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El rencor contra el amor por Alexis Shindou von Bielefeld

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Notas del capitulo:

¡Sorpresa! O.O…  :´D ¡Los extrañe mucho!!! Vamos directo al capítulo que es lo que nos interesa para sacarnos de la duda de cómo sigue este loco fic. ¡jajajaja!

Siento que les debo muchas explicacionesr como parte de mi responsabilidad. Sin más y si me han dado una segunda oportunidad ¡Aquí vamos! 

Capítulo 21 II

Revelaciones dolorosas. La Decisión de Willbert.

Eran cinco en total reunidos en la oficina del Maou. Cerca de la puerta se encontraban dos guardias de las tropas reales y, junto a estos, Gwendal, quien había pedido permiso para estar presente en la audiencia. Sentado en la silla frente al escritorio estaba Willbert y al otro extremo se encontraba el soldado Steven.

El rey paseó sus afilados y amenazantes ojos en el joven que tenía en frente, notando que tenía unos ciento veinticinco años de edad, unos veinticinco años en apariencia humana. Era de mediana estatura, de tez blanca y cabello castaño rojizo, muy corto, y ojos azules, vestido de uniforme como los demás soldados reales. Lo suficientemente valiente, o tonto, como para haber roto las reglas de no evadir el espacio personal del rey sabiendo las consecuencias que aquel acto desesperado tendría sobre él, y solo por esa razón, quiso reclamárselo antes de que hablara.

—Escuche, soldado Cleint —Como era de esperarse, Willbert fue el primero en tomar la palabra, aunque eso no evitó que su interlocutor diera un respingo del susto causándole gracia a mas de alguno de los que estaban en la oficina—. Se atrevió a interrumpir una situación familiar demasiado delicada como para tratarse de una broma. Y más vale que esa situación de la que habla sea realmente convincente o me veré forzado a darle de baja en el ejército. Es más, me complacería mandarlo por un tiempo a las mazmorras —dijo con el rostro serio, haciendo que el soldado tragara saliva, mas por el nerviosismo que la presencia del gran Maou de fuego causaba en quien le mirase de frente que por el temor de la amenaza.

La situación de la que iba a hablar no era un chiste, y eso se reflejaba en su rostro preocupado que no pasó desapercibido para el rey, quien se apoyó en el respaldo de la silla y esta vez lejos de ser una advertencia, habló con un tono de voz más interesado:

—Dices que algo grave ha pasado con los pueblos ubicados en el centro del país. ¿Qué exactamente?

Steven se remojó lo labios antes de comenzar a relatar, la situación de la que informaría a su Maou no daba cabida para pausas innecesarias.

—Bien, escuchamos unos gritos de auxilio y corrimos para ver qué pasaba, primero el cielo se tornó oscuro. Después se sintió una fuerte ráfaga de viento...

El rey fue arrugando el entrecejo mientras escuchaba. Los eventos se fueron figurando en su cabeza como algo que ya había escuchado anteriormente. Podía ser capaz de predecir lo siguiente que diría el muchacho pero decidió esperar para asegurarse de ello.

—Horribles criaturas atacaron el pueblo y mataron a cuanta persona se les puso en frente. Jóvenes, mujeres, ancianos y... niños —cuando llegó a esa parte, Steven agachó la cabeza y arrugó la tela de sus pantalones.

Willbert reprimió una maldición en voz alta.

—¿Qué clase de criaturas?

Steven alzó la mirada. Había recuperado la fuerza para continuar relatando y esta vez con más detalles para que su Maou se hiciera una idea de que era lo que estaba pasando y de esa manera encontrar una solución, si la había, a la mayor prontitud posible.

—Eran seres con cuerpo de caballo y el torso, brazos y cabeza de hombre. Otros con cuerpo de hombre y cabeza de toro. Y criaturas con rostro de mujer y cuerpo de ave de rapiña. Entidades oscuras. Jamás en mi vida había visto cosas más horrorosas —agregó haciendo una exagerada mueca de miedo—. Algunos hombres siguieron luchando en cuanto yo me alejaba acatando la última orden de mi superior. Lo último que me dijo fue que le avisara a usted porque usted sabría qué hacer. Al final, cuando volví a ver hacia atrás, un campo oscuro rodeaba una enorme porción de esas tierras.

En la oficina se formó un momento de silencio. Willbert entrelazó sus manos con los codos sobre el escritorio dejando que su frente se apoyara sobre sus puños y cerró los ojos para analizar lo que ese soldado había dicho. En algún momento, durante sus días de academia, escuchó de sus mentores una historia acerca de minutaros, centauros y arpías. Era algo ligado a una profecía, pero a decir verdad no la recordaba muy bien. Era como si, poco a poco esa profecía hubiese ido desapareciendo hasta convertirla en un mito. Por lo visto, ese mito se había vuelto realidad. En el momento menos oportuno.

Los dos guardias intercambiaron miradas cargadas de escepticismo; quizás declarando en su mente como algo ridícula la historia que habían escuchado.

Gwendal permanecía incauto, de pie frente al rey. Con los brazos cruzados sobre el pecho, y la frente arrugada. Tenía un aire sombrío. Era tal cual los dioses habían previsto; la primera porción de territorio ya había sido invadida por la oscuridad. Era una verdadera tragedia que seres inocentes hubiesen sido sus primeras víctimas pero en sus manos estaba que eso no se volviera a repetir en el resto del mundo.

Al notar el estado letárgico del rey, Gwendal decidió intervenir. Sin embargo, al momento de tomar aire para hablar unos golpes a la puerta vinieron a interrumpirlo.

Uno de los guardias se encargó de abrir la puerta. Entraron cuatro personas: una muchacha, como de quince años (apariencia humana) cabello rubio pálido amarrado con una trenza, ojos marrones y complexión delgada. Otro joven de que parecía de la misma edad. Era delgado. Cabello castaño y ojos claros. Un hombre entre sus cuarenta (apariencia humana) robusto. Cabello castaño oscuro con unas cuantas canas y ojos marrones. Y un anciano. Parecía débil y vulnerable. Cabello cano, encorvado y con bastón. Eran acompañados por dos guardias reales.

Willbert se puso de pie y recibió a ese grupo de aldeanos quienes al entrar hicieron una pronunciada inclinación.

—¡Su majestad! —exclamaron al mismo tiempo.

El rey notó unas heridas en los brazos y costados de los hombres. Sus vestiduras estaban rasgadas y manchadas de sangre. Entendió al instante que al igual que el soldado Steven, ellos habían sido sobrevivientes de esa especie de masacre del inframundo.

—De pie —indicó él, rodeando al mismo tiempo el escritorio para ayudar al anciano a incorporarse.

Los presentes se sintieron complacidos con la acción de su Maou. Gwendal no pudo evitar esbozar una sonrisa.

Willbert sujetó las manos arrugadas del anciano y las sintió heladas. Entonces lo miró fijamente, transmitiéndole con ella un sentimiento de seguridad y le dijo:

—Ya estoy al tanto de la situación, creo que no es necesario escuchar la historia dos veces —después de dirigió a los demás—. Pero díganme ¿Hay más sobrevivientes?

—Son unas dos mil almas entre jóvenes, adultos, ancianos y niños —contestó el más joven de los aldeanos con cierto nerviosismo—. Tomando en cuenta los ocho pueblos que rodean el área cercana al Templo Imperial, entre las llanuras del desierto.

—Sin embargo —continuó hombre que estaba entre sus cuarenta, su rostro se mostraba sereno pero no carecía de preocupación en su interior—, la desesperación ha invadido los corazones de las personas que lograron sobrevivir a esta tragedia —La impotencia que el hombre sentía en esos momentos le hizo apretar los puños y agachar la cabeza al igual que sus acompañantes—. Hemos perdido todo cuanto teníamos, Su Majestad, nuestro ganado, nuestras cosechas, que apenas se dan en esa parte del territorio. Nuestras casas están destruidas. Hay gente gravemente herida y no hay medicina ni doctores suficientes para atenderlos. Los niños lloran al notar la ausencia de sus padres. Las mujeres lloran la muerte de sus maridos cerró los ojos fuertemente al hacer una pausa—. Es un caos total.

Notablemente preocupado, Willbert cruzó los brazos, con la vista clavada en el suelo. En esos momentos había puesto a maquinar su mente, pensando en una manera de proceder ante este acontecimiento. Su experiencia le facilitaba la tarea.

—Pero, mi señor —Habló el anciano con voz cansada. El rey volvió a verlo con interés—. Todos nosotros somos gente que confía en usted. A pesar de mantenernos al margen en la política, para nosotros no han pasado desapercibidos todos sus años al servicio del pueblo. Lo que necesitamos en estos momentos es una muestra de esperanza. Una figura que nos guie y nos haga recuperar nuestra fuerza interior —pausó para tomar aire y, con una sonrisa, añadió—: Y esa figura, es usted.

Willbert correspondió su sonrisa. Si el anciano esperaba darle apoyo, lo había logrado dándole más coraje.

—Haré más que eso, abuelo. Así tenga que dar mi propia vida, no dejaré que algo así se vuelva a repetir —contestó amablemente posando al mismo tiempo sus manos sobre las arrugas de la cara del anciano, de una manera fraternal—. Pero primero lo primero —con esa frase retomó su postura firme y se dirigió a los soldados—. Quiero a toda la tropa lista lo antes posible, incluyendo a los doctores. Que preparen suministros de agua, comida, abrigo, medicinas. Que parta un grupo de soldados antes, debemos atender a esa gente y tratar de evacuarlos de inmediato de ese lugar. —De pronto, Willbert recordó una cosa más—También, quiero que investiguen el paradero de Bastian von Moscovitch.

Los soldados de inmediato llevaron su mano hacia su frente y exclamaron con voz firme: — A la orden, su majestad! —Para después salir a paso apresurado de la oficina.

—Uno de ustedes guiará a la tropa que partirá primero —les dijo Willbert a los aldeanos paseando su mirada en cada uno de ellos y deteniéndose en el que parecía más fuerte y entrenado—. ¿Tu nombre? —le preguntó.

—Isaac Parrish —contestó el hombre para después colocar su mano sobre el hombro del joven—. Él es mi hijo, Bruno Parrish —comenzó a presentarlos uno por uno—. Ella es Alice Froggart y el anciano es el abuelo de ella, Mortoph Froggart.

Sin preverlo ni desearlo, una penosa expresión de dolor se formó en el rostro del Willbert al contemplar la manera tan cercana en la que se relacionaban Isaac y Bruno. A su mente vino el recuerdo de lo que hace unos momentos le había dicho Wolfram y con ello un gran peso en su corazón; no obstante, logró disimularlo con una sonrisa. Se preguntó si se veía tan falsa como la sentía.

—Isaac, guía a mis hombres para que ayuden a tu pueblo —logró ordenar con la voz autoritaria que había mantenido todo el tiempo—. Y ustedes... —se dirigió al anciano y a la muchacha dedicándoles una mirada más tranquila— se quedaran aquí el tiempo que sea necesario. Coman bien, descansen y recuperen fuerzas.

Los rostros de los aldeanos se iluminaron. La bondad de su rey los había conmovido.

—Muchas gracias, su majestad.

—Tú nos guiarás a ese campo oscuro del que hablas —Willbert se giró hacia soldado Cleint.

—¡Si, mi señor!

—Y tú, Gwendal —lo llamó tomándolo por sorpresa. Gwendal desenredó sus brazos y avanzó unos pasos hacia el rey, mirándolo con seguridad—. Supongo que querrás acompañarnos —le dijo a sabiendas de sus intenciones al estar presente en la audiencia. Si su ex hijastro sabía algo de todo esto, mas le valía tenerlo cerca.

No hubo muestras de desacuerdo. Gwendal sonrió de lado, con una sensación de esperanza en el pecho. Aun no era demasiado tarde para aquella gente ni tampoco para la redención de aquel que llegó a considerar como un padre.

**************************

Martín llegó al dormitorio que le correspondía acatando la orden de Willbert. No había querido llevar a su hermana a la habitación que compartía con el rey pues supuso que ninguno estaba en condiciones de verse las caras. Anette ya le había clavado las uñas en los brazos y asestado un par de golpes en el rostro. Durante el camino, no paraba de gritarle que la dejara libre para ir a socorrer a Lukas, llamando la atención de más de un invitado y sirviente en los corredores, y eso le había colmado la paciencia.

Apretándole fuertemente del brazo, la llevó a la orilla de la cama y, una vez ahí, le dio una cachetada con tal fuerza que la arrojó sin contemplaciones al colchón. Ella se quedó tan aturdida por esa acción, que simplemente se llevó la mano a la mejilla afectada, con los ojos bien abiertos.

—¿Qué hiciste? —gritó notablemente histérico—. ¡¿Qué tienes en la cabeza?! ¡Estas enferma!— Generalmente lo consideraban un hombre demasiado relajado y hasta cómico, pero esta vez las cosas habían tomado otra dimensión.

Anette se levantó y miró con asombro el semblante airado y horrorizado de su hermano mayor. Jamás en su vida lo había visto de esa manera.

—Fuiste tú quien influyó para que Lukas violara y matara al hijo querido de Willbert —declaró Martín sin darle oportunidad de defensa—. ¡No me lo niegues! —comenzó a pasearse de un lado a otro jalándose al mismo tiempo algunos mechones de cabello en un intento por controlar sus nervios; sin embargo, sintió la necesidad de recordarle a su hermana las consecuencias de sus actos como una manera de desahogar su enfado—. ¡¿Te das cuenta?! Por tu culpa el destino de Lukas puede ser la muerte o a lo mínimo cadena perpetua.

A Anette se le secó la boca al ver desfilar por su retina las imágenes de su hijo en una decapitación pública o en una mal oliente mazmorra por el resto de su vida. El corazón le empezó a latir rápido en esos momentos.

—No...no, no, no —Soltó un grito desgarrador cuando cayó de rodillas al suelo—. Mi Lukas no puede acabar así. Todo fue culpa de él. Ya lo expliqué. Se parece a su madre. ¡Esa prostituta!

Martín apretó sus puños mirándola desde lo alto; sus cejas se curvaron en un gesto de consumado desdén. Su hermana en esos instantes le resultaba diademado cínica.

—Quedó muy claro que ambos son inocentes. Fuiste tú quien intentó poner en los suelos la reputación del príncipe y de la ex reina sin caso alguno. Y, para colmo, ahora Hannah se encuentra en una delicada situación con Willbert —agregó con frustración, caminando y apoyándose contra la pared mientras un intenso dolor le atravesada el pecho.

Sentía un enorme miedo por la situación de Hannah. De lo que Willbert pudiera ser capaz de hacerle por su traición. ¿La desterraría? ¿La encarcelaría? ¡¿La mataría?! Con esta última opción sintió algo parecido a un mareo. Un ataque de ansiedad. Desde que era joven la había amado con un amor que iba más allá del compañerismo y sabía que ella le correspondía en silencio. Desgraciadamente la perdió desde antes de intentar luchar por su amor por un acuerdo pre-nupcial que hoy en día suena ridículo pero que seguía practicándose. Pero el amor seguía ahí. Latente. Se conformaba con verla a menudo en las reuniones, contemplarla a lo lejos, platicar con ella en las tardes acerca de sus historias y poemas cuyas palabras y el significado de estas lo dejaban cautivado. ¿Cómo no pudo darse cuenta de su sufrimiento a través de sus escritos? ¿Cómo no pudo notar que ella guardaba un secreto tan horrendo durante todos estos años que tenia de conocerla? Todo por culpa del maldito, y mil veces maldito de Bastian. Fue él sin duda alguna quien metió a Hannah en toda esta mierda.

—¡Qué sabe Hannah! Lo que dijo ella es una gran mentira —gritó Anette de repente, sacando a su hermano del letargo—. Además, aunque fuese cierto eso no justifica que Willbert que me haya sido infiel. ¡Soy yo la afectada en todo esto! Te lo dije, Cecilie y ese mocoso son mi perdición —Sin siquiera tener la delicadeza de incorporarse del suelo, se arrastró hacia él tratando de llegar a sus manos, y una vez se había apoderado de ellas le suplicó con lagrimas en los ojos:— Ayúdame, mi querido hermano mayor. Intercede con Willbert por mí. Haz que no me pida el divorcio. ¡Por favor! ¡No me quiero separar de él! ¡Lo amo! —sollozó—. ¡¡Lo amo!!

—Te lo pedirá sin duda alguna. —soltó Martín, cortante, siendo tan claro como podía—. Tu misma echaste a perder tu vida. Willbert buscaba una excusa para liberarse de este matrimonio más absurdo que el matrimonio Moscovitch de una vez por todas y con lo que dijiste acerca de su tesoro más amado clavaste tu propia tumba. Nunca te perdonará por haber ofendido al príncipe Wolfram. ¡Nunca!

Anette se mordió el labio inferior hasta hacérselo sangrar cuando la realidad la golpeó. Hasta entonces sus acciones habían sido lideradas por un gran despecho, pero la verdad, amaba a su esposo, ó al menos así lo creía ella, yendo más a allá de una obsesión. Le había costado demasiado hacerse llamar su mujer, ser nombrada reina, tener al hombre cuyo porte frio y distante lo hacía más atrayente como para perderlo por un simple error. Estaba dispuesta a perdonarlo por su infidelidad; después de todo, ella también le había sido infiel. Estaban a mano. ¡Qué fácil seria comenzar de nuevo! olvidarse de todo. Sin ex mujeres, hijos, hijastros, prometidos... comenzar desde cero. No. No era tan fácil. Pero alguien como ella era lo suficientemente terca y obstinada como para aceptarlo.

—Yo amo a Willbert... —susurró con la voz en un hilo—. No me quiero separar de él. Nos merecemos el uno al otro. Nos vemos bien juntos. No me importa que no sea más un Mao —Se interrumpió en mitad de la frase al ver la expresión de su hermano. Estaba en guardia. Y ella no debía cometer el error de considerarlo un estúpido.

—¿Qué sabes tú acerca de los planes de Alexander? —le preguntó Martín, frunciendo tanto el ceño que se le formó un surco muy profundo en la frente. Temía que ese idiota hubiera manipulado a su hermana al considerarla lo suficientemente despechada como para no pensar en la gravedad de una rebelión en contra del Maou de fuego—. ¡Responde!

—Na-Nada.

—¡Responde con la verdad! ¡Maldita sea!

Ella se quedó sin respiración al notar cómo la agarraba del brazo y la levantaba del suelo bruscamente. La cara de Martín ya no mostraba preocupación sino enojo.

—Me dijo... que estaban... preparando una rebelión para mañana... después del medio día. Después de la última batalla...

Martín se quedó momentáneamente sin habla y se sentó en el borde de la cama.

«Esto está mal... muy mal» —pensó—. En la condición en que se encuentra Willbert... No saben lo que les espera —advirtió con voz grave.

—¿Me ayudaras...? —suplicó Anette una vez más. Martín, por su parte, decidió ignorarla—. Hermanito...

Sin despedirse, Martín salió de la habitación con paso firme y le puso llave a la cerradura de la puerta dándoles órdenes estrictas a los guardias de no dejarla salir a menos con su autorización.

Anette abrió sus pupilas exageradamente en una expresión de confusión total al quedarse sola. ¿Acaso su vida tan perfecta estaba arruinada? ¿Acaso había perdido todo lo que tanto le había costado? Con esa último alternativa se le secó la garganta.

—Eres una reina... —se decía a si misma paseando por la habitación, horriblemente pálida—. Anette, eres una reina. Una reina muy hermosa... y...y lista y... puedes hacer que encarcelen a ese mocoso en vez de tu hijo... ¡Sí! ¡Eso haré! ... ¡No! ¡Mejor! ¡Puedo ordenar sus muertes! —La misma risa penosa y frenética escapó de sus labios y sus dedos comenzaron a jugar con su cabello. Escuchaba unas voces en su interior, voces susurrantes, murmullos diciéndole lo que tenía que hacer—. Todos morirán ¡Todos morirán!—gritó entre risas sin sentido—. ¡La reina ha hablado!

********************************************

Paseando por los jardines del castillo, August von Luttenberger se detuvo para contemplar el cielo. Al verlo, se dio cuenta que estaba exageradamente lleno de nubes esa noche lo que casi no permitía apreciar la luna y las estrellas, siendo algo atípico para esa época del año. Sintió de repente una corriente de viento frio que lo hizo temblar, se ajustó el abrigo y dejó escapar el aliento sobre sus manos para expeler el frió que comenzaba a entumecerlas.

Con aire pensativo, volvió a fijar su vista hacia el frente y siguió caminando hacia el edificio en el cual se hospedaba. Se pasó todo el camino de regreso analizando y temiendo al mismo tiempo a las conclusiones que había llegado. Un viejo sabio como él estaba al tanto de la situación en la que se encontraban.

Cuando entró en el vestíbulo, el mayordomo le hizo saber que los demás invitados ya se habían sentado a la mesa. Le entregó el sombrero y el abrigo y pasó al comedor.

Tras algunos pasos, llegó al lugar invadiéndole el sentido del olfato con el aroma de la comida que ya estaba servida; era solomillo de ternera por lo que pudo apreciar, con solo oler la salsa se le hacía la boca agua.

Se encontró a su nieto siendo alimentado, como un bebé, por lady Ailyn y lady Kristal a la vez. Estaban tan ajenos a los problemas, como los jóvenes suelen pasar la mayor parte del tiempo. Una de ellas le daba los bocados y la otra le limpiaba la boca con la servilleta. Una imagen demasiado machista pero graciosa a la vez. Lo estaban mimando demasiado como para que deseara recuperarse pronto, advirtió en su cabeza. Solo le faltaba estar sentado sobre unos cojines esponjosos mientras una le daba aire con un abanico enorme de plumas y la otra le bailaba la danza del vientre ataviada en uno de esos trajes semitransparentes con varios adornos en la cintura para completar la imagen de un sultán.

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—Podría acostumbrarme a esto —comentó Raimond con una enorme sonrisa.

—Ni lo intentes, esto es solo porque no puedes tu solo —refunfuñó Kristal dándole un zape en la cabeza y acabando con sus locas ensoñaciones. El golpe había sido lo suficientemente fuerte como para que su cabeza se inclinara hacia adelante.

—¡Auch! —exclamó él al instante—. ¡Kristal chan!

A pesar del grito de su amigo, ella dejó la servilleta a un lado de la mesa y se colocó las manos a la cintura levantando la barbilla en un gesto de reprensión.

—Eres un machista de lo peor, apuesto a que te estabas imaginado como todo un sultán atendido por su harem.

Raimond puso sus ojos en blanco

—¡¿Cómo crees?!

—Hermanita ¿De dónde sacaste esa idea? —preguntó Ailyn después de tomar el aire suficiente para hablar debido al ataque de risa que le había causado esa escena.

—Lo leí en un libro —respondió Kristal, inflando el pecho con orgullo. Oh sí, con su nuevo hábito de lectura había aprendido muchas cosas. Su hermana mayor alzó las cejas en un gesto de asombro.

Raimond la contempló por unos segundos, y, sin desearlo, se le formó una sonrisa boba en el rostro. Esa chica enamoradiza lo tenía en sus manos, como un admirador silencioso.

Kristal pertenecía al grupo de mujeres superficiales de las cuales prefería mantener distancia. Aquellas a las que solo les importaba el físico de las personas y no sus sentimientos. Durante años, la vio enredarse en líos amorosos con la mayoría de los miembros de la alta sociedad Mazoku; jóvenes y adultos, solteros y casados, por igual.

A pesar de ser una chiquilla que aparentaba ser una mujer astuta y manipuladora, la vio vulnerable frente a los tipos que solamente buscaban una aventura de la cual pudieran alardear con sus amigos. Con los años, había llegado a abrigar por ella un sentimiento de protección involuntario y no era capaz de recordar a una chica de la cual pudiera sentir lo mismo. Poco a poco, se había ido internando en su corazón y ahí se había quedado como su único interés amoroso, pero nunca se animaba a confesárselo. Sentía miedo a ser rechazado. Sentía miedo de destruir una buena amistad por un mal amor.

—Buenas noches —dijo lord Luttenberger, llamando la atención de los tres sentados a la mesa y de los cuatro sirvientes que servían la cena.

—Tarde como de costumbre, viejo —exclamó su nieto, reprendiéndolo con un movimiento de cabeza.

—Viejos son los caminos, Raimond —bromeó el anciano después de acomodarse en un sitio vacío de la mesa, al lado de Lady Ailyn. Miró a su alrededor y se dio cuenta que esta noche no tendrían la compañía de los invitados de Shin Makoku—. ¿Su majestad Yuuri y compañía no han regresado aún? —preguntó a una doncella de servicio.

—No, su excelencia —contestó una doncella con prontitud—. Ellos no se encuentran aquí.

—Es una pena, era exquisito engalanarse la vista con ellos —expresó Kristal notablemente apesadumbrada—Sobre todo con sir Weller, y lord von Christ.

—¡Hermanita! ¡¿Qué paso con eso de "abstinencia"?! —reprendió Ailyn, fingiendo incredulidad.

—Engalanar la vista dije —Kristal hizo una mueca, ofendida—. Nadie dijo que fuera prohibido ver su belleza. No voy a seducirlos con eso. ¡Crean en mí, por favor!

Mas de algún presente, no pudo evitar reír en esos instantes, todos excepto Lord Luttenberger que se mantenía pensativo.

—Oye abuelo, ¿Qué pasa? —preguntó Raimond, fijándose en su actitud—. Te noto preocupado por algo.

August no pudo evitar que su reacción de sorpresa se notara a través de un sobresalto. Cuando miró hacia el extremo de la mesa todos lo veían atentamente esperando su respuesta. Algunos con preocupación, otros con interés. Quiso decirles que debían estar preparados para luchar en la última batalla, según la profecía. Algo que había estado esperando y temiendo a la vez durante muchos años. Había conversado recientemente sobre ello con su viejo amigo, Destari von Rosenzweig cuando llegó de visita hace unas semanas a Luttenberger. Ambos creyeron haber encontrado al elegido en Willbert von Bielefeld tiempo atrás; pero, por lo visto, se habían equivocado de persona y ahora el destino del mundo dependía de alguien más, un muchacho mestizo con gran corazón. Alguien que podría traer una revolución inminente para esa sociedad tan egoísta y soberbia que tenían. Sin embargo, en vez de alarmarlos, solamente se encogió de hombros y dijo:

—Preocupado tal vez por el amable rey y compañía, creo que se han tardado demasiado.

—Es cierto. Deben volver pronto. Su majestad Yuuri debe descansar lo suficiente para estar al cien por ciento mañana en la batalla —agregó Kristal al instante, con tono de preocupación. Un silencio se hizo presente en el comedor después de ese comentario.

—Quien tampoco ha regresado es Friedrich y su padre —señaló Ailyn al cabo de unos segundos, llamando la atención.

—Es curioso. Ambos necesitaban solamente de un elemento más para controlar los cuatro elementos— Raimond entrecerró sus ojos analíticamente—. A friedrich le faltaba el agua. A su majestad Yuuri le faltaba el fuego. ¿Quién lo habrá logrado? Ó ¿Lo habrán logrado los dos? Eso sería épico. ¡Nunca antes logrado ni visto en este mundo!

—Si es así, mañana veremos demostraciones maestras de control de elementos —secundó Kristal llevando un dedo a sus labios balanceándolo de un lado a otro para pensar—. Ummm. ¡Podríamos ayudar a su majestad Yuuri a entrenar! —sugirió con ánimo, pero luego cayó en cuenta de algo y añadió con humor: — Bueno, tu solo observaras Rai kun. Por ahora, eres un inútil.

—¡¡Kristal chan!!

De inmediato se oyeron risas en torno a la mesa. Lord von Luttenberger, en cambio, se había quedado perplejo y pensativo.

Era obvio que quien tenía el corazón y el alma pura de aquel joven leyenda era su majestad Yuuri, pero ¿Qué había de friedrich? Nadie podía negar que tuviera una gran cantidad de poder en su interior y era capaz de manejar los cuatro elementos, el problema estaba en como utilizaba ese poder. Friedrich no tenía un corazón puro. Lo había demostrado en la última batalla. En esa ocasión, había estado a punto de matar a su contrincante si no hubiese sido por la intervención de su majestad Yuuri, de nuevo, y eso era en gran parte por la influencia de su padre.

Bastian había puesto sobre los hombros de su hijo todo el peso de sus frustraciones. Le había llenado la cabeza de pensamientos y sentimientos negativos basados en su propia experiencia. En su incapacidad para amar. En su incapacidad para sentir compasión. En su incapacidad de aceptar la realidad. Si tan solo Hannah hubiera alejado a su hijo de las garras de su esposo, tal vez, y solo tal vez, el muchacho se habría salvado.

Era una conclusión difícil de llegar. Estaba llena de varios huecos ya que no tenía pruebas contundentes, pero así debía ser. Todo sonaba lógico si lo ponía de esa manera:

Friedrich, con su corazón envenenado por la influencia negativa de Bastian, se había visto arrastrado a su propia perdición. Esa era la última parte de la profecía, cuya historia la sabia de memoria, como la palma de su mano.

«Quien no tuviera el corazón puro del elegido y osara intentar controlar un poder que no le correspondía albergaría a la bestia en forma de dragón que apoyaría a Hirish en la invasión de este mundo y su destino seria servir a ese ser de las tinieblas como una sumisa mascota por la eternidad»

Al recordar aquella parte, August sintió lástima. Por Friedrich y por Hannah, no por Bastian, que había sido el precursor de toda esta desgracia. Luego, suspiró pesadamente y justo en esos instantes una persona hacia aparición en el comedor.

El anciano se levantó de inmediato y clavó sus ojos en él. Aylin que estaba sentada al lado, notó de nueva cuenta la actitud nerviosa del gobernador.

—Buenas noches —saludó Gunter con educación sin ocultar en su rostro que algo grave estaba pasando. Los sirvientes hicieron una inclinación de bienvenida y los demás respondieron a su saludo.

August y Gunter intercambiaron miradas. Y como para confirmar sus sospechas, Gunter evitó la pregunta y dijo:

—Debemos hablar seriamente. Pero antes debo enviar unas cartas lo antes posible. ¿Saben de alguna embarcación que viaje a tierras humanas en este país?

****************************************************

—Es una ventaja que me hayan asignado una de las habitaciones principales, así no tendremos que esperar mucho tiempo para que preparen otra —dijo Cecilie mientras caminaba por los pasillos seguida por Yuuri y Wolfram.

Necesitaban de una habitación para que Su Majestad Yuuri se encargara de curar las heridas y los golpes de Wolfram lo más rápido posible y ella no lo pensó dos veces antes de ofrecer la suya. Gunter, indiscretamente, le había dicho que necesitaban hablar en cuanto pudiera hacerse presente en el edificio sur, y aún tenía pendiente la plática con Hannah a quien le había pedido que esperara un momento en la sala. La salud de su hijo era lo más importante para ella en esos momentos.

Cecilie notó de reojo que las manos de ambos jóvenes no se habían soltado ni un instante desde que habían salido de aquel lugar del cual solo cenizas quedaban. El rey caminaba con la frente en alto mientras Wolfram mantenía la cabeza agachada.

Cerró los ojos y suspiró con preocupación. No estaba segura del nivel de impacto que ese acontecimiento tan horrible había causado en su hijo, pero si sabía, que lo mejor que podían hacer era dejar que su majestad Yuuri se encargara de curarlo no solo físicamente sino también emocionalmente. Las heridas psicológicas no se ven y, de cualquier modo, sabía que Wolfram estaba reprimiendo el dolor que ese intento de violación le había causado.

Cuando se encontraron en la puerta de la habitación, se esforzó por adoptar su buen ánimo. Su habilidad para mostrarse templada ante situaciones delicadas no había mermado mucho en años. No es que fuera indiferente ni despreocupada, es que así era su forma de ser. No tenía tiempo para sentarse a llorar prefería mejor actuar.

—Bien, aquí es.

Por un instante se quedaron en silencio mientras Yuuri y Wolfram contemplaban el lugar. Las ventanas estaban abiertas y hacía un frío que resultaba agradable. Era igual de suntuosa que la habitación que solía ser de Wolfram pero tenía un toque más femenino. Había rosas en varios jarrones y colores más suaves. Una alfombra enorme cubría el suelo de la zona de estar y, junto a la chimenea, había un cuadro de pintura al óleo. Había una enorme cama con dosel al centro. La habitación transmitía una sensación de paz y tranquilidad.

—Cheri sama ¿está segura que podemos quedarnos aquí? —preguntó Yuuri un poco contrariado. Habría preferido llevárselo a su habitación pero tendrían que haber atravesado el jardín para ello. Ya no temía a la oposición de su suegro y de lo que pudiera decir.

La ex reina le dedicó una sonrisa, pero esta vez no era tan relajada como de costumbre, había un deje de tristeza en ella.

—No se preocupe, Majestad, ambos pueden quedarse a dormir aquí. No hay ningún problema —respondió mientras observaba a su hijo caminar al tocador y sintió de inmediato un atisbo de abatimiento —¡Wolfy!— le llamó antes que llegara al espejo.

Por fortuna, éste se dio la media vuelta acatando su llamado. No quería que su hijo viera la apariencia que tenía en estos momentos; los golpes eran claramente visibles y esa marca en el cuello también. Esa imagen la recordaría con dolor durante mucho tiempo y no deseaba que ocurriera lo mismo con su hijo. Haciendo un esfuerzo para tranquilizarse, avanzó hacia a él.

—Te mandaré un cambió de ropa en la mañana. Dejaré que su majestad Yuuri se haga cargo de ti, por ahora. —Cecilie le dirigió una mirada suplicante al monarca y éste entendió perfectamente—. Se lo encargo mucho...

Yuuri inhaló profundamente y asintió con la cabeza al tiempo que dejaba escapar el aire de sus pulmones.

Los ojos de Cecilie se enternecieron. Le había sorprendido el nivel de control que había mantenido el rey haceía unos momentos. Debió haberle costado mucho contenerse y no entrar a modo Maou como casi siempre sucedía cuando algo realmente lo enfurecía. Eso le hizo preguntarse si tendría intensiones de darle el golpe de gracia a Lukas en la mañana. La respuesta que le llegó al instante fue que, efectivamente, así era. Que así como ella se preocupaba por el estado de su hijo, así también su majestad Yuuri se preocupaba por el estado de su prometido y que para él, lo más importante, por ahora, era estar junto a Wolfram, apoyarlo y hacerle olvidar ese trauma. Y con ese pensamiento, decidió dejarlos a solas.

—Bien —exclamó, volviendo su mirada hacia su hijo—. Me retiro.

Wolfram se mantuvo firme frente a ella, en total silencio. Por un momento, se miraron el uno al otro, madre e hijo. Cecilie conocía bien esa mirada y tuvo una breve sensación de aprensión.

—Vendré en la mañana y hablaremos con más calma, Wolfy. Por ahora lo más importante es que estés bien. —Se adelantó Cecilie antes de que le cuestionara sobre lo ocurrido con Willbert. Tendrían que hablar también sobre lo que él le había dicho. Para especificar, las palabras tan duras que le dirigió no eran las que un hijo le debe gritar a su padre y sabía que muy dentro de su corazón, a Wolfram le dolía—. Hay muchas cosas que debemos hablar tú y yo, cariño.

Por un momento creyó que su hijo iba a decirle algo ya que tomó suficiente aire como para una exclamación pero simplemente se limitó a asentir con la cabeza mientras exhalaba. Ella le dedicó una mirada dulce y, finalmente, se dio la media vuelta para caminar a la salida.

Cuando la ex reina salió de la habitación, el Maou y el demonio de fuego se mantuvieron callados a una distancia de unos cuantos metros el uno del otro.

Wolfram no volvió a hacer el intento de verse al espejo; con la reacción de su madre había entendido que se veía tan fatal como se sentía. El dolor punzante en el cuello se lo estaba confirmando. Volvió a sentir el sentimiento de culpa en la boca del estómago. El remordimiento de haber dejado que Lukas lo tocara más de lo que podía permitir y soportar. Y con eso, vino el recuerdo de ese rostro despiadado, de ojos filosos y crueles, y ese tono de burla.

De repente, sintió que las piernas le fallaban pero se esforzó por no dejarse caer o más bien fueron los brazos de Yuuri los que no lo permitieron.

El Maou, pese a su consternación, había tomado el valor suficiente para cruzar la habitación y abrazar a su prometido. Wolfram no lo apartó porque no quería, ni por un momento, que Yuuri dudara de cuan seguro se sentía entre sus brazos. Cerró los ojos y se dejó embriagar por ese aroma que solamente él poseía, dejando que las lágrimas de frustración corrieran por sus mejillas.

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Sentada en un sillón en la sala principal del castillo, con su rostro mojado por las lágrimas y con la mirada clavada a un punto fijo en el suelo alfombrado, Hannah esperaba la aparición de la mujer a la que le había arruinado la vida hace noventa años para una plática cara a cara.

No esperaba menos que palabras hirientes y llenas de resentimiento por parte de ella, y todas ellas, estaba convencida, se las merecía.

Las consecuencias de su silencio, se habían ido acumulando una a una en su espalda como una carga creciente y desproporcionada que no la dejaba vivir en paz. Todas las mentiras salen a relucir en algún momento, de eso estaba segura. El destino se había encargado de poner todas las piezas en su lugar para que confesara su pecado.

Solía tener pesadillas. En ellas, sentía como si atravesara un pasaje estrecho con el temor de caer en cualquier instante a un abismo negro cuyo fin era un tumulto de enormes fardos de basura. Comprendió que esa basura eran sus mentiras y ese abismo era el hueco negro de su cobardía. Llegó un punto en el que su tiempo se dividía en pequeños átomos de dolor cada uno de ellos demasiado terrible para soportarlo. Si su destino fuese ir a la cárcel, ser desterrada o incluso la muerte lo aceptaría sin remordimientos ni reclamos. El perdóname que le susurró al príncipe Wolfram en la fiesta de presentación iba dirigido a todos aquellos que habían sido, directa o indirectamente, afectados por su silencio.

De repente, escuchó los pasos de unos tacones inundar la sala y rápidamente giró la cabeza en dirección a la entrada. Se puso de pie al momento de ver a Cecilie, caminó hacia ella y se le arrodilló con la cabeza agachada.

—Perdóneme... sé que no merezco su perdón, pero aun así yo... —La garganta se le cerró debido la vergüenza pero eso no pudo evitar que sus palabras sonaran tan sinceras como las sentía—. Yo estoy muy arrepentida y apenada por lo que les hice... ¡Se lo juro!

Lo desmedido de la suplica, el gesto de amargura que la acompañó, las palabras sinceras que utilizó hicieron que en Cecilie se formara un sentimiento de compasión.

—Hannah san, no haga esto, póngase de pie —Diciendo esto, la ayudó a incorporarse y al verla a los ojos se dio cuenta de que no era directamente culpable de lo que había confesado. Su mirada no mentía, no había maldad en ella, solamente arrepentimiento. Estaba muy enfadada, no lo podía negar. Iba dispuesta a reclamarle y decirle un par de cosas hirientes a esa mujer a quien hasta esos momentos consideraba una hipócrita, pero sus intenciones se vieron truncadas al notar esa desesperación desmedida que se manifestaba en cada palabra, en cada lágrima, y en cada gesto suyo.

Cecilie invitó a Hannah a sentarse en el sofá y una vez ahí, la sujeto de las manos sin soltarlas.

—Cuéntame todo. ¿Cómo paso? ¿Cómo llegaste a ser parte de todo esto?

Hannah se limpió las lágrimas y respiró hondo dispuesta a revelarle toda la historia de una vez por todas.

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Después de aquel único acceso de llanto, Wolfram se sentía un poco más tranquilo. Nunca se había permitido mostrarse tan débil frente a Yuuri, pero solo por esa ocasión, dejó que sus emociones salieran a relucir después de haber llegado a su límite. Su sola compañía le hacía bien; lo empujaba a seguir adelante, a no derrumbarse, a no dejarse vencer, a no sentirse inseguro. Yuuri había sido su héroe una vez más, había acudido a su llamado y lo había salvado.

En medio de la habitación, en esa fría noche, Yuuri lo apretaba y le sobaba la espalda tan silenciosamente como le era posible. De vez en cuando sentía un beso en la cabeza y con el alivio que le daba venía mezclado un sentimiento más profundo.

Yuuri se separó un poco y levantó la mano hacia su mejilla y comenzó a acariciarla hasta llegar a su labio inferior notando de inmediato un sobresalto de parte de él debido al dolor del contacto de su dedo contra el golpe. Wolfram notó unos frunces de disgusto en el rostro de su prometido ante eso.

Wolfram bajó la cabeza y se llevó la mano a su cuello para cubrir la mordida que Lukas le había hecho en ese lugar, sintiendo una mezcla extraña entre la ira y la vergüenza.

—Lo lamento mucho —dijo en voz baja—. No permití que ese maldito se saliera con la suya pero sí logró hacerme esto. Fue más rápido y ágil. No pude ser capaz de evitarlo. Ni siquiera pude preverlo...

En un instante, Yuuri acalló sus penas abrazándolo fuertemente.

—No tienes porque sentirte culpable —Le dijo al oído, haciendo acopio de todo su autocontrol. Esperaba ser el hombro en el cual llorara hasta quedarse seco o ser quien recibiera los golpes con el fin de que pudiera desahogarse y aliviar cualquier dolor que llevara por dentro, pero de ninguna manera esperaba que Wolfram se disculpara—. Mi amor, tú no eres culpable de nada.

Las protestas que Wolfram pretendía decir quedaron selladas por un beso. Un beso que le dolió por las heridas en su labio.

—Detente... por favor... —suplicó Wolfram, su voz temblaba ante el dolor punzante, su prometido lo besaba con ferocidad y él sentía dolor en todo su cuerpo—. ¡Basta, Yuuri me estas lastimando!

Yuuri se jaló el pelo con frustración retrocediendo unos cuantos pasos y con ello un grito desesperado resonó: —¡Maldición!

Le estaba resultando difícil mostrarse sereno en frente de Wolf y lo estaba consiguiendo justo antes de seguir sus instintos y besarlo de esa manera.

—Perdóname Wolf... Mi intención no fue asustarte. Es que te necesito tanto que... —La voz de Yuuri se quebró. No sabía cómo terminar la frase. Le revelaría demasiadas cosas que aún no estaba listo para asumir.

—Nunca te rechazaría, Yuuri, pero comenzó a dolerme mucho el labio —aclaró Wolfram, señalando la herida. La verdad, si lo había asustado, pero jamas despreciaría a la persona que amaba. El pobre no tenía la culpa de nada. Además, había notado algo en él, algo que le preocupó. Intentó mirarlo fijamente, pero su prometido le rehuyó la mirada casi al instante.

No era ningún tonto, sabía que Yuuri le estaba ocultando algo. Nunca había sido bueno para fingir frente a él, que lo conocía como a la palma de su mano. Lo dejó pasar hasta que ese debilucho reuniera el valor necesario para decírselo de una vez, sabía que tarde o temprano lo haría.

Yuuri se sentía desesperado. Mañana tendría una batalla decisiva para el futuro de este mundo contra un ejército de criaturas de inframundo y había posibilidades de morir en el intento, y justo ahora, tenía a su prometido en medio de una situación que no sabía cómo manejar. No tenía ni idea de cómo darle la noticia, pero estaba seguro que Wolfram colapsaría, harto de tantos problemas así como le estaba pasando a él en esos momentos.

La sola idea de que las horas pasaran y llegara el día de mañana lo hacía temblar. Los miedos se le habían acumulado en el pecho que lo tenía comprimido por la angustia. Tenía miedo a fallarle a sus seres queridos. Tenía miedo a lo que pudiera suceder con ellos, en caso de perder contra Hirish. Tenía miedo a morir. Escuchaba el eco de las palabras que les había dicho a los demás en presencia de los dioses de los elementos en su memoria y ahora le parecían simples bravuconadas de un chiquillo inexperto y esperanzado. ¡Las cosas no serian tan sencillas!

—Llevamos juntos muchos años, amor, y siempre nos hemos apoyado el uno al otro. Siempre juntos, si tu caes, caeremos juntos —dijo Wolfram de pronto. Su voz sonó fina y segura—. Pero estoy cansado de todo esto. Del odio. Del rencor. De las mentiras.

Por instinto, Yuuri se rascó la nuca con nerviosismo, lo que hizo que Wolfram esbozara una pequeña sonrisa. Después se acercó a él, lo abrazó y le dijo al oído:

—Solamente te tengo a ti, tú eres mi fuerza. Solamente en ti confío. No hay razón para alejarte si te necesito tanto como el aire que respiro.

Yuuri se estremeció al escuchar esas hermosas palabras, las cuales guardaría en su memoria toda la vida que le quedaba, pero al mismo tiempo se dio cuenta de lo difícil que resultaría desahogarse con él, contarle lo que pensaba y sentía sobre ser el "Elegido de la profecía", sus preocupaciones, sus miedos, sus problemas. Sería demasiado doloroso para ambos. Ahora mismo el corazón se le había subido a la garganta conteniendo el llanto. Se le estaba haciendo muy, pero muy difícil, pero sabía que no había marcha atrás. Había hecho una promesa y la cumpliría.

Respiró hondo. Y ese mismo instante decidió olvidar los problemas que lo atormentaban. Ahora mismo no deseaba más que abrazar y besar a la persona que amaba con todas sus fuerzas. Necesitaba de él. De la fuerza y el valor que le transmitía.

A través de la punzada de culpa por ocultarle cosas a su prometido, Yuuri logró una verdadera sonrisa y extendió su mano.

—Ven, Wolf... te curaré de una vez por todas.

Diciendo esto, lo llevó consigo a la cama. Por fortuna, Wolfram se dejó hacer, no opuso resistencia. Lo hizo sentarse a la orilla de la cama y él se quedó de rodillas sobre el suelo, entre el espacio de sus piernas. Reunió Maryoku en la palma de su mano y aplicó Majutsu curativo sobre su cuello, quedando este sanado al instante gracias a la cantidad de poder que ahora manejaba. Ambos se miraban fijamente mientras sus mentes se hallaban más allá de todo pensamiento y todo temor.

—¿Confías en mi? —le preguntó Yuuri una vez más, antes de comenzar con la parte más difícil.

Wolfram entrecerró sus ojos, brillantes, amorosos

—Confío en ti...

Con esa respuesta, Yuuri fue desabrochando uno a uno los botones de su propio abrigo; ese que le había colocado para cubrir su desnudez al momento de hacerlo reaccionar. No había tenido el tiempo suficiente para fijarse a detalles en las marcas que tenía en sus piernas pero al momento de deslizar la prenda por sus hombros quedaron a relucir.

Pausó un momento.

Sintió esa horrenda ansiedad que le daba nauseas y sed de venganza pero respiro profundamente para tranquilizarse. Wolfram se había vuelto a inquietar. Pudo notarlo fácilmente con la reacción que tuvo su cuerpo a pesar de que no habían vuelto a cruzar miradas.

Tomando fuerzas de su interior y de todo ese amor que le profesaba, una vez más Yuuri aplicó Majutsu curativo en sus piernas, tan níveas, tan torneadas, largas y perfectas. Pero no se detuvo ahí, después de borrar las marcas en su cuerpo comenzó a besar con delicadeza cada rincón que había sido curado. En esta ocasión se detuvo en sus muslos. Su cálida respiración, los acarició. Levantó uno de ellos y fue subiendo y bajando con sus labios. Se sintió satisfecho porque el suave jugueteo de su lengua no causaba pánico en su amado.

Wolfram respondía espontáneamente a esas caricias, mientras que su mente se ponía en blanco y se limitaba a sentir. Los músculos que un rato antes estaban en tensión, se le relajaron repentinamente. El instinto los guiaba, un instinto primitivo que los consumía. No era lujuria, era amor. Cuando sintió sus dientes mordisqueándolo entre los muslos, llevó una mano a su cabeza y deslizó los dedos bajo su liso y suave cabello para jalar suavemente unos cuantos mechones.

Yuuri se detuvo de repente para posar una mano sobre la cabeza de Wolfram quien de inmediato cerró los ojos sintiéndose sorpresivamente tranquilo.

—Esto lo aprendí hace poco... —explicó, haciendo que Wolfram abriera los ojos y lo mirase con curiosidad —Gisela san me la enseñó; dijo que era una técnica que solía practicar Julia san en Cheri sama. Una técnica de relajación —A decir verdad, era la primera vez que la aplicaba, pero la doctora le había dicho que esa técnica podía tranquilizar al corazón mas desbocado—. ¿Funciona?

—Sí, ya me siento mejor... ya no me duele y me siento como... como muy tranquilo —respondió Wolfram con una hermosa sonrisa—. Su técnica funcionó, doctor.

Aquella simple frase hizo a Yuuri detener sus acciones para incorporarse y recostarse sobre él.

—El tratamiento sigue... —le dijo con voz ronca y observándolo con ojos entrecerrados y vibrantes. Wolfram se inclinó hacia atrás poniendo sus codos cobre el colchón dándole la libertad de besar sus mejillas dulcemente. Al separarse, Yuuri trató de hallar miedo o vacilación en su rostro pero no fue así por lo que se atrevió a tomar posesión de sus labios.

Wolfram alzó los brazos para envolverlos alrededor de su cuello entregándose de lleno a ese beso. Y sintió su cuerpo cálido junto al suyo mientras una energía color plata brotaba alrededor de ellos.

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No había ninguna pieza que se había abstenido de revelarle. Le habló de la trampa para que Willbert regresara a Antigou Makoku. Le habló de la servidumbre infiltrada en Pacto de Sangre. Le habló de Destari sama y de lo que significaba en la vida de Willbert. Absolutamente todo llegó a oídos de Cecilie.

—¡Entonces Bastian fue el único culpable de todo! — exclamó Cecilie al terminar de escuchar el relato de la gobernadora. Fue tanta su impresión que tuvo que levantarse de su asiento—. ¡Lo sabia! Ese hombre nunca me dio buena espina. Había algo en ese consejero que no me gustaba.

La voz de la ex reina estaba tensa y Hannah notó que sus hombros estaban tiesos y sus manos empuñadas.

—Yo soy culpable por callar. En aquellos tiempos, yo no entendía mucho de política y temí más por la seguridad de los habitantes de ambos países que por el hecho de destruir una familia —expresó con la misma voz culpable. La ira y la sensación de fracaso que sintió después de enterarse de lo que su esposo fue capaz de hacerle a su mejor amigo seguía latente en su interior—. Jamás me lo pude perdonar. No tendría que haber permitido que las cosas fueran tan lejos.

Cecilie estaba conmovida por la manera tan apasionadamente dolida en que le había contado todo. Se dejó caer de nuevo en el sofá y la observó agachar la cabeza y con esa acción unas finas lágrimas cayeron en su falda, mojándola. Sonrió con gesto compasivo, y, poniéndole la mano sobre el hombro, la confortó:

—Solamente actuaste bajo lo que tú pensabas que era lo correcto. Yo tampoco entendía mucho de política cuando era reina y cometí muchos errores —Cecilie hizo una pausa. Recordar sus días como reina no le causaba un sentimiento de alegría sino de pesar. Luego continuó con voz más seria—. Mis errores costaron la vida de muchas personas, y no me siento nada orgullosa de muchas decisiones que tomé en mi vida política y personal. Por suerte, siempre tuve el apoyo de mis hijos.

—También lamento haberla puesto en una situación bochornosa con sus hijos —puntualizó Hannah.

—Mis hijos eran conscientes de mi inocencia —le explicó Cecilie, sonriendo—. Ellos fueron mi fuerza y son mi mayor orgullo.

—Sí, son unos buenos hombres —Hannah guardó silencio un instante mientras se limpiaba los ojos de las lágrimas y se sonaba la nariz—. Son todos unos caballeros —agregó al girar su rostro hacia ella. La mirada de Cecilie le parecía distante, como fija en otro tiempo y en otro lugar.

—¿Sabes? —le dijo la ex reina de repente con el mismo aire pensativo y melancólico—. Dicen que los hijos comienzan la vida amando a sus padres sin restricciones, al hacerse mayores los juzgan porque se creen con derecho de hacerlo y les reclaman por ciertos errores. Yo tuve la suerte de nunca ser juzgada por mis hijos. Gwendal era mi conciencia. En el pasado, siempre me regañaba por ser tan confiada a mis instintos de ayuda al prójimo y al final tuvo razón. Aunque no me arrepiento. Conrad tuvo su época de rebeldía, fue en sus días en la academia de esgrima, pero después se convirtió en el hombre amable y apuesto que es hoy. Y mi Wolfy —añadió con ternura—. Algunas de sus actitudes me recuerdan a las de su padre. Se parece a mí físicamente, pero yo creo que tiene más rasgos de Willbert. Ambos son muy celosos y orgullosos.

—Tuve la oportunidad de conversar con él un par de veces y puedo afirmar eso —dijo Hannah un poco más tranquila. Cecilie le sonrió pero ella notó que esta vez no era una sonrisa de alegría sino de resignación. Un breve silencio se hizo presente.

—Lo que me duele, es que Wolfy se crio solamente con la figura paternal que Waltorana le pudo dar, aunque le estoy muy agradecida por ello —dijo al cabo. Sus intenciones no eran incomodar a la gobernadora con sus palabras, simplemente surgieron después de desviar su mirada al cuaderno de dibujo que estaba sobre la mesita de sala. De pronto se le vinieron a la cabeza los recuerdos de su matrimonio con Willbert. La ansiosa espera de su hijo. Todas las ilusiones y los planes que tenían—. Nunca le pudimos dar una familia conformada por un padre y una madre como habría deseado. De eso estoy completamente segura. Lo conozco lo suficiente como para saber que lo tiene guardado en su corazón. Un niño criado de esa manera habría terminado siendo un rebelde sin causa, por suerte, al final resultó ser más caprichoso que rebelde.

El semblante de Hannah volvió a entristecerse.

—En mi caso, solamente se me dio el título de madre como una función que no pude cumplir debidamente —le confesó, incapaz de seguir ocultando sus frustraciones—. El darle la vida a un ser no es considerado como algo particularmente digno de mérito si no se cumple como es debido. Yo no pude siquiera intentar establecer una relación afectuosa con mi Friedrich porque Bastian nunca me lo permitió. Dejé que ese canalla se encargara de la educación de mi hijo por cobarde. No sabes cuánto me arrepiento y me duele desde lo más profundo de mí ser, porque amo a mi hijo con todo mi corazón.

Ante ese comentario, una nueva inquietud surgió en Cecilie. Sentía una leve punzada de culpa, esa sensación de estar invadiendo la privacidad de otra persona pero no podía quedares con esa duda.

—Hannah san, ¿Tu amas a tu esposo...amas Bastian?... —preguntó con mucha seriedad y un tono profundamente intuitivo.

Ella frunció el ceño y su rostro ensombreció. Tras quedarse callada por un tiempo encontró la manera de responder a esa pregunta tan clara y brevemente como quería.

—Cuando se arregla un matrimonio a temprana edad, todo mundo espera que se aferren el uno al otro con un sentimiento de protección y seguridad que según ellos nace con el tiempo —Hannah arrugó la tela de su falda con sus puños sintiendo cierto resentimiento con sus padres que habían sido los precursores de su compromiso—, Pero ese aferrarse no es un equivalente al amor... —añadió con dolor—. Tuvimos que estar cerca el uno del otro por obligación. Con el tiempo, descubrí que era constantemente herida por su inaccesibilidad...por su frialdad... por su falta de delicadeza hacia mí y el único modo en que lograba tratarlo, era ignorándolo.

—Hannah san...— susurró la ex reina, mirándola con compasión.

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Por los caminos de la ciudad capital, el sonido de los cascos de los caballos pisando la roca firme del suelo anunciaba que la tropa real tenía una misión de urgencia. Algunos habitantes se pusieron en alerta y atrancaron rápidamente puertas y ventanas. Otros contemplaron con interés el desfile de caballería.

Un numeroso grupo de soldados de las tropas reales y un grupo de médicos liderados por el Maou de fuego se dirigían hacia los pueblos ubicados en el centro del país.

Era una noche fría, el viento agitaba las desnudas ramas de los árboles. Los animales nocturnos y salvajes hacían su aparición. Las estrellas ardían de un blanco glacial contra el cielo negro cubierto de varias nubes. La neblina les dificultaba la visión pero, aun así, nada parecía detener a aquel grupo de soldados que portaban antorchas para iluminar el camino.

El monarca agitó las riendas de su caballo al igual que el resto de sus hombres agitaron furiosamente las riendas de sus corceles en un ferviente deseo de cumplirle a su gente.

Desde que fue nombrado Maou, Willbert se prometió a sí mismo que, a partir de aquel momento trabajaría por y para el bienestar de su país y así lo haría siempre, no importaban las circunstancias. No importaba que tan de cabeza estuviera su vida en estos momentos. Jamás le fallaría a quien necesitara de su ayuda.

—A este paso, llegaremos en unas tres horas —anunció el soldado Cleint al rey, quien iba a su lado a la cabeza de la tropa.

Gwendal, quien se hallaba a la derecha del Maou, prestó mucha atención a sus palabras.

Si lograban evacuar a los aldeanos para antes del amanecer llegarían a tiempo para estar presente en la reunión de consejo que tenían planeado convocar para informarles del inicio de la profecía. En caso de no lograrlo, Yuuri y los demás tendrían que enfrentarse por sí solos a esos Nobles que eran unos fervientes opositores a una alianza con humanos.

La desventaja de no estar presentes en dicha reunión era tan simple como delicada: Un país no se mueve sin su rey. Sin el consentimiento de Willbert, ningún habitante de Antiguo Makoku apoyaría a Yuuri como su salvador ni mucho menos aceptaría la ayuda de países humanos. Su orgullo era más fuerte que la razón.

Ironía de la vida o no, habían llegado a un punto en el que uno dependía del otro: Willbert necesitaba de Yuuri para salvar a su país al mismo tiempo que Yuuri necesitaba de Willbert para que todos lo apoyaran en la batalla final.

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—¿Mejor? —preguntó Cecilie después de observar a la gobernadora beber un buen trago de agua que ella misma le había facilitado.

—Si —respondió Hannah con agrado—. Muchas gracias, lady Cecilie.

—No es nada.

Hannah se quedó pensativa.

—La admiro mucho —le dijo poco después—. Me había preparado mentalmente para las palabras hirientes y llenas de odio que recibiría de usted. Pero en cambio me ha tratado de una manera compasiva.

—En realidad yo sentía que debía estar molesta pero en realidad no lo estaba —Hannah abrió la boca, pero ella levantó la mano. Era obvio que aún no había terminado—. Estaba dolida, pero al ver que tú lo estabas más, ese sentimiento se convirtió en entendimiento. Tuviste tus razones. Uno es así de bobo a veces —comentó con una pizca de humor—. Y te agradezco por lo que hiciste para evitar que me separaran de mi bebé.

—Destari sama y yo creímos que era lo menos que podíamos hacer por usted. Nos sentíamos muy mal...

—¿Destari sama? —Repitió sin reconocer a la persona—. Bueno, él también se arrepintió de lo que hizo, no creo guardar rencor contra alguien que no conozco en persona.

Hannah dirigió una fugaz mirada a la mesita de sala pero no añadió ningún otro comentario y Cecilie no se atrevió a seguir hablando al respecto.

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Al terminar de aplicarle Majutsu curativo, las heridas y los golpes exteriores de su prometido habían desaparecido por completo sin dejar cicatrices, pero aun le faltaba curar su alma pura.

A Yuuri se le había ocurrido llevar a Wolfram al cuarto de baño. Se sintió aliviado al ver que estaba en la habitación a diferencia del de pacto de sangre que estaba al final del pasillo y era compartido. Y había otra diferencia, en este había una ducha. Era un cuadrado de vidrio con pared de azulejos lo suficientemente espacioso para los dos y al lado había una bañera de bronce con patas de garra. También había un mueble con un espejo muy grande. En una mesita, había una gran cantidad de shampoo y jabones a escoger.

Con la ayuda de su prometido, el monarca logró despojarse de las ropas que estorbaban y después se metieron juntos a la ducha. El agua; tan cristalina, fresca y pura, lavaría de sus cuerpos todo rastro de suciedad, de sudor y de malas vibras.

Yuuri dejó el agua correr, tomó el jabón y una esponja, y con toda la delicadeza del mundo comenzó a frotar el cuerpo del otro. El agua tibia se derramaba por su cuerpo desvistiéndolo de la espuma que lo cubría. Sintió que su propio cuerpo era sacudido por un instinto de posesión al cual ya estaba acostumbrado cuando tenía a Wolfram en esas condiciones. Como si un poder invencible lo dominara, lo apoyó contra la pared de azulejos y empezó a besar su cara, sus ojos, sus mejillas, hasta buscar aquella boca de labios suaves y carnosos que poseía. Sus besos se volvían cada vez más insistentes, su boca era deliciosa. Amaba la textura de sus labios suaves. Lo había besado tantas veces y de tantas maneras, besos suaves y gentiles, duros y desesperados pero aun así, no se cansaba de su boca. Era su droga, era su adicción.

Después, lavó su suave y largo cabello rubio. Solamente cuando el agua lo cubría podía notar cuan largo era pues sus rizos, herencia de su madre, siempre se hacían presentes cuando el cabello se le secaba. Wolfram hizo el mismo procedimiento con él, ayudándole a quedar limpio.

Finalmente, convencidos de que estaban tan limpios como les era posible, se internaron en la bañera, que era lo suficientemente espaciosa para los dos y con el agua caliente terminaron de relajarse. El aire olía a una mescla de esencias aromáticas; vainilla, miel y canela mientras esa pareja se mimaba el uno al otro.

—¿Te sientes mejor? —preguntó maliciosamente el monarca cuando se separó un poco de los labios de su prometido, éste apenas tuvo tiempo de afirmar con la cabeza ya que no tardó mucho en volver a besarlo.

Al separarse, Yuuri se quedó ensimismado mirando a Wolfram, que estaba sentado sobre sus piernas. Adoraba contemplarlo de esa manera: su cuerpo desnudo, su cara estaba ruborizada y sus ojos brillaran como joyas de esmeraldas recién pulidas.

Pequeños momentos como estos lo hacían realmente feliz. Wolfram hacía que todos sus sentidos palpitaran. Ni siquiera se podía explicar a sí mismo cómo y cuándo se había llegado a enamorar tanto de él. Quizás fue desde el principio y no quiso darse cuenta o no quería aceptar que así había sucedido. Pero fue como a los diecisiete, después de pasar por un montón de aventuras viajando juntos que sintió esa conexión tan fuerte con él. Cuando salía con alguien, su imagen estaba siempre en su cabeza, todo el tiempo, durante toda la cita. Cuando le preguntaban por su interés amoroso, en su mente siempre salía a relucir su nombre. En las noches añoraba estar a su lado, soñaba con él y se sentía realmente enfermo cuando lo veía al lado de alguien más. Ya no le quedó la menor duda; el demonio de fuego lo tenía en sus manos. Su hermoso prometido se había convertido en la razón de su existencia.

Cómo deseaba que de alguna forma el futuro estuviera asegurado, así tendría la certeza de que se encontraría con Wolfram frente al altar, como habían estado planeando desde antes de que todo esto sucediera.

—¿Yuuri?, ¿Qué sucede? —cuestionó Wolfram al notarlo distante y con la mirada perdida, incapaz de detener el paño en los ojos. Yuuri simplemente pegó su frente a la suya.

—Sé que ya sabes que te oculto algo —Su voz temblaba mientras trataba de ser fuerte frente a su amado —Me conoces más de lo que cualquier persona me ha llegado a conocer. Por eso, solo te pido que des hasta mañana para poder decírtelo.

Wolfram se quedó momentáneamente callado. No podía negar que esos ojos oscuros reflejaban vulnerabilidad, miedo, inseguridad y tristeza, pero con las palabras que acababa de decirle su inquietud había aumentado significativamente.

—Me estas asustando. Dímelo de una vez —suplicó un tanto dolido por su silencio, sin entender su significado. No hubo respuesta. Se tragó la inquietud.

Yuuri lo abrazó fuertemente haciendo que sus partes intimas rozaran bajo el agua, que se derramó un poco de las orillas de la bañera. Wolfram intentó retener un gemido pero no lo logró, así como un leve respingo de placer

—¡Ahg!... Yu...Yuuri... no... dímelo ahora...

—Déjate hacer... —le dijo en voz baja rozando sus labios contra el lóbulo de su oreja haciendo que el otro sintiera esos escalofríos exquisitos recorrer todo su cuerpo—. Solo por esta noche... olvidémonos de todo... De todos los problemas, de todos los que nos rodean... Seamos solo tú y yo. Entrégate a mí, si restricciones. Te lo suplico...

Quizás el viejo Wolfram hubiese hecho un escándalo al ser ignorado de esa manera. Quizás hubiese exigido una explicación inmediata. Quizás se hubiese encaprichado en saber la verdad de una vez por todas. Pero esta vez no. Estaba dispuesto a cambiar un poco ese aspecto de su personalidad. Ser más comprensivo con su pareja. Darle su espacio. De todas maneras, él mismo lo había dicho, lo conocía más de lo que cualquier persona en el mundo.

Con esos pensamientos, correspondió con agrado el nuevo beso en sus labios y le abrió la boca para permitirle recorrerla toda. Después, Yuuri pasó el beso sobre su garganta, a través de su pecho.

Wolfram se arqueó un poco hacia atrás para facilitarle el acceso al sitió donde creció su excitación. La lengua de Yuuri jugueteaba sobre sus pezones mojados y él no podía acallar sus gemidos. No había marcha atrás, quizás lo haría suyo ahí mismo en la bañera aunque era un poco incomodo por el espacio.

Pero Yuuri tenía otras intenciones. Deslizó sus manos por debajo del trasero de su pareja y con un impulso logró ponerse de pie cargándolo en sus brazos. Salieron del cuarto de baño y llegaron a la habitación donde delicadamente lo colocó sobre el lecho. Le importaba poco mojar la cama.

Yuuri contempló a Wolfram con adoración. Se fijó en sus ojos, peligrosamente felinos, dos destellos verdes como las joyas de esmeraldas. En la maravillosa visión de su cara, su perfecto cuerpo, sus sedosos cabellos desparramados sobre la almohada. Absolutamente todo de él le encantaba. Su caprichoso y orgulloso prometido, suyo y de nadie más. Se recostó sobre él, e inclinó su cabeza sintiendo el fino aroma a miel que emanaba. Acarició sus brazos sintiendo el suave tacto de su piel. Y finalmente buscó su boca para probar una vez más ese dulce néctar que le había permitido probar de sus labios y de su cuerpo.

Yuuri separó su boca de la de Wolfram sólo lo suficiente para cambiar la inclinación de sus cabezas antes de comenzar a hacer más profundo el beso, lentamente. Las caricias no se hicieron esperar. Recorrían con sus manos delicados caminos que ya conocían de memoria pero que si por ambos fuera se perderían en ellos todos los días de su vida.

—Abre las piernas para mi, mi amor. No te haré daño... —le dijo Yuuri sensualmente al notar su rigidez, dándole besos cortos en las mejillas.

Inocentemente, con la vista fija en la de él, Wolfram fue separando sus extremidades inferiores dándole al monarca una exquisita visión.

Sin perder tiempo, Yuuri fue descendiendo hasta la entrepierna donde tomó su hombría con ambas manos para después devorarlo con su boca. Wolfram arqueó la espalda sintiendo el exquisito placer que su prometido le proporcionaba. Su lengua hábil se deslizaba desde su tronco hacia y el inicio del glande.

Yuuri chupó y lamió su pene erecto con todo el placer del mundo. Se animaba cada vez más con los gemidos que su prometido dejaba escapar. Eran naturalmente sensuales. Un afrodisíaco para cualquiera. Pero solamente él tenía el derecho de escucharlo gemir. Llegó a temer que Wolfram no se estimulara con sus atenciones pero esa preocupación se había quedado atrás. Bajó la cabeza y con desmoronada pasión lamió el pequeño y tierno ano empapándolo en saliva.

Wolfram se retorcía y gemía, con los ojos abiertos y alucinados. Sus largas y pobladas pestañas se movían ligeramente por el contacto de esa lengua en esa parte de su anatomía. Al poco tiempo, dejó escapar un gritó de placer al notar como unos dedos salían de su interior. Cerró los parpados y sacudió la cabeza. Yuuri pensó que no podía hacer otra cosa más que poseerlo para saciar sus deseos. Y así lo hizo, poco a poco.

Se incorporó para encontrarse de frente con el rostro de su prometido. Los labios entreabiertos, y el brillo en sus ojos verdes le decían claramente que estaba preparado para él. Se había calmado y su respiración era paulatinamente menos acelerada. Wolfram lo rodeó con los brazos y lo abrazó con fuerza. Sus labios lo buscaron, y él volvió a saborear esa húmeda boca.

Lo amaba, amaba cada pedazo de su ser. Adoraba el dulce aroma de su cuerpo sudoroso y caliente. Adoraba escuchar sus gemidos. Sentirlo entregarse al placer cada vez que lo penetraba como en esos momentos estaba sucediendo. Sus respiraciones se aceleraron sin control. El sonido del crujido de la cama los acompañaba en esa serenata de gemidos que habían comenzado.

Vigoroso como nunca, Yuuri embestía a Wolfram entregándose en cada una de ellas. Un pacto silencioso de no dejarse vencer. Porque su amor lo hacía sentir poderoso, fuerte, pleno, invencible. Algo especial le latía en las venas. Algo que le decía que su destino era estar junto a él por el resto de su vida, que sería larga, como debía ser.

Tras un buen tiempo de exquisitas penetraciones, una sensación caliente se aglomeró debajo de su estomago y supo de inmediato que se trataba del intenso placer del éxtasis.

Cuando la calma volvió a reinar en la habitación, se dieron cuenta que la cama estaba hecha un desastre de mantas y sábanas. Sus cuerpos estaban calientes y sudorosos. Arreglaron un poco y se acostaron juntos y abrazados dejando que el sueño los venciera.

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Tras más de cuatro horas de cabalgata bajo la fría noche, Willbert tiró de las riendas de su caballo, hermoso y fuerte semental, y éste se detuvo en una pequeña montaña rocosa desde donde se podía ver el inicio del campo oscuro del cual el soldado Cleint había hablado: Una enorme extensión de territorio cubierto por una espesa aura negra que no se podía atravesar. Cuando miró hacia abajo, las luces de unas antorchas ardientes y resplandecientes le informaron que un grupo de personas se encontraban reunidas en las cercanías de ese lugar.

Willbert dio una orden y sus tropas siguieron avanzando a través de unas nubes de arena levantadas por un viento que arreciaba fuertemente. Era una tierra sin agua, cubierta de cactus y de maleza, siempre sedienta y siempre moribunda. De noche hacia un frio atroz debido al efecto inverso; todo el calor almacenado en el suelo y la atmósfera cercana se perdía causando una baja extrema de temperatura. De vez en cuando alguna serpiente se deslizaba detrás las rocas para atrapar a su presa: un roedor que no volvería a ver la luz del sol. Los ojos de los coyotes brillaban como destellos afilados en la oscuridad. Las salamandras los miraban pasar, moviendo su cabeza y sacando la lengua. Llegó un momento en que el caballo del rey, Asgarth, presintió que algo malo sucedía. Bruscamente se encabritó y corcoveó dándole a entender a su jinete que no debían avanzar más. No fue solamente el caballo del monarca el que comenzó a moverse con impaciencia y a sacudir la cabeza sino el de todos los demás que iban a su espalda. Por fortuna, los soldados y el rey lograron controlarlos y siguieron avanzando.

Al llegar al lugar, la gente los recibió con los brazos abiertos. Estaban notablemente cansados, ateridos de frío, heridos y hambrientos. Los soldados y médicos que habían llegado junto al rey se pusieron en acción de inmediato.

Willbert se notaba muy erguido sobre su hermoso corcel blanco como la nieve. Usaba un traje militar con el color negro de la realeza, y sobre este un fino abrigo de piel. Su rostro, pese a la ardua cabalgata, estaba fresco y sereno.

Ochocientos hombres, como mínimo, alzaron la cabeza para contemplar su llegada. Su sola presencia transmitía seguridad y fuerza. Era la primera vez para muchos en contemplar a su Maou ya que sus pueblos estaban demasiado alejados de la capital; no obstante, quienes lo habían visto en más de alguna ocasión creyeron apreciar una diferencia en él, como si lo invadiera un sentimiento de tristeza.

Willbert bajó de su caballo y a medida que avanzaba, los murmullos de asombro aumentaron significativamente. Un hombre de los que se encontraban ayudando a la gente, se incorporó para acercarse al monarca después de aplicar Majutsu curativo a un aldeano.

—¡Mi señor! —exclamó con la voz ronca de tanto dar órdenes y ánimos a sus hombres. Era un militar de alto rango. Tenía cabello rubio, largo hasta los tobillos y ojos color fucsia. Complexión fuerte y doble. De unos treinta años (apariencia humana) e imponía disciplina con su presencia.

—¿Goethe?

A pesar de la manifestada sorpresa del rey, éste llevó una mano a su frente y prosiguió a explicar:

—Le ofrezco una disculpa por haber desatendido sus órdenes de volver cuanto antes al Castillo Imperial. Mis hombres y yo recibimos una alerta de parte de un grupo de aldeanos que buscaban ayuda, por lo que decidí desviarme del camino.

—No tiene que disculparse. Lo que hizo, fue lo correcto —le respondió mientras daba unos pasos adelante y se aseguraba de que sus palabras fueran escuchadas fuertes y claras. Siempre le había inculcado a su tropa que debían servir y cumplir ante todo.

Tras unos segundos de pausa por parte de ambos, Willbert echó un vistazo al gentío que era atendido por soldados y los médicos, y al ver que todo estaba bajo control, se sintió más tranquilo. Prosiguió a sacarse una duda que le había estado rondando en la cabeza desde esta mañana después de la conversación que tuvo con su esposa y esa era la razón por la cual había enviado a su capitán de confianza a una misión especial.

—¿Descubriste algo? —le preguntó en voz baja después de rodear su hombro con el brazo y comenzar a caminar con él a un lugar alejado

Goethe frunció el entrecejo con indignación al recordar la información que había recopilado.

—Sí —respondió—. Y es realmente inaudito... —añadió con recelo.

Willbert se detuvo y lo miró fijamente con esas llamaradas azules, suspicaces e inquebrantables capaces de hacer arder a cualquiera. Necesitaba saber aquello con urgencia.

—Adelante —Le dio la orden para proseguir, el otro adoptó una seriedad indefinible en el rostro.

—Hay muchos rumores entre algunas tropas de algunos de los Distritos —Habló sin titubeos—. Todos ellos relacionados a la orden de una rebelión proclamando un derecho al trono por destitución.

A Willbert el estómago le dio un vuelco sintiendo asco por los miembros de su consejo después de escuchar aquella barbaridad. Nuevas incógnitas vagaron por su cabeza, todas ellas llenas de indignación: ¿Así le pagaban tantos años al servicio de su país adoptivo? ¿Así le pagaban que en todo este tiempo, no hubiese hecho más que cumplir, con excelencia, sus deberes como Maou dejando a un lado su rol como padre de familia? ¡Qué malditos!

¡Qué suerte que esta mañana, después de que Anette le habló acerca de la rebelión, decidiera enviar a Goethe a investigar esos planes en los mismísimos palacios de gobierno de sus distritos!

Sintió unos deseos profundos de enfrentarse cara a cara con esa bola de ineptos y malagradecidos. El nombre de Alexander von Foster como la cabeza detrás de esta traición salía a relucir. Ambos habían mantenido cierta rivalidad desde hace años. También estaban Charles von Ducke y su hermano Harry; a menudo ellos se mostraban demasiado recelosos para apoyarlo en sus propuestas y no dudaban en que habían caído redonditos en la manipulación de Foster. A Volker lo consideraba como un medio hermano por su conexión con Destari von Rosenzweig, pero a estas alturas ya no sabía que pensar ni en quien confiar. Algo le venía dando vueltas en la cabeza durante todo el camino. Algo relacionado con la traición de Bastian y Hannah e incluía también a quien consideraba como un segundo padre.

Estaba atrapado entre tantos problemas que ya no le importaba quienes fueran los traidores sentía una furia incontenible deslizándose a través de sus venas. Algo más poderoso, que ningún hombre podría soportar y lo dotaba de una capacidad inconcebible de sentir placer con la venganza. Su autocontrol ya se había caído en pedazos desde el momento en que se había dado cuenta que su "mejor amiga" lo había traicionado y ahora no sabía cuánto más podía contenerse.

Su furia estaba a punto de estallar hasta que una mano se posó sobre su hombro a sus espaldas. Reconocía a esa persona sin necesidad de verla a la cara. El destino debía estar jugando con él, porque precisamente lo había estado recordando durante los últimos instantes.

—Destari sama... —dijo con voz lúgubre agachando la cabeza y apretando sus puños al mismo tiempo.

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Decir que lo que su hermano y su cuñado le habían contado sobre su encuentro con los cuatro dioses de los elementos lo había dejado estupefacto sería insuficiente para describir la reacción que había tenido cuando se enteró de quien era el elegido de la profecía. Volker, con los ojos bien abiertos y las manos temblándole notablemente, se sentó en la orilla de la cama y ahí se quedó callado y pensativo.

Ahora resultaba que el mestizo rey era el elegido de la profecía. ¿Por qué? ¿Cómo? Era algo inexplicable. Había escuchado la historia de la profecía tantas veces que conocía cada detalle y comprendía la magnitud del problema, lo que no concebía, era apoyar a ese mestizo en la batalla. Lo odiaba. Lo odia simplemente por su parte humana.

—¿Te quedaras ahí como un monigote toda la noche, Volker? —preguntó Dimitri rompiendo el silencio. Hasta ahora se había mantenido callado, de pie con los brazos cruzados pero se había cansado de esperar—Es tan sencillo como dejar tu orgullo a un lado y apoyar a ese chiquillo en la batalla para evitar fin de este mundo.

—Lo dices como si fuera tan fácil... —rebatió él con renuencia en su tono—. Nosotros somos Mazoku de sangre pura, aceptar la ayuda de ese mestizo seria como desechar nuestras raíces.

Dimitri alzó una ceja.

—¿Desechar nuestras raíces? De nuestras raíces no quedará nada si se pierde en la batalla de mañana —Suspiró—. Escucha, para mí también fue chocante aceptar que mi futuro dependía de ese mocoso, pero tuve la oportunidad de tratarlo aunque sea por una tarde y verlo batallar, y te puedo decir que no es tan malo —Dimitri avanzó unos pasos hasta detenerse frente a su hermano mayor y le dedicó una sonrisa insólita y una mirada zorruna—. De hecho, Yuuri Shibuya es buena persona —agregó, reflexionando sus propias palabras.

—Es una sorpresa viniendo de ti, hermano —dijo Volker después de reír con sorna; Dimitri había cambiado su semblante neutral a uno frio—. Te has ablandado un poco.

—No estoy para comparaciones entre mi yo del pasado y mi yo del presente —respondió el escritor—. Lo que te estamos pidiendo Ariel y yo es tan simple como apoyar a Yuuri Shibuya con toda la tropa de Rosenzweig.

—Volker san, por favor —Ariel intervino por primera vez levantándose de su asiento pues durante todo este tiempo había estado callado, sentado en la silla del escritorio escuchando la plática entre ambos hermanos—. Su majestad Yuuri está dispuesto a sacrificarse a sí mismo por nuestro futuro. Todos aquí sabemos que al final el joven leyenda murió por el agotamiento y la falta de Maryoku; sin embargo, y pese a ser consciente de eso, ese mestizo al que tanto menosprecia está dispuesto a liderar esa batalla. Dele la oportunidad de cambiar esa parte de la historia, apoyándolo.

En la habitación se produjo un silencio sepulcral en cuanto los dos hermanos analizaban las palabras dichas por cantante. Fueron muy profundas y sinceras así como fueron el último empujón que necesitaba el gobernador.

—De acuerdo —dijo finalmente, poniéndose de pie.

Dimitri lanzó un resoplido y Ariel esbozo una sonrisa al escuchar su resolución.

—Gracias —le dijo el cantante.

Volker se encogió de hombros.

—Es lo menos que podemos hacer ¿no? De todas maneras, nuestro padre siempre nos ha recordado que el día en que la profecía se cumpliera tendríamos que luchar todos en unión.

Ante ese último comentario, Dimitri sintió la necesidad de agregar algo más.

—Todo ese tiempo nuestro padre había estado creyendo que el elegido era el rey Willbert... le dará un ataque cuando se enteré de quien es en realidad.

—El destino es el que dispone de las cosas —comentó Ariel—. Quién diría, que al final la relación entre el rey de Antiguo Makoku y el rey de Nuevo Makoku sería el inicio de una nueva era en este mundo. Nadie imaginaba que las cosas se darían de esta manera. Su majestad Yuuri vino aquí por la competencia de elementos por la corona, y para recuperar a su prometido principalmente, pero al final, su llegada a este país tenía otro objetivo oculto.

—Mañana no se llevará a cabo la batalla final, eso es un alivio...—dijo Volker para sí mismo, después de haber reflexionado lo que Dimitri y Ariel habían comentado. No deseaba cumplir con las órdenes de Alexander de levantar las tropas en contra de su Maou; aún lo estaba considerando y con todo lo que su cuñado había expuesto, la balanza favorecía en gran medida al legítimo rey.

—¿Por qué eso es un alivio? —preguntó rápidamente el escritor. Su hermano no contestó, pero su reacción de nerviosismo daba a entender que era consciente de que a él nada se le escapaba—. ¡No te hagas el idiota, contesta!

—Bien, bien...se los diré — extendió sus brazos para tranquilizarlo y lo soltó: Alexander está liderando una rebelión contra el rey Willbert.

De repente, una risa fina resonó en la habitación. Dimitri reía como si le estuvieran haciendo cosquillas pero había sarcasmo en cada carcajada.

—¡Por favor! ¿No me digas que ese inepto de Alexander von Foster cree tener alguna oportunidad contra todo el ejército del rey Willbert?

—Pues, por lo visto, así lo cree él, y... y tiene el apoyo de los Ducke y creo que parte del ejercito Zweig —explicó el gobernador un poco cohibido

Dimitri dejó a lado el humor y preguntó seriamente:

—¿Qué hay de ti...?

Ariel dirigió su mirada amatista hacia el gobernador, atento y temeroso por la respuesta a la pregunta de su esposo

—Hermano... —Dimitri frunció el ceño al notar el nerviosismo que había adoptado, temiendo lo irremediable—. ¡¿Aun sabiendo el estima que nuestro padre le tiene a Willbert, te atreviste a formar parte de toda esa traición?!...

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Willbert respiró profundamente y se dio la media vuelta para encontrarse de frente con Destari von Rosenzweig. Su cabello rojo fuego ahora estaba tenuemente adornado con unas cañas pero aun conservaba una buena apariencia. Sus ojos, dorados y felinos, se notaban más amables que en tiempos pasados. No sabía cómo debía actuar frente a él. Por el momento, no tenía otra prueba que aducir que su intuición. Y no debía cometer el error de sobrevalorar a esa persona que le había ayudado tanto durante sus primeros años en Antiguo Makoku y durante su reinado.

Cuando ambos intercambiaron miradas Destari supo que Willbert estaba inquieto por algo que lo estaba atormentando mas allá de la situación en la que se encontraba el país en estos momentos; sin embargo, había llegado la hora de la verdad y no había tiempo para comenzar a indagar en ello.

Su corazón, debilitado con los años, palpitaba rápidamente como resultado de la gran angustia que se le acumulaba en el pecho con cada segundo que pasaba. Un grupo de aldeanos habían acudido a él para informarle de la extraña situación que acontecía, y cuando le explicaron los detalles supo que se trataban de la profecía por lo que se había hecho rápidamente presente al lugar. Necesitaba hablar con Willbert con urgencia.

Estaba a punto de abrir la boca cuando un grupo de soldados se acercaron a ellos y se dirigieron al Maou.

—Mi señor.

Prestando atención a los soldados, Willbert pasó de largo a Destari. Y durante el breve tiempo en que se encontraron hombro a hombro, un extraño escalofrío invadió el cuerpo del mayor.

—Informe —Esa simple palabra fue una orden directa para hablar.

—Efectivamente, logramos obtener información sobre el paradero de lord Bastian von Moscovitch y su hijo, Lord Friedrich von Moscovitch...

Destari escuchaba atentamente al soldado, con el ceño fruncido. No entendía mucho, pero tal parecía que el consejero había desaparecido junto con su hijo, por quien sabe qué razones.

—La última vez que se les vio, fue en el Templo Imperial. Fuentes confiables dijeron que habían visto a un joven con el uniforme de las tropas Moscovitch, de cabello rojo carmín acompañado por un sujeto de cabello largo y gafas que cabalgaban hacia ese lugar.

—Eso quiere decir que ellos quedaron atrapados en el campo oscuro —susurró Willbert con una postura analítica.

Después se esforzó por estructurar sus pensamientos de algún modo, con el fin de poder desechar y comparar las diversas alternativas: El dragón de cuatro cuernos de la profecía que había escuchado tiempo atrás, comparado con el dragón que Friedrich invocó durante su última pelea, no eran tan diferentes. Friedrich controlaba tres elementos y solo le faltaba uno para ser la primera persona en controlar los cuatro. Mas el viaje de Bastian en compañía de su hijo hacia el Templo Imperial. Y estaba la sacerdotisa Agnes que tenía la habilidad de invocar a los espíritus para los pactos de elementos. Con todo eso, y si su intuición y habilidad analítica no fallaba, si Friedrich no tenía un corazón puro, ahora mismo estaba acabado, convertido en esa bestia. ¿Y Bastian? De seguro estaba muerto.

—Púdrete Bastian, tú mismo forjaste tu destino —Se rió entre dientes dando por hecho la muerte de ese infeliz y lamentándose por no haberse encargado personalmente de ello.

—¿Pero qué dices, Willbert? —reprendió Destari seriamente, con una pisca de pánico en el tono—. ¿Por qué deseas eso para tu consejero?...

—¡Es lo menos que se merecía ese traidor!... —gritó Wilbert enfurecido, dándole una pista al mayor de la razón de su furia—. Es curioso —dijo con ironía, cambiando de tema y de tono, y mirándolo con represión —Precisamente deseaba hablar con usted, Destari sama y, por lo visto, la suerte aun me sonríe.

Destari, instintivamente, retrocedió un paso. Conocía esa mirada en él.

—¿De qué hablas...? —le preguntó con nerviosismo. Willbert sonrió de lado.

—De la trampa de hace noventa años —Su respuesta fue clara y contundente.

Un repentino sudor frio se apoderó de Destari al notar, cual dedo acusador, la mirada fija del Maou en él mientras avanzaba con paso firme y continuaba hablando.

—De lo que Bastian planeó para separarme de mi mujer y de mis hijos con el objetivo de que me quedara aquí como Maou del silencio de Hannah, y la complicidad de alguien más... —Willbert estaba esforzándose por parecer seguro de sus palabras haciendo de la plática un interrogatorio, pero era la única manera de obtener la verdad de una vez por todas—. Y ese alguien, es usted...

Cinco rostros palidecieron al escuchar la acusación del rey: Los de los dos guardias que habían llegado al último, el del capitán Goethe, el de Gwendal quien precisamente se había acercado a tiempo para escuchar desde lo de Lord von Moscovitch y su hijo, y finalmente el del mismísimo acusado, quien prácticamente se había quedado congelado.

El silencio reinó en esos momentos. Las nubes, arriba en el cielo, se movían con el viento. Unas luces relampagueantes se hacían presentes por unos microsegundos y, tras ellas, un sonido estruendoso resonaba en sus tímpanos.

Sin darse cuenta, la distancia entre Destari y Willbert se había reducido significativamente; ahora se encontraban cara a cara a unos pocos centímetros el uno del otro. Tras contemplarlo por unos segundos, el rostro del Maou de fuego se puso rígido al notar que el hombre no tenía intenciones de confesar.

—¿No tiene nada que decir en su defensa?... Destari sama... —insistió Willbert con la garganta reseca a causa del resentimiento.

Él tardó unos instantes en responder. Se había preparado mentalmente para este momento pero ni aun así la reacción había sido menos que de impacto. Se arrepentía de muchas cosas en la vida pero esta era la que más le dolía. Intentó en su momento detener a Bastian pero ya era demasiado tarde. En aquel entonces, encontraba como algo realmente cautivador influir en alguien. La manipulación era su habilidad. Pero se arrepintió e intentó cambiar desde lo que pasó con ese consejero y hasta ahora se había abstenido en controlar a otros que no fuesen sus propios hijos.

—No voy a negar mi culpabilidad y asumo firmemente mi responsabilidad como el origen de esa conspiración —contestó finalmente con voz ahogada.

Al terminar de escucharle, Willbert sintió de nuevo que su corazón palpitaba demasiado rápido y su cabeza le punzaba como si estuviera a punto de estallar. Hasta entonces había sentido solo resentimiento para con él, pero en el momento en que Destari había aceptado toda su culpa con tanto cinismo sintió ira.

—¿Por qué...? ¿Por qué, porque? ¡¿Por qué maldita sea?! —preguntó con desesperación, como si en cada vez que repitiera encontrara una respuesta para todas esas canalladas de las que se estaba enterando hasta ahora. Retrocedió y llevó las manos a su pelo jaloneándoselo con frustración, al sentir que esto no le ayudaba a mitigar su furia, dejó escapar un gritó feroz—. ¡Todos ustedes son unas ratas! ¡Unas asquerosas ratas mentirosas y traicioneras!

—¡Déjame explicarte...hijo!

—¡No me llames hijo con tu boca llena de falsedades e hipocresía! ¡Traidor de mierda! —lo interrumpió Willbert con un grito que alarmó a mas de alguno. Temían que en cualquier momento el rey perdiera el control. Un aura de color rojizo comenzaba a rodearlo—. ¡Mi padre es solamente Thomas von Bielefeld, él y nadie más!

Tomando el valor suficiente, Destari se atrevió a tomar el rostro de Willbert con sus manos. Podía ver la tristeza mezclado con el resentimiento y la rabia en esos ojos azules. Podía notar cuanto se estaba conteniendo para no matarlo. Podía ver cuán decepcionado estaba de él. Y eso, le dolía.

—¡Serénate! —Le ordenó—. ¡Escucha!... y después, si así lo deseas... ¡Mátame!

Willbert trató de controlar las reacciones que estaba teniendo en todo su cuerpo ante la oleada de rabia que estaba experimentando. Sus músculos se ablandaron mientras trataba de encontrar la calma. Un intenso resentimiento le atravesaba la garganta. Se había permitido perder el control, se había permitido sólo ser y sentir. Era hora de escuchar lo que ese hombre tenía que decir en su defensa.

Tras notar al rey lo suficientemente tranquilo como para contenerse, Destari lo soltó y se distanció un poco de él. Cerró los ojos por un momento preparándose para lo que tenía que venir. Sabiendo que nada de lo que dijera haría una diferencia en lo que ya pasó y no tiene solución. Los demás hacían un silencio un total, atentos a sus palabras.

Entonces, comenzó con su relato...

—En mis días de reinado escuche sobre un niño considerado como un héroe por haber salvado a sus amigos de las manos del rey de Shimaron Mayor. Aquel niño atrajo mi atención no solo por su cantidad de Maryoku sino también por su corazón —Para su alivio, Willbert no lo había interrumpido en ningún momento pero se mantenía sin una pizca de emoción en el rostro. No sabía si tomarlo como algo positivo o negativo. Se remojó los labios, continuó:— Me dio una esperanza, me dio una razón para creer en la salvación de este mundo. Has escuchado la historia de la profecía cientos de veces cuando niño y sé que recuerdas, por lo menos, algunos detalles. Necesitaba a un joven con un corazón bondadoso para convertirlo en mi sucesor por eso mismo. Tu padre y tu madre que en paz descansen eran conscientes de ello. Tú tienes un corazón bondadoso detrás de esa apariencia fría y dura que manejas, por eso pensé en su momento que eras el elegido de la profecía.

Los argumentos de Destari tuvieron otros efectos en Willbert. Lo llenaron de recuerdos sobre su traumática niñez. Lo llenaron de las palabras que solían decirle sus padres cuando era niño "Eres un héroe campeón" "Tu salvaste a todos, no temas más"... y con ello venia la desesperación que sintió cuando su amigo Patrick era lastimado y la sensación de alivio cuando despertó en los brazos de su madre después de haber salvado a todos en la isla. Pudo rememorar y sentir todo aquello como si estuviera pasando en esos momentos.

—Y si me preguntas porque razón te retuve aquí, no te daré una, Willbert —Destari continuó tratando de despertar su compasión y su entendimiento—. ¡Te daré miles de razones! ¡Y todos ellos son una! —gritó extendiendo su brazo y señalando a la multitud que se encontraba reunida a unos veinte metros de ellos— ¡Soy culpable por querer salvarlos a todos! ¡Y si! cometí muchos errores, gravísimos errores contigo: no haberte dicho antes que yo creía que era el elegido de la profecía, haber tratado de retenerte, haberte alejado de tu familia, pero cuando me di cuenta, ya era demasiado tarde. ¡Me arrepentí de haberte hecho eso! ¡Traté de detener a Bastian pero ya no pude!

Un momento de silencio se hizo presente. Willbert parecía en medio de un transe pero su rostro estaba contraído por el dolor.

Gwendal se había quedado estupefacto con todo lo que había escuchado. No sabía en qué momento debía intervenir. Sabía cuál era el momento psicológico en el que no había que decir nada, pero tarde o temprano debía hacerlo. Lo malo era que su mente se había quedado en blanco y su corazón le golpeaba fuerte en el pecho. Miró sus manos y notó que temblaban.

Entonces empezó a llover, despacio y luego con más fuerza, gotas frías que les caían por la piel. ¿Lluvia en el desierto? Debía ser obra del destino. Para así lavar todo lo malo. Renacer con el agua pura y cristalina. Willbert levantó la cara hacia el cielo y dejó que el agua corriera por sus mejillas, cerró los ojos y comenzó a reír histéricamente, como si se estuvieran burlándose de él, como si la vida se le estuviera riendo en la cara. No era una risa de alegría, era una risa cargada de resentimiento y dolor.

—Me jodieron la vida por una simple suposición —dijo Willbert finalmente, con un deje de decepción sobre sí mismo y la vida—. Y para que lo sepa, Lord von Rosenzweig —Dirigió su mirada hacia él —, al final yo no soy el elegido...

—Pero si tienes el poder necesario para ayudar a quien sí lo es —Habló Gwendal, encontrando su oportunidad para intervenir. Willbert lo miró confundido, como todos los demás—. Eres el hombre más poderoso de este país Willbert y necesitamos de tu ayuda...

—¿Acaso sabe quién es el verdadero elegido, muchacho? —preguntó Destari con un poco de esperanza .

—Sí —respondió Gwendal sin apartar la mirada del Maou de fuego. Esperaba que su ex padrastro ya se hubiese hecho una idea de quién era para que así el impacto de la noticia no le golpeara justo en el estomago—. El elegido es Yuuri Shibuya, rey de Shin Makoku —Gwendal trató de ser lo más sutilmente posible en su tono pero eso no evito que parpados del rey se abrieran extremadamente en un gran gesto de impresión.

Destari permaneció callado, tenía miedo de decir algo que podría empeorar los ánimos del Maou. Los soldados volvieron a verse los unos a los otros, notablemente afectados por la noticia.

Gwendal prosiguió con la esperanza de conseguir su apoyo —Deja el menosprecio a un lado y ayuda a ese mestizo que está dispuesto a sacrificarse a sí mismo.

Willbert suspiró. ¡Vaya mierda! lo que le faltaba. Estaba ya demasiado asqueado para poner objeción. Su prioridad era salvar al mundo, aunque éste estuviera plagado de escorias.

—Por ahora los miembros de mi consejo están planeando una rebelión en mi contra, Gwendal. No creo contar con todas las tropas y no tenemos suficiente tiempo —explicó, con un nudo en la garganta. Para todos fue una sorpresa que se mostrara tan accesible y sereno.

—Pero aún es nuestro legitimo rey —intervino Goethe, consiguiendo la atención del mismo—. Aún conserva la simpatía del pueblo. Majestad, usted hizo crecer este país, y las personas lo respetan más por la persona que es y no por un simple titulo.

Willbert entrecerró sus ojos analíticamente. Esas palabras ya las había escuchado antes. Eso mismo le había dicho Yuuri Shibuya en la fiesta de presentación, cuando se burló de él por su condición como mestizo. Sintió de repente una oleada de coraje que se extendió por sus brazos y espalda. Le dio el empujón necesario para recuperar la compostura.

—Hablé con los capitanes, generales, comandantes y subcomandantes de los siete distritos y ninguno está dispuesto a levantarse contra usted —continuó el capitán—. Me tome la libertad de traer a algunos de ellos para confirmar su lealtad.

Un grupo de siete hombres se acercaron a ellos después de una señal que hizo Goethe y una vez frente al Maou, hicieron una reverencia.

Esos hombres controlaban las tropas de los distritos de Antiguo Makoku: Rosenzweig, Moscovitch, Aigner, Luttenberger, Ducke, Zweig y Foster. Nadie tenía más autoridad que ellos sobre los militares, excepto el Rey.

Willbert examinó los rostros de los hombres que tenía en frente encontrando en ellos las nacientes iluminaciones del reconocimiento, de la comprensión, de la lealtad. Se dio cuenta, que no estaba solo. Tenía el apoyo de de cientos de personas a sus espaldas. Sintió la imperiosa necesidad de reclamar su derecho al trono como legitimo rey. Dejarles en claro a esa bola de traidores quien era el gran Maou de fuego. Jugó y se animó más con la idea ¡así lo haría!

—Acompáñenme. Sera una cabalgata de toda la noche.

Ante las palabras del rey, todos los presentes asintieron comenzando a caminar detrás de él hacia la multitud. Nadie sabía con exactitud que planeaba.

Willbert montó a su caballo y cabalgo hasta una pequeña elevación de terreno, ideal para un discurso, que le permitía observar a toda la multitud notando en ellos ansiedad y preocupación.

—¡Mi gente! —gritó con voz calmada, pero cargada de autoridad—. ¡Presten atención! ¡Escuchen lo que tengo que decirles!

Las personas y algunos soldados se vieron simultáneamente, sin comprender, pero acataron la orden dejando los murmullos y cuchicheos a un lado.

Tras lograr el silencio, Willbert prosiguió: —Aunque la desesperación invada nuestros corazones en estos momentos. No debemos perder nuestras esperanza ¡Nuestra fe debe ser mantenida, y no destruida! —Estudió de nuevo los rostros de esas personas y notó un cambio positivo en sus semblantes preocupados. Sus palabras estaban surgiendo efecto—. Aunque atravesemos por duros momentos, nuestra unión hará la fuerza.

—Pero, su majestad ¿Qué hay de la profecía? —Se atrevió a preguntar un anciano. Un anciano sabio que sabía la historia.

—Lo sé muy bien y algunos de ustedes también —respondió Willbert—. Por eso, ante este nuevo reto que se interpone en nuestro futuro necesito de todo su apoyo.

De nuevo los murmullos resonaron. Inquietantes y temerosos. Algunos escépticos y otros dispuestos.

—¡Tendrá nuestro todo nuestro apoyo , su majestad! —exclamó Bruno, quien estaba presente—. Nuestro bondadoso rey que no desatendió nuestra súplica. ¿Quién está conmigo? —Ante su pregunta, gritos de apoyo resonaron en medio de la leve lluvia que no arreciaba.

Willbert sonrió y asintió con satisfacción.

—Siendo así, mujeres ancianos y niños, serán escoltados por un grupo de soldados hacia los Distritos cercanos. Ducke, Moscovitch y Zweig para resguardarlos del peligro. Hombres capaces de luchar, acompáñenme. Irán conmigo a la Ciudad Imperial. ¡No nos dejaremos vencer!

—¡¡Así sea!! —se escuchó el gritó unísono del gentío. Un total de mil aldeanos fuertes y valientes se unieron a sus esfuerzos. Gritando emocionados dispuestos a ir a la mismísima guerra por su rey.

.

.

—Es increíble —susurró Destari, quedando realmente admirado de la imposición y liderazgo que fácilmente manejaba su sucesor.

—Odio admitirlo pero, sí que lo es —comentó Gwendal que estaba a su lado con los brazos cruzados. El hombre de más edad dirigió su atención en él.

—Por cierto, ¿quién eres tu muchacho? ¿Miembro de la corte del rey de Shin Makoku? ¿Algún escolta?

Gwendal giró su rostro y contestó:— Soy el ex hijastro de Willbert, hijo de su ex esposa a quien usted se encargó de calumniar, Gwendal von Voltaire.

Destari le apartó la mirada de inmediato y agachó la cabeza, avergonzado.

—Un simple perdóname no bastará para ti —dijo—. No sabes lo avergonzado que estoy de mí mismo.

—Lo hecho, hecho esta —respondió Gwendal—. Pero ni aun eso logró opacar el gran amor que se tienen mis padres.

Destari reprimió una sonrisa. Ese muchacho aún consideraba a Willbert como un padre. No sabía si lo había dicho inconscientemente o no, pero había sido agradable.

—Willbert me hablaba mucho de ti, sentía mucho orgullo por tus logros y tus avances con el Majutsu de Tierra —le comentó con nostalgia. Gwendal respiró hondo tratando de serenarse.

Ambos se quedaron callados mientras veían al Maou dándoles órdenes a algunos soldados y a algunos aldeanos.

—Siempre se ha contenido frente a los seres que ama, pero ha llegado a su límite —continuó Destari de repente, llamando de nueva cuenta la atención de Gwendal—. A mí no me espera nada positivo con él después de esta noche, pero con los miembros de su consejo no se podrá contener —Entrecerró sus ojos dorados ojos llenos de franqueza y susurró con rabia—. Ese montón de seres malagradecidas, pareciera que solo buscan la destrucción de este país.

Gwendal arrugó la frente.

—¿Dice que Willbert se ha contenido?

—Cuando realmente se enoja puede perder los estribos —explicó el ex maou—. Creo que en todo este tiempo se ha estado conteniendo por su hijo. Me decía que no deseaba que Wolfram conociera esa parte de él. Cuando eso sucede es notablemente el rey más perverso de todos los tiempos y nada ni nadie puede detenerlo— concluyó dejando a su oyente pensativo.

—¡Vamos Gwendal! ¡Debemos regresar al castillo! —gritó Willbert a lo que Gwendal obedeció.

Willbert fijó su vista al frente y haló las riendas de su caballo. El equino estiró sus dos patas traseras y apoyándose en ellas, levantó las delanteras. Un estruendoso trueno se escuchó con ese ambiente siniestro que se había formado. Ya no llovía. Había dejado de llover hacía unos tres minutos, pero el cielo seguía invadido de nubes negras.

—"Adelante, Alexander, intenta destruir en un día lo que yo construí en años y veremos quién sale perdiendo"— pensó con sus fuerzas renovadas—. "La dinastía de este reino, el poder y la gloria, solamente me pertenecen a mi..."

 

Notas finales:

Sé que no pasaron muchas cosas relevantes aparte de lo que ya sabemos de la profecía y bla bla… Ni siquiera salió Hirish, pero si lo tengo en cuenta. No se me ha olvidado la entrega del anillo, es que Yuuri tiene otros planes para hacer más especial el momento. También no se me ha olvidado la aparición protagónica de un personaje muy peculiar xD

Este cap iba mas dirigido a Willbert que al Yuuram.

Para ser honesta es el capitulo que más me ha costado en la vida hasta hoy. Y yo que creí que nunca me iba a dar eso de “bloqueo” pues hubo una escena que me tuvo así durante cuatro días O.o  Pero la razón principal de mi atraso, fue que me enfermé justo el un día después de la última actualización. ¡Debilidad y fiebre horrible! :(  Pero hoy si ya estoy mejor aunque aun sin el tiempo suficiente.

Aparte, quería dejar la noche concluida En el tiempo del fic. por eso estuvolargo el cap. ¿Va muy lento? 

¡Ambos capítulos han pasado en una noche! El siguiente amanece ¡Lo prometo! Y va a arder Troya!!! Uno de los capítulos que mas me emociona escribir :3 (perdón, yo solita me emociono  :P )

Mil disculpas y gracias a todos por leer. Y todas mis lindas amigas en los comentarios :3 las quiero un montón. Y gracias a dos nuevas lectoras…que dejan reviews… y me animan. No tengo palabras para agradecerles y por eso me esfuerzo en mejorar.

Hasta el próximo ¡Seguimos hasta el final!  


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