Amanecía y los rayos del sol comenzaban a dotar de luz la habitación de Eduard.
Este dormía plácidamente tras una larga noche de limpieza por orden de Ivan, dado que iba a recibir visita y toda la casa debía estar resplandeciente.
Pero como era natural, Ivan delegaría la tediosa tarea de limpiar a sus “queridos” bálticos: Raivis, Toris y Eduard. Mientras tanto, él saldría a visitar a su hermana para saber si podría pagarle la factura del gas.
Y así fue como los tres bálticos fueron forzados a limpiar la casa de su señor.
– No entiendo por qué razón tenemos que limpiar nosotros – comentó Toris mientras limpiaba la gran cristalera del salón, que había quedado salpicada de gotas rojizas.
– Debe ser porque a él le da pereza hacerlo – respondió Raivis con una voz que denotaba un deje de miedo por si era oído.
– O porque no sabe hacerlo – contestó Toris.
De pronto, ambos bálticos sintieron como si la temperatura de la sala hubiera bajado 10 grados de golpe, porque una voz con una dulzura y un candor que denotaban crueldad contestó a Toris.
– ¿Qué no sé hacer qué, Toris? Veo que vas a necesitar algo de mi compañía… ¿O tal vez de mi hermana Natasha?
Toris y Raivis sintieron que su alma, mente y cuerpo se congelaban. ¿Habría escuchado Ivan su comentario?
Pero cuando ya se preparaban para deshacerse en disculpas mientras se giraban, la voz de Eduard, jovial y alegre, les hizo regresar a la realidad.
– ¿A qué imito bien a Ivan? – y prorrumpió en una sonora carcajada al ver la cara de los otros dos.
– ¡¿Pero se puede saber qué te propones?! – le espetó Toris.
– Ca–casi… casi me da al–algo… – fue capaz de articular Raivis.
–Vamos, vamos… Relajaos los dos. Ivan no va a regresar hasta mañana…
– ¡Pero ya conoces los castigos que nos impone si no sale todo a su gusto! –gritaron Toris y Raivis al unísono.
– Tranquilizaos, por favor… – comentó el mayor de los bálticos, ajustándose las gafas – Tenemos limpia la parte de arriba, y esta parte, la de abajo, está a la mitad.
Raivis y Toris se miraron el uno al otro. A Eduard no le faltaba razón.
– Vamos a tomarnos un pequeño descanso – continuó Eduard –. Al fin y al cabo, nos lo merecemos, ¿no creéis? – concluyó con una pequeña sonrisa.
Los otros dos estuvieron, por fin, de acuerdo con Eduard. Rápidamente se quitaron guantes, delantales y cualquier otro utensilio de limpieza y se sentaron los tres en el sofá de Ivan, ese blanco que solía estar reservado para los invitados.
Tras suspirar por sentarse al fin un poco, fe Raivis quien lo propuso:
– ¿Por qué no jugamos a “verdad o trago”?
Los otros dos le miraron dudosos.
– Si… Ya sabéis… – continuó el menor, aturullándose en sus propias palabras –. Uno dice un hecho, como… yo qué sé… que a Toris le gusta Natasha… y si no es verdad, se bebe.
Bien mirado, necesitaban divertirse un poco, así que aceptaron ambos.
– ¿Pero… – interrumpió Toris –… qué bebemos?
– ¿Qué tal… algo de vodka? – propuso Raivis en un susurro.
La respuesta conjunta de Eduard y Toris no se hizo esperar.
– ¡¿PERO TÚ ESTÁS BIEN?!
– S–si… – respondió Raivis en un susurro –. Abajo hay mu–muchas botellas… No creo que se dé cuenta de si falta una…
– Estoy de acuerdo – corroboró Toris.
Eduard suspiró. En buena se había metido. Si acababan borrachos (que todo apuntaba que sí), todo tomaría un rumbo que no deseaba. Se conocía bien, y sabía que si dejaba que el vodka se adueñara de él, eso solo significaba que sus labios entrarían en contacto con los de otro como mínimo
– Eduard… Eduard… ¡Ey, despierta!
La voz de Toris le sacó de sus pensamientos. Ante sí se encontró con un vaso de vodka y las miradas de Toris y Raivis.
– Ay, si… Perdón…
– Te toca… – informó Toris – A ver… Veamos, ¿alguna vez has pasado una noche loca con… digamos… ese tal Tino
El rostro de Eduard se tiñó de rojo de repente.
– ¿Qu… Qué?
– ¡Ajá! Osea que sí. – se rió Raivis.
– ¡N–no! ¿Cómo voy a…?
– Reconócelo, Ed… lo has hecho… – rió Toris.
Le habían pillado. Era cierto. Algunas noches, sus pensamientos habían aterrizado junto a Tino, y su fantasía se había ocupado del resto.
Para ocultar su sonrojo, levantó el vaso y bebió. Tras posar de nuevo el vaso en la mesa, tragó el líquido y se dispuso a pregunta a Toris.
Poco a poco, fueron sintiéndose más animados y acalorados, lo que acabó originando que los tres fueran perdiendo sus camisas. A medida que la noche se echaba encima y bebían más, fueron sintiéndose más desinhibidos con las preguntas.
Cuando ya Raivis había sido vencido por el sueño y apenas quedaba vodka, Toris y Eduard se encontraban en ropa interior, debido al alcohol.
– E–está bien… gafitas – logró articular Toris –. Veamos… ¿le has dado… un beso a… otro hombre?
– Pu… Pues… no… – y alzó su vaso vacío con la intención de beber.
Toris acabó riendo. Había ganado aquel juego.
– He ganado… Y como premio… – de repente, se abalanzó sobre Eduard y juntó sus labios con los del rubio.
Era difícil imaginar describir esa sensación. Le gustó mucho, y como única respuesta exterior acarició el pecho desnudo de Toris, mientras su lengua degustaba aquellos labios con sabor a vodka.
Tras unos minutos que parecieron una eternidad, el beso se rompió.
- T… Toris…
Cayó en un profundo sueño a la vez que Toris, con una sonrisa en los labios.
De repente, se abrió la puerta principal, y apareció una figura altísima con una bufanda.
Ivan sonrió para sí al encontrarse el panorama, y tras comprobar que todo satisfacía a sus exigencias, tomó a cada báltico en brazos y los llevó a sus camas respectivas.
– Buenas noches, bálticos. Veo… que lo habéis vuelto a hacer – susurró a sus dormidos sirvientes.
Eduard despertó, y tras constatar que estaba en su habitación, se levantó.
Justo en ese momento llamaron a su puerta, y esta se abrió antes de darle paso.
– Buenos días, Toris – saludó Eduard con una sonrisa mientras se levantaba y besaba al visitante cálidamente.
– Buenos días, Ed…