su vida. Hay todo tipo de “consejeros”. Los psicólogos clínicos no estamos para decir cómo debes vivir, eso debe hacerlo usted.... así que no me haga perder el tiempo a mí. Yo trabajo en serias investigaciones de carácter mundial... pero supongo que no lo sabrá, ni le importará, ¿no? Claro... pero yo sí sé que usted es un famosísimo cantante de la ópera: un genio. Mire: avanzo su diagnóstico. , es especial. , será incomprendido por la mayoría. Pero disfrútelo: aprovecha su don. No todo el mundo tiene el placer de ser tan especial. Además, la anormalidad vista como algo beneficioso, aceptado y buscado, para muchos en la sociedad, no se considera psicopatología...  así que si me disculpa, tengo cosas mejores que hacer... tan solo acepté porque habías dicho, por correo, que era muy urgente, pero ya veo que...


El joven Takahashi me agarró el brazo con la mano, temblando; suplicándome con miedo en su mirada; como diciéndome que tan solo yo podía ser el adecuado para ayudarle.


Vi las señales... que tenía en la muñeca.


—        No... espere. Normalmente... no suelo pedir ayuda a nadie. He odiado... a todos mis profesores, pero luego, al final, me he dado cuenta de que tenían razón y de que me decían todas esas cosas horribles para mejorar, aunque me dolieran... yo... por favor, no sé si esto va a funcionar... pero ... créeme que sufro mucho...  ayúdeme...


 


Me había engañado, completamente, con su posado calmado y su sonrisa.


“Es... serio, entonces.”


Le puse mi mano en la espalda, para dar un poco de contacto; y le sonreí, quitándome las gafas para generar un mejor lazo de amistad.


“De eso sí me acuerdo: correctos gestos para generar un lazo estrecho; cualquier cosa que obstruya mi mirada podría generar desconfianza”.


—        Vale, perdona; el estrés de... tener a un famoso me ha hecho prejuzgarte; no me lo tengas en cuenta. - apunté sus muñecas- Tu dolor debe ser muy grande si has llegado hasta este punto. Tendremos que actuar, inmediatamente... ¿vives solo?


Kenta me apartó la mirada por alguna razón que aún desconocía. ¿Timidez?


Quizás tenía miedo de que le ingresara involuntariamente a algún lugar.


“No lo haré... parece estable; sería contraproducente forzarlo, pero tengo que asegurarme de que está bien”.


Me volví a poner las gafas. Quizás tanto contacto social le estaba abrumando.


—        Yo... bueno, no... de momento vivo en un Hotel, pero estoy pensando en pillar un piso compartido de estudiantes... por aquí cerca hay una universidad, ¿verdad?


—    Exacto; trabajo ahí.


—    Oh... que impresionante; creo que es muy respetada esta universidad...- sonrió, poniendo otra vez esa pose de alegría que ahora sabía que era fingida.


 


“Pse... no es para tanto... entré por enchufe. Mis padres tienen pasta”.


 


Blaine se sentía un poco incómodo; desde luego...  hacía mucho que no daba terapia. “No puedo... dejarle solo...”. Sabía fingir muy bien que estaba bien... pero no lo estaba.


—        ¿Tienes... padre, madre, hermano, familiares o amigos cerca...?


El japonés se puso un poco triste, llenándosele de lágrimas los ojos.


—        Mi madre adoptiva... murió hace unos dos años. No tengo a nadie... pero bueno, ya soy un adulto. ¿no?


“ARG. ¡¡GENIAL!!”. ¡Ñek!  Cagada.


Se hizo un silencio: como esperaba, el japonés se echó a llorar aún más ante su silencio. ¿Podría haber entrado en aquello de un modo más traumático? No.


Viva, Blaine... si tus alumnos te vieran...


Por algo nunca le daban el premio de “profesor del año”. O quizás... porque era un soso; iba ahí para hacer un favor a la universidad: realmente le gustaba más la investigación que enseñar a esos estudiantes estúpidos... algún que otro había que sobresalía, pero la mayoría eran una panda de vagos que creían que solo con lamerle el culo les subiría la nota. “Jah. Si solo con eso se consiguieran las cosas en la vida, idiotas...”.


Blaine optó por fingir un posado serio de arrepentimiento; estaba en su consulta, no en clase. “Venga, céntrate. Muerte. Madre”.


—        Lo siento... mucho... mis condolencias.


“¿Entonces está solo?”. Mejor apartarme de él. Tanto contacto sin conocerle sería violento. Creía que sería extrovertido pero... es bastante cerrado. Bueno, ya lo dicen: “los grandes artistas son grandes introvertidos”.


Dejé de ponerle la mano en el hombro y me senté en mi sillón.


—        Debe ser duro... estar en el punto más álgido de la carrera y que ella no esté... ¿la querías mucho, no?


“¿Puedo decir algo... más obvio?”


Sé que no está bien decir palabras por él, pero... me está dando mucha pena este chico. Le dije con una sonrisa que podía sentarse y el japonés obedeció. Sabía que ya había un sentimiento de...  fraternidad con él... y apenas le conocía. “ais... a ver... sigamos con esto”.


Volví a hablar para no forzarle a hablar sobre cosas dolorosas... opté por cambiar mi proximidad. Ahora tocaba una entrada en primera persona, usar el “nosotros”, para fortalecer el lazo... y repitir su nombre:


—        Veamos, Kenta... vamos a empezar con unas 2-3 sesiones probatorias, para ver exactamente dónde radica el problema. ¿vale?


Usando frases u preguntas cortas para captar su atención. Él seguía llorando, pero si iba calmando a la vez que le decía aquello:


—        Un simple análisis conductal y funcional exhaustivo, pero para nada difícil... buscaremos los desencadenantes, los mantenedores de tu trauma, la etiología para generar una posible hipótesis... ¿mh? Primero. Microanálisis. Cosas negativas y positivas, síntomas que padeces... eso será cosa mía. Tú solo tendrás que responderme lo que te pregunto. Luego tocará el macroanálisis: y a medio-largo plazo, al ver cómo progresas... y sepa un poco más de tú en la interacción con tu alrededor... luego hablaremos de las hipótesis explicativas y funcionalidad, con su plan de tratamiento y jerarquización de objetivos.


Kenta iba fingiendo que entendía todo lo que ese hombre le decía... pero la verdad es que hacía rato que se había perdido.


—        ¿Sí? Vale. Y en cualquier momento, si creo que algo se me escapa de las manos, o no entiendes lo que sea, o no si no estás cómodo con la terapia, tiene que ser comunicado; ah, y  que quede claro que no voy a decir nada sobre usted: ni a la prensa, ni a amigos, ni a policía... a no ser que crea que sea algo extremadamente  peligroso. Cosas que impliquen daño a terceros o a sí mismo, ¿lo entiende? Pero primero quiero su confianza... no puedo romperla, para nada del mundo. Nunca lo he hecho hasta la fecha. Con nadie.


El joven le dio un diario, sin dudarlo. Aquello le había hecho ganarse su respeto. Blane miró que era bastante viejo. Pero estaba bien conservado: era de piel, negro. Bonito...


—        ¿Qué es esto?


El hombre de rasgos japoneses sonrió, tímidamente.


—        Llevo toda la vida haciendo un diario... últimamente solo he escrito desgracias... a veces cosas buenas, a veces malas. Pero... durante este mes, después de la muerte de mi madre, me obsesioné mucho en... pesadillas y... bueno, en que me dicen que deje de cantar. Y eso me ha hecho preguntarme: ¿quiero ser realmente cantante de la ópera? ¿Y si soy mejor en algo que ni siquiera he intentado? ¿Y si me estoy perdiendo algo? No sé... la mayoría de las personas como yo aún están estudiando o intentando tener un trabajo o algo de lo que vivir... pero... sé que puedo... superarme en otra cosa... quiero olvidarme del canto... porque ha dejado de... de tener sentido... para mí...


Abrí el diario: era cierto. Esa letra era de niño pequeño. ¿Y estaba en inglés? Había muchas páginas. Aquello sería como un libro de... ¿500?


—        ¿No debería estar... en japonés?


“Bueno. Mejor si está en inglés.”. El japonés sonrió, sin sentirse insultado para nada.


—        Mi madre era extranjera. Siempre hablábamos en inglés en casa y japonés con los amigos y conocidos. Ella solía ponerme muchas óperas de pequeño... era una cantante de ópera, ¿sabe? Pero no de las famosas... pero para mí, cantaba perfecto... como los ángeles... y siempre será la mejor.


Intenté alejarle de la cadena de pensamientos negativos. “Mejor alejarlo de su madre... de momento”. Pensó en su muñeca...


—        No diga tonterías: usted disfruta de la música, se le nota en cada poro de su piel y en cada interpretación que ha hecho.- quizás es un poco directo, pero era lo que pensaba- Es obvio que son signos de una depresión debido a la muerte de su madre... si sumamos el estrés de la abertura de los juegos olímpicos... ahí radica parte del problema. No es que no sienta pasión por la música: aún está en duelo... tiene que aprender a volver a sentir la motiv...


—        ¡¡NOO!!


Se levantó, airado. Convencido. Le miraba con decisión.


—        Sé lo que me digo: quiero cambiar mi vida... aunque aún no sé hacia qué dirección ir... pero lo haré. La buscaré...


Le noté muy convencido. Me moría de ganas de empezar a leer ese diario, pero frente suyo no podría, así que opté por los típicos test generales de siempre: personalidad, psicopatía, extroversión, introversión, inteligencia general y fluida, atención, memoria, depresión...


—        Vale... pues... ¿empecemos con unas entrevistas y tests? Tome. Por cierto, ¿Ahora se encuentra bien? ¿Cuándo se hizo lo de la muñeca? – “qué sutil soy...”.


Al ver que se la estaba mirando se tapó la muñeca con su reloj. No parecía reciente, pero si había quedado marca es que había sido un corte bastante serio...


—        No lo recuerdo bien... está en mi diario... pero ya no tengo pensamientos tan negativos. Fue una estupidez... por eso estoy aquí. No volverá a ocurrir...


“Mh... ya... no sé por qué, pero no me lo creo”. Cuántas veces había escuchado esas palabras.


—        Toma. En caso de que pienses en hacerte daño... llámame, a la hora que sea.


El japonés sonrió, como si le hubiera dado un tesoro.


—        ¿¡En serio!? Gracias... doctor.- luego se dio cuenta de que no sabía cómo tratarle- Oh, quiero decir... ¿cómo... le llamo?


“Ohm... sí”. Se me olvidaba.


—        Doctor está bien... ¿cómo prefiere que le llame a usted?


El japonés parecía recuperar su brillo, guardando bien ese número en su chaqueta. “¿Por qué está tan feliz?” Él era la persona impresionante;  el genio del que todos hablan. ¿Y ahora quería dejar de cantar? Ya. No, no. Estaba loco, desde luego... no se lo creía ni él mismo. ¿Dejarlo? ¡Si había nacido para ello!


Por eso estaba ahí: para que le convenciera de lo contrario. ¿Qué loco querría cambiar de profesión siendo tan bueno como él era?


 La muerte de su madre tendría que haberle trastornado de un modo grave... el canto le debía recordar demasiado a ella.


Quería cambiar de aires... para no sentir dolor: un recurso de defensa. Pero era un grave error privar de su voz al mundo entero: pocas voces eran tan bonitas como la suya. Era como si un científico descubriera la cura del cáncer y se lo quedara solo para él. ¿Qué loco no compartiría su talento, para disfrute de los demás?


No y no... él volvería a cantar. Blaine lo sabía.


—        Puede llamarmeKenta, doctor...


 


Le miró de un modo tan intenso que no sabía muy bien en qué debería estar pensando.


¿Le había causado buena o mala impresión? Normalmente podía leer las expresiones de la gente, pero... con ese japonés se le hacía difícil.


“Bueno... pues bienvenido, Kenta. Van a ser unos largos meses... pero pronto te irás a Japón y vas a voler a viajar por todo el mundo, haciendo lo que más deseas: cantar. Habrás pasado unas preciosas vacaciones en un pueblo típico de Escocia, reencontrando tu verdadero camino. Un bonito recuerdo...”


Blaine pensó que aquella terapia no duraría mucho más que tres meses.


 “Y quizás hasta me mandes flores cuando vuelvas a interpretar geniales óperas, agradeciéndome el no haberte apartado de tu único y verdadera vocación. Lo sé: te gusta el canto... tienes un don; en los vídeos muestras una gran pasión que pocos muestran en la vida... ahora, solo estás perdido...”.


No dejaría que echara su talento por la borda.


********


Blaine bajó del coche. Un perro revoltoso vino a saludarle, como siempre. Era enorme, pero sus ladridos le hacían ver temeroso y dulce.


Su reacción era totalmente sentimental.


—        Shh... vamos, Ricky... shh.. ¡sit..!


No paraba de ladrar y llorar. Cada vez que lo hacía el psicólogo se echaba a reír.


—        Dios mío... ¿y tú eres un temible rottweiler? A ver si te tendré que hacerte terapia a ti, también. ¡¿Qué pasa si viene un ladrón?! Va... que no han sido más que 8 horas... venga... ¿Vamos de paseo, sí?


El perro ladraba, contento. Había dicho la palabra adecuada: “paseo”. Movió la cola. Y con gran ímpetu se echó hacia su impecable traje, ensuciándoselo de fango.


—        ¡¡RICKY!! Nooo, noo, no....– lo había tirado hasta un charco.- ¡¡Arg...!!


Sabía que no tenía que decir su nombre cuando le reñía, pero... no había podido evitarlo: ¡por su culpa estaba helado y sucio! Un montón de hojas se pusieron en su chaqueta, mientras, aún, Ricky iba lamiéndole la cara. Blaine quería levantarse, pero ese enorme perro no le dejaba.


—        ¡¡Arg!! ¡¡RIIICKYY!! ¡¡A LA DE TRES: ¡¡AIRE!! ¡¡O TE QUEDAS SIN GALLETA!!


El perro se apartó de inmediato, con las orejas hacia atrás, arrepentido. Cuando al fin pudo levantarse Blaine le miró a los ojos, con gran amenaza:


—        Hoy te quedas... sin paseo...


Se fue hacia la puerta y le cerró en todas las narices. Ricky empezó a  aullar y dar zarpazos. Cuando sintió que sus patas tocaban la puerta, Blaine volvió a salir, mirándole intimidadoramente. Daba más miedo él que el perro, chillando con una fuerza abismal.


—        ¡¡SSHHH!! ¿¡QUÉ TE HE DICHO SOBRE LA PUERTA?! NOO. BASTA, ¡¡O TE QUEDAS SIN CENAR TAMBIÉN!! ¡¡Perro malo!! ¡¡Y te quedas sin baño!! Hoy te quedas fuera... y me da igual si te congelas: eso te pasa por TIRARME. AHORA TE LO PENSARÁS DOS VECES ANTES, ¿EH? ¡¡NO, PUERTA, NO!!- le señaló la puerta- ¿VES? ¿PUERTA? ¡¡NO!!


El perro puso las orejas hacia un lado, ante los gritos de su amo. Se fue a su caseta. No le daría lástima. No tenía que ser inflexible: luego salían malcriados. Aunque lo hubiera hecho sin mala intención... era importante tener el control de la situación en esos casos.


—        Genial... adiós  a mi único traje...


Se fue hasta la ducha. Se empezó a quitar el barro. Y cuando se dio cuenta de que... el diario estaba en el bolsillo de su americana, se fue, con la toalla enroscada, hasta la lavadora, como un rayo, pues ahí era dónde lo había puesto... para limpiarse...


—        ¡¡OH, NO, NO, NO, NO, NO!!


“Que siga entero, que siga, entero... que siga... por favor, por favor... por favooor...”.


—        Oh... dios mío...


Sacó el diario, totalmente destrozado.


“Oh, no... no... no”.


Apenas se podían leer bien...


 


—        ¡¡NO!! ¡¡NO!! ¡¡NO, NO, NO!!!


 


“Soy el peor psicólogo del mundo.”

Notas finales:

 

CONTINUARÁ...


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