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El rencor contra el amor por Alexis Shindou von Bielefeld

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Notas del capitulo:

Llegamos al último capítulo y todo lo que les puedo decir es: Muchísimas gracias por haberme acompañado durante esta laaaaarga historia.

A todos.

Por leer y por mostrarme su afecto a través un review, y un agradecimiento muy especial para Kunay dlz, que no solamente, capítulo a capítulo, me dio una razón para continuar sino también por haberme prestado a un personaje muy querido, Willian Sinclair.

Bueno, incluso todos me ayudaron en su momento. Tomaba en cuenta algunas de sus opiniones y al final la historia poco a poco fue cambiando de lo que al principio imaginé. Jejeje. n_n (no sabían eso)

¡¡Muchas gracias!!

Hay algo que quiero hacer, que debí hacer desde el principio pero hasta ahora que me quedó tiempo xD. Mostrarles aunque sea unos dibujos de cómo imagino a los personajes jeje. Solamente pude hacer a dos de los más queridos. Dedicado especialmente a Asahina Nanami, porque a ella le gusto esta pareja: Raimond y Kristal.

Lo edite un poco, AUNQUE ESTA FEO EL DIBUJO T.T (no se rían) es una imagen pequeña y otra grande.

http://imagizer.imageshack.com/img673/6999/jCyYSp.jpg

http://imagizer.imageshack.com/img909/7841/LdVxWk.jpg

Raimond tiene cabello verde limón y ojos café miel, Kristal tiene cabello color plata y ojos verde turquesa.

Aclaraciones del capítulo:

https://www.youtube.com/watch?v=L2sSPz_kOY8

Si pueden escuchar la canción como fondo en la última escena sería maravilloso. Me gusto la melodía aunque no tiene nada de relación lo uno con lo otro. Bueno, el video me encantó, es hermoso.

Para evitar confusiones, aunque no creo. La primera escena es un recuerdo.

Unos personajes singulares se unen en una escena.

Sin más, ahora sí.

A leer.

 

Durante la vida, las personas experimentan lo que se llama felicidad, pero también se experimenta lo que es la tristeza. La vida es así, te pone a prueba constantemente a través de las adversidades. Si eres lo suficientemente valiente y perseverante, lograrás superarlas; y si no, al menos aprendes la lección.

Yuuri lo sabe muy bien, ahora más que nunca, pues cuando creyó tenerlo todo para ser feliz, la vida le puso una difícil prueba.

Su vida era maravillosa al lado de su amado prometido y aquellos a quienes consideraba familia; sin embargo, en cuestión de minutos y de manera sorpresiva, su felicidad le fue arrebatada.

Yuuri fue retado a ganar una competencia de elementos para recuperar a aquel que amaba por la imposición de una persona que jamás creyó conocer, su futuro suegro. Ese hombre era un ser frío y desconsiderado, orgulloso y prepotente; un déspota de lo peor, pero que escondía detrás de su apariencia a una persona amorosa y detallista, a un buen padre y esposo, a una persona que sabía perdonar y pedir perdón.

Y durante la competencia de elementos, Yuuri aprendió muchas cosas, aprendió que detrás de la seducción se esconde la inseguridad, detrás de la mentira se esconde el miedo, y detrás del rencor se esconde el amor. Además de eso, también aprendió que las apariencias engañan; que detrás de la perfección se esconde la maldad, que detrás de una sonrisa se esconde el remordimiento, y que por los tontos prejuicios te privas de buenos amigos.

El primer reto fue superado…el amor venció al rencor.

Ahora nuestro protagonista enfrenta un nuevo reto. Algo que va mas allá de lo imaginable; un ser de las tinieblas que amenaza con destruir el mundo, y él es el encargado de luchar cara a cara con ese fuerte adversario.

Pero esta vez, no está solo…

Ahora cuenta con la ayuda de nuevos amigos y aliados. Ahora cuenta con la ayuda de todas las razas; mazoku, humana y mestiza.

Es tiempo de demostrar sus convicciones y cumplir su anhelo de paz. Porque juntos, jamás serán vencidos…

 

Porque la unión, hace la fuerza.

 

 

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Capitulo 24

La última batalla.

 

 

Boston, Massachusetts.

 

 

El sol comenzaba a salir en lo alto del cielo cuando Shouma Shibuya entró a la habitación de su esposa en el hospital. Ese lugar, como era habitual, olía a químicos y desinfectantes, todo alrededor parecía aséptico y blanco, y las personas caminaban de aquí para allá enfocadas en sus asuntos. Sin embargo, la habitación de su esposa, Miko Shibuya, estaba reluciente de colores vivos y brillantes. Habían montones de flores y globos alrededor de la cama; obsequios de sus colegas y amigos en ese país extranjero.

Shouma se sentó junto a la cama, tomó la mano de su esposa y la besó. Ella le sonrió y se volvió otra vez hacia la puerta.

Él la miró con ternura. Recién había dado a luz, y pese a estar físicamente agotada a sus ojos se veía radiantemente hermosa.

—Cariño, ¿Cómo te encuentras? —le preguntó con voz suave.

Ella dio un respingo y se mordió los labios.

—Uma-chan, apenas me permitieron cargarlo unos minutos —se quejó, haciendo un mohín—. Quiero ver a mi bebé.

—Calma, ya viene la enfermera con el bebé. No te preocupes, nuestro hijo está en perfectas condiciones.

A Miko le brillaron los ojos de emoción.

—¿Lo viste?, ¿Cómo es? —preguntó con ansias —. Como no lo vi bien no me fijé si tenía alas.

El Mazoku de la tierra no pudo evitar reír con gozo.

—Mi cielo, te aseguro que no tiene alas —negó con la cabeza—. Lo lamento.

Miko frunció los labios en un tierno puchero.

—Bueno, ni modo —suspiró —. Lo importante es que mi bebé está sano. Debo dar gracias por eso.

Como si hubiese escuchado sus plegarias, una enferma, vestida con un impecable uniforme blanco y rosa, entró a la habitación con el bebé en brazos.

—Señora Shibuya… —con delicadeza, ella le entregó la preciada carga envuelta en una manta azul.

—Oh, mi niño hermoso… —musitó Miko conteniendo las lágrimas de la alegría al volver a tener a su segundo hijo en brazos. Shouma no estaba menos afectado por la escena; con sus ojos empañados conteniendo el llanto de la emoción, pese a ser un hombre poco expresivo —¡Mira su carita Uma-chan! —exclamó, enamorada de su bebé —. Es un pedacito de cielo.

La enfermera, habituada a ese tipo de escenas, prosiguió a revisar el expediente del recién nacido.

—Shibuya Yuuri —leyó el nombre con un poco de torpeza en el idioma —Nacimiento: Julio 29 a las 20:30, peso: 3 kg, estatura: 52 cm. Sin complicaciones ni observaciones —alzó su vista a la feliz pareja, que continuaba admirando a su hijo, y sonrió —Se dará de alta el día de mañana, señora Shibuya.

La aludida desvió su vista del bebé para enfocarse en la enfermera y asintió.

—Sí, muchas gracias.

—Eso sería todo, vendré por el pequeño más tarde —dijo la enfermera —Una vez más, felicidades —añadió antes de salir por la puerta.

—Yuu-chan —susurró la gozosa madre sin cansarse de repetir el nombre de su hijo, que a duras penas abría sus ojitos —Espera a que tu hermano mayor te conozca. Serás su adoración.

—Yuuri Shibuya —repitió Shouma, sin terminar de creer cuán afortunado era, pero rápidamente cayó en cuenta de una cosa —. Cariño, en realidad no me has explicado de dónde sacaste ese nombre de repente.

Miko observó a su esposo con expresión risueña.

—Fue el joven que me acompañó hasta aquí —explicó—. Yuuri equivale a Julio, el mes que nació. Yo no creo en las casualidades, nada ocurre porque sí. Estoy segura que hay una razón por la cual me tope con ese amable muchacho en el taxi y quise compensarlo de alguna manera por su amabilidad.

Shouma entrecerró sus ojos, pensativo. Ese muchacho debió haber sido aquel mismo que conoció hacía un tiempo atrás gracias a su jefe; el Maou de la tierra. Sonrió al recordar la advertencia que por su actitud grosera le dio, como una condición para aceptar que su preciado hijo albergara el alma del próximo Maou de ese extraño mundo: “Si mi hijo cuando te vea por primera vez te ve con esa cara, será malo para él” “Escucha, ¡promételo! Jamás pongas esa cara enfrente de mi mujer o mi hijo. ¡Si lo haces, supliques lo que supliques, no dejaré que mi hijo vaya a tu mundo!” Al parecer había cumplido su promesa. 

Sin decir más, Miko centró su atención en mimar a su bebé. Su mirada cayó sobre algo que brillaba azulado en el pecho del pequeño, pero no alarmó a su esposo, quien estaba pensativo, pues solo fue cuestión de unos cuantos segundos. Era consciente que su hijo era mitad humano mitad demonio, ese tipo de cosas no debían alarmarla.

—Tú tienes algo, mi amor —le dijo al bebé, adoptando un tinte de profunda reflexión —. Hay algo en ti que me hace pensar que serás alguien trascendente en el futuro. Por eso, desde ya te aconsejo. Lucha, esfuérzate, protege a los más débiles. Se bondadoso mas no ingenuo. Se valiente mas no engreído. Ama completamente, no a medias. Se un héroe vivo, no una leyenda —posó sus labios sobre su frente en un beso lleno de amor —Enorgullece a mamá, Yuu-chan.

 

 

*****************

 

Saitama, Japón.

 

Miko puso el pie en el primer peldaño de la escalera. Abajo, en la sala de estar, se oía el sonido de la televisión en la cual su esposo estaba enfocado disfrutando de sus vacaciones. Sonrió y subió otro escalón. Diez escalones más y ya estaba arriba.

Entró a una habitación sin dueño, de esas que usualmente se usan para guardar cosas de recuerdo. Esta mañana se había visto afectada por un sentimiento de melancolía.

Una nube de polvo se arremolinó en el aire cuando abrió un baúl con las iníciales Y.S. grabadas en el centro. Ella sabía lo que había dentro: Chupetes, chinchines, baberos, algunas ropitas infantiles, un par de zapatitos de bebé, lo suficientemente pequeños como para caberle en la palma de la mano. Los tomó con ternura y dejó pasar el tiempo.

Últimamente, su segundo hijo pasaba menos tiempo en casa. Había tomado la responsabilidad de ser un Maou al cien por ciento y ahora se podría decir que consideraba aquel mundo como su primer hogar. No lo culpaba. Sin ser consciente, Yuuri había madurado más rápido que los chicos comunes de la tierra. Había tomado la responsabilidad de criar a una niña como su hija, su adorada nieta, y estaba próximo a casarse con su prometido; al mismo tiempo, debía liderar un país, aprender de política, resolver conflictos y luchar contra el mal. Su garganta se contrajo y estrujó fuertemente los diminutos zapatitos de bebé con aquel último pensamiento.

Una corazonada la hizo cerrar los ojos y orar. Estaba segura que su hijo estaba afrontando o a punto de afrontar una gran adversidad. Se lo decía su instinto maternal.

—Yuu-chan, sé que no recuerdas el consejo que te di cuando apenas eras un pequeño recién nacido. Pero de alguna manera, quiero que esas mismas palabras lleguen a ti, hasta el fondo de tu corazón y de tu espíritu.

 

 

******************************

 

 

 

Pacto de Sangre. Nuevo Makoku.

 

 

Greta se había pasado los últimos días pensativa, melancolía y preocupada. Sus padres enfrentaban una dura situación y no estaba menos inquieta por saber si al final lograron mantener su compromiso de matrimonio. Su mayor deseo era que regresaran juntos y más unidos que nunca. Así tenía que ser, pensó decidida. Su papá Yuuri jamás permitiría que le arrebataran a su papá Wolfram, de eso estaba segura. 

Con esos pensamientos, profirió un largo suspiro y se aferró a lo que tenía en sus manos; era unos muñecos de Yuuri y Wolfram hechos de felpa.

Su corazón no dejaba de latir aceleradamente, inquieta. Sumada a esa preocupación, estaba la nueva amenaza que enfrentaba el mundo. El Gran Sabio no les había dado muchas explicaciones; se había limitado a pedirles a Lord von Wincott y a Lord von Radford que se encargaran de los asuntos del reino, y luego partió con las tropas Bielefeld, Voltaire y Weller rumbo a Antiguo Makoku sin decir más que el mundo estaba en peligro. Sus preocupaciones solo aumentaron con eso y lo peor era que no podía hacer más que esperar. Un nuevo suspiró escapó de su interior.

 

—Greta, aquí estas —la voz de Rinji vino a interrumpir sus pensamientos. Greta se dio la media vuelta y le sonrió.

—¿Me buscabas, Rinji kun?

Rinji la miró con atención por un momento. Hoy tenía el cabello recogido en una cola alta con una infaltable trenza adornándole la frente, sus mejillas estaban sonrosadas debido al rubor del maquillaje al igual que sus ojos pardos sombreados de lápiz color negro, lo que los hacía más expresivos que nunca sin llegar nunca a la exageración ni la vulgaridad; parecía más bien una muñeca de porcelana. A sus catorce años en apariencia, (pues había reducido significativamente sus años al viajar constantemente a la tierra para visitar a los abuelos) Greta era toda una dama. Su mejor amiga era la codicia de muchos chicos de su edad, y eso era el dolor de cabeza del Maou Yuuri y de su prometido; su excelencia Wolfram.

Luego resopló y se encogió de hombros.

—No debería estar aquí tan sola. Deberíamos ir al jardín a tomar aire fresco. También se me antoja un té de rosa azul con galletas. ¿Qué dices?

Greta asintió, con un atisbo de tristeza.

—Sí. De acuerdo.

La tristeza de Greta no pasó inadvertida para Rinji, que sabía los motivos.

—Greta, tranquila —se acercó a ella y le acunó el rostro con las palmas de sus manos —Ya verás que en menos de lo que te imaginas tus padres regresaran juntos, sanos y salvos. Todos regresaran pronto —añadió.

Greta se concentró en el chico que tenia frente a ella. Estaba tan cerca, que podía verse reflejada a través de sus ojos violetas. Estaba segura de que podía ver un poco de lástima en ellos.

—Gracias, Rinji kun —musitó en un suspiro. Fue entonces cuando él la soltó. —Ahora, vamos al jardín.

Rinji no replicó.

Greta colocó los muñecos sobre el estante no sin antes darle un simbólico beso a cada uno. Fue lentamente hacia la puerta de la habitación, y de repente, con una expresión decidida y orgullosa, se detuvo.

—A si va a ser, Rinji kun. Todo saldrá bien —le dijo inesperadamente, doblegada por un sentimiento de esperanza en su interior —Mi padre, Yuuri Shibuya, es un héroe y mi otro padre, Wolfram von Bielefeld, es su fuerza. No puedo esperar menos de ellos.

Porque si algo había aprendido en los años que llevaba siendo hija de ellos, era a afrontar las adversidades con valor e integridad. Sobre todo de Yuuri, su ejemplo a seguir, y esperaba algún día convertirse en una reina parecida a él para su país de origen, Zuratia.

 

 

 

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Antiguo Makoku, zona central.

 

En las desérticas montañas, donde apenas sobrevivían algunos animales a pesar del calor abrasador, Yuuri, montado sobre un poderoso caballo de guerra, miraba el campo de energía oscura que rodeaba el área de la última batalla.

Nubes negras, rayos y relámpagos se veían en el cielo de esa parte en específico. Ese campo oscuro, que era como una barrera, se abriría pronto dándole la libertad a las creaturas del mal de esparcirse y destruir todo a su paso. Eran sus enemigos y debían expulsarlos de su mundo con sus fuerzas unidas a como diera lugar.

Yuuri cerró los ojos, nervioso, mientras el sol que se filtraba por las nubes iba cambiando de color, el atardecer estaba llegando. En esos momentos, las imágenes en su cabeza eran lo más parecido a una película de su vida. Rememoraba los acontecimientos más importantes de ella hasta hoy, ya sean de felicidad y también de tristeza. Decidió no perder energía contemplando los posibles errores cometidos, sino en el obstáculo que tenía por delante. De repente, se sintió una fuerte brisa y cuando abrió los ojos, sintió algo parecido a un beso en la mejilla, de esos que Greta solía darle en algunas ocasiones, e inesperadamente, se sintió más tranquilo.  

A sus espaldas, miles de soldados esperaban su señal. Habían avanzado hasta allí a través del desierto, a paso firme y en silencio. Los arqueros y la artillería se mantenían dispersos entre las vastas montañas y, en el centro plano, se agrupaba la caballería y la infantería formando una hilera tras otra. Los cuatro dioses de los elementos enfilados a su derecha y sus amigos más cercanos a su izquierda.

Una profunda necesidad se instaló dentro de su ser. Algo a lo que no se sentía capaz de negarse, aunque fuera por última vez antes de la batalla. Y cuando giró su cabeza hacia la izquierda, fueron unos hermosos ojos esmeraldas los que lo encontraron y supo que no se podía contener por más tiempo.

—¿Alteza?

—¿Majestad Yuuri?

Deseando lo mismo, como si estuviesen sincronizados, como si su vida dependiera de ello, Yuuri y Wolfram desmontaron y corrieron uno a los brazos del otro, aún ante el asombro de algunos soldados.

 

—¿Qué cree hace ese par? —murmuró Gwendal a Conrad que estaba a su lado. Se suponía que debían mantenerse en sus puestos, era solo cuestión de minutos para la gran guerra.

—Se dan valor —respondió su hermano, serenamente. No fue necesario agregar nada más, Gwendal entendió que a veces el amor es tan grande que es capaz de vencer cualquier miedo.

 

Yuuri estrechó a Wolfram entre sus brazos. Sintió las lágrimas punzantes picándole los parpados pero las detuvo. No iba a llorar frente a su prometido. No en esos momentos.

—Te quiero más que a mi vida —le dijo al oído —Te prometo que nos veremos frente al altar, para que por fin estemos unidos ante toda la ley. Para que nada ni nadie vuelva a intentar separarnos.

—Lo harás, regresarás a mí, porque si no lo haces te buscaré incluso en el más allá —Wolfram lo miró a los ojos. Su corazón latía por él, rebosante de intranquilidad y miedo —, y cuando te encuentre, si es posible, te mataré de nuevo —sin esperar replica, le rodeó el cuello y lo jaló hacia sí, terminando con el poco espacio que los distanciaba.

Yuuri lo sujetó de la cintura, besándolo con la misma desesperación. Fue un beso violento, profundo, necesitado.

Por un fugaz instante, demasiado breve, dejaron de existir para ellos todos los demás. Se sintieron a solas, se perdieron en el contacto de sus manos, de sus cuerpos, y en la plenitud del amor que sentían el uno por el otro. Al separarse, Yuuri apoyó su frente contra la de su prometido mientras se miraban fijamente, casi sin aire.

—Te amo. —se dijeron al mismo tiempo, como si esa frase fuese el arma que los defendería contra todos sus enemigos. Como si fuese lo único que necesitaban escuchar para sobrevivir.

Con sutil delicadeza, Wolfram acarició la mejilla de Yuuri, y con ello, el diamante de su anillo de compromiso resplandeció contra la luz rojiza del atardecer. Yuuri lo miró a los ojos con adoración y con una amplia sonrisa.

 

 

**************

 

 

 

Volker observó a los soldados, como para asegurarse de que todos estuvieran en posiciones de ataque mientras su padre se colocaba frente a ellos.

—Mantendremos las posiciones hasta que veamos la señal en el cielo, el último brillo de sol —exclamó Destari. Erguido, valiente e implacable sobre su montura —. Luego de dar la señal de salida, no habrá fuerza que nos detenga. ¡Quiero a todos los caballos a galope! ¡Soldados con sus espadas y lanzas erguidas sin temor!

Dimitri permanecía en silencio al lado de su padre. Su hermano menor estaba con ellos. Un chico de la edad de Ariel, con muchas diferencias por supuesto, éste era un degenerado amante de las fiestas y la vida sin preocupaciones. Irremediablemente dotado de un gran poder por ser de ojos y cabello oscuro. Dimitri solía decirse con ironía: ¡Cuánta suerte tienen los mentecatos!

El novio de su hermano, el loco conejo, también estaba con ellos. A sus ojos no era más que el acosador de Ariel. No pudo evitar lanzarle una mirada asesina.

—Mantén a esa cosa alejada de mí. —advirtió airadamente al menor de sus hermanos.

—¿Qué cosa? —preguntó éste, alzando una ceja.

—Esa cosa que aún en la guerra sostiene un peluche de conejo.

El menor dio un respingó por la ofensa —¿Mi novio? —preguntó, incrédulo —¡Dimitri, que malo, no seas así!

El hermoso aludido, de un cabello castaño y ojos azules, hizo un tierno puchero.

—Mi cuñado no me quiere ¡Na no da!

Dimitri arqueó una ceja. —Júramelo —escupió con sarcasmo.

—¡Malo! —contradijo él, infantilmente.

Un carraspeo interrumpió su discusión, su padre y su hermano mayor estaban mirándolos con reprensión. Los tres tragaron grueso y, con un escalofrío en la espalda, regresaron a sus posiciones agitando las riendas de sus caballos.

Restándole importancia, Destari cabalgó al lado de sus hijos para estar de cara a sus enemigos. No pasó mucho tiempo para que el ex Maou se pusiera tenso y clavara la mirada en cada uno ellos.

—Quiero ofrecerles una disculpa. Si en algún momento se llegaron a sentir presionados por mí, si en alguna ocasión los agobié con mi autoridad,  lo lamento mucho.

La voz de Destari no se alteró en ningún momento, mantuvo un tono moderado como de costumbre, pero se podía observar cierto brillo reflejado en sus ojos al decir esas palabras.

Hasta el más imponente de los hombres sabe que no se hace menos hombre al pedir perdón. Destari sabía que había presionado demasiado a Volker para que desde muy joven tomara las riendas del Distrito Rosenzweig en su lugar, y esa misma presión fue la que hizo que su segundo hijo, Dimitri, se alejara del hogar. Porque él siempre había sido un controlador.

Sus tres hijos lo miraron firmemente, pero en ninguno pudo advertir un gesto de enfado o desafío. Lo que recibió fue una sonrisa ladina de parte del más atractivo de sus hijos, otra risueña del más loco de ellos, y una enternecida del más gruñón.  

—Ya para que te disculpas, viejo. —Dimitri, el hijo atractivo, se encogió de hombros con indiferencia —No es como si le hubiera tomado importancia a tus opiniones a lo largo de mi vida.

—Es porque eres un rebelde de lo peor, Aniki —refunfuñó el tercer hijo mientras levantaba una ceja. Dimitri resopló mientras se cruzaba de brazos.

—El burro hablando de orejas —bufó Volker más recuperado de la reciente impresión y tratando al mismo tiempo de contener una carcajada ante el puchero que, al instante, hizo su hermanito.

Destari ahogó una risita y olvidó la pena por un instante. Su segundo hijo lo miró: él tampoco pudo evitar un amago de sonrisa.

 

 

*******************

 

 

 

El ejército del Norte estaba situado en su correspondiente zona. Los guerreros de raza humana habían tomado posiciones junto con los Mazoku de raza pura en las cumbres de las montañas rocosas y frías que caracterizaba esa parte del territorio.

Lord von Luttenberger mantuvo su mirada al frente. Permanecía impasible cualquiera que fuese la tarea encomendada. A sus tantos años de edad, ya lo había sufrido todo y no le era de admirar cualquier otro acontecer. Durante guerras pasadas, había corrido mil veces el riesgo de morir, y de una manera espantosa, que había dejado cadáveres de amigos, ciegos, lisiados de un brazo, de una pierna a sus espaldas; sin embargo, el miedo que sentía ahora no era menor que en aquellos tiempos.

Curiosamente, hoy se sentía más apoyado que nunca. Era porque jamás en su vida había liderado tantos hombres unidos a una sola causa. Tenía optimismo a pesar de todo, quizás al ser más, el peligro sería menos y mayor la oportunidad de vencer. A su derecha, su único hijo, el padre de Raimond y gobernador en funciones del Distrito Luttenberger, esperaba la orden de salida. Su hijo era un capitán intrépido y de decisiones rápidas en el campo de batalla, depositó la confianza en sus habilidades y continuó esperando el momento.

 

La tranquilidad le duro poco.

 

Los soldados vieron cómo la luz del sol que se filtraba entre el follaje desaparecía. Algunos pájaros emprendieron el vuelo ante la proximidad del peligro. Luego, entrevieron las figuras de miles de monstruos que se aproximaban rápidamente y escucharon las trompetas que llamaban al combate. Izaron las banderas que darían a las demás sub-tropas la orden de atacar a distancia, y como lo había ordenado su máxima autoridad militar, arriaron sus caballos a todo galope.

 

La última batalla, había iniciado.

 

 

***********************

 

 

Yuuri observó que algunos de los soldados miraban hacia el cielo con inquietud, y poco después, él también alzó la mirada encontrando un cielo rojizo y tenebroso que se iba tornando negro progresivamente. Luego, pudo oírlo con facilidad, un ruido sordo, parecido al trueno de una tormenta de verano. El ruido no procedía de las nubes pero aumentaba gradualmente y cada vez parecía más próximo.

El Maou de las sombras sintió como se erizaron los vellos en la parte posterior de su cuello al materializarse un escudo de energía divina color azul a su alrededor. Sabiendo que la hora había llegado, cabalgó frente a las tropas formadas y desenvainó su espada, alzándola en alto con una gallardía envidiable.

—¡Preparados! —exclamó, y la artillería cargó los cañones. Los dioses de los elementos apretaron los puños y entrecerraron los ojos, en guardia.

 

—¡Arqueros tomen sus posiciones! —ordenó Ken Murata, encargado del ataque a distancia, al visualizar la señal de la bandera que le daría la orden para atacar. Ninguna creatura del mal se atrevería a cruzar más allá de la barrera de sus hombres.

Inmediatamente, todos los arqueros tomaron sus arcos señalando hacia la nube de polvo que dejaban aquellas creaturas que corrían a toda velocidad hacia las filas lideradas por el Maou.

Desde lo alto de la montaña, Murata gozaba de una visión panorámica de todo el campo de batalla. Afiló sus ojos marrones, agudos como los de un águila, para el momento exacto del lanzamiento.

 

Una trompeta sonó en lo alto clamando al combate, y Yuuri dio por fin la orden de salida.

—¡Por el futuro! ¡Por el amor! ¡Por nuestro mundo! —gritó con el coraje necesario para contagiar a los más de mil hombres que le seguían — ¡Adelante!

Y fue entonces que, cobijados bajo la protección de sus dioses, todos los jinetes avanzaron en orden, y en seguida apresuraron el paso, y en medio de un gran clamor corrieron al galope hacia el enemigo.

 

—¡¡FUEGO!!

Los cañones resonaron, tan estruendosos con los truenos secos llevándose consigo la vida de una numerosa parte de los enemigos a una considerable distancia.

 

—¡¡ATAQUEN!!

A la orden del Gran Sabio, los arqueros lanzaron sus flechas y pronto el cielo se llenó de miles de ellas antes que la gravedad las hiciera caer directo al cuerpo desnudo de algunos Centauros. Los cuerpos de esas criaturas cayeron siendo aplastados por otros de su misma raza quienes rugían y echaban baba de sus bocas por la rabia encendida.

 

Y un grito se elevó en respuesta desde la distancia, pues en el campo de batalla y a la vanguardia se acercaban los desterrados espíritus de los elementos. Lo siguiente que se escuchó fue el fragor del combate y los gritos de los soldados que se enfrentaban a esas entidades. Las explosiones y el sonido de las espadas chocando se filtraban entre los gritos de guerra.

 

 

Willbert avanzaba sin miedo, erguido vigorosamente sobre su blanco corcel. Cuando por fin la trompeta ordenó la carga, había golpeado en los costados de éste y lanzado con su leal tropa a un galope salvaje, azotado por el viento de la carrera y el polvo, con una mirada feroz, lanzando un grito de guerra para olvidar el peligro, para insultar a la muerte, para asustarla, para infundirles valor a sus compañeros, para que se sintieran parte de una tropa invencible. 

Su pesada armadura, sacudida por el trote y salpicada de sangre, ya le había salvado la vida en más de una ocasión. Las heridas que alcanzaron su cuerpo no tenían mucho tiempo para ser evaluadas porque sus enemigos se movían para atacarlo sin compasión y, al mismo tiempo, debía abrir el paso para que Yuuri Shibuya llegara al centro del campo de batalla, al Templo Imperial, lo más rápido posible.

Una carga de cañones cegó muchas de las vidas de esas creaturas y ahora era preciso moverse con agilidad ante los obstáculos de los cadáveres despedazados y evitar que los cascos de los caballos tropezaran o resbalaran en aquella papilla sanguinolenta de tripas y huesos.

Willbert sostuvo su espada de costado y arrasó como una ráfaga mortal llevándose consigo cientos de Minotauros armados con hachas y martillos enormes. Pero no era suficiente, detrás de ellos venían varios escuadrones más de esas creaturas.

La visión de aquella amenaza fue tan abrumadora, tan numerosa, que terminó por encender la furia del Maou de Fuego. Maldijo en sus adentros, Yuuri Shibuya tenía que llegar directamente con el dragón para impedir que se volviera una amenaza mayor. Debían hacer algo, y pronto.

Puesto que era consciente de la influencia que tenía sobre sus hombres, y sabía aprovecharla, Willbert decidió mostrarse ante las columnas extendidas.

—¡Waltorana! ¡Sinclair! —gritó— ¡Atacaremos con Majutsu de fuego! ¡Abriremos una brecha en estos escuadrones de muerte! ¡Vamos a rostizarlos!

—¡A la orden! —gritaron ambos a la vez dándole la señal a sus respectivas tropas.

La caballería de las tropas Bielefeld se detuvieron, y detrás, las compañías volvieron a formarse tomándose ese tiempo para recuperar el aire y recobrarse del primer asalto.

—¡Shibuya! ¡Tú sigue! —ordenó Willbert —¡Te abriremos paso!

Un asentimiento fue suficiente para que Willbert alzara una mano y, sin descabalgar, con una mirada ardiente, diera sus instrucciones:

—Cuando lance el primer ataque lineal de Majutsu de fuego, seguirá el que sigue y así sucesivamente. ¡Quiero un puente de fuego para que Yuuri Shibuya pueda atravesarlo sin problema!

Las instrucciones fueron claras y precisas para todos, que se colocaron en posiciones.

Willbert alzó dos de los dedos de su mano derecha y se preparó para invocar Majutsu de fuego:

—A todos los espíritus del fuego, ¡¡obedezcan a este orgulloso Mazoku que los invoca!!

Como un tornado de fuego, los soldados Bielefeld atacaron al enemigo, uno tras otro; Yuuri se adelantó a todos, rápido como el viento entre en medio del fuego ardiente.

Ante el infierno elemental, los enemigos se dispersaban en fuga, echándose a andar sin meta ni propósito, dejándose morir o matándose entre ellos. Los amenazadores eran ahora los amenazados. Las creaturas huían en el más absoluto desorden.

 

Desde su posición elevada, Murata miró alrededor. Desde allí vio que las líneas de defensa de sus enemigos estaban siendo rotas. Las oleadas de soldados Mazokus y Humanos atacaban sin tregua, obligando a las creaturas del mal a retirarse ante ellos. El campo de batalla quedó cubierto de centauros, arpías y minotauros caídos, y las armas, abandonadas en el suelo.

 

Así, la caballería del ejército del Maou continuó avanzando sin temor.

 

 

 

***********

 

 

 

A lo lejos, y gracias a su exuberante tamaño, se distinguían los Minotauros enfilados dispuestos a volver a atacar. La columna que se batía en retirada dio media vuelta y se lanzó gritando contra los soldados Mazoku que iban al frente.

Los primeros que aguantaron el colapso fueron las tropas de Gwendal, Conrad y Wolfram. Volaron por encima de las creaturas bestiales para caer con las espadas firmes, directamente en sus cuerpos. Wolfram atravesó un corazón con la espada, pisoteó a una Arpía caída, clavó a otro Minotauro justo en la pierna y siguió dando puñaladas a ciegas. Sus leales subordinados se defendían de los espíritus elementales malignos entre en medio de tal desorden. Sus soldados se volvían más eficientes con cada oportunidad de defensa y las tropas habían aguantado. Las tropas seguirían aguantando.

La lucha continuó desarrollándose con avances y retrocesos a lo ancho del desierto, sin que ninguno de los dos bandos ganara terreno más que por breves instantes.

Con agilidad resuelta, Wolfram volvió a montar y gruñó tirando las riendas de su caballo para que este se irguiera, logrando abrirse paso entre aquellos que se batían a duelo con los monstruos, pero antes de que pudiera avanzar, su caballo alzó las patas delanteras, repentinamente asustado, y él cayó de espaldas desde el lomo de su montura. El caballo volvió a empinarse como si se dispusiera a pisotearlo y Wolfram se apartó rodando al mismo tiempo, protegiéndose por solo fracción de segundos.

—¡Ja! No esperaba menos de ti.

Pese al aturdimiento de la caída, Wolfram se puso en guardia de manera ágil y giró su rostro hacia esa voz. El par de joyas esmeraldas se estrecharon cuando distinguieron a una joven con melena platinada, ojos avellanas y piel pálida. No llevaba armadura, pero de su cintura pendía una espada y de sus manos salían chispas doradas, distintivo único del uso de energía elemental. Supo de inmediato que se trataba de algún tipo de hechicera maligna. Sin embargo, fuera quien fuese, debía avanzar lo antes posible. Su padre había abierto el paso para que Yuuri pudiera avanzar hacia ese feroz dragón, pero dudaba de su habilidad para derrotarlo por sí solo. Un inexplicable terror se cernía en su corazón por saber de la seguridad de su prometido. Una parte de su cabeza le ordenaba alcanzarlo. No tenía tiempo que perder.

—¡Quítate de mi camino! —ordenó, fulminándola con la mirada.

—Esa es la misma mirada que me dedicaste hace cinco mil años, Marcel.

La mujer, vestida de negro, habló en lugar de obedecer, mientras sus perversos ojos lo inspeccionaban.

Wolfram frunció el ceño y gruñó. Ese nombre con el que ella se había dirigido a él ya lo había escuchado antes. Por supuesto, Marcel, el esposo de Allan. Y ella debía ser…

—Agnes —masculló su nombre con patente repulsión.

Como si estuviese gozando del momento, ella lanzó una risa arrogante.

—No avanzaras más. Mi amo y señor acabará con tu amado en cuestión de segundos. Y tu cuerpo caerá inerte aquí, en este mismo lugar, herido por mi espada.

La sacerdotisa Imperial desenvainó la espada, ampliando al mismo tiempo su sonrisa.

Wolfram inspiró profundamente y levantó la espada, por cuya hoja goteaba la sangre de algunos enemigos, disponiéndose a cortar en pedacitos a esa arrogante.

—¡No tengo tiempo para esto! —tras gritar fuertemente, Wolfram se abalanzó contra su oponente, su mirada se tornaba más penetrante conforme movía su espada con la clara intención de apuñalar a esa mujer.

—No te apresures —rio Agnes, parando con agilidad las estocadas—Nuestra pelea recién empieza.

Con esa advertencia, ella alzó la espada y la descargó contra él. Wolfram detuvo el golpe, sorprendido de la fuerza de esa mujer. Por un instante, sus miradas se cruzaron y el príncipe apreció la furia inexplicable que impulsaba a Agnes a batallar. Ella, pese a la sorpresa al ser detenida de esa manera, dio un nuevo golpe que hizo tambalear al Wolfram hacia atrás, pero recuperó el equilibrio y esquivó el tajo que le habría cortado la cabeza. La vibración de la espada al chocar contra una piedra debilitó la mano de Agnes, pero se aferró a la empuñadura con fuerza.

Sin darle tregua ni respiro, Wolfram la atacó nuevamente, y a Agnes solo le dio tiempo a echar la cabeza a un lado para esquivar el golpe con la espada que el otro le había lanzado. La hoja le hirió la mejilla y la sacerdotisa del Templo Imperial sintió el calor de la sangre en la cara. Y, de mala gana, se vio obligada a retroceder

—¡Suficiente! —Agnes lanzó un alarido de rabia. Su hermoso rostro. De todos los lugares donde la reencarnación de Marcel podía haberla alcanzado… ¡Maldita sea! —¡Acabaré contigo de una u otra manera! ¡Maldito!

Dichas estas palabras, la sacerdotisa levantó una mano al cielo e invocó magia oscura.

—¡¡Fuego infernal!!—gritó al momento de que unas flamas ardientes de fuego del infierno brotaron de sus manos. —¡Enciéndete!

Wolfram tuvo que retroceder debido a que una bocanada de vapor caliente le dio en el rostro, como si hubiera abierto la puerta de un horno. Algo había impedido que el fuego oscuro de la sacerdotisa le quemara el cuerpo. Al abrir los ojos, supo que se trataba de una barrera de aire, haciendo el fuego vapor. La diosa Aimeth lo estaba protegiendo en la distancia.

Agnes abrió sus parpados, perpleja, y maldijo al mismo tiempo en sus adentros. No obstante, más pronto de lo que esperaba, recobró la confianza en sí misma

—¿Crees que puedes derrotarme con una barrera?—advirtió con voz penetrante, negando con la cabeza — ¡Juro que acabaré contigo! ¡Trina! ¡Sakí! —gritó en una orden.

—¡¿Qué?!

Dos arpías acudieron al llamado de la sacerdotisa, aprisionando a Wolfram de ambos brazos de manera sorpresiva, imposibilitándole la defensa, clavándole las garras en la piel. Él la miraba atónito, con la cara pálida de rabia.

—¡Tramposa! —le espetó a la cara, a sabiendas del deshonor de su emboscada.

Agnes rió con arrogancia sin importarle en lo más mínimo.

—¿Acaso no sabes que en la guerra y en el amor todo se vale?

Se acercó a él, con una expresión demencial en los ojos, y blandió la espada dispuesta a cortarle el cuello.

Wolfram lanzó un ligero vistazo a los alrededores en busca de auxilio, lo que encontró fue un caos total de soldados y bestias que blandían sus armas, y se defendían y atacaban con magia elemental. La mente de Wolfram se desplazó repentinamente de vuelta a su breve encuentro con Allan. A su advertencia. Apretó los puños hasta que le dolieron los nudillos. ¡Maldición!  

—Este es tu fin…—dijo Agnes con complacencia —, adiós...mi detestado rival.

Agnes cantó esa oración como disfrutándola, y sostuvo su espada al tiempo que se lanzaba hacia el príncipe Mazoku dispuesto a cegarle la vida. Un instante después, un dolor ardiente estalló en su hombro derecho. Su mano, súbitamente sin fuerzas, dejó caer la espada, ante la estupefacción y la duda reflejada en el rostro de Wolfram.

La sacerdotisa soltó un grito. Desde el primer momento, el dolor fue insoportable. Apenas tuvo tiempo de darse cuenta de ello cuando otro intenso dolor, esta vez en el costado, le hizo lanzar otro grito. Escuchó el crujido de sus costillas al quebrase con el contacto de aquel frío metal, su piel desgarrarse conforme esa espada se retorcía dentro su cuerpo sin piedad. Lo siguiente fueron las bocanadas de sangre que salieron de su boca y de sus heridas para después desplomarse frente a aquel que creía tener en sus manos.

Ni había tardado un segundo en caer Agnes al suelo, cuando dos certeros ataques dejaron a las arpías fuera de combate, liberando así a Wolfram, quien a duras penas podía creérselo.

—¡Sa-Saralegui!

Efectivamente. Gallardo, valiente e imponente, Saralegui le había salvado la vida. Parecía tener cierto placer en hundir su arma en el pecho de sus enemigos. Un iracundo de lo peor.

Wolfram tragó en seco, con el corazón aún latiéndole con fuerza.

—Su-supongo que te debo una —musitó, ya recobrado del susto.

El rey de Shimaron Menor se limitó a darse la vuelta, con aparente indiferencia.

—No —le respondió fuerte y claro —. Tú y yo, estamos a mano.

 

 

**********

 

 

Las municiones se estaban agotando. Los cañones, al amainar, daban una falsa impresión de calma momentánea, pues las peleas seguían siendo numerosas y sangrientas, y no disminuían en vigor.

Gwendal vio llegar a Willbert, como una furia, devuelta a las filas de espera fuera del alcance de los cañones y las flechas que estaban acabando con los últimos enemigos. El agotamiento físico comenzaba a ser notorio en él, el sudor empezaba a gotearle por la cara y respiraba entrecortadamente. No obstante, lo primero que hizo fue buscar a su hijo con la mirada.

—¿Dónde está Wolfram? —preguntó inquieto al no ver su cabellera rubia sobresalir por ningún lado.

Gwendal no estaba mejor, le dolía la espalda, los brazos, sentía dolor por todas partes y el sudor le entraba en los ojos. A pesar de ello, echó un ligero vistazo al campo de batalla.

Alguien estaba al mando en el tumulto y la confusión de la batalla. En aquel momento Willbert y Gwendal descubrieron a Conrad sobresalir de la multitud, con los brazos alzados incitando a sus hombres a continuar.

—El pequeño de mirada amable…—susurró Willbert con la vista clavada en Conrad, con cierto orgullo plasmado en sus ojos.

—¡Allá! —Gwendal señaló a su hermano menor que se aproximaba cabalgando.

—Padre, hermano. —exclamó Wolfram al detener su caballo al lado de los de ellos. Cuando estuvo enfilado, se enjugó con un trapo el rostro empapado en sudor.

Willbert pudo sentirse más tranquilo.

—¡Andando! —ordenó—. Al parecer todo está bajo control aquí. Debemos seguir avanzando. Nos faltan pocos kilómetros para llegar al Templo Imperial.

Sus hijos asintieron, y, detrás de él, agitaron las riendas de sus caballos para ir en ayuda de Yuuri.

 

 

 

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Yuuri cabalgó a toda velocidad hasta llegar al centro de la batalla. Cuando llegó al majestuoso Templo Imperial, el corazón le golpeaba en el pecho y las piernas le pesaban como si fueran de plomo.

Mientras recobraba el aliento, contempló con estupor las altas torres rodeadas de tinieblas y relámpagos. Sobre ellas sobresalía una criatura de un tamaño colosal. Repentinamente, se escuchó el estruendo de unas pisadas, y un rugido retumbante y amenazador que le obligó a contener la respiración y a dar un paso atrás.

¡Es nuestro turno! —anunció Atziri a los demás.

Enseguida se oyó un segundo rugido, al que otra vez siguieron retumbantes pisadas. La tierra tembló de nuevo, sacudida por el peso de aquel enorme dragón.

Aimeth apretó los puños con frustración y volvió su vista a Yuuri.

¡Amo! —exclamó—. ¿Está seguro de esto?

Un asentimiento solemne recibió por respuesta. Aún sabiendo que podía perder una gran cantidad de Maryoku peligrando así su propia vida, Yuuri deseaba deshacer la transformación de esa bestia para rescatar el cuerpo de Friedrich, por Hannah san.

Tan hermosa, tan desesperada, tan enfadada, Aimeth chasqueó la lengua.

Como ordene —masculló.

Pese a la actitud de su espíritu del aire, Yuuri miró hacia el cielo y respiró profundamente antes de soltarlo en un suspiro de coraje.

 

Rápida como una nube de tormenta descendió esa criatura alada. Las dos espléndidas alas grises extendidas, puntiagudas, como las membranas entre dos dedos, parecidas a las de un enorme murciélago. Rostro ancho, largo cuello cubierto de escamas. Ojos rojos y grandes como dos enormes bolas de fuego. Tan grande como la torre más alta del templo, con una dentadura enorme y feroz.

 

Yuuri contempló al dragón, boquiabierto. Realmente, era una criatura digna de figurar en las leyendas. Se volvió a escuchar un sonido grave, como el retumbar de un trueno o un alud, y se vio obligado a taparse los oídos.

 

Una figura envuelta en un manto negro, enorme y amenazante, venía montada en aquella criatura. Tenía dos pares de alas, pero estas, a diferencia de las del dragón, eran de plumas. Llevaba una corona en la cabeza, de puntiagudos picos, pero nada visible había entre el aro de la corona y el manto, salvo el fulgor mortal de unos ojos dorados.

 

El dragón bajó la cabeza tan repentinamente que casi tumbó a Yuuri del susto, aquel ser misterioso bajó al suelo y guardó la distancia, dejando, al parecer, a los cuatro dioses en las garras del dragón. No parecía tener intenciones de combatir por el momento y eso les convenía pues Yuuri necesitaba reunir las fuerzas necesarias para vencer ambos obstáculos.

 

Manténgase a una buena distancia de él, siempre en guardia —advirtió Félix a Yuuri en vista de esa oportunidad.

Yuuri asintió con la cabeza.

—Lo dejo en sus manos.

 

 

Muy lentamente, el dragón abrió sus enormes fauces dejando al descubierto dos hileras de amarillentos e irregulares colmillos y arañó el suelo con sus garras como preparándose para lanzar una embestida.

Sin dejarse intimidar, los cuatro dioses de los elementos se formaron en una línea dispuestos a luchas con toda su energía.

 

 

¡Preparados! —gritó Atziri, liderando a sus compañeros en batalla.

¡Sí!

¡Recuerden, debemos destruir los cuernos de su cabeza! —advirtió—. ¡Ahora!

 

La orden de Atziri no fue escuchada dos veces, Aimeth batió sus alas y se elevó por los cielos. Una vez en las alturas, extendió las manos frente sí y se preparó para una descarga de poder elemental.

¡¡Viento celestial!!

Un poderoso torbellino colapsó contra el cuerpo del dragón. El dolor fue tan intenso para esa bestia, que lanzó un rugido ensordecedor.

Sin perder tiempo, Félix se preparó para su ataque, pero con su forma bestial, un ave fénix. Una aura de energía rojiza rodeó su cuerpo en su totalidad, y, al dispersarse, lo que extendió no fueron sus brazos sino unas magnificas alas de fuego. Lanzó un graznido ronco, y se posó de pronto sobre el dragón, y le ensartó las garras encorvando el largo cuello emplumado.

Ante esa oportunidad, Aimeth aprovechó para lanzar otro ataque sin darle la más mínima oportunidad a esa criatura de adquirir una ventaja. El dragón rugió dolorosamente al recibir otra descarga de energía elemental contra su cuerpo. Su rugido hizo vibrar la tierra destruyendo el suelo y convirtiéndolo en un enorme cráter; la caída al vacío era una muerte segura.

Los enormes y redondos ojos del dragón buscaron de inmediato a la diosa del aire. Las ásperas alas que salían de su lomo aletearon con furia. Cuando la hubo encontrado, sus fauces escupieron un fuego devastador, y con una fuerza incontenible, se le abalanzó, la derribó, la aplasto y la lanzó contra las rocas.

¡Aimeth! —exclamó Atziri, preocupada, pero ya Ghob había acudido en su ayuda. Entonces, frunció en entrecejo y extendió los brazos hacia arriba después formando un arco con ellos preparándose para atacar —¡¡Torrente de agua!!

El enorme maremoto que se formó con la invocación de la diosa dejó turbada a esa criatura en cuestión de segundos.

 

¡Aimeth, ¿estás bien?! —le preguntó Ghob, ayudándola a incorporarse.

Si…—respondió, un poco aturdida.

La calma les duró poco. Aquella creatura de desplomó en el suelo y con la caída se formó un terremoto. La diosa del aire lanzó un grito despavorido y cayó de espaldas. Rápidamente, se puso boca abajo y escapó corriendo a cuatro patas hacia la roca más cercana.

¡Ghob debemos apurarnos! —Lenta, muy lentamente, se arrastró a su lado —. ¡El Maryoku de nuestro amo no durara mucho tiempo! —le advirtió desesperada, luego de eso oyó el ruido metálico de una espada que salía de la vaina.

¡Es mi turno! —exclamó Ghob en cuanto alzaba su enorme metal, su más poderoso elemento, dispuesto a hacer algo para ayudar.

El dios de la tierra adquirió un tamaño colosal, muy por igual al del enorme dragón y blandió su espada con agilidad y certeza. Un atronador rugido escapó de las fauces de esa bestia que al haber bajado la guardia perdió el primero de sus cuernos.

Pero si creían que con eso la fuerza de aquel dragón disminuiría, los dioses estaban muy equivocados. El dragón echó la cabeza atrás y lanzó otro rugido más violento que los anteriores. De súbito, giró, moviéndose más rápido de lo que su tamaño pudiese sugerir; arqueó su rugoso lomo y alzó las afiladas garras disponiéndose a atacar.

 

Ghob, Atziri y Félix, quien había vuelto a tomar la figura de un hombre, lograron esquivar las garras, pero la cola con púas de la criatura alcanzó de lleno a Atziri en el pecho y la derribó. La diosa del agua aterrizó violentamente, rodó hasta detenerse y quedó inmóvil.

Yuuri, a pesar de haber comenzado a sentirse debilitado por la pérdida de Maryoku, corrió hacia la diosa del agua, pero de pronto sintió la tierra temblar bajo sus pies. Levantó la mirada justo a tiempo para ver al dragón lanzarse contra él cual toro enardecido; gigantesco y sin piedad. Fue cuestión de segundos para ser protegido por la diosa Aimeth, que sin dudar ni un miserable segundo, lanzó una bola de energía elemental en dirección al segundo cuerno del dragón haciéndolo añicos y dejándolo momentáneamente aturdido. Después de eso tomó en brazos a su amo y lo llevó a un lugar seguro. Atziri se había recuperado del golpe y la acompañó.

 

Quédese aquí —ordenó Aimeth —. No debe malgastar energía, sabe que lo siguiente que deberá hacer es abrir el portal y para ello necesitará de todo el maryoku que le quede.

Yuuri intentó contradecirle, pero se vio interrumpido por la diosa del agua.

Aimeth tiene razón —Atziri le sonrió, intentando transmitirle una paz inexistente —. Todo está bajo control, nos faltan solo dos cuernos.

Yuuri alzó sus ojos hacia la zona de batalla. El dragón abrió sus fauces, soplando de furia, y la llamarada que surgió de sus entrañas casi roza a Ghob. Enfadado consigo mismo, apretó los puños.

—Pero todo esto es por mí —se lamentó—. Fui yo el que les ordené que hicieran esto y ahora están siendo lastimados por mi culpa.

De pronto, una sensación de debilitamiento hizo que se le empañara la visión.

¡Amo! ¿Está bien? —Para Aimeth no había pasado desapercibido el agotamiento de su amo. Sintió algo parecido al pánico, se había hecho la ilusión de que todo resultaría mejor esta vez, por el amor verdadero de su amo y su prometido. ¡No podía permitir que la historia trágica se volviera a repetir!

—Estoy bien —respondió Yuuri haciendo un esfuerzo para controlar el mareo. Después observó impotente cómo el temible dragón sacudía las alas y rugía embravecido.

Aimeth bajó su fino y delicado rostro ensombreciendo su mirada; apretó los puños hasta que sus nudillos emblanquecieron y chasqueó la lengua.

¡Suficiente! —bramó —. ¡Atziri, acabemos con esto ahora! ¡Somos cuatro contra uno, maldición!

Atziri asintió, afectada por la desesperación de su compañera pues comprendía las razones.

¡Andando! —le dijo—. ¡Amo, espere paciente, su turno llegará pronto!

Después de aceptar la propuesta de la diosa, Yuuri sintió de nuevo aquella debilidad. Los dioses se alimentaban de su Maryoku y por cada nuevo ataque que ejercían, le quitaban un poco o mucho de su Maryoku dependiendo de la magnitud del mismo. El tiempo estaba en su contra.

 

Con una veloz carga, ambas diosas recorrieron la distancia que las separaba del dragón y unieron sus elementos en su máximo nivel.

¡¡Ráfaga de viento cortante!!

¡¡Sombra elementa!!

Atziri lanzó una bola de energía oscura, y Aimeth una ráfaga de viento eléctrico. Los dos ataques se unieron en uno solo creando una colosal bola de energía proyectando al dragón hacia atrás con su furioso embate. Tal acción lo dejó aturdido y desprotegido, un instante, pero eso era todo lo que los dioses necesitaban. Ghob descargó un certero golpe en el tercer cuerno del dragón al mismo tiempo que Félix lanzó una ráfaga de fuego en el cuarto cuerno, calcinándolo al instante.

El dragón cayó como una piedra, y la mole del cuerpo se desplomó en el suelo. Repentinamente, sintió unas cadenas aprensarlo. Los cuatro dioses de los elementos habían formado unas cadenas de energía para dejar al dragón inmovilizado. Lo siguiente que tendrían que hacer, era drenar el poder maligno de la bestia y re-crear el cuerpo de Friedrich con sus elementos. Su misión estaba casi concluida.

El dragón sintió que algo le quemaba desde el interior de su cuerpo. Su piel escamosa comenzó a brillar y poco a poco se comenzó a desintegrar, su tamaño se achicó y finalmente comenzó a cambiar de forma.

 

Desde la distancia, Hirish cayó en la cuenta de que su oportunidad de tener éxito disminuyó levemente. Su adorada mascota había vuelto a ser un Mazoku tras el ritual de transformación, algo que nunca pudo haber imaginado de los cuatro dioses elementales. ¿O sí?

Hirish sonrió prepotente, vaya que el elegido lo había sorprendido. Sin embargo, seguía teniendo la ventaja. Era absurdo considerar que ya lo había derrotado o pensar siquiera en ello. El dragón no tenía ni la mitad del poder que él poseía y ahora Yuuri Shibuya estaba debilitado. Sintió cierta lastima por él. No. No era lastima, era pena ajena.

—¿Así que piensan que han vencido? ¡Qué ingenuos! ¡Cayeron redonditos en mi trampa! —gritó soltando al mismo tiempo una infernal carcajada.

Alertados, los cuatro dioses de los elementos y Yuuri, se giraron hacia aquel encapuchado. Hirish en persona, desfigurado por el gozo, solo en cabeza, pues se exponía como si quisiera dar razón a los fantasmas con los que lo relacionaban.

Intentaron detenerlo pero fue demasiado tarde.

Hirish alzó una mano tras lo cual unos barrotes de metal surgieron de la tierra  aprisionando a los cuatro dioses en una jaula.

¡¿Qué significa esto?! —gritó Félix, sucumbido por la rabia y la indignación.

Los dioses elementales intentaron destruir los garrotes pero fue en vano. Ni aunque unieran sus fuerzas lograban siquiera hacerle un roce al poderoso acero.

—Bajaron la guardia y ahora pagan las consecuencias —Hirish continuó disfrutando de su victoria —. El dragón no era más que una distracción, una manera de atraparlos. Y ahora, no solamente los tengo sino también el elegido se encuentra debilitado. ¿No es así, Yuuri Shibuya?

Los orbes amarillos se abrieron por un momento, dos soles impasibles y fríos, Yuuri pudo sentir aquella maldad helar sus huesos. Hirish estaba desenvainando su espada por lo cual él también desenvainó. Dio un paso atrás, despacio, con cautela. Pero fue inútil.

El dios del inframundo surcó el aire con la espada, tan cerca que Yuuri tuvo que brincar hacia atrás. Aterrizó de pie, pero su enemigo era tan rápido y estaba tan cerca que solo pudo protegerse con su propia arma. Las hojas entrechocaron.

¡Amo! —gritaron Aimeth y Atziri al mismo tiempo. Ghob y Félix rechinaron los dientes para no exclamar una maldición.

 

Hirish desnudó sus dientes en una risa sórdida antes de volver a atacar, con más fuerza que al principio.

 

Yuuri cayó de espaldas, sosteniendo con fuerza su espada para no ser traspasado por la Hirish. Hizo el intento de incorporarse, pero su cuerpo aturdido se negó a cooperar. Todo lo que podía hacer era rodar, lo que fue suficiente para salvar su vida. Instantes después, la segunda estocada cayó con gran fuerza al suelo del cual salieron despedidos piedras y tierra a causa del tremendo golpe, forzándolo a entrecerrar los ojos.

 

—Oh, qué emoción —rio Hirish, de cuyo cuerpo refulgía una energía de protección —. Parece ser que me divertiré un rato contigo antes del golpe final. Siéntete afortunado muchachito.

 

 

 

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La espada fulgurante de Willbert dejó un destello de luz mientras la hoja partía al feroz Centauro de cabeza a estómago. El torso sin vida cayó en dos pedazos y Gwendal, aún antes de que el cadáver seccionado tocase el suelo, ya iba en pos de su próxima víctima; descargando un feroz tajo y acabándole igual de rápido. Cecilie les apoyaba disparando flechas, cubriendo los lados de ambos y así se abrían camino.

Un destello de luz, surgió enorme en la distancia. Wolfram, quien iba a la par de Conrad y Waltorana abriéndose camino, dejó escapar una exclamación de asombro mientras a unos cuantos metros su padre adoptaba una postura defensiva.

De pronto, las tinieblas cayeron alrededor. Y como si proclamaran un mal presagio, los caballos relincharon, encabritados. Los jinetes fueron arrojados de las sillas y se arrastraron por el suelo.

—¿Serán más de esas creaturas? —preguntó Cecilie en un susurro.

—No lo dudaría —respondió Willbert e hizo una señal a los soldados para continuar.

—¡Willbert!

Al llamado de Waltorana, el Maou de fuego volvió a ver a un lado. Al parecer todos los grupos tuvieron la misma idea, ir al Templo Imperial, pues llegaron un punto de encuentro. El grupo del Norte, del Sur, del Este y del Oeste. Todos estaban completos pues había salido victoriosos de sus respectivas batallas, pero no sabían que les podía esperar mas allá.

—¡Continuemos!

A la orden de rey, todos los escuadrones avanzaron a trote, preparados para una emboscada. Willbert entrecerró sus ojos, pensativo.

“Algo me dice que esto fue demasiado fácil… a menos que…”

 

 

 

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La sangre manaba brillante de las recientes heridas de Yuuri mientras aguantaba otro poderoso golpe de la enorme espada del dios de las tinieblas. En su vida había padecido un dolor semejante, ni siquiera cuando se había lastimado el brazo jugando beisbol y el hueso se le había quebrado como una ramita seca. El dolor de la herida parecía que iba a durar eternamente. Yuuri empezó a incorporarse, ayudándose con el brazo sano. El dolor retumbaba en sus oídos, pero llegó a captar débilmente los gritos de los dioses de los elementos diciéndole que debía aguantar.

Debía ponerse de pie. Hirish se encontraba cerca, riendo mientras él hacia un esfuerzo sobrehumano para incorporarse. Sin embargo, pese a sus esfuerzos, finalmente el mundo se detuvo para de él. Se palpó el hombro con la mano izquierda dándose cuenta que un frío metal sobresalía de su hombro. Su armadura no había podido protegerlo; se hizo añicos debido a la potencia del golpe.

En un momento Yuuri volvió a caer de rodillas al suelo, con la espada de Hirish clavada en el hombro. Aimeth gimió con angustia durante ese instante que parecía extenderse como si fuera una eternidad.

Yuuri parpadeó molesto y se concentró en volver a levantarse, pero fue inútil. Sintió miedo. Nunca había tenido tanto miedo, ni siquiera durante la pelea con Lukas en la cual no era consciente de la proporción de sus fuerzas.

Un nuevo empañamiento de su visión lo llevó lentamente a la desesperación. Se abandonó a la lucha, temblando, gimiendo, llorando. La oscuridad penetró en su mente y perdió el conocimiento.  Permaneció inmóvil, cubierto de polvo y sangre.

 

Llegó un paso a la muerte…

 

Y entonces, cuando su espíritu se acercaba a la luz, una voz detuvo su camino. Primero como un susurro casi imperceptible, luego con más claridad.

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A su llamado, se dio media vuelta encontrando lo más parecido a un reflejo de sí mismo, solo que más alto y con una mirada más penetrante. Lo reconoció al instante.

—¿Tu eres…?

—Sí, así es —respondió ese alguien—. Soy aquel que ha usurpando tu cuerpo en algunas ocasiones, cuanto tus fuerzas flaquearon en batalla, soy tu alter ego.

Cuando miró a su alrededor, Yuuri intentó tragar pero tenía la garganta reseca. Se hizo consciente que estaba en el lugar equivocado. Se suponía que tenía que estar en el campo de batalla luchando contra ese encapuchado. ¿Qué había pasado entonces? ¿Acaso…?

—¿Morí? —preguntó con voz ahogada, como su tuviera atravesado un gran nudo en la garganta.

Allan negó con la cabeza.

—No exactamente. Estabas a punto, eso sí —explicó con inquietable tranquilidad —. Pero no podía permitirlo. Engañaremos a la muerte, iré yo en tu lugar.

—¡¿Qué?! —Yuuri enarcó las cejas, sorprendido ¿Pero, cómo?

Allan apenas se inmutó, parecía a gusto con la idea.

—No te sientas culpable ni nada por el estilo. De hecho es algo que a mí me beneficia —miró hacia la puerta que dividía la vida y la muerte —. Lo he estado esperando durante siglos, reencontrarme con la esencia de una persona muy importante para mí.

Mientras veía en la misma dirección del otro, en rotundo silencio, Yuuri se dio cuenta de dos cosas.

La primera, que los ojos de su alter ego reflejaban una inmensa alegría.

La segunda –que explicaba la primera–, que al pasar al otro lado, su alter ego se reencontraría con su persona amada.

Lo que le hizo recordar, que muy al contrario de éste, en vez de morir, él tenía que regresar a la vida para reencontrarse con Wolfram.

—Muchas gracias.

—Pero por ahora debemos regresar los dos —advirtió Allan —. Prometí a lord Bielefeld que te ayudaría hasta el final y lo cumpliré. Debes poner de tu parte Yuuri Shibuya. Recuerda todo lo que has aprendido en estos últimos días. Pelea hasta con lo último que tengas y sobre todo, no mueras. Vamos  ¡Tú puedes hacerlo!

Puedo hacerlo, puedo hacerlo..., repitió.

Poco a poco, Yuuri regresó a su cuerpo. Escuchó los latidos de su corazón. Sintió un cosquilleo en la piel, luego un calor por las venas, finalmente la fuerza regresó a su cuerpo, recobró sus sentidos y su mente.

 

—¡¡Puedo hacerlo!! —gritó hasta desgarrarse la garganta con los puños apretados fuertemente.

 

—¡¿Pero qué?! —Por primera vez, la estupefacción se reflejaba en el rostro de Hirish.

De súbito, una ráfaga de color azul se encontraba sobre Yuuri, sanando todas sus heridas.

—¡Jamás lograran vencerme! —gritó totalmente recuperado —. ¡No mientras tenga un motivo por el cual luchar!

Los cuatro dioses elementales veían sorprendidos el gran poder de su amo y señor. Nunca antes habían visto algo igual.

 

Todo lo que he aprendido en estos días…

De mis amigos y de mis enemigos…

Raimond y August von Luttenberger

 

Yuuri tomó varias semillas de sus bolcillos y preparó el primer contraataque.

—¡¡Majutsu combinado! ¡Enredaderas asesinas!!

Unas enredaderas de un tamaño colosal se formaron con la combinación de elementos agua y tierra las cuales atraparon a Hirish al tomarlo desprevenido.

—¡¿Crees que esto logrará detenerme?! —gritó Hirish prepotente, reuniendo todas sus fuerzas para liberarse de las espinosas enredaderas sin poder evitar que algunas le desgarraran la piel.

 

Lukas von Zweig y Friedrich von Moscovitcv.

 

Yuuri sonrió de medio lado.

—Se que no será tan fácil —aceptó al tiempo que corría a una gran velocidad gracias a la agilidad que le concedía el elemento aire.

 

De aquellos que me han enseñado…

Gwendal, Axel von Foster y Kristal von Aigner

 

…Pero he tenido buenos maestros —gritó mientras más se acercaba—. He observado y aprendido de mis contrincantes…

Se detuvo, apoyó las manos al suelo e inmovilizó a su enemigo controlando el magnetismo de la tierra para después formar una enorme ráfaga de viento y electricidad en la palma de su mano al mismo tiempo que se abalanzaba contra el dios de las tinieblas. Esto hizo que Hirish se tambaleara momentáneamente hacia atrás y se destruyera su energía de protección.

 

De aquellos de los que he aprendido

Willbert von Bielefeld

 

—A no rendirme no importa que tan fuerte sea el contrincante.

Cuando Hirish volvió a atacarlo con la espada, Yuuri no se inmutó y contraatacó con Morgif, rodeado por un aura de luz sagrada. Hizo una finta a la derecha blandiendo su espada a la izquierda logrando golpear el costado del dios de las tinieblas que no se esperaba ese doble ataque, mucho menos que fuese tan bueno en esgrima.

Hirish volvió a atacar con una hábil estocada entre las costillas, pero Yuuri lo bloqueó y apretó la empuñadura con fuerza para un certero contraataque. Hirish abrió los ojos de par en par cuando se tambaleó hacia atrás cogiéndose la estrecha herida que se abría paso a lo largo de su brazo.

Yuuri siempre pensó de sí mismo como un chico normal y muy pacifico. No amaba la guerra, pensaba que era inútil e incensaría. Odiaba cuántas vidas se hallaban pérdidas en ella, pero si había algo que odiaba más que eso, era la maldad. Jamás permitiría que destruyeran el mundo que tanto amaba. Lucharía, se esforzaría, protegería a los más débiles. Y viviría para contarle a futuras generaciones su gran proeza, no como una manera de alardear de sus victorias sino para que los jóvenes aprendieran de su ejemplo y ante las adversidades de la vida no se dejaran vencer.

Hirish volvió a reír como si no estuviese al borde del fracaso. Yuuri no bajó la guardia en ningún momento.

De subitó el dios de las tinieblas alzó los brazos, abrió sus palmas y entonó las palabras para abrir un portal. La tierra se agitó a causa de la energía, destruyendo lo que quedaba del Templo Imperial. Un destello de tinieblas surgió del cielo. Canalizó su poder y con esto, algo grande y terrible comenzó a salir del portal, un ejército innumerable de espíritus elementales.

—Intenta luchar contra todos nosotros al mismo tiempo, oh elegido —exclamó Hirish al bajar los brazos.

 

¡No puede ser! —exclamó Aimeth, aferrada a los barrotes de la jaula.

Solo un milagro podría resolver esto —Ghob se sintió abatido en esos momentos.

—¡Entonces lucharan contra nosotros! —gritó una voz.

 

Yuuri bajó la cabeza ensombreciendo su mirar, pero una sonrisa se podía vislumbrar en su rostro.

—Ya se habían tardado —musitó en un suspiro de alivio.

 

Willbert y el ejército de la alianza se hallaba reunido en el centro de la  batalla. Con lanzas, espadas y flechas en mano. La artillería se había desplazado a una velocidad nunca antes vista para llegar al mismo tiempo que los demás escuadrones.

 

Hirish rechinó los dientes y apretó los puños de la rabia. —¡¡Ataquen!! —ordenó, echando saliva de la boca.

 

—¡¡A la carga!!

Y al grito del rey Willbert, los soldados se pusieron en marcha. Los dos ejércitos se encontraron pronto. La batalla final se había iniciado por fin.

Yuuri llegó a captar débilmente el estrépito de las armas y los gritos y gemidos de la batalla, pero se hallaba envuelto en la suya. Hirish no le daba tregua, lo ataca una y otra vez esta vez usando energía elemental maligna. No le daba oportunidad alguna de abrir el portal. Debía hacerlo cuanto antes, sus aliados no aguantarían mucho.

 

 

Willbert era un guerrero formidable, enfrentando a cada enemigo en su camino; hasta dos o tres al unísono. Hundía la espada en un pecho enemigo y escuchaba como crujían le costillas para luego pasar al siguiente. Sus ojos denotaban sed de sangre mientras se abría paso entre la multitud. Luego de una avalancha de ataques, sólo estaba a unos cuantos metros de su objetivo.

 

De nueva cuenta, Yuuri estaba sintiendo la debilidad por la pérdida de Maryoku. A este paso cuando abriera el portal se quedaría sin poder y como consecuencia moriría. ¡Debía detener a Hirish ya!

 

El dios del inframundo levantó su poderosa espada y sacudió sus alas, sus colmillos retorcidos goteaban con sed de sangre.

 

—“¡No puede ser!” —pensó—. “¡Maldición!”

Todo terminaría pronto, de buena o mala manera. Yuuri se limitó a cerrar los ojos y a aferrarse a su espada para defenderse con las pocas fuerzas que le quedaban.

Escuchó el filo de la hoja blandirse con júbilo salvaje… y entonces…

De súbito, alguien estaba frente a él.

—Will…bert…san…—Yuuri dijo su nombre poco a poco, sin terminar de creérselo.

Willbert estaba ahí, luchando frente a frente. Lo había defendido del ataque de Hirish con su espada.

Al son de un agudo chirrido de metal contra metal, la espada del Maou de fuego y la espada del dios de las tinieblas se batieron a un duelo de fuerza.

Cuando salió del atasco, Willbert dio un paso atrás, siempre a la defensiva y se colocó entre ese ser maligno y Yuuri, a quien miró de reojo poco después.

—¡Abre el portal Yuuri! ¡Aprovecha esta oportunidad! ¡No resistiremos por más tiempo!

—¡Maldito entrometido! —chilló Hirish —. Maou de fuego ¡Te maldigo!

Willbert sonrió prepotente.

—Pues ya somos dos. —le respondió—. ¿O es que acaso tienes miedo?

—Vales más la pena que este chiquillo —le dijo —, pero solo atrasas mi victoria.

Los ojos de ambos se estrecharon y se enfocaron en su nuevo oponente. Sin esperar por más tiempo, se abalanzaron el uno contra el otro chocando sus espadas.

Hirish temblaba de la emoción, nada como otro duelo contra un poderoso adversario, Yuuri Shibuya había sido un reto, pero, en experiencia, Willbert von Bielefeld lo era más.

Una nueva estocada por parte de Hirish, la espada de Willbert apenas y absorbió el aplastante impacto. El monarca notó una oportunidad y, con gran destreza, lanzó un tajo contra el abdomen del dios de las tinieblas. No obstante, su espada rebotó en la espada de su adversario con una lluvia de chispas. Hirish miró hacia abajo y soltó una risa gutural.

—No me vencerás —bufó descargando su aliento cerca del rostro de Willbert.

—Eso lo veremos.

Willbert descargó un golpe rápido, hábil y mortal que mando a Hirish a diez metros de distancia cayendo con la cabeza hacia abajo y las alas extendidas. El dios de las tinieblas apenas tuvo tiempo de entender que había pasado cuando tenía a Willbert frente a él, y sin perder tiempo, le clavó la espada en un ala. Sintiendo una furia incontenible, Hirish sostuvo su espada y la blandió certeramente contra su rival.

Willbert sintió como el filo de la hoja partió su armadura y se incrustó profundamente en su tórax. El violento impacto tumbo al rey en el suelo. La sangre brotaba a pequeños borbotones del orificio abierto por la  espada y le corría hacia abajo por el abdomen. Gruñó de dolor cuando llevó su mano a la herida para contener la hemorragia. Y después, aún con las manos enrojecidas, cogió su espada y la incrustó justo en el corazón de Hirish.

 

Mientras tanto, Yuuri cerró los ojos y concentró su energía elemental. Cuando encontró la fuente de su poder, alzó su espada en lo alto mientras ésta comenzaba a brillar, como si en ella sostuviera la luz de una estrella, y recitó el conjuro de invocación:

 

—“Por favor Morgif, quiero usar tu poder. No para destruir sino para salvarlos a todos”

“Estoy con el Maou. El deseo del Maou es el mío. Di mi nombre y despierta mi poder.

¡Muyen Sesoiye Eligh Morgif! ¡Abre el portal al mundo de las tinieblas, y como una ráfaga fugaz llévate contigo a toda creatura que ahí pertenezca!”

 

Y el suelo se partió en dos…

Una pared de sombras refulgió del suelo para adsorber a todo centauro, arpía, minotauro y espíritu del mal dentro del. Al otro lado, la oscuridad y el sufrimiento eterno les esperaba.

Las arpías enterraban al suelo sus uñas para evitar ser absorbidas, los minotauros se aferraban a todo lo que podían, los centauros se aferraban al suelo, pero era inútil. Una ráfaga mortal, más allá de sus fuerzas, los transportaba a esa dimensión que tanto odiaban.

 

Los mazokus, los humanos y los mestizos no podían ser absorbidos por el portal, pero debían protegerse para no ser golpeados por los cuerpos de los enemigos que sobrevolaban los cielos. Era tal la fuerza de la ráfaga de viento que tuvieron que aferrarse al suelo para protegerse.

 

—¡Padre!

Wolfram había visto en la distancia a su padre caer en batalla. Se había visto interferido por varios enemigos y no pudo avanzar más de lo que habría querido para auxiliarlo. Le dolía el corazón y tenia lágrimas en los ojos. No sabía en qué condiciones se encontraba su padre, o peor aún, si a estas alturas estaba muerto. Aquel último pensamiento le causó un horrible mareo. ¡No! ¡No! ¡No! ¡No podía ser!

Intentó a correr hacia él, aún entre la calamidad. No le importaba nada más que llegar a su padre; pero unos brazos lo sujetaron con fuerza a sus espaldas y lo detuvieron.

—¡Willian! ¡Suéltame! —exigió.

—¡Alteza por favor! ¡No haga algo precipitado! —gritó el capitán, consciente de lo peligroso que era movilizarse en esos momentos —No podemos hacer nada por el momento.

Una lágrima se resbaló silenciosa por la mejilla del príncipe.

—Mi padre…—musitó herido. Willian se tragó un nudo en la garganta.

—Wolfram… —le llamó su madre, que estaba a unos cuantos metros de él, con las uñas clavadas en el suelo por la impotencia que sentía, y el rostro agachado del cual sobresalían unas lágrimas de dolor —, serénate —musitó tras lo cual se oyó un grito, un sonido de rabia, dolor y terror.

 

 

La energía elemental era inmensa, más de lo que Yuuri podía controlar. Esa misma energía explotó a través de la empuñadura de su espada y a lo largo de la hoja y se disparó por su brazo como una descarga eléctrica, tirándolo al suelo. Había perdido demasiado Maryoku, el calor relampagueaba por sus venas, y cayó de rodillas apretando los dientes, como si así pudiera evitar que su cuerpo volara en mil pedazos.

Lo siguiente que pudo ver fue como Hirish era levantado del suelo y consumido en una lluvia de chispas de fuego azul. Intentó levantarse, pero sus piernas no colaboraron, parecía ser que moriría de todas maneras. Sus venas todavía se sentían como si el fuego se disparara a través de ellas a causa de la perdida de Maryoku, y el dolor se extendiera por toda la superficie de su piel como el toque de agujas calientes.

Se arrastró hacia adelante hasta que llegó a Willbert, quien estaba echado boca abajo sosteniéndose el abdomen. Y sin decir nada, moviéndose lentamente, porque cada movimiento dolía, Yuuri hizo lo último que podía hacer antes de su último suspiro.

De súbito, unos rayos de un color azul intenso surgieron de las puntas de sus dedos penetrando el cuerpo del mayor y pintándolo todo con un resplandor brillante. Majutsu curativo a estas alturas. Solamente a un ser tan bondadoso como Yuuri se le podría ocurrir.

 

—Yuuri —susurró Willbert. Él no le hizo caso —Yuuri Shibuya.

Se sentía cansado. Enormemente cansado. Se rendía, esa era su patética realidad. 

Willbert observó el precipicio que los esperaba a tan solo un metro de distancia. Estaban cerquísima del cráter que aquella bestia con forma de dragón había hecho. El fuerte huracán estaba arrastrando sus cuerpos poco a poco.

—¡Shibuya, debemos alejarnos de aquí! —gritó. Nada, solo un movimiento tan pequeño, no era un movimiento en absoluto. El aleteo de una pestaña —¡Maldición!

Willbert estaba demasiado débil para cargar con los dos. Lo único que podía hacer era esperar a que esto terminara pronto, antes de ser arrojados al vacío.

 

Y entonces, una última ráfaga de viento amenazó con terminar aquella batalla de una manera trágica, estaban a punto de perder a ambos Maou.

 

 

El portal se cerró y con ello, todas las creaturas del mal regresaron al lugar donde pertenecían.

Todo había terminado.

 

 

El sol volvió a salir. Resplandeciente como un nuevo comienzo. Llenando de luz el mundo entero.

 

 

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Tras una fuerte ráfaga de viento, su cuerpo fue arrastrado a la orilla del precipicio sin darle tiempo de aferrarse a cualquier cosa que pudiera sostenerlo. Una caída al vacío lo esperaba, una muerte segura; y aunque se le partía el corazón, la aceptó.

Le resultó extraño no sentir el golpe del viento debido a la gravedad pues había dejado caerse mansamente.

Sin abrir los ojos todavía, notó la presión en su antebrazo. Una mano fuerte le sujetaba firme y segura, le mantenía unido a la vida con un obstinado esfuerzo.

Abrió sus ojos. La luz del sol le empañó la vista por unos segundos pero cuando fue aclarándose pudo verlo perfectamente.

Willbert aferrado a la pared rocosa usando la mano libre, haciendo contrapeso con su propio cuerpo para no caer.

Miró sus manos entrelazadas, manchadas de sangre y de manera automática recordó el pacto que habían proclamado frente a la gente.

Un pacto de sangre…

 

—Willbert san…—musitó, tan sorprendido como conmovido.

—¡Sujétate! —se limitó a decir, lanzando un grito para así reunir las pocas fuerzas que le quedaban en un certero movimiento.

—¡Es peligroso! ¡Podría caer! —advirtió sin pensar.

—¡No, no caeremos! —contradijo casi con un gruñido —. ¿Con quién crees que estás hablando, muchachito? Soy Willbert von Bielefeld y jamás falló en lo que hago.

Y con esas palabras, con un rechinar de dientes, Willbert tiró de Yuuri. Sus músculos se tensionaron hasta casi romperse pero no le importó. Elevó a muchacho lo suficiente para hacerlo caer al filo de la roca para ponerlo a salvo.

 

—¡Te tengo!  

Cuando Yuuri alzó la cabeza, se encontró con el hermoso rostro de su prometido.

—Wolfram…

—Sujétate fuerte, te levantaré —dijo él, preparándose para alzarlo con rodas sus fuerzas.

—¡Pero podrías caer!

Wolfram lo miró directamente a los ojos.

—Sigues siendo un enclenque —sonrió—. ¿No lo recuerdas? Si tú caes, entonces caeremos juntos…

 

—Sujétate fuerte, cariño…

Unas suaves manos sujetaban fuertemente las de Willbert.

—Cheri…

Willbert apenas podía creerlo, sus ojos recorrían ese cuerpo de arriba abajo, como si realmente la viera por primera vez desde que la había conocido en aquella reunión de consejo, desde su hermosa cabellera revuelta por el viento hasta sus pies calzados con botas, y viceversa. Ella estaba ahí, la mujer que amaba, salvándolo de caer al vacío.

Cuando por fin estuvo en tierra firme, giró su cabeza a un lado, encontrando una imagen que no le gusto: Su hijo y Yuuri Shibuya besándose apasionadamente, al furor de su amor.

Hizo un mohín de disgusto.

—Nunca me acostumbraré a esto —murmuró a lo bajo, con unos enormes celos paternales.

—Pues tendrás que hacerlo. Se casaran pronto y tu tendrás que entregar a tu hijo frente al altar —rio Cecilie, observándolos.

La mueca de Willbert se transformó en una sonrisa, y se atrevió a alargar la mano para ponerla en su mejilla. Ella se estremeció y lo miró con ternura. El fuego del amor brillaba en sus ojos, como siempre lo hicieron por él. Sin esperar más, sus labios se encontraron en un beso de profundo y verdadero amor.

De pronto un sonoro carraspeo hizo que ambas parejas se separaran.

Sus camaradas estaban reunidos en torno a ellos. Destari, August von Luttenberger, Ailyn, Martin, quien tenía a Friedrich en brazos, Volker, Gwendal, Gunter, Conrad…y los cuatro dioses elementales.

Willbert se tiró hacia atrás y se alejó rápidamente. Estaba sonrojado.

—Parece ser que los héroes de esta guerra ganaron más que una batalla sino también  un par de joyas de esmeraldas —comentó Destari con una sonrisa de regocijo.

Los cuatro aludidos se sonrojaron.

Willbert miró a Conrad y a Gwendal y entonces se abochornó aún más. Se suponía que todavía era un hombre casado.

—Gwendal, Conrad…verán…

—Supongo que será interesante volver a tenerte en la familia —lo interrumpió Gwendal.

Conrad parecía de acuerdo con la idea pues asintió con la cabeza.

—Solo procure hacer las cosas bien esta vez —advirtió.

—Conrad…—susurró Willbert, mirándolo con agradecimiento para después guiar su mirada a su próxima esposa, en cuanto saliera su divorcio por supuesto.  

—No te dejaré ir esta vez, cariño…—musitó Cecilie aferrándose a él.

 

 

Yuuri levantó la mirada al cielo donde, moviéndose suavemente en un cielo azul, unas nubes blancas cubrían el resplandeciente sol.

—¿El sol volvió a salir? —comentó, un poco confundido.

Así es amo —respondió Atziri. Yuuri y los demás la miraron atentamente —. Es un nuevo comienzo. La historia partirá desde cero a partir de estos momentos.

Gracias a su valentía, el mundo se ha vuelto a salvar —habló Ghob, quien que se hallaba justo al lado de Félix y Atziri —De aquí en adelante la historia se contará antes y después de su gran proeza.

Pero no solamente eso —exclamó Aimeth sobrevolando los cielos junto con sus compañeros —. Esta tierra desértica volverá a la vida con la ayuda de nuestros elementos combinados: Tierra y agua, y un poco de aire fresco para el calor sofocante del sol.  

Los dioses de los elementos extendieron sus brazos ante la atenta mirada de los presentes y de las palmas de sus manos emergió una enorme energía mágica que cubrió el cielo y a cada paso que cubría las flores, las plantas, los arboles, el agua, todo lo que representa vida en el mundo transformaba el desierto en una tierra rica, llena de estanques y vegetación.

 

Los valientes guerreros se incorporaban lentamente, sin poder creerlo, mirándose los unos a los otros como para corroborar que no estaban soñando.

Mágicamente la triste y oscura zona de batalla se fue transformando en un paraíso.

Gritos y canticos de alegría resonaron poco después de ser consientes que habían vencido. Sin importar la raza o la condición social, todo mundo abrazaba al más próximo. Algunos danzaban otros lloraban de la alegría.

Todos estaban sorprendidos por un milagro más aparte de los anteriores: No hubo bajas. A pesar de que algunos estaban mal heridos, al ser más, pudieron apoyarse los unos a los otros y así evitaron la muerte del camarada.

Las parejas se reencontraban, los amigos se felicitaban, los capitanes agradecían el valor y el esfuerzo de sus soldados…

 

—¡Dimitri!

Ariel corrió a los brazos de su esposo, quien lo recibió con un beso cargado de mucho amor.

 

—¡Genial! —exclamó Kristal, alzando los brazos en lo alto, con lágrimas en los ojos. Sus compañeras de tropa se felicitaban y abrazaban muy contentas por su triunfo.

Al lado de la dama de hielo, Axel suspiró satisfecho, pesando que con sus esfuerzos unidos, todo había resultado bien.

 

En un abrir y cerrar de ojos, Yuuri y los demás se vieron rodeados por una veintena de soldados que agitaban las manos, gritaban y exclamaban jubilosos haciendo que el gran elegido se sonrojara un poco. Wolfram sonrió mientras lo contemplaba, apreciando su noble porte, que la elegante sencillez de su esencia contribuía a realzar. Sin duda su futuro esposo nunca se comportaría como un orgulloso rey.

La multitud lo vitoreó y lo aplaudió sin medida y junto con las alabanzas a Yuuri también iban unas dirigidas a su querido Maou de Fuego, pues ambos eran unos héroes.

En su momento, Willbert tomó la palabra.

—Hoy, hemos sido participes de un milagro pero también hemos sido instrumentos de una gran lección. A todos ustedes, muchísimas gracias por luchar hasta el final, pero más debemos agradecer al sentimiento común que nos embargo durante esta travesía: el compañerismo. Por habernos apoyado mutuamente es que este día podemos cantar victoria. Y al expresar aquí nuestro reconocimiento a los esfuerzos de los valientes guerreros para proteger a nuestro mundo reconocemos también al rey Yuuri por su valentía.

Willbert sonrió, sus orbes azules brillantes y sinceros.

—Nos enseñaste mucho Yuuri, a todos nosotros —le dijo— Mira ahora, esta es parte de tu gente —señaló a la multitud — A partir de ahora los dejo en tus manos.

—¡¿Qué?!—Yuuri pestañeó un par de veces, asimilando la idea.

Y haciendo una inclinación, a la cual le siguieron miles, Willbert en compañía de todos los presentes exclamaron en lo alto:

 

—¡Dios salve a nuestro rey! ¡A partir de ahora, eres el único rey de los demonios!

 

 

Fin. 

Notas finales:

Pd: lloré con la última escena, no sé porqué.

Fue el final de un gran desafío para mi “terminarlo” xD aunque sea parcialemente.

La historia tendrá un epilogo. Así que espérenlo próximamente.

Será así: el primer epilogo un vistazo a la vida de nuestros protagonistas un tiempo después ¿Qué pasó con Anette y Lukas? Esto y más

El segundo un cortísimo Mpreg, solo para aquellos a quienes les guste.

Un spoiler: Presento a un personaje que se une a mi gama de personajes originales, disponible únicamente para un Mpreg, si la vida me lo permite lo haré. xD

¿Quién será esta pelinegra, de ojos azules como dos cielos, que posiblemente sean herencia de un pariente?

Demasiado obvio…

http://img537.imageshack.us/img537/4170/f1VxKO.jpg

http://img912.imageshack.us/img912/8869/Mcscbj.jpg

Nos leemos. 


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