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El rencor contra el amor por Alexis Shindou von Bielefeld

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Notas del capitulo:

Esta es la canción que aparece casi al final.

 

https://www.youtube.com/watch?v=nV3WvlqRwdI

Epilogo III

 

Era una hermosa tarde en las montañosas y frías tierras del Distrito Aigner cuando Ailyn y Kristal llegaron al cementerio privado de su familia. El sol comenzaba su lento descenso por el horizonte proyectando cálidos rayos sobre las silenciosas tumbas de sus antepasados. Las dos hermanas se movían en silencio bajo el manto azul pálido que era el cielo a esa hora del día.

Continuaron avanzando a paso lento por los caminos del cementerio y se detuvieron frente a unas lápidas que ambas conocían muy bien y sintieron de inmediato algo parecido a la melancolía.

Las dos se aproximaron a los halcones de piedra que montaban guardia sobre las tumbas de sus padres y depositaron un ramo de rosas blancas sobre ellas.

 

 Elmer von Aigner y Daphne Evans. En lo profundo de nuestros corazones su memoria se mantiene intacta”

 

 

Los rayos de luz se reflejaban en las placas de bronce de las tumbas como un recordatorio de su promesa. Elmer von Aigner fue un hombre honorable y respetado. Memorable miembro del Consejo de Nobles. Nunca en su vida formó parte de calumnias ni malas intensiones en contra del rey y siempre estuvo a favor de la justicia. Daphne Evans fue una mujer dedicada a su familia; le dio dos hijas a su marido y siempre cuidó de ellas personalmente, aún cuando las pequeñas contaban con doncellas propias para su cuidado y protección. Fue una madre demasiado consentidora con la menor de sus hijas y un poco estricta con la mayor, puesto que la primera de sus hijas tendría que gobernar sus tierras cuando fuese mayor. Aun así, no dejaba de lado el cariño. Por desgracia, ambos habían muerto en un accidente dejando a las pequeñas a muy temprana edad. Ailyn no contaba todavía con la edad requerida para tomar el liderazgo de la casa Aigner, pero aun así se lo exigieron, y Kristal apenas había dejado el biberón. Por esa razón la dama de hielo no recordaba mucho sobre sus padres y su única imagen materna era, en su mayoría, Ailyn; su hermana mayor.

 

Tras tomar distancia de las tumbas, las dos hermanas cerraron los ojos para ofrecer sus oraciones. Bastaron unos segundos para que se vieran inmersas en algún tipo de trance mientras los recuerdos de su niñez regresaban a su mente. En ese momento y de manera celestial, sintieron el incisivo y dulce aroma a jazmines frescas del perfume de su madre acompañando el viento que era el elemento principal de su padre.

En el fondo de su corazón, por más pequeña que hubiese sido, por más lejano que fuera el recuerdo, Kristal reconocía ese aroma. Era el perfume de su madre. No hay un perfume en todo el mundo que sea capaz de superar el aroma de una madre.

Kristal lo recordaba, porque cuando era pequeña y ella la sostenía entre sus brazos o cuando la ponía a dormir, experimentaba el incontrolable impulso de respirar el olor de su cuello o de su torso. Las imágenes pasaban por su mente rápido y más rápido. Kristal presionó su mano libre contra su pecho, como si tuviera problemas para respirar. Apretó los ojos y unas silenciosas lágrimas brotaron de sus ojos, mismas que fueron retiradas rápidamente por el dorso de su mano.

Levantando el brazo, Kristal tomó la mano de Ailyn. Sintió la presión de su amor mientras ella apretaba sus dedos, y luego, de manera repentina, todo desapareció. Una luz se filtró por sus ojos cerrados llenándolos con una membrana de iluminada brillantez. Abrió los ojos y levantó la cabeza para mirar a su alrededor, buscando a su hermana mayor. Estaba sola. No había nadie más.

No estaba en el cementerio. Y Ailyn no estaba con ella; experimentó su ausencia, el vacío absoluto de todo a causa de ella.

¿Dónde estoy?, se preguntó.

Estaba en medio de una tundra congelada que se extendía en todas direcciones, témpanos de hielo a la deriva sobre las aguas congeladas, montañas cubiertas de nieve y ciudades talladas en hielo. Los arboles, cuyas hojas estaban cubiertas por la nieve, formaban un laberinto blanco que fascinaba.

Pero de pronto ya no se encontraba caminando sobre nieve sino resbalando sobre un lago congelado. Dos figuras permanecían de pie en el centro del agua congelada. Un hombre alto y bien parecido, de ojos cafés. Su cabello era color plata, tanto como el hielo que los rodeaba. Era su padre. Había visto su imagen de un relicario que conservaba como único recuerdo. Y al lado de él estaba una mujer, su cabello azul suave era el único color en el paisaje helado que no era blanco. Sus ojos eran color turquesa como los suyos. Emanaba ese perfume a jazmines que tanto le gustaba. Era su madre sin duda alguna.

A medida que Kristal se acercaba, ellos extendían sus brazos para intentar sostenerla. Kristal aceleró el paso, pues a medida que se acercaba, sus padres se iban alejando. Por alguna extraña razón más pronto de lo que se imaginó, comenzó a moverse despacio, entorpecida por el cansancio y el entumecimiento. Finalmente, se deslizó los últimos metros sobre la helada superficie de lago y colapsó sobre sus rodillas, exhausta. Sus manos estaban pálidas y temblorosas por el contacto con el frío témpano de hielo, sus labios azulados, sus pulmones se quemaban con cada respiración helada. Quiso llorar, pero no lo hizo.

Mi pequeña dama de hielo —Escuchó que susurraron, y entonces levantó la cabeza, atendiendo el llamado.

Su madre estaba allí, poniéndola de pie, sus brazos se envolvieron en torno a su cuerpo, y poco a poco fue recuperando la temperatura. Su cuerpo fue descongelándose desde su corazón a través de sus venas.

Sintió verdaderamente la calidez de su amor.

—Mamá— ¡Qué bonito era pronunciar esa palabra!, ella le sonrió — Papá —. Y él acarició sus cabellos.

En su fuero interno, Kristal suspiró. Estaba feliz, pero al mismo tiempo no sabía lo que pasaba. ¿Acaso había muerto? No. No podía ser posible. Apenas dos meses atrás había contraído matrimonio con Raimond. Estaban preparando su mudanza definitiva a Shin Makoku como una encomienda política. Su esposo era el nuevo embajador de Luttenberger, y ella la embajadora de Aigner.

¿Qué había pasado entonces? ¿Y Ailyn? ¿Dónde estaba Ailyn?

Entró en pánico.

Reaccionó y todo a su alrededor comenzó a desvanecerse progresivamente. Sus padres intentaron separarse de ella, pero como si tampoco los quisiera dejar ir, estrechó sus manos entre las suyas.

—¡Papá! ¡Mamá!

Este es el principio de tu camino, y nosotros siempre estaremos contigo…

Kristal sintió un ardor en el pecho. Era el remordimiento por su mal comportamiento en el pasado. La desdicha y la vergüenza hacia el apellido de su honorable familia que ella había provocado.

—¿De verdad lo harán?...

Ellos no entendieron la duda de su hija y se limitaron a guardar silencio y a esperar expectantes.

Kristal se mordió el labio inferior en un acto de reproche. Se sentía extraña, se sentía escalofriada. Ésta era la oportunidad que tanto esperaba para disculparse con ellos, se dijo. Pero las palabras se negaban a salir de su garganta. Toda su seguridad se deslizaba lentamente hasta terminar en el suelo, su orgullo estaba escondido en algún lugar remoto que no lograba encontrar.

Cuando notó que le quedaba poco tiempo, Kristal aprisionó sus emociones y se obligó de nuevo a volver a la racionalidad y calma.

—¡Papá, mamá. Perdónenme por…

Pero antes de que pudiera terminar, volvió a la realidad. El dolor en su pecho se había desvanecido con todo lo demás.

 

Cuando abrió los ojos, Kristal giró su rostro hacia su hermana para verla. Ella parecía tan natural que le hizo pensar que lo que había vivido fue solo producto de su imaginación. Pero sabía que no era así. Sin decir palabra, volvió a mirar la tumba de sus padres, absorta en sus pensamientos.

Tras unos minutos, Ailyn rompió el silencio.

—Me alegra que viniéramos —musitó—. Sobre todo ahora que nuestros caminos se extienden a nuevos horizontes —Alzó su vista al cielo—. Estoy segura que ellos están muy orgullosos de ti, Kristal.

La miró. Su expresión era impasible y su mirada, distante. La gobernadora se acercó aún más a ella y le rodeó el hombro con el brazo.

—¿Kris-chan? —insistió suavemente por una respuesta.

Kristal sacudió un poco la cabeza, sobresaltada. Por fin había salido del fondo de su mente, de entre los sentimientos de su corazón.

—Hace tiempo que no me decías “Kris-chan” mi queridísima hermana mayor —Aunque se mantuvo distante durante ese corto periodo de tiempo, no había dejado de escucharle.

—Mi hermanita se irá a vivir de manera permanente a otro país ¿Qué esperabas?

Fue la primera vez en ese día que Ailyn vio a Kristal sonreír, aunque fue un gesto breve, casi una mueca. Ella sonrió también.

Su hermana menor se mudaría a Shin Makoku acompañada de su esposo como embajadores de sus Distritos. Era parte de los recién firmados tratados políticos entre las dos naciones de demonios. Algo a lo que no se podían oponer, y algo que podían tomar como una oportunidad.

—¿Tú en verdad crees… que ellos se sienten orgullosos de mi? —Kristal habló con temor y duda al mismo tiempo que apretaba el relicario de oro con la imagen de sus padres que había tenido desde que era pequeña—. Después de todo yo…

—¡Por supuesto que sí! —Ailyn la interrumpió, elevando un poco la voz sin retirar la vista de la tumba de sus padres—. Escucha, si te reprochas los errores del pasado todo el tiempo nunca podrás ser completamente feliz en tu presente ni mucho menos en tu futuro. Tomaste firmemente la decisión de cambiar. Empezaste a valorizarte. Empezaste a quererte y a respetarte. Tu verdadero talento, tu potencial, tu valor, todo eso que antes estaba oculto, cubierto por creencias absurdas salió a relucir. Así que Kristal, ya no te aferres a los recuerdos del pasado. —La miró a los ojos reafirmando sus palabras. —Sí, no importa lo que hayas sido. No importa cuántos fracasos o errores hayas cometido en ese pasado que ahora aborreces. Es mucho más grave aún el hecho de vivir de ellos a cuesta de creer que aquí no ha pasado nada. Tú has logrado seguir adelante, y estoy segura que nuestros padres han sido testigos del cambio de tu vida y se sienten orgullosos de ti. Ellos estarán contigo en este nuevo principio. Y como cada día es una hoja en blanco, escribe cosas hermosas en la historia de tu vida a partir de aquí.

Después de un breve momento de silencio, usado para mirarse fijamente, finalmente ambas trazaron una sonrisa en su rostro.

Ailyn volvió a fijar su vista a la tumba de sus padres, pensativa. Entendía las inseguridades de su hermana menor. Durante meses, el principal ingrediente de su nueva vida sería la culpabilidad, en parte merecida y en parte imaginada. A fin de cuentas, Kristal era una joven con mucha suerte. Para empezar, había dejado atrás  la vida que estuvo a punto de conducirla a la perdición de la eterna soledad. Ahora Kristal iba a comenzar una nueva vida, con un esposo y nuevas responsabilidades. Con la recuperación de su confianza y amor propio, quizá dentro de dos o tres años podría vivir con tanta normalidad que nadie sospecharía de su pasado o notaría las secuelas, que irían desapareciendo gradualmente.

Su rostro volvió a dulcificarse cuando regresó la mirada a ella, quien en el silencio que reinaba en el cementerio se mantenía apenada, y esta vez le puso las manos sobre los hombros para que la mirase a la cara. Trató de transmitir confianza a aquellos ojos clavados en ella.

—Una última cosa Kristal, olvida esa etapa oscura de tu vida de una vez y sigue adelante. Has cambiado y lo sabes, no eches a perder todo tu esfuerzo.

Las lágrimas comenzaron a brotar de los ojos de Kristal sin poder detenerlas. Ailyn apretó sus manos contra los hombros de ella intentando hacerse la fuerte, pero su muro se estaba derrumbando fácilmente ante lo que tenía que aceptar como su realidad. Se encontraba sumida en un dilema que le trastornaba profundamente. ¿Podría ser capaz soportar la vida sin Kristal?

—La vida es un largo camino, un maravilloso viaje que no debe ser desperdiciado con recuerdos dolorosos —añadió Ailyn, encontrando la respuesta a su propio dilema—. Nunca olvides eso, estés en donde estés…—Su voz murió en un murmullo ininteligible.

La reacción de Ailyn sorprendió a Kristal. Era evidente que su hermana mayor intentaba ocultar su propio dolor.

—Te extrañaré mucho Ailyn. —Se acercó a ella y sus brazos se estrecharon en un abrazo fraternal— ¿Me extrañaras? —le susurró al oído.

Ailyn guardó silencio un momento antes de responder:

—No.

Kristal se apartó bruscamente y alzó una ceja con un tinte de indignación.

—¿No? ¡Eso fue cruel hermana!

Ailyn se desvió y contempló con la mirada la próxima cumbre, situada a diez kilómetros de distancia.

—Sé que serás feliz —le explicó, fija en el horizonte—. Mudarte a Shin Makoku es una gran oportunidad para ti. Ahí podrás empezar desde cero. Y lo más importante es que tendrás el apoyo de tu esposo.

Kristal lanzó un sentido suspiro.

—Eres mi única y mejor amiga. Eres mi hermana y al mismo tiempo eres como una madre para mí —se adelantó a ella y le dio la espalda, respiró hondo y luego preguntó—: ¿No sientes que te quite tu juventud? —hizo una pausa. Finalmente añadió en voz baja—. Yo sí.

—Algunas cosas… —repuso Ailyn con voz queda—. No son tan simples como parecen si se ven desde diferentes perspectivas.

Kristal se dio la vuelta.

—¡Pero tú te sacrificaste todo este tiempo por mi!

La gobernadora alzó la mano para detener las protestas de su hermana menor y prosiguió tranquilamente.

—Cuando padre y madre murieron, todo mundo sintió compasión de mí. El día del funeral, las personas llegaban a mi lado y me abrazaban fuertemente diciéndome que tenía que ser valiente para afrontar todo lo que tenía por delante. Sin embargo, yo sólo te miraba a ti, apartada en una esquina. Una pequeña niñita que apenas sabía lo que ocurría. Una pobre e inocente niña que no tenía la culpa de nada. Entonces, miré hacia los féretros donde descansaban nuestros padres y les juré por mi propia vida que siempre te cuidaría.

Kristal sintió como una fibra sensible se movía en su interior. No dijo nada, la dejó continuar. Ailyn suspiró.

—En los días más duros, cuando me invadía la soledad, mi único consuelo eras tú. Cada noche tú estabas para mí. Esperándome. Lanzándote a mis brazos. Brindándome tu sonrisa y me contagiabas de tu alegría. Pensé en ti como una manera de cumplir con mis propios caprichos. Con el paso del tiempo sentí temor a regañarte y te dejé ser sin control como a mí no se me permitió. Sin ponerte un alto en tu camino. Cuando me di cuenta, ya era demasiado tarde. Los asuntos políticos exigían de mi presencia a tiempo completo, y tú ya te habías alejado de casa. Te la pasabas de fiesta en fiesta. Te habías desilusionado de los hombres. Decías que no creías en el amor. Que eras inmune a ese sentimiento. —Guardó silencio por unos segundos, y luego volvió a suspirar, como si se obligase a seguir—. Y yo, sin saber cómo ayudarte, lo único que podía hacer era esperar para que algún día llegara a tu vida una persona que te cuidara entre las sombras.  Y fue entonces que Raimond llegó a tu vida.

Sin saber porqué, Kristal sintió como si se le quitara un enorme peso de encima. Los ojos se le secaron al cabo de un rato y, mientras se enjugaba las lágrimas, borró también de su mente todo vestigio de remordimiento.

—Mi Rai-kun —musitó con un sonrojo en las mejillas.

—Él te ama. Él te ha amado desde hace mucho. Tienen un gran futuro por delante. No dejes que las inseguridades oscurezcan tu camino de luz. Además, nos veremos de vez en cuando ¿no es cierto?

Los ojos de la menor brillaron como los de una niña, irradiando una sonrisa que se extendió por todo su rostro.

—¡Sí! Estaremos en contacto y pasaremos las vacaciones, todos juntos.

—¡Esa es la actitud! —Ailyn se echó a reír, y a su alegría se le unió su hermana.

Era un día frío, de cielo cerrado, diminutos copitos de nieve comenzaron a caer del cielo de manera dispersa aliviando la carga de las nubes. El tiempo se hizo más frío y Kristal acogió la nieve entre sus manos.

—Esto debe ser una señal —se dijo, alzando su mirada al cielo.

—Este es el principio de tu camino, y nosotros siempre estaremos contigo.

Los ojos de Kristal se abrieron de golpe.

—Ailyn ¿Qué fue lo que dijiste? —Al buscarla con la mirada, ya no pudo encontrarla. Se había marchado.

—¡Kristal, aquí estas! —Raimond se le apreció se pronto —. Me encontré con mi cuñada en el camino y me dijo que te llevara a casa.

Raimond había entrado en calor por el esfuerzo y respiraba acompasadamente tras haber corrido el camino hacia la cumbre bajo el frio clima de las montañas. Su esposa salió a su encuentro para abrasarlo con emoción.

—¿Estás bien, amor? —preguntó preocupado. Kristal asintió con la cabeza. Pasó los brazos por el cuello de él en un abrazo cariñoso

—Me sucedieron cosas mágicas el día de hoy —Aspiró suavemente el olor de su colonia, siempre la relajaba—. Cosas maravillosas.

Raimond acercó su rostro a escasos centímetros del de su esposa y le hundió la nariz en el hombro. Luego cerró los ojos, podía sentir su amor. Se mantuvieron así largos instantes.

—Debemos irnos ya. Está enfriando y tú te enfermas fácilmente —advirtió Kristal sin desearlo realmente, estaba muy cómoda en esos momentos.

—Tienes razón. Pero déjame hacer una cosa antes.

Kristal se mantuvo atenta a las acciones de su esposo y lo que hizo la dejó aún más fascinada. Raimond combinó sus elementos con unas semillas especiales. Las tumbas de sus padres se vieron rodeadas de unas flores tan blancas como la nieve, hermosas, grades y esplendorosas. Nunca había visto algo similar. Era un homenaje digno de su memoria.

—La amaré y la cuidaré como un tesoro. —Raimond les hizo una promesa a sus suegros. Una promesa que cumpliría todos los días de su vida.

Se quedaron los dos quietos por un momento, la mano de Raimond entre las de Kristal, se sentían cálidas y reconfortantes.

—Te amo Kristal von Aigner, y te cuidaré siempre —le prometió Raimond—. Siempre —Kristal movió su cabeza hacia la de él, frente contra frente, y se quedaron así un rato, respirando calmadamente.

—Y yo estoy loca por ti —susurró ella. Raimond sonrió, la atrajo hacia sí y la besó brevemente.

—¿Cómo de loca? —le preguntó, levantando una traviesa ceja.

—¡No puedo vivir sin ti, loquita de la cabeza a los pies! —musitó Kristal, con ojos brillantes, derritiéndose bajo la cálida mirada de su esposo.

A Raimond le pareció una expresión hermosa y romántica. Era la exquisita excitabilidad que ella controlaba y poseía. Le besó la frente, las mejillas y el cabello y le acarició los hombros con ternura. Ella se entregó a la calidez del momento.

Bajo los copos de nieve comenzaron a caminar. Kristal le sonrió cariñosamente, aferrándose aún más a su brazo con la certeza de que le esperaba un largo camino por delante, pero esta vez, ya no se encontraba sola. El destino sabía desde el principio que aquel chico que siempre cuido de ella era el que había estado esperando por tanto tiempo. Él estaría con ella cuando la esperanza fuera reducida a escombros, recordándole que siempre se pueden reparar los errores del pasado y comenzar desde el principio, siempre y cuando pusiera todo su esfuerzo para lograrlo.

 

 

Éramos unos desconocidos

Empezando un viaje

Nunca soñamos

Lo que vendría después

Ahora estamos aquí

Y de repente vuelvo

Al principio contigo.

 

Nadie me dijo, que iba a encontrarte

Inesperado, fue lo que hiciste a mi corazón

 

Cuando pierdo la esperanza,

Tú estás ahí para recordarme

Este es solo el principio

 

Y la vida es un camino, y quiero seguir caminando

El amor es un rio por el que quiero seguir fluyendo

La vida es un camino, ahora y siempre un  maravilloso viaje

 

Estaré ahí cuando en mundo deje de girar

Estaré ahí cuando la tormenta este cerca

Cuando llegué el final quiero estar de pie

Al principio estaré contigo.

 

Éramos extraños, en una loca aventura

Nunca pensamos que nuestros sueños se volverían realidad

Ahora aquí estamos de pie, sin miedo al futuro

En el principio contigo.

 

 

Dieciséis meses después, en su mansión de Shin Makoku, Kristal sonreia al mirar las dos cunas que había frente a ella. Aunque ya habían pasado tres meses desde el nacimiento de los gemelos, no terminaba de creérselo. Sabía lo afortunada que era al haber encontrado el amor verdadero con Raimond y tener la oportunidad de formar una familia tan hermosa al lado de él.

Dylan tenía ojos pequeños y alargados de un color turquesa profundo, el cabello verde claro y liso, por ser el más inquieto exigía más atención. Elmer era el más pequeño, de ojos grandes y color turquesa suave, y era el mas tranquilo de los dos. Para sus padres era algo increíble esa personalidad tan distinta que ya empezaban a manifestar.

Perdida en sus ensueños, Kristal sintió un fuerte abrazo entorno a su cintura, una estrecha cintura que había conservado aún después de dar a luz, y volvió a la realidad.

—Estoy de vuelta —le susurró Raimond al oído.

—Bienvenido. —Kristal se dio la vuelta para probar sus dulces labios. También lo besó en los ojos, las mejillas, la barbilla, las cejas.

Raimond cerró los ojos extasiado ante tanta dulzura.

—Mi amor, los niños están dormidos —le susurró ella, con voz incitante y seductora. Aprovechaba cada oportunidad para recuperar el tiempo de abstinencia.

—Entonces, hay que aprovechar —La besó profundamente para después levantarla y llevarla a la cama.

Se besaron con dulzura y se hicieron el amor el uno al otro con absoluta dedicación. Ninguno se percató que en las afueras de la habitación se desplazaba un viento suave y juguetón, acompañado del dulce aroma de los pétalos de jazmines, bendiciendo su unión.

 

 

Y la vida es un camino, y quiero seguir caminando

El amor es un rio por el que quiero seguir fluyendo

La vida es un camino, ahora y siempre un  maravilloso viaje

 

Estaré ahí cuando en mundo deje de girar

Estaré ahí cuando la tormenta este cerca

Cuando llegué el final quiero estar de pie a tu lado

En el principio estaré contigo.

 

 

 

Notas finales:

¡Listo! Muchas gracias por leer.

Esto fue lo último.

El próximo es solo para los que les guste el Mpreg. Estará listo a finales de esta semana más o menos. De ahí en adelante el fic quedará como Finalizado.

Bye Bye, na no da.

 

 


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