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Dulce Enredo. por Ritsuka27

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Notas del capitulo:

Les comparto esta historia a la que solo me faltan unos capitulos para terminar.

La escuela está sobrevalorada. Si me dieran un céntimo por cada 
fotografía que he visto de chicos disfrutando sus estudios en el extranjero, ya sería millonaria. Lo cierto es que educarse en otro lugar que no sea tu país no es tan bonito como lo pintan las campañas publicitarias. En un principio fui bombardeada por sonrisas blancas, pulgares arriba y un montón de loquillos riendo con libros de matemáticas en sus manos, disfrutando del campus bajo los radiantes rayos de un sol primaveral; pero una vez que analizas tu situación te das cuenta de que, al final, todo se reduce a lo mismo: largas jornadas escolares, tareas en un dos por tres y profesores ansiando el toque de la campana para morir en paz en sus cubículos. 

Bien, te seré sincera: me dejé llevar por la televisión y más que nada, por las palabras de mi padre que me aseguraban un brillante futuro en Europa, trabajando para el hijo de un fulano cualquiera dueño de una gran empresa emprendedora. Sí, he de admitirlo: me encantan los viajes, me fascina poner mi huellita allá donde ninguna Godlight ha pisado. Suelo volverlo todo una especie de reto. 

Siempre creí que era muy buena para hablar y actuar, pero las circunstancias actuales comenzaban a colmarme la paciencia y me ponían a pensar, seriamente por cierto, en regresar al taxi y ordenarle al conductor que me llevase a toda pastilla de regreso al aeropuerto. Quería subirme a un maldito avión con destino a los Estados Unidos, cruzar el océano, llegar hasta mi alcoba… bueno, antes podría pasar por una malteada de chocolate, y después de eso, meterme bajo las sábanas y no salir hasta el día del Juicio Final. 

— ¿Está bien la dirección? —Me preguntó el chofer —Podría

— ¡Shh! No me presione. —Farfullé, pero en el fondo deseaba que la dirección de verdad estuviese equivocada. 

Miré que el chofer fruncía las cejas y regresaba al volante. Volví los ojos al frente sólo para contemplar la casa que sería mi prisión durante los siguientes mil años. La odiaba nada más verla. Era una construcción de dos plantas, algo pequeña comparada a las del resto del vecindario. Estaba pintada de un tono tan amarillo que no me sorprendería que fuera fosforescente durante la noche. Una pequeña cerca de madera que ofrecía la misma protección que un condón roto cercaba un jardín… si es que a un montón de yerba se le podía llamar así. 

Y tras eso, tomó el dinero y se marchó sin mirar atrás. Aspiré una profunda bocanada de aire europeo y toqué el timbre. A los treinta segundos (los conté) la puerta se abrió y me encontré de bruces con Allison, la amiga de mi padre con la que él se había puesto en contacto para separarme un lugar en su casa. Sólo la había visto en unas cuantas fotografías, pero de cerca era más alta que yo, con una piel blanca y una de esas sonrisas entre nerviosas y corteses adornando su rostro. No sé si mentía, pero se veía bastante joven como para pertenecer a la misma generación de mi padre. Además vestía a la moda, con unos jeans oscuros y una playera de los Rolling Stones, la banda favorita de mi papá. 

— Tú eres Mikane ¿No es cierto? Lamento no haberte ido a recoger en el aeropuerto, pero estaba algo atareada preparando tu alcoba. Adelante, pasa. Es peligroso quedarse allá afuera. 
¿Peligroso? 
—Gracias, siento las molestias. 
—Oh, no es ninguna molestia —Replicó mientras me ayudaba con las maletas. —De hecho me emocioné cuando Ray me dijo que querías venir aquí a estudiar. Me mostró una foto tuya, pero a lo mejor era antigua. Te ves muy bien con el cabello largo. Oh, me encantan tus aretes ¿En dónde los compraste? Cierto, cierto, lo olvidé: no me he presentado. Soy Allison Aigner. Bienvenida a mi hogar, siéntete como en tu casa. Es decir, no exactamente como en tu casa, ya sabes, hay reglas y tengo un pequeño libro con ellas que se las doy a mis chicos. A veces las siguen, a veces no. Creo que me falta un poco de carácter, pero tú comprenderás que es difícil tratar con dos adolecentes y encima llegas tú. Oh, no es que no te quiera aquí sólo que ahora tenga que trabajar un poco más duro para cuidar el orden en la casa. De nuevo, no es que no te quiera a ti ¿por qué piensas eso? De cualquiera manera… bienvenida. 

—Maldita sea el azúcar —Susurré. 
— ¿Perdón? 
—Nada. También para mí es un gusto estar aquí. 
—Bueno, toma asiento. Traeré un poco de té ¿Te gusta el té? ¿Qué me dices de la limonada? Tiene mucha vitamina C y creo que tú la necesitas. ¿Leche? ¿Café? Lo siento, me fascina el café. ¿Coca-cola? ¿Pepsi? 
—Ehm… agua está bien. 
—Perfecto, porque sólo tengo eso. Espera aquí. 
Ahora entiendo por qué papá apeló mucho a mi paciencia mientras me hablaba de Allison. No sé qué piensas, pero creo que debería dejar el azúcar. 

La casa de Allison no era nada del otro mundo. Una sala de estar minimalista, con dos sillones y un sofá alineados a la pared, un televisor de plasma colgando de la pared y un equipo de sonido lo suficientemente bueno como para montar una fiestecilla por aquí. Paseé la mirada por los cuadros dispuestos en los muros. En varias fotografías pude reconocer a papá y a Allison de entre todos sus compañeros de generación. Ahora estaba segura de que ella y él habían sido buenos amigos en la universidad. Eso pensaba hasta que llegué a una en especial que hizo que me dieran escalofríos por toda la espalda: papá tomaba a Allison de la cintura mientras ella enredaba sus brazos alrededor de su cuello y se unían en un beso. 

—Oh, me encanta esa foto. —Dijo Allison asomando tras mi espalda —Extraño mucho a Ray. 
— ¿Tú y mi padre eran…? 
— ¿Novios? Sí. —Contestó como si fuera la cosa más natural del mundo. —De hecho fui su prometida durante un par de meses, pero las cosas se arruinaron entre los dos y decidimos dejarlo por la paz antes de hacernos daño. ¡Jé! Es una suerte para ti. De lo contrario ahora sería tu madre. Por eso me alegré cuando supe que Ray quería traer a su pequeña. En cierto modo eres como mi hija ¿No lo crees así? 
Oh, por supuesto, Allison. Déjame darte un abrazo. Vamos, orneemos galletas en tu cocina, demos paseos por bicicleta… jódete, perra. Tras el divorcio, papá prometió no volver a fijarse en nadie más y si crees que estando yo aquí vas a encontrar alguna forma de volver a acercarte a él, puedes ir olvidándote de todo. Yo soy la única mujer para papá. 
—Sí. Es algo tierno. —Le contesté mientras me tomaba toda el agua de la jarra. 
—Vaya. Estabas sedienta. 
—Tengo un poco de sueño. Este calor me está matando… 
—Oh, sí. Ven. Te llevaré a tu habitación. La semana pasada vino tu padre a ayudarme con la instalación de tu aire acondicionado. Le sugerí que llamara a un técnico pero él dijo “Yo puedo hacerlo, apártate. Soy el hombre” ¡Jé! Es un buen sujeto. Fijate que la otra vez… 
Bla, bla, bla. Allison no cerró el pico mientras me ayudaba con las maletas a subir las escaleras. Para cuando abrió la puerta de mi alcoba, ya me había recitado todos los problemas que tenía la casa: desde las goteras hasta los extraños ruidos en el sótano. 

— ¡Tarán! Espero que te guste. 
No estaba nada mal, excepto porque ni Allison ni mi padre sabían la diferencia entre el color rosa y el rosa salmón. La alcoba parecía una versión en grande de cualquier casita de Barbie: el rosa de las paredes rielaba en las losetas blancas, dándome una dosis de feminidad lo suficiente como para dejarme mareada. El edredón de la cama resaltaba por ser de un amarillo pastel, haciendo combinación con un juego de almohadas de La bella y la bestia. Al menos tenía una computadora, un escritorio, una televisión decente, un librero pequeño y un guardarropa. 
—Vaya, es demasiado lindo. Muchas gracias. —Sarcasmo. 
—Me alegra que te guste. Desempaca y descansa todo lo que quieras. Iré al supermercado a comprar los ingredientes para la cena. Prepararé algo de lasaña. 
—Oh, esa es la comida favorita de papá. 
—Lo sé. —Rió Allison mirándome por sobre el hombro. —Vendrá a cenar. Bueno, descansa. 

Bien. Tiempo fuera. Me dejé caer sobre la cama y traté de verle el lado positivo a mi situación. Allison me caía mal, pero se notaba su esfuerzo por hacerme sentir cómoda, punto a favor. No sólo fue la novia de papá, también su prometida, punto en contra. Era guapa, punto a favor. Tenía una boquita demasiado parlanchina, punto en contra. Estaba emocionada por el hecho de que papá viniese a cenar. Punto a… 
De pronto la puerta se abrió y bajo el umbral apareció un muchacho. 
— ¿Hola, hola? Tú debes ser la nueva inquilina. Me llamo Mark. 
—Ehm… sí. Hola —Un punto a favor para Europa. Se trataba de un muchacho de rizos rubios y ojos avellana. Era de esos típicos europeos que podrían aparecer en cualquier revista de moda juvenil. 
—Vaya —Exclamó tras abarcar toda la alcoba con la vista —Cuando Ray dijo que su hija era una princesa, no me imaginé que fuese literal. ¿Cuál es tu nombre? ¿Campanita? 
— ¡Cállate! —Farfullé —No me gusta este color. 
— ¿No? —Mark se apoyó en el marco de la puerta y estiró una mano para tomar un balón de fútbol americano que estaba junto al librero. —Escuché decir a Allison que te gustaba el rosa. A menos que seas daltónica, esto es rosa. 
—No. Es rosa, rosa. Yo quería el rosa salmón. 
—Mujeres. Nunca están de acuerdo con nada. 
—Hombres. No saben nada de color. 
Mark me miró con un brillo en los ojos y sonrió suavemente. 
—Bien, bien. Tú ganas. —Dijo — Estaba a punto de ver una película. ¿Vienes? 
—Lo siento. Ya la vi. 
—Pero… 
—Ya la vi. —Le sonreí y crucé los brazos y piernas en actitud retadora. Quería ver qué respondía. De alguna manera, Mark se quedó inmóvil, con una ceja arqueada. 
—Escucha… oye… —Se rascó la frente —Estoy seguro de que tengo algo bueno que responder a eso. Iré a pensarlo. 
—Aja… —Le concedí otra sonrisa. Buen intento, galán. 
—Bueno… adiós. —Mark se llevo el balón y no volví a verlo durante el resto de la tarde. 

Las horas pasaron y decidí hacer de mi habitación rosa mi autentico refugio. Saqué todos los posters retro de películas de vaqueros, fotografías y una singular colección de carteles de Scorpions y Guns and Roses, también traje una antigua muñeca victoriana con vestido gótico y una mirada tan sombría que podrías pensar que estaba escrutando en tu mente. 

En el transcurso de la tarde evité salir de mi habitación a toda costa. Sí, ansiaba explorar el resto de la casa, salir a dar un paseo y tal vez replantearme la idea de ver esa película con Mark. Me sabía mal haberme portado tan grosera. 

Después de desahogarme emocionalmente mediante el Facebook con Iren, mi mejor amiga en Estados Unidos, decidí que era el momento de salir de mi piscina de autocompasión y tomar al toro por los cuernos. Mi país estaba muy lejos, pero mis sueños seguían estando en el mismo lugar. Una buena dosis de tabaco también ayudó a aumentar mi coraje y, tras darme una ducha y cambiarme de ropa, decidí que era el mejor momento para bajar y ayudarle a Allison con la cena. Después de todo, sólo yo podía preparar la lasaña tal y como a papá le gustaba. 
En la cocina estaba Mark bebiendo una soda directamente desde la botella. Allison iba de aquí para allá, consultando su libro de recetas con la misma pasión de una bruja a punto de terminar un hechizo. 

— ¡Ey! Campanita. ¿Dormiste bien? 
—Sí. ¿Necesitan ayuda? 
—No, descuida —Contestó Allison, observando una cacerola —Sé lo que estoy haciendo. 
Mark me señaló con la cabeza hacia el techo. Al levantar la vista vi una horrible mancha negra de hollín. No tardé en hacerme a la idea de que las habilidades de Allison en la cocina eran realmente… letales. 
—En serio, puedo ayudarte —Repliqué, sabedora de que no podía dejar la magnífica cena de mi padre en manos de una mujer como ella. —Es más, insisto. 
—Bueno, podrías ir a comprar algunos ingredientes que olvidé con Samanta. 
— ¿Quién? 
—Samanta —Repitió Mark —Está en su habitación. Descuida, es muy amigable. Estoy seguro de que se harán amigas rápidamente. 
—Mark… —Bufó Allison, limpiándose unas gotitas de sudor en la frente —No la molestes. Mejor ve sola, querida. Sam no… 
—Descuida. No sabía que había otra chica por aquí. Iré a verla. 
— ¿Quieres llevarte un cuchillo? —Me preguntó Mark. 
— ¿Disculpa? 
—Protección. 
—Mark… —Le reprendió Allison. No quería saber a qué se refería. 
Subí las escaleras. No me hacía falta saber cuál era la habitación de Samanta, pues Bring me to life, de Evanescence, sonaba a todo volumen del otro lado de la última puerta del corredor. Dudé si debía interrumpir, pero el angelito sobre mi hombro dictó: “Adelante, hazte amiga de la chica”. En retrospectiva puedo decirte que si hubiese sabido que desde ese momento la diosa de la suerte iba a ponerse en mi contra, hubiese salido pitando de allí. 

Toqué fuerte con los nudillos y giré el pomo. La puerta estaba cerrada. Volví tocar y esta vez la puerta se abrió. 
— ¿Qué quieres? — ¡Hurra! Una chica. O eso quería pensar. 
Bien, ignoremos la total descortesía en la voz de Samanta. Ignoremos que se veía como una de esas chicas góticas que me habían acosado por mi cabellera rubia en la secundaria. Ignoremos que lo único que llevaba encima era un albornoz negro del cual se desprendía un bonito aroma a mandarinas. 
— ¿Tú eres Samanta? 
Ella arqueó una ceja y cerró la puerta. De acuerdo… contrólate. Volví a tocar. 
— ¿Qué quieres? 
—Esto no funciona si haces la misma pregunta dos veces. Allison me pidió que… 
Hola de nuevo, puerta. 
Volví a tocar, y esta vez con la palma de la mano. Samanta abrió, pero esta vez traía una minúscula sonrisa retadora en sus labios rojos. 
—…que me acompañaras a comprar unos… —Intentó cerrar la puerta pero esta vez puse los tenis en medio. 
— ¿Qué haces? —Me preguntó con gesto huraño. 
—…ingredientes que necesita para la cena. 
—Estoy ocupada. 
— ¿Haciendo qué? 
—Respirando. —Se me escapó una sonrisa y puse una mano en la puerta como si tuviese intenciones de entrar. Extrañamente dio resultado y Sam se hizo un lado, pero sin soltar el pomo. 
—Bonito cuarto. ¿Ya viste el mío? 
—Es un asco. —Me ofendí, pero sólo un poquito. 
La recamara de Sam era en una palabra: asombrosa. Su cama era más grande que la mía, con un dosel y cortinas de seda. Sus paredes estaban cubiertas con un papel tapiz de mariposas negras y nubes grises. Tenía un librero con un montón de volúmenes de distintos grosores, algunos con títulos en alemán. Los ladrillos formaban en conjunto un patrón caleidoscópico que podía dejarte mareado si lo observabas por mucho tiempo. Su equipo de sonido era tan grande como el que estaba en la sala. 
— ¿Terminaste de envidiarme, Campanita? —Preguntó, arqueando una ceja. Fruncí la frente y retrocedí hasta el pasillo. 
— ¿Me acompañarás o no? 
—Mmm… déjame pensarlo. ¿Quedarme aquí en mi mazmorra o acompañar a la chica nueva a ir de compras? 
—Eres muy fría. 
Aquello pareció haberle afectado. Sus mejillas enrojecieron y vi la furia aposentándose en sus ojos. 
— ¡No me molestes! —Gruñó. Ésta vez fui yo quien cerró la puerta. Tal vez el cuchillo no hubiera sido mala opción. 
Al final Mark acabó acompañándome a la tienda de verduras. Durante el camino me preguntó acerca de Samanta y de la bonita bienvenida que había recibido. Lo único que logré decirle fue que ella no parecía ser el tipo de chica amigable a la cual estaba acostumbrada; sin embargo, había algo en ella que resaltaba a pesar de que intentase ocultarlo: su belleza de porcelana. No recuerdo haber visto una piel más lisa y perfecta en ningún otro rostro. 
—Sam es muy guapa —Combino Mark —Pero no me acercaría a ella con tanta confianza. 
—No me digas: ¿Intentaste ligarla? 
—Ella llegó después de mí. Sí, traté de lanzar el anzuelo y se tragó la caña. A veces se comporta como una niña. Allison y ella discuten a menudo… pero últimamente Sam ha estado algo distante. Se encierra con su música a todo volumen, casi no ayuda en los quehaceres… pero en el fondo no es tan mala. 
— ¿Ah, no? Casi me aplasta los pies con su puerta. —Mark se metió las manos en los bolsillos y suspiró. 
—Hace tiempo, cuando mi novia rompió conmigo, Samanta fue al supermercado, ahí compró un pay de limón y se lo estrelló a mi ex en plena cara, justo frente a su casa. 
—Qué genial. —Murmuré, y lo era. 
—Espero que su malhumor termine pronto. 
—Mmm… —No era el momento, pero quería tocar el tema. — ¿Y tienes novia ahora? 
—Bueno, es algo difícil. Intento darme abasto, pero con tantas no puedo… 
— ¡Uy, cómo no! 
—Si haces una solicitud podría haber un lugar para ti en mi harem. 
Le di un sutil puñetazo en el hombro, pero me logró sacar una carcajada. 

La lasaña no quedó nada mal. Incluso he de admitir que fue una bonita tarde en compañía de Allison y Mark, porque Samanta ni siquiera se asomó. 

Cuando la noche había caído decidí darme otro baño y parecer lo más inocente posible a los ojos de papá. No quería decepcionarlo, no luego del esfuerzo que hizo para hacer un hueco en su agenda y venir a cenar. Samanta salía del baño envuelta en su albornoz negro. Nos miramos durante unos segundos sin mediar palabra. Después de una guerra de miradas, ella torció los labios con una de esas sonrisas seductoras y pasó a mi lado empujándome suavemente con su hombro. La seguí con la mirada, molesta aun por su falta de educación. Entró a su alcoba y cerró la puerta con un golpe de su talón. 

Más tarde la mesa ya estaba puesta y la lasaña olía deliciosa desde la cocina. Mark se había puesto un look casual, con jeans desteñidos y una playera negra. Por otro lado, Allison sí que lucía espectacular y no tardé en hacerme una idea de que quería impresionar a mi padre. Se había puesto una bonita falda de color arena hasta la altura de sus rodillas y una blusa de encaje negro a través de la cual, si ponías la suficiente atención, podías apreciar su sostén. Y por la mirada de Mark, él ya se había dado cuenta. 

— ¿Samanta no cenará con nosotras? —Pregunté cuando Allison me hizo quitar un plato de sobra. 
—No. —Contestó Mark. —Va a salir con su… 
—Amiga. —Respondió Allison. —Volverá hasta la madrugada. Tienen una fiesta. 
Y era cierto. Al cabo de media hora, Samanta asomó por la sala vistiendo una minifalda oscura, con sus piernas cubiertas por medias de red negras y una blusa straple de color rojo sangre. Tomó las llaves del coche de Allison y se dirigió a la puerta. 
—Alto allí, jovencita. —Dijo Allison — No quiero que llegues al amanecer como las otras veces. 
—Descuida, Allison. Traeré tu coche sano y salvo. Es lo que más te importa ¿verdad? 
—Sam… 
—Adiós. 
Cuando Sam abrió la puerta se encontró de bruces con mi padre. Él le sonrió pero Sam le ignoró como si él fuese un obstáculo más. Eso me molestó. 
—Lamento el retraso. Hay un tráfico horrible. —Se disculpó él con nosotras. 
— ¡Papi! —Exclamé y quise correr para ayudarle a quitarle el saco, pero Allison se me adelantó. Mientras le ayudaba, no pude evitar notar sus mejillas rosas y sus escuálidos dedos deslizándose sobre los hombros de mi padre. 
—Princesa ¿Cómo te sientes? ¿No le has dado problemas a Allison, verdad? 
—No. Que va. 
—Descuida, descuida. —Sonrió Allison —Es una chica singular. Me ayudó a cocinar. Parece que le has enseñado muy bien como ser una jovencita. Es muy educada y servicial. Ven, toma asiento. Preparé lasaña. 
—Uy, genial. —Papá se acercó a la cocina. Me besó en la frente y luego chocó puños con Mark. — ¿Qué hay, campeón? 
— ¿Se conocen de antes? 
—Sí, viene a veces. —Contestó Mark. 
¿A veces? ¿Qué diablos significa eso? ¿Por qué Mark y papá se llevan bien? ¿A caso papá ya ha estado aquí el tiempo suficiente como para que Mark y él jugaran a un partido de básquet? ¿A caso papá había venido aquí durante sus viajes de negocios? ¿Para qué? ¿Para arreglar las goteras del techo? Me enfurecía pensar en algo relacionado con una cama. 
—Vaya, que bien huele la cena. —Dijo papá mientras Allison sacaba la comida del horno —Qué lástima que Samanta no se quedó. Le traje un obsequio. 
Y ahora resulta que también se llevaba bien con Samanta. 
—Ha estado molesta los últimos días. —Comentó Mark —Estará menstruando. 
— ¡Mark! —Regañamos Allison y yo. Papá y él se rieron como… oh, cielos; como padre e hijo. 
Durante la comida se hizo evidente que Allison sentía algo por él. Contaban sus viejos buenos tiempo en la universidad y Mark parecía reírse en serio, pero yo tenía que forzarme a quedar bien. Cuando la mujer le limpió a papá un poco de comida que tenía en la mejilla, tuve que ahorrarme mis comentarios y mirar hacia otra dirección. Luego, papá regresó a su coche y trajo dos bolsas de obsequios. Le dio una a Mark y otra a Allison. ¿Qué hubo para mí? Un “es una sorpresa”. Mark estaba feliz con su nuevo Ipod, pero Allison se ruborizó mucho cuando abrió su bolsa y encontró dentro un estuche con un precioso collar de zafiros. 
—Es bellísimo, Ray. No debiste… 
—Sí, papá. No debiste. 
—Ah, tonterías. Prefiero gastar mi dinero en ustedes que en cualquier otra cosa. Déjame ponértelo. 

Para cualquier admirador externo como Mark, la escena podría parecer romántica, pero yo quería vomitar. 

El resto de la noche las cosas mantuvieron su cariz incómodo. Papá y Allison continuaron riendo y después le ayudó a lavar los platos. Mark limpió la mesa y yo me quedé sentada sin saber en qué momento intervenir. Ella, él y Mark parecían una familia y eso sólo me hizo pensar en una cosa: que papá no se hospedaba en ningún hotel cuando venía a Europa. Se quedaba aquí, quizá compartiendo la cama con Allison. Eso justificaba que conociera todas las fallas de la casa, que se llevara con Samanta y que Mark fuese como el hijo que nunca tuvo. Si antes yo detestaba esta casa, ahora la odiaba a muerte. 

En un momento papá y Mark subieron a la alcoba de éste último para pasarle nuevas canciones a su Ipod. Me quedé con Allison en la cocina, limpiando lo último y después la acompañé a su habitación en el otro extremo del corredor. Cuando entré lo primero que observé fue la cama. Era matrimonial. ¡Matrimonial! ¿Por qué Allison iba a tener una cama matrimonial para ella sola? 
— ¿Me ayudas a limpiar un poco, querida? 
Lo hice con la esperanza de encontrar algo que delatara la presencia de mi padre en anteriores ocasiones. Arreglamos la cama, quitamos el polvo de los muebles, barrimos, fregamos el piso y tras una hora, la habitación parecía el auténtico cuarto de una mujer soltera. Soltera ¿verdad? 
—Sí que se esmeraron. —Concedió papá, asomándose bajo el umbral. —Incluso pintaste las paredes. 
—Sí, después de aquello. 
— ¿Qué cosa? —Pregunté. 
—Verás. —Rió mi padre —El otro día Allison incendió las cortinas de la ventana con una vela. Casi llamamos a los bomberos. 
—Oh, sí. —Sonrió Mark, tirándose sobre la cama. —Fue épico. En la escuela pensaron que intenté asesinar a Allison. 
—Muy gracioso, jovencito. —Rió la mujer y le jaló del brazo para ayudarle a levantarse, pero Mark le hundió los dedos en las costillas y Allison tuvo un ataque de risas. Mientras ellos jugaban, papá me miró y sonrió. Dios… de verdad le gustaba Allison. Y además me había revelado nuevas pistas. ¿Por qué una mujer con una cama matrimonial en su alcoba pondría velas? Te dejaré hacer tus propias conjeturas. 
Gracias al cielo, papá tuvo que regresar a su hotel. Me gustó que Allison protestara, pero por desgracia, él le prometió que regresaría al anochecer y nos llevaría a cenar. Se despidió de Mark con otro choque de puños, a mí me dio un beso en la frente y a Allison le otorgó uno en la comisura de sus labios. Bien. Ya era obvio el romance entre ellos. 
Durante la noche no dejé de pensar en mi padre y en Allison. Tenía sentimientos encontrados, pues de alguna manera Allison estaba cayéndome un poquito mejor que cuando la conocí. Irónico, lo sé. Y es que papá se veía tan feliz y… con ella y Mark me sentí, por un ínfimo instante, como parte de una familia. 

Pensaba en eso cuando asomé la vista por la ventana y vi a Samanta despedirse de una despampanante rubia. Todo iba bien, hasta que se tomaron de la cintura y se dieron un impresionante beso en los labios

Notas finales:

Cualquier comentario es bien recibido *-*.


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