Hace cuatro semanas estaba riendo tontamente mientras él sonreía tranquilo. No podía creerlo, estaba lleno de júbilo, de alegría. Lo abrazó, le temblaban los brazos o él estaba temblado no estaba seguro. Su cabello, sus ojos y esa aura de paz que emanaba, a su lado todo era perfección, todo era hermoso. Involuntariamente y como un susurro había confesado amarlo bajo esa canasta de básquet y después escuchó un “También me gustas, Kagami-kun”. No necesitaban más palabras, fue un accidente, un gran accidente que le quitó el sueño de la emoción.
Hacía tres semanas que salieron del entrenamiento, nadie sabía su secreto y miradas complices se cruzaban mientras jugaban. Un susurró en clase, un roce de manos y una comida compartida. No había fuera de ellos nada extraño pero cuando las miradas se concentraban en otro punto Kagami le besaba la frente solo que esa vez fue diferente, esa vez frente a Maji se puso de puntas y le besó los labios, le miró con sus grandes ojos y se quería morir de felicidad.
Hace dos semanas decidió no soltar su mano cuando entraron a la escuela y aunque el pelirrojo moría de la pena por ser visto por todos Kuroko seguía inexpresivo como siempre aunque feliz. Todos les felicitaron por su romance, era de esperarse en realidad. Le daba gusto que los aceptasen, que no tuvieran que esconderse más para entrelazar sus dedos con fuerza, para darse abrazos aun cuando Hyuuga les reprendía.
Hace una semana cuando había un examen Kuroko le pidió un borrador, Kagami se giró y sintió como apresó su mano susurrándole “te amo”. Tal vez fue rápido, espontaneo y nada romántico pero lo dejó fuera de combate. No dijo nada, solo se sonrojó demasiado y fue enviado a enfermería. Kuroko sonreía, había logrado el efecto deseado.
Hace un día realizaban un viaje en un gran camión con varios compañeros de la WinterCup. Se habían reunido en un estadio y los movían a otro. Estaban emocionados, tonteando en el camino, molestándose entre si, no faltaba quien cantase canciones de carretera.
Hace una hora Kuroko murió… el doctor salió negando con la cabeza y el mundo se desplomó bajo sus pies. Aquella curva mal tomada, aquella calle empedrada y después una caída. Le dolían los huesos, los músculos…el corazón. Hace una hora que Kuroko no respiraba más por culpa de un accidente ¿Qué clase de pesadilla era esa? Se acercaba a su camilla ¡Santo cielo! Debía despertar, quería ver sus ojos brillar. Le dolió tomar su mano y que no la apretase más, que no se levantara y le besara, verle los parpados cerrados y ese rostro que a pesar del impacto estaba ileso, sin marcas, perfecto como siempre y tan hermoso ¿Cómo no amarlo? ¿Por qué se lo habían quitado tan pronto?. Lloró, lloró amargamente entrelazando sus dedos y no sentía la presión que los dedos del peliceleste imponían en él, no se movía más e imploraba que lo hiciera. Todos los “hubiera” se hicieron presentes y se borraban con un “no me dejes solo…”.
Hace una hora Kuroko había muerto y con él todo el tiempo.