El erotismo de calidad no lo encontrarás en un buen sexo solamente. El verdadero erotismo reside en el alma y actitud de la persona. En sus actos, miradas y formas de actuar. Inclusive está dentro de una sencilla sonrisa o un ademán. Un pestañeo, los labios entreabiertos, esa curvatura de su espalda y cada tramo de su piel que exigía ser marcada. El sonido de su voz, su manera de aferrarse a las cobijas y la forma tan graciosa que cubre sus labios cuando quiere pedir más pero se niega si mismo tal derecho; negándose al derecho de gemir de placer cuando apenas y lo he acariciado. El olor que desprende cuando me desea, esa forma majestuosa con la que se mueve contra mi cuerpo; me seduce y no se ha dado cuenta.
Nadie entendía a ciencia cierta qué tipo de magia recaía sobre Midorima Shintarou, pero yo lo comprendía a claridad porque soy absoluto. La gente iba a verlo actuar, lo ovacionaban, lo aclamaban y pedían más de su actuación. A diferencia de otras personas Shintarou no necesitaba desprenderse de un gramo de ropa para encender las bajas emociones de los espectadores que anonadados observaban el contoneo estético, perfecto y glorioso de su cadera al moverse por el escenario. No era lo suficientemente femenino para incomodar la pasividad de otros ni lo suficientemente masculino para no ahuyentar a los activos. No importaba la posición de las personas en la cama no había persona que no deseara algo más de Shintarou con solo verlo brillar de esa manera tan suya, con esa ejecución adecuada de movimientos. A veces tan fuertes y desgarradores que te incitaban a someterlo y ser sometido por él, a veces tan fino y delicado que casi podías escuchar de sus labios las dulces palabras que nadie más te ha dicho. Multifacético, de buen cuerpo y preciso, no fallaba en ningún movimiento aunque estos fueran complejos. A veces vistiendo ropas árabes, a veces algo más atrevido; en algunas ocasiones regalaba alguna de sus prendas al espectador cuyo único consuelo era ese porque nadie tenía el derecho de tocar a ese hombre, todos se quedaban con el deseo y el recuerdo de aquellas piernas que iban justo a la gloria, de aquellas costillas por las que los dedos se amoldaban perfectamente o los pezones redondos y rosados que adornaban con dulzura su pecho. Shintarou era perfecto y esa noche sería mío.
¿Cómo explicar lo que pasó en aquella habitación? Fue simplemente mágico. Las palabras para expresar la forma tan dulce con la que se sonrojaba mientras le arrebataba esas gafas que cubrían sus orbes verdes, que ocultaban falsamente sus ojos llorosos, se quedan simplemente cortas. Creo que no existen palabras en el diccionario para detallar con exactitud la gloria que sentía al posar mis labios en esa piel tan suave, en aquella areola que me invitaba a ser presionada con mis dientes. No creo que exista escrito que pueda contarles el como Shintarou se cubría el rostro avergonzado, como se arrepentía y mostraba esa expresión tomando valor y como al segundo siguiente se negaba a si mismo con la cabeza seguro pensando que aquello no podía sentirse tan bien; sé que lo disfrutaba, él disfrutaba como me degustaba de su falo. Con mis manos acariciaba sus piernas, con mi lengua la extensión de su miembro y mis dedos humedecidos buscaban hospedaje en aquella entrada al edén. Sus caderas se arqueaban, sus gemidos se ahogaban en una lucha entre su resistencia y su placer, su dolor y su satisfacción. A veces me pedía detenerme pero su cuerpo se movía contra mis dedos pidiendo más de mi mientras mis labios mordían aquellas costillas que me provocaban, aquel tórax que llevaba un tiempo buscándome…ahora simplemente me había encontrado y no se saldría con la suya.
Entrar en él fue un acto que merece ser glorificado, aplaudido aún más que su acto en el escenario. Aquel estrecho, ese ardor en su cuerpo que invadió al mío. Agradecí tanto ese fanatismo que tenía Shintarou por arreglar sus uñas que ahora recorrían mi espalda con deleite y dolor unidos en uno. Había marcas aquí, marcas allá y muchos gemidos. El sudor en su piel que no era ni una gota de vulgar, era desgarradoramente sensual. Esa forma que tenía de moverse bajo mis embestidas y sujetarse con fuerza de mis hombros era la danza más hermosa que había visto de su parte. Y es que si Shintarou bailaba de esa manera ante todos ni como podría contarte la manera que bailaba solo para mí. Le tome de tantas formas, le tomé durante toda la noche y parte de la madrugada. Y es que él es el culpable por hacerme adicto a ver aquella expresión en su rostro cuando el placer lo arrastraba al abismo y terminaba gimiendo con fuerza contra mis labios o el colchón…lo que quedase cerca de su rostro. Ver como sus piernas se tensaban y estiraban al sentir un orgasmo. Ver ese brillo en los ojos que me decía lo que sus labios jadeantes no podían decir. Así era cada noche, todas las noches. No siempre terminábamos de esta forma obviamente, a veces solo le abrazaba y él se quejaba pero al final cedía. Shintarou lo sabía, cuando movía de cierta forma su cuerpo esa noche acabaría con él, Shintarou me orillaba a hacerlo. Por eso cuando subía al escenario y lo veía bailar así, me miraba por el rabillo del ojo y yo sonreía sabiendo que ese día pasaría una vez y otra vez hasta el amanecer; así había sido desde hacía meses, desde hace tiempo él me pertenecía, desde hace mucho éramos oficialmente casados y a pesar de todo pronóstico él seguía moviendo el cuerpo en el mismo lugar para todos pero moviendo el alma para mí solamente.
El erotismo es la palabra que define a mi esposo, Midorima Shintarou.