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El rencor contra el amor por Alexis Shindou von Bielefeld

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Notas del capitulo:

Muchas Gracias por comentar y tambien por leer. 

Ammm... un poco de paz antes de la guerra. y comenzamos de nuevo con capitulos tranquilos.  Esta es la primera parte. :)   

El rencor contra el amor: La unión hace la fuerza

Capitulo 15

Lazos.

La noche se alzó en el cielo y en el edificio sur se celebraba una cena especial por la victoria de Yuuri en las semifinales. La mesa, hermosamente decorada con un ramo de flores al centro, estaba repleta de platillos variados entre carnes y legumbres, la bebida era abundante y la compañía agradable.

—¡Salud! —exclamaron, alzando sus copas en alto.

Los Luttenberger, las hermanas Aigner, Gwendal, Waltorana y por su puesto el festejado, que ocupaba la silla del centro de la mesa, disfrutaban de la cena. Todo idea de Kristal y Ailyn. A pesar de la negativa de parte de los demás al principio, ya que consideraban que era muy pronto para celebrar, los ánimos mejoraron con la insistencia de ambas muchachas y terminaron por aceptar. Esa noche harían buenos recuerdos con los nuevos amigos que habían hecho.

Yuuri sonrió ampliamente al contemplar con la mirada a las personas con las que compartía la mesa. Desde que habían llegado a esas tierras el ambiente había sido desagradable y hostil, pero las cosas habían ido mejorando paulatinamente. Gracias a ellos había logrado una victoria limpia ante un rival tan fuerte como Lukas y había dado un paso más para recuperar la mano de su amado Wolfram.

—Sin duda alguna fue la mejor pelea que he visto en mi largo tiempo de vida —dijo Lord Luttenberger para sorpresa de algunos.

—El viejo solo dice "un Largo tiempo de vida" porque hace tiempo perdió la cuenta —murmuró Raimond causando que de sus oyentes salieran unas suaves carcajadas.

Lord August von Luttemberger, que se había llevado la copa a la boca, tosió como si se hubiera atragantado. Muy propio de su nieto burlarse de su edad. Sería viejo en años pero no de corazón. Pero esto no se quedaría así, y rápidamente le dio un zape en la cabeza.

—¡Auch! ¡Viejo, duele! —se quejó el menor y lo peor era que no se podía sobar la cabeza por los yesos en sus brazos.

—¡Te lo mercedes Rai- kun! —intervino Kristal—. Además, tu abuelo puede estar viejo pero aun es muy guapo.

—¡Hermana! —murmuró Lady Ailyn entre avergonzada y resignada. Lord Luttenberger ya mostraba un sutil sonrojo.

—No dije nada que no sea cierto, mi querida hermana mayor —se defendió Kristal y su bonito rostro adquirió un puchero.

—Sí, claro... —refunfuñó Raimond. Kristal le sonrió con suavidad.

—Ahora abre la boca, Rai-kun —dijo haciendo el avioncito cual mamá alimentaba a su bebé. Amablemente le daba de comer a su amigo ya que aun no podía mover sus brazos con libertad. Una singular manera de disculparse por el fuerte apretón que le dio esta tarde cuando celebraban la victoria.

Temeroso, Raimond abrió la boca.

—¡Agh!!! —Soltó un grito a punto de ahogarse. El pobre hacía esfuerzos sobrehumanos para tragar cada bocado porque tras ese iba otro y otro y otro ¿qué más podía hacer? A ella se le veía entusiasmada con la tarea—. Kirshthal...ghm!! Yha...chgreo dethengte... —logró balbucear.

Las carcajadas aumentaron de volumen por la cómica escena. Hasta Gwendal estaba de buen humor ocultando su sonrisa detrás de un trago de vino.

Yuuri suspiró y su rostro adquirió una momentánea expresión de nostalgia, pensando que en esos momentos su prometido debía estar cenando solo al lado de su suegro.

Sinceramente sintió pena por él, Wolfram nunca le había contado nada sobre la relación que tenía con su padre antes de que todo esto ocurriera, nunca se había expresado ni bien ni mal de él. Se notaba que Willbert lo quería y lo cuidaba como si de una joya inigualable se tratara y que Wolfram le guardaba respeto y no se atrevía a llevarle la contraria. También estaba la manera en la que el rey Willbert se dirigía hacia Gwendal. En ningún momento era con odio ni rencor, sino un trato fraternal como de... de padre a hijo. Vagando en ideas y conclusiones, extrañamente se encontró preguntándose qué tipo de relación tuvo el rey Willbert con Conrad cuando estaba casado con Cheri sama. ¿Se habrían llevado bien? ¿Mal? ¿Pésimo? ¿Indiferente? Tantas posibilidades, tan poca certeza. Pero de lo que estaba seguro, era de que Conrad era alguien agradable, educado y amable, a nadie le podría caer mal ¿cierto? Miró por la ventana un momento, como si intentara encontrar la respuesta observando la oscuridad de la noche mezclado con la luz de la luna y las estrellas.

***************************************************

En el gran comedor principal del Castillo Imperial, el Maou de Antiguo Makoku se encontraba cenando en compañía de su adorado hijo, la cena era suculenta como de costumbre, pero ninguno de los dos tenía ánimos de probar bocado.

Willbert se mantenía meditabundo, observando la luminosidad de las velas del candelabro al centro de la mesa. Todavía le daba vueltas en la cabeza lo acontecido en las semifinales. Ese gran poder que había manifestado ese mestizo ¿cómo era posible que poseyera tanto Maryoku? ¿No se suponía que los Medio Mazoku no tienen poderes mágicos? Con todo eso, ese mestizo en verdad podría ganar la competencia. La desesperación se apoderó de él al considerar la posibilidad de perder en su propio juego, y la humillación seria abrasadora.

—¿Desea que retiremos el platillo de entrada, Su majestad? —preguntó con educación un sirviente, notando que tanto el rey como el príncipe no habían probado el platillo, pensó que tal vez la sopa no era de su agrado.

Willbert dio un leve sobresalto volviendo a la realidad y fue ahí cuando se dio cuenta de que su hijo no había comido nada, simplemente jugaba con la cuchara. Se le veía tan meditativo y cabizbajo que sintió una opresión extraña en el pecho.

De repente y como una patada directo al estomago, recordó lo que habían hablado antes de que el campeonato diera inicio.

«Respóndame y sea sincero conmigo por favor... Si Yuuri heika gana el campeonato, ¿aceptará mi matrimonio con él?»

Aquel mismo día le confesó que amaba a Yuuri Shibuya más allá de su orgullo. En aquel momentos creyó que se trataba de un capricho, una excusa para llevarle la contraria, pero ahora que las cosas se habían complicado, se encontraba considerando la posibilidad de dejarle partir. Sin duda la vida misma se había empeñado en quitarle lo que más amaba en el mundo. Solamente que no estaba seguro si sería capaz de olvidar el rencor del pasado por el amor del presente, como le había aconsejado su hermano menor. Suspiró con dificultad, tratando de controlar ese nuevo sentimiento que era lo más cercano al remordimiento.

—Hijo, come un poco, debes alimentarte bien. —comentó, intentando recuperar algún momento perdido del pasado. Siempre deseo tener a su hijo todos los días con él, tener este tipo de discusiones en la mesa, ahora que lo tenía por lo menos un tiempo quería aprovechar.

Quizás inconscientemente estaba aceptando la realidad...

Wolfram reaccionó al escuchar la voz fuerte y varonil de su padre y dirigió su mirada hacia él. Sorpresivamente, lo encontró sereno y tranquilo.

—No creo que tenga derecho a exigirme tal cosa cuando usted no ha terminado con la suya, padre —repuso suspicaz. Y se sorprendió a sí mismo por contestarle de aquella manera tan natural.

Willbert formó una media sonrisa en sus labios.

—Yo ya estoy mayor, ya crecí lo suficiente. No me hace falta alimentarme bien como a ti —respondió con calma y aires de sabiduría.

—¡Tengo noventa años!

Willbert alzó una ceja.

—¿Noventa? —preguntó juguetón—. No se nota para nada, éstas muy pequeño y delgado —Sujetó con delicadeza un brazo de su hijo—. Como lo imaginé, eres igualito a Waltorana cuando tenía tu edad, un enano debilucho.

Aquellas palabras se clavaron directo al ego de Wolfram. Eso fue un golpe bajo, nadie, ni siquiera su padre podía llamarle debilucho.

—¡No es cierto!

Willbert rio brevemente y Wolfram le miró sorprendido, percibiendo que de alguna manera, muy en el fondo de su corazón, su padre seguía siendo aquel que era su héroe, su ídolo, y su ejemplo a seguir. Aquel que era cariñoso y consentidor.

—Si no quieres comer por tu cuenta tal vez deba darte de comer yo mismo, Wolfram —advirtió Willbert tomando con la cuchara un poco de aquel líquido caliente.

Wolfram pensando que se trataba de una broma, cerró los ojos por un segundo lanzando un resoplido de incredulidad, cuando volvió a enfocarse se encontró con la cuchara siendo guiada hacia su boca por la mano de su padre. Primero puso sus ojos en blanco, segundo su rostro enrojeció hasta las orejas y finalmente abrió la boca.

Aquello atractivos ojos azules se encontraron con las brillantes esmeraldas en ese momento, su corazón latía casi al mismo tiempo en un ritmo profundo y constante. Wolfram confirmó, que ese hombre que le estaba mirando con ternura era su padre de siempre, aquel que extrañaba.

Willbert contempló una vez más a su hijo, tan dulce, tan bello, tan perfecto, ¡tan parecido a ella! Durante mucho tiempo esperó poder reclamarlo como estipulaba el acuerdo, ¿y ahora lo iba a perder de nuevo por un infeliz mestizo que se lo quería llevar? Reprimió una punzada de culpabilidad en su pecho pero no podía renunciar a su hijo por un maldito Medio Mazoku, definitivamente no lo permitiría.

Le entregó la cuchara a su hijo para que siguiera comiendo por su cuenta y él se volvió a acomodar al respaldo de la silla.

Wolfram volvió a ver la mirada fría en su padre, esa que había estado presente en él desde que se enteró de su relación con Yuuri y suspiró con pesar.

Los sirvientes, que eran cuatro en total, observaron todo con los ojos bien abiertos de la impresión. Su Majestad Willbert nunca se comportaba de manera tan dulce ni con su propia esposa, llegaron a dudar que tuviera sentimientos. Verlo hacer el papel de un padre cariñoso fue de alguna manera extraño.

Pero para Willbert y Wolfram era una de las pocas veces que habían compartido un momento tan cercano. Y es que gracias a ese vínculo llamado sangre que los unía, llegaron a olvidar por un momento que en estos momentos su relación fraternal pendía de un hilo.

En ese momento, un mayordomo atravesó rápidamente la puerta del comedor.

—Su majestad —El hombre se inclinó en una reverencia y luego se acercó a su oído.

Wolfram observaba las reacciones de su padre, primero tranquilo, luego frunció el ceño y finalmente se apartó bruscamente y miró al mayordomo con incredulidad.

—¡¿Cecilie está aquí?!

—¡Mi madre! —Wolfram se levantó de la mesa como lo había hecho su padre, aunque su expresión fue más alegre.

El mayordomo asintió con la cabeza.

—Efectivamente, una persona llamada Cecilie von spitzweg lo busca en la recepción, su majestad.

Toda la habitación se quedó en silencio total.

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Cecilie, Conrad y Gunter estaban todos de pie en el recibidor, uno de los mayordomos amablemente les quitó los abrigos y también las espadas que colgaban de la cintura de los hombres, luego les guió a una pequeña sala y les invitó a tomar asiento mientras Su Majestad Willbert decidía si deseaba recibirlos a esa hora de la noche.

La sala donde se encontraban tenia las paredes decoradas con tapices y al mismo tiempo exponían una larga gala de pinturas, sin duda del gusto del rey Willbert, una cualidad que le había heredado su hijo era que ambos apreciaban ese tipo de arte. Las cortinas de la ventanas eran de color rojo carmín, los suelos estaban cubiertos de alfombras, los sillones donde se encontraban sentados eran de piel, arriba de la chimenea había un escudo con dos espadas entrecruzadas.

Cecilie suspiró tratando de tranquilizar sus nervios. Era la primera vez que visitaba ese país. En el pasado todo había ocurrido en Shin Makoku. Se entretenía mirando alrededor, observando cada detalle de la habitación en un intento de calmar su propia ansiedad.

Una persona iba entrando a esa sala, parecía cabizbaja y con el corazón preocupado. Se detuvo por un momento y lo primero que visualizó fue a tres personas sentadas en los sillones. Una vez reconoció a uno de ellos dio un paso hacia atrás como si alguien la hubiese empujado con fuerza, llevándose la mano al pecho, por un instante se le detuvo la respiración.

Cecilie se puso de pie como un resorte, también reconocía a esa persona.

—¿Hannah? ¡Hannah Lauren! —dijo la ex reina, acercándose a ella—. Nunca pensé volver a verla, ha pasado tanto tiempo.

—Lady Cecilie... —saludó Hannah a través de un nudo en la garganta, aceptando el cordial abrazo de la hermosa rubia. Rodeada de esos delicados brazos solo pudo tragar en seco, el remordimiento la había poseído—. Buenas noches, caballeros —saludó educadamente a los otros dos, haciendo una leve inclinación.

—Ellos son mi hijo Conrad Weller, y un amigo y Consejero del rey Yuuri, Gunter von Christ —dijo la ex reina con cordialidad, para después dedicarle una leve sonrisa.

Conrad y Gunter se acercaron a la hermosa dama y le besaron el dorso de la mano sintiéndola extrañamente helada.

Hannah observó durante un momento y en silencio a los nuevos invitados del castillo, sobretodo al joven; un muchacho castaño con la mirada tan sincera y cordial es el pequeño del que le contaba su amigo en las cartas que le enviaba.

—Conrad Weller... —soltó en voz alta, haciendo mayor énfasis en el apellido, mirándolo con cierto resentimiento. Pero él no era su padre, Dan Heller, no había razón para tenerle rencor.

El ambiente se tornó un poco incomodo, sin embargo se calmó cuando el mismo mayordomo se hizo presente de nuevo en la sala, caminando con porte fino y elegante.

—Su majestad Willbert recibirá a Lady Cecilie en su despacho —anunció con el propio tono formal de alguien con su ocupación.

Tanto Conrad como Gunter estaban dispuestos a seguirle, pero el mayordomo hizo una advertencia con la mano.

—Su majestad Willbert desea tener la reunión sola y exclusivamente con la dama.

Conrad y Gunter intercambiaron miradas, no estaban seguros si deseaban dejar que Cecilie hablara a solas con aquel hombre tan explosivo.

—Así está bien —dijo Cecilie, dándose la vuelta justo antes de que su hijo protestara—. Es algo que debo hacer sola —lo ultimó lo dijo decididamente. Se despidió de Hannah con una leve inclinación y con el corazón latiéndole acelerado en el pecho, dispuso seguir al hombre de traje.

Hannah bajó la cabeza y se remojó los labios pues los tenía secos. Esto se había convertido en una cuenta regresiva antes de que la bomba estallara y una de las víctimas mortales sin duda seria ella misma. Necesitaba irse de allí. Se despidió educadamente antes de salir a paso apresurado de la sala.

—Conrad —Gunter se acercó por detrás a su alumno de hacía años en la academia de esgrima y colocó una mano sobre su hombro, se había percatado que estaba pensativo—. ¿Estás bien? —le preguntó.

Conrad simplemente asintió sin hablar.

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Friedrich iba bajando las escaleras al lado de su padre cuando vio pasar a alguien singular, por lo que se detuvo. A continuación parpadeó, frotando la mano sobre los ojos para corroborar si no estaba alucinando, pero volvió a visualizara la misma persona. Silbó un piropo mientras la seguía con la mirada antes de que despareciera entre el pasillo que daba al despacho del rey.

Bastian por el contrario, parecía como si hubiera visto un fantasma.

—Oye padre, ¿viste lo mismo que yo? —preguntó divertido—. ¡Era mi Wolfram versión mujer! —Al no recibir respuesta, Friedrich miró a su padre encontrándolo tan pálido como una fantasma.

—Esa mujer... ¡-e-e-esa mujer! —tartamudeó, temblando—. ¡¿Qué hace esa mujer aquí?!

Friedrich alzó una ceja e hizo un mohín de burla, rara vez había a visto a su padre de esa manera tan patética. Su atención se bloqueó al ver pasar al adonis rubio de ojos esmeraldas, dedicándole una sonrisa pícara y maliciosa, aunque solo recibió una mirada de desprecio al lograr su atención.

—Wolfram, hasta enojado te ves lindo —murmuró en voz baja, cruzándose de brazos justo al instante en que su madre subía las escaleras como alma en pena—. ¿que les pasa a todos por aquí?

Hannah se detuvo antes de llegar arriba de las escaleras

—¡Bastian! —Le llamó. Su esposo la miró de reojo y ella continuó—: Arrepiéntete y di la verdad si no quieres que... —antes de terminar, el consejero había subido hasta donde ella se encontraba y le había sujetado fuertemente el mentón.

—Ni se te ocurra decir absolutamente nada —siseó en una clara advertencia—¡¿Te quedo claro?! —apretó mas su mentón. Su mujer temblaba de miedo—. Todo esto lo hemos planeado durante muchos años y ni tu ni nadie se interpondrá en nuestro camino, y otra cosa más... —agregó al ver asomar el pánico a los ojos de Hannah—. Si yo caigo tu también caerá —La zarandeó hacia atrás dejándola por fin libre. Ella fue incapaz de moverse.

Friedrich solo observaba como si nada. Su madre a veces le sacaba de quicio

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El mayordomo la había dejado en el despacho completamente sola, sentada frente al escritorio, las paredes continuaban adornadas con tapices y también estaban rodeadas por estantes de libros. Desde la gran ventada podía apreciar la hermosa noche llena de estrellas. Sabía que tarde o temprano él iba a llegar, el corazón le bombeaba en el pecho y le temblaban las manos levemente en el regazo. Shinou le aconsejó que abogara una vez más por el matrimonio de Wolfram y Yuuri heika, además de nunca negar su inocencia. Pero ¿cómo hacerlo? Si cada vez que estaba frente a él su mente se ponía en blanco y le temblaba la voz.

La puerta de la oficina se abrió y tras ella apareció Willbert, se le veía atractivo con su traje militar negro que remarcaba su complexión musculosa, también notó que se había afeitado la barba que lucía en Shin Makoku, eso le quitaba años haciéndolo parecer en sus veinte, su cabello rubio y largo y unos juguetones mechones acariciándole la frente justo arriba de sus ojos color azul cielo y brillantes.

Pero no era la única que admiraba el panorama.

Cecilie se levantó de la silla bruscamente, dejándose apreciar en todo su esplendor a los ojos de Willbert. Ella usaba en esta ocasión un vestido color rosa con escote pronunciado y largo hasta las rodillas con su infaltable hendidura profunda en la pierna. Su cabello rubio miel amarrado con una cola alta y esos ojos que eran su perdición, brillantes como esmeraldas y terribles para la seducción. No había cambiado nada desde el día en que la conoció.

Hubo un largo y tenso momento donde ninguno de ellos se movió o habló. Solamente sus ojos revelaban cuanto se habían extrañado. Pero todo eso acabó cuando ambos recordaron el punto de esa reunión, todo el pasado se les vino encima y la sangre se les heló de nuevo.

Willbert caminó hacia una mesita donde mantenía una botella de licor y hielo, sirvió dos copas y al darse la vuelta encontró a Cecilie todavía de pie.

—¡Por todos los cielos, mujer!, ¿quieres sentarte de una vez? —Fue lo primero que dijo Willbert, que mas parecía una orden. Estaba claro que el tono frio que usaba era un intento de ocultar la ansiedad que sentía.

Cecilie hizo un mohín de indignación. Esperaba al menos que esta vez se comportara más amable con ella, pero estaba equivocada al parecer. Este hombre no era el amoroso y tierno hombre que había conocido hace años, sino el gruñón, frio y pesado rey de Antiguo Makoku. La indiferencia, los intercambios de comentarios sarcásticos, las miradas frías era lo único que podía esperar de él.

—Gracias, Su Majestad. Me sorprende que siendo rey no sepa comportarse con una dama —respondió con cierto grado de sarcasmo y una sonrisa.

—Cuando este frente a una dama, me comportaré como un caballero —le rebatió él, entregándole una de las copas y disfrutando inmensamente de la irritación que se traslucía en el rostro de su ex esposa, que fruncía el ceño—. Solo por curiosidad ¿porqué estás aquí? —Sorpresivamente, fue Willbert quien comenzó con la conversación—. No creo que de repente hayas querido estar al lado de tu hijo, porque si no mal recuerdo te la pasas navegando por todo el mundo en busca del amor. No me digas que estás en tu siguiente parada. Bueno, por lo menos te buscarás a un Mazoku puro y no un vil y asqueroso humano.

—¡Suficiente! ¡No tengo porque darte explicaciones de lo que haga o deje de hacer! —dijo Cecilie, sintiendo dolor en su corazón—. Si vine aquí es para ver a mi hijo.

—Mi hijo ¡Mío! —gritó Willbert con brusquedad, golpeando al mismo tiempo el escritorio.

—¡Nuestro! ¡Mas mío que tuyo porque yo lo llevé nueve meses en mi vientre! —gritó ella también.

Dejaron de hablar bruscamente, estaban demasiado heridos para continuar. Él siempre había reaccionado de un modo extraño cuando la tenía en frente. Por una inexplicable razón, había soltado aquel comentario respecto a sus amantes cuando no tendría porque importarle.

—Vine por él, es suficiente —Cecilie rompió el silencio que se había formado, viéndolo con sus penetrantes ojos esmeraldas—. Mi hijo no es una propiedad, es una persona, él siente, él ama, ¡él desea! Y lo que quiere en su vida es contraer matrimonio con su Majestad Yuuri Shibuya.

Willbert se echó a reír con un deje de sarcasmo.

—Esa fue una buena jugarreta, ¿en verdad creíste que casándolo con el mestizo antes de que yo llegara a recalamarlo, reconsideraría la idea de traerlo conmigo y dejarlo en Shin Makoku? ¡¿dejarlo bajo tu influencia?! —dijo con auto-recriminación—. Mi mayor error fue dejarlo tanto tiempo contigo. Es igualito a ti, no le importa su honor, su apellido ni sus raíces...

—¡Por favor no sigas! —pidió Cecilie, bajando la cabeza y haciendo un ademan con la mano. Willbert dejó de hablar, pero respiraba agitadamente—. Wolfram es igual a ti en muchos aspectos —dijo Cecilie con suavidad—. A veces es muy egoísta y posesivo pero también es educado, fino, correcto, valiente... es... muy apasionado con lo que quiere.

El Maou de fuego observó los ojos de ella entornarse y brillar de manera especial cuando hablaba de las cualidades de su hijo.

«Cuando yo lo veo a él, te veo a ti reflejada» quiso decir en esos momentos, pero no lo hizo.

 

Notas finales:

En el siguiente capitulo:

  Conrad siente el peso del pasado. 

-Tan típico de un Weller no respetar a quienes son superiores a ellos – escupió esas palabras con puro  desprecio.

 – Solo… estaba pensando que nunca llegué a entender porque mi padre odia tanto a los humanos y a los mestizos. Digo… si bien es cierto que yo pensaba lo mismo hace años, eso era porque él me influenciaba, pero después cambié mi manera de pensar… Pero mi padre está ciego por el rencor.

Algo se rompió dentro de Conrad con las palabras de su hermano,

Dos mujeres... un hombre... 

no tenerlo contigo será tu castigo ¡por haberte revolcado con aquel infeliz siendo mi esposa!

************** 

Esa mujer no había parido un hijo, había hecho un clon de sí misma. Esos ojos esmeraldas, esa tonalidad del cabello rubio, esa elegante postura. ¡Eran tan parecidos!

-Cariño… Me avisaron que teníamos visitas y quise venir a presentarme… - reaccionó al fin, fingiendo una sonrisa puesto que en su interior ardía en coraje por la manera como los encontró al llegar. 

 

 


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