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Siete vidas por Hitsugi-kun

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Notas del capitulo:

Esto nació bajo presión y después de tirarlo a la basura, pensé que no volvería a ver la luz.

Corregido, con partes editadas y agregadas, pero conservando la línea que no tenía nada que ver con lo que se me había pedido en un principio.

Ah... en las notas finales hay fotos de todos los que aparecen en esta historia. Hasta de los nombres más conocidos.

Se sabe entre la gente, en especial entre los que aún viven en zonas rurales algo deshabitadas, que los gatos negros atraen terribles desgracias a quién tenga la mala suerte de ver uno cruzándosele por el frente. Los gatos, en su gran mayoría, son seres traicioneros que velan por su propio bienestar, incapaces de pensar en los demás cuando se trata de tomar alguna decisión, inhabilitados para ver más allá de adonde llegue su cola, oídos sólo para las presas que puedan atrapar y un olfato que le hace competencia a los canes para poder diferenciar e identificar.

Seres que no aman. Seres que es mejor no tenerlos cerca. Seres que no deberían tener tal estigma atado a sus cuellos como las correas que sus dueños suelen colocarles, en una vaga búsqueda por imponer propiedad y quizás un poco de autoridad sobre un animal que no necesita dueño alguno. Ellos saben valerse por sí mismos, a diferencia de los tontos seres humanos que necesitan afecto incondicional y atención constante.

Un gato puede ser sinónimo de desdicha para cualquier hombre solitario. Horror para cualquier casa si no se sabe cómo tratarlo.

Pero no para él.

En apariencias lucía como un gato callejero cualquiera. Común y corriente. Pequeño quizás para el promedio, pero bordeando la normalidad. Cuatro extremidades, ojos bien grandes que parecían penetrar a cualquiera que se atreviera a cruzarle la mirada y una boca pequeña que contrastaba con esa desconfianza que parecían destellar desde sus orbes. Pero nada que pudiera llamar la atención de algún transeúnte. Nada que lo distinguiera del resto ni le hiciera marcar alguna diferencia. Era simple, era común, casi ordinario y no tenía absolutamente nada por el que valiera la pena dar vuelta la cabeza para observarle por más de dos segundos.

Pero cuando lo vio por primera vez, su corazón se detuvo.

Jamás había visto semejante belleza contenida en un solo ser y suelto por la calle. Mucho menos sin un signo que delatara ser la posesión de otro individuo. No había correa, no había marcas y… no había signo de interés tampoco.

Y lo supo enseguida. Era su gato. Tenía que serlo. Era el que había estado esperando por tanto tiempo.

Era demasiado bueno para ser verdad.

Su gato parecía perfecto. Por donde se le mirara no había manera de encontrarle falencia. Era tímido cuando uno intentaba acercarse, tierno incluso si se le miraba desde cierta perspectiva, pero lleno desconfianza como todos los de su especie. Reacio al tacto desconocido, pero cediendo ante un cariño que parecía pedir con desesperación cuando las circunstancias eran apropiadas. Sin embargo, él lo hallaba perfecto.

Su gato era, en palabras simples, único.

Técnicamente, y si se le miraba desde cierta perspectiva, no era suyo, al menos no aún. Había siete vidas que los separaban. Siete vidas para adueñarse de él, de hacer el intento y demostrar que podía ser su dueño, de que podía confiar en él... De que él sabría cómo proporcionarle felicidad y quitarle la cruz de tragedia de los hombros.

Era una meta que tendría que saber cumplir porque, a fin de cuentas, ¿cuántas veces puede uno encontrarse un gato negro en el camino y no caer directamente en la desgracia?



Su primer intento de acercamiento casi había terminado en un desastre total. Porque, bueno, él era un desastre.

Uno incapaz de levantar la vista cuando el gato a veces giraba la cabeza al sentir que alguien lo seguía en la calle. Uno que se hacía el desentendido cuando a veces se cruzaban en la estación de trenes y pretendía estar esperando a otra persona mientras lo veía juntarse con uno de sus tantos amigos. Uno que contenía los celos y la envidia que siempre le carcomían el pecho cuando otras manos que no eran las suyas, abrazaban y rodeaban ese cuerpo un tanto relleno para el promedio japonés, un tanto antiestético para lo que las chicas llamaban “atractivo”, pero que él deseaba con locura cada noche, que imaginaba a su lado y ansiaba como nada más en el mundo.

Llevaba ya semanas observándolo a la distancia antes de lograr reunir el coraje suficiente para decirle algo.

Se lo encontraba en bares por la noche, siempre en la barra y acompañado. No era que lo siguiera o realmente supiera ya cuáles eran los clubes a los que iba, o que se supiera los nombres de la gente que frecuentaba, ni mucho menos que hubiera intentado acercarse a algunos de ellos para poder hablar con el felino. Ni pensar en que ya había logrado socializar con uno de hecho y que mantenían contacto de vez en cuando. A veces, en días laborales, lo veía pasar cuando desviaba la vista hacia la ventana, cuando llevaba sus ojos a escanear la calle un par de metros abajo y se encontraba con ese cabello alborotado, con esa cabeza gacha que se contradecía con un ridículo orgullo que el gato parecía sacar a flote cuando se trataba de defender a los suyos. No era que supiera tampoco los horarios en los que el gato caminaba desde su pequeño departamento hasta la casa de sus padres, o cuando en vez de doblar a la derecha, lo hacía a la izquierda dos calles más arriba porque le gustaba a veces llevar algún pastel o postre para la cena que iba al visitar a sus progenitores. No, él no estaba al tanto de todo eso. Mucho menos la hora en la que iba a la estación para tomar el tren que lo llevaría a su trabajo part-time en las afueras de la ciudad, o que conociera la tienda donde trabajaba. Tampoco había ido a comprar un par de veces allá, objetos que ni había usado y que había salido sintiéndose frustrado al no haber sido capaz de intercambiar palabras con su adorado gato.

No había tarde que su mera imagen no le sacara suspiros, pero los contenía, los guardaba y casi los atesoraba. Porque algún día aquellos suspiros tendría que volver a exhalarlos con su presencia frente a él. Algún día sus labios tendrían la suerte de rozar los suyos y suspirar contra ellos, saborear lo que ya muchos habían intentado dominar y no habían logrado y podría finalmente descansar tranquilo, dormir como correspondía, comer sintiéndose feliz. Y podría tener a su gato para mimarlo, para cuidarlo, lo tendría sólo para él.

Sus escapadas en busca del gato negro siempre finalizaban con él bebiendo solo y patético, mientras lo observaba desde la distancia conversar –y hasta sonreír–, con quienes parecían ser sus amigos o uno que otro pretendiente. Fantaseaba con cómo sería ser él quien diera el primer paso, ser él estando a su lado, hablarle, invitarle un trago, quizás hasta darle alguna señal, coquetear incluso… Al final aquello terminaba netamente en sueños. En burbujas que reventaban al momento en que el gato se levantaba abrazado de otro, a veces de la mano, a veces manteniendo distancia, pero siempre con alguien. Porque su gato, aunque fuera incapaz de decirlo, necesitaba de ese cariño y él lo sabía.


Fue cuando lo vio solo, pasada la hora usual de cuando siempre llegaba quién fuera que lo acompañaría, que alzó la cabeza para poder mirarle bien.

¿Solo? ¿El gato negro estaba solo? ¿Era posible aquello?

Tragó saliva, sintiendo que en aquella acción se le iba la voz, pero se levantó de su asiento de todas formas. Caminó casi por reflejo, esquivando otras personas, evitando chocar con vasos que se alzaban mientras algunos se movían de un lado a otro, afirmando bien el suyo para no derramar una gota de ese licor que no había siquiera probado, nervioso al punto de querer vomitar sin haber bebido lo suficiente como para lograr tal reacción en su cuerpo. Nunca bebía hasta nublarse cuando el gato estaba aún en el lugar.

Se quedó petrificado a su lado, le tembló el labio inferior, el corazón le dio un brinco al mismo tiempo en que su estómago parecía girar y su voz salió casi en un hilo.

—Hola.

El pelirrojo alzó apenas la vista, pero no respondió, ni hizo siquiera un intento por fingir interés en él. En el fondo y aunque le dolía reconocerlo, continuaba siendo un mero extraño, uno más quizás en la lista de desconocidos que intentaban formar parte de su círculo más cercano.

—Eh… Hola. Sí, hola —repitió como si aquello lograra algo.

—¿Te conozco? —Voz fría, seca, tono que no usaba cuando hablaba por teléfono, una forma de responder cortante que no utilizaba cuando se juntaba martes y jueves con su amigo de la secundaria, del cual aún no lograba averiguar su nombre, pero que definitivamente detestaba. Cualquier que fuera tan cercano a él debía ser detestado.

—Um… no, no realmente, soy amigo… soy amigo de Zozzy. —Mitad cierto, mitad mentira. Técnicamente conocía a Yomi, así que no estaba mintiendo en su totalidad. Habían bebido una noche juntos e incluso el enano lo había invitado a pasar la noche en su casa. Cosa a la que se había negado rotundamente. Él era fiel.

—Ah.

El gato volvió a girar su rostro hacia su vaso medio vacío y él dejó el suyo sobre el mesón de la barra porque la mano le temblaba.

—Creí que… quizás… Te vi solo y pensé que quizás necesitabas compañía.

Silencio.

—Ya sabes, conversar… ehh… conversar de algo.

—¿Me viste cara de necesitado? –Ni siquiera levantó la mirada. Apretó más el vaso entre sus manos, pero sus labios esbozaron una sonrisa apenas perceptible.

—No, no era eso. Yo sólo… Lo siento, no debí… Mejor me voy.

Eso era todo. Había arruinado su única oportunidad y mejor se iba antes de seguirla jodiendo, antes de que lo único que adoraba en este mundo fuera a odiarlo, antes de que lo echara de su lado y se diera cuenta que su rostro estaba rojo de vergüenza.

—Hey, espera. —Le agarró un brazo antes de que pudiera dar un paso atrás—. ¿Quieres beber conmigo? A eso viniste, ¿no?

—¡Sí! O sea, no sólo eso… pero sí quiero. —Miró de un lado a otro y luego a la puerta del local—. Eh, ¿estabas esperando a alguien?

—Me dejaron plantado.

 Y Ni~ya no pudo disimular la sonrisa.



Días, semanas, meses. Poco a poco el contacto se hizo más frecuente y menos forzado. Cuando se encontraban –por mera casualidad claro está, no porque él planeara concordar en las horas– en el tren, en la calle o en otros lugares, se ganaba un saludo no tan afectuoso pero suficiente para querer seguir adelante con todo lo que ansiaba.

Con el tiempo logró que se abriera a él. Una especie de amistad, supuso, que lograría llevarlo a poner un collar alrededor de su cuello. Se aguantaba que le contara lo que le sucedía a diario aunque fueran necedades, intentaba darle consejos aunque no supiera realmente qué era lo correcto para ese tipo de situaciones que él jamás había vivido e incluso se aguantaba cuando hacía escuetos comentarios sobre las noches donde dormía compartiendo el lecho con algún extraño.
Su gato tendría que darse cuenta de todos los sacrificios que él hacía. Tendría que apreciar todo lo que estaba haciendo por su corazón.

Y su amor crecía. ¡Oh, como crecía! Se agrandaba como nada que hubiera sentido antes. Su gato le regalaba latidos de corazón que golpeaban su pecho de forma incesante y constante, sonrojos adolescentes, un nerviosismo que nada más que sus pequeñas sonrisas lograban calmar. Su amor aumentaba hasta llenarle el pecho y ahogarlo cuando recordaba su rostro, apagaba cualquier otro pensamiento, hasta hacerlo fantasear sin descanso distrayéndolo en el trabajo, haciéndole actuar casi como un chiquillo de secundaria cuyo amor platónico podría transformarse en uno real. Porque así tendría que ser. Tenía que serlo…

Un amor que crecía rápido sólo para volver a romperse en pedazos, cayendo contra el suelo y desparramándose en el asfalto, como las hojas que caían por culpa del comienzo del otoño, tristes y solitarias, apagadas y de un color café que no atraía a nadie siquiera para limpiarlas de la calle. Su propio corazón parecía estrellarse contra su pecho cada vez que lo veía volver a sus andanzas, cuando le rechazaba una salida porque tenía otros planes, para poder irse a un bar y terminar en la cama con otro que no fuera él. No, no podía entenderlo. No podía entender porque lo engañaba de esa forma, porque lo traicionaba de esa manera cuando él le daba todo lo que parecía querer.

Había momentos en los que el ahogo terminaba por sofocarlo completamente. Como cuando le decía que estaría demasiado ocupado como para tener el teléfono móvil a mano y no podría mandar mensajes porque se quedaría en casa de Sakito, y ya tenía planes con su amigo. Ardía en celos con la mera mención de su nombre, al punto de darle golpes a la pared y romperse la piel de los nudillos hasta que la sangre calmaba una rabia que nadie más sacaba a flote. ¿Es que acaso su gato estaba ciego? Sí, debía estarlo. Estaba ciego al no darse cuenta lo mucho que él lo amaba. ¡Lo mucho que lo necesitaba! O quizás… Él no estaba haciendo lo suficiente para que se diera cuenta.

Eso tenía que ser, él no estaba haciendo lo suficiente para retenerlo y las cosas tendrían que cambiar para conseguirlo.

¿Tendrían que cambiar? Sí, sí. Esa era la respuesta. No había otra forma. O no quería creer que la había.

Siete vidas eran necesarias. Lo sabía. Lo había tenido claro desde un principio, desde que sus ojos se habían posado sobre él. Y sin embargo, había optado por intentar lo “normal”, había intentado otro modo de llegar hasta su corazón para poder devorarlo, un camino totalmente equivocado cuando él ya tenía la clave a mano. Era un estúpido.

 

La oportunidad llegó antes de lo esperado. Y el comienzo de su más grande muestra de amor comenzaba a paso lento. Uno por uno sin mediación de tiempo, todo tendría que ser a medida que llegaban, a medida que se presentaban frente a él y su juicio.

El primero había sido aquel hombre de cabellos largos y negros. Un maldito delincuente con cara de pocos amigos y un gorro que nunca se quitaba de la nuca por temor a que alguien descubriera una creciente y ya notoria calvicie, ni siquiera para encuentros íntimos esa prenda dejaba su cabeza.

El hombre se había acercado de la misma forma que tantos otros, siempre usando las mismas técnicas estúpidas que Ni~ya tanto detestaba. Las odiaba porque el menor parecía siempre caer bajo esos encantos fingidos, bajos palabras lindas que no eran más que frases vacías, sin amor verdadero como el suyo. Y era peor cuando había alcohol de por medio, mucho más si había una promesa de amor sin sentido, de amor desenfrenado que siempre terminaba rota a la siguiente mañana… o cuando los encuentros terminaban y la vergüenza le carcomía.

Los había seguido con la mirada durante todo el coqueteo que el idiota ése había intentado hacer.
Se había sentido tentado a interrumpir y acabar ese encuentro antes de que pudiera suceder algo de lo que su mascota se arrepentiría. Lo conocía demasiado bien para saber cómo terminaría aquello. Pero no lo hizo, se limitó a observar en silencio y a la distancia, tragándose los celos con varios vasos de ron de por medio, mientras el jugueteo de ese individuo sacaba frutos. Entre el alcohol que recorría sus venas y los susurros que no lograba realmente escuchar gracias al bullicio del bar, el felino parecía haber aceptado acompañarlo a su hogar.

Besos, caricias, suspiros y jadeos. Y ese nudo en su estómago crecía mientras su amor se volvía a hacer añicos. Pero no se movió, no habló, sólo observó.

Cuando el gato, arrepentido como siempre de haberse entregado con tanta facilidad a alguien que no tenía ni la misma mínima intención de quererlo, huyó del lugar; fueron sólo jadeos los que escaparon de la garganta de Tatsurou cuando el filo de la navaja atravesó la piel desde su cuello hasta su estómago. Sólo jadeos y una sonrisa de oreja a oreja en sus propios labios.

Los gatos negros atraen la muerte.

Y ahora tenía el ojo de Tatsurou como prueba de ello.

Era todo culpa de ese hombre. ¿Cómo podía alguien acercarse a su gato de esa forma? ¿Acaso no se daban cuenta de que ya tenía dueño? ¿De que estaba marcado? ¿Acaso no notaban la extraña aura que rodeaba al felino? Al menos la mala suerte no parecía querer perseguirlo como correspondía cada vez que lo tenía cerca y eso prueba clara de que estaban destinados a estar juntos, porque el resto parecía ser acosado por la mala fortuna. Quien se acerara a él, terminaba mal.

Ah… la sangre del pelinegro había sido difícil de remover de su camiseta. Eso tenía que ser una pizca de mala suerte. Quizás no estaba tan protegido como pensaba.


El gato no mencionó jamás el nombre de quién se había aprovechado de una de sus borracheras, ni se enteró de su desaparición. Y él no preguntó al respecto.

Tampoco lo hizo cuando el segundo y el tercero pasaron a formar parte de su lista de espera.

Un ridículo cuchillo cartonero sacado de su oficina en mano, ojos bien atentos y esperando que el menor se alejara lo suficiente para no escuchar los gritos desesperados y a veces ahogados de quién fuera su siguiente víctima.

Nadie era digno de él. Nadie tenía derecho a tocarlo más que él. Nadie llegaría jamás a comprender lo hermoso que era, mucho menos a apreciarlo como era debido. Lo bello de sus labios por mucho que se lo comieran a besos. Ni la ternura que sus ojos despedían aunque intentaran siempre verse duros y fríos.

Kenzo había sido fácil de quitar de en medio a pesar de su diferencia de estaturas. El corte que le había dejado en cada mejilla, rasgando la piel hasta formarle una sonrisa que le duraría hasta la cremación de su cuerpo, había logrado paralizarlo del miedo y del dolor. Todo el asunto le tomó más tiempo del que hubiera querido, pues la lámpara que había utilizado para abollarle la cabeza, tuvo que ser limpiada exhaustivamente después de que el trabajo estaba hecho. Hubiera preferido un método más limpio y certero, pero a veces la vida te regala ciertas oportunidades que son difíciles de rechazar.

Los gatos negros invitan a la desgracia. Y ahora había otro ojo para probarlo.


Ryu había sido otro cuento. El muy hijo de puta le había hecho la pelea y casi la había ganado.

La verdad, por mucho que le costara admitirla, era que no tenía pruebas de que se hubieran acostado, ni de que estuvieran relacionados de alguna forma más allá de la amistad. Tampoco se había dado el tiempo de buscar evidencia. Pero esa cercanía que su gato parecía mostrar con él, esa confianza que no le daba por mucho que rogara por ella y que parecía desbordarle cuando estaba al lado del dueño de ese bar de mala muerte, había logrado sacar sus peores pensamientos a flote. ¡Maldito fuera! Maldito por acercarse a quién le pertenecía y maldito por haberle hecho sucumbir a los celos. Celos que no tenían absolutamente nada que ver con su fin. No, no, él ya había aprendido a controlarlos. O al menos eso creía.

Todavía flexionado, con una mano sobre su vientre para parar la sangre que brotaba de su estómago, el desgraciado había intentado devolverle el golpe y detener su siguiente estocada. Ni~ya había sentido temor por un par de segundos.

Sólo por unos segundos.

Otro ojo. Otra prueba de que los gatos no le hacen bien a nadie. Otra alma para sanar su corazón roto.


La desaparición del moreno había causado conmoción en el menor. Una tristeza que no había visto jamás, un sufrimiento que le había hecho bordear las lágrimas mientras bebía sin parar. Una reacción tan diferente a la que había presentado frente a la perdida de los otros dos, quienes habían sido meras revolcadas de una noche.

Nadie sabía nada. Ryu había desaparecido dejando el bar VØX a la deriva, su departamento estaba vacío, no había pruebas de que se hubiera ido, sus padres no sabían nada, su novia tampoco y el gato estaba destruido. Nadie sabía nada de nada, nadie excepto él.

Pero como Hitsugi no habló directamente de ello. Él no preguntó.

Se limitó a consolarlo lo mejor que pudo cuando sus brazos le rodearon el cuello, sediento de cariño, desesperado por algo que le hiciera olvidar que uno de sus mejores amigos lo había abandonado, que ya no lo quería. Le dejó besos suaves en el cabello mientras ignoraba esa parte en su interior que gritaba “¡Culpable!”, y que pareció pegar un grito al cielo cuando el borracho gato le desvió la cara para plantarle un beso en los labios.

Quizás no eran necesarias las siete vidas. Quizás con tres lo había logrado.

Oh Dios, lo había logrado…

 

No lo dejó tranquilo en el camino a su departamento, aprovechando cada segundo para comérselo a besos, para tocar cada centímetro de piel que sus manos alcanzaban a palpar, para suspirar y respirar de sus mismos labios, bebiendo de éstos, apoderándose hasta dejarlos rojos e hinchados, mordidos con una delicadeza que bordeaba lo ridículo para un momento que parecía ser netamente pasional y lleno de lujuria. Había pasado demasiado tiempo soñando con algo que ahora parecía real. Porque… era real, ¿verdad?

Hitsugi no le dio tiempo de pensar más cuando cerró la puerta del apartamento de golpe, acorralándolo contra la pared y poniéndose de puntillas para seguir besándolo.
Antes de que su mente pudiera procesar lo que ocurría, se halló en la cama, sobre su cuerpo semidesnudo, con las entrepiernas tocándose hasta hacerlo delirar. Los besos aumentaron su intensidad, las manos quitaron el resto de las ropas y las hicieron a un lado, sus cuerpos se tocaron por primera vez hasta que sus corazones llegaron a una perfecta sincronía, y los gemidos agudos y ronroneados contra uno de sus oídos lograron volverlo loco.

La felicidad tenía que ser esto.

Su gato. Su gato. Su gato. Suyo y de nadie más.

—Te amo… —susurró después de acurrucarse contra él, cubriendo sus cuerpos, aún brillantes bajo la luz de la luna que entraba por el espacio entre las cortinas, con la única sábana que tenía su cama.

—¿Qué dijiste?

Hitsugi, tenso como nunca, se sentó a pesar del dolor entre sus piernas. Viéndole con una expresión que parecía ser incredulidad absoluta.

—Que… que yo te amo. Te amo, Mitsuo. –Titubeó en un principio, pero lo último lo dijo con firmeza, seguro ya de que el gato debía de corresponder sus sentimientos. Tenía que hacerlo. Habían hecho el amor, no había prueba mayor que esa.

Silencio. Silencio total y sepulcral.

—Te he amado desde el primer mome… —Intentó decir.

—Cállate. No quiero oír más.

El pelirrojo se levantó de la cama, agarrando sus pantalones y le dio la espalda. Ni~ya se quedó de piedra. ¿Se iba? ¿Iba a dejarlo solo? ¿Acaso no lo había escuchado? ¿No había entendido?

—¡No! —Se enderezó e intentó tomarle del brazo mientras el menor se colocaba la camiseta—. ¡No te vayas! Mitsuo, espera… ¡Es en serio! ¡Estoy enamorado de ti!

El gato alzó las cejas hasta que éstas casi desaparecieron bajo los mechones de cabello húmedos pegados a su frente.

—¡Pues no quiero saberlo! —exclamó y antes de que pudiera hacer algo, se había ido dando un portazo tan fuerte que las ventanas de su cuarto habían vibrado.


Solo.

Estaba solo.

Y su gato… su gato no había… Su gato ya no…

Había hecho todo mal.

 

La soledad y la desesperación no se hicieron esperar. Pasó días encerrado en su cuarto, sin querer levantarse de la cama, olfateando las sábanas que se había negado a cambiar desde la partida de su gato. Había llorado hasta que ya no pudieron brotar más lágrimas y la mera idea de seguir sollozando se le hacía dolorosa. No contestó el teléfono y con suerte leyó el mensaje que le había mandado desde la oficina, donde le avisaban que había sido despedido por la ausencia en su trabajo. No tenía sentido hacer algo. Su vida ya no tenía sentido.

¿Qué sentido podía tener después de haber dejado ir así a su gato?

El felino lo había abandonado después de haberle entregado su corazón.

Después de haberle dado lo más preciado.

Su gato no lo amaba.


Cuando finalmente logró salir de su hogar, cuando recordó lo que era caminar, lo que era respirar, vivir, mirar, volvió a verlo. Habían pasado semanas, quizás un poco más de un mes. El pelirrojo lo ignoró cuando intentó saludarlo en la estación de trenes a la misma hora en que siempre se veían, en el mismo lugar donde siempre se sentaban a cruzar un par de palabras antes de que llegara el tren en dirección a las afueras de la ciudad, girando el rostro hacia el lado contrario, disimulando un sonrojo que le había hecho destacar sus mejillas. Lo ignoró incluso cuando Ni~ya trató de pedir disculpas por todo lo que había pasado y ni siquiera lo miró cuando éste se levantó al mismo tiempo para tomar el mismo tren que lo llevaría al otro extremo del que necesitaba ir.

Era como si no existiera para él.

Su gato no volvió a hablarle tampoco cuando se reencontraron en los mismos bares de Roppongi, donde ya habían tenido oportunidad de beber antes, juntos… porque habían estado juntos. Y para su gran desgracia, dejó de dormir como correspondía cuando fue testigo de cómo éste regresaba a lo mismo de siempre. Noches esporádicas compartidas con extraños que pudieran satisfacer su anhelo de compañía, pero que no intentaran aferrarse como él lo había hecho. Los gatos no necesitan amor incondicional ni un afecto constante. Y él había jodido todo antes de tiempo.

Su encuentro no había significado nada. No era nada. El felino le había despreciado. Y él que lo amaba tanto, más que cualquier otro, más que ése que andaba detrás de él ahora y que caería bajo sus manos una vez que hubiera dejado el cuerpo de su adoración en paz. Él, que daría hasta su vida por hacerle feliz, ahora sacrificaría más vidas para poder estar juntos.

Siete vidas...

Hacer desaparecer a Mizuki no le tomó mucho esfuerzo. Al igual que con Kenzo, la diferencia de estaturas no fue causal de mucho problema cuando el mismo cuchillo, que había probado ya la sangre de otros tres, se le incrustó en la garganta, rajándola de un lado a otro.

Su camiseta volvía a sufrir las consecuencias de la poca mala suerte que Hitsugi le daba. Pero ya tenía otro ojo añadido a la colección.

Porque esa era la razón de que el gato lo hubiera rechazado de tal forma, que no hubiera apreciado sus sentimientos como debía. ¡Que no los hubiera correspondido! Se había adelantado... ¡Maldita sea, se había adelantado a todo! ¡Por eso el gato no era suyo!

Era un idiota, un reverendo idiota. Pero ahora que Uruha sucumbía con una sola estocada proporcionada contra su ojo izquierdo, ya todo daba igual.

Otro más. Otro más para probar su amor. Para probar su felicidad. Para demostrarle lo mucho que estaba dispuesto a hacer por él.

¡El gato sería tan feliz cuando se enterara de todo!

Recordaba perfectamente como su abuela le relataba historias sobre felinos y las calamidades que éstos podían atraer, si uno los dejaba entrar a su vida. Se sentaba a los pies de su silla desgastada, piernas cruzadas sobre el piso de tatami y ojos fijos en la boca arrugada que se movía sin parar, bien atento a lo que la anciana le advertía. Los gatos eran seres malvados carentes de amor. Los gatos no necesitaban de un dueño pues odiaban a quienes trataran de apoderarse de ellos. Los gatos eran animales endemoniados que atraían a los espíritus. Eran un portal directo al infierno y por ello no se les debía seguir jamás. Seguir un gato significaría la muerte.

Ni~ya comprendía. Con seis años de edad, realmente entendía.

Y esperó por años el poder encontrarse con un gato negro de verdad. Años donde creyó conocer algunos, años que se pasó acabando con los impostores que intentaban tomar su corazón haciéndose pasar por aquel que él esperaba, porque nadie era digno de ser su gato. Nadie era como su gato.


Tonto e ingenuo como era, había creído que con todo el esfuerzo que había puesto de su parte por recuperarlo, Hitsugi le hablaría nuevamente. Que al menos recuperaría sus saludos o las sonrisas disimuladas que le regalaba. Pero el pelirrojo no hacía más que ignorarlo. Y cuando creyó que las cosas no podían ponerse peor, la situación se le escapó completamente de las manos en el momento en que descubrió que su gato estaba saliendo con alguien.

Su gato… tenía… dueño.

Los vio juntos bebiendo varias noches seguidas. En un comienzo creyó que se trataba de otro Ryu, una especie de reemplazo para el amigo que había asesinado, alguien que ocuparía el puesto vacío que el primer moreno había dejado por su culpa; pero tal idea se le había ido al carajo cuando los encontró besándose en el baño del bar. El corazón se le paralizó cuando los vio irse de la mano al departamento del gato. Y fue peor cuando aquella escena se repitió más veces de las que podía contar y ningún intento por acercarse al menor funcionó.

Hitsugi ya no tomaba el mismo camino para ir a casa de sus padres, ya no lo veía en la estación a las siete y media en punto como había sido por meses, ya no lograba hallarlo en los bares que se suponía frecuentaba y no había podido sacarle ni una sola información al imbécil de Yomi ni a ninguno de los que el pelirrojo llamaba amigos. Sakito sólo había fruncido el ceño cuando intentó preguntarle si había visto a Mitsuo, viéndole con asco y desprecio. Ruka soltó un bufido incrédulo y siguió su camino sin prestarle atención alguna. Ruki le preguntó quién era cuando lo saludó en busca de respuestas y dejó de escucharlo cuando Reita fue a sentarse a su lado. Y Miya se rió en su cara cuando intentó explicarle que era amigo del gato y qué debía contarle dónde estaba porque estaba preocupado. No sólo se había reído, le había dicho además que era primera vez que lo veía en su puta vida y que se podía ir a la mierda de paso por interrumpirle su cita para preguntarle idioteces como esa.

 

Las ojeras bien marcadas bajo sus ojos dejaban ver que ya no dormía. Inclusive los pómulos parecían estársele marcando más por la falta de alimentos, pues sólo comía cuando ya no aguantaba el dolor que su estómago le regalaba por no querer alimentarse. Se pasaba horas pensando en él, horas viendo el techo de su departamento que ahora era un desastre total, pues en una de sus tantas crisis había roto todo lo que había encontrado a su paso. Horas de nada, horas de todo, horas donde no podía dejar de sentir y se ahoga… siempre se ahogaba.

Tenía que encontrar a su gato.

Porque era suyo y de nadie más. Y nadie lograba entender su angustia, su maldita desesperación, su amor… su completo y loco amor por él.

Cuando logró hallarlo, su corazón terminó de hacerse trizas.

 

Aki fue el más difícil de todos.

El pelinegro luchó. Luchó como ningún otro, incluso más que Ryu. Le gritó que lo dejara en paz, que no tenía dinero para darle, que no había nadie más en el departamento pero que tomara lo que quisiera. Y eso Ni~ya lo sabía. Sabía que su gato se había ido minutos antes y que ahora podría tomar la sexta vida que lo dejaría un paso más cerca de quién casi había sido suyo.

Rodaron en el piso, pasando a llevar muebles y logrando que su cuchillo cayera lejos sin posibilidad de ser alcanzado, pero dejándolo con la ventaja de quedar sobre él. Casi dudó de lo que hacía cuando el otro no suplicó ni lloró como Uruha lo había hecho, y se limitó a mantener la mirada fija en sus ojos que ahora ardían. ¿Qué tenía él que lo hacía tan especial? ¿Por qué su gato lo prefería? ¡¿Por qué?! ¡No podía ser mejor! ¡Era imposible que lo amara tanto!
Fue el susurro del preciado nombre del menor, como si fuera una especie de despedida, el que gatilló que el odio y los celos retornaran a su demacrado cuerpo. Acalló los murmullos de Aki con ambas manos fijas en su cuello, ahorcándolo hasta que los dedos se le marcaron en la piel y el aire abandonó sus pulmones, dejándolo inerte en el piso alfombrado.

—¡Mitsuo es mío! —gritó exasperado, perdiendo el control como nunca, azotando del cuerpo sin vida contra el suelo.

No pudo llevarse ningún recuerdo ni prueba. Apenas si tuvo tiempo de escapar antes de que vinieran a golpear la puerta del pelinegro debido al ruido.


Y los días pasaron sin sentido, sin una real razón de ser, pues ya no tenía la oportunidad de ser el consuelo del gato, no podía aún abrazarlo como debía. Las semanas volaron y trajeron más frío, más necesidad, más desesperación.

La noche en que lo vio partir solo después del trabajo, lo siguió.

Lo siguió en silencio. Lo siguió sin levantar sospecha. Lo siguió porque era su deber demostrarle que lo amaba. Demostrarle que ahora podrían ser felices.


Cuando golpeó la puerta de su departamento –por primera vez desde que le había visto cruzando la calle y había tenido un inmediato flechazo–, Hitsugi lo miró sin entender qué hacía ahí y porqué venía a molestarlo a las cuatro de la mañana.

Ni~ya no supo qué responder. Se limitó a forzar su entrada y agarrarlo a besos en un patético intento por recuperar lo que le pertenecía. El gato lo empujó contra la puerta ahora cerrada, jadeando y limpiándose la boca como si el mero contacto le diera asco.

Se le estaba escurriendo todo como agua entre los dedos.

Gritos y llanto ahogado cuando intentó explicar lo que sucedía, lo que había pasado, lo que hacía por él. Y una mirada llena de desprecio que jamás había visto en sus ojos, acompañaron más empujones y golpes que no sabía que el felino podía dar.

—¡Me vale verga que creas saber qué es lo mejor para mí, Yuji! ¡¿Quién demonios te crees que eres?! —Las lágrimas no paraban de salir de esos ojos y Ni~ya sintió lo poco y nada que le quedaba de  corazón oprimirse.

—Pero… ¡Lo hice por ti! —Terminó alzando la voz también—­. ¡Lo hice para… para…! ¡Para poder estar juntos! ¡Yo te amo!

—¡Estás demente! ¡Eres un loco de mierda! ¿Acaso…? —El gato se calló unos segundos antes de que una expresión de absoluto horror se apoderara de su rostro—. ¡¿Acaso los mataste a todos?! ¡¿Qué le hiciste a Akihito?!

—Mitsuo…

—¡Mitsuo nada! ¡No me llames por mi nombre! ¡¿Dónde está?! —Desesperado, volvió a darle otro empujón y Ni~ya dejó que se descargara. Si aquello servía para hacerle entrar en razón, se dejaría—. ¡Fue el primero en mostrar interés de verdad! Fue el primero que no me buscó sólo por… Dios, Dios… —repitió—. ¿Por qué tuviste que entrometerte en mi vida? ¡¿Qué tenía en la cabeza al pensar que esto era buena idea?! ¡Jamás debí haber hablado contigo! Debí haber escuchado a Taka cuando me advirtió sobre ti… ¡Debí haber escuchado a todos los que me dijeron que me alejara de ti! ¡Enfermo hijo de puta!

Hitsugi intentó echarlo. Intentó empujarlo de nuevo, pero esta vez no lo logró. Y Ni~ya se quedó quieto, con la angustia a flor de piel.

—No entiendes… Yo sólo quería lo mejor para ti… Hacerte mío… Se supone que debías estar feliz… Ahora tienes que quererme…

¿Por qué no lo quería? ¿Por qué no lo amaba? ¿No había hecho todo lo que tenía que hacer?

—¡Eres tú el que no entiende! ¡¿Dónde está Aki?!

—Él no era para ti… tienes que… Tienes que entender. Mitsuo, ¡él no te quería como yo! ¡Él no te amaba de verdad!

—¡¿Qué?! ¡No hay nada que entender! ¡Aléjate de mí! ¡No me toques! ¡No quiero volver a verte! ¡No quiero…!


Fue todo demasiado rápido.

En su desesperación por hacerle entrar en razón, sus manos intentaron agarrarle de la camiseta, sus labios buscaron poseer su boca en un beso ahogado, sus brazos intentaron rodearle, pero el rechazo fue inmediato.

Tenía que hacerle entender que todo lo había hecho por él. Pero el menor no estaba dispuesto a escuchar. No estaba dispuesto a darle una oportunidad de explicarse. Estaba siendo egoísta, seguía cegado por el maldito que casi lo había arrebatado de su lado y él no podía tolerar aquello.

La desesperación pasó a angustia y la angustia a ira.

Uno, dos, tres… los ojos del gato pestañearon por última vez.


Ni~ya observó el cuerpo inerte a sus pies en silencio, había marcas de forcejeo tanto en su cuello como en sus brazos, como si hubiera intentado zafarse de un agarre con toda la energía que tenía. Su pecho, pálido y sin signos de una existente respiración, se teñía lentamente del carmesí que brotaba de la herida que varias estocadas directas al corazón habían provocado. A un lado yacía el pequeño cuchillo, diferente al que había usado antes.

Se miró las manos temblorosas cubiertas de sangre. Dorso, luego palmas, y una sonrisa desquiciada se adueñó de su rostro a los pocos segundos.

No había forma de amarrar a un gato. Eso lo había tenido claro desde un comienzo. Los gatos deben ser libres. Y él había intentado adueñarse de uno sin importarle las consecuencias. ¿Acaso había fallado? Claramente.

Una risa enfermiza rebotó en las paredes de su cuarto y le tomó un par de segundos darse cuenta de que se trataba de su propia voz riendo a carcajadas.

Mitsuo…

Mitsuo yacía muerto.

Su Mitsuo estaba muerto.

¿Y él?

Él ahora podría devorar su corazón. Siete vidas y ahora estarían juntos para siempre.

—Mitsuo... Mitsuo, despierta…

Notas finales:

Hola a todos, me dicen Hitsu, Nazu me dice Kar y no sé escribir notas finales largas –Aplausos–.

Primero que todo, gracias por leer. Es un fic algo largo, quizás no lo suficientemente atrayente para la cantidad de páginas que tiene –14 páginas de Word para ser exactos–, y con una trama un tanto confusa supongo. Muchas menciones sobre un gato inexistente y comparaciones absurdas que tenían mucho sentido en mi cabeza al momento en que escribí todo esto.

Así que eso, sí, muchas gracias por leer y espero que hayan disfrutado la historia sobre un idiota obsesionado con un amor que cree verdadero y que termina en la culminación de tal en sus propias manos. –Tira confeti–.

Este fic nació como respuesta a un desafío que se planteó en un grupo de escritoras de JMusic en el que estoy en Facebook, Rock n’ Ink. El desafío era muy bueno (basado en Poe) y la verdad era que yo tenía una idea en la cabeza específica para presentar una respuesta… y pues, no lo logré. No sé escribir horror, ni suspenso, ni nada que se le parezca. Había subido este fanfic antes, lo presenté y como yo soy una persona impulsiva (por no decir idiota), terminé borrándolo por culpa de la frustración y retirándome del desafío al no sentirlo como algo suficientemente digno de éste. Por no sentirme lo suficientemente buena supongo.

Nazu me dio de patadas. Pero me las merecía.

De todas maneras, culpo en parte al estrés de las últimas semanas de clases, la presión de tiempo al no terminarlo como debía y estarlo haciendo a última hora, confundir la hora de entrega del desafío y ser una idiota. 

Si decidí volver a subirlo ahora fue por varias razones. Uno, me gustó como quedó ahora que corregí y arreglé algunas partes (y no tengo la presión de tener que seguir ciertos estándares). Dos, la historia le gustó a las personas a las que se las enseñé y ya con eso me basta para saber que al menos puedo lograr hacer sentir algo a alguien. Espero haberles transmitido a ustedes un poco de la locura que quise darle al idiota de Ni~ya. Y tres, ya salí de clases, soy libre, tengo tiempo para cualquier cosa y voy a poder retomar todas las historias que dejé pendientes. Eso incluye Raison d’etre, que por cierto debía de actualizar hace un mes y aún no he podido. Lo siento por eso si alguno de ustedes la está leyendo.

Y bien o.o… creo que eso es todo.

Ahora, fotos~

Ah, sí, otra vez los Naito son mis protas. Pero decidí aferrarme a Ni~ya para crear esta historia. ¿Por qué? No tengo idea. La pareja de HitsuxNi~ya es mi favorita de Nightmare, he ahí la razón de porque el tarado está obsesionado con el gato.

Ahora sí, fotos para las que no conocen a todos los participantes de esta historia:

Ni~ya, Hitsugi (y los idiotas bebiendo y juntos). Tatsurou, Kenzo, Ryu (y el bar VØX), Mizuki, Uruha, Aki (y Aki y Hitsu). Yomi, Sakito, Ruka, Ruki, Reita y Miya.

Ahhh… esos son todos… Dios, y eso que hay unos que no son ni tan importantes.

Espero que les haya gustado y muchas gracias por leer~


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