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El rencor contra el amor por Alexis Shindou von Bielefeld

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Notas del capitulo:

El capitulo tiene una canción que se le relaciona, es algo como un “Song-Chapter” :p

La razón por la que si puse la letra fue porque en general es una parte importante del capítulo. De hecho es el punto principal que encierra toda la segunda temporada de esta historia y es a lo que yo quería llegar como una manera de dejarles una…un…¿enseñanza? ¿Moraleja?

Advierto que no hay romance ni escenas graciosas porque más que todo es drama. U_U así que puede resultar aburrido. Prometo que el siguiente será más entretenido.

Otra cosa. Actualizaré dentro de veinte días. Es mucho tiempo lo sé. Pero el capitulo será doble y será el final. “el capítulo final” no el epilogo que conste. Si por alguna circunstancia algo me impide entregarles los capítulos a tiempo, avisaré en este mismo cap.

La canción es Heart of Courage de Two Steps from hell. Todos los derechos a ellos.

https://www.youtube.com/watch?v=rj8acqv1eqs  este es el link por si la quieren escuchar. Y si no,  solamente pueden leer la letra. Media adaptada por mi xD

Sigo utilizando un personaje prestado. William Sinclair pertenece a la autora de la nueva serie “Limite” Kunay dlz. ;)

Hirish observaba la primera parte del territorio que había sido invadido por la oscuridad desde la torre más alta del Templo Imperial, su temporal guarida. Era un océano de tinieblas que más allá se agigantaba en una sombra tenebrosa. Esa extensión sería un campo de batallas y discordias en tiempos por venir. Su poderoso dragón alado yacía sumido en un profundo sueño dentro de un campo de energía. Dormiría lo suficiente como para completar su transformación. 

En el exterior, el cielo se cubría de nubes negras y relámpagos, el viento soplaba sin piedad y arrasaba con lo poco que quedaba de las ciudades que habían sido destruidas. Los espíritus y los monstruos del inframundo se paseaban por los alrededores como si ya fuesen los dueños absolutos de esas tierras.

Satisfecho con lo que vieron sus ojos, Hirish se dio la vuelta y subió los escalones hacia el altar. Una vez hubo subido el último peldaño, se dirigió a quienes le acompañaban; el rey Centauro, la líder de las Arpías, el rey Minotauro y algunos de los espíritus de elementos que habían sido expulsados junto con él hace cinco mil años de su dimensión

—Escuchen, aliados míos—Los aludidos pusieron todos sus sentidos en alerta—, fuimos forjados en la victoria. Una victoria que se nos fue arrebatada en aquella batalla hace cinco mil años cuando intentábamos crear un mundo mejor, un mundo que vive bajo la sombra y el abrigo de mi gran poder. Un mundo, que se puede volver realidad cuando la medida absoluta de la fuerza y el poder sea puesta a prueba. Los Mazokus pretenden detener nuestra lucha por obtener todo lo que anhelamos y todo cuanto merecemos, pero no nos dejaremos vencer esta vez.

Hirish hizo una pausa al notar los rostros excitados de esas creaturas que ansiaban ya por cobrar algunas vidas como un saldo de cuentas pendientes. Tenían una vitalidad salvaje y una intensa energía en los movimientos, tan natural y verdadera como su condición de bestias.

Despues, el dios de las tinieblas extendió sus  brazos, sonrió vagamente y continuó:

—Recuerden aliados míos, nuestro reino emergió del profundo sentimiento de la lucha por nuestros derechos y según crecía, fue creciendo nuestro orgullo como guerreros. Éste es el momento, preparen sus ejércitos y únanse conmigo. Luchen con todo su poder y no tengan piedad de ellos, mientras tanto yo me encargaré personalmente de exterminar al elegido.

Un coro de rugidos le siguieron a su discurso. De pronto, la líder de las Arpías batió las alas, levantando un viento hediondo y sus labios se estiraron en una sonrisa cruel y debajo de ellos aparecieron dos hileras de dientes puntiagudos y afilados. El rey Centauro alzó sus patas delanteras descansando sobre las traseras al mismo tiempo que contraía las manos en puños y gritaba preso de la excitación. Y el rey Minotauro dejó escapar baba por la comisura del hocico debido a la ansiedad que sentía por comenzar a devorar algunos cuerpos. Aquéllos eran unas creaturas fuertes y lozanos de ojos enrojecidos que cazaban y conducían a los hombres a la muerte.

Mientras tanto, la sacerdotisa Agnes se encontraba distanciada del grupo, sin dejar de prestar atención a los puntos importantes de la reunión, manteniéndose silenciosa. El efecto de la luz de la antorcha en su rostro le daba un toque siniestro. Sus hermosos ojos avellanas fijos en el suelo se nublaban en pensamientos horrorosos sobre el futuro. Imaginaba soldados bloqueados, caídos y ensangrentados, tendidos en el suelo con el abdomen abierto; oía el estruendo de las olas, la crepitación de las llamas, el crujido de la tierra y el aullar del viento así como los gritos de guerra y los alaridos dolor de aquellos que luchaban. No, no era una imaginación del futuro, era un recuerdo del pasado. El recuerdo de la batalla entre el ejército de Hirish y el ejército de Allan, su amor no correspondido, hace cinco mil años. Y con ello, su propia condena a una vida de cargada de soledad dentro del Templo Imperial. Una vida que era tan longeva, que se le hacía imposible soportar su propia existencia.

Las manos de Agnes comenzaron a temblar de emoción y poco después comenzó a reír escalofriantemente.

“Yuuri Shibuya… aquel que llaman el Maou de las sombras, sé de él…”

Recordó de pronto, con el corazón acelerado, lo que le había dicho a Friedrich von Moscovitch cuando se lo mencionó en aquella ocasión

“Por su oscura mirada y el oscuro de su cabello, por controlar el agua a su máximo nivel, por su gran fuerza y determinación”

No cabe duda…—murmuró, aquellas bestias estaban tan concentradas en lo suyo que no le prestaron atención—Eres la reencarnación de aquel que ahora tanto aborrezco—se dijo sonriendo—por fin te haré pagar a mi manera…

 

 

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Capitulo 22 

El sabor de la venganza III. La unión hace la fuerza.

 

Castillo Imperial.

El salón principal donde se llevaba a cabo la reunión del Alto Consejo era un recinto largo y solemne. La luz de la mañana entraba por los altos ventanales—decorados con cortinas rojo carmín—alineados en hileras de columnas. Cuando se alzaba la cabeza, se podía apreciar que el techo estaba bellamente decorado con pinturas al oleo. Del elevado techo también colgaban banderas y estandartes del reino que tenían estampada la figura de un ave fénix; emblema que indicaba el orgullo y la fuerza de la gran nación de Antiguo Makoku. En el otro extremo, sobre un estrado precedido de varios escalones, debajo de una cúpula de oro, se alzaba el trono del rey.

Los guardias que se habían quedado para proteger el castillo, permanecían inmóviles en la entrada. Los invitados a la reunión estaban sentados en dos hileras de sillas, una a la izquierda y otra a la derecha dejando un ala central. Era un total de treinta familias las que tenían derecho a voto, sin embargo, a la reunión podían acceder los demás ciudadanos si deseaban escuchar, por lo que había un total de ciento cincuenta personas reunidas.

 

Yuuri contemplaba a los allí reunidos de pie en el estrado. Curiosamente, ellos estaban enfocados solamente en él, como si su presencia en la reunión les fuera sumamente inconcebible, algo así como un abuso de poder. Desde ese momento, se dio cuenta que iba a ser difícil. La mayoría de los miembros de la alta sociedad Mazoku estaban ahí y le daba la impresión de que toda la tensión acumulada flotaba encima de él. Wolfram le tomó la mano y él la apretó fuertemente. La calidez que poseía la mano de la persona que amaba lo confortó, y si tenía un mal presentimiento, una sensación de que algo terrible iba a suceder, lo suprimió a conciencia.  

Como había solicitado, August von Luttenberger avanzó hasta el podio para ser quien diera oficialmente inicio con la reunión. Estaba preparado para lo que tendría que afrontar; el discurso más elocuente pugnaba ya por brotar de sus labios. Había ordenado mentalmente los argumentos con los que debía inclinar el ánimo de sus compatriotas a favor del joven elegido de la profecía.

Alexander observaba con cautela al viejo Luttenberger tomar su lugar en el podio para dirigirse a la audiencia luego de haber intervenido en su plática con el mestizo rey. Una parte de él moría de ansias por saber qué pretendían con todo esto. Un Alto Consejo no era cosa de todos los días y el tema que se habría de discutir seguramente afectaría profundamente a todos. Lo que le pareció extraño, fue la ausencia de Bastian y Friedrich. Ellos eran los legítimos representantes de Moscovitch, no Hannah Lauren, por lo que su presencia se hacía demandante en este tipo de reuniones. Decidió ignorar esa inquietud.

August von Luttenberger centró su atención en su audiencia y analizó la escena. Tenía el don envidiable de poder leer a la gente con facilidad, pero esta vez, no era necesario tener mucho talento para sentir la intriga y expectación que permeaban el entorno. No obstante, el momento había llegado. Tomo el suficiente aire, y comenzó:

—Compatriotas míos, ha llegado el día en que debemos dejar atrás los viejos resentimientos que han limitado una buena relación con aquellos que comparten nuestro mundo, los humanos.

Un murmullo inquieto recorrió la audiencia.

Alexander arqueó una de sus cejas y, en ese momento, su venenosa mirada y su escalofriante sonrisa podrían haber intimidado a cualquiera que se le pusiera en frente. ¿Cómo se le ocurría al viejo Luttenberger mencionar a esa raza en momentos tan cruciales como estos?, se preguntó y un punto que lo intrigaba aún más, ¿Por qué?

August von Luttenberguer no declinó ante la reacción que habían mostrado los miembros del consejo pues ya se esperaba algo así. Alzó la cabeza y sostuvo la mirada cargada de seguridad. Era algo difícil lo que tenía que anunciar, pero contaba con que nadie se atrevería a poner en tela de juicio las palabras de un viejo sabio.

—Debemos unir esfuerzos para salir victoriosos de las fuerzas del mal. El día del cumplimiento de la profecía que nuestros ancestros compartieron con algunos de nosotros ha llegado por fin. Aquella leyenda que dice que un día Hirish, el dios de las tinieblas, y su ejército volverán para cobrar su venganza se está volviendo una realidad.

El murmullo ahora se convirtió en una exclamación de pánico y asombro. Hubo un intercambio de miradas entre Charles y Alexander, unas miradas de advertencia.

—El elegido esta aquí, con nosotros —gritó el anciano, señalando con la mano a quien la mayoría conocía como el Maou de las sombras. Yuuri no hizo ningún movimiento innecesario y August volvió su vista a la audiencia—Aquel que muchos despreciamos al principio, es quien tiene nuestro futuro en sus manos. Él lo acepta con valentía. Yuuri Shibuya, Maou de Shin Makoku, está dispuesto a luchar con nosotros, a sacrificarse a sí mismo si es necesario con tal de salvar nuestra existencia—En ese punto, había hablado con sinceridad y pesar. No deseaba abrumar todavía más a los seres queridos del joven elegido en su dolor, pero no estaba dispuesto a un “no” por respuesta y debía sacar a relucir sus mejores argumentos para convencer hasta el más orgulloso de sus compatriotas.

Wolfram tuvo que hacer un esfuerzo y mantenerse en calma tanto como podía, lo que era casi imposible. No estaban hablando de cualquier cosa sino de lo que le deparaba a su futuro esposo. Su mano sujetó con más fuerza la de Yuuri, y agachó la cabeza con un nudo atravesándole la garganta.

—Compañeros míos —exclamó August con total formalidad y se atrevió finalmente a formular aquella petición que era una inminente necesidad. —Dejen al lado las disputas que durante tantos años nos han distanciado de los humanos y unámonos en una sola fuerza para acabar con los ejércitos de las creaturas del mal.  Solo así, podremos obtener la victoria y darles a nuestros descendientes un futuro mejor

Alexander unió sus cejas en una súbita expresión de duda. Se debatía duramente por comprender lo que August von Luttenberger acababa de decir. >>Yuuri Shibuya es el elegido de la profecía<< >>El elegido de la profecía<< El hecho estalló una vez más en su cabeza como un duro golpe. Lo que durante su niñez se encargaron de advertirle todos sus ancestros ahora no era más que un sinónimo de despropósito. Yuuri Shibuya era un mestizo que ni siquiera tenía derecho de poseer maryoku y aún así, había osado derrotar a los más fuertes contrincantes durante la competencia de elementos. Ahora resultaba, que era el elegido de la profecía. ¿Qué le pasaba al mundo? ¿Se había vuelto de cabeza? Se encontró preguntándose. No obstante, sabía que August von Luttenberger nunca daba información sin estar completamente seguro, por tanto, todo lo que habían escuchado era cierto, además, y para convencerlo de una vez, para atreverse a armar todo este circo, debía ser así. En ese momento, Alexander tuvo la sensación de estar en el centro de un vasto y confuso plan, como una partida de ajedrez, en la cual se debe saber bien donde se colocan las piezas.

—¡Esa es una estupidez!

La voz de Charles von Ducke resonó por el salón principal. Tenía los ojos abiertos de indignación.

—¿La profecía? ¿Una alianza con humanos? —había un tono sarcástico pero al mismo tiempo tenso en su voz —Si claro, como si los humanos fuesen seres en los que podemos confiar. Esos seres inferiores envidian nuestra autosuficiencia económica, nuestros prósperos campos y nuestro gran poder. Por lo que sabemos, los humanos no han hecho más que atacar nuestro país para apoderarse de lo que con esfuerzo hemos construido. Esos seres no hacen más que el mal ajeno.

Las palabras del joven gobernador del Distrito Ducke fueron apoyadas por algunos miembros del Alto consejo. Pronto fue evidente que era la postura mayoritaria.

—Es necesario contar con la mayor ayuda posible para evitar el mayor número de perdidas —objetó lord Luttenberger que ya estaba perdiendo la paciencia con aquellos que aun sabiendo lo que significaba la profecía se atrevían a poner obstáculos a una esperanza —Esta reunión tiene ese fin. Pase lo que pase, brinden su apoyo a su majestad Yuuri y a los ejércitos de países humanos que vienen en camino. No tengan miedo en confiar. Ellos vienen en son de paz… 

Pero la voz potente de Alexander dominó de repente la del gobernador de Luttenberger.

—Es una postura demasiada confiada para mi gusto, mi querido colega.

Alexander caminó por el estrado para tomar el lugar de August en el podio. Ni el más mínimo atisbo de emoción cruzó por su cara cuando sus ojos se encontraron con los del anciano que lo miraban con reprimenda, y una vez allí, se dirigió a la audiencia:

—Mis queridos compatriotas, no se dejen engañar. Lo que intentan hacer es ocultar sus verdaderas intenciones.

—¡¿Qué?! —los ojos de August, Gunter, Martin, Volker, Wolfram y Yuuri, por mencionar unos pocos, se abrieron perplejos ante las palabras del Gobernador de Foster.

Él, sin embargo, se aclaró la garganta y continuó: —Sabemos por experiencia que los humanos son seres traidores y mentirosos ¿Por qué habríamos de creer en ellos solamente por las circunstancias en que nos encontramos? Lo más seguro, es que pretendan invadir nuestras tierras una vez hayamos bajado la guardia. Nadie nos asegura que después de esta desgracia no intentaran traicionarnos. Después de todo, es su naturaleza mentir y engañar.

Un murmullo confuso y aterrado recorrió el salón al cabo de esas palabras. Aquella declaración equivalía a una traición; Gunter, Conrad, Waltorana, Cecilie, juntos en el estrado, intercambiaron una mirada de espanto y perplejidad ante aquella osadía del gobernador Foster.

De repente, algunos empezaron a gritar insultos y blasfemias mientras los jefes de las familias miraban recelosamente al famoso “Maou de las sombras” entre lamentos y exclamaciones de cólera. Luego, los líderes de las familias se dispersaron por todo el salón para advertir a sus miembros de la inminente postura de negativa. Los guardias tuvieron que intervenir para intentar poner orden en el salón.

Axel, sentado a unos cuantos metros del estrado, entornó los ojos hasta convertirlos en diminutas rendijas doradas. Ariel tomó instintivamente la mano de su esposo apretándola fuertemente mientras que Kristal y Raimond intercambiaron miradas cargadas de alerta.

 

La placidez volvió a la cara de Alexander al notar que sus palabras habían tenido el efecto deseado. Después de todo, los guerreros de Antiguo Makoku se entrenaban y capacitaban en academias especiales para hacer frente a cualquier amenaza que se presentara. No necesitaban de ningún Soukoku ni mucho menos de ayuda humana para derrotar al ejército de Hirish.  Es más, a Alexander le complacía pensar en la idea de liderar la batalla. Estaba prácticamente escrito que él sería quien gobernara el país. El destino estaba conspirando a su favor.

Hasta que una voz profunda y contundente se escuchó de la nada parando de golpe el bullicio de la gente.

 

—La experiencia no es más que el nombre que le damos a los errores que cometemos, lord von Foster— Yuuri por fin había tomado la palabra. La estupidez de esa discusión le había hecho temblar de cólera. Se encaminó por el estrado y se detuvo justo cerca del podio, donde se encontraba Alexander von Foster y permaneció allí, de pie, durante largos minutos. Había en su rostro una expresión de total firmeza pero también de enfado. Le había ofendido la manera en la que ese Noble se había dirigido a quienes eran parte de sus orígenes y no podía contener sus palabras —Lo único que realmente demuestra es que nuestro futuro será igual a nuestro pasado si no sabemos corregir esos errores tomando conciencia de lo malos que fueron nuestros actos, pero si nunca perdonamos, entonces nunca dejaremos de errar. Usted odia a los humanos porque los considera seres inferiores. Déjeme decirle algo, no es superior a ellos. Nace, vive y muere tal como ellos. Siente, ríe, llora y sangra como ellos. Y comete errores como ellos. La única diferencia que tienen los Mazokus con los Humanos es la cantidad de años que viven, es por eso que a sus ojos son desagradables, pero es algo que no se puede controlar. Sin embargo, en estos momentos tan cruciales, ellos tienen la voluntad de ayudar sin importarles lo que son y quienes son ustedes pues son leales a su palabra y valientes en su proceder. Así es, ¡Por más que reniegue todos compartimos un mismo mundo y eso nunca lo podrá cambiar!

Yuuri hizo una pausa momentánea al notar la hostilidad con la que lo miraban aquellos ojos grisáceos, pero no se dejó intimidar. Sabía antes de hablar que sus palabras serian inútiles, y que hasta podían causar más mal que bien, pero movido por su voluntad, fuerte e inquebrantable, no pudo contenerse. Así que hizo sin duda lo mejor que podía hacer en aquellas circunstancias, defender a capa y espada su punto de vista.

—Ahora bien, Lord von Foster, siendo consciente de la suprema importancia de la vida humana, ¿Dejará de lado su orgullo, y aceptará su ayuda? —antes de que pudiera decir algo, se adelantó: —Piense bien en su respuesta, dele a su país la oportunidad de salir victorioso sin la necesitad de sacrificar las vidas de los soldados al frente. Si somos más, tendremos más fuerza y menos posibilidades de perder a nuestros soldados. 

Yuuri no volvió a hablar, mientras todos esperaban en silencio.

Alexander lanzó un bufido de hastío —¡Jamás!— exclamó en un tono frío y desagradable —¿Perdonar? ¿Para qué? El daño ya está hecho—Se bajó del podio, se plantó frente a Yuuri y lo miró con una expresión cargada de desdén para después añadir: —Nadie confía en esos viles y repugnantes seres humanos que no hacen más que estorbar en nuestro mundo. ¿Quién dice que en un futuro no nos enfrentaremos por distintas razones de nuevo? ¿En qué mundo mágico vive usted, que no se da cuenta que tarde o temprano surgirán nuevos sucesos que pondrán a prueba esas alianzas que dice son verdaderas?

—¿Y por temor a lo que pudiera suceder en el futuro, dejaremos de hacer algo en el presente?—Yuuri le contradijo, molesto —El momento es aquí y ahora. El bien y el mal son realidades dependientes, no estoy diciendo que de aquí en adelante, la maldad en este mundo desaparecerá de la nada, pero debemos hacer un esfuerzo para disminuir en la medida de lo posible esas absurdas disputas. Los jóvenes ya hemos pagado la cuota de sus errores en el pasado, permita que una vez más Humanos y Mazokus unan sus fuerzas, sino lo hacemos, si no nos unimos, seremos nada ¡Absolutamente nada! —enfatizó fuertemente —¡En comparación a esas bestias y espíritus del mal!

Algunas personas reflexionaron las últimas palabras del joven Maou. No se trataba solamente de apoyar o no apoyar lo que les planteaban, una alianza con humanos, era también considerar que sus decisiones afectarían a los ciudadanos en general.

Para esos momentos los miembros del Alto Consejo tenían en claro que no se trataba de que detestaran a los humanos sino que simplemente no confiaban en ellos. Es decir, dudaban que esa tregua pudiera perdurar y temían ser traicionados en el futuro.

Aunque no todos los presentes lo veían de esta manera, había quienes confiaban en lo que sucedía como un evento inevitable o al menos como una oportunidad para restablecer relaciones sociopolíticas y económicas con las naciones tanto humanas, y ahora mestizas. Si el destino les daba esa oportunidad ¿Por qué no aprovecharla? No se trataba de bajar la guardia sino de unir esfuerzos.

 

Después de un tiempo, Alexander y Charles mantuvieron su postura de negativa y aunque August von Luttenberger empleó toda su energía, todo el arte de persuasión que se puede desarrollar en tantos años de vida, los gobernadores, como era de esperarse, no dieron signos de sensibilidad ni vacilación. Martin von Zweig, quien hasta entonces no había emitido opinión alguna, se incorporó a la discusión para apoyar al anciano. Yuuri guardó silencio y volvió por sus pasos para situarse al lado de Wolfram, éste no pudo sino ver la tristeza que sobresalía del rostro de su prometido, pero no hizo comentarios. Lo amaba de veras, demasiado tal vez; y más aún porque era tan diferente a su manera. Siempre buscando el bien para los demás sobre su propio bienestar. A veces se sentía egoísta al recriminarle ser tan bondadoso pues era su naturaleza ser así, y por eso amaba cada pedazo de su ser.

 

—¡Por favor, manténganse en sus asientos! —Lord Luttenberger con la ayuda de los guardias restablecieron el orden poco a poco y las personas comenzaron a guardar silencio de nuevo —Sabemos muy bien lo difícil que resulta, pero debemos guardar la calma…

—¡Exigimos ver a nuestro rey! —exclamó alguien desde el fondo de la audiencia, interrumpiéndolo. Unos gritos de apoyo le siguieron a su petición. >>¿Dónde está su majestad Willbert?<< >>Queremos ver a su majestad<<

—Su majestad Willbert no se encuentra en el castillo por el momento—respondió Lord Luttenberger rápida e insistentemente—Presten atención. Ya no podemos hacer más que seguir nuestras inclinaciones, a favor o en contra, es momento de elegir.

—¿No les parece extraño? nuestro querido rey nunca está con nosotros en momentos cruciales, tal como hace noventa años cuando comenzaron a atacarnos los países humanos en actos terroristas —A estas alturas, Alexander presentaba una actitud indolente, con la barbilla en alto y los brazos cruzados sobre su pecho.

 

—Ahora dime Alexander, ¿Cuántas veces les he fallado a mi gente? —Dijo una voz fuerte y clara. Todo mundo dirigió sus ojos a la entrada del recinto, admirados ante lo que se encontraron.

Willbert, escoltado por los miembros más importantes de la guardia real, con el respetado y querido ex Maou, Destari von Rosenzweig al lado derecho y Gwendal von Voltaire al lado izquierdo, se encontraba bajo el umbral de la puerta abierta de par en par.

—¡Su majestad, Willbert!

Los miembros del Alto Consejo hicieron una respetuosa reverencia en cuanto el rey daba un rápido y silencioso recorrido por el pasillo central. El sonoro clamor que se había oído hacía apenas unos instantes se había enfriado considerablemente. Era tal el silencio que reinaba ahora en el salón, que solamente se podían escuchar los pasos presurosos del monarca y compañía.

 

Willbert se balanceaba sobre los talones, furioso. Su mandíbula era una línea dura y tensa. Sus ojos tenían un brillo duro y profundo. Dirigió su mirada hacia Alexander von Foster, y mientras caminaba, las rencillas que había sostenido con él en el pasado salían a la superficie dentro de su mente.

La indulgencia para aquellos que se atrevían a traicionarlo podría dejarle en una posición desfavorable frente a sus súbditos así como frente a sus consejeros. Su orgullo le había insistido en que tomara medidas contundentes, y después de semejante desafío, no había tenido ninguna otra opción aparte de estar de acuerdo.

Alexander se había puesto en contra de él delante de su corte y consejo, una situación que no podía permitir para que su soberanía no fuese abiertamente desafiada. Aunque fuese el Maou más poderoso en la historia de Antiguo Makoku, aquel poder era suyo sólo mientras tuviera el apoyo de la mayoría de su gente y eso lo sabía muy bien.

 

—Willbert…—susurró Cecilie al reconocer esa mirada en quien fuera en el pasado su amado esposo. Esa era la mirada afilada que la ponía nerviosa a pesar de que no la dirigía hacia ella.

 

Tenso y notablemente agotado por el viaje, Gwendal se apresuró para acercarse donde se encontraban Yuuri y los demás, y con un gesto les indicó que se mantuvieran al margen del asunto. Lo que habría de suceder en los siguientes cinco minutos no les concernía a ellos. Todos entendieron la indirecta, inclusive Wolfram, y guardaron la distancia.

 

—Mi señor —le dijo August a su rey, inclinándose levemente cuando éste subió al estrado —Fue un asunto de urgencia. En mi nombre le pido las disculpas pertinentes ante tal libertad en su ausencia. 

Willbert contempló al anciano con el mismo rostro inexpresivo, inmutable—Me ahorraron el trabajo de hacerlo por mí mismo, Lord Luttenberger —vocifero con fingida calma.

En cuento se encaminaba al estrado, Willbert había recuperado la compostura de manera consciente. Sabía que tenía que poner fin a esa pérdida momentánea de control. La ira no resolvería nada. Debía sofocarla si quería salir victorioso de esta guerra sin armas en contra de sus opositores, porque aquí contaban los hechos.

—Que yo recuerde, siempre he estado pendiente de lo que le sucede al país que gobierno, Alexander —escupió aquel nombre como si fuese inmundicia—Cuida tus palabras —advirtió siniestramente.

Alexander bajó la cabeza y lo observó fijamente por debajo de las espesas cejas. Dominado por la ira, cerró el puño. Tenía que pensar. Tenía que pensar rápido. Encontraría una salida—siempre lo hacía —Y, al hacerlo, transformaría la situación a su favor. Siempre había una oportunidad en medio de la crisis, por más pérdidas que parecieran las situaciones.

—Mis palabras tienen sus fundamentes, Majestad —por fin lo soltó —Conozco tu pasado, Mis colegas no me dejaran mentir cuando declaro abiertamente que alguna vez intentaste abandonarnos cuando decidiste casarte y hacer tu vida en Shin Makoku, tu país de origen —Hizo una pausa, esperando que la gente quedara tan impresionada con ese dato como para apoyarlo a él. En efecto, los miembros del Alto Consejo se encontraban impactados, tanto que no emitían sonido alguno, pero por una razón diferente. Era por su atrevimiento al hablarle de esa manera a su rey.

Fascinado por aquel individuo demasiado ingenuo y demasiado reacio que intentaba mofarse de él, Willbert torció la boca para formar una sonrisa despectiva. Clavó su mirada en Alexander y la sostuvo, y así se vieron inmersos en una lucha, ojo contra ojo, hasta que él soltó una breve y áspera carcajada que no produjo ningún cambio en la acerada expresión de su rostro. Tal acción originó una sensación en los concurrentes, poco común en las reuniones; dio origen a un temblor general. Luego, Willbert se aproximó a Alexander, demasiado cerca, tanto que éste pudo sentir su aliento caliente.

—¡¿Acaso olvidas con quien estás hablando?!—le gritó con severidad, y se produjo un sobresalto, una suspensión del aliento de todos los presentes —¿Acaso no proclamé abiertamente mi título ante todo el país? ¿Acaso no juramenté ante todos ustedes cumplir mis deberes con tal? No, no lo olvides, Alexander —suavizó su voz, y la expresión severa se le borró, y pareció más bien un hombre que sabe que ha trabajado incesantemente para cumplirle a su gente —No puedes poner en dudas mi trabajo y mi lealtad con el país que me vio crecer.

Los pulmones de Hannah gritaban por aire y fue cuando se dio cuenta de que estaba conteniendo la respiración. Era tal el miedo que sentía que se había olvidado de sus penas. A su lado, Martin mantenía un rostro serio, imposible de leer.

—¡Llegará el día, Willbert, en que pagaras por haber tomado las decisiones más erróneas de tu vida! —Alexander no se dejó intimidar, ardía en rabia y no podía meditar lo que salía de sus labios—¡Llegará un día en que la gente exija a gritos tu destitución!

Willbert guardo distancia y su semblante se contrajo en un rictus frío y duro.

—Mi destitución… —repitió con aire sombrío, como digiriéndolo. Fue la primera vez que Wolfram veía a su padre temblar de rabia—Ustedes me dijeron que me apoyarían hasta el último día de mi reinado—exclamó señalando a su consejo, como si fuese un padre regañando a su hijo por alguna travesura—Ustedes me juraron lealtad, ustedes me prometieron una generación más en el poder. Y ustedes, me traicionaron. A mí, a quien ha dado todo de sí en esta corte, confié tanto en ustedes que les di el derecho de llamarlos amigos —dirigió su mirada a Hannah, que por un momento sintió su corazón detenerse —¿Y qué es lo que obtuve a cambio? —preguntó sarcásticamente y al instante se respondió: —Traición, mentiras, ingratitud, venenosas intenciones. Pero para mi suerte, ahora finalmente comprendí aquella frase que dice, que un rey no es rey por la corona sino por el respeto de la gente.

Siguió un largo silencio; ni un grito, ni un rumor se escuchó. Pero ya Willbert había trazado sus planes: antes de asestar el golpe final, se proponía jugar cruelmente con aquellas creaturas tan ingenuas. De pronto el silencio se quebró, se oyó un prolongado redoble de tambores, y con ello la puerta se abrió de golpe dando paso a más de quinientas personas. Eran campesinos, pescadores, espadachines, alfareros, herreros, gente de toda profesión. Jóvenes, adultos, ancianos. Gente con dinero y gente que se ganaba la comida con  el sudor de su frente. Todos los hombres marchaban decididos, desde el más encumbrado al más humilde. Pero ese número de personas no era nada en comparación a las más de mil que se encontraban reunidas a las afueras del Castillo y alrededor de la ciudad.

Alexander los miró fijamente, sus ojos muy abiertos de sorpresa y horror.

 

Yuuri abrió los ojos de par en par preguntándose al mismo tiempo qué se ganaba al final si se era un buen Maou, porque si había una respuesta correcta, esto era lo más cercano.

 

Willbert  volvió su vista hacia Alexander que parecía estar en medio de un transe nervioso y negó con la cabeza en calidad de sorna, su azul mirada desconcertantemente fría y absorta. Entonces, se abalanzó contra él, alargó el brazo izquierdo y le agarró con violencia la solapa de su camisa. Se había movido tan de prisa y tan poco que no dio la impresión de moverse.

—Soy tu amo y señor porque así es el deseo de la mayoría, aunque no tuviera una corona en la cabeza soy tu rey—La respiración de Alexander se atrancó en su garganta. Willbert señaló a la multitud—Ellos me eligieron a mí, me respetan a mí, me quieren a mí, y me siguen, a donde sea que los guie.

Y en ese momento, siete hombres uniformados se acercaron al estrado. Siete hombres que cada uno de los miembros del consejo real reconocieron perfectamente.

—General Spopovitch —dijo Martin exteriorizando su asombro al ver a la máxima autoridad del ejército Zweig presente en el salón principal.

—General Brown —nombró Hannah reconociendo a quien después de su esposo tenía el ejército Moscovicth bajo el mando.

—General Lennon—Ailyn se dirigió amablemente al hombre que tenía el ejercito Aigner bajo su control parcial.

—General Rowling —Lord Luttenberger se extrañó al ver a su mano derecha presente en la reunión. Su conciencia le brindaba el derecho de estar tranquilo.

—General Green —Volker saludó al líder del ejercito Rosenzweig en su ausencia.

Charles retrocedió un paso, su cuerpo temblaba un poco —General Taylor— murmuró. Éste era una de las autoridades más importantes en el ejército Ducke.

—General Jones —finalmente, Alexander reconoció a quien se suponía debía estar preparando el ejército del Distrito Foster en contra del rey Willbert.

Aunque Alexander le dedicó una mirada mortífera y venenosa, el General Jones no se dejó intimidar, tenía una de sus manos a la espalda y apretaba la fusta de su espada con la otra. En ese instante, Alexander sintió que la sangre se drenaba de su rostro, la terrible realización de lo que había hecho golpeaba en su cabeza como una avalancha de terror.

Hubo un silencio súbito, de asombro; los ojos de los presentes vagaban incómodamente sin saber adónde mirar. La frente de Charles empezó a inundarse de pequeñas gotas de sudor. Sus ojos parpadeaban rítmicamente cuando se ponía nervioso y ahora lo hacían a un ritmo frenético.

Willbert se aproximó al centro del estrado para hablarle a esa gente que le juraba lealtad a ciegas. El espíritu del poderoso guerrero Mazoku, el prodigio de Bielefeld, ardía en sus ojos. Un fulgor que se mantenía firme ante sus opositores y los obligaba a retroceder.

Extendió los brazos hacia el público que seguía con atención cada uno de sus movimientos y les dijo:—¡Escúchenme ciudadanos de Antiguo Makoku! ¡Su rey se encuentra frente a ustedes y su corazón está con ustedes! La seguridad de todos ustedes es mi responsabilidad principal y que gocen de una buena vida es mi primera preocupación. Porque no es la gente la que sirve al rey, ¡sino que es el rey quien sirve a su gente!

—¡¡Larga vida al rey!! —la multitud estalló con la ovación más entusiasta que jamás se había escuchado en el recinto ni en cualquier otra ocasión.

Willbert sonrió para sí mismo, cerrando los ojos con satisfacción, luego, alzó una mano para calmarlos a todos y el silencio se hizo presente.

—En estos momentos, enfrentamos tiempos terribles. Nuestro mundo y sus cimientos peligran ser destruidos por completo. Aun ahora, llevamos cicatrices recientes provocadas por fuerzas oscuras que buscan nuestra destrucción. Nos espera la lucha más difícil de la historia y necesitaremos de todas nuestras fuerzas para vencer.

La multitud clamó un contundente grito de guerra. Ailyn von Aigner, lord von Luttenberger, Volker y Destari von Rosenzeiwg, Martin von Zweig y Hannah Lauren, que se encontraban en el estrado detrás del rey gritaron como con ellos. Sus problemas y asuntos penosos se perdieron en el momento.

Conforme la gente gritaba jubilosa, Gwendal echó una mirada a Conrad y Wolfram, notablemente afectados ante la gallardía de quien fuera un miembro importante de su familia—padrastro y padre—Waltorana agachó la cabeza con una sonrisa dibujada en sus labios, imaginando con emoción lo orgullosos que estarían sus padres de su hermano mayor… “su campeón”

Cuando Willbert habló de nuevo, su voz era más suave, algo que los miembros del consejo no habían escuchado en el pasado.

—Los invito a acompañarme en esta nueva batalla. Pero solo aceptaré que me acompañen si ustedes lo quieren así, pues nos esperan duras faenas y grandes adversidades.

—Iré con su majestad adonde sea, y a cualquier fin a que quiera conducirme—exclamó el capitán Goethe haciendo una reverencia y siendo apoyado por los siete generales representantes de cada Distrito.

—Desde muy lejos hemos venido con este propósito y de nuestros corazones recibimos el mismo consejo. Nuestra lealtad esta con usted su majestad—dijo en voz alta el General Jones en representación de sus colegas.

—Por nuestra parte —Destari von Rosenzweig habló en representación del consejo de Nobles —Te consideramos Willbert como nuestro único soberano, aunque algunos ingenuos quieran quitarte ese derecho —la mofa hacia Alexander se filtraba en su voz —Sus deseos son órdenes para nosotros, majestad.

Y con ello, Hannah, Martin, Aylin, August y Volker colocaron el puño derecho sobre el corazón e hicieron una reverencia. 

Willbert inclinó la cabeza. Rebosaba de orgullo por la decisión de sus compatriotas pero no quiso exteriorizarlo con una sonrisa.

—Siendo así…—musitó socarronamente mientras se miraba por detrás para observar la reacción de Yuuri Shibuya, y se dio la media vuelta para plantarse frente a él y estudiarlo de pies a cabeza.

 

Gunter se había aproximado hacia Gwendal, que permanecía al pie del estrado—¡No se atreverá! —le susurró.

—Ya lo ha hecho —él le respondió. Allí estaba su ex padrastro, con esa terquedad implacable al que no había tenido más remedio que acostumbrarse. Ya no era capaz de recordar el tiempo en que fue de otro modo. Él iba a retar a su majestad Yuuri, y éste, debía ser lo suficientemente inteligente para salir bien librado.

 

El silencio se estableció súbitamente. Expectantes, todas las miradas se dirigieron hacia ambos Reyes Mazokus.

 

—Yuuri Shibuya—siseó su nombre con una sonrisa sardónica, omitiendo como siempre su título de rey —he aquí el elegido de la profecía—soltó en son de ironía —Aún hay quienes dicen que no es mejor que nuestros enemigos.

Yuuri se debatía contra el padre de su prometido, que lo miraba con fijeza, como en duelo con un enemigo mortal. Le pareció notar cierta complacencia en su mirar, pero se convenció de que era su imaginación.

—Sin embargo, aún si para algunos de nosotros no es más que un…—dudó un instante buscando la palabra adecuada— mestizo, es el mestizo que necesitamos. Aquel que cuenta con la ferocidad suficiente como para infundir valor en el corazón de sus soldados.  Alguien con el valor para hacer lo que sea necesario para defender al mundo de la oscuridad ¿No es cierto?

Ahora era Yuuri quien miraba al mayor a los ojos, movido por un orgullo extraño, impulsado por el desdén y la suspicacia que había advertido en la fría voz del rey Willbert.

—Lo soy —respondió firmemente, aunque quienes lo rodeaban notaban cierto temblor en sus manos.

Willbert acercó un poco mas su rostro al de Yuuri para que solamente él oyera lo que le iba a decir —Un chico impertinente me dijo un día: “Son las acciones las que cuentan, el hacer crecer una nación y que sus habitantes te respeten mas por la persona que eres y no por un simple título lo que te hace un verdadero rey” Bueno, aquí tienes a toda una nación —extendió su brazo mostrándole la concurrencia. Yuuri guió su mirada hacia todas esas personas y comenzó a sentir la presión de la gran responsabilidad que llevaba en su espalda —Yo no seré quien los convencerá de seguirle y apoyarle. No, no le será tan fácil. Es su deber convencernos.

Willbert dirigió la mano hacia su cintura de donde colgaba un puñal. Yuuri podía sentir una gota de sudor formándose en su frente, no sabía si debía tomar eso como una amenaza o algún tipo de reto a duelo. De pronto, fue como si el aire todo hubiese cobrado ritmo y latiera, latiera al ritmo del corazón.

Pero Willbert tenía otras intenciones por lo que se acercó más a Yuuri, inclinándose amenazadoramente hasta que su cara quedó a escasos centímetros de la suya. Sus miradas nunca se separaron.

—Haz lo que tengas que hacer —le susurró al tiempo que le hacía entrega del puñal de oro con incrustaciones de esmeraldas y rubíes en sus manos.

Wolfram notó que estaba conteniendo la respiración hasta que se oyó a sí mismo soltar el aire poco a poco. Cuando se vino a dar cuenta, estaba en medio de sus dos hermanos mayores, uno a cada lado. Era una manera que ellos empleaban para apoyarlo moralmente en estos momentos tan cruciales. La esperanza que albergaba ahora su corazón era que su padre había dicho “Es su deber convencernos” agregándose a las personas que aceptarían a Yuuri como el elegido de la profecía, para apoyarlo en la batalla final.

Consciente de las verdaderas intenciones de su ex esposo, Cecilie lo miró de reojo. Le pareció apreciar que una tenue sonrisa pasó por el semblante de Willbert, pero éste enseguida inclinó la cabeza y se puso las manos dentro de los bolsillos a la espera de las palabras de Yuuri Shibuya.

 

 

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Murata Ken, sabio, consejero, camarada, albañil, jardinero, fontanero (en el templo de Shinou) y no menos importante, mejor amigo de Shibuya Yuuri, estudiaba el horizonte sujeto intrépidamente al mástil de proa de una de las poderosas embarcaciones pertenecientes a la nación de Shin Makoku. A lo lejos el cielo y el mar se unían sin ninguna interferencia y las velas de las demás embarcaciones brillaban a la luz del sol. Una imagen que siempre recordaría si vivía por más tiempo, y mientras engalanaba su mirar, memorias de su conversación con Shinou venían a su mente.

 

***FLASHBACK***

—Lo haré —respondió decididamente como siempre dispuesto a ayudar. Sin embargo, antes de hacer la voluntad de ese espíritu travieso, como era costumbre, quería sacarse de una duda —Contéstame una cosa Shinou —su sorpresa fue aún mayor al notar la accesibilidad del espíritu, y con ello, no dudó en preguntar—Si desde el principio toda esta situación era más que un campeonato de elementos para recuperar un amor prohibido. ¿Por qué esperar hasta el último momento para mandar la ayuda?

La pequeña Ulrike miraba expectante a quien fuese su amo y señor, aquella sacerdotisa también ansiaba saber la respuesta.

Shinou sonrió ladino, sumido en sus pensamientos, y le dio la impresión que de nueva cuenta estaba jugando con su mente, sin embargo, pronto cambio su postura a una de seriedad. Se colocó las manos detrás de la espalda y le explicó:

—Hubieron varios factores para hacerlo de esta manera, mi Gran Sabio. En primer lugar, lo hice por la gente de Antiguo Makoku. Conozco muy bien como son pues soy originario de ese país. Orgullosos y pretenciosos Mazoku purasangre que no tienen ni la más mínima consideración con aquellos a quienes creen inferiores a ellos, como una manera de demostrarles que alrededor del mundo también existen personas fuertes, valientes y capaces pero también llenos de bondad. No dudo que Yuuri para estos momentos haya hecho nuevos aliados. Él tiene ese don especial de afectar a quienes le rodean con su manera de ser.

En segundo lugar, lo hice por Willbert von Bielefeld. Él también tenía que cambiar su manera de pensar sobre los humanos y mestizos. Aprender a sobrellevar ese trauma que se originó en él cuando era pequeño. Aprender a perdonar y tal vez, a volver a amar. Los Bielefeld son seres nobles y guardan dentro, muy dentro de sí, un buen corazón, un corazón valiente. Y en tercer lugar, pero no menos importante, lo hice por mi Maou elegido.

Murata arrugó el ceño —¿Por Shibuya? —quiso saber más.

Shinou se pasó la mano por su esplendido cabello —Por el mismo Yuuri —respondió— Cuando partió hacia la competencia de elementos aun era un joven que tenía mucho que aprender. Demasiado confiado, demasiado bondadoso, demasiado benevolente. Ese “demasiado” era lo que lo hacía un mal líder, un líder débil, un líder poco realista. Confió en que para estos momentos haya aprendido a que no todas las personas en el mundo son buenas así como no todas las personas son malas. Y que las malas, deben ser juzgadas por la justicia, una justicia que le corresponde a él como Maou.

Murata y Ulrike intercambiaron miradas en cuando el rey original caminaba hasta la esfera que les permitía ver el destino de su preciado Maou.

—Ahora Yuuri…ahora que has aprendido tantas lecciones, motiva a la gente de ese país a seguirte como su líder. Motívalos a creer en una esperanza representada en ti. Demuéstrales que tienes un corazón lleno de coraje —susurró.

 

***ENDFLASHBACK***

 

—¿Falta mucho para llegar al puerto, su alteza?—preguntó uno de los tripulantes abajo en la cubierta. Era un hombre guapo de cabello verde y ojos azules. Fuerte y disciplinado.

Murata reaccionó, volvió su vista hacia abajó, y se bajó del mástil—Una hora, general Sinclair, una hora—respondió con una franca acentuación.

—Esperemos llegar a tiempo —renegó otro tipo que se había acercado a ellos. 

—Descuida Yozak, según lo último que me dijo Shinou, la batalla comenzará al atardecer. Lo que nos dará tiempo para preparar una estrategia de ataque--respondió Murata. 

El fuerte espía cruzó los brazos—Humm! Era lo menos que podíamos esperar del gran estratega.

William Sinclair sonrió.

—Es una opción tentativa, nada nos confirma que seremos bien recibidos —renegó Murata de cuyas mejillas se notaba cierto rubor de vergüenza.

En ese punto, los dos hombres que lo acompañaban suspiraron con resignación.

—Es un asunto de vida o muerte —expuso William seriamente—Esto nos corresponde tanto a ellos como a nosotros.

Yozak colocó su brazo sobre el hombro de William Sinclair—Esa es la actitud, general Sinclair. No cabe duda del porque su excelencia le tiene tanta confianza.

William Sinclair se sonrojó —Bu-bueno…también hay una larga amistad detrás de eso— titubeó.

Murata ahogó una risita.

“Y una de las razones por la cual Shibuya se mantiene alerta cuando esta cerca” —se mofó mentalmente. Luego, volvió su vista al horizonte y se quedó ensimismado—Solo una hora…—murmuró para sí mismo doblegado por un sentimiento de ansiedad.

 “Vamos Shibuya, demuéstrales porque eres el elegido de la profecía. En tu corazón late un bombeo como ningún otro, el bombeo de la justicia, la esperanza y el amor. Muéstranos el camino que debemos seguir y con ello, contágianos a nosotros con tu coraje”

—¡Su alteza!—le gritó el general Sinclair para que prestara atención en algo sorprendente que estaba sucediendo.

Murata giró su cabeza hacia él y lo que vieron sus ojos lo animó grandemente. Sonrió—Ya veo…ustedes también hicieron sus movimientos—expresó complacido.

 

 

 

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Castillo Imperial.

 

Toda la multitud hacia comentarios en voz baja. Nadie quería perderse una palabra, un gesto o una expresión del Maou de las sombras.

El corazón de Wolfram comenzó a latir con fuerza. Callaba y observaba sintiendo una leve presión en el pecho. No supo en qué momento había tomado posesión de la mano de su hermano Conrad, pero se sentía seguro al aferrarse a ella. Su hermano mayor Gwendal, le había pasado el brazo sobre el hombro como una manera de decirle que estaba y estaría con él en todo momento.

 

Yuuri había endurecido su espíritu y doblegado sus pensamientos. Sabía perfectamente que la mayoría de personas no lo consideraban como un Maou, muchos lo despreciaban, otros le temían, en el sentido negativo de la palabra, y algunos deseaban borrar su existencia; y pese a ello e irónicamente estaba predestinado a protegerlos a todos y a liderar sus ejércitos.

El liderazgo no era algo con lo que disfrutaba y no era algo para lo que se consideraba especialmente capacitado tampoco, sin embargo, por esa gente, haría lo que fuera necesario hacer, se convertiría en lo que ellos más pudieran necesitar. Si deseaban un hombre fuerte que dirigiera a los guerreros en la batalla, en eso se convertiría. Observaría y aprendería la extraordinaria habilidad del rey Willbert en el mando. Así, tal vez, y al mismo tiempo, podría convertirse para su suegro en alguien digno de Wolfram, en alguien digno de poder amarlo. Podía sentir el rose del destino ponerse frente a él como un reto a vencer y lo haría. Respiró profundamente, avanzó unos pasos para acercarse más a su audiencia y supo perfectamente qué era lo que tenía que decir.

—Ciudadanos de Antiguo Makoku, no pretendo dar órdenes a nadie; que cada uno decida según su propia voluntad. Quienes me siguen así lo han decidido por ellos mismos, y aceptan mi manera de proceder. Yo los invito a olvidar los rencores del pasado y a aceptar una nueva esperanza para futuro. En el pasado, se ha dependido de la guerra para defender de los humanos lo que por derecho les correspondía, pero esa no era la única solución, porque al mismo tiempo se estaban dañando a ustedes mismos. Confío en que llegará un día en que esas heridas logren cicatrizar y den paso a un cambio para mejorar. Cada generación está destinada a lograr una gran proeza, porque nos hacemos mejores con la adversidad y los tropiezos. ¡Cada día que despertamos con vida es un nuevo día y una página en blanco! ¡Generación tras generación encuentra el modo de convertirse en una mejor! Éste es el camino que me fue señalado y solo así veo alguna esperanza de cumplir mi cometido en la guerra contra las fuerzas del mal. Sólo entonces se podrá remediar aquella maldad en el mundo y alcanzar una paz duradera.

 

Sorpresivamente, la multitud exteriorizó su aprobación unánime aplaudiendo de la nada. Incluso el grupo de nobles se encontraban de pie y aplaudiendo, conmovidos por la visión del joven Maou.

 

—No siempre he sido el mejor líder —los ojos de Yuuri se tornaron vidriosos a causa de los recuerdos. En ese momento, echó un fugaz vistazo a quienes habían estado con él desde el inicio de su doble vida —Al principio no sabía nada de este mundo y renegaba a cada segundo por las cosas que no lograba comprender, pero empezó a crecer de mi, de manera sorpresiva, con el paso del tiempo, un sentimiento de determinación por lograr un espíritu de paz y de armonía entre todas las naciones —una sonrisa apareció en su semblante melancólico —Ahora sé montar a caballo y esgrimir una espada y no temo el sufrimiento ni la muerte sino a la posibilidad de que el deseo de llevar a cabo grandes hazañas se haya perdido para siempre.

 

La multitud aplaudió de nuevo con desenfreno. Las ovaciones que se escuchaban era el resultado de la esperanza que Yuuri Shibuya había sembrado en sus corazones.

Ariel, Axel, Raimond y Kristal se encontraban realmente conmovidos. Hace tiempo que en ellos la bondad de Yuuri había dado ya sus frutos. Algunos tenían lágrimas en sus ojos.

 

—¡Unámonos este día! —gritó Yuuri sintiendo la adrenalina en cada fibra de su ser —Renovemos el pacto que hace tiempo hizo con su nación uno de mis antecesores y que hoy por hoy lleva el nombre de una gran fortaleza ¡Un pacto de Sangre! —y con estas últimas palabras, hizo uso del puñal para cortarse levemente la palma de su mano y después, con las gotas rojizas cayendo de su puño, extendió su brazo para mostrarlo a su público. La sangre en su mano era un recordatorio implacable de una promesa de lealtad que no podía ser traicionada —¡Juntos vamos a enfrentar esta nueva tormenta de oscuridad y nos mantendremos firmes ante ella!

 

Los últimos aplausos resonaron tanto dentro como fuera del salón principal, unidos con ovaciones y palabras de apoyo. De pronto, Yuuri sintió una presencia a su espalda. No tuvo que darse la vuelta para saber que se trataba del rey Willbert. Lo que si le sorprendió fue el hecho de que él tomó de regreso el puñal y después escuchar una ovación todavía más fuerte que la de minutos antes.

 

—Pacto aceptado —le dijo Willbert extendiéndole la mano de la cual sobresalía una herida similar a la suya.

Yuuri sonrió, con los ojos empañados, y aceptó la mano de aquel que nunca imaginó complacer. Sangre Shibuya y sangre Bielefeld se unieron en un pacto literal ante cientos de personas.

Wolfram apretó sus ojos firmemente cerrados y se rehusó a llorar, seguro de que se reprocharía en el futuro si permitía que una sola lágrima cayera por sus mejillas.

 

Un clamor de valentía ascendió hacia el cielo con vigor y convicción. Las ovaciones no tenían fin. Yuuri vio un gran número de hombres de pie, que lo observaban y asentían con la cabeza; en todos los rostros no había rastro de miedo sino de coraje y mientras se deleitaba con la calidez de las personas en el recinto se sintió verdaderamente bienvenido. Se sintió por primera vez muy orgulloso de ser parte de ellos.

 

Alexander retrocedió. El pelo de su nuca se erizó y su piel cosquilleó. Ni una sola vez en su vida imaginó semejante descarrío. El ciego y febril rechazo por parte de los miembros del consejo tuvo su efecto en él  y acabó por sumirle en un inminente abatimiento. Su sangre golpeó a través de sus venas y se sintió como si se balanceara en el borde de un abismo.

—Quien esté en contra de nuestro Maou, está en contra de la nación entera, Alexander —murmuró una voz a su espalda.

—Destari sama —lo reconoció, el temblor en su voz no dejaba dudas, estaba petrificado.

—Tú mismo debiste medir las consecuencias de tus actos—secundó otra voz.

Esta vez, Alexander se dio la vuelta —Martin —susurró mirándolo con desespero —¿Qué harán conmigo?--preguntó resignadamente. 

Martin y Destari se miraron el uno al otro.

—Pensaremos en un castigo para ti, de eso no tengas dudas—resolvió Destari después de un minuto—Por el momento, tu castigo es ser partícipe de algo que nunca pudiste lograr: Mover a toda una nación a tu lado.

 

 

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https://www.youtube.com/watch?v=rj8acqv1eqs

 

Una hora después, montados sobre sus caballos a la orilla del puerto, Yuuri, Wolfram, Gwendal, Gunter, Waltorana y Conrad, en compañía del rey Willbert y los miembros de su consejo, Martin, Hannah, Volker, Destari, Ailyn, y August así como de la tropa real de Antiguo Makoku se encontraban esperando el arribo de las fuerzas de apoyo provenientes de Shin Makoku, Caloria, Francshire y Shimaron Menor.

Parecía que el país entero se había congregado en las orillas del océano a la espera de los navíos. Ahora que una nueva oportunidad había sido concedida tanto para los humanos como para los Mazokus, todos los compatriotas esperaban también montados en sus caballos, a pesar de que los animales se veían cubiertos de sudor y de vez en cuando se encabritaban ante la presencia de tanta gente.

Nadie había puesto objeción cuando Yuuri propuso ir a recibirlos todos juntos y en menos de veinte minutos ya se encontraban en ese lugar esperándolos.  

El sol ascendía en el horizonte y brindaba el calor habitual. Todos permanecían en silencio, algunos de pie, otros sentados, aguardando a conocer a sus nuevos aliados.  Era un sueño de muchos vuelto realidad.

 

Promissio autem,  redemptiónem / La promesa, la redención

Hoc tempore pro libero/ Esta vez luchamos por nuestra libertad

somniantis;  Evigilans,  Frangitur amor/ El soñador despierta destrozado por amor

 

Pronto, Yuuri logró visualizar como puntos negros en la lejanía a los navíos que venían en apoyo aunque la luz ambarina del mediodía empañaba su visión.

Los demás ojos hicieron lo mismo a continuación. Un trueno resonó en el aire y todos miraron hacia el horizonte. Aparecieron al poco rato, un total de cincuenta embarcaciones desde distintos rumbos. Las banderas de Shin Makoku, Caloria, Francshire y Shimaron Menor se  balanceaban en sus astas.

 

audeamus simul / Nos aventuramos juntos

Nos Innitetur super contrition/  Nos apoyamos en contra de la destrucción

Salutem, remissiónem/ Salud, perdón

Expecta Orbis/ Espera nuevo mundo

 

Todos habían cumplido su palabra, como una manera de rectificar la promesa de paz. Unidos en la lucha por la libertad en contra del mal.

Como una manera de escribir una nueva historia en donde las rencillas del pasado se quedan en el pasado y las oportunidades del futuro se forjan en el presente.

 

Acceperimus/ Lo recibimos

Salvandum nos, /Lo salvamos

Cordis nostri invicem uniunt/ Nuestros corazones unidos unos con otros

 

Yuuri inclinó un extremo de su labio en una tenue sonrisa, cabalgó frente a la concurrencia formada alrededor y levantó el brazo. En efecto, miles de soldados que se deslizaban a lo largo de la proa, y otros en los mástiles de las embarcaciones alzaron el puño en lo más alto correspondiendo el saludo oficial de la alianza. Aquella aglomeración hacía pensar que jamás se lograría reunir de nuevo a semejante masa humana y Mazoku.

Willbert, ya había arriado a su caballo y se había alineado junto a Yuuri, inesperadamente, se mostró muy complacido con aquella multitud, no los miró con cólera sino con gratitud.

 

Qui mortuus fuerit apud vos/ Aquel que muere nosotros

Miles sequitur viam vestram/ Sigue su camino, soldado

 

Los militares provenientes de los países humanos e inclusive de Shin Makoku podían carecer del linaje, de la  fuerza y todas las hazañas con las que contaban los de Antiguo Makoku, pero tenían un espíritu y un coraje que no eran menores que los suyos y eso los hacía iguales.

 

Nos sustinere, nisi ipsa nos/ Nos enfrentamos a él, lo destrozamos

Usque ad supremum spiritum adnectimus/Hasta nuestro último aliento

 

Soplaba el viento, sonaban las trompetas, y el sol que ahora subía hacia lo más alto del cielo los llenaba de una brillante luz y no de oscuridad.

El coraje será sería su mejor defensa ante la tempestad que se avecinaba...  el coraje y la esperanza que la unión de la fuerza traía consigo.  Porque no todas las circunstancias son completamente adversas y se pueden sacar provecho de ellas.

 

Ubicumque igitur ex parte materiae non/ Donde sea, no importa

Amore ardens Gaia!/ Nuestro amor arde por nuestra tierra.

 

Porque en contra de toda adversidad…la unión hace la fuerza.

 

 

Esta historia continuará.

 

Notas finales:

Pd: Despues de tantos años Yuuri tiene talento para los discursos!!! Na... lo que pasa es que estaba hablando desde el corazon jajaja- xD

 

Gracias por leer.

Bendiciones.

Hitita-Sop!! Te debo una explicación…se me olvidó de lo emocionada que estaba. ¿¿Y ahora como hago para responderte la duda que tenias???!!! T.T

 


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