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I love you por Adry Rushelf

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Notas del fanfic:

La li ho~!! Aquí les traigo un one-shot de la pareja principal de Junjou romantica, así como también mi favorita *______*: Usagi & Misaki, la 'junjou romantic' 

Pienso que al final me ha quedado un poco cursi, pero creo que no hay nada que se pueda hacer con eso debido a que la trama en sí ya lo es, la couple también, y mi manera de redactar no ayuda xD 

También debo decirles que esta pequeña historia surgió de entre muchas cosas de mi día a día, y que la escribí mientras escuchaba: "1 4 3" de Henry Lau, con la cual realmente no tiene mucho qué ver, básicamente sólo el título >//< 

De todas formas, espero que les guste, me demoré más escribiendo esto de lo que pensé, pero supongo que eso debe haber ayudado a que quedara mejor (?) Ustedes juzgarán ^^

En fin, sin más que decir, sólo agregaré: Los personajes de Junjou Romántica no me pertenecen, son propiedad absoluta de su creadora Shungiku Nakamura-sensei, éste fanfic sólo está elaborado con fines de entretenimiento, no hace ninguna clase de spoiler, y no afecta en nada a la trama original ;) 

ADVERTENCIA: NO lemon xD 

El frío de la noche se colaba por debajo de las puertas, el aliento de los que se refugiaban se plasmaba en el cristal de las ventanas y la baja temperatura se reflejaba en las cálidas acciones de los que allí solían dormitar. O bueno, eso es lo que se esperaría de dos personas compartiendo lecho, especialmente, cuando sabían de antemano que entre ellas, la gran mayoría de las veces, no existía ninguna clase de respeto por el espacio personal. Y es que en ese lujoso pent-house, o más específicamente, en aquella habitación, aquel término quedaba muy por fuera del vocabulario regular.

Aunque no necesariamente porque los dos estuviesen de acuerdo.

 

Takahashi Misaki, hoy con 22 años de edad, actualmente en épocas invernales y cercanas a Navidad, era esa mitad a la que no le simpatizaba tal situación. Después de todo, jamás había tomado para bien el hecho de que ese hombre abusara de él tanto como le entrara en gana, actuando independientemente de lo que pensara, de lo mucho que se negara, o de qué tan dolorosas fueran para él las consecuencias del día siguiente. Lo único que parecía importarle era el poder trastornarlo y confundirlo con aquellas palabras románticas y acciones espontáneas suyas, a tal grado en que no dejara espacio en su joven mente para algo más aparte de él.

Lo peor era que a ese bastardo le funcionaba, y dándose por enterado, parecía no poder contenerse.

 

Suspiró con pesadez al darse cuenta de que precisamente se hallaba pensando en él, se abofeteó mentalmente y sacudió la cabeza antes de dar la enésima vuelta entre aquellas mantas. El rechinido del colchón dejó de oírse cuando el castaño se detuvo, mirando al techo.

Últimamente se le hacía mucho más pesado acostarse con su casero porque había caído en cuenta, de que comenzaba a acostumbrarse.

¡Pero eso era lo que no quería!

Ni en un millón de años hubiese pensado que el dormir en el mismo cuarto, ¡o lo que era más!, en la misma cama con aquel pervertido escritor, en algún punto de la relación le pareciera tan natural. Y peor cuando generalmente no se lo permitía. En realidad, era Usagi quien solía arrastrarlo, noche tras noche a su habitación, con el pretexto de que se hallaba cansado y tan sólo el pasar tiempo con su amado le haría recuperar fuerzas.

 

Misaki se sonrojó. Con el pasar de los años, aquella frase se había convertido en una especie de alarma tardía, anticipe a que las cosas se tornarían extrañas. Tal y cómo habían sido toda la última semana.

 

- ¿Acaso soy idiota? – Habló para sí mismo, murmurando entre el silencio. - ¡No tendría por qué haberle hecho caso!

 

Bajó las sabanas hasta la altura de su estómago, colocando sus brazos por detrás de la cabeza. Ya no tenía sentido arrepentirse, él había aceptado “de buena gana” y debía cumplir las condiciones. Después de todo, Usagi mantuvo su palabra y le había dado el tiempo que necesitara para sentirse cómodo con esa situación, de otra forma ya habría echado manos a la obra y trasladado todas sus cosas a ese cuarto.

 

Aquel silencio intranquilo se rompió en el momento en que una sombra entró, cómo un zombie, arrastrándose perezosamente hacia la cama.

 

- ¿Terminaste tu trabajo? – Preguntó modulando su timbre de voz, lo había tomado desprevenido y no quería que se diera cuenta de que era él quien ocupaba sus pensamientos, hace apenas unos segundos.

- Sí… - Respondió casi inaudible antes de acurrucarse a un lado suyo. Misaki lo miró preocupado, de nuevo había roto el plazo de entrega, y esta vez, aquello le hacía sentir culpable. Después de todo, hace poco había sido su cumpleaños, y el escritor, como era costumbre, decidió llevárselo de viaje durante algunos días, importándole poco que tuviera el manuscrito apenas empezado y con la mente carente de ideas para continuarlo. Ahora, a juzgar por las enormes ojeras y la forma en la que apenas pudo mantenerse en pie, el ojiesmeralda sabía que a Usagi no le faltaba mucho antes de colapsar debido al cansancio.

 

Sintió los colores subir a su rostro cuando dos fuertes brazos se cerraron alrededor de su cuerpo, atrayéndolo lo más posible a él. Misaki observó por sobre el hombro de su casero a Suzuki-san, descansando plácidamente en la orilla de la cama. Había qué decirlo, de no ser porque tanto su pareja cómo él mismo le tenían mucho cariño, seguramente ya no le permitiría seguir durmiendo con ellos, a fin de cuentas que el oso de peluche terminaba siendo él.

 

Entumeciéndose y posando ligeramente sus manos en el pecho de su acompañante, Misaki decidió pasar por alto aquella acción: “Sólo por esta vez”, se dijo a sí mismo.  – Usagi-san…

El susodicho emitió un sonido adormilado, para hacerle saber que le escuchaba, pero sin abrir sus ojos.

- Sólo quería decirte… Si las cosas van a terminar así siempre, creo… Creo que deberías dejar de poner tus planes conmigo, por sobre tu trabajo. Es decir, yo estaré bien ¿sabes? Además, no me parece sano que te la pases tantas noches sin dormir o respirar aire fresco. Incluso creo que si no fuera por mí, ni siquiera saldrías a comer.

 

Usagi abrió lentamente sus ojos, sólo para toparse con la bella mirada expectante de su pequeño, y de repente, todo el cansancio de los pasados días pareció esfumársele del cuerpo, cómo si un céfiro invernal se hubiese colado a despertarlo.

Sonrió con ternura, levantando su mano para comenzar a acariciar las hebras chocolates del menor. – Misaki, ¿no te has dado cuenta de lo que provocas cuando te preocupas tanto por mí? ¿O acaso estás tentándome?

El chico bajó la vista precipitadamente, frunciendo el ceño. Ya se esperaba una respuesta así. – ¿D-De qué estás hablando? ¡No te hagas ideas raras! Tan sólo… Tan sólo lo dije porque si no terminas a tiempo Aikawa-san estará en serios problemas. Y es que pienso que va a morir joven a causa tuya, ¡eso es todo!

Incluso para él, parecía que aquella excusa la hubiese repetido innumerables veces, pero no podía hacer nada, pues al sentir esas caricias en la parte posterior de su cabeza, con esos largos dedos entrelazándose en sus cabellos oscuros, le provocaban unas ligeras cosquillas que despertaban tantas cosas en su interior. Jamás podría decírselo, que con una acción tan sencilla como esa, le transmitía una seguridad y cariño tales que se le hacía imposible simplemente apartarlo y alejarse.

Se animó a mirarlo de nueva cuenta a los ojos y se topó con el rostro del mayor, aun observarle con detenimiento, sin dejar de sonreírle. Esa estúpida sonrisa, de no haber estado embelesado con ella, seguramente le habría dicho que la desapareciera, porque sabía que estaba mal, estaba mal pensar que al mirarlo de esa forma le estaba gritando que él era lo más valioso en su vida, que sin él nada tendría sentido. No podía ser tan engreído cómo para creer eso, aun cuando el otro se lo hubiese dicho en infinitas ocasiones. Tenía que proteger ese sentido de humildad con el que había llegado al mundo, pues seguramente, si iba a pasar el resto de su vida con el afamado autor, él encontraría la forma de destrozarlo entre tantos detalles y mimos, a los que desgraciadamente, ya se estaba acostumbrando.

 

Aunque claro que todo eso pasó por un instante cósmico en su mente, un segundo antes de que el mayor lo callara, cómo sólo él sabía hacerlo. Besándolo con parsimonia, repetidamente y con la mayor delicadeza del mundo, cómo si los labios de su pequeño fueran a disolverse, cual nieve al sol, entre los suyos. Misaki lo miró al finalizar el beso, mientras Usagi se disponía a seguir acariciando su cabello.

 

- ¿Y? – Preguntó, transcurridos unos segundos de apacible silencio. En verdad que con sólo uno de sus besos, cualquier pesado pensamiento podía desvanecerse de su mente. Lo miró, curioso. – ¿Te estás arrepintiendo de quedarte conmigo?

 

Ni siquiera tuvo que mirarlo para saber de qué iban aquellas palabras, no estaba siendo arrogante, ése no era el tono que usaba cuando sabía que ya lo tenía en la palma de su mano, esta vez, era de esas veces en las que Usagi se sentía inseguro. A pesar de todo, él nunca lo había obligado, y seguramente, jamás lo obligaría a hacer algo que él no quisiera también. Era por eso que había tenido tanto miedo aquella ocasión, cuando Sumi le insinuó que Misaki estaba con él, consecuente de que lo hubiera obligado a hacer el amor la primera vez. Aunque eso nunca fue así.

 

- ¿Huh?

- ¿Crees que es mala idea que empecemos a dormir juntos? – Preguntó con cierto miedo de escuchar la respuesta, tal vez lo estaba presionando mucho.

- N-No… Quiero decir, pienso que tienes razón, así, cuando nii-chan venga a quedarse podrá usar esa habitación, y no tendremos que gastar en remodelar alguna de las otras.   

- Si no te gusta la idea, siempre podemos desmantelar el modelo a escala de la Muralla China.

- E-Eso sería muy problemático.

- Entonces haremos que el tren en movimiento deje de funcionar.

- Ah, pero es un modelo original, no-no creo que valga la pena desecharlo así como así.

- Mm… Te diría que usemos la habitación del marimo pero no tengo idea de qué haríamos con tanto. ¿Crees que a Takahiro le moleste dormir rodeado de Suzukis-san?

- No, no creo que lo haga pero…

- Aunque también está eso de comprar otro departamento…

- ¡Te estoy diciendo que no me importa dormir contigo! – Soltó Misaki al ver que el otro parecía aferrarse a la idea de dormir separados. Muy probablemente eso fuera su culpa por siempre mantenerse tan renuente a demostrar sus sentimientos, y ahora Usagi se extrañaba de la facilidad con la que había accedido. No iba a decírselo, pero aun cuando estaba consciente de que – en lo que a su relación se refería – se hallaba avanzando a un paso exageradamente lento, incluso él, estaba avanzando. Siempre supo que era cuestión de tiempo antes de que aquello sucediera, así que decidió armarse de valor y no seguir postergando lo inevitable; motivo por el que, en este momento, comenzara a frustrarle el que el peliplateado no atinara a leer sus verdaderos deseos.

 

- So-Sólo trataba de decirte eso. – Agregó después, casi en un susurro. - No era necesario que le sacaras tantas vueltas.

 

Usagi parpadeó varias veces, procesando lo que su pequeño le acababa de decir, antes de trasfigurar su rostro confuso a una auténtica sonrisa de felicidad, de esas que sólo Misaki podía causarle, y que muy seguramente, sólo él podía contemplar.

 

Tomó su rostro con ambas manos y comenzó a repartir pequeños besos por toda su extensión. Sus mejillas sonrojadas, sus labios semi abiertos, su frente ligeramente fruncida, sus párpados cerrados. – Misaki, te amo.

 

Y cómo si el sólo decirlo fuese un incentivo para continuar, el de ojos violetas comenzó a extender sus besos a lo largo de su barbilla y cuello, pero no fue sino hasta que Misaki sintió la suave respiración del otro en su nuca, que comenzó a soltar suspiros quedos, a su vez que se sonrojaba intensamente. No le gustaba ceder con tanta facilidad, y precisamente, esa debilidad era la que le hacía avergonzarse de sí mismo.

 

- Te amo. – Volvió a repetirle en su oído, y haciéndole temblar ante la cálida sensación en su piel desnuda. Sintió cómo lentamente, las grandes manos del escritor bajaron y ahora se abrían paso entre las sábanas y su camisa de dormir, buscando un contacto directo, aunque pequeño, entre los dos. Percibió su estrecha cintura acunarse perfectamente entre ambas manos, y la piel bajo ellas comenzó a arder con un cosquilleo agradable. Usagi le plantó un último beso en su frente antes de besarle de nuevo en los labios, sólo que esta vez, más lento, tomándose su tiempo para guiar aquellos dulces labios que, tímidamente, le seguían en aquel encuentro. – Te amo…

 

- Y-Ya te dije que no lo repitas tanto. – Reclamó el más pequeño girando el rostro, por si se le ocurría besarle de nuevo.

Usagi lo miró alzando las cejas, con una casi imperceptible sonrisa de picardía plasmada en el rostro. Una idea traviesa acababa de cruzarle por la mente. - ¿Por qué no?

- ¿Yo qué sé? ¡Da vergüenza! – Exclamó el castaño, trastabillando en sus palabras. No le gustaba cuando Usagi le exigía sus porqués, siempre lo tomaba con las defensas bajas y no sabía cómo expresarse. Era, básicamente, ser puesto a prueba. – Además, con una vez que me lo hubieses dicho bastaría.

- Entonces, estás diciendo que si yo ya no dijera que te amo, ¿estarías más feliz?

- ¡Y-Yo no dije…!

- Responde.

- P-Pues…- El chico dudó un poco antes de contestar. Por supuesto que eso no lo haría feliz. En realidad, le agradaba que el mayor le repitiera esas palabras con tanta devoción y cariño, cómo diciéndole en secreto que jamás podría usarlas con nadie más. Por otro lado, no mentía cuando dijo que era vergonzoso el que se lo dijera tanto, le hacía sentir mal por no poder hacer lo mismo, o no hallar una forma en qué responderle; viéndolo de ese modo, si Usagi dejaba de decirle que lo amaba, él ya no tendría ninguna obligación por si quiera intentarlo. Así que decidió afianzarse de esa oportunidad y continuar: - Supongo. Mientras yo lo sepa está bien, ¿no? Y creo que tú ya te has esforzado bastante para dejármelo en claro.  

- De acuerdo. – Dijo Usagi enderezándose en la cama y sentándose de piernas cruzadas. – Hagamos un trato entonces.

- ¿Eh?

- Yo no volveré a decir que te amo si esta vez, tú me besas. – Sentenció él, colocando juguetonamente su dedo índice sobre los labios de su novio.

- ¡¿Eh?! – Igualmente, se enderezó de golpe al escuchar semejante propuesta. - ¿Estás loco? ¿Por qué tendría que hacer algo cómo eso?

- Tú lo dijiste. Así que ahora es tú decisión.

- ¿Cuál decisión? ¡No tengo nada qué decidir! ¡No pienso hacerlo!

- Misaki, te estás contradiciendo a ti mismo. Pero, entonces eso significa que te gusta el que te diga ‘te amo’. Eso me hace feliz.

- ¿De qué estás hablando? ¡No pongas palabras en mi boca!

- ¿No? Entonces, ¿qué es lo que dices tú?

 

El castaño cerró la boca, refunfuñando en silencio. No era tan tonto cómo para no entender que, escogiese la opción que escogiese, igual saldría perdiendo. Nadie podía asegurarle con completa certeza que, de cumplir lo acordado, el peliplateado respetaría su promesa de no repetirle esas dos palabras nunca, así que, pensándolo objetivamente, era preferible no ponerse en ridículo en vano. Aunque… Viéndolo de otra forma,  no era como si Misaki hubiese intentado alguna vez en su vida poner la iniciativa; parecía ridículo pero esa era la verdad, que aunque con toda la práctica que había adquirido a lo largo de esos años junto a su casero, aún sentía una enrome inseguridad y vergüenza por realizar una acción tan simple como un beso. La parte sabia de él, la realista, estaba consciente que había altas probabilidades de que el mayor se burlara de él si acaso llegaba a hacerlo mal, pero también, su parte más sentimental, la enamorada, sabía que no habría nada que pudiera hacer al otro más feliz.

 

Usagi había aprovechado sus instantes de cavilación para encender un nuevo cigarro, llevándoselo después a los labios. Dio una larga calada, y cuando Misaki vio que el humo se escapaba de sus pulmones, fue cuando se atrevió a hablar. – Lo haré.

El ojivioleta se giró a verlo, entre sorprendido e incrédulo, pero ocultándolo con una enrome sonrisa de satisfacción. - ¿Estás seguro?

- ¡Por supuesto! Ya no soy un niño, cosas cómo éstas no deberían ser difíciles para alguien de mi edad. – Declaró el joven, bastante confiado, aunque sin terminar de convencer al novelista. – ¡Pero tú también tendrás que cumplir con tu parte del trato, de lo contrario, esto no volverá a suceder! 

- ¿Hmm? ¿Insinúas que en un futuro podrías ser capaz de besarme sin que yo te lo pida?

- I-Interprétalo como quieras, lo que importa es que lo haré.

- Está bien entonces. – Se inclinó sobre la cama, abandonando el cigarrillo en el cenicero que se hallaba encima de la mesita de noche, y se acomodó mejor, irguiéndose frente al otro para darle mayor facilidad. Después le dedicó una corta mirada, y cómo adivinando de antemano sus pensamientos, cerró los ojos. – Adelante.

 

El de orbes esmeraldas tragó en seco.

 

Allí iba algo más para la lista de cosas que ni en un millón de años se hubiera imaginado hacer: besar al escritor por voluntad propia. Pero ahí estaba, y en ese momento, consideraba mucho más difícil la idea de dejar aquello a medias, ¿por qué? Ni si quiera él lo sabía; podía ser por orgullo, por querer demostrar autosuficiencia, para dejar de mostrarse como un niño, para que el otro lo viera a su mismo nivel. Porque sería patético echarse para atrás en ese momento, o porque… Quizá, solamente deseaba hacerlo, pues, en cierto modo, se creía capaz de hallarlo menos bochornoso, de poco a poco.

 

Se acuclilló sobre el colchón, y balanceó su cuerpo hacia adelante. Apoyó las manos, aferrándose con fuerza a las sábanas e inclinándose más para poder ver de frente a aquel hombre, que aún entonces, lo aguardaba con los ojos cerrados.

En ese momento, por el simple hecho de haberle tenido tanta paciencia desde que se conocieron, y también por, incluso ahora, privarse de la vista con el fin de no ponerlo más nervioso; el castaño volvió a pensar en lo gentil que podía ser Usagi cuando se lo proponía.

Empero, al mismo tiempo se dio cuenta de que, si había algo en el mundo que aún podía mantener dentro de aquella interminable lista, era la definición que tenía con respecto a él. Pues la verdad era que aún con todos los defectos de los que era poseedor el escritor, sus buenos atributos siempre terminaban brillando más, dentro de su alma: Una persona amable, atenta, inteligente, talentosa… Sensible, cuidadosa, detallista, honesta, leal. Romántica… Y cuando lo conocías bien, sumamente agradable. Todo eso sin mencionar lo muy apuesto que era, y la increíble habilidad que tenía para derretir el corazón de la gente con su carisma y sus palabras.

 

Maldita sea, realmente lo amaba demasiado.

 

Se dio cuenta de que esa posición no era muy estable si realmente quería hacerlo bien, así que posó sus pequeñas manos a los costados de aquel rostro, cerró los ojos, aislando cualquier atisbo de pensamiento, y de un último impulso, selló los labios ajenos con los suyos propios.

 

Para ambos, fue un beso perfecto. De esos donde no se necesitaba decir absolutamente nada para transmitir lo que ambos sentían. En ese beso se podía entrever perfectamente cada uno de sus deseos, era cómo una súplica silenciosa, dónde se pedían permanecer juntos de por vida, al mismo tiempo que confesaban lo mucho que les dolía cada vez que estaban lejos, el qué tan insoportable era esa ansiedad por tenerse el uno al otro sin que estuviese nadie más a su alrededor. Irónicamente, era como susurrarse, repetidas veces, esas dos palabras que a Misaki tanto le avergonzaba escuchar; diciéndolas con delicadeza, con todo el sentimiento del mundo, y sin turbar en aquel embriagante silencio.

 

Fue cuando Usagi retiró las delicadas manos que aún sostenían su rostro, que decidió que ya le había permitido a Misaki guiar el beso, por demasiado tiempo. Entrelazó ambas manos y las bajó hasta el nivel del colchón, antes de rodear con sus brazos la cintura del menor, y tumbar al  otro encima suyo, del lado contrario a la cabecera de la cama.

El sonrojo de Misaki se incrementó dos tonos al percibir cómo de repente se hallaba encima del novelista, sin dejar de besarlo. Se separó completamente avergonzado, más no se levantó, desvió la vista y se recostó sin decir nada más, sobre el firme pecho de su novio.

Usagi tampoco dijo nada, sólo siguió allí, mimándolo con besos suaves y caricias sutiles en su espalda y brazos. Después se entretuvo delineando cada pequeña parte en la estructura de su rostro, y pasaba sus dedos entre las hebras chocolate de su cabello; nunca le había quedado claro cómo era que un varón pudiera tener el cabello tan sedoso y perfecto cómo lo tenía su pequeño, eso para él era un misterio, pero sabía que, de preguntárselo, probablemente dejaría de hacer lo que fuera que estuviese haciendo hasta ese momento para mantenerlo así, y eso era algo que a él no le beneficiaría.

Misaki elevó una mano y comenzó a jugar con los dedos de la que tenía libre del mayor, aun siendo impropio de él, sentía que no podía mantenerse quieto, el corazón estaba a punto de perforarle el pecho en uno de los muchos sobresaltos que estaba teniendo, a cada segundo.

 

- Tus dedos son muy largos. – Dijo el chico entre haciendo un puchero y quejándose enserio. Ya se había dado cuenta de ese detalle desde hace mucho, pero por alguna razón, nunca creyó conveniente mencionar algo al respecto.

- Se dice que si un hombre tiene los dedos largos, cada parte de su anatomía es igual. – Dijo como si nada, sujetando mejor la mano del otro, y observándole durante un rato.- Tú por otro lado, tienes manos de niña.

- ¡¿Eh?! ¿Qué significa eso?

- Mhm… Supongo que eso tiene que ver con tu nombre.

- ¡Qué molesto! ¡Ya cállate! –

 

El silencio los envolvió durante unos segundos, que fueron suficientes para que los párpados del castaño comenzaran a pesar.

 

- Misaki…

- ¿Hn? – El menor se sobresaltó al escuchar su nombre con aquella grave voz. Elevó la vista, más no se movió.

- I love you. – Dijo sin más, el otro puso los ojos en blanco y volvió a acurrucarse.

- Baka-Usagi. – No tenía sentido discutir, desde un principio supo que aquel acuerdo iba a ser inútil. – Eso es trampa.

 

 

_________________________________________________________________________

 

 

Esa mañana se había levantado de un excelente humor. Era uno de esos escasos días en las que le daba por querer hacer todas y cada una de sus obligaciones con la mejor actitud y de la manera más perfecta posible.

Ahora se hallaba revisando el nuevo manuscrito, ése que a su mangaka le había tomado una eternidad por terminar, y ahora le tocaba a él verificar que no se hubiera sobre exigido, al sentirse presionada por romper el plazo límite.

No podía quejarse, seguía siendo un novato después de todo, y el llevar una sola mangaka en aquel departamento era algo así como una bendición, así que tenía que aprovechar y disfrutar ahora que no tenía motivo para colapsar de estrés o cansancio como el resto de sus compañeros.

 

Sintió vibrar su celular desde el bolsillo de su pantalón, y con cautela, decidió sacarlo al darse cuenta de que se trataba de un mensaje.

Constaba de una sola línea, y ponía así:

 

<< Saranghae >>

 

Se quedó contemplando la pantalla del aparato durante indefinidos segundos. En sí, no tenía caso responder a eso, después de todo sabía que lo que Usagi esperaba con ello era sacarlo de sus casillas, pero ya le había expresado bastante bien en casa, lo mucho que le fastidiaba el que siguiera con ese juego.

A los pocos segundos llegó otro mensaje:

 

<<Wo ay ni>>

 

¡Maldición! ¿Qué demonios pensaba al mandarle mensajes cómo esos en pleno horario de trabajo? ¿Y si los demás los veían? Definitivamente, ese tipo no tenía ninguna consideración por lo que le podría pasar a él.

Estaba debatiendo internamente sobre si apagar el celular aun cuando podían marcarle por asuntos de trabajo, cuando de nuevo sintió la vibración, esta vez encima de la mesa, había olvidado guardarse el celular inmediatamente después de que llegó el segundo.

 

<< je t’aime>>

 

¡Lo apagaría! ¡Apagaría esa maldita cosa aún si al encenderla de nuevo tenía 50 mensajes sin leer! Daba por hecho que en todo el día nadie más lo buscaría aparte de ese pervertido.

Ya tenía el dedo sobre la tecla cuando sintió un aliento por encima de su hombro. Se giró para verlo, y sus peores temores se confirmaron: un pelinegro de facciones infantiles le escrutaba con su oscuro mirar, sonriéndole con malicia.

 

- Misa-chan, ¿con quién estás mensajeándote?

 

 

 

Takahashi Misaki, 22 años de edad, actualmente se halla en una situación similar al bombardeo con fresas de hace unos años.

 

 

Notas finales:

Bien, minna-san, eso fue todo por ahora, enserio espero que les haya gustado ^^ 

Gracias por tomarse el tiempo de leerme, y ya saben, comentarios, sugerencias, críticas, amenazas de muerte... Ya saben dónde van. 

Bye bye~

 


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