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El rencor contra el amor por Alexis Shindou von Bielefeld

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Notas del capitulo:

Muchas gracias por sus comentarios.

El capitulo esta intenso, bueno, a mi parecer si. La segunda parte estará próximamente.

¡así que aquí vamos!

—¿Se siente mejor, Ariel?—preguntó Yuuri con voz calmada mientras posaba su mano sobre el hombro de éste. Se sintió conmovido al saber que habían personas que sin conocerle ni juzgarle se preocupaban por su destino, como él mismo lo hizo por Conrad cuando viajó al pasado gracias a ese “Tazón de ramen” y lo vio partir a la batalla de Ruttenberg. 

El pelirrosa asintió quedamente y musitó:

— Si… lo lamento…— sorbió por la nariz, algo naturalmente adorable. Pero de la nada cambio su actitud y pasó a ser un chico enérgico y gritón—¡No se preocupe su majestad Yuuri! ¡Saldremos de esta! Como usted mismo lo dijo: la historia no se repetirá de la misma manera. ¡O me dejaré de llamar Ariel Shane!

Un aura de energía rodeó el cuerpo de Ariel mientras levantaba el puño y reía como maniático. Los demás se quedaron con cara de no entender su cambio de ánimo. Dimitri se mantuvo neutral, estaba acostumbrado a los cambios bipolares de la “bola rosa”

—¡Bien! ¡Esa es la actitud!

Yuuri soltó una risa acompañado de Ariel y a ellos se le unieron los demás. Félix carraspeó por puro reflejo al recordar la presión de la misión que tenían en sus manos.

Debe regresar al castillo imperial, amo. Desde ahí podrá planear su estrategia, recuerde que usted solo no podrá luchar contra las miles de criaturas que acompañaran a Hirish en la batalla— advirtió Atziri. A esa advertencia, le siguió la afirmación de Aimeth y Ghob.

Yuuri bajó la cabeza por unos instantes. Nuevos temores llenaron su mente en esos momentos. Sabía que podía contar con lord Luttenberger y Lady Aigner, pero solo ellos no sería suficientes, ¿Y si los demás se negaban a ayudarle? ¿Qué haría? Solo le quedaba usar de toda su persuasión para convencerlos, no podía aceptar un “no” por respuesta porque el destino del mundo no solo dependía de sus manos sino de la unión de sus fuerzas.

—Mi hermano no es tan cabeza dura como cree majestad—intervino Waltorana al intuir que era lo que aquejaba al rey — Yo sé que por el bien de su país de crianza, Willbert es capaz de sacrificar su propia vida. Algo que ha heredado mi sobrino de él, es su determinación.—agregó mientras se cruzaba de brazos.

Y en el momento en que recordó a Wolf, Yuuri sintió como si un peso aun más enorme que el cargar con el futuro del mundo entero se posara en su espalda. ¡Mierda! ¡¿Cómo le explicaría a su sobreprotector prometido que sería el “héroe” de la profecía?! : “Si, mi amor verás, mi vida pende de un hilo y mi futuro es incierto. Lucharé contra el mismísimo Lucifer** y no sé si saldré vivo de esta. Pero lo hago por ti, porque te amo y quiero protegerte, también por los demás aunque me menosprecien, haber si con esto les cierro la boca de una vez. ¡Cruza los dedos para que regrese a ti! ¡Yei!” y de nuevo ¡Mierda!

Gwendal se golpeó la frente con la palma de su mano y Conrad suspiró hondo. Su hermano menor iba a estallar como el fuego ardiente que controla al enterarse de la situación tan riesgosa para su prometido. Yuuri se había quedado hecho piedra. Waltorana se sintió culpable al hacer sentir mal a su majestad, pero era algo que no podían obviar. Gunter seguía moqueando, totalmente entristecido. 

—Debemos partir ya si no queremos que nos agarré la noche— advirtió Dimitri, ajeno a las preocupaciones de los demás pero si al tanto de los peligros que corrían en los caminos oscuros de regreso. Ariel asintió a las palabras de su esposo.

Yuuri exhaló un profundo suspiro como si al regresar al Castillo Imperial le esperara una bomba de tiempo a punto de estallar.

—Sí, tiene razón— asintió, miró su mano que tenía el anillo del dios Félix y alzó su mirada hacia él—¡Ah! Por cierto, tenga— le dijo y le extendió el brazo para entregarle el anillo, pero Aimeth se interpuso en ese momento.

¡No se preocupe, amo! ¡Es un obsequio de su parte!— giró su rostro hacia el dios del fuego y le dijo: — ¿Cierto, mi cuchurrumí?

Félix puso sus ojos en blanco, ¡Cómo odiaba cuando esa diosa, odiosa, comenzaba a tratarlo con “nombrecitos” ¿cuchurrumí? ¡¿De dónde saco eso?!!

—No, no creo que sea correcto— dijo Yuuri, un tanto apenado.

Consérvelo— dijo terminantemente el dios del fuego. Atziri y Aimeth sonrieron—Tómelo como una compensación por lo que hará por este mundo, aunque ciertamente, esto es muy poco— suavizó su voz. En verdad era lo menos que podía hacer por ese chiquillo.

Y como usted mismo lo aseguró, esta vez todo saldrá bien—Aimeth volvió a hablar de manera entusiasta— Y tengo la certeza de que este anillo quedará de maravilla en el dedo de cierta persona amada.

Las mejillas de Yuuri adquirieron un tono rosa entendiendo perfectamente a quien se refería la diosa. En él no luciría una joya tan exótica como la que tenía en sus manos porque era alguien simple y se podría decir que hasta  ordinario, pero a Wolf, con su porte elegante y gustos sofisticados, le iría de maravilla. Un diamante negro, para alguien cuyo color favorito es el negro y su joya favorita es el diamante. Nada mal para un anillo de compromiso. Le habían dicho hace tiempo que ostentaba con una gran riqueza por el simple hecho de ser el Maou, pero rara vez hacia uso de esos recursos, simplemente no se sentía a gusto haciéndolo. El comprarle un anillo de compromiso a Wolf si estaba en sus prioridades, de hecho, antes de que sucediera todo esto tenía planeado hacerlo, pero ahora que tenía este en sus manos, la idea le pareció buena. Un anillo que realmente se ganó con esfuerzo. Batallando contra un dios y poniendo su vida en riesgo. Más que su valor en dinero valía por su valor emocional.

Era el anillo de compromiso perfecto para su Wolf.

—¿Esta seguro?—preguntó una vez más, Félix asintió.

—Y cuando ponga el anillo en el dedo de su amado, le dará el beso que me debe— lloriqueó la diosa del Aire— ¡Yo quiero estar presente!

—¡¡EHHHHHHHHHH!!— Yuuri pegó el grito al cielo.

—Ya, ya, tu no dejas tus manía ¿cierto Aimeth?— fue el turno de Ghob para hablar, él era el más sabio entre los dioses además del más sereno. Aimeth era la bromista y escandalosa, su mejor amigo era sin duda el rudo y valiente Félix, aunque de vez en cuando le sacara de quicio. Y Atziri era la tranquila pero al mismo tiempo tenia dotes de líder.

—Lo siento, viejito— contestó ella risueña. Félix se cruzó de brazos y miró al otro lado. ¡No la soportaba!

—¡Cielos! ¡Qué imagen le estamos dando al elegido y se supone que el destino del mundo depende de nosotros! —comentó Ghob cansadamente. 

Atziri carraspeó, llamando la atención de los otros tres.

Debemos retirarnos — anunció, y luego se dirigió a Yuuri—. Nos veremos pronto, y no pierda la fe en que logrará que las personas lo apoyen, si ellos tienen dudas de que usted es el elegido, llámenos y sus dudas serán aclaradas.

Yuuri asintió.

Entonces la diosa del aire desapareció en un destello color plata, el dios del fuego en un destello rojo, el dios de la tierra en un destello verde y finalmente la diosa de las aguas en un destello azul, ante la mirada de todos. 

Minutos después, Yuuri y compañía partían de regreso al Castillo Imperial. Sabían que una vez ahí, comenzaría la verdadera prueba de fuego. El luchar contra el orgullo y rencor de todo un pueblo por la salvación del mundo entero.

 

El rencor contra el amor: La unión hace la fuerza.

Capitulo 20 I

Tu imagen en mi corazón.

Cecilie abrió sus ojos de un solo golpe cuando se despertó de su largo sueño, poco después comenzó a frotarse la  cara  con  el  dorso  de  la  mano. Incluso  después de dormir un buen rato, sus ojos se sentían arenosos y tensos. Sin duda los días de desvelo le habían cobrado factura.

Un poco desubicada, movió su cabeza en varias direcciones para reconocer el lugar donde se encontraba; lo primero que visualizó, fueron unos arbustos, unas cuantas flores y un par de mariposas que volaban en los alrededores. De inmediato supo que se trataba de un jardín. En seguida recordó todo: Estaba acompañando a Wolfram en su práctica de pintura, luego fue a pedir el té a la gente de servicio, regresó y no encontró a su hijo por ninguna parte, observó a su ex esposo caminando hacia la parte más alejada del castillo, lo siguió sigilosamente y entonces…

Con lentitud fue bajando la mirada hasta encontrarse con una mata de cabello rubio reposando sobre sus piernas. ¡Oh por Shinou! Habría querido que su conciencia le recordara que no es correcto dormirse en medio de un jardín ajeno, con tu ex esposo—que ahora también es ajeno— dormido sobre tus piernas, en un castillo que tampoco es tuyo. Y, a pesar de que casi se le sale el alma del susto, despertar y encontrárselo a su lado, la había hecho momentáneamente feliz.

Willbert continuaba acurrucado sobre su regazo y no parecía tener intensiones de despertar. Se veía lindo. Lo contempló con ternura una vez más y aprovechando que estaba profundamente dormido, se permitió acariciarle delicadamente las facciones de su cara con los dedos de su mano.

Por más que lo negara, seguía amando a ese hombre, incluso después de tantos años. La llama del amor que había encendido el Maou de fuego dentro de su corazón seguía tan viva como desde el principio de su relación. Comprendía que era irracional, enfermizo, inaceptable, seguir enamorada de un hombre que la había ofendido, repudiado y odiado durante tantos años por algo que no cometió, pero, ¿Qué podía hacer? Traten de explicarle eso a su testarudo y solitario corazón que aun aclama por sus besos y por sus caricias como las ardillas en primavera al sol. El tiempo que habían compartido como pareja, el comportamiento tan refinado y caballeroso que usó en su cortejo, sus atenciones, su poesía, sus promesas, sus ilusiones, hasta la manera en que le hacía el amor ¡toda su historia!, pesaba más que un malentendido con consecuencias irreversibles.

Estaba segura, que incluso ahora, si tuviera la mínima oportunidad de aclarar las cosas con él, si la vida le diera una segunda oportunidad, no la desaprovecharía.

Levantó sus ojos al cielo y pudo contemplar que el sol se estaba ocultando entre las nubes, y en ese preciso momento sintió que Willbert se removía. Al saberse pillada, dio fuerte un respingo mordiéndose al mismo tiempo el labio inferior. Con horror, volvió a ver hacia abajo y notó, con alivió, que sus ojos continuaban cerrados. Seguía profundamente dormido.

Bien, suficiente, le dijo su mente. Había sido demasiado abuso de su parte interrumpir así en la siesta del rey y lo menos que deseaba, era tener una discusión con él cuando despertara y la encontrara a su lado. No cuando para ella, ese momento había sido tan especial.

Lentamente fue apartándose de él y con sumo cuidado colocó su cabeza sobre el césped. Ella acomodó sus brazos sobre el suelo y comenzó a gatear sigilosamente para tomar distancia. Giró su cabeza y tuvo unas descabelladas ganas de hacer algo, aprovechando el momento. Era su última oportunidad después de todo, además, entre sus características no estaban precisamente las de una persona que mide consecuencias, ella era alguien apasionada, decidida y atrevida. ¡Pues ni modo!

Volvió por sus pasos hasta aproximarse de nuevo al Maou. Se recogió el cabello con una mano y se lo acomodó sobre el hombro, después lentamente se fue inclinando hasta que sus labios se juntaron con los ajenos.

Fue corto, casi inexistente pero eso bastó para que su corazón le bombeara tan fuerte que temía pudiera despertar al escuchar sus latidos. Volvió a inclinar su cabeza pero esta vez le besó la frente. 

Lentamente se incorporó, silenciosa, con sus zapatos de tacón en manos para hacer el menor ruido posible. Al menos había vuelto a besar esos labios que jamás creyó volver a probar, eso lo había valido.

 

******************************************

—Cheri sama, ¡Qué bueno que la encuentro!—Hilda se le acercó rápidamente al encontrarla en la entrada del castillo, la había estado buscando desde hace mucho.

Cecilie se detuvo y esperó a que la muchacha se aproximara a ella. Aun estaba preocupada por la desaparición de Wolfram y esperaba que ella supiera donde se había metido todo este tiempo.

—Hilda ¿encontraste a mi hijo?

La pelirrosa asintió.

—Me dijo que lo disculpara con usted—explicó—Que lamentaba preocuparla de esa manera pero que había estado todo el tiempo con lady von Moscovitch.

Cheri sama emitió un >>humm<< dando a entender que se sentía más tranquila.

Hilda se había limitado a decirle lo que el príncipe le ordenó que le dijera, pero se encontraba inquieta por la manera en cómo lo encontró al salir de su habitación cuando fue a dejarle el cuadro que había pintado en el jardín: Él llevaba un cuaderno apresado contra su pecho, estaba un poco exaltado, sus ojos se notaban tristes y su voz apesadumbrada. No quiso preguntarle e inmiscuirse en el asunto por respeto a su privacidad.

—Ya veo —la rubia sonrió— Gracias, querida.

Hilda correspondió su sonrisa y comentó de manera ocasional:

—Por un momento pensé que Wolfram sama estaba con su padre. Su majestad Willbert es otro que también ha desparecido. Lady Anette ha estado hecha una furia buscándolo—rió y se colocó las manos a la cintura—Bueno, ¿Cuando no?— agregó con burla.

Ambas rieron por un breve momento y comenzaron a caminar juntas por los pasillos del castillo. Daban pasos lentos y tranquilos pues ambas tenían tiempo libre hasta la hora de la cena.

A Cecilie le pareció que a la muchacha no le agradaba la nueva esposa del rey y no la culpaba. Cuando Willbert se la presentó en la oficina, Anette le pareció una persona que tenía aires de orgullo y prepotencia demasiado notables e insoportables, además de una boca grande y ofensiva. ¿Qué habrá visto Will en ella? Se preguntó en ese momento.

Anette era atractiva, no lo podía negar, pero…, ciertamente, no le parecía la clase de persona con la que él entablaría una relación. A sus ojos no era más que una bruja insoportable, ridícula y engreída.

Sus labios se fruncieron cuando recordó a esa bruja besando y abrazando de manera posesiva al rey. En aquel momento, instintivamente desvió su mirada a otro punto porque sintió su estomago arder, como fuego, su corazón comenzó a latir rápidamente y su mente le ordenaba que se abalanzara contra esa mujer con el fin de separarla de “su hombre”. Sonaba ridículo, pero así fue. Y ahora lo comprendía y lo aceptaba, como toda una sexy queen que era: estaba celosa de Anette. Nunca en su vida había sentido celos con ninguno de su larga lista de novios. Para ella, los celos eran a causa de la inseguridad e inmadurez de la persona sin embargo ahora los experimentaba con Will y eran el mismísimo infierno que arde y te hace perder la razón.

—Ahora que sabemos que su majestad no está con el príncipe, me pregunto dónde estará —Hilda atrajo de nuevo la atención de la ex reina que se había quedado pensativa —¿Usted no lo ha visto en alguna parte?

—No—mintió, deteniéndose al mismo tiempo que la muchacha— No lo he visto.

Su conciencia le reprochaba pero ¡qué va! Will se veía demasiado cómodo descansando en el jardín como para que esa cacatúa llamada Anette lo molestara. ¡No señor! No lo permitiría.

—Tal vez dejó el recado con algún sirviente. Tarde o temprano va a aparecer.—agregó mientras movía su mano de atrás hacia adelante y reía nerviosamente.— No hay porqué preocuparse.

—Ajá—meditó Hilda, que pareció tragarse la mentira— Tiene razón. ¡Oh! ¿Tal vez? — exclamó de repente. Cecilie estrechó sus ojos y ladeó la cabeza — Puede que esté en aquel salón— resolvió como algo obvio— ¡Por supuesto!

—¿Qué salón?— su mirada esmeralda se había vuelto cada vez más interesada.

—¿Eh?...—Hilda pestañeó un par de veces pensando en que quizás había hablado de más.

Tuvo sus dudas acerca de contarle sobre ese lugar a la ex reina. En ese salón no había ningún retrato de lady Anette, ni de Lukas quienes se suponía eran ahora la nueva familia del rey y, por tanto, merecían un lugar en esas paredes, sino que estaba repleto de pinturas y bocetos de lady Cheri, de lord Voltaire, de sir Weller y, por supuesto, del príncipe Wolfram. Como si su majestad Willbert nunca hubiese cortado el lazo que lo unía a ellos. Era como una añoranza muda, como una soledad silenciosa.

—Su majestad suele ir a ese lugar de vez en cuando…—explicó con tranquilidad pensando que no tenía nada de malo contarle acerca de ello, de todas maneras ella era una modelo principal en esas obras.—Es algo así como su refugio, pocos sirvientes tenemos acceso a ese salón-- continuó.

Cecilie apretó los labios, ansiosa por saber más— ¿Qué guardas allí mi querido Will? — le preguntó en su mente, teniendo una vaga idea de lo que podría ser. Y como si Hilda le leyera la mente, le dijo todo cuanto quería escuchar.

—¿Sabe? en ese salón hay muchas pinturas— Agachó la cabeza y comenzó a juguetear con los listones de su delantal— Usted aparece en muchas de ellas, también del príncipe Wolfram, y el señor Voltaire, incluso del muchacho castaño que la acompaña …Sir Weller… —alzó de nuevo la mirada y de manera entusiasta agregó:—Son muchos cuadros y dibujos, muy buenos en verdad…

Cecilie parpadeó para contener las lágrimas. Dejó escapar un suspiro, y aflojó los hombros, liberando parte del cumulo de sentimientos que había estado conteniendo desde que Hilda mencionó: “pinturas con su imagen y  dibujos”.  Entonces…, no les había prendido fuego como había pensado todos estos años sino que los conservaba en un salón que —regularmente visitaba—no podría sentirse más conmovida, y al mismo tiempo tan melancólica.

—Hilda chan, — reunió la voz para hablar con claridad— ¿Podrías llevarme a ese lugar?... —al ver el rostro contrariado de la muchacha, suplicó con la manos— Por favor…

La  muchacha dudó por un momento—¿Pero si el rey está allí…

—No, estoy segura que Will no está en ese salón—la interrumpió, sonrojándose al mismo tiempo—. Su majestad está dormido en el jardín pero…no quería que nadie lo molestara po-por eso no dije nada… ¿Entonces?—

La respuesta que obtuvo, fue una sonrisa.

**********************************

Martin se masajeó con gesto cansado el puente de su nariz, mientras veía desde el sofá a su hermana paseándose cual leona enjaulada frente a él. Esta situación le parecía más que absurda, algo así como una rabieta infantil de parte de ella.

—Si sigues bebiendo de esa manera pronto terminaras inconsciente—le advirtió, Anette le daba sorbos considerables a su copa de licor como si de agua se tratara. Al saberse ignorado, se levantó y se acercó a ella con la intención de quitarle la botella pero un forzamiento evitó que lograra su cometido— ¡Hermana! Compórtate como lo que eres…

—¡¿Y que se supone que soy?!— un tono torpe y vacilante salió de su boca— ¡¿Qué, Martin?!...—rió sin felicidad y luego habló con ironía— ¡Ah! El haberme acostado con el rey me hace una reina, es eso lo que soy para ti, para los del consejo ¡y para el resto del mundo! ¡Una puta que se metió en la cama del rey y que por consecuencia se caso con él!

—Anette, ¿Qué te pasa?... ¿Porque hablas así?— le tomó el rostro y de manera cariñosa le pasó el pulgar por su mejilla, ella bajó la mirada. La conocía lo suficientemente bien como para saber que había algo más detrás de su depresión y le preguntó:— ¿Qué te atormenta?

—Ella—contestó con voz ronca, su hermano frunció el ceño sin comprender.

—¿Ella? ¿Quién?

—Cecilie, por supuesto— sus ojos brillantes se movieron inquietos de un lado a otro— Y su engendro…— agregó con desprecio al tiempo que alejaba a su hermano extendiendo su brazo y empujándolo para seguir con su tarea de caminar de un lado a otro por la sala.

—¿El engendro de Lady Cecilie?...—repitió desconcertado y luego se sobresaltó por la osadía de su hermana al tratarlo de esa manera— ¡El príncipe Wolfram!

—Obviamente estoy hablando de él. Te pones cada día más idiota, Martin— respondió goteando sarcasmo, ignorando totalmente la mueca helada que su hermano había formado.

—No comprendo, ¿Qué amenaza podrían significar ellos en tu vida?

—¡Ellos podrían volver a estar juntos!

Martin se sintió inquieto, más por la conducta paranoica de su hermana que por la situación que la atormentaba. 

—En tanto Cecilie esté aquí, ella podría volver a enamorar a Willbert, y quitarme todo lo que es mío ¡Todo por culpa de ese engendro!— lanzó con fuerza la copa hacia la pared y después se agarró el pelo con frustración, agachándose hasta quedar en cuclillas— ¿Porque tuvo que haber un producto de esa unión? — renegó— Willbert debió haberse olvidado de esa familia y jamás volver a tener contacto con ellos. Pero ahí lo tienen, loco de amor por esa copia barata de su ex mujer…—se incorporó y comenzó a reír con locura— Si Cecilie es tan adultera como dicen, probablemente ese hijo ni siquiera es de él…, alguien debería hacer entrar en razón a “su majestad cornudo”…

Martin movió la cabeza de un lado a otro en señal de desaprobación. Era inquietante ver a tu propia hermana sumergida en un matrimonio que lejos de hacerla la mujer más feliz del mundo, la había convertido en una persona obsesiva compulsiva y paranoica. 

—¡Por los dioses! hermana ¡mírate!— le puso la mano en el hombro, para tranquilizarla— Sinceramente pienso que tú y Willbert deberían darse un tiempo…— ella lo fulminó con mirada, sin embargo, continuó— Si, ya sabes, quizás el distanciamiento haga que él te extrañe, añore tu compañía…, y se…

—¿Enamore de mí?— completó mientras alzaba una ceja—Dilo…,ya no me afecta.

Martin lanzó un suspiro y reanudó su propuesta:— Eres consciente de que él no te ama. Si tu matrimonio te hace infeliz, lo mejor será que se separen. ¡¿Y ahora adónde vas?!— gritó al ver que la reina salía de la sala—.¡Anette, regresa! ¡Soy tu hermano mayor!

—¡Seguiré buscando a mi marido!— gritó desde el pasillo.

Martin se dio una palmada en la frente evidentemente asqueado por la terquedad de su hermana. De verdad que intentó aconsejarla como siempre pero la muy necia hacía oídos sordos.

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Subían rápidamente las escaleras hasta llegar al segundo piso, después cruzaron hacia la izquierda del pasillo. Se detuvieron en la primera sala,  y cruzaron a través de una puerta doble de color blanca con cerradora dorada hasta el amplio y ostentoso salón que ofrecía una vista al jardín trasero a través de cinco ventanales.

Enternecida, Cecilie llevó ambas manos a su boca mientras miraba los cuadros que decoraban las paredes. Si eran, eran los cuadros de su historia, inclusive, habían más de los que recordaba. En seguida volvieron a su mente las palabras de la última carta que recibió de su parte “Siempre te llevo en mi mente y en mi corazón”. A esto se refería. Era lo mismo que sucedía con Wolfram, que siempre recordaba los mínimos detalles de la persona que ama y por eso le es fácil pintar su retrato.

Hilda no se atrevía a pronunciar palabra alguna, no tenía ningún comentario que ofrecerle. Era evidente, que esto significaba para Cheri sama más de lo que para cualquier otra persona pudiera significar en el mundo.

Cecilie agachó la cabeza y se restregó las manos en sus ojos esmeraldas para borrar cualquier rastro de las lágrimas, avergonzada de su reacción en frente de la muchacha.

—Perdón.

Hilda sonrió al tiempo que negaba quedamente— No, no tiene porque disculparse, Cheri sama.— se colocó al lado de ella para ver uno de los cuadros donde se apreciaba la imagen de la hermosa rubia, y le dijo:— Quizá será mucho abuso de mi parte decirle, que este cuadro fue pintado por su majestad hace más o menos seis meses. 

Los ojos de Cecilie se abrieron intensamente, se había quedado sorprendida. “Recuerdas cada detalle de aquellos que amas” ¿hace seis meses? ¿Podría significar, que Willbert aun la amaba? No, no quería hacerse falsas ilusiones.

—A veces él viene aquí para estar solo y de la nada, se pone a pintar sobre los lienzos sus retratos—continuó Hilda— Nunca dibuja a lady Anette, su modelo favorita, es usted.

El corazón de Cecilie pareció perder el ritmo y luchó por controlarse. Se quedó silenciosa por un largo momento, reflexionando— ¿Será?— susurró finalmente.

—Si es— secundó la pelirrosa— Estos cuadros son una obra de arte hechos son sumo amor, porque él recuerda cada detalle suyo y de aquellos que considera sus hijos también. — terminó de dar el último empujón y se sintió satisfecha, luego miró a través de la ventana dándose cuenta de que ya había anochecido— ¡La cena!—  un gritó, casi de horror, salió de boca de la chica, se le había hecho tarde para presentarse en la cocina.

Cecilie parpadeó confundida en cuanto veía a la maid salir cual cohete disparado a la salida. — ¿Eh?...¿Hilda chan?

—¡Debo ir a la cocina!—anunció ya en la puerta— Cheri sama, ¿viene conmigo?  

Ella hizo un gesto de negativa.—Descuida, saldré de aquí pronto.— comprendió que la chica temía ser regañada por mostrarle ese lugar.

Un poco dubitativa, Hilda asintió— Pero solo un poco más— advirtió.

Cecilie la miró con ojos de agradecimiento y le dijo: —Muchas gracias… 

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Anette caminaba a paso veloz entre los desiertos corredores del castillo, abriendo y cerrando, con brusquedad, cuanta puerta se encontrara en su camino. Estaba decidida a encontrar a su marido. Tarde o temprano tendría que aparecer y darle las explicaciones que merecía. Su propia mente se burlaba de ella mandándole imágenes de Willbert y Cecilie besándose, acariciándose y amándose. Cómo una persona celosa imagina lo que no es.

Mientras corría hacia la escalerilla en forma de caracol que conectaba a la segunda planta, meditaba unos instantes sobre aquello que le había dicho su hermano mayor. Pensó en su matrimonio y en la mujer en que se había convertido a causa de ese matrimonio.

Willbert no la amaba. Nunca lo había aceptado de esa manera. Por pura cobardía. Por miedo a provocar un rompimiento que no estaba dispuesta a aceptar. Era mejor tenerlo a su lado, aunque no fuese más que en el sentido puramente físico; pero no perdía la esperanza de que un día llegase a ser del todo suyo. Estaba dispuesta a vivir de esa manera a cambio de estar segura de poseer una parte. Unas cuantas migajas de su amor eran suficientes para hacerla feliz. Tanto así, era su obsesión.

Iba por la tercera habitación de ese pasillo, cuando sintió unos fuertes brazos sostenerle la cintura desde atrás. No pasaron muchos segundos para darse cuenta de quien se trataba.

—¿Porque tan solitaria, mi amor?…— preguntó aquel hombre.

Anette exhaló con rabia, y frunció el entrecejo.

—¡Suéltame! — exigió empujando hacia atrás sus codos para apartar a ese idiota que la apresaba —. Fui muy clara contigo. Compórtate. Estamos en el Castillo Imperial, hay otros invitados. No quiero tener problemas por tu culpa.

—Huy, huy, huy, la reina está enfadada— dijo irónicamente el tipo para después tomarla por los hombros y la obligarla a darse la vuelta— Dime, ¿Acaso es por tu marido? ¿No lo encuentras por ninguna parte?

—¡Eso no te importa!— le espetó a la cara y eso solo hizo que el hombre la acercara más a su cuerpo.

—Mi amor, solo quiero ayudarte.— su voz sonaba seductora— Te ves tensa, ¿Qué tal si te ayudo a relajarte?

—¡Basta!, Alexander— advirtió seria— No tengo tiempo que perder contigo, Willbert podría estar en cualquier parte con Cecilie a su lado en estos precisos momentos. 

El rubio se echó a reír. Una risa coqueta.

—Oh mi Anette, ¿No me digas que temes que Willbert te sea infiel? —fingió que pensaba, juntando las yemas de los dedos y apoyando sobre ellas la barbilla, en un impostado gesto de reflexión y agregó— Bueno, en ti se aplica el dicho que dice “El león piensa que todos son de su condición” ¿no es así?

Anette quiso estrangularlo con la mirada

— Cállate— advirtió.

Fue un error. Sucedió en una visita diplomática que hizo al Distrito Foster. En aquella ocasión, había acudido sola. Esa noche necesitaba sentirse deseada, amada. Necesitaba sentirse mujer. Su esposo no la había tocado desde aquella noche y esa urgencia no la hizo medir consecuencias. Una copa llevo a otra al igual que una caricia a un beso. Terminó acostándose con el gobernador, Alexander, quien es viudo. Una noche no era ninguna, el problema era que a esa noche le siguieron unas cuantas más.

—Ya no tenemos nada que ver, olvídate de mí.

Los labios de Alexander dibujaron una sonrisa torcida.— Te daré tiempo para pensarlo, mi amor. No he encontrado mejor amante que tú en mucho tiempo y por la forma en que me suplicabas cuando te tenia entre mis brazos me diste la certeza de que “el rey”—se dirigió a él de manera despectiva— No te atiente como se debe.

Anette sacudió la cabeza con gesto desafiante — Jamás me tendrás. Siempre has deseado lo que Willbert posee. Pero no eres más que un perdedor que nunca obtendrá la gloria.

Ofendido, Alexander la tomó del cuello y caminó hacia el frente hasta apoyarla contra la pared y su cuerpo. Anette  continuaba retándolo con su actitud.

—¡¿Y qué si es así?!—siseó y narró con rencor su propia versión—. Cuando el muy infeliz anunció su retiro hace noventa años supe que era mi oportunidad de ascender al trono, pero Destari sama, el viejo Luttenberger y el patético consejero le suplicaron como perros callejeros que volviera a tomar el trono. Y con eso perdí mi oportunidad.

—¿Lo ves?…—Anette se rió entre dientes secamente—¿Ves como si envidias a mi marido?

—Pero eso cambiará pronto. Me conviene que Shibuya Yuuri gane mañana en la batalla. La gente comenzará a protestar, aclamando a un rey digno y capaz y ese…— enfatizó— Seré yo.— La dejó perpleja por un momento. Luego, lentamente, poniendo su mejilla contra la suya, dijo: —Quien sabe, quizás prefieras ser mi reina en vez de ser alguien que se conforma con migajas de amor.

Alexander se apartó de ella, lentamente dando pasos hacia atrás. Anette lo miró con recelo, respirando con dificultad y considerando al mismo tiempo su propuesta.

**********************************************************

Después de que Hilda la hubo dejado sola, Cecilie se dio la libertad de sentarse en uno de los sillones de piel que estaban en la mini sala de ese  cuarto, frente al escritorio. Estaba encorvada, tapándose el rosto con una mano. Pensativa, ausente.

Las palabras que la amable muchacha le había dicho hace unos momentos se repetían una y otra vez en su mente y en su corazón. 

Cerró los ojos. Necesitaba meditar. Esto debía tratarse de una broma. ¿Willbert aun la amaba? Creía estar segura de que no. Él le repetía una y otra vez cuánto la despreciaba, sus ojos fríos se lo demostraban. Pero, si era así, ¿por qué tendría un salón dedicado a sus recuerdos?

Aún confundida, se puso de pie y se acercó al escritorio, se sentó en la silla frente a las gavetas y una a una las fue abriendo. Después de todo, tarde o temprano tendría que partir de regreso a Pacto de Sangre, entonces, por lo menos, de manera ilícita, quería llevarse con ella un tesoro que había estado añorando desde hace noventa años. Pero no encontró lo que buscaba. Los nueve dibujos que relataban su último embarazo.

Cecilie chasqueó la lengua a sí misma y pateó al mismo tiempo el piso con un tacón. Ni modo. Se iría con las manos vacías. Suspiro con pesadez dispuesta a irse inmediatamente, había estado más de lo acordado, pero al darse la media vuelta, escuchó con temor como la puerta era abierta y cerrada con brutalidad. Lo que más temía, se había hecho realidad. La persona que había entrado era aquel que la quería a kilómetros de distancia.

Retrocedió horrorizada al ver el odio desnudo reflejado en esos ojos azul cielo. Willbert, que tenía los puños cerrados y la espalda recta se acercaba a ella con lentitud.

Pero mientras retrocedía, sintió su cabeza nublándose en confusión. Porque mientras Willbert se acercaba, recordaba todo lo que Hilda le había revelado esta misma tarde y la esperanza de encontrar un mínimo rastro de aquel amor que sintieron el uno por el otro, aumentaba significativamente.

—¿Qué haces aquí?— preguntó él con voz de desprecio— ¡¿Con que derecho te atreviste a entrar a este lugar?!— gritó cuando ya la tenía cerca.

Ella tragó saliva. No contestó.

Willbert lanzó un resoplido y después, haciendo acopio de la poca calma que pudo encontrar en él, habló en un tono más tranquilo:— Te pregunté algo mujer. ¿Por qué te metiste aquí?

El pecho de Cecilie se elevó lentamente como para formar un sollozo y al volver a su natural estado exhaló un suspiro. De nuevo no respondió, era como si las palabras que quería decir se le hubiesen atascado en la garganta.

Hastiado, él se sobó el puente de la nariz.

—Como sea, largo de aquí—señalo la puerta. Lo único que deseaba era estar a solas. Luego, cayó en cuenta de algo y maldijo en sus adentros— Y por si las dudas, déjame aclararte que esto putos cuadros iban a ser parte de la hoguera en el ritual del traspaso de poder para el próximo Maou, como una prueba más de la distancia abismal que se interpondrá entre nosotros una vez mi hijo se quedé para siempre conmigo—su aclaración fue seguida por una mueca de disgusto de su interlocutora.

—Mentiroso— fue el turno de su ex esposo para quedarse aturdido ante su osadía de llamarlo así— ¡Mientes! tu no me odias como aparentas— No supo de dónde sacó las agallas para enfrentársele.

Los ojos de él se entrecerraron, podía sentir el curso de la adrenalina por sus venas. ¡Cómo se atrevía! ¡¿Cómo se atrevía a retarlo?!

—¡¿Cómo una mentirosa de tu calibre, puede atreverse siquiera llamarme mentiroso a mí?!— exclamó con enojo—.Tu cinismo excede las barreras. No eres más que una adultera, ¡una mentirosa!

—No te hice nada. Nunca te fui infiel— respondió con firmeza. Sus palabras de menosprecio se clavaron en su pecho y se convirtieron en coraje. Suficiente. Había llegado a su límite —Todas las acusaciones en mi contra, ¡Fueron falsas!

Willbert la observó. Sus rasgos se habían tornado duros y bien marcados, pero no exentos de cierta elegancia atrayente, que sobre todo aparecía reflejada en sus ojos esmeraldas. Esos ojos que eran su debilidad, razón por la cual le desvió la mirada al tiempo que se daba la media vuelta para darle la espalda, era mejor mantener la distancia.

—Yo te amaba con toda el alma…—continuó, suavizando su voz—Y juro, por todos los dioses que siempre te respeté— al notar que él se había quedado callado, una pizca de valor para confesarle algo que su corazón había mantenido en silencio, surgió—Yo te amaba, y aun te amo…y sé, que tu también, sigues sintiendo algo por mí.

A esa declaración, le siguió un silencio total. Ella se aventuró a acercársele por la espalda y rodearlo con sus delicados brazos.

Sombríamente, Willbert suspiró al tiempo que agachaba la cabeza. Era una mentira descarada lo que iba a decir, y una que podría fracasar espectacularmente.

—Estas muy equivocada, yo no siento nada más que odio y repulsión hacia ti—se sintió tranquilo cuando ella le soltó—¿De dónde sacaste la idea de que yo te sigo amando? No seas ridícula.

Ella, en cambio, frunció el ceño y apretó sus puños. Entonces lo rodeó hasta plantarse frente a él—Mírame a los ojos y dime, que aun no sientes nada por mí. Dime a la cara que no me amas—lo retó.

Willbert se limitó a quedarse callado de nuevo. Simplemente no podía. No podía verla a los ojos. Esos ojos esmeraldas eran su perdición. Esos hermosos ojos heredados por el fruto de su amor. Alzó la vista y la miró cara a cara. A ella le temblaba el labio inferior, seguramente conteniéndose el llanto. ¡Cuánto adiaba verla así! Nunca le había gustado verla llorar, mucho menos por su causa. En pacto de sangre, tuvo que hacer esfuerzos sobrehumanos para no acudir en su ayuda cuando, debido a su brutalidad, terminó en el suelo con su tobillo lastimado.

—¿Aun me amas?—preguntó una vez más, una lágrima surcó su mejilla, misma que fue atrapada por el dedo pulgar del rey.

En ese instante, el rencor luchaba con el amor, la frustración se batía en duelo con el miedo. Esa mujer que tenía en frente, era la más hermosa que había conocido en su vida. Pero la belleza sola nunca habría sido suficiente para avivar su interés. La pasión era su imán. Ninguna mujer tan ardiente como ella. Y, esta nueva faceta de ella, Desafiante. Valiente. Agresiva. Lo había cautivado aun más. ¿Cómo podía odiarla cuando era tan claro que deseaba desesperadamente tenerla a su lado? ¿Cómo mentirle de esta manera, si en noventa años, no había encontrado ninguna otra mujer igual? Al mismo tiempo la maldijo, por haberlo dejado en abstinencia durante  noventa años. Si. Abstinencia. Muchas mujeres pudieron haber compartido su lecho en el transcurso de ese tiempo pero ninguna lo llegó a satisfacer como ella lo hacía. Ningún otro cuerpo lo hacía perder la razón como el de esta mujer, quien aun viéndolo con ese rostro serio y postura rígida, lo hacía desearla hasta el punto de perder la razón. Recordó la primera vez que habló con ella a solas, en aquel momento que marcó un nuevo giró en sus vidas, se había contenido, pero esta vez, no estaba muy seguro.

Quería escapar antes de cometer una locura. Se encontraba con el rostro de Cecilie tan cerca, que sintió la necesidad de besarla, pero no tuvo tiempo de pensar, cuando ella lo besó con pasión.

Le dijo adiós a la cordura.

Tiró de ella hacia él y puso las manos en sus caderas. Sus labios se movieron sobre los de ella con hambre incontenible. Hambre y sed de quien vaga noventa años en el desierto de la soledad.

En el mismo momento en que se sintió correspondida, cualquier duda que hubiera tenido acerca de los sentimientos de su ex esposo, habían sido solventados. Podía sentir su deseo luchando exactamente bajo su piel, emprendiendo una batalla.

Una sensación electrizante, vagó por sus columnas. Cecilie enrolló sus brazos alrededor del cuello, saboreando los labios de quien despertaba en ella la lujuria y el deseo como ningún otro.

Willbert deslizó sus labios hacia abajo, a su cremoso cuello, mientras sus manos se movían por todo su cuerpo y ella emitió un sonido jadeante ante su propio deseo. La piel de él se erizó ante el leve gemido de ella, las barreras entre ellos lo encolerizaron, ansiaba poder tener contacto con su  suave piel. Detrás de la espalda de su amante, encontró la solución para calmar esa ansiedad. Sin esperar ni un maldito segundó más, le bajó la cremallera de ese vestido negro que en esta ocasión usaba y deslizó los tirantes por sus níveos hombros, mismos que se aseguró de besar. La prenda cayó grácilmente por las curvas de sus caderas llenando su vista de deleite. Su cuerpo de infarto quedó expuesto ante él, sus pechos redondos se balanceaban al ritmo de su respiración, pues ella no usaba sostén, solamente una braga de encaje negro y unas medias que le cubrían hasta medio muslo. Sintió a su hombría crecer por debajo de sus pantalones, podía sentir a la bestia dentro de él despertar. 

Se miraron mutuamente, con evidente amor, y retornaron los besos. Esta vez fueron más feroces que los anteriores.

Willbert deslizó sus manos hasta llegar al trasero de ella y la empujó aproximándola hacia su masculinidad . Ambos gimieron cuando sus partes intimas se rozaron, entonces sintió la necesidad de succionar los pezones rosados de la ex reina, y masajear sus jugosos pechos. Se relamió los labios y cumplió con su deseo.

—Will… ahhh…—Cecilie arqueó su espalda al mismo tiempo que gemía con más ganas y enredaba sus dedos en el cabello de él. Su cuerpo estaba ardiente, sus mejillas claramente sonrosadas y su piel había comenzado a perlarse debido al calor— Will…

El ardiente gemido con su nombre lo enloqueció por completo. Aquel susurro que le decía que esto estaba mal, se fue para siempre.

Lentamente la fue guiando hasta el sofá más cercano y lograron llegar a puros tropezones. Sus miradas se encontraron, verde esmeralda con azul cielo y ya no hubo vuelta atrás. La ropa interior de la ex reina y sus medias cayeron al suelo. Willbert se quedó sin respiración y reprimió un gemido en su garganta.

Cecilie se dejó ir en el sofá y Willbert se recostó sobre ella. Él acarició todo su cuerpo. Sus caderas. Sus muslos. Sus brazos. Su vientre. Mientras su boca se encargaba de atender sus pezones. Cuando él anidó la palma de la mano entre sus muslos, ella gritó suavemente incitándolo a continuar. Su mano ascendió hasta su intimidad sintiéndola húmeda e introdujo un dedo moviéndolo circularmente, logrando sacar gritos más fuertes en la ex reina que se revolcaba de placer y estrujaba fuertemente lo más cercano que encontraba.

Willbert volvió a buscar los labios de Cecilie y ella lo recibió gustosa permitiéndole recorrer toda su cavidad. El rey fue descendiendo por todo  su cuerpo. Mordió sutilmente su barbilla, luego pasó su lengua por la hendidura de sus pechos, llegó al abdomen plano y lo llenó de besos y después su vientre. Levantó las piernas de la rubia y las puso sobre sus hombros, le dedicó una sonrisa provocadora y despues hundió su rostro entre en medio de sus piernas. Cecilie se perdió a sí misma en el valle del placer, movía sus caderas conforme a los movimientos de lengua de su ex esposo y no dejaba de gritar su nombre entre gemidos y chillidos sensuales. Sintió su vientre arder, como una oleada de calor sofocante y lanzó un grito capaz de cruzar las puertas del salón. Willbert se incorporó y la observó, sus ojos verdes estaban nublados de satisfacción. Comenzó a desnudarse delante de ella, con evidente anhelo. Su chaqueta y su camisa de botones fueron lanzados con precisión al suelo dejando a la vista sus fuertes pectorales. Cecilie se quedó sin aliento y se mordió el labio inferior al sentir la excitación de nueva cuenta, se incorporó y empujó al rey hasta hacerlo recostarse de espaldas al sofá. Él se dejó hacer. Era el turno de ella para atenderlo.

Ella se colocó a horcajadas sobre él y le bajó la cremallera de los pantalones exponiendo su grueso y grande miembro erecto. Se relamió los labios y lo llevó a su boca metiéndolo y sacándolo con maestría, succionó sus testículos haciéndole jadear. Utilizó sus manos y sus grandes pechos para provocar un mayor placer en su pareja. Una sonrisa de puro deleite curvó sus labios cuando él la nombró >>Cheri<< entre suaves gemidos. Dejó su tarea solo para tomarle el rostro con las manos y plantarle un tierno beso y después volvió a su tarea, humedeciendo ese duro y goteante pene con su lengua, pasando de besos a lamidas.

—Te quiero dentro…—suplicó ella con voz ronca. Él la volvió a besar con suavidad.

—Hazlo…hazme sentir que sigo vivo…— le dijo desde el fondo de su alma. Porque desde su separación, se sintió muerto en vida. Abandonó todo sentimiento de afecto hacia una pareja y jamás volvió a experimentar el placer del sexo como un acto de amor.

Sus rostros se volvieron a encontrar, empezaron un beso lento y apasionado mientras ella bajaba con lentitud e introducía su pene dentro de su vagina. Con un empuje firme, él terminó de atravesarla y ella gritó complacida. Cecilie inició un movimiento erótico, con sus caderas de arriba abajo. Willbert la observó con deleite, estaba ardiente, desinhibida, entregándose totalmente en su encuentro intimo sin reservas. Gemía deliciosamente a medida que el empuje lento de sus caderas se volvía más frentico. Sus pechos saltaban ritmo de las envestidas y su cuerpo sudoroso emanaba un aroma excitante. Sin duda, a pesar de no haber estado juntos en noventa años, se compenetraban de maravilla.

—Ahhh…Wiiiill…ahh…

—Ch-Cheri…

Los gritos placenteros inundaron el salón. Ella posó sus manos sobre el fornido pecho de su amante pero éste la abrazó hasta hacerla recostar sobre él, mejilla con mejilla, lo que le permitía escuchar más de cerca sus gemidos y morder de vez en cuando su oreja mientras la penetraba con mayor frenesí.

Un sonido ronco, feroz, fue un sonido resonante de liberación. Ella emitió un gemido de descarga extendendo sus brazos de nuevo y arqueando su espalda. Él la sintió apretada, era más de lo que podía resistir y explotó dentro de ella. Cecilie cayó sobre Willbert y él la recibió acunándola entre sus brazos. Ambos trataban la manera de recuperar el ritmo de sus respiraciones. Ambos sentían que su corazón amenazaba con salírseles del pecho. Esto era más de lo que hubiesen imaginado.

—Te amo…—musitó en un hilo de voz la ex reina, dejando unas traviesas lagrimas correr, alzó su mirada y se encontró con la de él, que la veía de igual manera que hace noventa años. Con ojos de amor.

No hubo más palabras, un nuevo beso habló por ellos, como si estuvieran sellando algún tipo de pacto e inició de nuevo la excitación.

**

Sus gritos de pasión, sus gemidos, sus palabras de amor, efectivamente fueron escuchados desde afuera del salón por la persona equivocada. Aquella persona había sido testigo doliente y silenciosa de lo que entre ellos dos había pasado en ese salón.

Willbert y Cecilie no sabían que gracias a su acto de amor, habían desatado a una verdadera arpía de las sombras que buscaba solamente una cosa. Venganza.

Esta historia continuará.

 

 

Notas finales:

** Lucifer. Esta lo tomé de un comentario. Aun me estoy riendo. Aqua Marie Paula.

¡¡Una verdadera olla de presión está a punto de estallar!!

¿Recuerdan la actitud de Alexander en la reunion entre  los capitulos del prodigio de Bielefeld? Ajaaaaa... 

See lo sé. ¡¿Que acabas de leer?! Te preguntas. (u//u) Bueno, bueno, de vez en cuando un lemon Hetero no le hace mal a nadie. ¡Suertuda Cecilie! xDD

Este capítulo iba dedicado. Pero no estoy segura si…. Lo que les quería comentar era de que la escena de Cheri y Willbert sucedió tal cual un comentario que me dejaron hace tiempo. Que de casualidad ese par adivinó lo que tenía planeado. Jeje. Un abrazo si están leyendo esto. (n_n)/ Efectivamente así pasó.

Así que, primer spoiler, cumplido. Falta otro que también predijeron. Oh! Pero lejos de molestarme me emociona ¡es como si estuviéramos conectados! Me alegra que la historia vaya de acuerdo a sus expectativas. Me encanta eso. ¡Los adoro!

Y bueno, chic@s, gracias por leer y aun mas a las personas que comentan que saben que me animan cuando a veces siento que ya no puedo más.

PD: Cualquier error que haya cometido no duden en hacérmelo saber, yo los tomo muy en cuenta y se los agradezco.

PD2: Cecilie le dedica una canción a Anette. Es de la cantante mexicana con acento español.

Es Antigua.  

Mio: Mio, ese hombre es mío, A medias pero mio, mio, mio. Para siempre mio, Ni te le acerques es mio. Con otra pero mio, mio, mio. Ese hombre es mio.    (*o*)/

Toy loca, lo sé. xDD pero si le ponen atencion a la letra completa, en verdad se relaciona. jejeje.


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