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Aúlla conmigo por sombra_larga

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Notas del capitulo:

Peeeeeeeeeeeeeeeerdon, bueno ya se que algunos seguramente me desean la muerte y que un pajaro me cague en medio de la calle, pero que se le va a hacer, tuve bloqueo de escritor, sabia que iba a suceder, tenia las ideas, pero no podia sacarlas de mi mente y pasarlas al escrito.

Les agradezco mucho a los que sigan con la historia, en serio.

¡Traje otra vez a Maureen! No se si lo han notado, pero gracias a el todos estan entrelazados, incluso ha tenido su aparicion en mi otra historia...la cual no he teminado, y todavia estoy intentando terminar.

Prometo seguirla un dia de estos, es dificil porque tengo que leerla y volver a repasar mis notas.

Bueno, eso es todo, que lo disfruten.

Había una vez, en un bosque muy lejano, un reino escondido por los árboles, que gentilmente juntaban sus ramas y enredaban sus raíces, para esconderlos, para protegerlos, la pureza de sus cuerpos, evitar que sus cuerpos fueran corrompidos por la maldad del mundo.

Una especie de alma pura, que desconocía la guerra, la malicia, los pecados. De muchos nombres, en muchas culturas, tan antiguas que incluso era imposible traducirlos de forma tan simple, la más cercana seria: “los puros”.

Si pudiéramos volar, tal vez, solo así, alcanzaríamos a observar toda la majestuosidad que era el hogar de aquellos que los demás nombraron “puros”. Escondido en la montaña más alta, que según cuentan algunos, fue construido por petición del mismísimo dios único “construyan una fortaleza que los acerque a mí, aquí, junto a mí, en el cielo”

Se levantó una edificación, una torre, con más de cien pisos, poseedora de las más envidiables riquezas, recubierta de mármol azul, para confundirse con el cielo y que sus habitantes estuvieran a salvo… de las impurezas del mundo.

 

 

 

Hace mucho tiempo…

 

Un pequeño pelirosa corría apresurado entre los pasillos grises y húmedos, algunas florecillas saliendo de grietas que crecían como raíces abrazando la enorme y antigua construcción, sin dejar el rápido trote atravesó un camino de  arcos altos, de donde lámparas de luz colgaban, eran redondas hechas con cristal y adornadas con filigrama de oro, pequeñas llamas azules lanzaban chispas juguetonas.

El pequeño se detuvo por un momento ante un espejo que colgaba solitario en una de las paredes, con destreza acomodo el gorro de fino encaje blanco, redondo con borlas doradas que le hacían cosquillas en la frente, Malin se rasco con molestia la cabeza a pesar de las varias reprimendas que ya le había dado su padre, sus cuernos estaban saliendo, causándole una horrible picazón.

-¡deja de rascarte en este mismo instante señorito!- dio un pequeño brinquito, viendo en el reflejo como la figura de una mujer se hacía cada vez más grande, hasta que pudo sentir las manos pequeñas y suaves posarse en sus hombros desnudos- te he estado buscando por todos lados-

-perdón Ágata, pero no es mi culpa- se justificó el pequeño girándose hacia la mujer que lo veía con el ceño fruncido, antes de que pudiera hablar ella le jalo de la mano para empezar a caminar apresuradamente.

-no puedo creer que lleguemos tarde, exactamente esta noche- mascullaba la mujer sin dejar de caminar y arrastrar al pequeño.

Malin inflo los mofletes molesto, Ágata no le había dado tiempo de dar la explicación que tanto había ensayado, resignado se dejó llevar, aunque algo emocionado acelero el paso, después de todo ese era el día en que, después de miles de años, su único invitado de honor,  regresaría para dar una nueva visita.

Ese personaje que desde hace miles de años, los chiquillos crecían idolatrando, el único, el poderoso, que se decía había conocido al primer monarca: Maureen.

 

 

 

Para alivio de Ágata el invitado aun no llegaba, el salón estaba totalmente preparado para la fiesta, antes de entrar se giró hacia el niño, y para la molestia de este, le acomodo los pantaloncitos cortos blancos abombachados, se aseguró de cerrar bien hasta los últimos botones de la camisa casi transparente que llegaba hasta las rodillas infantiles, dando un asentimiento de conformidad la mujer entro,  se podía respirar la ansiedad y emoción en el ambiente.

Una gran cúpula hecha de madera se ubicaba en el tercer piso, rodeada de jardines. El salón en si era más bien una terraza,  en el centro, como en el resto de los pisos la escalera en forma de caracol atravesaba el suelo y el techo. Enormes puertas en forma de corazón daban una forma hexagonal, las cortinas se encontraban amarradas, dejando pasar libremente la brisa y la luz solar que se hacía más opaca con forme avanzaba en atardecer.

Varias mesas de madera labrada exhibían deliciosos banquetes, verduras cocidas, bañadas en miel y rellenas de guiso, pastelillos de fruta cubiertos de crema dulce, algunas avellanas y castañas, fritas y embarradas de manteca, jarras de hidromiel y vino; todas las luciérnagas habían acudido para iluminar la estancia, algunos pajarillos pasaban volando correteando a los insectos luminosos.

Ágata corrió a posicionarse junto a su esposo, el rey, Malin, dirigiéndole una mirada suplicante a su padre se sentó en las escaleras junto con sus hermanos menores,  su padre  solo lo vio suspicaz, Malin sabía que tendría que aguantar un largo regaño más tarde.

Molesto vio como “esa” persona susurraba contra el oído de su padre, sacándole una sonrisa a este, Malin apretó los pequeños puños, odiaba a ese humano, era el primero que conocía, toda la alegría y emoción que le causo  conocer a un humano por primera vez, se vio reemplazada por enojo y molestia, al ver cómo, lentamente alejaba a su padre.

 

 

 

 

 

 

 

Por otro lado, un muy cansado peliblanco luchaba por atravesar la maldita barrera de hiedra espinosa que rodeaba la legendaria torre, la mística, mágica y poderosa torre, creada para acercarse a un dios, hogar de seres puros, los consentidos de dios.

Maureen soltó una forzada carcajada que sonó más bien como un jadeo. Estaba sucio, sudado y las malditas ramas se resistían a ceder, podría escuchar los chillidos de Ertes y Ester que venían tras de él, ambos en forma de unas lindas ardillas anaranjadas y esponjosas, saltaban de rama en rama intentando seguirle el paso.

El demonio sostenía un bastón, largo y de madera blanca, la punta se enroscaba sobre una piedra negra y redondeada, soldada al bastón con ligamentos de oro.

Maureen sonrió, sus ojos azules resplandecieron de puro gozo cuando diviso la luz, la hiedra tenía por lo menos cuatro metro de espesor, dio un solo empujón más con el bastón, haciendo que las ramas retrocedieran enroscándose adoloridas,  y por fin, pudieron salir.  

El demonio casi suelta lágrimas de alegría, la experiencia que tuvo con los putos vampiros aun la tenía muy vivida, por lo que había tomado algo de repelús a la oscuridad, haber estado casi siete años encarcelado en un calabozo a metros bajo la tierra, no deja muy buenos recuerdos.

Maureen saco un pañuelo de la bolsa que colgaba de su hombro, se secó el sudor lo más que pudo, trenzo el corto cabello que ya había logrado crecer a la altura de los hombros, después de que esa sandijuela con piernas le hubiera rapado.

Se acomodó el collar de cuencas que se enrollaba en su cuello, acariciando con ternura la última piedrecilla, roja, como los ojos de ese muchacho lobo.

La manita de Ester lo salvo de sumergirse en recuerdos que prefería evitar, acaricio la mejilla de la niña que lo miraba seria.

-estoy bien Ester- tranquilizo Maureen, de su bolsa saco dos túnicas iguales, ambas de chiffon  verde, con botones en la espalda y de manga corta, ligeras y sencillas, cosa que combinaba muy bien con el clima caluroso.

Sin decir nada ambos niños se empezaron a vestir, dejando ver sus espalditas llenas de cicatrices, surcos de piel que sobresalían, rugosas y algo enrojecidas, en medio de todas, justo en la columna vertebral, la quemadura en forma de pentagrama.

Maureen los imitó y se quitó la arrugada y algo rota túnica, todo para reemplazarla por unos pantaloncillos cortos blancos con algunos cascabeles en la cadera, se puso la camisa, igual blanca, con cuello alto, se abría a los contados dejando un poco de piel descubierta en su cadera.

-no se los pongan- detuvo a los gemelos al ver como se ponían lo zapatos- es de mala educación pisar “tierra sagrada”-

Una vez listos, los tres emprendieron camino. Maureen observaba divertido la “milagrosa torre”, que por todo lo contrario a lo que todos pensaban, en realidad eran, sí, una torre, pero de cuando mucho cinco pisos, chueca y llena de chapas.

El mármol que una vez fue azul, ahora estaba agrietado y opaco, la enredadera había cubierto la mayoría de la torre, haciendo que se confundiera más con los árboles que con el cielo.

Maureen había podido observar esta misma torre en sus momento de gloria, cuando la civilización se encontraba en su mayor auge, el mismo ayudo a poner las protecciones de esta, para que cualquiera que intentara encontrarlos,  pasara no viendo más que un montón de árboles.  Pero ahora solo quedaban los restos de esa gran raza.

Una enorme vegetación rodeaba a la construcción, un riachuelo desembocaba por el lado derecho, mientras que por el lado izquierdo un roble casi tan grande como la misma torre, recargaba su tronco como un viejo cansado, alguna de las ramas ya habían penetrado las paredes.

El demonio pudo percibir, de reojo, como unos ojos cansados se abrían en medio del tronco, viéndolo suspicaz, y apretando más sus ramas contra la edificación, advirtiéndole, el viejo tronco no toleraría ningún daño a sus protegidos.

Maureen le devolvió la mirada, él había estado ahí cuando lo plantaron, cuando ese inmenso tronco no era más que una pequeña semillita, los ojos se volvieron a cerrar, pero solo por si acaso mantendría sus ramas tensas y preparadas para moverse.

Los tres atravesaron el pequeño túnel lleno de agujeros que conducía al interior de la torre,  los agujeros habían sido cubiertos por cristales de colores causando un efecto colorido y luminoso con la luz que se filtraba atreves.

Al final del túnel los esperaban dos mujeres, ambas muy altas, incluso más que Maureen, una morena y otra de cabellos verdes, ambas de pálida piel, la morena llevaba un pequeño vestido semitransparente azul  que tapaba con trabajo sus muslos, las larguísimas piernas terminaban en unos delicados pies desnudos llenos de pulseras tintineates, la de pelo verde analizaba nerviosa al demonio, estrujaba su largo cabello verde haciendo que algunas de la florecillas adornantes de su pelo cayeran al suelo, portaba una falda larga roja, su pecho solo era cubierto por mechones de cabello verde.

-p-por favor síganos- pidió nerviosa la mujer, pequeños cuernos puntiagudos asomaban entre su abundante cabellera negra.

-un gusto chicas, mi nombre es Maureen- se presentó mientras las seguía, ambas lo miraron sorprendidas- ellos son Ester y Ertes- los gemelos asecharon tras las piernas de Maureen, susurrando un tímido  hola.

Ambas les devolvieron el saludo junto con una sonrisa, se notó como la tensión se iba de sus cuerpos, no sabían que esperar del misterioso invitado, además del cuervo que envió con su mensaje, avisando que llegaría en algunos días, no sabían más.

Luego de ese saludo el resto del camino Maureen se vio interrogado por dos curiosas mujeres. Aunque el demonio no se negó, no mientras podía disfrutas de ese par de suaves y redondos pechos, así es, Maureen, siempre, desde que tenía memoria había gozado disfrutar de todos los géneros, aunque claro teniendo la figura que tenía todos deducían que era doncel, eso no le había impedido hundirse en las tiernas carnes de un doncel, o de chupar unos dulces senos y por su puesto sentir un miembro caliente y viril dentro de él.

Los gemelos afilaron la mirada viendo como los delgados brazos de su señor se enroscaban en las estrechas cinturas, las mujeres no hicieron más que acercarse.

Maureen sonrió de lado, después todo él era un demonio.

 

 

 

 

Si por algo se caracterizaba  la raza de “los puros”, era por su “libertad”. Su nombre tal vez derivaba de la forma que con los años habían adoptado de vivir, eran seres pacíficos, no existía gran diferencia entre unos y otro, lo que cazaba uno lo compartía con otro, tenían gran apego  a la naturaleza y está a ellos.

Tenían un rey, sí, pero no tenía un trato especial, el más bien está ahí, para guiarlos, tomar decisiones sin que se arme un verdadero lio.

Maureen entro maravillado al salón, le encantaba esa liberadora forma vestir. Los recibió toda una muestra de piel desnuda y apetitosa, el demonio podía decir que murió y llego al cielo, claro, si la frase no fuera tan trillada como se escucha.

Concentro su atención en el rey, que sentado en el suelo le devolvía la mirada, con  cuenco en la mano, el líder poseía una pose altiva y elegante, muy alto, hasta como destacar aun estando sentado, los cuernos negros, largos y gráciles brotaban de su frente, anillos dorados los decoraban; de tez bronceada, un par de ojos redondos cafés, delineados con una espesa capa de kohl, el larguísimo cabello rosado tapaba parte de su pecho desnudo, solo llevaba unos simples pantalones negros.

-bienvenido señor Maureen- el rey se puso de pie imponiendo su enorme estatura- mi nombre es Magog, espero que disfrute su estadía- el hombre le tendió el cuenco, Maureen lo acepto dándole una sonrisa.

-un placer Magog, le agradezco su hospitalidad- el hombre le tomo de la mano para después incitarlo a sentarse junto a el- ellos son Ertes y Ester-

-pueden sentarse con los demás niños- ofreció Magog, señalando las escaleras donde muchos pequeños observaban curioso a Maureen- él es mi hijo mayor, Malin- de entre la multitud un pelirosa se levantó caminando hacia su padre.

-es obvio que es tu hijo, saco todo de su padre- comento divertido Maureen, un extraño brillo asomo en sus facciones, una pincelada del futuro se mostró por un segundo, el rey rio amable sentando a Malin en su regazo.

-menos los ojos, eso los saco de su madre- comento nostálgico el hombre- murió hace algún tiempo-

-oh, lo siento mucho- se disculpó el demonio acariciando la cabecita del niño.

-no, no importa, mi hermosa Ágata lo ha criado como si fuera suyo- la susodicha bajo la mirada con un evidente sonrojo, la mariposa que adornaba sus cabellos brillo.

-bueno ¿pero qué es esto?- exclamo de repente Maureen sacando a todos un pequeño brinco- ¡esto es una fiesta!-

Con una risa todos le dieron la razón, la música de las flautas comenzó a sonar, varios se acercaron a la mesa para empezar a servir, Maureen se colgó del brazo del muy apuesto rey, mientras este le hacía un pequeño interrogatorio,  las y los consortes del rey les rodearon interesados por la plática, Malin salto aburrido del regazo de su padre para tomar las manos de los gemelos e ir con los demás niños.

Maureen observo de reojo al humano que se pegaba al rey en cada oportunidad, vio todo, el alegre ambiente, a los niños correteando entre las piernas de los adultos, a jóvenes calenturientos por algún rincón oscuro, los bailes, risas y cantos.

-¿está bien señor Maureen?- pregunto uno de los consortes, jovencito, de piel pálida y sonrosada, cabellos cortos morados, ojos enormes negros, pequeños cuernos y una sonrisa amable- se ve un poco triste-

-estoy bien querido, solo tengo un poco de hambre-

-¡por qué no lo ha dicho antes, que descortés fue señor esposo!- regaño el joven, Magog solo soltó una risa que podrá pasar por la de un niño- reteniendo al señor Maureen así-

-pues vamos entonces- exclamo alegre Magog echando su rosa cabellera tras sus hombros- hay que saciarnos y luego bailar ¡toda la noche!-

El pueblo entero dio un grito de alegría.

Y así, entre los brazos de Magog, Maureen disimulo una lagrima colgándose del cuello del hombre, una vez más deseo no tener razón.

Deseo poder cambiar el futuro, poder evitar las lágrimas, dolor y sufrimiento que se avecinaba. 

Notas finales:

¡Gracias por leer!


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