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Midnight Sun por BellaBeauty

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Notas del fanfic:

Ninguno de los personajes me pertenece, ellos son parte de la boyband surcoreana B2ST/Beast. Yo solo he tomado su nombre y apariencia y modificado su personalidad y/o comportamiento para hacerlos coincidir con la historia.

Estoy emocionada y contenta de publicar esta historia, y espero que les guste tanto como a mí.

Casi no hay fanfics de Beast en español, es por eso que me he puesto a escribir, aunque mi imaginación se acaba muy rápido y tengo problemas con el seguimiento con las historias. Si a algún@ de ustedes tiene alguna idea o fanfic sobre Beast ¡por favor, publícalo!, estaría encantada de leer…

 

So~ Beast!! 

Notas del capitulo:

Emosionada por esto.

El 5 de enero fue el día de mi décimo octavo cumpleaños.

Ese día mi madre preparó una pequeña reunión con vecinos y algunos de mis viejos amigos de la infancia. Personas que con quien hacía mucho tiempo había dejado de hablar. No me quejé, no dije nada y me fingí contento. No quise herir los sentimientos de mi madre. Pero, honestamente, cumplía 18 y lo último que deseaba era estar en esa sosa fiesta, sentado en el centro de la mesa mientras todos me cantaban la engorrosa canción de feliz cumpleaños a ti.

Aunque en fondo, y bajo mi arrogancia superficial de adolecente, estaba conmovido. Agradecido de tener una mamá estupenda, de la perfecta vida que me ha dado y de ver todas esas caras felices por mí.

Poco antes del final, Gina, una de sus amigas, nos pidió tomarnos una foto,  «Será para el recuerdo» dijo. Incluso ahí no sospeché nada. Hizo a mi madre pararse a un lado de mí y nos tomó una foto. Después de eso vi que mi mamá lloraba. Lucía tristemente feliz…

Fue nuestra última foto juntos.

 

Suspiro y mi aliento empaña el vidrio de la ventanilla del tren. Cómo si no estuviera ya lo suficientemente opaco. ¿Por qué sigo recordando eso? Mi madre murió hace casi 6 meses. Y aun no hay aún momento en que deje de pensar en ella. No puedo evitar sentirme triste. Me muevo de nuevo el asiento tratando de encontrar el punto más cómodo, pero no existe. Me duele la espalda y tengo entumecidas las piernas.

Pero por más incómodo que el asiento sea y por más que trasero me duela, debido a las incontables horas de estar sentado, no quiero llegar.

Tanto el funeral como mi último semestre del instituto fueron cubiertos por la cuenta de ahorros que mi madre dejó para mí. Pero si quiero seguir viviendo e ir a la universidad tengo que trabajar. Algo que no me preocupara mucho de no ser porque me dirijo al lugar más recóndito del planeta.

Al noroeste de corea, rodeado por montañas y bosque, existe un pueblo llamado Beast. Allí vive mi padre. Un hombre al que solo he visto una vez hace tres años; y como todo pueblerino no conoce mucho de nada. Una palabra para describirlo sería: raro. Ver a ese tipo en Seúl fue como ver una mota de polvo sobre una superficie recién limpiada, sabes que no pertenece ahí, que está fuera de lugar. No entiendo cómo fue que mi mamá, tan linda y carismática, se fijó en él. Ni siquiera la regla de los opuestos se atraenpodría justificar tal unión.

Y ahora, se supone que tengo que vivir con ese hombre que no conozco hasta juntar el dinero suficiente para poder pagar la universidad, lo que me condena a vivir en Beast de forma más o menos permanente. Otro suspiro sale de mi boca y me doy cuenta de que debo empezar a respirar por la nariz. No importa cuánto aliento gaste, mi destino no va a cambiar. Estoy solo y no tengo nada. Por eso voy en este tren.

Veo que son las 12:15 p.m tras consultar la hora en mi celular. He estado viajando durante toda la mañana. Tras el opaco cristal de la ventanilla solo hay plantaciones de arroz, simétricas e interminables, pero es más entretenido que ver el vagón donde no hay nadie; las filas de asientos vacías dan un aspecto desolador. Es lógico, nadie bajo circunstancias normales optaría por viajar a ese pueblo.

No es hasta después de las 2 de tarde que el tren se detiene en la estación. Me cuesta aceptar que al salir del tren mi sentencia dará inicio. Motivo: prácticamente huérfano desahuciado. Tiempo: indefinido.

La tristeza empieza a mojarme por dentro, fría e incontenible. Pero he estado triste por tanto tiempo que apenas noto la diferencia.

No quiero darle la cara a mi nueva vida, pero si paso más tiempo aquí sentado más tiempo me tomara reunir lo necesario para salir de aquí. Entre más tiempo tarde en empezar, más tardare en terminar. Mentalmente, me pongo de soundtrack la canción I don’t love you de MCR y tomo mi mochila.

Al salir al exterior el aire es húmedo y muy fresco, casi hace frio, ¿en junio? En cuando pongo los pies fuera del vagón parece que hubiera viajado unos 100 años al pasado. La vieja estación de dos pisos es de ladrillos rojos con un tejaban de lámina de acero y el suelo es una cubierta de piedras. Seúl parece estar a un mundo de aquí. Y me sorprende que, en teoría, me guste. A lo largo de mis 18 años y medio nunca había estado fuera del entorno de los vertiginosos edificios, el sonido del tráfico y el  aire contaminado.

Doy una vuelta en redondo. Aparte de la estación, solo hay montañas y pinos de ambos lados de las vías. Un ayudante de la estación me ayuda a bajar el resto de mis maletas, que debo admitir son muchas a pesar de que dejé un montón de cosas en Seúl. Ponen mi equipaje a la banca más cercana y lo dejan ahí. No tengo ganas de sentarme, lo he estado por horas. Entrelazo las manos y estiro los brazos sobre mi cabeza. El cielo está nublado, como si fuera a llover en cualquier momento.

Veo a mi padre que entra a buscarme. Sé que es él, nunca podría olvidar esa extraña expresión en su rostro como si estuviera sorprendido, eso, y que es el único que a llagado a la estación. Me acerco a él y lo saludo.

–Hola… papá –me fuerzo a llamarlo así–, soy Yoseob.

Le digo mi nombre porque no estoy seguro de que lo recuerde.

Él parece un poco confundido, casi perturbado, tal vez no esperaba que lo llamara “papá” tan pronto, o en absoluto.

–Hola –dice con voz torpe, luciendo bastante incómodo–. Creciste…–comenta al cabo de un rato de silencio.

Sonrío, aunque sin gracia.

–Sí, crecí mucho durante el año pasado. –Es mentira. Apenas había cambiado en los últimos años. Todavía seguía bajito y sin esperanza.

Él asiente un par de veces. Y de nuevo un poco de silencio.

– ¿Quieres irte ya…? –pregunta un momento después.

–Sí.

Ya qué.

Tomo mis cosas, bueno todas las que puedo llevar, mi padre levanta la mayoría, y salimos. Al otro lado de la estación no hay nada. No hay casas, no hay autos, nada. Solo un camino de terracería bordeado de matorrales.

–El taxi no debe tardar en llegar –me avisa mi padre cuando bajamos por los escalones de ladrillo.

¡Un taxi! No creí que pudiera llegar a ver uno tan lejos de la civilización.

No debe tardar, dijo, pero no fue así. Media hora de estar sentado sobre una maleta hasta que el dichoso taxi aparece. Que de taxi no tiene más que la palabra escrita. Es un auto semi oxidado lo que aparece frente a nosotros. Debió ser rojo en algún momento, pero de eso solo le quedan algunas manchas sobre el acero desconchado. El taxista se ofrece a cargar mis maletas pero mi padre igual le ayuda. Yo solo me dedico a cargar mi mochila y a subirme dentro del auto. No está tan mal, pero la atmosfera caliente me molesta y huele a sudor y humedad. Para abrir la ventanilla le tengo que darle vueltas a una palanca, está dura y produce un desagradable chirrido, así que dejo el vidrio a medio bajar.

Volteó atrás y miro la estación, probablemente no la volveré a ver hasta el día que me vaya. Siento que la extraño justo en el momento en que los árboles la cubren al dar vuelta en una curva. Pasará mucho tiempo antes de que la vuelva a ver.

– ¿Tu hijo? –pregunta el taxista a mi padre a forma de conversación, distrayéndome de mis pensamientos–. Parece una niña.

¡¿Qué dijo?!

– ¡Disculpe! –exclamo molesto,  sin dar crédito a lo que escucho.

El taxista me ve por el torcido retrovisor, como si se acabara de enterar que estoy aquí y que, en efecto, puedo oír lo que dice.

– ¿Cuántos años tienes, chiquillo?

–18, señor. Y mi nombre es Yoseob… no chiquillo.

El hombre se ríe. Y estoy a punto de preguntarle qué es tan gracioso, pero su cara se ensombrece de repente y mantiene la mirada fija en mí a través de la poca claridad del espejo.

–No debiste venir a este lugar –me dice.

¿Qué es esto? ¿Una amenaza? ¿Una advertencia? ¿O un simple y cruel recordatorio de mi infortunado destino?

Quiero contestarle algo, ponerlo en su lugar, pero la seriedad en su voz me hace dudar y lo que más me desconcierta es que parece sincero. A un lado mí, mi padre parece un poco culpable.

El camino se vuelve muy silencioso después de eso, ya que no dije nada.

Pasa por lo menos media hora hasta que puedo ver los techos de las casas, bien a lo lejos. Y de pronto llegamos a la entrada del pueblo. Un arco de material se alza mientras nos acercamos. Supongo que la inscripción en la estructura debe ser “Bienvenidos a Beast” o algo así, pero está tan llena de ramas secas y enredaderas que no se alcanza a leer nada. Igual que la estación, el pueblo parece sacado de un libro de literatura clásica. Miro por la ventanilla a medio bajar e intento memorizar el camino y alguna otra cosa que me pueda servir… pero no hay nada. Después de adentrarnos por la calle principal solo pude ver casas orientadas a la calle cada cincuenta metros. En el pueblo no hay nada. Nada de establecimientos comerciales, ni siquiera una pequeña tienda.

Intento no sentirme desesperanzado pero es difícil, en este lugar donde parece que hasta el sol se ha negado a llegar. Me recargo hasta atrás en el asiento, no puedo seguir mirando.

Pro pasan solo unos minutos hasta que el taxi da vuelta en una esquina y se detiene.

Se acabó.

Estoy aquí.

Suspiro hasta que mis pulmones se sienten marchitos por la falta de oxígeno. El pánico se presenta cuando empiezan a abrir las puertas del auto destartalado.

Quiero dar media vuelta y huir. Quiero volver a mi casa.

Veo cómo sacan mis cosas. Maleta tras maleta. ¿Por qué tocan mis cosas? No quiero que lo hagan.

–Yoseob –me llama mi padre desde afuera del auto.

Sé lo que quiere, pero no voy a bajarme. No quiero. No puedo…

Entre más tiempo tarde en empezar, más tardare en terminar. Entre más tiempo tarde en empezar, más tardare en terminar. Me repito mentalmente a forma de mantra.

– ¿Quieres que te baje cargando, o algo así?

Del otro lado de la ventanilla a medio bajar está el taxista. Su pregunta me molesta lo suficiente para hacerme reaccionar.

–Puedo hacerlo yo mismo –susurro. Probablemente ni siquiera me oyó.

Abro la puerta y salgo del taxi.

–Buena suerte –me dice, se sube al taxi y se va.

Atrás aparece la casa.

Es una casa muy simple, y muy parecida a las del resto del pueblo. Es de un blanco que parece gris y las ventanas de madera, la puerta está en medio y tiene dos grandes ventanas a los lados, por el segundo piso en el centro hay una ventana más pequeña.

Mi padre me observa desde el jardín.

–Hortensias… ¡Hortensias azules! –exclamo–, son las favoritas de mamá.

Otra vez, hablo de ella en presente. Mi mente sigue rehusándose a dejarla ir.

–Sí, lo sé –murmura.

Clava la vista en las flores, parece un poco avergonzado… Un momento. ¿Las flores podrían ser por ella? Bien podría ser una coincidencia pero  ¿azules? Han pasado casi dos décadas desde que ella se fue de aquí y él aún no lo supera. Siento un poco de pena, tanto por mi padre cómo por mí, probablemente, pronto estaré plantando hortensias azules con él.

Dentro de la casa no hay nada interesante. Hay mucho espacio libre entre los viejos muebles. Cada cosa parece que lleva medio siglo aquí, desgastados por el tiempo y el uso.

–Ya puse tus cosas en tu cuarto –dice mi padre.

–Gracias…

–Debes estar cansado –dice con la entonación de una pregunta–. ¿Quieres beber algo?

–Solo agua.

Va a la cocina y lo acompaño, ahí me tiende un vaso de plástico azul. Le voy un trago pero noto que el agua tiene un sabor extraño, como tierra y oxido. Finjo beber porque no puedo terminármela, cuando se da la vuelta tiro el agua por el fregadero y dejo el vaso a un lado.

–Tu cuarto está arriba… –comenta indeciso–. Yo voy a estar por aquí.

Veo que voltea de un lado a otro, como si buscara algo dentro de la sala.

Estoy cansado por el viaje, pero no puedo gastar ni un día, además aunque lo intente sé que no seré capaz de dormir.

–Escucha, papá –le digo, él se esfuerza por fijar la vista en mí–. Voy a salir, de verdad necesito encontrar un lugar donde pueda trabajar. Crees que puedas decirme algún lugar a donde ir.

–Trabajar… –medita, en su rostro se forma una mueca–. Mira, por qué no te quedas a descansar… te acostumbras a estar aquí. Este lugar no es como Seúl…

Si lo sabré yo.

–No –digo bien firme–. Si no vas decirme lo haré yo mismo. V voy a caminar por todo el pueblo si es necesario. No puedo quedarme aquí.

Me mira pero no se atreve a responderme. Quizá fui un poco grosero, pero tengo que salir de este lugar pronto y él no me lo va a impedir.

–Voy a subir por unas cosas –le aviso, en un tono más suave– Luego voy a salir.

Él solo asiente con la cabeza, no dice nada.

Voy a las escaleras, la vieja madera hace un rechinadero mientras subo. Arriba solo hay dos puertas, una es del baño y la otra es de mi nueva habitación. Mi equipaje está aquí. La habitación es pequeña y cuadrada; parece que ha sido limpiada recientemente pero conserva el olor a polvo y guardado, como si no hubiera sido usada en años. A excepción del piso y los tres muebles que hay, todo es blanco: la ropa de cama, las cortinas, las paredes y el techo.

Recorro las cortinas y abro la ventana para que entre el viento y así se lleve el olor a guardado y polilla. Veo que da una bonita vista del jardín de hortensias y la calle.

Cuando bajo a la sala mi padre sigue ahí. Alza la cabeza cuando me ve.

–Volveré en un rato –le digo–. No sé cuánto tiempo me vaya a tomar. Nos vemos.

No me contesta. Tal vez sí esté enojado conmigo.

Y salgo. De nuevo la calle está llena de viento.

Media hora después me voy cuenta de que tal vez debí aceptar el consejo de mi padre, y más que descansar puede haber ideado un plan o por lo menos puede haberme vestido más formal. No creo que mi camiseta de Finn con la leyenda the last human in the world sea lo más adecuado para ir a buscar empleo. Pero, con lo que he visto hasta ahora del pueblito, no creo que mis probabilidades aumenten mucho aunque use el traje que lleve para el funeral, que es el traje más elegante que tengo.

Camino mirando en todas direcciones, pero cuanto más miro más me deprimo. ¿Cómo fue que terminé en este lugar olvidado de Dios y del mundo? Incluso las personas de aquí lo saben. Apenas llevo un par de horas aquí y siento que me ha abandonado toda esperanza, qué les puedo pedir a ellos que han tenido que pasar aquí toda su vida.

De pronto una pequeña niña aparece frente a mí. Su mirada llena de curiosidad me dice que no debe estar acostumbrada a ver extraños.

–Hola –digo con una sonrisa.

En cuanto la saludo sale corriendo. Llega hasta el lado de una señora joven que intuyo es la madre.

–Adiós…

La mamá me lanza una mirada desde lejos, esa misma que recibí de los demás cada vez que pasaba cerca de alguno de ellos. Quizá mi cabello rubio strawberry sea demasiado extravagante para los pueblerinos de aquí, pero es que acaso no pueden simplemente ignorarme. Sus miradas me incomodan.

Definitivamente no son amables. Me voy la vuelta, no quiero pasar cerca de la mamá de la niña. Pero cuando quiero alejarme alguien aparece a mi lado.

–No los culpes –dice con una voz muy suave.

Lo veo. Sus ojos destellan un interesante brillo al encontrarse con los míos. Es un muchacho alto, de mi edad a lo mejor y lleva desordenado el cabello castaño, es… guapo.

–Es natural que las personas de aquí prefieran alejarse de los extraños, especialmente de alguien tan sospechoso como tú. –Su tono es amistoso, la comisura de sus labios se curvan en una sonrisa al hablar.

– ¿Sospechoso? Sin ofender, pero son ellos los que lucen tan raros, no yo.

Por supuesto no lo pude incluir entre ellos, porque él definitivamente no encaja con este lugar tampoco. Él luce como un idol de una exitosa boyband de Kpop, no un pueblerino.

–Para ti –responde–. En este lugar no se acostumbran ver caras nuevas.

– ¿Por qué?

–Los extraños no son muy bien recibidos. Tú hueles diferente, al frenético caos de la ciudad.

–Ah ¿sí?

Me sonríe, mostrándome los dientes, blancos y perfectos.

–No te preocupes… –dice, aun con esa sonrisa encantadora–. Eso me gusta.

–Gracias… –respondo incomodo, avergonzado, alagado.

–Soy Son Dongwoon, por cierto.

Me tiende una mano. Lo saludo al momento que le digo mi nombre. Su mano está algo fría, supongo que las mías también deben estarlo.

–Tengo mucha curiosidad, ¿sabes? –comenta de repente– ¿Cómo es que alguien con tú terminó en un lugar como este?

Conoce la frase. Pero no tengo ganas de hablar de mi vida con un extraño.

–No lo sé –respondo con un suspiro–. Mala suerte, quizá.

–Muy mala suerte, diría yo.

No tienes ni idea.

– ¿Y tú? –pregunto para desviar la atención de mí–. No pareces ser uno más de… ellos –digo lanzando una mirada hacia donde estaban la niña de antes y su madre.

–Sí, no lo soy –dice enfatizando–. Digamos que fue lo mismo, malas decisiones o mala suerte, no lo sé, pero ahora estoy aquí y estoy bien, me siento mejor que nunca. ¿Y a donde te dirigías? Perdón que pregunte tanto, pero siento una cierta fascinación por ti.

Trato de ignorar lo último que dijo.

–No iba a ningún lado en específico. Estaba buscando algún lugar donde pueda solicitar trabajo.

– ¿Trabajo? ¿No acabas de llegar?

–Sí… y sí.

–Será difícil que le den trabajo a alguien tan joven como tú, y más porque eres tú. Pero… creo que conozco un lugar donde eso no importaría. Puedo llevarte ahí si quieres.

– ¿De verdad? Gracias, eres muy amable… Pero no es necesario, puedo ir yo solo. Solo dime a donde tengo que ir

–Nada de eso. No te dejaré solo. Además, el lugar que digo es donde yo trabajo.  Y se supone que tenía que estar ahí hace como media hora…

– ¿Entonces…? ¿Seremos compañeros? –pregunto.

– ¿No es grandioso?

–Sí… Es uno de esos jefes fáciles o ¿por qué vas tan tarde?

–Para nada –contesta de inmediato–. Yoon Dujun va gritarme por una hora más o menos en cuanto llegue. Es muy estricto, pero también es muy bueno. Siempre dice que va a matarme, pero mira, sigo aquí.

Me rio. Y comenzamos a caminar a través de las agostas calles.

Llegamos hasta lo que parece ser la orilla del pueblo después de unos veinte minutos de camino. A los pies del bosque hay una cafetería. Midnight Sun dice arriba en la marquesina.

–Es aquí –anuncia Dongwoon.

Contemplo asombrado el paisaje.

–Es muy bonito…

Realmente lo es. Estoy sorprendido. Nunca me hubiera imaginado que fuera posible la existencia de algo tan perfecto en este pueblito de mierda. Hay un árbol de flores rosas a un lado de la entrada, es hermoso. Subimos los escalones de la entrada hasta la terraza de enfrente, donde hay varias mesas, y entramos por la puerta doble. El lugar está lleno de gente. El aroma a pastelillos y café me llena la nariz y me recuerda que no he comido nada desde la mañana. Siento el estómago revuelto.

–Ven te llevaré con el jefe. –Me toma de la mano, tan casual que parece acostumbrado–. Seguro que puede darte un puesto de mesero o algo.

–Pero, ¿ya?

¿No debería llenar un currículum primero?

Dongwoon me hace subir por unas escaleras que están al fondo. El chico de la barra nos lanza miradas expectantes, o esa impresión me da. Él toca en la primera puerta del segundo piso.

–Señor Yoon, tengo algo aquí para usted –grita.

¿Me acaba de llamar “algo”?

Abre la puerta y sonríe hacia adentro. Yo me quedo un paso atrás para permanecer oculto entre la pared.

–No creas que no habláremos de esto, Dongwoon –responde el que debe ser el señor Yoon con tono serio.

Obviamente Dongwoon está en problemas. Y en este momento reafirmo que hubiera sido mejor venir por mí mismo.

–Mejor voy a trabajar –dice Dongwoon–. Suerte –me susurra.

Y se va.

Me quedo parado viéndolo bajar por las escaleras, dejándome solo a un lado de la puerta. Esto es demasiado rápido. Y no creo que la intervención de Dongwoon dé una buena impresión de mí.

Tomo aire y entro en la habitación.

–Buenas tardes. ¿Señor Yoon? –me sale una terrible voz aguda. Estoy nervioso.

–Pasa.

Lo hago.

Al fondo de la habitación, detrás de un gran escritorio de madera el señor Yoon está ocupado escribiendo en unos papeles. ¡Qué joven es! No mucho mayor que yo. Va todo de negro, desde el traje hasta el cabello. Debí vestirme mejor.

Me paso el cabello detrás de la oreja para darme otro aspecto.

–Siéntate –me ordena sin mirarme.

Lo obedezco. Camino torpemente hasta sentarme en la silla frente a su escritorio. Él está en frente de mí aún sin mirarme, solo lee esos papeles. Me siento derecho para verme más alto, pero no ayuda mucho. Ahora que estoy frente a él veo lo guapo que es… es muy guapo, de hecho. Tiene los pómulos marcados y la nariz recta, y no logro identificar en qué pero algo en su rostro me recuerda a Dongwoon, pero donde Dongwoon es todo sonrisas el señor Yoon posee una pulcra seriedad.

– ¿Cuál es tu nombre? –pregunta.

Parpadeo al escuchar su voz. Tal vez no debería míralo tan detenidamente, podría darse cuenta. Pero hay algo oculto en sus facciones que me tiene enganchado.

–Yang Yoseob –respondo después de recordar mi nombre, otra vez con voz aguda y apresurada.

–Dime, Yang Yoseob –pronuncia mi nombre de una manera excepcionalmente interesante–. ¿Qué es exactamente lo que haces aquí?

Alza la vista de los papeles, y me mira por primera vez. Sus ojos también son negros.

En cuando nuestras miradas se cruzan noto que hay algo diferente en él. Algo en la infinita oscuridad de sus ojos que me hace sentir débil con su mirada, como si él me pudiera leer el pensamiento y ver a través de mí… Su mirada llega a ser tan penetrante que hasta me siento desnudo, como si no pudiese esconder nada ante esos ojos negros. Me hipnotiza, y me hace decirle la verdad. Todo.

–Mi madre murió en enero. Acabo de terminar el instituto. No tengo dinero ni donde quedarme por eso vine aquí, con mi padre, un hombre que no conozco. Necesito trabajar para poder salir de este lugar lo más pronto posible e ir a la universidad. Y continuar con mi vida –digo lento y sin titubeos.

El señor Yoon sonríe complacido.

¿Qué acabo de decir? No tenía planeado revelarle mi vida a un completo extraño.

–Dongwoon me dijo que podría darme un puesto de mesero. Por eso estoy aquí –trato de corregirme. Pero estoy confundido y avergonzado.

–No necesitamos otro mesero. Lo siento, Yang Yoseob.

Otra vez, esa mirada junto con la manera exquisita de pronunciar mi nombre me distrae, hace que un agradable escalofrío me recorra el cuerpo. Y apenas me doy cuenta de que me está rechazando. Me está negando la única oportunidad de tengo de salir de aquí.

Una ráfaga de pánico me llega de repente.

–Si no necesita a un mesero puedo hacer otra cosa, por favor… Hare cualquier cosa, lo que sea –le ruego.

Una sonrisa aparece en su rostro, es una sonrisa socarrona que hace que me inquiete.

– ¿Lo que sea…? –pregunta con picardía.

De todas las cosas que puedo hacer, me sonrojo. Repentinamente la habitación se pone caliente e incómoda. ¿Qué me está pidiendo? Bueno, no idiota. Sé lo que me está pidiendo. Pero no soy esa clase de persona y no estoy tan desesperado. No lo estoy, me repito a mí mismo para dejármelo bien claro.

–No esa clase de cosas –trato de sonar firme, sin mucho éxito.

Agacho la cabeza porque sé que mi cara está muy roja.

–Lo has dicho tú, no yo. –La sonrisa sigue intacta–. Pero si crees poder aceptar cualquier cosa podrías ser mi asistente.

Lo miro, aun dudando.

– ¿Su asistente? –Asiente con la cabeza una vez–. Eso no implica nada pervertido, ¿verdad?

Quiero dejar las cosas en claro antes de decidir nada, pero en cuanto lo digo me arrepiento. Él me hace decir esta clase de disparates y me molesta.

–No… –Su sonrisa me hace sudar. Se está burlando de mí–. A menos que tú quieras.

Es aquí donde debería negarme. Para cualquiera que responde esa clase de cosas, a un pervertido como él, la respuesta debía ser no. ¿Qué tan estúpido puede ser aceptar trabajar en un lugar de dudosa moral con un feje él? Mucho, por supuesto.

–Está bien –acepto.

Sí, soy estúpido. Pero bajo mis circunstancias no puedo negar la posiblemente única oportunidad que tengo… No, es una excusa. Acepto porque quiero. Porque hay algo en el enigmático señor Yoon que me intriga lo suficiente para quedarme a averiguarlo.

–Empiezas mañana al medio día.

Esta hecho.

Le toma unos minutos explicarme el horario y la paga, las dos cosas están decentes, no me quejo. Me levanto y camino hasta puerta.

–12 en punto, Yang Yoseob.

Abajo en la cafetería, veo a Dongwoon hablar con el chico en la barra. Se ve muy bajito a su lado. En cuanto bajo las escaleras los dos voltean a verme. Noto un muy bien controlado ápice de sorpresa en sus rostros.

–Hola, compañero –le digo a Dongwoon mientras me acerco a ellos.

Probablemente debí decir compañeros. Le sonrío al otro chico porque me siento grosero por excluirlo. Él me devuelve la sonrisa.

–Hola compañero –dice Dongwoon un segundo tarde. –Ah, él es Lee Kikwang, justo le estaba hablando de ti.

Lo saludo.

–Será muy interesante tenerte aquí, Yoseob –me contesta con la misma sonrisa.

 

De camino a casa parece estar a punto de oscurecer, aunque no son ni las 5 de la tarde, y me parece que hace frío. Atribuyo todo a las nubes de lluvia. Me froto los brazos porque él viento está muy helado.

Mientras me concentro por recordar el camino a casa, noto lo vacía que está la calle. No puedo dejar de recordar las expectantes miraras que recibí en la tarde. Ahora no hay nadie. Tanto calles como patios están desiertos. Seguramente en Beast las personas se van a la cama en cuanto desaparece el sol, ya que no hay nada que hacer. Pero sin luz ni gente, el camino se ve un poco aterrador. Miro atrás y alrededor y veo lo desolado del pueblo. Las casas de puertas y ventanas cerradas. Y por alguna razón siento que alguien me observa. Un escalofrío me recorre el cuerpo, a causa de un frio que cada vez está más lejos del clima.

No me siento a salvo hasta que llego a casa y estoy en frete del jardín de hortensias azules. Me paro sobre el escalón de la entrada y toco la puerta. Mi papá tarda unos minutos en abrirme.

–Oh, ya volviste –dice.

–Sí.

Entro a la casa y no puedo evitar volver a pasear la vista por todos lados como si nunca hubiera estado aquí. Es tan extraño. Pero me siento feliz de no estar allá afuera.

–Te dije que este lugar no era como la ciudad, aquí las cosas son más calmadas. Lo siento, hijo.

Al igual que yo, veo que se fuerza en mencionar nuestra consanguinidad. Me da unas torpes palmadas en el hombro e intenta poner una sonrisa.

–No te disculpes, conseguí lo que quería. Empiezo mañana a mediodía.

La sorpresa invade su rostro.

– ¿Dónde? –pregunta, más asombrado que curioso.

–Es una cafetería.

No le menciono el nombre porque no quiero que se entere que voy a trabajar para Yoon Dujun, por si lo conoce. Pero, ¿cuántas cafeterías podría haber en Beast de todos modos? Seguro sabe cuál es el lugar.

– ¿Qué cafetería? –pregunta, aunque su cara de escándalo me confirma que sabe bien la respuesta.

–Se llama… Midnight Sun.

– ¡No puedes ir ahí, Yoseob! –me grita– ¿Acoso entraste? Esos chicos… Tú no puedes… –Se atropella con las palabras y termina sin decir nada.

Entiendo lo suficiente. ¿Cómo le digo esto?

–Escucha, lo siento pero voy a ir ahí mañana y no puedes evitarlo. Sé que estoy siendo grosero pero me gustaría que me entendieras. No puedo quedarme aquí, este no es mi lugar. En cuanto tenga el dinero suficiente me iré de aquí y no volveré a molestarte jamás.

Mi padre me mira consternado. Me siento mal por hablarle así pero qué puedo hacer.

–Solo te pido que me dejes tomar mis decisiones –continuo–, sé que eres mi padre pero tengo 18, puedo cuidarme solo.

Asiente pero parece que estuviera a punto de llorar. Solo empeoro y empeoro las cosas.

–Lo intenté… –susurra.

Se levanta y se aleja de mí haciéndome sentir la por persona del mundo.

Subo a mi cuarto y cierro la puerta para dejar atrás todo. Quiero estar solo y descansar. Saco de mi mochila mi foto favorita y la pongo en la mesita de noche. Tomo también una manta de entre mis cosas y, aunque es temprano, me voy a la cama con la esperanza de que mañana llegue pronto. Será mi primer día de trabajo en la cafetería, con Yoon DuJun, y francamente no sé qué esperar. La reacción de mi papá me da algunas ideas no tan alentadoras, pero decido ignorarlo. Juzgaré por mí mismo.

 

Notas finales:

Gracias por leer!!


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