Gomina
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Era exasperante.
Reconocía que Sebastian se veía atractivo con su cabello pulcramente acomodado con gomina, era irresistible ver sus rubias hebras acomodadas de manera que mostraba su corto cabello a los lados, y se hacia el crepe en el medio, dándole un toque rudo y rebelde con el borde de sus patillas. ¡Oh sí! Era tan condenadamente sexy, y era todo suyo. Y es que si se olvida de su obsesión por mantener todo el tiempo el cabello en su lugar no sería tan frustrante, él se podía olvidar de todo eso con el sólo hecho de sentir su cuerpo pegarse al suyo, como si tratara de fusionarse, sintiendo esa rica fricción entre sus miembros ya despiertos. Esto era la gloria del deseo carnal, como lo estaba disfrutando. Mucho más al sentir los dientes de Sebastian mordiendo sus hombros, eso lo derretía, lo reducía a temblar deseoso de más contacto. La verdad es que no se quejaba, mucho menos al sentir las grandes y rudas manos de Sebas colarse dentro de sus pantalones para apretar su trasero, además de hundir los dedos en los límites de su entrada.
Soltó una sonora respiración, las maneras rudas de Sebastian le encantaban y prendían a la vez. Lo trataba tan rudamente, era fascinante la combinación entre su pasión desbordante, su carácter que contrarrestaba con el suyo, y su deseo de someterlo completamente. Para él era como un juego, uno muy divertido, entretenido y placentero. No estaba para quejarse de los tratos, es más si pudiera ser un poco de más rudo, lo agradecería al doble. Su mente dejó de divagar y regresó en un flash a la realidad con la instrucción rápida de un dedo en su apretado ano, se retorció en contra de él. ¡Diablos! Era tan placentero. Maldito Sebastian que sabía entretenerlo. Así como vino el dedo se fue en un instante. Lo quería de regreso. Con presteza enredó una pierna alrededor de su cadera y tomando impulso mordió con travesura, rudeza y fuerza el cuello de su amante, era una advertencia y castigo por quitarle su diversión. La única respuesta de Sebastian fue una corta risotada al verlo con un puchero de inconformidad. Ése cretino, disfrutaba de jugar.
Con fuerza tomó las nalgas de Jim, desde su base las apretó, haciendo presión para sostenerlo, Jim en el acto enredó sus estilizadas piernas alrededor de su cadera. Sabía lo mucho que a él encantaba la posición, el sentir la dureza de la pared en su espalda contra la firmeza de su cuerpo, era todo un gatito travieso, uno muy travieso. Sin soltar su trasero bajó un poco el pantalón que llevaba para tener un mejor acceso a su entrada, una que pedía por atención. Antes de que el gatito comenzara a ponerse malhumorado, por no obtener lo que quería, lo tenía muy mimado y eso que sólo llevaban alrededor de un mes saliendo. Un tirón, nada cariñoso, fue dado a su oreja como queja por no hacer lo que pedía. Sonrió socarrón si eso era lo que quería lo obtendría. Con un rápido movimiento tomó sus labios en un salvaje beso, donde la lengua se coló sin pedir permiso, al mismo tiempo que introducía dos dedos de un jalón dentro de él que, previamente ya estaban lubricados, se arqueó contra la pared, soltándose del beso exponiendo su cuello y hombros ligeramente descubiertos.
Lo contempló así todo llenó de éxtasis. Con una mueca de placer, a gusto con lo que sentía, reflejándolo en sus facciones con total libertad; moviendo la cadera en compas con el movimiento de su mano, follándose sus dedos con total libertad. Era ese uno de los rasgos de Jim que más le gustaba, la falta de inhibición en cuestión con su sexualidad, era tan excitante verlo luchar por el control hasta el final. Pero lo que más gustaba de ver, era la manera en que su cabello se movía al compás de sus movimientos de caderas, ya casi sin rastro de gomina en él, libre de sus siempre pulcro peinado de niño bueno que no engañaba ni a él mismo. Por todos los dioses, era la imagen de la pasión, todo él, entregado al sexo, de preferencia rudo y salvaje. Y para él mismo era alucinante ver toda ésta escena, pero lo que en verdad le atrapaba era el movimiento de sus finas hebras de cabello castaño, dejando las apariencias que su peinado también conllevaba. Era libre en ese momento. Su gatito por fin tenía un poco de libertad y deleite de éste mundo común en el que nació, tan poco para él. Por eso amaba verlo así. Por insulso y mundano que pareciera el acto de su cabello limpio de la gomina.
Mientras veía a Sebas disfrutar de la vista, de lo que él era en estos momentos, llevó su mano a los pantalones de su compañero, desabrochándolos lo más apresurado que pudo. Ya quería sentirlo adentro, llenándolo como sólo él lo había logrado, con un toque que le permitía olvidarse, por lo que duraba el momento, del mundo y su cotidianidad que lo aburría en demasía. Una que parecía irse con Sebastian, porque todo él era interesante, porque cada una de sus acciones o toques eran fuera de lo común y la rutina, tan bueno para él.
Cuando por fin liberó de la prisión de ropa al miembro de Sebas lo dirigió a su entrada, que ya no tenía más sus dedos. Con un movimiento preciso se empaló en él. Gritó ante la sensación, recibiendo una mordida en el hombre en reacción al disfrute de Sebastian. Ese incentivo los subió a ambos en una neblina de placer, buscando la profundidad de las estocadas desde un inicio. Sebastian se enterraba con tal experiencia que cada entrada de su miembro tocaba su próstata, dándole tanto placer. Llevó sus manos al cuello del hombre, como un medio de balance para no perder el ritmo. Entonces la mano de Sebastian comenzó a bombear su pene, agregándole más satisfacción a todo. Estaba próxima la llegada del orgasmo para ambos.
Lo besó, metiendo la lengua dentro de su boca con la pasión que el propio acto marcaba, recorriendo lo más recóndito de la boca ajena, mordiendo de vez en cuando los labios inferiores. Sus manos se colocaron el cabello, gimió con frustración apenas consiente del hecho, sus dedos no podían acariciar con total libertad los rubios cabellos de Sebastian por el exceso de gel en él. Por eso odiaba que lo utilizara tanto durante todo el día. Batallando y forzando la entrada de sus dedos por la mata de cabellos del contrario, Jim jalaba con rudeza el cabello del otro, provocando en consecuencia que Sebastian aumentara más el ritmo, si es que era posible. Cuando por fin pudo mover con libertad sus dedos en el cabello contrario, signo de que estaba libre de gomina, gimió con deleite pues su orgasmo llegó en ese momento. Por una reacción jaló los rubios mechones de Sebastian provocando así su propio clímax.
Apoyando su cabeza en el hombro contrario, Jim se dejó caer satisfecho. Había sido genial y había considerado algo nuevo: Sebastian sin rastro de gel en su cabello, que se encontraba todo revuelto por la acción de sus manos, después de una follada fantástica se veía mejor de lo que nadie sería capaz de apreciar, porque si lo hicieran tendría que matarlos.