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Debajo de la superficie por Hanabi Angel

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Debajo de la superficie

Gokudera caminó lentamente por la orilla de aquella amplia piscina, hasta llegar al punto que coincidía con el extremo opuesto de donde se encontraba de pie un completo idiota.

Ignoró la sonrisa  provocada por el cruce de miradas y se sentó, dejando una de sus piernas sumergidas en el agua y la otra flexionada, usada como soporte de su brazo. Expulsó el humo del cigarrillo que había mantenido en su boca y fijó sus verdes ojos en las ondas del agua, frunciendo el ceño por aquella tranquilidad ficticia que lograban crear.

Levantó la vista, encontrándose con una mirada a la distancia aun más hipnotizante, una mirada que había aprendido durante diez  años a devorarle centímetro a centímetro; mientras fingía con una sonrisa inocente es sus labios. Chasqueó la lengua fastidiado, desviando sus ojos hacia el cigarrillo que se consumía entre sus dedos.

Aquel bastardo debía estar feliz, lo había conseguido como el maniático que era; porque nadie imaginaba que la mano derecha del decimo Vongola  lograra preocuparse por algo mas allá de su jefe.

 Y seguían sin hacerlo.

El bombardero seguía con la mueca impresa y con la indiferencia pintada en su cara si hablaban de alguien aparte del castaño. Solo alguien, aparte de la aguda intuición Vongola, podía estar orgulloso de haber visto algo que los demás no.

Porque con esa  estúpida sonrisa devorándole, las emociones que mantenía escondidas escapaban como malditas traidoras, reflejando en sus esmeraldas el grito ahogado que se forzaba a no soltar cuando el pelinegro debía acudir a una misión; y no le quedaba más que morderse el labio e intentar olvidarse del jodido rubor que se extendía por todo su rostro al haber sido descubierto por el que hace años había creído el más despistado de todos.

Podía maldecir todo lo que quisiera, pero esa asquerosa enfermedad ya no tenia cura, estaba atrapado; al igual que esas zorras estúpidas que babeaban solo porque el moreno se quitaba la sudadera y se sumergía en el agua en un limpio lanzamiento. Enarcó una ceja, observando aquella borrosa sombra que se dirigía a él y que de improviso aparecía ante su persona, salpicándole agua e inutilizando rápidamente su vicio con toda la intención.

Sonrió de lado ante las carcajadas ajenas sin poder evitarlo, dando un suave manotazo a la mano apoyada en su muslo. Podía haber caído en la trampa de esos ojos miel, pero ambos lo estaban.

Yamamoto le pertenecía.

Tsunayoshi Sawada podía ser la persona por la que diera la vida, pero el japonés  pelinegro era el único hasta el momento por el cual moría lentamente y sin decírselo a nadie, por el simple hecho de no tenerlo una noche con él.

Patético, pero el imbécil lo había conseguido. Le amaba más que esas mujeres fáciles que suspiraban por él. Jamás le confesaría eso ni absolutamente nada más. Que se jodiera antes de admitirlo.

Su amor seguiría siendo malas caras y ceños fruncidos, en tanto apretaba los dientes y los puños al sentir que había miles de aberturas que no había logrado esconder, en las cuales el idiota se sumergía, devorándole por dentro y haciendo que cada trozo de su ser correspondiera al otro.

Porque mientras se sumergiera, menos tiempo podía estar el espadachín en la superficie que significaba  la lejanía del cuerpo del peliplata.

Lo sabían muy bien, pero ninguno de los dos deseaba escapar de esa cursi enfermedad…

Fin


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