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Viajando por Wolfin

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El poco espacio que quedaba en la tienda de campaña era sofocante, y para colmo era incapaz de quitarse los rizos castaños de encima de la nariz. Los ojos azules, incapaces de dormir, permanecían abiertos en la oscuridad mientras ella pensaba que hubiese valido la pena pagar 20€ más por una tienda más grande.


Por supuesto, si las manos de Daphne permanecieran quietitas en su cintura en vez de trepar por su cintura, su espalda, su cuello, dormir sería una tarea mucho más simple.


Cuando su Daphne le dijo de hacer un viaje en verano, a principios de febrero, Catherine había sonreído de medio lado. Ahora lo recordaba, y pensaba que no debía haberle hecho caso nunca.


 


-De verdad, Cat, sería divertido.-insistía una rubia menuda. El pelo, muy fino, caía limpiamente hasta la mitad de la espalda, y detrás de unas gafas de montura roja, unos ojos saltones brillaban de emoción. El gris del iris había sido absorbido por la pupila negra porque Daphne estaba de cara al sol que entraba por la ventana de su habitación.


Catherine, que estaba sentada en la silla de su dormitorio, concentró su vista en la ventana de Skype por la que estaba llamando a su mejor amiga de los últimos siete años. A veces se maravillaba de que dos chicas tan distintas pudiesen ser tan buenas amigas. Dejando aparte las cuestiones del aspecto -Daph era liviana como un hada, terriblemente femenina pese a su manía de vestir como un chico, mientras que ella era alta, ancha de hombros y tenía un exquisito gusto por la moda- eran el día y la noche.


Daphne era sencilla, con una personalidad más de niña que otra cosa a pesar de que tenía veintiún años, y lo que más felicidad le daba era empaparse de barro mientras fabricaba cualquier cosa que se le pasara por la cabeza.


Ella era una auténtica sibarita, se consideraba muy madura para sus dieciocho y estaba decidida a estudiar diseño de moda cuando acabase el maldito bachillerato que tanto la estaba asfixiando.


Se apartó un rizo de la cara con aire distraído, pensando que iba siendo hora de hacer algo con esas puntas.


-Pero, ¿a dónde? ¿A la playa? ¿A alguna ciudad?


Daphne sonrió con aire misterioso. Sabía que había conseguido picar la curiosidad de Cat y con eso tenía la mitad del trabajo hecho.


-Confía en mí, será una auténtica sorpresa.


Se acomodó sobre la silla, mirando a la puerta de reojo. Su madre estaba en su estudio, escribiendo algún artículo para vendérselo a algún periódico regional, y su padre estaba trabajando, como siempre.


Siendo sincera consigo misma, odiaba que nunca estuviese en casa.


 


Cuando tenía diez años, se mudaron de la pequeña ciudad en la que vivían a una mucho más grande. Cuando se enteró de que iba a tener que dejar su vida, su colegio y sus amigos y empezar el instituto en otra ciudad sólo por el trabajo de su padre, pensó que el mundo terminaba. Llegó allí sin amigos y sin ninguna gana de hacerlos. Ella sólo quería volver a su clase y seguir viendo a sus amigas de toda la vida.


Lo único bueno era la casa en la que vivían. Era uno de esos chalets de varios pisos, con un jardín no muy grande pero aprovechable. Las primeras semanas a Cat le encantaba bajar al jardín y mantenerlo limpio, sin una sola mala hierba, y luego tumbarse a mirar las nubes.


Pasaba tanto tiempo allí que por su cumpleaños le permitieron adoptar un cachorro -aunque lo que sus padres querían era comprarlo, pero Cat fue categórica en eso: quería ayudar a un animal.- y entonces empezó a pasar las horas en el patio con Simon -un chucho que era un cruce entre un pastor alemán y un samoyedo, que parecía un auténtico lobo blanco-.


Simon tuvo gran parte del mérito de que las chicas se conocieron. Era un perro bastante grande, fuerte y atlético, y necesitaba largos paseos para quemar toda la energía que tenía.


En uno de esos paseos, Cat cometió la imprudencia de ir jugueteando con una pelota. Tenía la manía de atarse a la cintura la correa de Simón, así que cuando la pelota se le escapó y se dirigió al jardín de otros vecinos, el perro salió como un loco atrás ella, arrastrándola detrás.


Consiguió a duras penas no caerse, pero no podía recuperar el control del perro. Además, la puerta de la valla de una de las casas estaba abierta, con lo que pelota, perro y chica se precipitaron dentro.


Simon se paró de golpe, provocando que ella perdiese el equilibrio y saliese propulsada hacia adelante. Cubierta de barro, alzó ligeramente la vista, encontrándose con unas botas de trabajo, Una mano pálida y pequeña rodeó su antebrazo y tiró de ella para arriba, ayudándola a quedar de rodillas. Y esa fue la primera imagen que Cat tuvo de Daphne: una adolescente rubia y baja, con los ojos grises, vestida con una camiseta blanca llena de restos de pintura, que se le extendía por el pelo, unos vaqueros negros cubiertos de tierra y una sonrisa radiante en el rostro, que seguía extendiéndole la mano.


Cat pensó que fue ahí cuando se enamoró de ella.


-¿Estás bien?-preguntó la chica, cogiendo su mano y ayudándola a levantarse. Con la otra, le dio la pelota a Simón.


Catherine asintió con la cabeza. El desparpajo de la rubia la tenía desconcertada. Aunque ahora estuviera de barro hasta las orejas, ella siempre tenía cuidado de que su aspecto fuese tan radiante como la sonrisa de Daphne.


La chica le volvió a sonreír, y con una familiaridad increíble para alguien que sólo le sacaba un par de años le revolvió un poco la corta melena rizada.


-Bueno, creo que llevar la correa del perro del cinturón no es muy buena idea.-comentó con aire desinteresado, apartando la vista de ella y volviendo a centrarse en una pintura a medias que descansaba sobre un caballete.


Catherine abrió la boca para responderle, pero volvió a cerrarla. En realidad, la forma que tuvo Daphne de tratarla -como a una niña pequeña- la había molestado. E incluso más que eso: se hallaba enfadada. Muy digna, dio un tirón de la correa de Simón y se dirigió a su casa, sin dedicarle a la rubia otra mirada. Ésta, sin embargo, la miró irse de reojo con el ceño fruncido. ¿Por qué se iba? Entristecida, siguió pintando. “Parecía una chica agradable”, pensó, lamentando que Cat no se hubiese quedado un rato a hacerle compañía.


Cat tardaría un par de años en enterarse que en realidad Daphne vivía con sus tíos porque sus padres no eran “aptos” para cuidar de ella -sobre todo cuando ”no aptos” significaba que eran un par de alcohólicos que empezaron a ser conocidos en urgencias por llevar a la misma niñita rubia llorando al tener un hematoma en la espalda, o uno de los bracitos roto- y que ellos tampoco pasaban mucho tiempo en casa.


A partir de ese momento, como por azar, empezaron a cruzarse más a menudo: una siempre manchada de alguna sustancia propia de un taller de arte y la otra acompañada de ese perrazo blanco que disuadía a más de uno de intentar atracarla. El resultado de los encuentros era siempre el mismo: la rubia le dedicaba una sonrisa amigable mientras la castaña miraba enfurruñada al suelo y la ignoraba.


Su relación se forjó el día que, casi de noche, y ese día sin Simón, Cat volvía a casa tras haber hecho un trabajo en casa de una compañera de clase. Ella casi nunca cogía las llaves porque su madre casi no salía, y ese día en concreto su madre no le había avisado de que fuese a hacerlo. Sin embargo, cuando llegó a la puerta, con el sol casi oculto, se encontró con su casa vacía y sin posibilidades de entrar. Su padre estaba de viaje de negocios hasta el día siguiente.


Catherine sabía que sus padres la querían -era su única hija al fin y al cabo- pero siempre había pensado que ellos no la tenían mucho en cuenta. Así que cuando llegó y se dio cuenta de eso pensó que simplemente, su madre la había olvidado de ella -más tarde se enteraría de que su madre había tenido un pequeño accidente doméstico y se había torcido la muñeca, tras lo cual había ido a urgencias corriendo.- e hizo algo poco maduro pero muy razonable: se echó a llorar.


El ruido de sus sollozos alertó a Simon, que comenzó a ladrar alarmado. Pese al escándalo que estaban montando entre los dos, nadie se asomó a mirar que pasaba.


Una mano se posó sobre el hombro de Cat, que chilló sobresaltada. Al girarse vio a Daphne con las manos a ambos lados del rostro, en son de paz, mientras la miraba preocupada.


Podía haber hecho muchas cosas, desde darle un tortazo hasta mandarla a paseo. Por el contrario lloró con más ganas, acentuada por el susto.


La rubia la miró unos instantes dubitativa, para finalmente rodear sus hombros son los brazos menudos, estrechándola un poco contra sí al ver que no era rechazada.


Invitó a la chica a su casa después de dejarle su móvil para llamar a su madre. Así Cat se enteró de lo que había pasado, y después de explicarle dónde estaría esperándola, se dejó conducir a la casa de la rubia.


Daphne le preparó un sandwich y le dio una taza de chocolate caliente. Le preguntó por el instituto y Catherine se descubrió contándole a la chica cómo echaba de menos a sus amigas del instituto y lo sola que se sentía en la gran ciudad.


Cuando se despidieron lo hicieron con un beso en la mejilla como amigas de toda la vida, y es que los niños -porque Daphne tenía algo de niña, y puede que siempre lo tuviese- necesitan poco para hacer grandes amigos.


Al día siguiente cuando se cruzaron por la calle Daphne acompañó a Cat en su paseo con Simon. Y así durante la mayor parte de los días de los últimos siete años.


 


-Tierra llamando a Cat… Responde Cat, responde.-escuchó decir a la rubia en un tono bastante alto. Cat dio un respingo. Se había quedado inmersa en sus recuerdos.


-Sí, perdona.-respondió, algo culpable.-¿Me repites lo último que has dicho?


Daphne puso los ojos en blanco.


-Que como vamos a estar en Julio dos semanas en la casa del pueblo de Jon, me gustaría que el viaje de Agosto lo hiciésemos solas.-guardó silencio después de decir eso. Para ella, decir eso era la parte difícil del asunto.


-¿Que viajemos tres semanas sólo nosotras?


La rubia esbozó una sonrisa.


-Sí, bueno. Tres semanas con mi mejor amiga. A mí no me suena tan mal, ¿no  crees?


Se hizo otro silencio. “Va a decir que no” pensó Daphne apenada.


Sin embargo una sonrisa se fue extendiendo por el rostro ojeroso de su amiga -2º de Bachillerato es un curso muy sufrido-.


-Tienes razón. Suena bien.-respondió mientras su corazón danzaba en su pecho.


El corazón le danzaba en el pecho. La explicación era simple: sabía que estaba colada por su amiga desde que tenía quince años. En ese tiempo había tenido algunos rollos con chicos -el que más duró fueron dos semanas- pero la imagen de la rubia siempre se filtraba entre sus pensamientos, y acababa rompiendo con ellos.


Por su parte, Daphne había tenido relaciones más largas -la que menos fueron cuatro meses- y les sorprendió a todos (aunque no mucho) cuando la última persona con la que apareció fue una chica morena con pintas de rockera que Cat ni siquiera podía odiar, porque en realidad era fantástica. Eso había sido en noviembre, y todavía se moría de celos al verlas juntas.


En realidad, nada había cambiado en su grupo de amigos. Nadie trataba diferente a Daphne y su novia, Rachel, era bienvenida a estar con ellos. Pero para Catherine las cosas sí que habían cambiado. Raramente podían pasar un rato juntas, pese a ser vecinas, y ella se volvía loca pensando en lo que podía haber pasado si hubiese sido un poco más valiente.


Acordarse le hizo fruncir el ceño.


-Pero, ¿y Rachel?-preguntó, aludiendo a la novia de su amiga.


La boca de Daphne se fundió en una fina línea, y Catherine deseó no haber preguntado.


-Ella… Bueno, tiene otros planes este verano.


De improviso Cat tuvo ganas de decirle que no. Que buscase a otra para ese viaje en medio del verano. Queriendo o no, su amiga acababa de conseguir que se sintiese como un segundo plato.


Pero al final se calló. Las posibilidades de pasar esos días con Daphne eran infinitas, y sería una tonta desaprovechándolas.


 


-Daph, para.-murmuró irritada. Las manos de su amiga se pararon de nuevo en su cintura. Luego la sintió incorporarse sobre su hombro y acercarse a su oído. Parecía que ese día no la iba a dejar dormir.


-¿Por qué?-escuchó el susurro burlón en su oído.-¿Tanto te molesta?


Cat gruñó e intentó girarse. Se le había puesto la piel de gallina al notar los labios de Daphne rozando su oreja y necesitaba poner un poco de orden para recuperar el autocontrol.


O ese era su plan, porque mientras se retorcía hacia ella Daphne se había adelantado, apoyando las manos en sus hombros y la había besado. Un beso liviano, apoyando sus labios por un momento contra los de ella y apartándose antes de que le diese tiempo a procesar lo que había pasado. Sin embargo ella sintió cómo le ardían los labios y como el corazón le bombeaba en el pecho, como si fuese a escaparse de su cuerpo.


-¿Q-Qué haces?-titubeó con los ojos como platos. Se echó un poco para atrás, intentando tener un poco de aire para normalizar su respiración agitada.


Daphne esbozó una extraña sonrisa. La mirada a los ojos con una expresión desconocida para Catherine, que estaba logrando que se pusiese realmente nerviosa.


-Oh, vamos Cat.-dijo con una entonación socarrona.- No te pondrás así por sólo un besito, ¿verdad?


Cat sintió la frustración recorrerla. Sin darse cuenta, se irguió un poco y apretó los labios y los músculos de los hombros, mientras Daphne la observaba con ojo crítico.


-No, pero no veo por qué narices tienes que besarme.-dicho ésto y temiendo hiperventilar, salió de la tienda de campaña, abriendo a tirones la cremallera.


Estaban de mochileras por los senderos del país. Cuando Cat supo que iba a pasar tres semanas recorriendo el campo, por poco le dio algo. Sin embargo, pasada la conmoción inicial, tenía que admitir que estaba siendo muy agradable: viajar a su ritmo, ver paisajes y sitios preciosos, y recuperar la intimidad que tenían antes. Ese día habían acampado delante de un río que serpenteaba  frente a ella. Se dirigió a la orilla y se sentó, sin que le importase mucho manchar de barro sus pantalones.


Escuchó como Daphne salía de la tienda y se sentaba a su lado. No se miraron.


-Cat, te he visto dar besos a Jon o a Tyler muchas veces.-expuso con paciencia Daphne.


-No es lo mismo.-repuso la castaña.-Tú eres… tú. Eres mi amiga.


-¿Ese es el problema?-preguntó la rubia. Cat la miró sorprendida; su amiga sonaba resentida.-Desde que empecé a salir con Rachel, empezamos a hablar cada vez menos. He salido con chicos y nunca te has puesto así. Creo que no te agrada que sea bisexual.


Catherine la miró estupefacta. ¿Cómo podía pensar eso Daphne de ella?


-No tiene nada que ver con eso.-escupió con desdén.


-¿Es por Rachel entonces? ¿No te gusta?


“No, me gustas tú, idiota”, pensó para sí. Sin embargo dijo:


-No. Pero me podías haber dicho antes que te gustaban las chicas. Yo nunca te he ocultado nada.


Daphne bufó por lo bajo. Cogió una piedra cercana y la tiró al agua. Cat se sobresaltó por el ruido.


-Claro, como si hubiese disfrutado ocultándotelo. No ha sido fácil para mí tampoco, ¿sabes? Me daba pánico que no te lo tomases bien. ¿Estás enfadada porque no te lo hubiese dicho?


-No.


Volvieron a quedarse en silencio, una acurrucada con los puños apretados y la otra mordiéndose el labio.


-Además, pasas tanto tiempo con Rachel que si no quedamos no es sólo culpa mía.-dijo Cat al fin, enrollando la frase de forma que quedó poco entendible.


Daphne permaneció callada unos segundos mientras terminaba de descifrar lo que su amiga decía.


-Sabes que si quieres verme sólo tienes que decírmelo.-repuso.


-Sí, para escuchar cómo estás con tu perfecta novia.-murmuró Cat para sí, muy rápido y muy bajo. Sin embargo, Daphne estaba muy atenta y no había ningún otro ruido a su alrededor, exceptuando el del río al correr. Permaneció unos instantes callada, antes de acercarse a Cat con decisión -que ya se había dado cuenta de cómo había metido la pata- y sujetar su barbilla con una mano.


-Catherine. -musitó. Una sonrisa amenazaba son rizarle los labios mientras Cat se estremedía, como siempre que la rubia decía su nombre completo.- Estás celosa.


-¡Claro que no!-estalló Cat. Se sonrojó a más no poder, e intentó apartarse de la rubia mientras ésta la aferraba por la cintura por el otro brazo para contenerla. La consecuencia fue que cayeron ambas a la hierba, Catherine debajo de Daphne, que se acomodó a horcajadas encima suya. Ahora sonreía abiertamente.


-Claro que sí.-ronroneó ella. Un dedo empezó a recorrerle suavemente los rasgos de la cara.-Pero, ¿porqué?


-No sé de qué me estás hablando.-murmuró la otra. Intentó empujar a la rubia suavemente, pero está aferró su muñeca, inclinándose sobre ella para apoyarla en el suelo.


-Sí lo haces.-susurró con voz cómplice, a escasos centímetros de su rostro.- Y tengo una teoría de por qué, ¿quieres que te la cuente?


Cat tuvo tiempo de verse reflejada en los ojos claros de su amiga. Notó todo lo que había a su alrededor, desde el tacto de la hierba en los brazos y las piernas hasta el suave sonido del río al discurrir. Sintió perfectamente cómo las piernas de Daphne se encajaban en sus caderas, cómo casi se tocaban sus tripas y el tacto suave y rugoso de sus dedos, con algunos callos de trabajar con piedra, con barro, con pintura, alrededor de su muñeca. Notó el aliento cálido, que olía a cerezas porque Daphne era fanática de los chicles y había estado mascando uno después de cenar -y cuando había acabado, lo había guardado pulcramente en un papelito, metiéndolo después en su mochila- chocar contra su rostro, y el tacto de su nariz porque, oh dios mío, la rubia estaba tan cerca que ahora sus narices se rozaban.


-¿Quieres?-la escuchó susurrar, casi sobre sus labios.


Y cuando fue a asentir con la cabeza, con la boca seca y el cuerpo temblando de pequeños escalofríos, sus labios se rozaron suavemente y todo se desbordó.


Daphne la besó con calma, como si estuviese empezando a pintar un cuadro. Primero rozó tiernamente su boca, apretándose un poco mientras tanteaba el terreno. Cuando vió que Cat suspiraba en vez de salir corriendo, empezó a deslizar los labios contra los suyos, acariciándolos con la boca y apretándolos un poco.


Pero Catherine estaba impaciente. Temblaba mientras rodeaba la nuca de la otra con los brazos, mientras se apretaba contra ella respirando hondo mientras cerraba los ojos. Llevaba tanto tiempo soñando con ese momento que se atrevió a moverse con más ansia, enredando los dedos en la melena rubia, mordiendo el labio inferior de Daphne con un jadeo.


La rubia lamió sus labios, apretándose contra la castaña, con un suspiro de satisfacción. Mordisqueó los labios de Cat hasta que los abrió ligeramente, aprovechando para colar su lengua en la boca de la menor, cerrando los ojos al sentir el tacto húmedo y rugoso de su lengua contra la suya. Empezó a pelear con su lengua con una sonrisa, mientras la abrazaba con fuerza.


Sabía que en realidad debería parar. Limitarse a darle otro casto beso en los labios e insistir en que durmieran, que mañana sería mejor momento para hablar las cosas. Sin embargo, aus manos, como si tuviesen vida propia, se colaban debajo de la ropa de Cat acariciando su espalda.


-No sabes el tiempo que llevo queriendo hacer ésto.-jadeó la rubia dentro del beso.


Y Cat suspiró con algo de añoranza porque la lengua de Daphne ya no estaba enredándose en la suya, sino que su boca estaba cubriendo de besos su cuello.


-Rachel.-se las apañó para articular, arqueando un poco la espalda.


-Cortamos.-murmuró la otra en su oído.-No conseguía sacarte de mi cabeza.


Dicho ésto, volvió a besar a la castaña con intensidad mientras sus manos seguían su propio camino hasta su abdomen, acariciándolo con deleite. Cat, no queriéndose quedar atrás, empezó a acariciar su espalda por debajo de la ropa. Sus manos llegaron al cierre del sujetador que llevaba la rubia, y ahí se quedaron.


Ahí fue cuando Daphne se dio cuenta de que la otra estaba temblando. Sacó las manos de la camiseta de Catherine. Respiró hondo. Y le dio un suave beso en los labios mientras la abrazaba.


-¿Qué te parece si dormimos un poco?


Su ¿amiga? ¿novia? la miró interrogante, pero Daphne notó que estaba aliviada. Entrelazaron sus dedos y se levantaron, apoyándose la una en la otra. Se metieron dentro de la tienda de campaña de nuevo, y Daphne volvió a rodearla dulcemente por la cintura. Se incorporó para besar su mejilla. Sus labios. Y volvió a dejarse caer sobre la esterilla, bostezando y cerrando los ojos.


Allí estaban. Casi exactamente como antes de todo lo que había ocurrido. Pero algo muy importante había cambiado. Catherine sonrió mientras sus manos se posaban sobre la mano de Daphne que la rodeaba -la otra mano de Daphne estaba improvisando una almohada- y se aferraban a ella. Algo muy importante había cambiado -como que su mejor amiga ya no era sólo su doloroso amor platónico, como que los chicles de cereza se habían vuelto sus favoritos o como que de repente, la tienda de campaña tenía un tamaño perfecto-.


 


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