Uní mis labios a los suyos. Qué delicia fue probarlos. Exprimirlos con suavidad. Renuente a mi trato, a mi deseo, buscó apartarse pero lo impedí. Soy un demonio, uno que por la espera está hambriento. Abrí más la boca, los colmillos se asomaron y volví a poseerlo.
- Se- ¡Sebastian! –dijo con dificultad mientras mis manos sostenían su pequeño rostro. Qué delicado se veía, qué pequeño, qué frágil. Me aparté de él, su voz era una orden; y lo que los demonios aún podemos conservar, es cierta etiqueta con nuestros contratistas. Hasta cierto punto, claro.
- Lo lamento, aunque tus labios no parecían tan reacios, joven amo –declaré con una cínica sonrisa al reincorporarme. Mis ojos rojos viajaron a donde él estaba con el rostro elevado a mí.
Podía ver en ese orbe zafiro el disgusto, aunque lo cierto era que no sabía del porqué de aquél. No vacilé y volví a inclinarme para apropiarme de su mejilla. Él estaba sentado en la cama con la bata de dormir ya puesta. “Un beso de buenas noches”, con una simple broma se me permitió besarle, o mejor dicho, aproveché aquella para hacerlo.
Acaricié su frío pómulo, él ladeó un poco el rostro con cierto aire arrogante. “Vaya, vaya, qué debería hacer para volver a besarlo” me cuestionaba a la vez que mi mano desnuda no abandonaba aquella zona. El pulgar se deslizó por donde rodaron alguna vez sus lágrimas, y estando con el cuerpo hacia abajo, para su nivel, mordí.
Fue un suave y delicado mordisco queriendo arrancarle el recuerdo del dolor. Así era, yo deseaba todo de mi amo. Los dientes presionaron esa piel blanca mientras la mano sujetaba su mentón. De reojo observé su reacción, me sentí paralizado. Me cautivó.
- Oh, ¿ahora quieres comerme, Sebastian? –cuestionó con un tono engreído, altivo. Él me miraba como se mira a quien no puede hacer más de lo que desea.
- “Comer” es una palabra muy inexacta a lo que deseo hacer –dije separándome un poco de él, pero no dejé que nuestra distancia creciera tanto como para sentirla. Entrecerré la mirada y continué-, “Devorar” sería el modo correcto de decirlo.
Su sonrisa no desapareció, al contrario, diría que creció aún más con mi declaración. Esperé unos segundos, en los cuales permanecía cercano a ese cuerpo. Su respiración era suave, normal; ¿acaso me estaba provocando? Guardándose quizás la ansiedad era un modo más útil para provocarme, pero no desistí. Mantuve la cercanía y luego de la espera, él volvió a girar el rostro hacia mí.
Recibí un suave roce de sus labios en el dorso de mi dedo. Él era un niño. “Maldito mocoso”, pensé ante su acto, si quería incitarme lo estaba logrando. Retuve nuevamente su mentón impidiendo volviera a apartarse de mí.
“Así no besan los adultos, debería enseñarte un debido “beso de buenas noches”, comenté tumbándolo en la cama. Estando encima me detuve a observar sus reacciones. Oh, qué maravilla, su pedante sonrisa no desaparecía. Bajé mis labios a los suyos suponiendo su negación, pero no hubo alguna. “Joven amo...”, en el murmuro mi boca rozó con la joven y antes de poder continuar sólo recibí lo que llamaría una ‘invitación’: “Buenas noches, Sebastian”.