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Harajuku por ReS_

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Notas del fanfic:

Ésto lo he escrito para un proyecto en mi escuela por lo que, si se ve mal escrito o es muy pésimo, por favor, sea amable de decirlo~





Si quiere lemon también comentelo, que lo subiré ^^)/

 

dedicado a:

XIMENA, TETSUYA, HAKU, KEI

Notas del capitulo:

Si quiere lemon también comentelo, que lo subiré ^^)/

-proyecto escolar-

Era de madrugada en las calles de Tokyo y nadie sabía lo que pudiese ocurrir.


Caminaba por la profectura de Harajuku cercanas la una de la madrugada en busca de diversión, como buen extranjero que era.

Fijaba su mirada en todo anuncio repleto con llamativos y atractivos rostros asiáticos tanto de mujeres como hombres, los cuales resplandecían mucho más con los marcos color neón que llamaban la atención de cualquier peatón a aquellas horas.

Aquél joven hombre, quien ni siquiera llegaba a los 30 años de edad, se encontraba “vacacionando” en Japón por ciertos asuntos de trabajo los cuales le habían obligado a quedarse en aquél país más de una semana y eso, estaba demás decir que no le satisfacía en lo más mínimo puesto a que no le gustaba el ruido de las grandes ciudades, sin embargo provenía de una.

Trataba de no mirar a cualquier mujer que se le acercase vestida de manera provocativa tratando de promocionar algún negocio, pues tenía que mantener la cordura y no caer en “encantos asiáticos”.

¿Qué hacía en la zona de Harajuku? ¿Por qué luego, de haber cruzado por Shibuya, Ikebukuro y demás, terminó caminando por esas calles? Quizás para los demás no sea fácil, pero la respuesta era tan simple, pero tan simple que solo era porque quería sentir la extrañeza e intriga de aquella zona tan llena de moda y de misterio.
Le atraía el porqué de tantas personas que decían que aquellas calles eran tan calladas pero a la vez, tan ruidosas y, ¿por qué no? Llenas de curiosidad hacia los demás.
Había escuchado rumores. Rumores como que aquella zona se encontraba llena de “raros” quienes vestían de manera sorprendentemente a la moda, o sorprendentemente mal, lo cual ya había comprobado como algo verdadero puesto a que, por los pocos minutos que había estado pasando por aquellas esquinas, se había tomado el tiempo para fijarse en que mínimo, cinco de cada 10 personas usaban vestimentas las cuales él se encontraba fuera de tan siquiera imaginarse usándolas. No importaba si era hombre o mujer quien estaba rondando por ahí, siempre se tenía el cabello teñido, con maquillaje en el rostro y ropas que fuera de lugar, llamaban la atención.

Quizás ahora quien se veía raro era él por no vestir de aquella manera.

Al fin de al cabo su aspecto físico no era el de un “extranjero” cualquiera, sino que él era algún tipo de “mix”, pues su padre era estadounidense y su madre una japonesa por lo que, por más extraño que sonase, él se parecía más a su madre que a su padre y, por lógica, sus rasgos más a notar serían los de una persona asiática, lo cual en este caso, no le dificultaban el viaje en el que se encontraba ahora.

Proseguía caminando sin fijarse bien en si ya se había perdido o no, al fin de al cabo no parecía que estuviese perdido por las ahora ruidosas calles de aquella ciudad. Aparentaba más que buscaba alguna japonesa que llamase su atención puesto a que, ya desde hace un buen rato había llegado a la zona de host clubs* y, como era de suponerse, su apariencia no ahuyentaba a ninguna mujer que se le acercase de tan sólo fijarse en su rostro, o quizás en el rolex que llevaba en la muñeca derecha.
¿Por qué fijarse en aquellas mujeres que se habían dejado llevar por la cultura occidental y ahora llevaban puestos vestidos, tacones y demás prendas ahora a la moda por todo el mundo? — Se preguntaba así mismo mientras trataba de alguna manera, ocultar sus leves muecas de disgusto cada que alguna mujer como las que él describía se le acercaba para convencerlo de que entrase a su club— ¿Qué tenía de especial el ver a una asiática, por demás decir que quizás ni era japonesa, con la piel bronceada de algún tostado completamente falso y el cabello llegarle hasta la cintura, con tintura rubia más falsa que un billete de cinco centavos?

Definitivamente no le gustaba el cómo los jóvenes de ahora en aquél país despreciaban su cultura y se iban más por lo americano.

Pero, ¿quién era él para decir sus críticas a todo pulmón, si al fin de al cabo él mismo utilizaba lentillas de color, se teñía de vez en vez su cabello largo de algún tinte que aseguraba le quedaba bien y, por sí mismo había aprendido a delinearse los ojos? Antes que nada iba su aspecto físico y el poder sentirse deseado. Ahora quizás podría comprender un poco el porqué de los jóvenes de esta época.

Seguía con sus pensamientos negativos y proclamadores hacia las mujeres que se cruzaban por su camino, casi como si todo lo que hubiese llegado a hacer en aquellas calles fuese dedicarse a criticar a los demás, por lo que en este momento parecía ser un experto haciendo.
Por fin iba a rendirse, realmente iba a rendirse y dejar de de caminar como algún tipo de estúpido por las aceras ya desconocidas para él sin embargo, algo había llamado su atención.

 

«— ¿Bijomen club? —Preguntó en voz alta denotando curiosidad en su tono, sin percatarse que había llamado la atención de un par de paseantes quienes, ante su expresión, rieron para sí mismos. Tal vez ellos sí sabían que era el dichoso bijomen club pero siguieron caminando como si la sorpresa del otro fuese de lo más común. »

 

Tratándose casi de un acto de inercia fijó su mirada en la escandalosa y brillante entrada de aquél club, dándose cuenta que había un par de bellas mujeres con típicos kimonos llenos bordados y estampados de flores de colores, el rostro con una apariencia de que tan solo traían puestas sombras, delineadores y labiales en el correspondiente lugar al que pertenecía cada uno de esos utensilios de maquillaje.

¿Había algo más perfecto en aquella noche de decepciones tras ver puras mujeres hechas de plástico? Tal vez buda, el dios asiático, estaba de su lado esta noche.
Sin pensarlo más de dos veces se dirigió hacia aquellas dos hermosas jóvenes las cuales, al darse cuenta que un hombre de su dimensión se acercaba a ellas, comenzaron a rumear entre ellas con la voz tan baja que parecía imperceptible, cubriéndose la mitad del rostro con sus amplios abanicos, dejando solo al descubierto sus maquillados ojos, quienes hacían conjunto con sus hermosas vestimentas las cuales inevitablemente arrugaban con una mano, quizás por emoción o nerviosismo y eso, que lo aparentemente único que delataba sus emociones en semejante momento eran las miradas que se lanzaban entre ellas mismas y el ahora mix, que les dedicaba una ladina sonrisa a la vez que acomodaba su cabellera pelinegra dejando al descubierto su propio rostro.

Tras haberse acercado a una distancia considerable, las dos jóvenes le dedicaron una leve reverencia con la cabeza en forma de saludo, sin dejar su posición de emoción, a lo cual el pelinegro tan solo correspondió ampliando más su sonrisa para luego aclarar su garganta llamando más su atención de jóvenes.

Una de ellas se apartó apenas unos centímetros de su joven compañera, como si buscase algo entre el colorido cinturón de su propio kimono por lo que tardó segundos en sacar un pequeño afiche del tamaño de casi el cuarto de una hoja normal en el cual, como era de suponerse, se encontraba información del club al que ellas pertenecían escrito en colores dorados y plateados. Como todo lo que ya había visto el moren momentos atrás.

 

«— ¿No le gustaría pasar? —Preguntó una de ellas en su idioma natal, volviendo a apegarse a su compañera quien ahora solo miraba expectante al moreno casi deseando que el mencionado aceptase su invitación. No diario algún hombre apuesto estaba dispuesto a entrar al bijomen club, por demás mencionar que mayormente acudían hombres mayores, sino es decir ya ancianos en busca de alguien “hermoso” que les prestada atención».

 

Ambas mujeres se hicieron a un lado dejando libre la entrada al club, como si le ofrecieran o incitaran a aquél hombre a entrar al establecimiento en que muchas más de ellas ofrecían sus atenciones.

Y es que en aquél momento estaba por demás decir que el pelinegro les había vuelto a dedicar una coqueta sonrisa aceptando su invitación al club.

Estaba demás decir que había metido las manos a los bolsillos junto al pequeño afiche que le habían obsequiado tales bellas chicas las cuales ahora caminaban una a cada lado suyo, dirigiéndolo hacia la entrada del club mientras lo veían quizás algo asombradas o no. Al fin de al cabo ellas querían que aquél joven fuese su cliente pero estaba claro que no lo iba a ser, después de todo ellas al ser de las menos solicitadas en el club se tenían que mantener afuera y atraer gente, no atenderlo, no prestar sus atenciones o beneficios. En diferentes situaciones quizás sonaría bien para cualquiera pero, ante ese hombre, ahora se sentían completamente desafortunadas.

El ambiente del club estaba entre todos los estándares de lo que el moreno esperaba y eso que tan solo había visto un poco de los exteriores del establecimiento por el que ahora se encontraba cursando hasta la recepción en la que un pequeño hombre japonés o no, le miraba sonriéndole con suavidad.

La recepción era tan solo una pequeña estancia con las paredes de tapiz negro y detalles grises brillante con unos cuantos fragmentos de espejos coloreando el ambiente; había no más de cinco sillones negros que se unían en conjunto con una mesa de cristal transparente en su centro y, por supuesto, el stand oscuro con bordes grises del recepcionista quien con su traje negro, hacía una buena combinación con el aura que irradiaba el simple pero llamativo living del local

El hombre que le esperaba le dedicó una reverencia inclinándose casi por completo hacia adelante sin abandonar su correspondiente lugar.

 

«— Muy buenas noches, ¿en qué puedo servirle? —Mencionó el recepcionista sin dejarle de sonreírle al moreno».

 

«— Disculpe… ¿éste es el bijomen club? —Preguntó el extranjero tratando de pronunciar el idioma japonés lo más entendible que era capaz de hacer, para luego apretar los labios en símbolo de nerviosismo ya que lo que menos esperaba de todo su viaje a Japón, era el entrar a un host club a pedir sus servicios».

 

El japonés había dejado de sonreír con amabilidad como hace momentos había hecho y ahora tan sólo le miraba alzando la ceja derecha, junto con sus delgados labios ahora curveados hacia el lado opuesto de su ceja, dejando mostrar un hoyuelo e, inevitablemente soltó una risilla.

¿Por qué aquél muchacho, con rastros de nerviosismo y duda, había aceptado entrar a un club de hombres hermosos vestidos, maquillados y peinados especialmente para aparentar una apariencia perfectamente femenina? Oh dios, pero pobre de quien vaya a atender a aquél pelinegro.

 

«— ¿Te gustaría escoger a alguna de nuestras señoritas para tu servicio? —Preguntó sin rodeos el divertido trabajador del establecimiento a la vez que con su mano izquierda sacaba de debajo el mostrador un amplio y al parecer grueso catálogo color blanco que en letras grandes tenía escrito el nombre del lugar acudido—. Puedes escoger a quien guste. Todas ellas están dispuestas para usted».

 

Finalizó el asiático, abriendo el catálogo en una sección que él ya conocía a la perfección. La sección con nombres y fotografías de sus anfitriones utilizando kimonos quizás o no con miradas inocentes, pero hasta él mismo podía confirmar que caía ante aquellas miradas perfectamente maquilladas y retocadas de manera femenina.

El extranjero se acercó expectante y, demostrando nerviosismo en sus facciones al morderse el labio inferior, tomó con una de sus manos el catálogo fotográfico mientras con su extremidad libre se permitió girar hoja por hoja observando cada uno de los bellamente maquillados rostros asiáticos puesto a que, en la misma información del anfitrión que contenía cada una de las hojas, se mencionaba que algunos eran chinos, coreanos y hasta taiwaneses o indonesios. Definitivamente había mucho por donde escoger y eso le complicaba más la situación, quería que todas las damas le acompañasen.

Hace ya un buen momento había pasado de largo las fotografías del par de jóvenes que en la entrada le habían convencido de entrar a tal establecimiento y, tal vez certeramente eran mucho más lindas en persona sin embargo, hasta ahora venía a fijarse que había mujeres más bellas que ambas jóvenes y eso era demasiado decir, por no mencionar a la que ahora estaba decidido a escoger.

 

«— Uruha… —Menciono al aire sin darse cuenta de la mirada anhelante que tenía al observar de manera detenida la fotografía de dicha jovencita mencionada ».

 

Uruha decía que era su nombre en la hoja que contenía su información “personal”.
Uruha decía que su nombre tenía significado de perfección, hermosura, lindura y demás sinónimos de lo bello. Todo lo que lo definía de manera exacta se encontraba en su nombre y su rostro. Aquella belleza hecha humano era una hermosura en todo el sentido de la palabra.

En la fotografía, Uruha se mostraba utilizando un kimono rojo con estampado de flores anaranjadas, blancas y rojas con bordes delgados color negro; hecho conjunto un grueso cinturón que, amarillo claro, combinaba a la perfección delineando su formada y estrecha cintura; su rostro… oh por dios, su bello rostro era tan blanco y sin imperfección alguna a la vista, con el cabello castaño claro tan, quizás, bien teñido que no parecía ser falso o no, hasta el mismo extranjero pensaba que fuese real. Con unos ojos rasgados enmarcados con delineador negro y sombras en tonalidades oscuras que tan solo hacían resaltar muchísimo más su profunda mirada color avellana la cual, si no fuese porque en su información decía que era originariamente japonés, cualquiera pensaría que con semejante conjunto de apariencia, Uruha  era algún tipo de extranjero o algo parecido. Y por último, su tan, pero tan bello cuerpo que dejaba todo a la imaginación por el tipo de kimono que llevaba, sin embargo el moreno extranjero se imaginaba que aquél físico era tan perfecto como lo era su rostro y todo lo que conformaba a aquella hermosura en la ahora adorada fotografía.

¿Acaso encontraría a algo más hermoso que aquella creatura en todos sus contados 24 años de vida? Por todos los santos, si no lo había hecho antes, no lo haría después de éste momento.

El recepcionista, quien divertido miraba al pelinegro tras darse cuenta de a quién había escogido por fin, carraspeó un poco la garganta como si quisiera sacar de su transe al anteriormente mencionado y posó su mano sobre la fotografía de Uruha, apuntándolo con el dedo índice.

 

«— ¿Le gustaría pedir los servicios de Uruha? —Preguntó alejando el libro del extranjero quien casi babeaba sobre la fotografía del anfitrión mencionado— En éste momento, Uruha está a punto de dar un show por lo que quizás tarde un poco en atenderlo, ¿gustaría esperarlo? —Añadió sin ni siquiera esperar respuesta del cliente en cuestión».

 

El recepcionista ya había abierto la puerta hacia el verdadero establecimiento que en ese momento, resonaba con una música tradicional japonesa y las luces, que por fuera de la puerta se veían, cambiaban a un tono anaranjado y rojo, creando un ambiente tenue y oscuro apenas dejando a la vista lo que conformaba la ambientación del lugar.

No tuvo que pensarlo, no hubo momento de dudarlo. Nuestro personaje principal ya se encontraba siendo guiado hacia uno de los pequeños livings que rodeaban el escenariodel host, donde tenía que esperar a su Uruha mientras ésta se preparara para presentar, en cuestión de segundos su espectáculo.

 

¿Para qué decir segundos? Tan siquiera el moreno alcanzó a sentarse sobre el amplio y oscuro sofá del living otorgado por el recepcionista e inmediatamente, casi como si hubiese estado planeado, las cortinas rojas con bordados de flora negras y grises que cubrían el escenario, se abrieron en par.

En la escena se mostraba un gran paraguas anaranjado con ciertos adornos de pintura sobre la tela de éste, el cual cubría a una mujer agachada sobre el suelo usando un kimono morado mezclado con negro quien, con el cabello castaño hasta los hombros y sin mostrar el rostro, giraba el paraguas con sus manos confundiendo un poco más al público en si pronto se mostraría o no.

La música subía de tono y las luces bajaban su intensidad hasta quedar en un blanco casi segador. La mujer se ponía de pie poco a poco dando la espalda, todavía sin mostrar el rostro hacia los hombres que atentamente le miraban y, no había que mencionar el notorio caso de que muchos de ellos casi se sentaban junto al escenario del deseo que le presentaban hacia la danzante persona ante los presentes.
Aquella castaña apoyaba el paraguas sobre su hombro derecho o izquierdo, dependiendo del lado hacia el que caminara, pues su cadera se contoneaba de un lado hacia otro caminando por todos los alrededores de la primera parte de, en este momento, su ovalado escenario iluminado con luces que hacían una combinación perfecta con sus vestimentas por las cuales se asomaban de vez en vez sus largas y torneadas piernas cubiertas hasta tres cuartos de muslo por unas simples y coquetas medias negras de encaje en la orilla, enganchadas a un liguero de la misma tonalidad.

El pelinegro se dedicaba a mirar con asombro y ¿para qué negarlo? También con deseo a aquella creatura danzar por todo el espacio libre que tenía.

¿Qué importaba la escenografía de árboles artificiales decorados con pétalos de sakura? ¿Qué importaba la tenue música? ¿Qué importaban las luces? En éste momento, todo lo importante dentro aquél lúgubre establecimiento era Uruha, quien por fin se había dignado a bajar su delgado paraguas, aventándolo hacia cualquier parte, descubriendo por fin su bello y fino rostro que adornaba con maquillajes púrpuras y negros junto a esa bella y carnosa sonrisa ladina en símbolo de coquetería hacia todos los presentes.

El mencionado pasó una mano por su cabello haciendo de lado su arreglado flequillo castaño como toda su madeja de mechones de la misma coloración, como si de alguna manera se estuviese cepillando con sus propios dedos, para luego bajar su extremidad restregándola entre los espacios de su oreja y cuello, bajando por éste último, arañándolo quizás un poco con sus uñas pintadas, dándole un efecto dramático a su acción.

Su palma seguía bajando por su torso, delineando desde una de sus expuestas clavículas con la yema de sus dedos, hasta el borde de su negruzco cinturón el cual, con toda la intención del mundo, arrimó escasamente unos tantos centímetros hacia abajo, haciendo que su propio kimono se desamarre tan sólo un poco y de ésta manera, dejando lo suficientemente descubierta una parte del kimono que cubría su tórax, como para que se viese su propia piel blanquecina.

Con su propia mano insistió en delinear el contorno de su cintura, bajando por ésta hasta su cadera en la cual arremangó un poco de tela entre sus dedos, y la estrujó con fuerza, obteniendo como resultado que la misma prenda su viese lo suficiente como para dejar más expuestas sus blanquecinas piernas, las cuales flexionó un poco, con el propósito de que éstas llamasen más la atención de los comensales, lo cual claramente fue hecho.
Inevitablemente se mordió una esquina del labio inferior tras percatarse del tipo de miradas que recibía pero no le impedía seguir con su pequeña actuación. Al contrario de eso, insistió en seguir con sus acciones, bajando la misma extremidad por uno de sus muslos, llegando hasta el elástico de sus medias que con su dedo índice rasgó, esperando que los demás entendiesen que esperaba deshacerse de la prenda.

Con suavidad en sus movimientos obviamente haciendo que entre éstos resalten sus glúteos, volvió a flexionar más las piernas ahora arrodillándose hasta llegar al suelo oscuro donde estiró hacia adelante la extremidad en la cual pretéritamente había hecho una señal con su liguero, ahora volvía a hacer lo mismo, pero ésta vez por fin haciéndole un gran hueco a la ligera prenda mostrando por fin gran parte de su lechosa pierna, sin importarle que al final tendría que pagar por los daños “al moviliario”.

Como era de esperarse, todos los hombres presentes aplaudieron con efusión, tan si quiera antes de que Uruha terminase su presentación, pero éste se sentía complacido y hasta aliviado. No había hecho falta el que siguiese bailando o coqueteando con uso de su cuerpo, como para que su público se emocionase.

Uruha sabía lo deseado que era por los demás y que por el solo mostrar hasta un poco más de milímetros de su cuello, era inevitablemente mirado con lujuria.

La música volvió a su tranquilo y bajo volumen que momentos antes del show de Uruha tenía, pero éste no prosiguió bailando ni sonriendo. De manera simple, optó por acomodarse un poco su vestimenta al mismo momento que se ponía de pie, hizo una reverencia completa, inclinándose hacia adelante y las cortinas oscuras volvieron a cerrarse, como si nada hubiese ocurrido.

Cualquiera hubiese pensado que todo ese jugueteo sobre el escenario era una estafa, que no valía la pena pagar todo lo que se estaba pagando para entrar a aquél establecimiento pero, no cualquiera entraba ahí y, claro, los que entraban sabían el valor que tenia aquél pequeño momento que presentaba alguno de los anfitriones en el escenario.

Nuestro principal, apenas saliendo del trance pasado ante la presentación de su host predeterminado, carraspeó la garganta disimulando que no le había sorprendido para nada todo lo que el castaño había hecho sobre el escenario. Al fin de al cabo el moreno tenía planeado aparentar que se encontraba en ése lugar por mera casualidad, porque no encontró un lugar mejor o porque fue el primer establecimiento que llamó su atención. Cualquiera de esas opciones estaba bien a su parecer.

Ajustó un poco más su traje negro en busca de sentirse cómodo, cruzó una de sus piernas sobre la otra casi recostándose sobre el sofá y cerró los ojos esperando a Uruha quien parecía no querer aparecer en ése momento.

Lo que no sabía el pelinegro era que Uruha ya estaba enterado de su presencia. Todos sabían que aquél living era única y simplemente para los clientes de Uruha por lo que, en el mismo momento en que el ojimiel presentaba su espectáculo, éste se había tomado los segundos para fijarse en quien se había tomado la alegría de sentarse en tales dichosos lugares.

El mismo castaño había mostrado su piel para que el pelinegro cayese entre sus encantos puesto a que, como anteriormente había sido mencionado, no todos los días un hombre menor de 40 años entraba a aquél nada barato club y pedía a uno de los más bellos anfitriones. Además que no todos los días uno de ellos trataba de seducir a su cliente.

Oh no, que si para Uruha, el tan sólo fijarse en el mero atractivo que se traía su ahora cliente había hecho que de nuevo se sintiera muchísimo más que bello y su ego subiese a los cielos como cuando era el número uno en ganar más dinero. Que si para Uruha, aquella noche sería completamente especial ya que, no importaba si salía herido o no, tenía que tener a aquél apuesto desconocido en su cama ésta misma noche, o no sería nunca.

El anfitrión se dirigía hacia el living predeterminado de siempre acomodándose desde su estilizado cabello, hasta su kimono ya arreglado luego del desorden que había creado sobre el escenario. Quería verse totalmente bien para su joven y atractivo cliente por lo que esperaba que todo saliese perfecto, pero pareciera que, por lo que veía a la distancia, su cliente no esperaba lo mismo.

¿Acaso aquél insolente hombre en traje se encontraba durmiendo sobre su living especial? Oh no, eso sí que no podía ni cruzársele por la cabeza a quien lo escogiera a él.
Con el ceño fruncido y las manos hechas puños, se dirigió con paso veloz hacia el sofá donde estaba el extranjero, ignorando a quien le saludara entre los pasillos que recorría y, al darse cuenta que su predicción era cierta, tan sólo logró enojarse más.

Ahora pensaba que no valía la pena prestarle atención a aquél hombre pero, le iban a pagar por el estar a su lado aunque estuviese dormido, ¿no? No era lo planeado, pero todo sea por el dinero.

Soltó una leve risilla del imaginarse la cantidad de dinero que le podría sacar al presente con ojos cerrados puesto a que dormido, de seguro aquél podía durar horas y horas sin darse cuenta. Sin querer hacer ruido alguno, Uruha se sentó a su lado del pelinegro, acomodando sus ropas para no dañarlas, cruzando con éstas sus piernas y así, mostrar mucho menos de piel que anteriormente mostraba. Seguía pensando que no valía la pena el tratar de seducir a alguien que ahora no le prestaba atención alguna.

Pero, ¿acaso Uruha estaba ciego? El extranjero tras sentir el movimiento a su lado pegó un pequeño brinquito dándose cuenta de quien se encontraba mirándolo de una manera nada agradable o satisfactoria. Ahora el ciego, daltónico y bizco era nuestro protagonista, por desperdiciar oportunidades como ésta.

El extranjero ante la sorpresa, se incorporó de inmediato volviendo a una posición con los brazos y piernas cruzadas, esperando aparentar que nada de lo anterior había ocurrido y que, si es que buda era bueno, no háyase aparentado estado dormido. No quería y no esperaba darle una primera mala impresión a la persona más bella que hasta el momento había visto en todo Japón. Lo único que quería, era estar en compañía aunque sea unos minutos con ese aquella hermosura, que ahora se reía bajamente ante sus acciones, cubriéndose los labios con el dorso de una de sus manos, para que su cliente no se diera cuenta que se le hacía cómico pero, muy tarde, ahora el extranjero se sentía apenado y mal. ¿Podía haber empezado de alguna otra mala manera? Por lo menos ahora solo quedaba desear que todo lo que fuese a pagar por la compañía de aquella bella persona valiese la pena y no le tratase como menos, por lo anteriormente visto.

Uruha reía divertido ante tales acciones cómicas que le proporcionaba su cliente pero, tras darse cuenta de la expresión herida que ahora éste le daba; dejaba de reír poco a poco hasta que por completo terminó con las manos cruzadas sobre sus propios muslos junto a una seria expresión, ¿ahora el afligido era el moreno? El afligido debía ser él mismo por haberle hecho esperar segundos, mientras el otro plácidamente dormía sobre su living especial. Sin embargo, él no era nadie para quejarse de lo ocurrido. Después de todo lo único que podía, debía y haría toda la hora que el moreno le pagase sería alagarlo, coquetearle, y convencerlo para que bebiese y bebiese todo su tiempo con su presencia.

Hubo un momento de incomodidad con la mirada de ambos perdida en algún lugar de la pequeña y redonda mesa de cetro lo que, a Uruha no le gustó para nada por lo que procedió a dar el primer paso apoyando la diestra sobre un muslo del mayor esperanzado de llamar su atención y además de entrar en confianza.

 

«— Nee… —Pronunció de manera melosa fingiendo la voz femenina que siempre interpretaba. — ¿Me dirías tu nombre? —Preguntó sin rodeos la belleza, acercándose más hacia su apuesto cliente al cual ni siquiera le cruzó por la mente el contestarle primero la pregunta. Tan sólo optó en sonreírle hacia la derecha dejando mostrar uno de sus marcados hoyuelos en indicio de coquetería».

 

«— Me puedes decir Yuu —Respondió el sonriente extranjero, girando su cuerpo hacia el castaño que le devolvía la misma señal con una mirada probablemente hasta más provocadora de la que el otro le dedicaba. — ¿Y tú? —Agregó Yuu, haciéndose el inocente que no conocía a su anhelada persona».

 

Uruha le limitó a soltar una baja risotada negando con la cabeza ¿Acaso Yuu quería hacerse el tonto? Porque si era así, por supuesto que iba a terminar como uno.

 

«— Tu me puedes llamar Shima, pero no le digas a nadie… —Respondió en un leve murmuro el chico con cabello marrón, quitando su mano derecha de donde se encontraba, para pasarla por detrás los hombros de Yuu, apoyándose un poco sobre él, en busca de entrar en más intimidad con el mencionado».

 

La plática entre ellos dos siguió un curso normal durante toda la hora que Yuu se encontraba dispuesto a pagar por tener compañía de Uruha, o al menos, para Yuu parecía una hora. Mientras que, para Uruha, quien no había bebido una sola gota de alcohol por más que quisiera y estaba al tanto del tiempo, sabía que el moreno ya llevaba más de tres horas junto al ojimiel bebiendo, platicando y gastando su dinero el cual quién sabe de dónde sacaría Yuu, pero tendría que pagarlo esa misma noche.

Durante la primera hora que llevaban juntos, Uruha se había enterado de que Yuu no era un japonés natal pero que había ido por asuntos empresariales.

¿Había algo mejor que un mix entre japonés y extranjero? Por todos los santos, éste hombre ya ebrio era tan perfecto con su físico envidiable, su buen puesto salarial y su carisma, el cual por más que bebiese, no desaparecía y, por supuesto, nuestro castaño no había desaprovechado ésta oportunidad por lo que seguía embriagándolo hasta que el otro no podía más con su cuerpo y estaba casi encima del anfitrión de lo bebido que se encontraba.

A partir de la segunda hora que llevaban juntos, el pelinegro le había otorgado su cartera al anfitrión quien, sin pensarlo, al divisar una tarjeta de crédito dorada fue lo primero que tomó e inmediatamente la guardó dentro su famoso cinturón actualmente algo desajustado puesto a que el pelinegro, entre carisma, jugueteo y broma, intentaba quitarle su kimono para descubrir “si en verdad era tan bello por todas partes como el otro decía”. Pobre Yuu, desconocedor de la hermosura natural de un japonés.

Las horas pasaban sin diferencia alguna para el de piernas torneadas quien, acostumbrado a ver hombres ebrios, solo se limitaba a reír en voz baja por las absurdas acciones de aquél quien podría osar a competir contra él en belleza, pero en ese estado era mucho más que ridículo.

A su parecer, el castaño era capaz de soportar al atezado joven durante horas y horas, pero eran cercanas las cinco de la mañana y su turno terminaba a esa hora, para su mala suerte.

Con cuidado de no alterar a su acompañante, se alejó milímetros de un bebido Yuu el cual lo tenía abrazado por la cintura de manera autoritaria.

 

«— Yuu-sama… nee… —Volvió a pronunciar en un tono meloso como el que había utilizado en un principio de su plática con el otro. — Ya terminó su hora… —Murmuró tranquilo, probablemente temiendo de que el joven se alterase ante el hecho de que ya no seguirían compartiendo tiempo juntos».

 

El nombrado extranjero tan sólo atinaba a entreabrir los ojos y hacer una mueca frunciendo los labios de una manera absurda, junto a sus cejas arrugadas hacia el centro, tratando de reflejar en su rostro una mueca de disgusto, pero lo único que lograba era algo llegando a lo anómalo.

 

«— Pero Uru… bonita… —pronunció lo mas entendible que le fuese posible con su mala pronunciación en japonés y su estado de ebriedad— No quiero separarme de ti… —agregó abrazándole ahora con más fuerza, aferrándose a la tela de su kimono la cual, para entonces, ya se encontraba arrugada y sucia por culpa de ambas personas».

 

Uruha soltó una leve e inevitable carcajada volviendo a la posición que antes tenía junto al ebrio moreno. ¿Todos los ebrios eran iguales?

 

«— Si Yuu-sama no me quiere dejar… ¿cuánto estaría dispuesto a pagar? —Preguntó el japonés cruzándose de piernas, con el propósito de que éstas se lucieran a través de sus moradas prendas. — ¿Pagaría por mi más de 78, 000 mil yenes*? —Agregó, finalizando con una ladina sonrisa coqueta hacia la derecha, ahora abrazando al pelinegro por el cuello con uno de sus brazos».

 

«— ¿… 78, 000 mil yenes…? —Preguntó para sí mismo el extranjero quien, ante la sorpresa última pregunta, aparentaba habérsele desaparecido toda gota de alcohol en el cuerpo. ¿Acaso aquella  belleza pesaba que era algún tipo de persona millonaria o rica? Dios santo, si 78, 000 mil yenes era todo lo que ganaba a la quincena y, si aceptaba la oferta de Uruha, se quedaría sin sustico alguno en Japón durante más de quince días…».

 

«— ¿Qué me darías por todo ese dinero, eh? No quiero salir estafado… —Advirtió Yuu, queriendo darle a entender a Uruha que aquella cantidad de dinero no le era fácil de pagar y que, si lo hacía, esperaba de lo mejor. No un espectáculo de dos minutos como el que hace ya rato había dado el mencionado».

 

«— Créame, Yuu-sama… no se va a arrepentir… —Le respondió el ojimiel por fin aferrándose con ambas manos al cuello del mitad japonés, en donde aprovechando aquella oportunidad, enredó sus dedos entre los azabaches cabellos del moreno de manera coqueta».

 

No hizo falta respuesta alguna, no hizo falta pregunta alguna y mucho menos acción alguna.

Yuu ya había cedido ante las palabras de esa hermosura y, para esos momentos, se encontraba siendo dirigido por un Uruha que sin pudor alguno le tomaba de la mano entrelazando sus dedos con esta, corriendo hacia la recepción de su club pero, ¿a quién le importaba si terminaba siendo secuestrado por esa bella chica? Al fin de al cabo ésta sería una de sus mejores noches en Japón, por no decir la mejor antes de tiempo puesto a que, no sabía que le esperaba a partir de ahora.

Ni siquiera llegaron a detenerse en la recepción. El recepcionista, quien podía presumir de conocer bien las acciones de Uruha, sabía lo que él tenía planeado por lo que al verlo llegar a su stand tomado de la mano junto a su cliente, casi como si se tratase de algún instinto, estiró la mano hacia la dirección de ellos dos en la cual, el castaño simplemente atinó a arrojarle la tarjeta de crédito del extranjero, que inmediatamente atrapó el joven recepcionista, como era de suponerse.

Siguieron de largo su camino ambos con una quizás boba o estúpida sonrisa cursando por sus labios. ¿Qué más daba que otros comensales los viesen correr hacia los ascensores? ¿Qué más daba que hallasen empujado a un par de personas para que ellos mismos pudiesen entrar en aquél transporte? ¿Qué más daban las malas miradas? Si para ese momento ya se encontraban muriendo entre beso y beso, arrinconados dentro una de las orillas del grisáceo ascensor, dirigiéndose hacia el último piso donde se encontraba la habitación de Uruha. Nada sería capaz de interrumpir este momento

¿Suerte tenían de que el edificio fuese de unos 12 pisos de altura y la habitación de Uruha estuviese hasta el 12? Pero por su puerto que la tenían, y mucha.

La espera hasta llegar a la habitación de aquella hermosura fue larga y placentera. Repleta de besos lujuriosos provocando que la saliva escurra; repleta de caricias fogosas entre ropa y ropa; palabras obscenas llenas de deseo entre letras chiquitas.

Con el pelinegro acorralándolo en la esquina de ascensor, metiendo una de sus manos dentro de la tela arrugada y maltratada de su kimono en busca de tocar su nívea piel demostrando algo de desesperación en sus movimientos; mientras que su otra extremidad se ocupaba en abrazarlo de nuevo por la cintura de una manera autoritaria, dándole a entender que aquella noche esa belleza era suya, que no había escapatoria y no le importaría si fuera el fin del mundo.

O que tan siquiera le importara tuviera una resaltante erección masculina en su entrepierna y no una vagina mojada, como el extranjero pensaba.

Pero, ¿en éste momento a quién le importaba el cuestionar su sexualidad? Disfrutaría mucho más de aquella noche, que lo que llegaría a arrepentirse de haberse acostado con un hombre.

 

«— Mmh… Yu… Yuu-sama —trataba de llamar su atención el anfitrión, — Estamos a punto de llegar al piso, por favor… espere —Quería controlar, realmente quería controlar al nombrado ya que éste parecía no querer parar y de una vez tener relaciones en el ascensor».

 

Empujó con suavidad de los hombros a Yuu apartándolo un poco de su cuerpo, sin embargo, éste no parecía desear alejarse de su anatomía por lo que sin más que hacer o decir, durante los pocos segundos que tuvieron que esperar para que el ascensor por fin se detuviese y se abriesen las puertas, se limitó a abrazarlo apegándolo a su pecho de manera dominante.

El pelinegro quería marcarle su lugar como “el que iba arriba” pues no esperaba que el otro le saliera con chistecitos como que no quería ser el pasivo.

Al fin de al cabo no era gay, sólo le encantaba Uruha.

Se dedicaba a repartir pequeños besos desde el cuello de su acompañante con cabello marrón, hasta el hombro de éste durante todo el camino que hacían hasta el apartamento del castaño quien simplemente se dejaba hacer, tampoco es como si aquello llegase a incomodarle pues, al contrario, quería más cantidad de aquellos besos recorrerle la piel y definitivamente lo lograría.

Tras entrar al apartamento del castaño entre tropiezos y risotadas, el pelinegro se dio cuenta que todo lo que se encontraba en su interior no era absolutamente nada de lo que creía que abría en ese apartamento el cual, iluminado de luces azules, rojas y naranjas en lugar de una iluminación clara como se suponía ha de ser, estaba adornado por telas de colores en las cortinas y muebles de aspecto sumamente costosos.

¿Qué habría de esperarse de ese anfitrión quien claramente ganaba demasiado dinero conquistando hombres adinerados? Capaz y tenía muchísimo más dinero en cuentas de ahorro

 

«— Yuu-sama… siéntate en el sofá, por favor… —pidió de manera fingidamente inocente el castaño, empujando con el dedo índice al mayor hacia el lugar señalado— ¿Recuerda que le prometí que no se arrepentiría de estarme pagando, probablemente, todo lo que usted gana en una quincena? —el nombrado se limitó a asentir con la cabeza a la vez que una risilla irónica salía de sus labios pues, lo que el otro decía era verdad. — Bueno, Yuu-sama… aquí comienza todo lo prometido —».

 

Y así como el castaño había dicho, así fue

Uruha se acaecía en medio de su living, contoneando las caderas de un lado a otro creando una danza erótica imaginaria, sin música ni ritmo.

Delineando con la propia yema de sus dedos las orillas del colorido cinturón de su kimono, al fin desatándolo puesto a que éste se encontraba totalmente desecho y no faltaba poco para que solo callera en alguna parte; prefirió por si mismo quitárselo, tirándolo en alguna parte desconocida de todo su dormitorio sin importarle si se dañase o no, ya que prosiguió danzando, ahora con la simple túnica de su púrpura kimono desatado.

Inexcusablemente Yuu se fijaba en la prominente erección que resaltaba entre tantas telas teñidas que su acompañante vestía.

¿Podría creer que aquella belleza hecha humano fuese hombre? Todavía no lo creía.

¿Le parecía menos bello? Claro que no.

¿Se iba a arrepentir de estar en ese lugar? Por supuesto que no.

Ya había llegado tan lejos y había pasado por tanto como para que ahora diera vuelta hacia atrás, lo cual ni planeaba hacer.

 

 

Después de todo, esta era la mejor noche que había pasado en Japón y no la iba a desperdiciar por tonterías como el no querer acostarse con un hombre.
Siempre hay una primera vez, ¿no? Y ésta, en definitiva, iba a ser completamente placentera.

 

 

Notas finales:

Espero no haya estado tan mal, al fin de al cabo mi maestra de lenguaje/español lo leyó y bueno... ella no me ha dado su critrerio~ wwwww

De nuevo: 

Si quiere lemon también comentelo, que lo subiré ^^)/

 


No muy segura del lemon, pues con aquél el fic tendrá dos finales -del cual me gustará más el lemon, de manera sincera- pero estará bien, confío en que no fallaré~~

 

En fin, gracias por leer ^^)/


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