¿Por qué el destino se empeña en que te encuentre a cada lugar al que voy?
Ya han pasado meses…meses en que yo, Kazuki, tomé la decisión de dejarte ir con quien ya debes tener planes; sin embargo, regresas campante esperando mis atenciones, que te niego.
Por las calles voy caminando al son del viento frío que hela mi rostro sin permitirle gesticular; mi calor se escapa en cada pequeña exhalación con evaporación que sale del interior; mis manos buscan calor ajeno que mis bolsillos no les logran proporcionar. Así voy camino a mi trabajo, dónde me olvido de todo incluso de que mi vida se acorta a cada segundo.
Cae la noche, noto en mi reloj de pulsera que ya es hora de volver a la realidad, mi cruel realidad donde mi armadura, ya dañada, trata de protegerme mientras mi corazón como herrero trata de arreglarla.
Recojo mi compañera de trabajo; aquella que me entiende cada que toco sus finos cabellos con ayuda de mis dedos. Los sonidos que me regala son mis sentimientos, esos que trato de borrar y a la vez recuperar. La vida de un músico no es para nada sencilla.
Cierro mi cofre, con mi compañera dentro, reposando tan bella como siempre. Sonrío de forma leve porque sé que le extrañaré al cruzar la puerta, que divide dos mundos completamente distintos.
Las luces del pasillo no ayudan en tranquilizar mis miedos, el eco de mis pasos resuenan en mis oídos como tambores. Cuando pienso que llegué ileso a la acera, es justamente cuando apareces tú, Hikaru. Con tu rostro sonriente, tu mano entrelazada con otra, tus ojos centellantes, tus mejillas teñidas con un color rosado y tus labios pronunciando aquellas palabras que tantas veces me dijiste. Que ahora que lo analizo, nunca sabré si fueron verdad o una simple forma de encadenarme a ti, sin saber que en algún futuro me harías daño con tu mirada fría puesta en mí, negando todo lo que alguna vez compartimos. Nuestras miradas se cruzan, borrándose al instante tu sonrisa. Me quedo unos momentos en trance sin poder mover un músculo, esperando algo pero nada…tan sólo un “hola” vacío de tu parte y un silencio de tu ahora pareja.
Inhalo de manera profunda siguiendo mi camino formando puños con mis manos tratando de evitar lo inevitable, sintiendo sus miradas posadas en mí hasta que ni mi sombra llegan a ver. Hasta ese momento puedo respirar de forma tranquila; sin embargo, aun así no me siento en paz, ni feliz, ni nada porque tu aroma llenó mis fosas nasales sin intención de irse o desaparecer, porque lamentablemente los recuerdos en los que estás, llenan mi mente, cegándome con las traicioneras lágrimas que caen y siguen cayendo sin consideración.
Mis pies, sin pedirme autorización alguna, me llevan hasta aquel parque en que por primera vez te conocí. Sentándome en la misma banca donde un verano nos vimos por primera vez, observando el mismo árbol que presenció nuestra unión como pareja que alguna vez fuimos.
Estoy con la soledad como compañera, posando mí mano en donde se supone deberías estar tú. Anhelando en que algún día mi pecho ya no duela al verte con quien ahora compartes tu amor. Con mis manos temblorosas trato de limpiar aquel rastro de dolor y pena, pequeños espasmos se apoderan de mi ser y nuevamente caigo en mi tormento, nuevamente las memorias me halan al vacío que ya muchas veces he visitado.
El tiempo pasa y sigo en aquella humillante posición, sin prestar atención a mí alrededor y sin notar que alguien me observa. Elevo mi rostro y me encuentro con Manabu que sin esperar algo a cambio me tiende la mano con una sonrisa que me tranquiliza. Se pone en cuclillas para posar su mano en mi mejilla y con delicadeza retirar los vestigios de un llorar doloroso.
Por inercia me abrazo fuerte a su cuerpo para seguir con mi vergonzoso estado; sin embargo, a pesar de esperar alguna queja, tan sólo recibo cariño y eso no me ayuda del todo. Porque sé que ése cariño no solo es como amigos sino de amor puro.
Me lleva en su auto, donde siento que estoy en una especie de burbuja que me protege de varias locuras. El silencio, el ruido del motor y nuestras respiraciones nos acompañan a lo largo del camino. La ventana me muestra el mundo real, pero no el mío, lo que veo son tan sólo personas indiferentes a mi dolor, ajenas a lo que me sucede y así será siempre; sin embargo agradezco que al menos una se haya tomado la molestia de fijarse en mí.
Aparca en el estacionamiento de mi edificio. Yo no me muevo, es como si mi alma ya no quisiera estar dentro de mí. Siento la puerta del conductor abrirse y cerrarse, la pequeña brisa me hace parpadear pero no muevo ni un músculo.
No supe cómo me logró bajar de aquel auto, solo sé que me está llevando a mi departamento. Estoy sumido en mis pensamientos. El tiempo pasa y a cada segundo muero; mi vida se escapa en cada exhalación; es horrible el ver que tu vida ya no tiene sentido si la persona que antes hacía que tu corazón latiera con fuerza ya no sea posible, cada latido es un latido más pero a la vez uno menos.
Después de cruzar el umbral de mi puerta sigo siendo una marioneta, una pieza más del destino en su maldito juego llamado vida.
Escucho una voz, tan conocida, que me llama con ternura que me es imposible el ignorarla. Al ver que viene de esa persona que ha estado tratando de evitar el que yo siga cayendo y encima el que cometa la mayor estupidez, el quitarme la vida; me siento una basura al volverle a prometer el que no se repetirá.
Sentado en el sillón, viendo caer la nieve con parsimonia sobre la ciudad, pienso en que ya fue suficiente como para no levantarme y seguir manchándome en el mismo lodo. Sé que tengo en quién apoyarme pero tengo miedo de lastimarle por alguna estupidez que cometa. Aunque es aún más estúpido el jamás intentar levantarme.
Mi cuerpo se va irguiendo ante la atenta mirada de Manabu que yace enfrente de mí. Mi cabeza se gira hasta toparme con aquellos ojos que jamás me tomé la molestia de observar lo hermosos que son.
Sonrío para levantarme y con lentitud acércame a quien jamás noté, le rodeé con mis brazos y quedó inmóvil supongo que se debió sorprender.
En este momento me doy cuenta de que siento un calor que ya había olvidado, un aroma distinto al tuyo pero perfecto y dulce, un cuerpo hermoso a mis ojos; que se estremece cuando mis labios rozan los suyos evitando que dijera algo. Me siento feliz de que me corresponda el gesto. Fui idiota al no ver el tesoro que estaba frente a mí desde tu partida.
Al deshacer el beso observo como aquellos ojos se abren por completo al escuchar una petición, una oportunidad y tras escuchar una afirmación de su parte siento que por fin soy libre, por fin tomé una buena decisión y por fin lograré olvidarte, como siempre debió ser, Hikaru.