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HARD LIFE por Blanwhide2

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Notas del capitulo:

 

No pondré excusas, ¿vale? No tengo nada que decir además de... ¡MATENME AHORA! 
La inspiración es caprichosa, ¿sí? ¿no? ¡SÍ LO ES! No quiso presentarse ni con éste fanfic ni con 9 a-9 m-9 d.  - pisa furiosa - Mi semana de vacaciones por término de tercer bimestre muere hoy. 

No prometeré ya más nada. Soy un fraude con eso. Un caso perdido.

No es una promesa, supongo que lo calificaré como meta.  Y es la siguiente: Terminar este endemoniado fanfic antes de que se cumpla un año del inicio de su publicación. O sea antes del 27/01/15 Antes del 27 de enero del año 2015.

Y, sí, pueden basurearme de lo lindo si les hace sentir mejor. Y con ganas.

 

Me despido hasta quién sabe cuándo.

Saludos.

 

- Will… - le llamo, utilizando la abreviatura de su nombre falso, removiéndome un poco en el asiento de atrás de la misma camioneta que nos trajo hasta la casa del rubio; conducida por la misma persona.

- Dime – es su simple respuesta. No se toma la molestia de verme, mantiene los ojos fijos en las páginas del libro que está leyendo, tranquilamente, sentado a mi lado. No parece estar ni lo más mínimamente incómodo por nuestra cercanía. Ojala pudiera decir lo mismo en cuanto a mí.  Inhalo profundamente antes de abrir la boca por segunda vez.

- Lo siento – declaro, con todo el arrepentimiento que soy capaz de transmitir en mi tono de voz; - de verdad, lo lamento – aguardo por su respuesta, hecho un manojo de nervios.

Detiene su lectura por unos segundos, voltea a mirarme fijamente a los ojos, los entrecierra ligeramente por unos pocos segundos y finalmente dice: también lo siento – esboza una casi imperceptible sonrisa de medio lado, y agrega, - pero lo hecho, hecho está – asiento sin darme cuenta. Devuelve toda su atención óptica a su libro y aguardo a que los segundos pasen antes de preguntar: Entonces… ¿no estás enfadado?

- No – responde inmediatamente, - ¿por qué habría de estarlo? – la pregunta le sale en un tono tan natural que hasta parece que estuviésemos hablando de un asunto sin importancia. Pasa a la siguiente página del libro.

- Se me ocurren varias respuestas para esa pregunta… - murmuro entre dientes, mirando hacia otro lado.

- Olvídalas todas – le oigo decir y giro el rostro hacia él, que sigue leyendo, - eso no sucedió.

.

.

.

- Vaya, Shibuya, ¿por qué esa cara de funeral? – me pregunta Murata, con su habitual actitud despreocupada y sonrisa fácil.

- ¿Qué cara de funeral? – inquiero, nada de humor para ese tipo de comentarios. Por lo general uno espera ser recibido por su madre, padre o como mínimo hermano mayor u menor al regresar a casa un viernes por la tarde, pero no, en mi caso con el primero que me encuentro y que, por cierto, no tengo ni idea de qué habrá sido de su vida durante el último par de días, es con Murata. Ni mi madre, ni mi padre ni mucho menos Shouri. Sino, Murata Ken, mi mejor amigo desde hace años, que tiene un sentido del humor macabro la mayoría de las veces, que es bastante inteligente y que raramente ve a sus padres una que otra vez por lo ocupados que están trabajando todo el tiempo.*

- Wow, calma, Shibuya – dice, poniendo sus dos manos enfrente suyo. Parpadeo, dándome cuenta que el tono de voz que usé hace unos momentos fue innecesariamente más alto que el usual y hasta podría calificarse como agresivo.

- Lo siento, Murata. No ha sido mi intención sonar grosero. Es solo que… - suspiro, no sé si deba hablar de este asunto con alguien pero si es que lo considero, ya que definitivamente no lo hablaré con ninguno de los miembros de mi familia, puesto que más que seguramente acarrearía a una especie de debate de temas de los que no quiero tratar con ellos en particular… ¿Quién mejor que mi mejor amigo? Que además es homosexual y… - nada. Solo estoy cansado – me confesó sentirse atraído por el mismo rubio del cual pensaba hablarle y no vaciló ni un segundo en ir a cortejarlo la primera vez que lo vio.

- ¿Estás seguro? No pareces muy convencido de tus palabras – presiona, estudiándome con la mirada.

- Completamente – aseguro, intentando sonar optimista y fracasando miserablemente.

- Déjame ver si podemos arreglar eso, entonces – indica, quitándome la maleta y mochila que hasta ese momento me encontraba cargando. - ¿Mejor? – pregunta.

- Sí - aseguro, sonriéndole lo mejor que puedo.

- ¿Con quién tiene que ver? – cuestiona de repente.

- ¿Qué? – pregunto, parpadeando sin entender.

- Se trata de Von Bielefeld, ¿cierto? – por el tono que usa, es una pregunta para la cual ya tiene una respuesta.

- ¿De qué estás hablando, Murata? ¿Por qué mencionas a Will, así, de la nada? – aunque sea inútil tratar de evadir dar una respuesta, nunca está demás intentar.

- Shibuya – me mira serio, - déjate de rodeos – suspiro pesadamente. Sabía que terminaría de esta manera. – Es por él, ¿me equivoco? – niego con la cabeza.

- No, sí es por él – asiente, esperando a que siga hablando.

- Te importaría… - empiezo, - ¿podríamos no hablar de ¨este asunto¨ aquí? ¿En donde cualquiera podría entrar y vernos? – alza las cejas, al parecer sorprendido y ríe un poco.

- Ay, Shibuya, solo a ti pueden preocuparte detalles tan insignificantes como ese cuando el tema en sí podría cambiar drásticamente todo lo que hasta ahora creías – le miro sin poder evitar enarcar una ceja, ¿es enserio?

- Murata, ¿no te parece que exageras? – se encoge de hombros.

- Probablemente.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Dos semanas después…

 

-Lo entiendo, sí, entiendo perfectamente. No, no tiene que darme un reembolso. Sí, hablo enserio, señorita. Por favor, conserve el dinero – sonrío, negando ligeramente con la cabeza, - también a usted. Hasta luego – cuelgo. Mis ojos se encuentran con los suyos y desvía la mirada al instante. ¿Cuánto más seguirá con esta tontería?

Le entrego mi teléfono celular al médico de turno encargado y le agradezco, sonriendo; me devuelve la sonrisa y paso a dirigirme al asiento que ya es considerado como ¨mío¨ para todo el mundo, tanto doctores, enfermeras, pacientes como voluntarios. Recargo mi barbilla en mi mano derecha por unos minutos, pensando, con la mirada fija en un algún punto del cuadro abstracto que está en la pared paralela a mi ubicación.

- Will… - levanto el rostro hacia la voz y hago una mueca de fastidio nada disimulada a propósito, - podemos…

- No – le corto, haciendo ademán de ponerme de pie pero su mano derecha que se posa rápidamente en mi hombro izquierdo me lo impide, - suéltame – exijo, con brusquedad.

- Por favor… - casi se oye a súplica, - será solo un minuto – clavo mis ojos en los suyos y los entrecierro por unos largos segundos, frunciendo el ceño en espera de que retire su mano. Nada.

- Bien – accedo de mala gana, - tienes un minuto.

Me dedica una amplia sonrisa, a la cual no respondo o muestro señales de que me importe.
Se sienta frente a mí, obstruyendo casi por completo mi visión del cuadro que observaba poco antes.

- Quiero que hablemos acerca de lo que sucedió en tu casa antes de que nos fuéramos… - empieza a hablar, con un volumen de voz que no es lo suficientemente alto como para considerarse normal pero tampoco podría llamársele un murmuro, está entre los dos.

- ¿Y qué fue lo que sucedió? – cuestiono, ladeando la cabeza apenas. – Todo lo que yo recuerdo es a mi madre indicándonos que debíamos volver cuando antes a esta clínica; a ambos yendo a arreglar nuestras maletas, la despedida a mi familia y el personal de servicio y, por último, el ingreso a la camioneta que nos trajo de regreso.

Abre la boca para decir algo, quizá contradecirme pero al parecer lo piensa mejor y vuelve a cerrarla. Aprovecho su momento de vacilación para atacar.

- Muy bien, con el asunto aclarado y, con su permiso, debo ir al sanitario – le dedico una sonrisa de cortesía a la que trata de corresponder mas le sale demasiado forzada. Me pongo de pie, camino hacia la puerta y le informo a la enferma más cercana que saldré al baño. Ella asiente con una sonrisa cálida y yo abro la puerta.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Murata se acerca a donde me encuentro y me palmea suavemente el hombro derecho, tratando de consolarme. Bajo la cabeza, decaído.

- Descuida, Shibuya, por algo se empieza – indica, en tono optimista y todo lo que yo hago es soltar una especie de suspiro.

- En verdad creo que me odia… - doy a conocer con tono apesumbrado y bajo. No quiero que Wolfram me odie… Él menos que nadie. Y ni siquiera sé el porqué.

- Vamos, hombre, estás exagerando – asegura mi amigo, golpeando con más fuerza mi hombro. Niego con la cabeza.

- No, Murata, hablo enserio – aprieto un poco los dientes.

- Si te odiara no te habría dirigido la palabra – refuta.

- Sólo lo hizo por cortesía. Él… debiste haberlo escuchado. Era… era como si hablara con alguien a quien apenas conociera de vista, y que además no le cae en gracia – Murata quita su mano de mi hombro y la deja a su costado.

- ¿Te has planteado decirle lo que sientes? – resoplo.

- No, y sabes el porqué – asiente, mirando hacia el frente sin decir nada.

- ¿Sabes algo interesante? – pregunta de pronto, haciendo que me sobresalte.

- No, ¿qué es? – toma asiento en el mismo lugar en el que el rubio estuvo sentado.

- Von Bielefeld y nosotros hemos estudiado en la misma escuela desde hace años – abro mucho mis ojos.*2

- ¿Qué? – es todo lo que soy capaz de pronunciar.

- Más de una vez lo vi caminando por los pasillos de la escuela, conversando con algún chico, chica o maestro – ahora tengo el rostro desencajado. Si eso es cierto…

- Yo… no recuerdo haberlo visto en ningún momento – comento, fijándome bien en la expresión en el rostro de mi amigo, por si tan solo se trata de una broma para cambiar el tema de la conversación.

- No es de extrañar. No te lo tomes a mal, Shibuya, pero no eres de las personas especialmente ¨atentas¨, y no me refiero solo al ámbito escolar – asiento, rascando detrás de mi cabeza. Sé a lo que se refiere. – Y, además, eres un cero a la izquierda en lo que a chicas se refiere – ahora rasco mi mejilla derecha con mi dedo índice, sonriendo algo avergonzado; - por la apariencia física tan atractiva de Von Bielefeld, es lógico suponer el que estuviera rodeado de féminas la mayor parte del tiempo… - vuelvo a asentir, tiene sentido, - y, sumado a todo el tiempo que tú pasabas entrenando no es como que hubieras tenido mucho tiempo para fijarte en cada persona que vieras pasar – suspiro.

- Pero de cualquier manera, Murata, ¡ni una sola vez! ¿Cómo es eso posible? ¡Puedo recordar los rostros de algunos compañeros de primaria con los que no compartí más de veinte palabras en todo un año escolar! Y-- - me corto a mí mismo, asaltado por el recuerdo de mi prueba final de matemáticas de hace cuatro años. Yo sí lo vi… Bueno, no lo ¨ví-ví¨ exactamente pero… lo… ¿conocí?

- ¿Shibuya? – me llama Murata, - ¡eh, Shibuya! – reacciono, moviendo la cabeza de un lado al otro rápidamente.

- ¿Eh? ¿Qué? – pregunto, parpadeando.

- ¿Qué fue lo que recordaste? Te callaste de pronto – niego con la cabeza.

- No fue nada, descuida – aseguro. Me mira para nada convencido, - hablo enserio, Murata.

- Bien – se encoge de hombros, - como digas – él sabe que no le he dicho la verdad, pero agradezco su gesto de no presionarme.

- ¿No quieres agua o alguna bebida? – pienso un momento antes de contestar.

- Una bebida energética, por favor – asiente, se pone de pie y se dirige a la salida.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

-¿Por qué tardó tanto? – le pregunto fastidiado, cruzado de brazos; con la espalda y el pie derecho apoyados en la pared que se antepone a los baños.

-Siento mucho la demora, estaba conversando con Shibuya – asiento, tal y como lo suponía. - ¿No quieres saber de qué? – niego con la cabeza como respuesta.

-No es asunto mío – declaro. Sonríe y entrecierro los ojos, - ¿qué?

-Nada, nada – responde rápidamente; le escruto con la mirada por un par de segundos y él se esfuerza por contener la risa.

-Si se ha acordado de algún chiste me gustaría que lo compartiera conmigo – le espeto.

-No es nada, en verdad – bufo.

-¿Tiene listo lo que le pedí? – asiente.

-Encontrarás las llaves debajo de tu almohada para cuando regreses a tu habitación, la escalera en la posición acordada, y las esposas detrás del segundo arbusto de la derecha al bajar – me separo de la pared, dando un paso hacia adelante.

-¿Qué quiere como pago? – pregunto de manera directa.

-Algo que no puedes darme – enarco una ceja.

-Dígame lo que es – finge debatir mentalmente si responder o no a mi orden.

-Una noche contigo – sonrío de medio lado. Tan predecible.

-De acuerdo – acepto. El que saldrá más beneficiado seré yo, a las finales.

Sus cejas se elevan a la par que sus ojos se abren grandemente. Suelto una corta risa burlona mal contenida.

-¿Es enserio? – asiento, adoptando una expresión neutral. Me mira de arriba abajo, sigo con los brazos cruzados y aprieto un poco mi brazo izquierdo con mi mano derecha. Estoy acostumbrado a recibir ese tipo de miradas pero aún así siento asco e indignación. Puedo verte, sucio pervertido. -En ese caso, pasaré a verte esta misma noche – descruzo mis brazos y observo las casi inexistentes uñas de mi mano izquierda, sin mostrar interés en el asunto.

-Si vas luego de media noche no me encontrarás – me acostaré con esta persona, ¿qué necesidad tengo ya de tratarle con formalismo?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

-Tadaima… - anuncio, ingresando a mi casa con mi amigo de lentes detrás de mí.

-Yuu – chan, Ken – chan, han vuelto temprano hoy – comenta mi madre, con una sonrisa en el rostro. Tres... dos… uno… -¿Alguna noticia de Will - chan? – justo a tiempo.

-Les manda un calurosa saludo a usted, su esposo y al hermano mayor de Shibuya, mamá – sé que no debería permitirle a Murata mentirle a mi madre, ya que sería lo mismo que si le mintiera yo pero… ella insiste con el tema cada vez que volvemos. Tal vez, sólo por esta vez, pueda dejarlo pasar sin… No, ahí está la desagradable sensación de incomodidad en la boca de mi estómago. En momentos como éste es en el que me apesta mi tan fuerte bendito sentido de la justicia.

-¡Eso es tan dulce de su parte! ¡Yuu-chan, un día de estos tienes que volver a traerlo! – junta sus manos, entrelazando sus dedos y prosigue con voz cantarina, - Will – chan es tan lindo, y muy educado, además.

-Sí – respondo con una sonrisa forzada.

-¿Yuu - chan? – pregunta mi progenitora, acercándoseme, ahora con una expresión de preocupación que ha reemplazado a su usual sonrisa entusiasta.

Sonrío nerviosamente, - eh… ¿sabes, madre? Tengo mucha hambre, ¿crees que podrías prepararnos una merienda a Murata y a mí? – desviar su atención hacia otro punto es lo más efectivo en estos casos.

Parpadea.

-Uh… Seguro, pero ya te lo he dicho, Yuu – chan, llámame ¨mamᨠ- asiento.

Murata y yo vamos a la sala y nos sentamos en el sillón, a esperar.

Ninguno tiene ánimos para encender el televisor. Me sumerjo en mis pensamientos hasta que la voz de mi amigo me devuelve a la realidad.

-¿Desempacaste? – le miro con el ceño ligeramente fruncido, totalmente perdido.

-¿Qué? – pregunto.

-¿Desempacaste? – repite, secamente. – Medio mes atrás te ayudé a llevar tu equipaje, cuando volviste de casa de Von Bielefeld, a tu habitación ¿lo olvidas? – Ah… con que se refería a eso. Asiento.

-¿Desempacaste? – la tercera es la vencida.

–No, ahora que lo mencionas… No he desempacado aún – Murata asiente, como si hubiese estado esperando por esa exacta respuesta.

-¿Por qué no lo haces ahora? – me le quedo viendo, - en este momento - aclara.

-Puedo hacerlo más tarde, no tengo prisas – mi amigo está por decir algo cuando oímos la voz de mi madre llamarnos.

.

.

.

- ¿Irte? ¿A dónde? – parpadeo. Por lo general mi amigo se queda en mi casa hasta instalada la noche: cerca de las 10. Y apenas son las 7:30 p.m

- Tengo asuntos que atender, Shibuya – me sonríe alegremente – y quiero estar muy bien presentado – enarco una ceja.

- ¿Tienes una… cita? – sonríe todavía más.

- Supongo que podrías llamarlo de esa manera – asiente, poniéndose de pie. Lo acompaño a la puerta no sin que, antes, se despida de mi madre y le pida las disculpas respectivas junto con la excusa correspondiente del porqué no se queda a cenar. Ella le desea suerte.

- Nos vemos – se despide de mí, - y, de verdad, ve de una buena vez a desempacar tus cosas – agrega, mirándome por unos fugaces segundos de forma seria para, después, irse.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Suspiro, terminando de ponerme el camisón rosa. Y me siento al filo de la cama. Miro al lado derecho, en el que se encuentra el conjunto con el que me cambiaré cuando haya terminado de saldar mi deuda. Dejo caer la cabeza hacia atrás, y miro el techo. La escasa luz que llega desde las afueras y el sepulcral silencio me envuelven por largos minutos. Curvo las dos comisuras de mis labios en una sonrisa cansina, que no muestra mis dientes.

-¿Qué estoy haciendo? – me pregunto a mí mismo, en voz alta.


Una estúpida bajeza.


-Lo sé – admito, - pero, ¿por qué? – me sigo cuestionando.


Porque así lo haz querido.


-
¿Realmente? – continúo.


Sí. No te importa lo que suceda con tu cuerpo, no desde hace años.


-
Es verdad. Yo elegí éste camino y no hay vuelta atrás.

Dejo que el tranquilizador silencio vuelva a reinar. Cierro los ojos, me dejo caer en la cama.

-Idiota – murmuro con odio. Ahogo un quejido. No. No ahora. Llegará en cualquier momento. No necesito esto, no voy a quebrarme.

 

-Lamento la demora – abro los ojos, me incorporo con facilidad. Él se acerca hasta quedar enfrente de mí.

-La misma frase dos veces en un solo día – comento. En situaciones totalmente distintas. Sonríe.

-Luces hermoso – sonrío falsamente por su halago. Lo sé pienso secamente.

-Terminemos con esto – solicito. Asiente. Me dejo caer sobre las sábanas, él sube, quedando sentado a horcajadas sobre mis muslos.

-No te preocupes, seré gentil – aguanto la respiración al momento en que acaricia mi rostro. Lo miro a los ojos. Ésta es mi última oportunidad de practicar, tengo que ser fuerte.

Baja los hombros de mi camisón hasta el inicio de mi pecho. Acaricia mi cuello. Se detiene. Baja hasta el término de la prenda que llevo puesta. Su mano empieza a subir, se introduce por debajo del camisón. Aprieto un poco la mandíbula. Puedo hacerlo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Corro a todo lo que me dan las piernas. Jadeo por la falta de aire, no puedo estar más agitado.

Las imágenes se repiten una y otra vez en mi cabeza. Los sonidos. Las súplicas imposibles de entender por causa de la mordaza, las risas retorcidas, los gemidos ahogados de dolor… el llanto.

 

Wolfram…

 

 

Un trauma. Conrad me lo dijo. Pero jamás pensé que se tratase de algo como eso, ni siquiera cruzó por mi cabeza.

Vislumbro la clínica.

Y, aún cuando no debería ser posible, corro todavía más rápido.

 

 

 

 

 

Continuara ...

Notas finales:

 

*Información sacada de la Novela 07 (¡Copos de nieve mágicos revoloteando en el cielo!), capítulo 03. Propiedad de Tomo Takabayashi. 

*2 Ya sé que Yuuri y Murata no estudian en el mismo lugar pero éste es un AU, así que… 


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