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Ultraviolence por OC-McCcool

[Reviews - 27]   LISTA DE CAPITULOS
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Notas del fanfic:

Advertencias: Contiene Incesto, Abuso de menores y Violación.

Toma lugar en el mismo tiempo que El Ático.

Notas del capitulo:

Hola!

Aqui su autora con un nuevo Fic, estuve trabajando con este mientras escribía algunos capitulos para El Ático, y me gustaría saber su opinión :D

Este será un fic con varios capitulos, y no se preocupen todos los que leen El Ático, esto no significa que lo dejaré desatendido, sino que a partir de ahora escribiré ambos fics.

Unas pequeñas advertencias acerca del fic: Contiene incesto y este capitulo tiene menciones de violación y abuso a menores. Quedan advertidos n.n

Por favor dejen sus reviews y diganme que piensan de este nuevo proyecto, me encantaría saber su opinión :3

Sin más los dejo con el primer capitulo

Adios!

Otro día en Sunset Mountain

Era un día común en el pequeño pueblo de Sunset Mountain.

Los habitantes del pueblo tenían vidas simples, pero felices. Muchos atendían sus negocios, otros cuidaban el hogar, y todos los niños y niñas asistían a la escuela del pueblo cada mañana. Otro día lleno de alegría para los habitantes de Sunset Mountain.

Excepto para uno.

Un pequeño de nueve años ya hacia sentado en la puerta principal de su casa, aunque llamarla suya era un error, la casa pertenecía a su familia, los que se encargaban de hacer su vida un infierno. La vida de algún otro niño en el pueblo era jugar, estudiar, salir con su familia, y disfrutar de los días soleados en el lago a las afueras de la ciudad.

Pero no para él.

Para él lo común era recibir los fuertes golpes de su padre, los insultos y palabras ofensivas de su madre y las humillaciones por parte de sus hermanos mayores.

Y ese día no era nada fuera de lo común.

-¿Qué haces aquí, pequeño estorbo?- El menor volteó para ser saludado por la cara llena de disgusto de su padre.

El señor Edward Miller era uno de los hombres más ricos e influyentes en el poblado de Sunset Spring. Ante los extraños era un hombre bonachón y de buena voluntad, que cuidaba de su familia y siempre tenía una sonrisa en el rostro. Pero tras las puertas de madera en el hogar de los Miller, era una persona completamente diferente.

Ahora miraba desde arriba a su hijo, con un cigarrillo en la boca. Algo que el menor odiaba no sólo por el horrible olor de los cigarrillos, sino porque cada vez que su padre terminaba uno y él se encontraba cerca, el hombre aprovechaba la oportunidad y los apagaba en la piel del niño, causándole un dolor agudo y dejándole una marca que se quedara allí por días

-... Padre, yo sólo estaba...- El pequeño no pudo terminar la frase cuando sintió el puño del adulto chocando contra su mejilla, haciéndolo caer al suelo.

-¡No me importa lo que estabas haciendo, pequeño pedazo de mierda!- Le gritó, algunas lágrimas escaparon del menor -¡Te pregunté qué haces aquí, cuando deberías preparar el maldito desayuno!-

-... Perdón padre-

-¿Crees que tus hermanos comerán con tu perdón, pequeño idiota?- El menor no tuvo tiempo de responder cuando el hombre volvió a golpearlo -¡Ahora lárgate y no vuelvas hasta que termines el desayuno!-

El pobre niño se levantó, sobándose las mejillas enrojecidas por los golpes y secándose las lágrimas de los ojos.

Se dirigió a la cocina donde, como todas las mañanas, se dedicó a preparar el desayuno para toda la familia.

Familia.

Lo que su abuela le había comentado era que la familia es aquella que te cuida y te brinda amor en todos los momentos, buenos o malos, es aquella que te recibe con brazos abiertos cuando estas sólo, y te guía cuando estás perdido.

Lo que había en esa casa estaba lejos de ser una familia.

Al menos para él.

Desde que tenía memoria sus padres lo detestaban, sus hermanos lo aborrecían, la gente del pueblo lo tachaba de delincuente y busca pleitos, y el único uso que encontraban para él era el de hacer las tareas del hogar a cambio de comida y una cama.

No le daban lujos, ni le brindaban muestras de amor, sólo lo alimentaban, lo vestían y le dieron su propia habitación, pero tuvo que ganarse todo eso con el sudor de su frente.

A diferencia de los otros niños del pueblo, él no reía, ni siquiera una pequeña risa adornaba su rostro. Siempre tenía una expresión demasiado rara para alguien de su edad, una cara de desesperación que lo hacía ver muchos mayor y dejaba notar lo desgastado que estaba.

Ni siquiera le permitían ir a la escuela como sus hermanos, a él sólo le daban utensilios de cocina y de limpieza, incluso en su cumpleaños.

No cabía duda de que a su corta edad, el joven Miller sabía exactamente como se veía el infierno.

No pasó mucho antes de que su madre entrara en la cocina -¿Pero qué demonios?- Dijo con una cara de sorpresa y asco -¿De nuevo pasta? ¡Chiquillo idiota! ¿Acaso quieres que me ponga fea y gorda?-

-Pero madre, yo pensé que... -

-¡Sin peros!- Dijo, tomando al menor del cabello y jalándolo con fuerza -¡Ya sé lo que quieres! ¡Quieres que me ponga gorda para que Edward me deje!-

-Madre yo no...-

-¡Cállate!- Ahora era su madre la que lo abofeteó en la cara -Eres un desperdicio, debí de haber tenido una niña-

Sin darle tiempo a su hijo de recuperarse tomó la cacerola con la pasta que él estaba cocinando y la tiró al piso, justo frente a su cara, de haberle dado en el rostro le hubiera causado quemaduras extremas.

-¡Mas te vale hacer algo mejor, pequeño bastardo!- Y la mujer se marchó de la cocina.

Sandra Miller era la típica madre de hogar, cuidando de la casa y procurando el bienestar de su familia. Pero con él era la excepción, a él siempre lo insultaba, diciéndole que prefería haber tenido una niña, o también le decía que jamás sería bueno en algo, que era un bueno para nada.

Palabras muy crueles, que venían de su madre.

La persona que se supone debería amarlo a toda costa.

Sandra Miller descubrió a su esposo besándose con al menos diez otras mujeres del pueblo, desde entonces está convencida de que si se mantiene bella y joven logrará mantener a Edward a su lado.

Sus tratamientos de belleza y los estrictos regímenes alimenticios tenían más importancia para la mujer que su hijo.

Algo a lo que él ya estaba acostumbrado.

-------

Ni siquiera en su habitación podía estar tranquilo. Su padre le había quitado la puerta a su cuarto, diciendo que no confiaba en él lo suficiente como para darle el lujo de la privacidad.

Su vida era así desde que tuvo la habilidad de caminar y de hablar, gracias a los maltratos de su familia los niños de otras casas no se acercaban a él ni siquiera para mirarlo con pena.

-… Pronto- Susurró en la soledad de su habitación –Pronto todo terminará-

-¿De nuevo hablando solo, chiquitín?- Una voz burlona y engreída se hacía presente en la puerta de su cuarto.

Su segundo hermano mayor, Frederick Miller, un joven de 15 años que todas las chicas deseaban por su apuesto físico y su carisma, y era la envidia de todas las madres en Sunset Mountain por su inteligencia y su elegancia. -…Bastardo- Pensó el menor, ya que era él quien no sólo lo golpeaba, sino que lo culpaba de todas sus travesuras cuando eran niños.

Un día Frederick rompió un valioso jarrón que le pertenecía a la abuela, y en cuanto lo señaló a él como el culpable, sus padres se encargaron de darle una paliza que lo dejó casi muerto. Sólo para terminar con Frederick burlándose de él en la noche.

-… No, Frederick- Dijo –No estaba hablando solo-

-Eres muy aburrido chiquitín- El mayor ignoró la respuesta a la pregunta –Y siempre te ves muy triste, ¿Qué no te gusta vivir con nosotros?-

Este era tal vez el peor castigo de todos, incluso peor que los golpes o los insultos.

Tragarse su orgullo.

-…-

 -¿Y bien?-

-… Sí, me gusta vivir con ustedes-

Frederick le dio unas palmaditas en la cabeza -¡Así se habla! Me hubiera hecho muy triste que dijeras que no querías vivir con tu familia- Miró al menor a los ojos con una sonrisa maliciosa –Y no te gustaría verme triste, ¿Verdad? –

El pequeño no podía evitar temblar ante la azulada mirada del mayor, eran los mismos ojos que siempre veía en sus más horribles pesadillas, lo atormentaban, lo hacían perder las esperanzas de que algún día saliera de ese infierno.

-… No Frederick- Dijo, el temor presente en su voz –No me gustaría verte triste-

El mayor le volvió a sonreír de la misma manera y se dirigió a la cavidad vacía donde debería estar la puerta –Bien chiquitín, me gusta tu actitud- Dijo, en un tono burlón –Por cierto, vine aquí para avisarte que Raleigh te está buscando-

La sangre del menor se volvió tan fría como el hielo al escuchar las palabras de Frederick -… ¿Raleigh?-

Frederick sólo río –Sí, Raleigh, ¿Acaso eres sordo chiquitín?-

-…- El tan sólo escuchar ese nombre era suficiente para traerle uno de los sentimientos infantiles que creía perdido, el miedo –En seguida iré-

-Bien, yo se lo diré- Dijo su hermano mayor, pero antes de irse volteó a verlo –Y si fuera tú no tardaría mucho, sabes cuánto odia tener que esperar-

La risa de Frederick resonó en los pasillos de la gran casa cuando salió de su habitación.

Raleigh…

Su hermano mayor y el primogénito de la familia Miller, un joven de 17 años que ya estaba contemplado como candidato a ser el alcalde del pueblo. Un joven brillante y elocuente con una sonrisa cálida y una bondad infinita.

Pero él sabía la verdad.

Él conocía la verdadera cara de Raleigh.

Era la cara que le había quitado su infancia y que lo había hecho madurar de mala manera, la cara que le había enseñado la crueldad del mundo y lo había enterrado en vida.

Con un miedo casi visible se levantó del colchón mal tendido en el piso que era su cama y salió de su habitación, dirigiéndose un piso más arriba de la mansión, un piso lo suficientemente lejano como para que nadie pudiera escucharlo.

-------

Al llegar al lugar que más temía en el mundo se encontró cara a cara con su objeto más odiado.

Una puerta hecha de oro puro.

Así de grande era la fortuna de los Miller, la puerta de la habitación del hijo mayor de la familia valía casi lo mismo que la casa.

Tocó diez veces la puerta, a manera de darle al monstruo dentro una señal de que era él quien tocaba la puerta. Era una señal que el mismo Raleigh le había ordenado darle cada vez que lo visitaba.

La puerta era bastante gruesa, pero aún así pudo escuchar los pesados pasos detrás de ella, su corazón palpitaba al compás de ellos. La puerta se abrió y se encontró cara a cara con el mismísimo demonio.

Un demonio con ojos azules y una cabellera dorada que sería la envidia de cualquiera, un demonio con dientes perlados y piel pálida.

Un demonio que le sonreía descaradamente y le acariciaba la cabeza – Tardaste más de lo normal chocolatito, sabes que no me gusta esperar mucho tiempo – Las palabras eran suaves, pero el tono detrás de ellas era siniestro y lleno de maldad.

-… Perdón- Tartamudeaba por el horror que le causaba escuchar ese sobrenombre.

Chocolatito.

Esa era la señal que el mayor le daba para decirle lo que iba hacerle.

Había veces en las que Raleigh tenía un mal día en el colegio y lo llamaba para desquitar su ira con él, lo golpeaba hasta que quedaba inconsciente. Otras veces lo llamaba para que limpiara su habitación, le hiciera de comer o lavara su ropa.

Esas veces se dirigía a él por su nombre.

Pero cuando usaba ese apodo.

El menor se esperaba lo peor.

-Dime algo- Decía Raleigh, tomando una de las manos del pequeño – ¿Frederick te lastimó cuando fue a buscarte?-

-…No-

La sonrisa demoniaca de Raleigh creció –Que alivio, pensé que te había lastimado y debía darle una paliza- Empezó a acariciar la pequeña mano, pasando su pulgar por la fina piel –Sabes que puedes venir a mi cuando necesites protección, ¿Verdad?-

Mentira -… Si-

-¿Si qué?-

-… Sí… Hermano-

Raleigh se acercó la mano a los labios y empezó a darle ligeros besos –Sabes que te amo, ¿No es así?

Otra mentira -… Si, hermano-

Ahora Raleigh pasaba la lengua por los dedos, que a pesar de estar sucios no hicieron que el mayor se detuviera –Y tú me amas, ¿No es así?-

Una lágrima rodó en su mejilla -… Si, hermano-

Raleigh soltó su mano y lo miró a los ojos –No suenas muy convencido, ¿Qué no quieres jugar conmigo?

-…- El niño no pudo contestar esa pregunta, sólo miró al piso, deseando poder desaparecer y nunca ser encontrado.

-… Qué lástima, a mi me encanta jugar contigo chocolatito- Dijo –Pero si tú no quieres jugar, creo que tendré que empezar a jugar con nuestro hermanito menor-

Los ojos del menor se abrieron de par en par y volteó a ver a Raleigh con una mirada implorante -¡No!- Exclamó -¡No lo hagas Raleigh, yo jugaré contigo!-

El mayor soltó unas macabras carcajadas por la reacción del niño – ¿Qué sucede chocolatito? ¿No quieres compartir al pequeño Nathan conmigo?- Preguntó sarcásticamente -¿Lo quieres para ti solo?-

-No, yo jamás…- Fue interrumpido cuando sintió a Raleigh arrastrándolo dentro de la habitación con fuerza.

Era una de las mejores habitaciones de la casa, las paredes eran de marfil, los muebles eran nuevos y contrastaban con el color blanco del cuarto, la cama tenía las mejores sábanas de seda y tenía un baño incluido que era dos veces más grande que el pequeño cuarto del menor.

Pero algo que caracterizaba la habitación de Raleigh era el enorme espejo que ocupaba una de las cuatro paredes. El mayor sostuvo la cara del menor con fuerza, obligándolo a verse a sí mismo en el espejo -¿Miras eso chocolatito? A pesar de nuestras diferencias tú y yo tenemos los mismos ojos, la misma mirada, la mirada de una persona llena de perdición y lujuria- Le dijo en un tono violento.

El niño se sacudía y temblaba, escalofríos recorrían su espalda -… No-

 –Es por eso que sé que eres igual que yo, y si me dejas jugar contigo es porque no quieres que juegue con Nathan, lo quieres todo para ti, pero está bien chocolatito dejaré que lo tengas, considéralo un regalo-

El pequeño luchaba contras las manos del mayor, pero era imposible, detestaba ver su propia imagen, le recordaba la razón por la que todos lo odiaban -… No… No soy como tú-

-¡Claro que sí!- Gritó Raleigh, su mirada se había vuelto fría, como la de un maniaco y tenía una sonrisa retorcida en el rostro -¡Tú eres igual a mí! Y cuando crezcas vas a jugar con Nathan como yo juego contigo, y te gustará, si… ¡Te gustará!- Sin más volteó bruscamente a l pequeño y plantó con fuerza sus labios contra los de él.

El menor se retorcía y trataba de soltarse del agarre del mayor, pero era inútil -¡Ayuda! ¡Auxilio!- Gritaba con esperanzas de que alguien tuviera misericordia y lo auxiliara, pero no pasó.

-¡Sí! ¡Grita más fuerte chocolatito!- Raleigh repetía una y otra vez mientras empezaba a arrancarle la ropa –Tus gritos son música para mis oídos-

- ¡No! ¡Ayuda!-

-Imagínatelo a él gritando así, ¿No sería hermoso?- Preguntó el sádico adolescente, pasando sus manos por el pecho desnudo del menor –Dime que te gustaría escucharlo, ¡Dímelo!

-¡No!-

El mayor lo cargó y lo arrojó violentamente en la cama lujosa.

Los gritos del niño no podían ser escuchados por nadie, sus sollozos eran silenciados por los gemidos placenteros del mayor y sentía su inocencia deslizarse de sus dedos.

Como el aire.

------

El pequeño no pudo contener sus lágrimas, caminaba con dificultad por los pasillos de la mansión, sus partes privadas le dolían, era un dolor punzante y agudo, sentía como si sus interiores hubieran sido desgarrados.

 No era la primera vez que eso pasaba, de hecho era algo recurrente, pero no había manera de acostumbrarse a tan mórbida tortura.

Sin saber donde estaba, cegado por el dolor, se colapsó contra la primera puerta que vio abierta, tirándose al suelo y rogando que no fuera la habitación de Frederick o de sus padres.´

¿Por qué se quedaba en ese infierno? ¿Por qué no corría? ¿Por qué no intentaba escapar de las garras de su terrible familia?

¿Qué razón tenía para quedarse?

Un tono algo femenino y sin dudas infantil le recordó la razón por la que aún permanecía en ese terrible lugar.

La flor que crecía en el pantano.

La luz al final de la caverna obscura.

La sonrisa en el infierno.

-¡Hurley!- Dijo un pequeño de no más de seis años, arrodillándose a su lado y cerrando la puerta -¡¿Qué paso?! ¿Por qué estas así?- Lágrimas amenazaban con salir de sus ojos.

-… No es nada… Me caí de las escaleras- Dijo Hurley, tratando de levantarse pero fallando miserablemente –Descuida Nate, estaré bien-

El pequeño Nathan Miller, el más joven de la familia Miller y la razón por la que Hurley Miller estaba dispuesto a vivir en el infierno. La inocencia y bondad del pequeño eran genuinas y Hurley estaba dispuesto a soportar las torturas más crueles si al final pudiera ver la sonrisa del menor.

Nathan lo miraba como un héroe, a pesar de que sus padres siempre trataron de que él también odiara a Hurley como el resto de la familia, el más joven de los Miller nunca pudo hacerlo, su hermano mayor era su ídolo, su modelo a seguir, siempre imitaba la manera en la que Hurley hablaba y trataba de estar con él lo más posible.

Los dos jugaban, reían y hacían todo juntos cuando los demás miembros de la familia Miller no atormentaban al pobre Hurley.

Al ser la única persona en todo el mundo que lo trataba con cariño, Hurley desarrolló un amor incondicional por Nathan, razón por la que debía protegerlo de Raleigh y sus “juegos”.

-¡Eres un tonto!- Dijo Nathan -¡Te pudiste haber lastimado gravemente!- Y en seguida se levantó y sacó una caja de banditas curativas entre un estante lleno de juguetes y su cama.

-Nate… En serio… Estoy bien- Pero el menor no le hizo caso y empezó a cubrirlo con bandas curativas.

Al final Hurley parecía una momia envuelta en bandas -¡Así está mejor! ¿Te sientes bien ahora hermano?-

Hurley empezó a llorar, pero esta vez había una sonrisa en su rostro, tomo a Nathan y lo abrazó fuertemente, apoyando su barbilla en la cabeza del menor y enterrando la cara de este a su pecho –Por supuesto Nate… Ya no me duele-

-¡Hermano suéltame! ¡Me estas asfixiando!- Y los dos rieron por un tiempo. Hurley olvidó completamente el dolor, ahora sólo había felicidad.

Por primera vez en el día.

Era feliz.

-------

Era claro que la vida de Hurley Miller era terrible, y lo peor era que los abusos de su familia estaban empezando a causar estragos en su mente.

Imaginaba lo que sería terminar con la vida de los que le hacían daño

-… Es por eso que sé que eres igual que yo-

Imaginaba lo que sería llevarse a su querido hermano lejos, y vivir feliz con él.

-… A pesar de nuestras diferencias tú y yo tenemos los mismos ojos-

Imaginaba que era él quien causaba dolor, en vez de ser la víctima.

-… ¿Hurley?-

La voz de Nathan lo sacó del trance en el que estaba, sacudió la cabeza y volteó a verlo con interés -¿Qué sucede?-

-Te pregunte cual fue el mejor día de tu vida- Le preguntó con una sonrisa radiante.

Y así de fácil los pensamientos perturbadores de Hurley abandonaron su mente, reemplazados por un sentimiento de tranquilidad y paz. Hurley tomó la mano de Nathan y le dio un inocente beso en la mejilla.

-Tu cumpleaños-

-¡También el mío!-

Los dos se quedaron hablando en la habitación de Nathan hasta que este se quedo dormido, Hurley lo recostó en la cama y le acarició el cabello dulcemente. Podría quedarse horas mirándolo dormir, pero no quería meter a Nathan en problemas.

-… Pronto- Susurró mientras salía de la habitación.

Bajó las escaleras y se dirigió a la cocina, a esta hora todos los otros miembros de la familia Miller estaban durmiendo, menos él. Abrió uno de los cajones que contenían los utensilios de cocina y sacó un cuchillo para cortar pavo mucho más grande que sus propias manos.

Lo miró a la luz de la luna, el brillo del fino utensilio podía verse reflejado en su rostro, los ojos de Hurley se nublaron y esos pensamientos volvieron a él, cada vez más fuertes, cada vez más ruidosos.

-… ¡Tú eres igual a mí!-

-… Pronto-

Notas finales:

Bueno? Que les pareció?

por favo comenten y no tengan miedo a ser honestos, su opinión es importante para esta autora, y resuerden que hay galletitas de aire para quien comente :3

Nos vemos en el próximo capitulo.

 

Adios!


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