Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

HARD LIFE por Blanwhide2

[Reviews - 11]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

No es justo! Aqui en mi pais TODAVIA es Martes 27 de enero del 2015! Y se por experiencias pasadas que saldra como 28 de enero T__T

 

En fin! ~

 

Aqui termina esta historia. Espero les guste.

Y lo siento si esta Ooc. 

 

Sin mas, a leer ^^

 

Miro hacia arriba. El cielo totalmente oscuro; la brisa nocturna, de alguna forma, me reconforta.
Suspiro.
Saco mi celular del bolsillo trasero de mi pantalón y marco el primer número de nueve dígitos que aprendí, incluso antes que el mío.
- ¿Aló? – sonrío ligeramente al oír su voz.
- Lo siento. Lamento todos los problemas que te causé…
-…¿Wolfram? – escucho un jadeo desde el otro lado de la línea, - cariño, ¿eres tú?
- Por favor, perdóname.
- No hay nada que perdonar, Honey. ¿D-Dónde estás?
- Dile a Gwendal que lamento haber sido tan débil, y a Conrart que espero algún día pueda perdonarme por haberle mentido… Te amo, madre. Adiós.
- Wol-- - corto y apago el móvil. Sigo caminando, metiendo ambas manos en los bolsillos de mi chaqueta.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

-Will – llamo angustiado ni bien he terminado de ingresar al cuarto.

Que haya subido por una escalera hasta aquí ya es bastante raro.

-¿Estás aquí? – pregunto mientras me adentro en la oscuridad de la habitación.

-Shibuya – doy un respingo y retrocedo inmediatamente; me toma 20 segundos reconocer la voz y adelanto un pie, lo mismo que la cabeza, tratando de acostumbrar rápido mi vista a la falta de luz.

-¿Murata? – es él, no tengo ninguna duda. - ¿Qué haces aquí? ¿Dónde está Will?

-Dónde está Wolfram, querrás decir – abro grande los ojos, acortando la distancia que nos separa casi por completo. Lo veo; sentado en la cama. – Ya era hora de que llegaras – comenta como si me hubiera estado esperando.

-¿Q-- ¿Cómo e—

-¿Qué está pasando? ¿Cómo es que sé el verdadero nombre de Von Bielefeld? – hace las preguntas que pensaba hacerle. Asiento lentamente. Sonríe. – Ay, Yuuri… - un escalofrío me recorre la espina dorsal.

-Siempre lo supiste, ¿verdad? – asiente, sonriendo, aparentemente satisfecho con mi deducción.

-No te aburriré con los detalles, ya que no tienes tiempo que perder, te recomiendo que te apresures si quieres ayudarlo – no entiendo nada. - ¿Qué estás esperando? ¡En este preciso momento Wolfram podría estar en grave peligro! – lo miro, de pronto sintiéndome muy enfadado.

-Si sabes eso, ¡¿Por qué diablos estás aquí tan tranquilo en lugar de llamar a la policía o algo?! – mi repentino cambio de humor y mi acusación lo toman desprevenido.

Suspira.

Me mira directo a los ojos y, aunque su rostro difícilmente se puede ver aún cuando ya me he acostumbrado a la semi penumbra, imito su acción.

- Nada de eso me corresponde a mí. Es a ti a quien necesita – asegura, - además… - se estira. Mis ojos vuelven a abrirse cuan platos, notando que tiene la camisa apenas abotonada, - estoy cansado.

Una sola idea se genera en mi mente.

Lo hicieron… lo hicieron… Lo…

Sacudo la cabeza con fuerza. No es momento para pensar en tontería y media.

-¿Don-Dónde está? – urjo.

-El único edificio que tiene un helipuerto – no está demasiado lejos. Si me apresuro llegaré en 15 minutos.

Me dirijo apurado de regreso a la ventana.

-Espera, Shibuya – volteo automáticamente hacia mi amigo de lentes, - no vayas a cometer ninguna estupidez.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

-Vaya, vaya – aprieto la mandíbula, y me obligo a forzar una sonrisa. – Tengo que admitir que luces aún más precioso de lo que hubiera podido imaginar. ¿Cuánto ha pasado ya? ¿Unos 6 años? – relame sus labios de forma lasciva y no puedo evitar arrugar la nariz, en un ademán disimulado de asco. – Me da tanto gusto que estés aquí.

-No puedo decir lo mismo de ti – sonríe, claramente esperando esa respuesta, - ¿qué estás esperando? No pienso acercarme hasta que cumplas lo que prometiste – permanezco de pie, a una distancia prudente, lo suficientemente cerca de la puerta de la azotea por la que ingresé. La única salida, además de lanzarse al vacio a una muerte segura.

-No seas impaciente – regaña, todavía con la sonrisa marcando su rostro. Saca un moderno teléfono celular y es solo cuestión de segundos para que me lo arroje. – Compruébalo por ti mismo.

Miro la pantalla, una barra a medio llenar, que va en aumento, con la palabra ¨cargando¨ escrita en inglés y tres puntos suspensivos unos centímetros por encima ocupan la mitad de la misma, mientras que en la mitad restante pueden leerse claramente el nombre de mi madre, su número de cuenta y el monto total al que asciende la duda.

En cuestión de segundos la barra se llena por completo, desaparece junto con la palabra en inglés y la pantalla titila dos veces. Tras el segundo mini-apagón, la inmensa cifra marcada en euros no es más que un par de ceros cerrados. 

Parpadeo.

Los ceros continúan ahí. El esbozo de una sonrisa se forma en mis labios, y crece de inmediato hasta convertirse en una grande de júbilo.

Libres. Al fin.

-He cumplido con mi parte – levanto el rostro inmediatamente. Me sonríe serenamente, tan cerca de mí que con la simple acción de alargar una mano o dar tres pasos al frente estaría rozándome. –Es tu turno de cumplir la tuya – extiende una mano, pero contrariamente a lo que esperaba solo me quita su celular.

Asiento con solemnidad. Ahora es donde empieza mi plan.

Dejo que se acerque por completo y me rodee con sus brazos. Sigue siendo musculoso. Me tenso sin poder evitarlo.

-Descuida – me susurra al oído, - esta vez será muy diferente. No voy a grabarnos. Eres mío, nunca debiste olvidar eso – me estremezco, e intento alejarme, impulsado por los dolorosos recuerdos de esa tarde. – Quieto – ordena, apretando mi cuerpo contra el suyo.

-Te odio – espeto, fríamente. Suelta una risotada.

-Pues yo te amo, mi hermoso Wolfram – la piel se me eriza. En un patético intento por liberarme, me retuerzo entre sus brazos. Hace que gire sobre mi propio eje con la facilidad propia de quién está acostumbrado a controlar. Con la misma sencillez, me empuja fuertemente por la espalda y termino en el suelo, boca abajo. No tengo tiempo de quejarme, doy la vuelta tan rápido como mis reflejos, atontados por el repentino golpe, me lo permiten.

Se abalanza sobre mí en el preciso instante en que he quedado sentado correctamente, impidiéndome hacer cualquier movimiento al levantar mis brazos y sujetar mis muñecas por encima de mi cabeza con su mano izquierda. El pánico se apodera fugazmente de mi mente, mas lo alejo de inmediato. No, no esta vez.

-Espera – solicito, suavemente. Se detiene. – Dijiste que sería diferente – me mira a los ojos. El color azul de los suyos es turbio. Oscuro.

-Lo dije – asiente.

-Entonces cúmplelo – solicito, - me estás lastimando – mira hacia mis muñecas, que sigue sujetando y me libera. – Dame un minuto – pido. Me mira con desconfianza. – Quiero aligerarme de esta fastidiosa ropa – estiro el cuello de mi chaqueta y adopto una expresión mansa cuando agrego – por favor.

Tanto tiempo practicándola… Me da resultado.

Sonríe depredadoramente y se levanta, ayudándome después a mí. Acerca su rostro al mío y pega sus labios a los míos por cuestión de segundos. El estómago se me revuelve.

-No tardes – su voz tiene un desagradable matiz seductor, - sabes lo impaciente que puedo llegar a ser.

Se aleja y me da la espalda, entonces me apresuro a introducir una mano por debajo de mi ropa, y toco el frío metal de las esposas. Las saco sin hacer ruido, a la vez que me despojo de la chaqueta y la arrojo al suelo.

Es ahora o nunca.

Me acerco procurando no hacer ruido, con las manos tras la espalda, hasta que casi estoy a medio metro de distancia. Abro bien las esposas.

Da medio vuelta de improviso, y atrapa el brazo que estaba extendiendo hacia él por la muñeca. Tira de mí hacia él y me susurra al oído: - Buen intento, aunque no lo suficiente.

No puedo permitirme exteriorizar mi pánico.

-¡Wolfram! – los dos volteamos la cabeza al oír mi nombre. Abro los ojos a más no poder.

¡¿Qué estás haciendo aquí?!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Sigue aquí….

Una oleada de alivio me envuelve.

Frunce el ceño en mi dirección; parpadeo. ¿Por qué me mira así?

Le murmura algo al hombre que lo sujeta de la muñeca, éste le responde de la misma manera y lo siguiente que veo es a Wolf entregándole unas… ¿esposas? Lo suelta y él se acerca a mí.

-Maldita sea, enclenque – esas palabras no hacen más que desconcertarme. Su tono es frío, dolorosamente frío. – No tengo ni la más remota idea de qué haces tú aquí, y no me importa. Lárgate, estoy en medio de algo importante – noto que no muy lejos se encuentra una chaqueta de color gris oscuro, casi negra. No me cabe duda de que le pertenece a Wolfram.

No digo nada.

-¿No me has oído? – me espeta, siseando. Desvío la mirada, con un nudo en la garganta. Escucho a la perfección como bufa.

-¿Vas a tener sexo con ese sujeto? – murmuro. Silencio. Lo miro, sonríe, parece divertido.

-Muy bien – me felicita, - adivinaste a la perfección – trago grueso. Tiene que ser una broma. Se acerca dos pasos, e inclina la mitad superior del cuerpo apenas. - ¿Asustado, asqueado? – sus ojos están clavados en los míos. No puedo apartarlos, no importa cuánto lo intente. Todas las emociones que se reflejaban con extrema facilidad en esos orbes verdes han desaparecido; una gruesa capa me impide verlos. Aterrado, estoy aterrado. Siento que no conozco a la persona que tengo enfrente. –Vete ya – me susurra al oído y me estremezco. Doy un paso hacia atrás; él me imita.

Chasquea la lengua y da media vuelta.

Una fuerte ráfaga de viento nos golpea, su cabello rubio rizado se mueve a voluntad.

Mi sentido común me grita que salga corriendo y no pare hasta encontrarme en mi casa, en mi cama.

Cierro mi mano alrededor de su muñeca derecha, - Wolf…

Voltea violentamente, e intenta liberarse. No lo permito, aprieto con más fuerza.

-No te dejaré hacerlo – sigue luchando por hacerse con su libertad, - ¡No permitiré que arruines tu vida! – y, de pronto, todo movimiento de su parte cesa.

Risa de fondo.

-¿¡De qué demonios te estás riendo!? – le increpo de pésimo modo al hombre que perfectamente podría ser un jugador de beisbol de ligas norteamericanas.

Niega con la cabeza, su cabello también es rubio, pero no brilla como el de Wolfram, además es mucho más corto.

-¿Quieres que me deshaga de él, cariño? – miro al rubio de ojos esmeralda, que me mira con… ¿odio?

-No es necesario – sin proponérmelo ya lo he soltado. Esa placa de acero aprueba de emociones está de regreso. – Dime, Shibuya Yuuri, ¿qué sabes tú de mi vida? ¿eh, qué? – doy un paso hacia atrás. – Nada – escupe, - no sabes nada.

Eso…

-¡Eso no es verdad! – no lo sé, no sé porqué de pronto tengo la desagradable sensación de que, a menos que haga algo, será la última vez que vea a Wolfram.

Inhala profundamente, y exhala.

-¿En verdad? – sonríe, mordazmente. Asiento. – Bien, entonces dime. ¿Qué crees saber?

Se lo digo. Todo, lo que pensé de él desde el primer momento en que lo vi. Lo que me contó, sus gustos, disgustos, metas. Hablo de su familia, y de la mía, especialmente de mi madre. Ninguna de mis palabras consigue, por mucho que me esfuerce, aplacar ni un poco la indiferencia con la que me mira.

Hace un ademán de desprecio con la mano derecha, cuando cree que ya he terminado. Me da la espalda.

-Sé que te violaron.

Silencio.

Silencio, silencio, silencio…

-Adalbert – pronuncia. El corpulento hombre rubio de ojos azules sonríe.

-¿Sí? – pregunta.

-Mátalo.

Adalbert mira hacia el cielo, me mira y comienza a caminar en mi dirección.

No puedo moverme, las piernas no me responden.

¿Escuché bien? ¿Moriré?

Wolfram sale corriendo, y embiste contra Adalbert, empujándolo haciéndolo retroceder. Da un paso hacia atrás, y corre otra vez, dejando al mastodonte al filo del edificio.  

Doy un grito ahogado. ¿Qué es lo que está pasando?

-Wolfr— Pero ya es muy tarde. Le ha dado otro empujón.

Las piernas me flaquean, pero no caigo. Ni tampoco dejo de mirar hacia el frente.

Yo… acabo de presencia el asesinato de un hombre.

Yo… no hice nada para evitarlo.

Yo…

-Ese bastardo – la voz de Wolfram suena tensa, ríe de la misma forma, - ese bastardo fue el que ultrajó – vuelve a reír, y su risa se rompe en un sollozo.

Trago saliva y avanzo hacia él.

-¿Por qué sigues aquí? – volteo, y me mira como si no hubiera reparado realmente en mi presencia hasta ahora.  – Es tarde, tú no deberías haber visto eso – camina hasta llegar a donde me encuentro, y sigue de largo, hacia las escaleras. Escucho como recoge su chaqueta. – Gracias.

¿Eso es todo?

No me atrevo a hacer nada. Permanezco ahí, de pie.

Sus pasos al chocar contra el metal de las escaleras se va haciendo cada vez más distante, hasta que desaparece. Y solo queda el eco.

Me es imposible calcular el tiempo que tardo en reaccionar, pero lo hago. Aprieto los puños, clavando las casi inexistentes uñas de mis dedos en las palmas de mis manos. Giro en redondo, y me apresuro en bajar las escaleras al trote.

Llego a la salida, y desesperado busco alrededor, tratando de ubicarlo.

Nada, no está por ninguna parte.

Mi teléfono suena.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

-¡Hasta que por fin llegas! Estaba empezando a preocuparme por ti, Angel – hago una mueca, y le sonrío, rodando los ojos.

-Hablo en serio, cuatro ojos. Cánsate ya de llamarme así – ríe suavemente y niega con la cabeza. Me tiende la mano y la tomo, dejando que me guía escaleras arriba y entrando en el avión. – Sigo pensando que eres un exagerado, con un helicóptero habría bastado – me mira como si acabara de soltar una blasfemia.

-¡Claro que no, Angel! Tú te mereces solo lo mejor – bufo, divertido. – Como yo, por ejemplo – es mi turno de reír. La tensión de mis hombros sigue ahí, pero se ha rebajado sustancialmente.

-Eres un narcisista, Saralegui – me quejo, dejándome caer en el primer asiento que veo. – Y, aparte, derrochador – los asientos son sumamente suaves. Me gusta.

-No vas a negar que es como estar sentado sobre una nube – asiento, de mala gana.

-Tengo que darte las gracias, Saralegui, si no… - me corta haciendo una seña con su mano izquierda.

-Espera, no digas nada todavía. Tengo algo para ti – enarco una ceja.

-No es necesario.

-Nada – frunce el ceño, sus ojos dorados, que se ven violetas por sus gafas del mismo color acentúan la expresión. Doy a conocer mi disconformidad reclinando la cabeza hacia atrás en el asiento y cerrando un ojo, el izquierdo.

-Como quieras – vuelve a sonreír.

-Estaré de regreso en un segundo. Ponte cómodo.

-Ya estoy cómodo – no alcanza a oír mi comentario. Hago lo posible por relajarme por completo, sin conseguirlo y cierro mi otro ojo. Debería sentirme terrible por haber asesinado a un hombre, ¿verdad? Debería. Pero no puedo. La satisfacción que sentí al verlo caer, sin siquiera hacer un simple ruido, fue plena. Repito la imagen en mi cabeza una y otra vez. Y aún así no estoy tranquilo, no puedo estarlo. Por él, por el testigo. Ya no importa. No lo volveré a ver. Siento una punzada en el pecho. Frunzo el entrecejo, disgustado. No puede ser. No hay manera de que haya desarrollado sentimientos hacia él. Ninguna manera. Una segunda punzada. Agua salada amenaza con hacerse presente. Inspiro hondamente, calmándome. Suficiente. El tema a un lado.

Pasos que se acercan.

-Espero que no se te haya ocurrido poner a Alemania como parada, Sara – viajar un tiempo me hará bien. No debería aprovecharme de esta manera de Saralegui, en especial sabiendo los sentimientos que tiene hacia mí. Pero ya es imposible caer más bajo de lo que estoy. -¿No dices nada? – ladeo la cabeza, sin abrir los ojos, - no puedo creerlo. ¡Lo hiciste! Te voy a-- - unos cálidos labios detienen mi amenaza. La tensión se adueña por completo de mi cuerpo; consigo dominarla y la reduzco. ¿Qué de malo tiene que permita que me bese?  

Los segundos pasan; sus labios siguen pegados a los míos. Finalmente le correspondo y él coloca una mano junto a mi cabeza. No sé qué debo hacer. Por puro instinto le rodeo el cuello con los brazos, pero nada más.

Profundiza el beso, y me encuentro a mí mismo disfrutando del contacto. Jamás me imaginé que besaría tan bien. No, jamás me imaginé besándolo. Jamás me imaginé besando a nadie.

Abro los ojos lentamente, solo para convencerme de que en verdad está sucediendo.

Quito rápidamente los brazos y lo empujo con brusquedad.

-¡¿QUÉ RAYOS HACES TÚ AQUI?! – me he puesto de pie de un salto, alejándome tanto como he podido de un solo movimiento. ¿Cómo…? ¡¿Por qué?!

-Angel…

-¡Saralegui! – casi rujo, alterado, - ¡¿cómo ha entrado?! ¡¿q--?! – lo entiendo todo de golpe. - ¡Tú! – chillo, señalándolo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

-Wolf… - intento acercarme y lo que consigo es que de otros dos pasos hacia atrás. No deja de señalarme con su dedo índice, acusadoramente.

-Cállate – me espeta, casi gruñendo. Todavía puedo sentir el agradable sabor de sus labios, y eso no me ayuda a concentrarme en lo absoluto.  

-Escúchame, ¿sí? Sólo… escúchame…

-¡No voy a escuchar nada!

-Oh, sí que lo harás – volteo a mirar a Saralegui, que tiene una sonrisa divertida en los labios. – Lo harás, Angel. Quieras o no – me guiña un ojo y da media vuelta.

-¿Qué estás…? – empieza a preguntar Wolfram.

-Asegúrate de tener cuidado con él – Sara mira a Wolf, pero se está dirigiendo a mí, - recuerda que el avión sigue siendo mío – me dedica una mirada de complicidad. Y sale a paso rápido.

Wolfram es el primero en reaccionar, lo atrapo por el antebrazo cuando pasa a mi lado.

-Suelta – ordena. Lo jalo hacia mí, rodeándole la cintura con mi brazo libre.

-No – vuelvo a unir nuestros labios.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

-¿Lo tomó muy mal? – la sonrisa burlona en labios del rubio de cabellos largos le da la respuesta. Ríe por lo bajo, acomodando sus gafas. – Esos dos tienen mucho de qué hablar.

-Y no solo eso – asegura Saralegui, mostrándole un control remoto. Pelinegro y rubio de lentes comparten una media sonrisa.

-Eso es invasión de la privacidad – comenta con falsa preocupación Murata Ken, su expresión nada a juego con sus palabras.

-Lo sé – asegura Saralegui, - sin embargo, mientras no lo sepan, no hay problema.

Los dos caminan tranquilamente de regreso al aeropuerto, discutiendo sobre en qué lugar deberían sentarse a observar el espectáculo.

Saralegui ordena por un intercomunicador al piloto que despegue, tan rápido como le sea posible.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Soy más fuerte que él, entonces ¿por qué no consigo soltarme?

Le muerde el labio inferior con fuerza. Se queja, y me da la oportunidad que esperaba.

El avión se mueve de forma brusca, provocando que pierda el equilibrio. Me tambaleo, y caigo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Me acerco a él tan rápido como puedo, y extiendo un brazo, ofreciéndole la mano. Me mira con recelo, y la rechaza, apartándola de un manotazo.

-Wolf…

-No me digas así – sisea.

Aprieto la mandíbula. Estoy cansado.

-Te diré como se me dé la gana, ¿oíste? – me mira enfadado, - vamos a hablar. Tal y como dijo Sara, te guste o no.

El avión se sacude más.

-Dame una buena razón para no golpearte hasta matarte – sonríe desafiante.

-Dame una buena razón para no violarte a mi gusto – su sonrisa desaparece, y una expresión de ira sórdida la remplaza.

-¡Serás…! – le doy una bofetada, con fuerza, en la mejilla izquierda.

Silencio.

-No. Ahora me oirás a mí – lo miro directo a los ojos. La ira también se refleja en ellos. – Mataste a un hombre, Wolf – el fuego en esos bonitos orbes verdes chispea, - pero no a cualquier hombre. Sino a un hombre culpable, a un hombre que te hizo mucho daño. A un hombre que se lo merecía.

No sé si se da cuenta, pero asiente.

-Eso es justicia, y no te juzgaré por ello – ese fuego chispeo una segunda vez, y se apaga. Desvía la mirada.

-Me importa un cuerno lo que pienses de mí – sonrío.

-Eso no es verdad, Wolf – me arrodillo a su lado, quedando ambos a la misma altura.

-¿Qué quieres de mí? – me mira, confundido.

-Quiero ayudarte…

-¿Por qué eres mi amigo? – ese tono burlón me hace fruncir los labios.

-Sí, porque soy tu amigo – lo que veo es ¿decepción? Vuelvo a sonreír. – Y porque me gustas.

Me escruta. Y rompe a reír.

-¡Por supuesto que sí! – lleva una mano a su vientre, apretándolo. - ¡Debí habérmelo imaginado!

-No estoy bromeando – poco a poco para de reír.

-¿Te gusto? ¿De verdad? – hace un ademán con la mano libre, abarcando todo su cuerpo. – Soy un hombre, y además… - se queda callado. Lo miro con curiosidad. – Soy un gigoló.

Lo miro largamente, su expresión triunfal me divierte en cierto modo.

-¿Y qué? – su espontanea alegría se desinfla como si de un globo se tratara, -eso no te quita tu valor como persona. Me gustas. Punto.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Guardo silencio, buscando opciones. Cualquier cosa para decir con tal que se aleje.

-Bien – me encojo de hombros, - si no te importa acostarte con alguien que ya ha pasado por cientos de manos antes – tiene que funcionar. Por favor, tienes que repudiarme.

Vacila. Es una buena señal.

Niega con la cabeza. Maldigo internamente.

-No me importa – aprieto la mandíbula.

-¡Pues debería! – aprieto los puños, - ¿qué te garantiza que no tenga SIDA?

Lo piensa.

-¿Tienes SIDA? – la facilidad con la que me lo pregunta hace que me sonroje, por alguna razón. Me doy una patada mental por ello.

-No – murmuro.

-Tampoco yo – declara, tranquilo.

-Idiota – le gruño. Me abraza, y me quedo muy quieto.

-Te quiero, Wolfram

Los ojos se me llenan de lágrimas.

-No deberías – digo en un hilo de voz. No lloraré.

-A Susanna Julia no le gustaría que dijeras eso – abro mucho los ojos, y más lagrimas se agolpan en ellos.

-¿Cómo…?

-Tú me lo contaste – un par de lágrimas se sueltan y corren por mis mejillas.

-¿Cuándo?

-¿Podemos hablar? – asiento débilmente.

Se separa, me sonríe y me besa superficialmente.

-T-te… Te quiero, también – los ojos le resplandecen. Digno de ver en unos ojos tan negros como una noche sin luna ni estrellas.

Me levanta en brazos, y ahogo una exclamación de sorpresa.

-¡B-Bájame! – chillo.

-De ninguna manera, mi hermoso Wolfram – ríe, de forma tan cristalina que hace que me estremezca. – Ya no pienso dejarte ir.

Lo miro de mala manera, y eso solo consigue hacerlo reír con más fuerza.

-¡Vamos a hablar!

 

 

 

 

 

 

FIN

Notas finales:

Opiniones? ^^


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).