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El país de las maravillas por -Raiden-

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Notas del capitulo:

 

 

"Abandona esa esperanza... Una nueva ley rige el país de las maravillas..."

 

 

Capítulo 3 El archipiélago de Sabaody…

 

El moreno de cabello oscuro con esa pequeña cicatriz debajo de su ojo izquierdo ya estaba en la azotea de la casa de aquella que decía llamarse su “amiga” y enfermera del psiquiátrico donde había estado tiempo atrás.

Se encontraba contemplando maravillado aquel pequeño jardín de dulces mandarinas, y las enredaderas con coloridas flores, aun no podía llamarse un invernadero pues todas estaban en pequeñas masetas casi limitando su crecimiento, a excepción de unos cuantos arbolillos.

Esos ojos oscuros veían con un extraño destello las pocas frutas maduras que colgaban de un árbol más grande. Se veían bastante apetitosas, de unos colores naranjas fuertes, brillantes y jugosas.

Mientras Luffy contemplaba esas delicias, ahora con su saliva escurriendo ligeramente por la comisura de sus delgados labios…

Nami… la enfermera, su “amiga” hablaba con un hombre desde la puerta de madera que daba a la azotea donde observaban al moreno tomar una de las frutas y saborearla con gusto.

 

-Esta confundido aún… no me extraña. – dijo el hombre que estaba con la chica de cabello naranja, escondido entre las sombras.

 

-Recuerdo su piel chamuscada como una castaña justo delante de sus ojos… Ya sabes diez años en el psiquiátrico Impel Down acaban con el tiempo de cualquiera. - comento Nami como si lo recordara perfectamente, pues la chica apenas había entrado a trabajar en ese lugar cuando conoció al menor.

 

-El doctor Akainu-ya no lo mejorará… - una sonrisa se dibujo en la cara de aquel hombre.

 

-Le saca aún preguntas. Sobre el incendio, su recuerdo… Merezco un respeto ¿No crees? - la chica quería sacar ventaja de la información que le proporcionaba a ese sujeto.

El hombre la miro con desprecio… El dinero era la debilidad de esa mujer, le gustaba el sonido de las monedas al caer al suelo, el olor de los billetes manchados, pero sobre todo estaba ese hábito vicioso de tomar alcohol como si no hubiera un mañana.

 

Era despreciable.

 

-¿Quién le busco ropa nueva? ¿Quién lo acogió en el orfanato de Grand Line? – reclamaba la pelinaranja con molestia. - ¡¿Dónde estaría sin mi?! - alzaba más la voz pero sin llegar a gritar realmente.

 

-Seguramente en la calle… Vendiendo su trasero. – el hombre reconoció que al menos, esa chica había hecho algo bueno en llevarlo a ese lugar.

La sonrisa de victoria en la cara de Nami apareció con malicia, como la horrenda bruja mentirosa que era.

 

-¿Te gustan las mandarinas? – ahora pregunto la chica con cierto tono confidencial.

 

El hombre negó con la cabeza.

 

Luffy que seguía comiendo ya varias frutas dejaba las cascaras y semillas regadas por todo el suelo de cemento. Esas frutas sabían mejor de lo esperaba, incluso unas cuantas palomas bajaron de los grisáceos cielos para probarlas; el dulce olor de estas las había atraído.

Fascinado por ver aquellas aves, el moreno desprendía los gajos de las mandarinas con delicadeza y los arrogaba a las palomas. Eran unas malditas aves carroñeras, pelándose por los grandes trozos de ese mangar naranjado.

 

-Valen uno o dos berrys. Pero lo que sé… es mucho más valioso que eso. -  confirmo la maldita chica moviendo los dedos de sus manos con el claro signo de soborno.

 

Realmente despreciable.

 

-Has guardado su secreto. ¿Verdad? – ahora el molesto era aquel misterioso hombre. El mismo le dijo que nunca hablara del tema con nadie, pero incluso el silencio tenía su precio.

 

-Le he oído decir: “Todos muertos por mi culpa, no he podido salvarlos” – la última frase la dijo con burla, usando el tono de desespero pero con una voz de retrasada fingiendo ser Luffy.

El hombre ya no podía estar en presencia de esa mujer sin querer agarrarla a golpes, su fastidiosa voz, su maldita avaricia y sobre todo… como se aprovechaba de la “amistad” que tenía con el menor. Estaba dispuesto a irse, tomando su galante abrigo negro cuando…

 

-Le he dicho que mi silencio está en venta y es… “barato” – otra vez empezaba hacer esa seña y esperaba que su visitante sacara su billetera para pagar por sus servicios.

Ahora si… ese hombre no le cavia la menor duda. Esa mujer era el diablo en persona, vendería su alma si pudiera a cambio de algunos míseros billetes. Y con enojo, hizo lo que la mujer de cabello naranja quería… saco un gran fajo de berrys, casi dándole todos sus dineros.

 

Maldita bruja…

 

-Soy buena gente de verdad. – aseguro la chica al tomar los billetes con demasiada ansiedad para después guardarlos dentro de sus ropas intimas, junto a sus enormes pechos. – ¡No como su niñera esa zorra arrogante, o ese abogado Crocodile que tomo su estúpido reno! - el enojo ya estaba de nuevo en la voz de la chica que subía dos decimas pero sin llamar la atención del menor que ahora jugaba con las palomas, cazándolas.

El “invitado” de la pelinaranja ya solo contemplaba la inocencia y dulzura del menor, le hacía sentir extraño pero de algún modo le gustaba.

 

-“Necesito más dinero”, le advertí a Crocodile que se lo diría a los polis si no hacía una “donación” para mi… mantenimiento. -  de verdad que la avaricia de esa mujer no tenia limites, incluso estaba extorsionando al abogado de la familia del menor.

El hombre ya tenía la paciencia en sus límites, incluso se retiro de la pared donde estaba recargado para poner una mueca de molestia con ira destellando por sus ojos. Nami entendió esa mirada de inmediato y supo cómo manejar el problema a su conveniencia como siempre.

 

-Grita y se le va la cabeza… - dijo con una sonrisa, era obvio que hablaba de Luffy. – y al decir eso… su visitante se calmo, tenía que liberar su ira de otra manera.

Miro a la chica de cabello naranja con una mirada amedrentadora y camino para salir de ahí.

 

-Hay días que no puede recordar su nombre según he oído… - susurro Nami con un claro tono de arrogancia.

Esa frase no era para el hombre que ya había abandonado la sala, ni para el moreno afuera, ni para ella. Era para la otra persona que estaba detrás de una puerta, donde debía ser el cuarto de la chica.

 

-Ja. ¿Ya podemos empezar? – sonaba con ansiedad aquella nueva voz con un ligero tono ronco.

 

-Paciencia Shanks… Las mandarinas tienen que hacer su efecto. – dijo la pelinaranja para salir a la azotea donde el menor ya empezaba a sentir los efectos.

Esa malnacida había vendido mucho antes al moreno “amigo” suyo a ese pelirrojo y su “visitante”, ese hombre que le había pagado, era el protector de Luffy desde las sombras. Pero siempre podían corromperla con el precio justo, como ahora había hecho ese caballero de cabello color fuego.

Y su propósito era simple, quería disfrutar del cuerpo del menor.

Luffy, que había estado afuera todo el tiempo, escuchaba unos susurros venir desde la puerta de madera donde solo había visto a Nami, pero solo a ella. Había reconocido una tenue voz pero… no podía decirlo con seguridad.

Empezaba a marearse un poco, pensó que era por estar saltando de aquí para allá, al tratar de alcanzar a las palomas, pero estas tampoco daban mucha batalla, parecían cansadas y solo revoloteaban pero sin volar muy lejos del menor.

Nami ya se había acercado a él. Sacaba de la bolsa de su delantal que traía en su vestido color azul marino desgatado, una hogaza de pan duro. Seguía su camino hacia sus dulces y ahora envenenadas mandarinas para deshacer el pan en migajas. Alimentaria a las pobres palomas.

 

-Nami no me siento bien… ¿Me devolverás al psiquiátrico? – pregunto preocupado el menor para agarrarse la cabeza con una mano. Algo no andaba bien.

 

-No te aseguro que no Luffy, tengo tanta sed que se puede cortar con un cuchillo… - declaro ya pelinaranja para darles las migajas ahora a las palomas que estaban tiradas en el suelo.

 

Habían muerto… o más bien las había envenenado.

 

Luffy ya no soportaba el dolor de cabeza y fruncía el ceño viendo la delgada figura de su “amiga” casi borrosa…

 

-Necesito un trago… Tengo el gaznate seco… - la voz de Nami ya estaba distorsionaba en una ronca voz macabra, una voz de una horrenda criatura.

La cara del moreno empalideció y se horrorizo al ver como su amiga se transformaba en un monstruo alado como un demonio, con garras en lugar de manos y su rostro de una criatura monstruosa. Era igual a aquellos seres mitad bestia mitad humanos del callejón.

 

Lo habían seguido hasta ahí.

 

Confundido, horrorizado y ahora delirando por el extraño efecto de las mandarinas, camino hacia atrás con pasos inseguros, viendo como esa cosa se acercaba a él con claras intenciones de comérselo, pero el suelo bajo sus pies empezó a cuartearse, dejando ver una extraña luz salir de este.

Ya no sabía si era su imaginación, o si era realidad pero sentía como el piso se abría estrepitosamente dejándolo caer al vacío debajo de él, alejándose de la criatura.

Sus manos ni siquiera trataron de aferrarse a nada o a ningún objeto que tenía a su alcance, solo se dejaba caer en ese espacio brumoso, donde los relojes gigantes, las tuercas y engranes de enormes mecanismos parecían estar estáticos ante su caída. También había teteras rotas vagando en esa dimensión, naipes de barajas, dados, y sillas mientras escuchaba las voces lejanas de las personas con las había estado ese día…

Todo eso era disuelto por la espesa masa de humo que, ahora tornaba todo de color rojo sangre, los objetos eran remplazados por enormes tuberías como si fuera un enorme drenaje donde ponían los desperdicios humanos.

Luffy sin perder ni un momento la calma veía detenidamente cada detalle que había modificado su entorno, no sonreía pero tampoco estaba asustado como antes y justo cuando esos tubos de metal oxidado, chorreantes de un líquido negro que seguramente estaba caliente por el vapor que soltaban…

Todo se volvía de un color blanco, tan blanco que parecía caer al vacío de la nada y entonces…

La luz lo envolvió cambiando todo su ser, haciéndolo explotar con una energía superior a todo lo que había visto, incluso sus ropas cambiaron destruyendo esos harapos desgastados en una cómoda bermuda azul rey, en sus pies unas sandalias y una playera roja sin mangas como cuando era un crio…

Lo único que no cambio fue su sombrero de paja… ese sombrero era su tesoro y ni siquiera esa realidad lo podía cambiar.

Había entrado en el país de las maravillas…

Pero en la realidad, se había desmayado en los brazos de aquel pelirrojo que ahora estaba detrás de él.

 

-No lo mataste ¿Verdad? No me gusta la necrofilia. – decía ese hombre que portaba ropas muy elegantes de la época. Traje de gala en color negro, su bastón con el mango de marfil y su larga gabardina oscura, dándole el toque de ser un conde.

 

-Las mandarinas solo causan un ligero letargo, nada que no pueda manejar y hará cualquier cosa que le pida. – la malicia estaba dibujada en la cara de la chica. Nami contaba las monedas del gran saco que le había dado ese adinerado caballero.

 

-Bien, lo dejare en el orfanato cuando termine. – se relamió los labios cuando vio las sonrojadas mejillas del menor en sus brazos, la droga que había en esas frutas eran afrodisiacas.

La pelinaranja solo hizo un ademan con su mano, a modo de despedida pues no dejaba de tocar esas brillantes monedas de oro y plata.

Mas tardo en llevar en brazos al menor a su carruaje que en desvestirlo.

Admiraba su piel morena, que ahora estaba con una ligera capa sudor, sus ojos aunque cerrados, estaban con un gesto de molestia como si estuviera en un estado entre la conciencia y la inconsciencia, sus mejillas aun sonrojadas, el cálido aliento que dejaba escapar con cada respiración por el frio que ahora se había vuelto el clima y su cabello ahora revuelto por la prisa que tuvo su amante en turno al quitarle la ropa.

Se veía totalmente apetecible.

 

-Que aproveche… - dijo con ronca voz para besar uno de esos rozados pezones del menor que lo llamaban con impaciencia.

De vuelta al paraíso de la imaginación del menor, todo se había vuelto tan claro y nítido que se fascinaba con cada cosa que sus ojos oscuros captaban, incluso brillaban con unas lindas estrellas.

Era un enorme bosque de mangrooves, y las raíces de estos árboles estaban en el agua, nutriéndose de la cristalina corriente que pasaba por debajo de estos, así sacaban su máximo esplendor esas bastas vegetaciones como si fuera un paraíso.

Las burbujas gigantes que danzaban por el aire, se perdían en la inmensidad de las copas de los árboles y el cielo azul celeste, jugando alegres con cada “pop” que se escuchaba en ese lugar. Pero había más, dentro de esa vegetación había piezas gigantes de un domino, esas lindas esferas de cristal con bellos y coloridos diseños en su interior como cuando jugaba con ellas cuando era un crio.

Ese bello lugar era su paraíso… su país de las maravillas…

 

Descendía desde el cielo contemplando su maravilloso mundo, hasta tocar la tierra firme y verdosa debajo de sus pies…

 

-¡¡Woow!! ¡Increíble! - dijo el moreno con emoción. - Pero me libre de Nami o… de lo que sea ahora… - reflexiono poniendo una mano sobre su barbilla, la verdad no le gustaban esas criaturas.

Volteaba a su alrededor, camino un par de pasos más y se dio cuenta de algo…

 

-Al menos este lugar donde he aterrizado me es familiar. Shishishi. - ya había estado ahí… inconscientemente.

 

-Ya iba siendo hora, Mugiwara-ya… - la extraña voz le llamaba por el sombrero de paja que ahora estaba en su cabeza.

Era un gato con extraños tatuajes negros en su pelaje gris, con una enorme sonrisa en sus manchados colmillos de sangre, parecía estar desnutrido por la forma en que sus costillas y demás huesos estaban pegados a su carne… Era realmente delgado.

Ese felino a pesar de tener unos extraños ojos metálicos como su misterioso pelaje, en ambas orejas puntiagudas, colgaban dos pares de doradas arracadas… Muy extraño de verdad.

 

-¡Torao! - grito emocionado el menor al ver a ese gato. Lo conocía de algún lado y corrió para abrazarlo pero…

El infeliz minino se desvaneció en el aire como humo del alcance del moreno que ahora caía de frente sobre el césped, pero volvió a reaparecer detrás de este encima de una roca…

Ahora estaba fuera de su alcance…

 

-No es justo que hagas eso… Hoy aparecieron unos monstruos… Estaba asustado… - dijo con un tierno puchero para levantarse y sacudir sus ropas. No le agradaba admitirlo pero ese gato le daba buenos consejos cuando los necesitaba.

 

-Perrrrfecto… Cuando no lo estás así, no nos sirves de mucho. - ronroneo la primera palabra y admitió el felino con una sonrisa aún más grande y sus ojos metalicos veían directamente a los del moreno.

 

-No me ayudas. – le recrimino ahora molesto Luffy.

 

-Pero sabes que puedo hacerlo... - ese animal parecía más humano que nada.

 

-Me basto yo solo para asustarme, muchas gracias… Tenía la esperanza de volver aquí, shishishi. – el joven le encantaba de verdad ese paraíso pero le traían extraños recuerdos del pasado.

 

Abandona esa esperanza!… Una nueva ley rige el país de las maravillas, Mugiwara-ya. Por aquí se lleva la justicia severa. Aquí corremos peligro. ¡En guardia… Prepárate! – la voz y expresión del gato a pesar de ser una advertencia no dejaba de sonreír.

 

Y con esas últimas palabras volvió a desvanecerse.

Dentro del carruaje los leves gemidos de Luffy, que aún estaba dentro de su mundo de fantasía empezaron a escapar de su garganta…

Ese hombre no dejaba de tocar al menor con suaves pero lascivas caricias en su delgado y torneado cuerpo. Le quería hacer de todo cuanto pudiera en ese lapso de tiempo, pues tenía un compromiso con un duque de la aristocracia que buscaba conocer las nuevas rutas comerciales que había descubierto recientemente hacia china.

Apretaba sus muslos, masajeándolos, como pidiendo permiso para tomarlo definitivamente, y como respuesta totalmente involuntaria por parte del menor, las abría dando paso a que le hiciera todo lo que a ese hombre se le antojara. La mirada perdida y turbia de Luffy, solo encendía mas a ese pelirrojo que acercando su rostro de piel morena, curtida por el sol y el agua de mar, relamía sus labios para besar los rozados del joven pelinegro.

En el mundo de su imaginación donde estaba en un lugar a salvo, Luffy seguía sus instintos vagando por ese mundo de ilusión suprema, recordando vagamente la voz de su hermano cuando brincaban de ahí para allá en sus camas:

 

-Pareces de goma, Luffy. ¡Saltas tan alto! – la voz de su hermano parecía tan nítida y viva que sonrío alegre. Le había costado todo el día para que le reconociera como su igual ante el desafío de saltar de cama en cama, un recuerdo que a pesar de ser tan joven mantenía en su memoria.

Siguió caminado viendo a los extraños animales y ahora flores del lugar.

Enorme caracoles, saltamontes enormes pero todos ellos con alguna especie de transformación bizarra, parte mecánicas con su insectil cuerpo pero sin llegar a ser grotesco, al contrario fascinante.

Las flores con rostros familiares pero estas mismas le veían con desprecio como si fuera un ser extraterrestre, o eso se imagino. Esas petulantes brotes de naturaleza no le impedían seguir su camino, de hecho ellas no se podían mover mas de unos cuantos gestos con sus hojas y ya.

Empezaba a ganarle el hambre ahora que estaba en ese maravilloso mundo, incluso cuando paso por una gran grieta, pudo ver enormes hongos con hermosos colores pasteles, se le antojaron de inmediato y paro un momento para brincar a uno con suma facilidad, pues estos enorme champiñones median fácilmente de tres a cuatro metros y volvió a recordar algo importante:

 

-Luffy, la amanita muscaria es tan solo una apestosa seta. De consistencia esponjosa aunque venenosa. – la voz de su padre resonaba en su cabeza al momento de detener su ya abierta boca. Tenía hambre pero no quería palmarla, y en más de una ocasión su padre se lo recordaba.

Negó con la cabeza y salto del hongo en cuestión para tocar el suelo con firmeza.

Y otro recuerdo se manifestó en su mente cuando:

 

-Si vuelves a saltar de la mesa, Luffy, me va dar algo. Eres tan imprudente, hijo mío. – la encantadora voz de su madre vino de golpe. Muchas veces le había dicho que no era de goma y que podría lastimarse si seguía haciendo eso.

Pero aun teniendo algo de hambre y ahora sed, encontró un claro apartado del sendero donde había estado caminando, no estaba de mas echar un vistazo rápido.

En el carruaje en adinerado hombre se empezaba a frustrar por la poca cooperación que ahora ponía el menor. Cuando quiso besarlo, su tierna boca que estaba entreabierta se resistía, cerrándola con fuerza, pero la volvía abrir cuando se apartaba. Eso no era lo que él esperaba, se saco la pañoleta negra que le daba un toque sutil y elegante, empezaba a sudar por querer enterrar su ser dentro del joven, pero no quería que en su delirio empezara a gritar y llamara atención de la policía.

Lentamente saco un de su larga gabardina que parecía capa una pequeña licorera.

 

-Tal vez, esto ayude. – dijo el hombre para beber un trago. El sabor era algo fuerte por ser un añejo y fino coñac, pero al ver que el joven entre los jadeos y movimientos involuntarios de su cuerpo, se acercaba a él con una mirada suplicante.

Al parecer tenía sed.

 

En la fantasía donde el moreno ya estaba a tan solo un paso de la rio que aparecía ante sus ojos. Vio como la fuente de ese ahora violeta rio, salía de una enorme botella, saliendo a borbotones para volverse tan liquido y espumoso a la vez. El color le llamaba la atención y el fino aroma dulzón también pero lo que le desconcertó casi por completo fue lo que colgaba del cuello de la botella. Una extraña etiqueta con algo escrito en cursiva pero que se leía perfectamente:

 

Bébeme…

 

Simple y mas que comprensible se acerco para probar aquella delicia.

 

-Las mejores esencias se guardan en frasquitos, shishishi. – dijo el menor con aguda observación al detenerse y ver como el liquido salía de la botella, sin detenerse y vaciarse nunca. 

Un amigo muy conocido volvió a aparecer en una roca dentro del rio.

 

Ese gato que tanto le gustaba.

 

-Aunque te falta el bañador… - empezó el minino barriéndolo con la mirada. – Lo aconsejable es zambullirse en esa piscina.  – termino de decir con una sonrisa torcida en su boca. Ese gato no era nada despistado.

El moreno no prestaba real atención al felino pero lo que sí hizo fue meterse en el rio, haciendo que cayera el ahora sedoso liquido por todo su cuerpo, incluso abrió la boca para degustar su sabor y fue increíble: una mezcla de tarta de cerezas, almíbar, carne asada, caramelo y algo fuerte que no lograba identificar.

Pero eso resulto ser poco con lo que ahora experimentaba en su cuerpo.

 

-¡Wow! Estoy encogiendo con esta poción. ¿Llegare a desaparecer? – le pregunto al felino que movía la cola de forma hipnotizante.

 

-Casi… Pero lo bueno es que cuanto más pequeño seas, mejor podrás ver las cosas que son casi… invisibles cuando eres grande. – explicaba ese minino levantando una garra como si lo señalara.

 

-Shishishi, ya entendí. “Los arboles tapan el bosque”; solo que al revés. Ser miope es más bien una cuestión de perspectiva. – el joven moreno hablaba como si esa extraña analogía fuera de algún modo una forma de entender esa realidad.

 

Estaba feliz de haber redescubierto la maravilla de ese liquido que cuando miro donde estaba el gato, este había desaparecido…

 

Notas finales:

Gracias por leer.


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