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Dulce Enredo. por Ritsuka27

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Notas del capitulo:

Dejando el segundo capitulo. Espero que lo disfruten.

Cuando llegas a un país extraño y tienes que vivir en la casa de la ex novia de tu padre, no te queda más remedio que aceptar todo y tratar de ser condescendiente. Debes recordar que tú eres un mundo y que los demás son sólo satélites flotando a tu alrededor y que nada de lo que digan debe cambiar tu modo de pensar, que no deben forzarte a ser algo que no quieres. La vida está llena de sueños… esperanzas…

Bien. Estoy diciendo tonterías.

Tres de la mañana. ¿Alguien ha visto a Morfeo, el Dios del Sueño? No me podía quitar de la mente la imagen de Samanta succionándole la tráquea a esa rubia. Sé que no soy quien para juzgar a la gente… ¡pero vamos! ¡La chica es lesbiana! No es que yo sea alguna especie de parásito homofóbico, pero no todos los días ves a tu compañera besándose con una rubia al frente de la casa.

Lo que me sorprendió fue que la chica se veía demasiado mayor como para ser la novia de Samanta. Es decir, ya aparentaba pertenecer a la universidad. Tal vez tendría unos veinte o veintidós años. ¿Cuál es el límite de edad para el amor? Si mis suposiciones son correctas, Sam tiene la misma edad que yo: diecisiete. Además, la mujer (porque no puedo llamarla muchacha) traía una camisa de Guns and Roses idéntica a la mía, incluso su cabello rubio era igual de lacio que el mío. Vamos, que podría ser mi yo del futuro.

A las seis de la mañana asesiné a mi despertador arrojándolo contra la pared. Apenas había logrado conciliar el sueño y no eran mis intenciones faltar el primer día de clases. El último año de preparatoria era importante, pues dependiendo de mis calificaciones, podría entrar a la universidad de mis sueños. Además estaba lejos de mis amigos y aquí no funcionaría ninguna de mis maliciosas tretas para engañar a los profesores. En especial al Sr. Macornic, el profesor de matemáticas. Sólo necesitaba una falda, cruzar mis piernas y lamerme el brillo de los labios para tener una A en sus exámenes. El resto era pan comido.

Cuando salí de la alcoba me encontré con Allison emergiendo del baño en medio de una nube de vapor.

—¡Buenos días, Campanita!

Te odio.

—Buenos días, Allison. ¿Hay agua caliente?

—Por suerte sí. El calentador nuevo funciona perfectamente. Fíjate que el otro día Samanta estaba tan furiosa porque el calentador viejo se había averiado. Salió del baño y fue directamente a mi habitación para gritarme. ¿Puedes creerlo? Ahh, esa chica me va a terminar…

— ¿Qué hay para desayunar?

—Oh, justo ahora iba a prepararles algo. Mejor te das prisa.

Entonces muévete.

—Mmm… me pregunto qué prepararé. Tal vez unos huevos revueltos con jugo de naranja… o hotcakes… ¿Crepas? ¿Café con leche y panecillos?

Cuando entré al baño, Allison seguía recitándome todo el menú desde el otro lado de la puerta.

— ¿Querida? ¿Qué te gustaría desayunar?

—Leche y cereal.

—De acuerdo.

Mi primer baño en casa ajena. Genial. El agua estaba demasiado caliente que apenas faltó para terminar cocida bajo la ducha. Unos minutos más tarde ya traía el uniforme de la preparatoria. Mientras bajaba las escaleras podía escuchar a Mark riendo, a Allison riñéndole por sus pocos modales. Pensé que Samanta no estaría, pero al entrar a la cocina, ahí estaba.

—Buenos días a todos —Saludé, tratando de sonar lo más cortés posible. Samanta me clavó una mirada tan fría que si hubiese sido una flecha me hubiera atravesado el hígado. Ella fue la única en no responderme. Bebió un sorbo de su café y regresó a un pequeño libro que leía sin mucho interés.

—Campanita ¿Te apetece un poco de miel? —Me preguntó Mark, haciendo su primera broma del día.

—Mark —Le riñó Allison de nuevo —Déjala en paz. Todos estamos de mal humor por las mañanas.

—Sí, Mark. —Le espeté mientras me sentaba frente a él —No vaya a clavarte un cuchillo en la tráquea.

Sam rió por lo bajo. Por alguna razón me hizo sentir bien conmigo misma.

—Vaya, apenas cruzaste unas palabras con Samanta y ya te sientes toda una homicida. Buen trabajo, Sam.

—Chicos, ya dejen de pelear —Intervino Allison, sirviéndoles a Mark y a Samanta unos hotcakes con miel y mermelada. La boca se me hacía agua. Tomé el tenedor y me dispuse a recoger el último y desamparado hotcake que quedaba en el plato, pero oh, sorpresa. Cuando mi tenedor se clavó en él, también lo hizo el de Samanta.

—Será mejor que dejes eso —Dijo, arqueando rápidamente sus dos cejas.

—Trata de obligarme —Le contesté, intentando sonar lo mas retadora posible.

Las mejillas de Sam enrojecieron, como si no estuviese muy segura de querer seguir en el juego.

—He dicho que lo dejes —Repitió.

—Chicas... —Murmuró Allison, quitándoles las espinitas a unas rosas.

— ¡Véngase! —Rió Mark, literalmente arrancando el hotcake del plato y metiéndoselo todo a la boca. Verlo comer, luchando por no atragantarse, me hizo soltar una risa pasiva, pero Sam en ningún momento me secundó. Entornó los ojos y se bebió el último sorbo de su café.

Nuestro desayuno continuó tal y como la cena de anoche: incómodo. Allisón subió para cambiarse la ropa y nosotros nos quedamos en la cocina. Sam continuaba con su libro, Mark jugaba con su PSP en silencio. El único sonido era el de los cereales crujir entre mis dientes, lo cual estaba colmando la paciencia de Samanta. Tenía que meterme los cereales a la boca con mucho cuidado y masticar con el mismo sigilo que un ninja en pleno desayuno.

—Vaya lo de anoche —Dijo Mark, sin apartar la mirada de su videojuego —Esa chica casi te arranca la tráquea, Sam.

Samanta gruñó y bebió un sorbo más de su café.

—Cállate. —Espetó, sin dejar de leer.

—Pensé que ibas a romper con ella desde lo de la fiesta.

—No voy a dejarla. No te entrometas.

Mi mirada se encontró con la de Mark. Me sonrió sutilmente.

—Se llama Caroline —Me dijo —Es la amante de Samanta. ¿A que es sexy? Dos chicas besándose.

Me sorprendió la velocidad con la que Sam le propinó un certero golpe en el pecho a Mark. Él se rió y le revolvió su alaciada melena oscura.

Bien, esos dos son muy raros. Llegué a sospechar que eran hermanos, pero luego de la cena me quedaron en claro muchas cosas. Mientras Allison nos llevaba a la escuela en su auto, traté de sintetizar toda la información de anoche. Empecemos por Mark: Sus padres lo habían abandonado en un orfanato cuando apenas tenía tres años. Después de pasar por varias familias adoptivas y otros orfanatos, al cumplir los catorce  fue adoptado por Allison. Sí, señores: Mark era legalmente el hijo de ella desde hacía cuatro años. Eso explicaba por qué se llevaban tan bien. Lo único que me parecía triste era que ni Allison le llamaba hijo, ni Mark le decía mamá. Supongo que tendrán sus razones.

Samanta era una historia diferente, y tocar su pasado en la cena nos puso a todos de un humor gris: su madre había perdido el empleo durante la Gran Crisis, su esposo la había abandonado y no tuvo más remedio que dedicarse a la prostitución en Amsterdang, Alemania. Trabajó durante años hasta que Samanta cumplió los diez. Después de eso, la mujer fue asesinada por una pandilla de drogadictos. Sam terminó en un orfanato que era administrado por un amigo de Allison. Después de unos cuantos papeles, Sam pasó a formar parte de la familia; pero a diferencia de Mark, ella no era hija. Continuaba con su apellido alemán y cada mes un agente del gobierno iba para verificar que todo estuviera en orden.

Eso explicaba por qué Sam tenía ese carácter frío y un poco agresivo, pero también era tímida y taciturna. Noté que miraba a través de la ventana del auto. Tan quieta, tan misteriosa y encerrada en su propia burbuja de soledad, como si nada más en el mundo existiera además de lo que había del otro lado del vidrio. Suspiró lentamente y se pasó un mechón de su cabello detrás de las orejas. ¿En qué estaría pensando? ¿Tal vez en su madre? ¿Tal vez en los malditos que la mataron? ¿Quizá en la chica de anoche, Caroline?

De pronto, las pupilas de Samanta se movieron hacia el rabillo de sus ojos.

— ¿Qué me miras, Campanita? —Preguntó, pero esta vez sin la típica señal de acritud que la caracterizaba.

—Nada. Sólo estaba pensando en que seremos compañeras por los siguientes meses. Quisiera que nos lleváramos mejor.

—No creo haberte dado señales de que no será así.

— ¿No? ¿Y qué me dices de lo de ayer? Casi me aplastas los pies con tu puerta.

Samanta permaneció silenciosa y se acurrucó en su rincón. De pronto sus labios se curvaron en una sonrisa tan fresca como la del rocío sobre las hojas.

—No te tomes todo personal.

Y tras eso no volvió a decir nada más. Noté que Allison nos miraba por el retrovisor. Cuando nuestros ojos se encontraron, la mujer sonrió suavemente y se encoló por la última calle.

La preparatoria era justo como lo había imaginado: agobiante, con un sinfín de gente corriendo por aquí y por allá, profesores intentando detenerlos, risas, insultos, uno que otro chico guapo, pero extrañamente ninguno destacaba tanto como Mark y sus rizos rubios. Él era algo así como una celebridad por los pasillos. Me di cuenta por cómo las chicas le miraban y trataban de ocultarle alguna sonrisa nerviosa, y también me fijé de cómo ellas nos miraban a mí y a Sam: estaban listas para perforarme la tráquea con un cuchillo. De alguna manera, ambas habíamos quedado a los flancos de Mark y caminábamos entre las largas filas de casilleros como los típicos adolescentes súper populares de cualquier serie juvenil.

—No te vayas a marear de tanto estudio. —Dijo Mark. Yo trataba de no mirar a nadie a los ojos y, por otro lado, se sentía bien caminar al lado del muchacho más guapo de la escuela. Estaba tan alelada que lo último que sentí fueron las frías manos de Samanta sobre mi codo.

—Es por aquí, tonta. Este es nuestro salón.

—Adiós, nenas —Exclamó Mark con una de esas sonrisas que te hacían sentir la imperiosa  necesidad de caerle bien. Levantó ambos pulgares y luego cruzó los brazos sobre los hombros de dos morenas. ¡Malditas!

Nuestro salón era pequeño comparado al de mi antigua preparatoria. Cuando puse mi primer pie dentro, acaparé toda la atención. Samanta me soltó el codo y se paseó entre las filas de pupitres hasta llegar al suyo al lado de la ventana, justo en el rincón izquierdo. El hecho de haberme encontrado de bruces con veinte miradas a la vez me dejó en shock bajo el umbral de la puerta. Lo primero era buscar una silla libre. Las había, pero debía tener cuidado porque si me equivocaba, tomaría el lugar de algún estudiante y tendría que pasar la vergüenza de mover mi trasero si llegaba.

—¿Eres nueva, amiga? —Me preguntó una chica  regordeta mientras intentaba levantarse de su asiento.

—Sí… —Contesté.

—Salón equivocado. —Exclamó alguien.

—Ya no hay lugar. —Gritó otro.

Miré a Samanta con la esperanza de recibir ayuda. Ella se limitó a suspirar con fastidio y señaló el pupitre justo frente a ella. Asentí y me metí entre las sillas para llegar hasta mi preciado espacio personal. Sentía las miradas de todos puestas sobre mí. Había entrado a la mitad del año y acostumbrarme socialmente iba a ser complicado. ¡Vamos! Era el bicho raro del salón. Además me di cuenta de que yo era la única rubia entre un montón de pelinegros. Mi cabeza destacaba tanto como una pepita de oro entre un montón de carbón.

Bien. Eso sonó racista.

Al cabo de los primeros diez minutos dejé de sentirme incómoda y me di media vuelta para tratar de conversar con Sam. Ella estaba tan absorta en el dibujo de un ángel negro en su libreta que me pareció fascinante su nivel de concentración y, en vez de buscarle plática, me dediqué a ver cómo sombreaba cada trazo con su lápiz. Tal vez ella notó que la estaba mirando, y si fue así, me ignoraba. Se pasó otro mechón negro detrás de su oreja y una riada de cabello le cubrió el ojo izquierdo. De cerca su piel era más lisa que la seda. Tomé nota: tenía que robarme su crema facial. Tras unos dos minutos más, Sam terminó el dibujo, cerró su libreta y apoyó el mentón en su mano. Me miró, arqueó ambas cejas y sonrió suavemente.

—¿Qué pasa, Campanita?

—No me digas Campanita.

—¿Por qué no, Campanita?

—Sam…

—¿Vas a acusarme con papi?

—¿Quién era la chica de anoche? —Genial. ¿Desde cuándo había perdido mi discreción? La sonrisa de Samanta se desvaneció rápidamente y frunció las cejas.

—Eso no te incumbe.

—Vi que la besaste. — ¡Maldición! ¡Cállate, Mika! Las mejillas de Sam enrojecieron y desvió la mirada.

—Se llama Caroline. —Respondió después de unos segundos. —Somos algo así como novias. Últimamente… las cosas no andan muy bien entre nosotras.

Vaya. Miren eso. No pensé que fuese a contarme algo tan íntimo.

—Uhm…  —Balbuceé. Sam tenía la mirada perdida en la ventana. —No sé cómo sea una relación entre chicas, pero cuando tenía problemas con mi ex novio, lo solucionábamos hablando. Teníamos algo llamado cita de reconciliación.

—Caroline es un poco rara. La única cita de reconciliación para ella sería una tarde en el bar.

—¿Le gusta beber?

—Si sigue así va a volverse alcohólica. Le dije que aun es muy joven para sufrir algo así, pero no sabe escucharme. —Calló durante unos segundos. —Me preocupa un poco. —Se rascó la cabeza y se limpió los ojos. No sé que pienses, pero creo que estaba a punto de llorar. —Aun así… es una buena persona.

—No lo dudo. Sí puede soportarte. —Solté una pequeña risita. Sam frunció las cejas un instante y luego sonrió, nerviosa.

—Creo que por eso me enamoré de ella. Es un intento por ayudarla. Ha sufrido.

Tanto como tú, quise decirle. Pronto entendí porque el tema de Caroline había generado esa respuesta parlanchina en Samanta: ella necesitaba hablar con alguien sobre los problemas que tenía con su amante. Era comprensible: Allison estaba fuera trabajando y, honestamente, pienso que esa mujer es tan despistada que no sabría cómo actuar. Mark era un muchacho y eso ya era razón suficiente. Eso me dejaba a mí, la chica nueva, como la única potencial amiga de Samanta. Ya me imaginaba limpiando sus lágrimas con una caja de clínex.

—¿Has hablando con alguien más sobre eso? Podrías buscar ayuda profesional.

—No. Eres la primera. —Sam levantó su lápiz y me señaló peligrosamente el ojo derecho. —Y serás la última si le cuentas a alguien más sobre esto.

—Descuida. En boca cerrada no entran moscas.

Sam asintió con mi respuesta.

—Es en serio. Mark piensa que Caroline sólo está conmigo por mi aspecto. Una vez intenté contarle y creo que se excitó.

Solté una carcajada. Típico de un muchacho como Mark. Su sueño es ver a dos mujeres juntas.

—¿Qué tanto le contaste?

—Nuestro… primer beso.

—Qué tierno.

—Mark es un imbécil… pero le quiero. Es parte de nuestra familia.

—¿No tienes más amigas o amigos?

—No.

Esa fue la última respuesta, zanjada cuando el maestro entró al aula.

No tuve mucho tiempo para platicar con Samanta. Aquí los maestros sí que entraban puntuales. Hasta la hora del receso no hubo ninguno que se interesara en mí como para volverme el centro de atención. Una me preguntó de dónde venía y ya.

Durante la hora del receso intenté reanudar mi charla con Sam. Hasta ahora el único tema de conversación era su amante, pero ella rechazó mi pregunta con un ceño fruncido. Bien, ya entendí.

—¿Me acompañas al comedor? —Le pregunté. Sam hizo denotados esfuerzos por ser servicial y se levantó a regañadientes de su sitio.

El comedor sí que era grande y buscar una mesa vacía era un problema. Samanta me contó que ella no sufría por eso, pues siempre almorzaba en el salón. Busqué con la mirada a Mark. Estaba sentado en una de las mesas del centro, con una exuberante pelirroja y un muchacho con chaqueta de motociclista al más puro estilo de La onda vaselina. Cuando le dije a Samanta que fuéramos con él, su móvil recibió una llamada. Apenas pude ver que en la fotografía aparecía una chica rubia: su amante. Sam respondió con una sonrisa que se borró gradualmente. Frunció la frente, luego arqueó una ceja y salió del comedor sin mediar palabra alguna conmigo. Bueno, Mark, allá voy.

La pelirroja se llamaba Sarah y era la vocalista de una banda de rock amateur que tocaba los viernes y sábados en un bar, oculto entre los barrios bajos de la ciudad. El chico vaselina respondía al nombre de Henry y estaba en el mismo salón que Sarah y Mark.

—Oh, ¿Así que esta es tu nueva hermana? —Comentó Sarah.

—Te envidio tanto, infeliz. —Masculló Henry. —Vives con Samanta y ahora con…

—Mika.

—Mika. Que nombre más bello. —Me tomó de la mano y dejó un beso en mi dorso. ¿Qué no eso estaba pasado de moda? Bueno, para alguien que vestía chaqueta de motociclista y peinaba su melena café al más puro estilo rockero ochentero no.

—Yo me limpiaría la mano. —Bromeó Sarah.

Mientras ellos se reían haciéndose chistes el uno al otro, noté que Mark me miraba. Me guiñó un ojo y por debajo de la mesa me dio de golpecitos con su pie en mi tobillo. Fruncí las cejas. ¿Qué estaba intentando hacer?

— ¿Qué te pareció Allison? —Me preguntó Mark luego de beberse su cartón de jugo como si fuese la más deliciosa cerveza. Sarah arrugó la nariz, como si escuchar el nombre de Allison le provocara indigestión. Henry se acercó para escuchar mi respuesta. No tenía que ser muy lista para darme cuenta de que la madre de Mark desertaba un interés libidinoso en su amigo.

—Bueno, parece que es muy buena mujer. Digo… se esfuerza por hacerme sentir cómoda.

—Y es muy atractiva ¿Verdad? —Exclamó Henry bastante emocionado. —Una vez la invité a salir.

—¿Y sabes qué le hizo? —Aquí Sarah se puso a carcajear. —¡Le horneó galletas! ¡Galletas!

—Oh, sí. Estaban deliciosas. Ahh, Allison. Mi amor platónico.

—Más respeto, infeliz. —Gruñó Mark. A mí no me engañas, pequeño rubio. Vi anoche como le mirabas los pechos debajo de su blusa. Y la verdad tampoco podía juzgar a Mark. De hecho, me daba tristeza porque él no la viera como su madre. De la misma manera no me extrañaba que la mirara como una mujer, pues siendo Mark tal y como yo suponía que era, las chicas eran la prioridad en su vida.

A los pocos minutos de terminar el receso, Sarah y Henry se marcharon. Mientras la cafetería se vaciaba, Mark y yo nos quedamos frente a frente. Volvió a patearme en el tobillo, esperando con una sonrisa traviesa mi respuesta.

—Voy a patearte en los bajos si sigues haciendo eso.

—Vaya. ¿Quieres tocarme ya?

—Eres muy social ¿Verdad? —Le dije con una sonrisa socarrona. —Acabo de llegar y estás intentando ligarme.

—¿Quién? ¿Yo? ¿Cómo crees? —Preguntó con la misma inocencia de un niño de cinco años. Vamos, vamos. No te lo tomes tan personal. —Mark se echó hacia atrás, subió los pies en la mesa y puso las manos detrás de su nuca. —Es mi misión protegerte antes de que los coyotes vengan a acecharte.

—¿Coyotes?

—Sí. Los búfalos del equipo de futbol americano. Son una manada de idiotas sin cerebro. En especial su líder. Son mis archirrivales.

—Uy, chicos de preparatoria con archienemigos. ¿Qué te hicieron? ¿Te robaron el almuerzo?

—Hay tres equipos en esta escuela: beisbol, americano y natación. Yo soy el capitán del equipo de beis y el bateador principal. Tengo algunos problemas con los otros dos. Intentan asesinarme constantemente. —Mark rió, pero noté en sus ojos un poquito de miedo.

—¿Qué les hiciste?

—Bueno, Marina, la capitana del equipo de natación femenino, pertenece a esa clase de chicas que te patean en los bajos cuando las engañas con la jefa de las porristas.

—No me digas. Qué raro. —Le contesté con ironía.

—Sí, bueno. Y da la casualidad que la jefa de las porristas era la hermana menor de Brut, el capitán del equipo de futbol americano. ¿Entiendes? Creo que hay una conspiración en mi contra.

— ¿Engañaste  a la capitana de las nadadoras con la hermanita del capitán de futbol?

—Qué pequeño es el mundo ¿Verdad?

—Me recuerdas a las historias de mi padre que mi tía me contaba. —Recogí mis cosas y me dispuse a volver al salón —Te veré a la salida.

—Claro. Ve con Dios.

—Tonto. Y ya no te metas en problemas. —Le exclamé mientras me marchaba.

—¡Descuida! ¡Estaré bien! ¡Woo! ¡Alejandra, ven, siéntate aquí!

Suspiré. El chico era incorregible.

Cuando todos se levantaron para salir al son del último timbre, perdí de vista a Samanta. Pronto me encontré arrastrada por una corriente de personas hasta la salida de la escuela. Mark, Sarah y Henry me esperaban adosados en el muro, cerca de la reja de acceso. Abracé a mi mochila y logré llegar hasta ellos. Jamás en mi vida había estado entre tanta gente.

Sarah me explicó que no tenía de qué preocuparme, pues la mayoría de los estudiantes eran del primer semestre y muy pocos lograrían sobrevivir para ver el segundo. Sonreí, la pelirroja estaba cayéndome bien. Henry, por otro lado, parecía absorto en su propio mundo y miraba como un vigía a la multitud de chicas entre los demás estudiantes. Mark me contó que estaba esperando a su otro amor platónico: Samanta.

Poco a poco, el mar de cerebritos fue haciéndose más pequeño. Ya no quedaba nadie en la escuela y comencé a preocuparme por Samanta. Mark supuso que se había quedado atorada en el inodoro, pero antes de que nos decidiéramos ir a echar un vistazo, Sarah nos llamó.

—Miren eso.

Allí estaba Sam, debajo de un frondoso almendro y en los brazos de Caroline. Henry golpeó el muro con su puño y yo creí que lo hacía a juego, pero cuando contemplé el odio en su mirada… algo no andaba bien aquí. Mark exhaló sonoramente y negó con la cabeza como un padre reprendiendo a un hijo que volvía a caer en el vicio. Sarah aplastó su lata de Coca-cola.

—Parece que Caroline no les cae nada bien ¿Verdad?

—No. —Me contestaron los tres al unísono. Pensé que sería buena idea hacer acto de presencia y presentarme con Caroline. Quería ver por mí misma si es que la chica era tan mala como para merecer esa mirada despectiva de parte de Mark y sus amigos. Sarah me detuvo del brazo antes de que cometiera una estupidez.

Nos sentamos a una distancia segura y observamos. Durante los siguientes tres minutos, Samanta y Caroline permanecieron muy abrazadas. Poco después se dieron unos cuantos besitos que, en cierta forma, me parecieron muy tiernos. Ver a un témpano de hielo como Samanta tan enamorada era interesante. Casi veinte minutos después, Samanta se separó abruptamente de ella. Vi que la rubia se reía y que Sam gesticulaba con las manos como si estuviera enojada. La mujer soltó otra carcajada. Sam gritó algo de “estúpida”. Ahí fue cuando Caroline perdió su sentido del humor y se le plantó a Sam. La mujer era casi más alta que Allison. Riñeron en voz más baja. Sam bajó la mirada, trató de abrazarla pero Caroline la frenó con sus brazos. Luego, Sam se limpió la cara. ¿A caso estaba llorando? La rubia intentó abrazarla, pero ella se revolvió.

—Voy a matarla… —Musitó Henry.

—Vamos… no exageres. —Comenté, dándole una palmadita en el hombro. —Ella no puede ser tan…

Pero cuando Caroline empujó a Samanta hasta hacerla perder el equilibrio, fui yo quien se puso de pie.

—Esa perra… —Mascullé. Sentía la furia hervir en mis venas. ¡Nadie tenía el derecho de hacerle eso a una chica que ha sufrido tanto! Me giré hacia Mark esperando que se levantara para hacer algo. Él me miró con gesto serio y negó con la cabeza.

—Esto pasa muy a menudo últimamente —Contó Sarah. —Desde hace dos meses se pelean y se reconcilian.

—Ya no intervenimos. —Me explicó Mark, encendiendo un cigarrillo. —Sólo nos queda observar. Sam no nos escucha.

—Es mejor que se peleen —Dijo Sarah. —Así terminarán más rápido.

Apreté los puños. Era inconcebible que ellos pensaran así.

Mark y Sarah me tomaron de las manos y me obligaron a sentarme. Quería salir de allí y darle de ostias a esa rubia oxigenada. Incapaz de moverme, vi cuando Samanta se levantaba. Se limpió el polvo del trasero y se pasó sus mechones negros detrás de sus orejas. Pobrecilla. Deseaba correr y abrazarla…

Eso pensé hasta que Samanta le soltó un poderoso puñetazo en la quijada a Caroline. La mujer se apoyó en el tronco para no caerse. Me quedé con la boca abierta y los ojos desorbitados. Todos nos pusimos de pie. Mark arrojó el cigarrillo, Henry estaba listo para echar a correr y Sarah soltó una maldición.

—Oigan…

Y cuando Caroline le devolvió el golpe, los cuatro corrimos para intervenir. Sam se quedó pasmada al ver que nos acercábamos. Caroline bajó el puño. No sé qué pensaban hacer los demás, pero cuando Caroline se dio media vuelta, le solté una fiera cachetada en la cara y la empujé contra el tronco de almendro.

—¡Si la vuelves a tocar yo…!  —Caroline se levantó. Tenía un hilillo de sangre bajándole desde el labio y la mejilla enrojecida por mi bofetada.

—¿Quién diablos te crees que eres? —Preguntó lentamente. Dios… ¡Medía como un metro ochenta! Yo era un garbanzo a su lado. Retrocedí. —¿Me escuchaste?

—Yo… no quiero que…

—¡Basta! —Mark intervino como todo un hombre. Se puso en medio de ambas y nos separó. —Vete, Caroline.

Miré a Sam que lloraba en los brazos de Sarah. Henry le decía algunas palabras en voz baja. La rubia aspiró una profunda bocanada de aire. Se dio media vuelta.

—Te veré luego, Samanta.

—Sí… —Le respondió. Sam ¿A caso estás loca?

Caroline cruzó la calle. Subió a su auto y aceleró dejando una marca de sus neumáticos en la carretera.

—No vuelvas a retar a Caroline —Me dijo Mark, poniendo sus manos en mis hombros. Yo seguía inmóvil. ¡Estaba petrificada de miedo! —¿Entiendes? Tiene muy mal temperamento y es campeona estatal de tae kwon do. Podría dejarte noqueada de un solo golpe.

Asentí.

Acompañamos a Samanta todo el camino de regreso. El ambiente era tan tenso que casi podía ver el aura gris y negativa que nos envolvía a todos. Nadie dijo una sola palabra. Miré a Sam de soslayo y traté de acercarme a ella. Caminar a su lado y hacerle ver que, aunque apenas la conociera, no iba a dejar que la lastimaran frente a mis ojos.

—Sam… —Le llamé. Ella me miró de soslayo.

—No te incumbe. —Musitó molesta y con las mejillas sonrojadas.

Su falta de respeto no me afectó en lo absoluto. Después de saber lo mucho que había sufrido de niña y de ver los problemas que tenía con su amante, sentí que podría perdonarle todo. De pronto, sin saber qué pasaba por mi mente, entrelacé mis dedos con los de ella. Y sí, el mundo estaba de cabeza, porque sentí que Samanta se aferraba fuertemente a mi mano.

No nos soltamos hasta llegar a casa.

Notas finales:

Espero que les haiga gustado. Espero sus reviews nwn.


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