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Resistance por Maye0908

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Resistance

por Maye Malfter

*

Parte I

JOHN

 

And now I need to know, is this real love

or is it just madness keeping us afloat?

 Madness

 

A John le gustaba escuchar. A Sherlock le gustaba pensar en voz alta.

A John le gustaba escuchar cuando Sherlock pensaba en voz alta.

La vida en la calle Baker había resultado ser completamente diferente de lo que John hubiese podido imaginar, si los acontecimientos le hubieran dejado el tiempo necesario para hacerlo, por supuesto. Pero tener tiempo para pensar era un lujo con el cual no contaba el doctor, a quién los ires y venires de los casos, sumados a sus turnos en la clínica, apenas y le permitían alimentarse y dormir lo necesario para no colapsar frente a algún criminal, o frente a algún paciente.

Unas cuantas semanas después de mudarse al piso compartido, el caso del banquero asesinado tuvo lugar, y con él los subsecuentes peligros vividos por John y su cita, Sarah. Secuestrado, golpeado, confundido con Sherlock por los traficantes y casi asesinado. La mejor cita de todos los tiempos, según Sherlock. La peor cita de todos los tiempos, según Sarah.

La mujer había accedido a salir con él un par de veces más luego del incidente con los traficantes chinos, y las cosas parecían ir realmente bien entre ellos dos. Sin embargo, John sentía que su relación con Sarah nunca subiría el escalón necesario para llegar a algún lado. Y no porque la doctora no fuera divertida, inteligente y culta. A decir verdad, Sarah era una de las mujeres más interesantes que John hubiese conocido en mucho tiempo. Pero, y aunque John aún tenía problemas en admitirlo, de darse en cualquier momento la oportunidad de elegir entre salir con Sarah y quedarse a acompañar a Sherlock en la resolución de algún misterio, la segunda opción ganaría con creces.

Sherlock había dicho desde el primer día que pensar en voz alta le ayudaba a la hora de resolver un caso, y que a la hora de salir a recolectar data John era el sustituto perfecto del cráneo humano que el detective mantenía encima de la repisa de la chimenea. Esto a John no podía importarle menos.

Escucharle hablar en ese barítono tan característico, a veces durante horas, acerca de la evidencia, los posibles escenarios, los posibles culpables, la vida y obra de las víctimas y sus allegados, y en general, acerca de todos y cada uno de los aspectos del caso en proceso era la razón principal para no querer apartarse del lado del detective aún en los momentos más triviales. Bien podía pasarse horas sentado en su sillón fingiendo navegar por internet mientras el detective yacía inmóvil sobre alguno de los sofás, a la espera de que en algún momento Sherlock saliera de su letargo y comenzara a explicar de manera fluida la clave para resolver el acertijo de turno.

Y entre letargo y letargo, sobre todo cuando Sherlock anunciaba que estaría en su palacio mental, John había tenido la magnífica idea de utilizar sus nuevas e interesantes vivencias para actualizar su blog.

Tanto el caso del taxista/asesino serial, como el caso del banquero habían sido publicados por el doctor para satisfacer el objetivo principal de su sitio virtual: relatar todo lo que pasaba en su vida. Incluso contaba con lectores asiduos, los cuales incluían personas anónimas que sólo dios sabía cómo demonios terminaban leyendo su blog, algunos miembros del Yard, Harry, algunos viejos colegas y por supuesto, el propio Sherlock.

Escribir en el blog se había convertido en una tarea entretenida para John, quién cada vez que se encontraba a si mismo observando detenidamente a un inmóvil e imperturbable Sherlock en modo-palacio-mental se decía una y otra vez que sólo lo hacía para reunir toda la información necesaria.

Pero, ¿era eso en realidad lo que lo motivaba? John no estaba del todo seguro.

—John, necesito tu teléfono —dijo Sherlock de repente, incorporándose en el sofá mientras extendía una mano hacia su compañero de piso. Habían pasado no menos de cuatro horas desde que Sherlock hubiese entrado en su letargo habitual, casi el mismo tiempo que John llevaba sentado en su sillón y con la laptop sobre el regazo.

—Tú tienes un teléfono ¿Para qué quieres el mío? —inquirió John. Sus ojos fijos en la pantalla de la laptop.

—Podrían rastrear mi número. Es demasiado arriesgado.

—Pero usar mi teléfono es menos arriesgado, ¿no?

—Tu nombre es menos reconocible.

— ¿Así que eso lo hace mejor?

—John, no tengo todo el día. La vida de alguien depende de ese mensaje.

John le miró a la cara, luego miró la mano extendida hacia él, dio un sonoro suspiro y se levantó para llevarle su teléfono móvil a Sherlock. Lo sacó de su bolsillo y lo puso sobre la palma extendida del detective con más fuerza de la necesaria.

—Juro por dios que si vuelven a confundirme contigo tendrás que conseguirte un nuevo compañero de piso —amenazó John, dirigiéndose de nuevo hacia su asiento y habiendo olvidado por completo lo que estaba a punto de escribir.

—Deberías sentirte halagado —comentó Sherlock, tecleando un mensaje de texto y con una sonrisa insolente en sus labios—. Ser confundido con un genio no es algo de lo que todo el mundo pueda alardear.

— ¿Alardear? Casi me matan, casi nos matan gracias a ti, genio.

—Y en el adverbio está el secreto. Casi, pero no. Llegué a tiempo, no pasó nada, deja de quejarte.

John hizo un gesto de disgusto, pero decidió no seguir contradiciendo a Sherlock. Sabía que era un callejón sin salida. En su lugar se dedicó a releer lo que había escrito acerca del caso del banquero y otro gesto de disgusto cruzó su rostro, haciéndole torcer un poco la boca. Llevaba sólo tres párrafos y la palabra “Sherlock” se repetía demasiadas veces como para considerarse una buena redacción. Borró algunas y el texto comenzó a perder sentido. Intentó reescribirlo, pero su idea inicial se había desvanecido y ahora la única cosa en la que lograba pensar era en Sherlock y en la increíble manera que tenía de invadir su vida hasta en las cosas más sencillas, como sus párrafos.

Perder su tren de pensamiento y que este fuese modificado por pensamientos relacionados con el detective era algo que solía ocurrirle a menudo, más a menudo de lo que pudiera considerarse normal. Pero, ¿qué era normal estando cerca de Sherlock Holmes?

¿Era acaso normal haberse mudado con él justo después de dispararle a un asesino serial por su causa? ¿Acaso era normal preferir quedarse a su lado a hacer absolutamente nada que pasar la velada con Sarah?

Harry insistía en que el hecho de pasar más tiempo con “el hombre loco” que con mujeres de su edad significaba que su pequeño hermanito estaba por fin uniéndose al lado oscuro de la fuerza. John insistía en que solo era investigación para sus entradas del blog y simple curiosidad dados los extraños e interesantes casos investigados por el detective. Aunque a decir verdad, la versión de Harry a veces le daba a John más de una noche de insomnio.

Es decir, no era como si John de repente se diera cuenta de que pasaba demasiado tiempo observando desde su sillón a un hombre cuya fisionomía y constitución no eran para nada despreciables ¡Demonios! Sherlock era hermoso, y eso hasta el más heterosexual de los hombres lo hubiese podido notar. Tampoco ayudaba el hecho de saber por boca de Lestrade que tanto él como los chicos del Yard tenían una apuesta de cuánto tiempo pasaría antes de que Sherlock y John dieran el feliz anuncio, pues “nadie soportaría vivir con semejante cretino sin estar recibiendo alguna clase de retribución”.

El mismo John se cuestionaba sus razones para seguir viviendo con Sherlock, para soportarle, e incluso más que eso, pues el doctor también procuraba que el detective comiera y durmiera lo suficiente como para no caer desmayado en alguna escena del crimen. Ocuparse de Sherlock, preocuparse por él y en general, hacer las veces de niñera/compañero-de-piso/doctor-de-cabecera/asistente-en-la-escena-del-crimen se habían convertido lentamente en el modo de vida de John.

Sherlock terminó de escribir el mensaje y colocó el teléfono de John en el bolsillo de su batín, para luego volver a recostarse en el sofá.

— ¿Terminaste con mi teléfono?

—Si te refieres a si terminé de enviar el mensaje que puede salvar la vida de ese dentista, la respuesta es sí.

— ¿Puedo tenerlo de vuelta, entonces?

—No.  Aún debo esperar que me respondan para informarle a Lestrade qué es lo que debe hacer.

— ¿Así que mi teléfono móvil es tu base de operaciones?

—Más como un canal de comunicación. Uno con muy mala poesía entre sus mensajes enviados.

John rodó los ojos. Sherlock había estado leyendo su bandeja de entrada y salida. De nuevo.

—Cuando termines de irrespetar mi privacidad, quisiera mi teléfono de vuelta. Gracias —dijo simplemente, volviendo su atención a la laptop.

—Está bien —aceptó Sherlock—. Por cierto, Sarah quiere que te diga que no te molestes en recogerla mañana al finalizar su turno.

John dejó de teclear ¿”Sarah quiere que te diga”? Esto no puede ser nada bueno.

— ¿Ah sí? ¿Y cómo es que sabes que ella quiere que yo haga eso?

—Porque me lo pidió expresamente, luego de responder el mensaje que llegó a tu teléfono desde el suyo hace unos minutos. Obvio.

—No es obvio para mí —dijo John, sabiendo a ciencia cierta ahora que esto no podía ser nada bueno— ¿Qué decía el primer mensaje?

—Preguntaba que cómo estabas. Le dije que ambos, tú y yo, estábamos un poco adoloridos por toda la actividad física en la que nos vimos involucrados durante la mayor parte de la noche, pero que gracias por preguntar. Por supuesto, luego de un mensaje así tuve que enviarle otro diciéndole que era yo y no tú el que había respondido.

—Por supuesto —murmuró John. Genial, otra mujer que piensa que soy gay.

John se olvidó de su teléfono y se hundió más en el sillón. De seguro ahora Sarah pensaría que él y Sherlock habían pasado la noche haciendo dios sabe que cosas. Al igual que lo pensaba la señora Hudson, Harry, y la mitad del Yard. Todos asumiendo que John y Sherlock sostenían alguna clase de relación más allá de lo platónico, de simples colegas, de simples compañeros de piso.

Platónico.

¿Acaso había utilizado su mente ese adjetivo en particular para describir su relación con Sherlock? Ciertamente lo había hecho, pues de no ser así no estaría googleando la definición de la palabra en ese preciso instante.

Platónico adj- Sentimiento que es imposible que tenga consecuencias reales por ser muy idealizado y puro. Desinteresado. Honesto.

Sentimiento.

¿Acaso John guardaba ese o cualquier clase de sentimientos hacia su compañero de piso? ¿Algo idealizado, desinteresado, destinado a no trascender?

No era como si él, de todas las personas, deseara que lo que sea que hubiera entre ellos trascendiera. Es más, ni siquiera estaba seguro de sentir algo en absoluto. El sentir implica muchas cosas, cosas que John había pasado los últimos meses jurando sobre la vida de la Reina Isabel II que no existían más que en la imaginación de todos cuantos le rodeaban. Cosas que ahora, sin buscarlo siquiera, estaban comenzando a hacer clic en su agitado cerebro. Cosas como un asesinato apenas a un día de conocerle, los planes e intentos para hacerle comer y dormir lo suficiente, las excusas dadas a Sarah para seguirle el paso a Sherlock en vez de salir con ella. Cosas como las que Harry le había señalado la última vez en medio de una broma, y que John había descartado.

Sentir. Platónico. Desinteresado.

Las palabras se quedaron en su mente, sumiéndolo en su propio letargo, hasta que el profundo tono de voz del detective le sacó de sus cavilaciones.

—Huston, ¿me copian?

—S-sí ¿Qué pasa ahora?

—Lestrade acaba de llamar, voy a salir. Volveré en una hora —y dicho esto, el detective desapareció por la puerta de la sala común rumbo a las escaleras y luego hacia la puerta de la calle.

A John le tomó un par de minutos volver a coordinar sus pensamientos con sus acciones. Cerró la laptop, se levantó del sillón y la colocó en la mesa frente a la ventana. Necesito llamar a Harry, pensó, justo antes de darse cuenta de que Sherlock no se había molestado en regresarle su teléfono móvil.


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