ONLY FOR LOVE…
Capítulo I. "Descuido"
––Itachi ––gimió Deidara, al sentir una caricia en su entrepierna, por encima de su ropa. El dueño de sus sueños repartía besos de mariposa por su cuello, mientras metía una de sus manos por debajo de su pantalón, pasando un dedo por su entrada.
Con cada caricia, ambos cuerpos aumentaban su temperatura. Deidara pasaba sus perfectamente pintadas uñas por la espalda descubierta del pelinegro sobre él…
–– ¡Sempai! ––su sueño fue interrumpido por la molesta voz de Tobi.
–– ¿Qué? ––preguntó el rubio, colocándose una almohada sobre el rostro. Quería dormir, ¿era mucho pedir por un poco de paz?
––Itachi te… ––no pudo terminar de hablar, pues el rubio ya no estaba–– busca… –miró hacia atrás, pero no había ni rastro escondido de su sempai.
–– ¿Me necesitabas? ––preguntó Deidara, tragándose su emoción de que su amor platónico lo hubiese llamado, tratándolo como siempre lo hacía, con su orgulloso tono de voz.
––Eres rápido ––dijo Itachi, mirándolo de arriba a abajo––. ¿Aún te queda un poco de Saimin Kōjō?
––No, se me acabó ––respondió––, pero puedo conseguirte un poco, si lo necesitas ––se apresuró a decir, sabiendo de antemano el lugar exacto donde se encuentra aquella exótica planta.
––Si puedes ––comenzó a caminar al lado contrario del que había venido Deidara.
––Se puede saber para qué lo necesitas ––inquirió, mirando al pelinegro marcharse.
––No es de tu incumbencia ––respondió indiferente, yéndose a su habitación, dejando a un enojado rubio en mitad del pasillo.
Deidara se dio media vuelta, dispuesto a buscar sus cosas para ir a buscar aquella planta.
Sabía dónde ir a buscarla, eso no era problema, el problema era el camino.
Quedaba en una algo empinada montaña cerca de la Aldea de las Flores, una aldea que le traía recuerdos tanto malos como buenos de su niñez.
Tomó aire y comenzó subir la enorme montaña con cuidado de no hacer algún movimiento en falso que lo precipitara al pie de la montaña. Cuando iba a llegar, sin darse cuenta, puso un pie en una roca suelta, que casi hace que se caiga; desde esa altura, una caída sería una muerte asegurada.
Cuando llegó, encontró aquella choza en la que siempre descansaba cuando iba allí. En ella vivía una pequeña familia a la cual Deidara conocía muy bien; ellos eran los que cultivaban la Saimin Kōjō.
–– ¡Ayame! ––llamó, tocando la puerta con sus nudillos––. ¿Estás aquí?
–– ¡Sí, Dei-kun! ¡Dame un segundo! ––gritó un chico desde el interior. Unos minutos después, una pequeña niña de 6 años de cabello lila, atado en dos colochos, y ojos azules abrió la puerta.
–– ¡Tío Dei! ––gritó la pequeña, tirándose encima de Deidara, abrazándolo con insistencia.
––Ya, ya, Kumo ––dijo un muchacho de unos 27 años, de cabello lila y ojos verde agua, saliendo––. Te dije que le abrieras la puerta, no que lo apachurraras ––rió––. Ahora, es mejor que vayas a dormir ––dijo. La pequeña pelilila sólo hizo un puchero, cruzándose de brazos, lo cual hizo que Deidara riera, pues se veía tierna de esa manera.
––Hazle caso a mamá, Kumo ––dijo un hombre de unos 30 años, de cabello negro y ojos azules, abrazando al pelilila por los hombros.
––Bueno ––suspiró, corriendo hacia su habitación.
––Pero que descortés soy ––dijo Ayame una vez la pequeña se fue––. Pasa, Deidara ––se metió dentro de la casa, seguido de cerca por el rubio–. Espero que no hayas tenido ningún percance llegando hasta aquí, ya que no llegaste con tu animal de arcilla.
––No lo creí necesario ––dijo, mirando el lugar––. La primera vez que vine, no necesité mi arcilla.
––Cierto; en ese tiempo eras un preciosidad ––dijo, haciendo sonrojar al rubio.
––Sí, como sea ––susurró, tratando de que el sonrojo no se le notara––. Nunca cambias nada, ¿verdad? ––cambió de tema.
––Prefiero no hacerlo ––respondió, sentándose en la sala––. Teniendo todos los muebles en la misma posición es más fácil que Akay se ubique.
–Hablando de él… ¿Dónde está? ––preguntó, buscando por todos lados al pequeño pelinegro.
––Por fin logré que se durmiera a una hora exacta ––suspiró.
––Vengo por un poco de la Saimin Kōjō ––dijo––. ¿Aún tienes?
–– ¡Claro! ––asintió, con una sonrisa––. A mí nunca me falta ––dijo, levantándose para ir al patio trasero de la humilde cabaña––. Ven, Dei-kun ––le llamó.
––A propósito, Ayame… ––insinuó, siguiendo al pelilila.
––Habla ––cedió, abriendo la puerta de la parte de atrás, mostrando el enorme lugar, cobijado por el manto oscuro y estrellado que mostraba el cielo nocturno.
–– ¿Ya nació Idai? ––preguntó, mirando el lugar con un aire melancólico––. Si es así, me gustaría verlo.
––Sí ––respondió, buscando una planta en especial entre todas––. Resulta ser que el parto se me adelantó un mes. Mañana lo verás.
Ayame se acercó a una planta en especial. Era muy bella.
Tenía seis delgados pétalos blancos, y en el medio de éstas había tres líneas rosadas, la del centro era más oscura que la de los lados, dándole un contraste único. Luego venían unas pequeñas cabecillas amarillas que sobresalían del centro y al final éstas tenían un color rojo.
––Siempre me ha gustado ésta planta ––dijo con una sonrisa, mientras arrancaba un par de flores de la matita––. Lástima que se acerca las ventiscas de otoño e invierno ––guió la comisura de sus labios ligeramente hacía abajo.
Le dio las flores a Deidara, yendo hacia dentro de su hogar, seguido por el rubio.
El día daba sus anuncios con el hermoso amanecer que aparecía en el inmaculado cielo mañanero.
Deidara abrió los ojos con pereza, en verdad no quería despertar, no quería tener que volver y sufrir por su amor no correspondido, y su odio entre real y fingido.
Odiaba ese sentimiento confuso que se había empezado a formar en su cuerpo. Se sentía raro. Odiaba a Itachi, pero a la vez lo amaba… ¡Era odioso! A veces quería que la tierra se lo tragase y así no volvería a ver la maldita pero perfecta cara de Uchiha Itachi.
Cuanto daría con poder acostarse con él aunque fuera una noche… Sólo una.
Entonces, una magnífica idea cruzó su imaginativa mente como ágil águila que surca el cielo con su perfecto volar.
Tenía la Saimin Kōjō, sólo necesitaba una escusa para dársela a Itachi, ¡y tendría al Uchiha en bandeja de plata! ¡Su plan era perfecto!
––Buenos días ––saludó Deidara a Ayame, quien preparaba el desayuno en la cocina.
–– ¡Buen día, Dei-chan~! ––saludó a modo de canto, mientras tarareaba una canción, con una enorme sonrisa en su rostro––. ¿Cómo amaneciste, dormilón?
––Muy, muy feliz ––sonrió.
–– ¿Y a qué se debe esa felicidad, pillo? ––preguntó, con una pícara sonrisa. Él ya sabía lo que Deidara sentía por Itachi, y no era raro, ya que el pelinegro estaba bien bueno. Si no tuviera esposo, hace rato se le hubiera tirado encima sin dudarlo ni un segundo.
––Tengo una idea…
––… y ella involucra a la Saimin Kōjō ––dijeron ambos al mismo tiempo, ya que Ayame sabía lo que el rubio diría.
Luego de un delicioso desayuno hecho por el mejor cocinero, y haber visto al precioso bebé de Ayame, Deidara empezó a bajar, pero ésta vez fue por el camino que hace años el esposo de Ayame había empezado, y hasta ahora había terminado. Ese camino conectaba la montaña directamente con la Aldea de las Flores, que era conocida por su inimaginable cantidad de plantas medicinales, flores exóticas y árboles frutales.
En esa aldea, casi todos lo conocían, pues había ido incontables veces en su niñez ya fuera a revisiones médicas, o a visitar a sus pocos amigos.
–– ¡Deidara!
–– ¡Hola Dei-kun!
–– ¡Adiós, Dei!
Todos esos saludos y más eran los que se oían conforme caminaba a través de la bella aldea, y él los contestaba con gusto. Al parecer muchos aún lo recordaban, pero alguien en especial llamó su atención, y no era precisamente porque lo conociera de años, sino porque era…
–– ¿Eh? ¿Sasuke?
Sabía que esa cabellera la había visto en algún otro lugar. La pregunta era: ¿Qué hacía Sasuke Uchiha allí?
Sasuke oyó una voz que se le hacía conocida. Quitándose a la molesta pelirroja de encima, volteó a ver de dónde provenía esa voz.
––Deidara ––afirmó, frunciendo el entrecejo con molestia.
––Se puede saber qué haces aquí ––dijo, enarcando una ceja.
––No es de tu incumbencia ––bufó, volteando a ver dentro de la casa. No por nada era hermano de Itachi, pensó el rubio con molestia.
Ese lugar, si mal no recordaba Deidara, era del hombre que se encargaba de los donceles.
Ahora sí estaba confundido.
Se acercó, al momento que una muchacha de 26 años salía de la casa.
–– ¡Deidara! ––exclamó la peliazul––. Qué dicha que pasas por aquí ––le dijo entre preocupada y emocionada––, ya que necesito tu ayuda. Ahora ––señaló al interior de la estructura.
El rubio entró, encontrando a un chico con una extraña cabellera, ya que era blanca y conforme bajaba se iba tiñendo de lila.
Sabía que en algún lugar lo había visto… ¡Eso es! Era uno de los integrantes del grupo de Sasuke. Ahora… ¿Cuál era su nombre?… ¡Suigetsu!
––Dice Sasuke-san que se desmayó hace dos días, y desde entonces no ha despertado ––dijo la chica, mirando al rubio––. El problema es que no sé si es doncel, y mi abuelo no volverá hasta la semana entrante…
––Y quieres que yo lo revise ––afirmó, suspirando profundamente. Quería volver a dormir en su cama y llevar a cabo su plan, eso lo atrasaría más de lo que ya estaba––. Está bien, Kara, lo revisaré. Pero quiero algo a cambio.
–– ¡Gracias! ––le agradeció, abrazándolo–––. Te daré algunos de los chocolates que hace mi abuelo, esos que adoras tanto.
Se arrodilló al lado de Suigetsu, y pasó una mano por el estómago de éste, por debajo del ombligo, viajando hasta el pecho, y luego el cuello. Con el dedo índice, presionó el ombligo, afirmando lo que Kara necesitaba saber.
––Sí ––asintió, levantándose con un profundo suspiro––, sí es doncel.
––Gracias, Dei-chan ––le volvió a agradecer––. Ten. Que los disfrutes ––dijo entregándole una bolsita, en la que estaban los chocolates.
––Gracias ––le sonrió, cogiendo la bolsa de chocolates.
Luego de un día y medio de viaje, Deidara por fin llegó, feliz de que por fin iba a poder llevar a cabo su brillante plan de llevarse a Itachi a la cama.
Sacó la bolsa con la Saimin Kōjō de su bolso, sacando una de las flores que allí había. Ayame le había mandado 7 flores, por lo que, cuando sacó la que necesitaba, aún quedaban 6 flores más.
Fue a buscar a Itachi, encontrándolo en la habitación, leyendo un libro al que no le dio mayor importancia.
––Aquí está lo que necesitabas ––dijo de mala gana, tirándole la bolsa––. Por cierto, una amiga mía me regaló unos chocolates, ¿te gustaría?
Itachi cogió la bolsa que había quedado a los pies de la cama.
–– ¿Chocolate?
––No me digas que no sabes qué es un chocolate ––le dijo Deidara, aguantándose la risa, poniéndose las manos en la cintura.
––Sí he oído sobre el chocolate –dijo, sintiéndose ofendido––, es sólo que nunca he tenido la oportunidad de probarlo.
––Lo traeré para que lo pruebes.
¡La excusa perfecta! Prepararía la Saimin Kōjō, la pondría en el chocolate, y ¡listo! ¡Tendría a Itachi en bandeja de plata! Su plan no podía ir mejor.
Entró a la habitación de Itachi con la bolsa de chocolates en manos. Sólo había dos chocolates que tenían la Saimin Kōjō, y él sabía cuáles eran, así que sólo había que dárselos a Itachi.
––Ten ––sacó uno de la bolsita pasándoselo al pelinegro––. ¿Qué tal? ––preguntó, una vez el mayor le dio una mordida.
––No sabe mal… ––dijo, mirando el trozo que había mordido––. Oye, Deidara ––llamó luego de un rato.
––Di.
–– ¿Es normal sentirse mareado? ––preguntó, mirando su mano que parecían dos o tres.
––Seguro Kara me los dio con alcohol ––dijo, mirando la bolsa––, ella siempre lo hace bastante fuerte ––suspiro––. Se te pasará, sólo relájate.
––Ok…
Dos minutos… ¡Sólo dos minutos e Itachi sería suyo! ¡SUYO! No podía estar más feliz.
Se sentó en la cama, mirando cómo la Saimin Kōjō hacia mella en el cuerpo y la mente del dueño de sus sueños.
Pasaron los dos minutos. Los dos minutos más lentos y grandiosos en la vida de Deidara.
––Dime, amor ––se sentó a horcadas encima de Itachi––, ¿me amas? ––preguntó muy cerca de los labios del pelinegro.
––Claro, precioso ––respondió un Itachi bajo los efectos de la Saimin Kōjō.
–– ¿Lo suficiente como para hacerme el amor? ––preguntó, ésta vez, contra el cuello del mayor, besándole aquella zona.
––Lo suficiente como para hacerte el amor toda la tarde si quieres ––susurró, pasando las manos por el firme trasero del rubio, apretándolo sin ninguna clase de vergüenza, sacándole un casi imperceptible jadeo.
Deidara se acercó a los labios de Itachi, besándolo con lujuria, pasó las manos por alrededor del cuello del mayor, y se restregó contra el miembro del pelinegro con descaro.
Sus manos bajaron desde la espalda hasta llegar al inicio de la camisa de Itachi, sacándosela, pasando sus largas uñas por la ancha espalda del dueño de su corazón. Cuando terminó su acción, admiró el perfecto torso del mayor.
Se quitó su propia camisa, tirándola en algún lugar de la habitación que en ese momento tenía poca importancia para él.
––Tú me quitas el pantalón ––susurró contra los labios del mayor, para luego besarlos y morderlos como si no hubiera un mañana.
––Sólo si tú me quitas los míos ––respondió Itachi, bajando el pantalón de Deidara junto con la ropa interior––. Eres hermoso, te adoro.
Lástima que eso sólo lo decía porque estaba bajo los efectos de la potente hierba; a Deidara le hubiera gustado que lo dijera porque en verdad le quisiese. Pero eso sólo era un sueño muy lejano.
––Tú también, amor ––bajó los pantalones y la ropa interior del pelinegro––, te amo ––susurró, a sabiendas que nunca sería correspondido con el más mínimo gesto. Al menos podía soñar con que era real…
Bajó el rostro, hasta encontrarse con el miembro del mayor que se erguía en todo su esplendor y orgullo. Sopló un poco en la punta, notando que un escalofrío recorrió el cuerpo del pelinegro y un jadeo salió de su boca, sonriendo por lograr aquella reacción tan ostentosa.
Lamió un poco la punta de ese enorme pene, bajando hasta la base y volviendo a subir.
–– ¿Quieres más? ––preguntó con una sonrisa en su rostro, mirando a Itachi desde la posición en la que se encontraba––. Dime, ¿quieres más?
––Quiero más ––dijo, mirando la escena más erótica: Deidara con el rostro justo frente a su pene, con su perfecto culo elevado en el aire, en una muda pero clara invitación para fallárselo sin ninguna compasión.
El rubio continuó con su trabajo. Engulló todo lo que podía del pene del mayor, abarcando con la mano donde su boca no llegaba, incluyendo los testículos, los cuales masajeaba con saña. Empezó un vaivén con su boca y su mano. Oía cómo su trabajo rendía frutos con los roncos gemidos de Itachi.
Sacó ese miembro de su boca, mirando a Itachi con una sonrisa pervertida. Volvió a sentarse a horcadas encima del pelinegro, frotando su trasero contra esa firme erección, provocando otro espasmo involuntario en el cuerpo debajo de él.
––Vas a llevarte lo que he guardado para ti ––susurró más para sí que para el mayor.
Tomó el pene de Itachi entre sus dedos, y empezó a guiarlo a su entrada. Poco a poco fue metiéndolo hasta el fondo, soltando un pesado jadeo tanto por placer como por dolor. Empezó a moverse de arriba abajo, sintiendo la firme erección de Itachi desvirgándolo como siempre soñó.
Eso sería mejor si el amor que sentía por el pelinegro fuera real. Aún así, poco le importaba, estaba haciendo uno de sus sueños realidad y se sentía en el aire.
Con un sonoro gemido, llegó al orgasmo, a lo cual, Itachi no se quedó lejos. El rubio se desplomó encima del mayor, mirándolo. Pronto los efectos de la Saimin Kōjō se esfumarían, por lo que tenía que irse de allí cuanto antes.