El día estaba considerablemente frío, supuso, a pesar de no poder percibirlo con sus propios sentidos, el vaho que salía de su boca al respirar lo tenía al tanto de la posible temperatura que había en las calles luego de salir del trabajo. La gente vestida con bufandas y grandes abrigos a su alrededor era la única forma de saber qué estación del año era. Al salir de la oficina la tipa del tiempo decía que habían dos grados Celsius, pero ¿Qué son exactamente dos grados Celsius? ¿O Fahrenheit? Sabe que un grado Celsius es equivalente a treinta y tres coma ocho grados Fahrenheit, se lo enseñaron en algún momento, pero no sabe realmente qué significa. ¿Qué es tener frío? ¿Simplemente la ausencia de calor? Pero realmente no sabe cómo se siente. ¿Sentir calor? Tampoco. Es porque él no siente nada.
Recordaba muy poco sobre su vida antes de la transformación, apenas recordaba cómo es sentir la brisa suave de la costa rozar con su rostro, las tardes calurosas de verano, el frío gélido del invierno, la cálida primavera o el fresco otoño. Se sentía tan solitario, tan nada.
Subió al tren, en el último vagón, tomó asiento y apoyó su cabeza en la fría ventana que él no podía sentir. Le gustaba tomar el tren en esa estación ya que podía vislumbrar la ciudad de noche iluminada por las luces de las casas, le gustaban las vistas. Siempre fue un buen observador. Analítico. Pragmático. Un buen hombre, decían a menudo. Penumbroso. Oscuro.
¿Qué tiene de bueno ser perfecto si no se tiene con quien compartir? No hay nadie.
Él vivirá por años, siglos, milenios. Pero sus amigos y las personas que alguna vez tuvo fallecieron por los años que arrastraban encima, envejecieron y se detuvieron en el tiempo, se hicieron polvo. Sin embargo él sigue y seguirá para siempre. Cien años se pasan como un suspiro, pero a la vez se multiplican por diez. Todo es tan rápido, pero todo es lo mismo.
Monótono.
Bajó en la estación que lo dejaba a pocas cuadras de su casa, caminó en silencio. Un pequeño gato se le cruzó en el camino, luego vinieron dos y luego más. Era común para él que los animales se le acercaran por su esencia, por su aura.
Llegó a su casa y prendió las luces. Observó el lugar. Definitivamente no era necesario que trabajara, lo tenía todo y podía tener más. Pero si no lo hacía no habría forma de pasar los días y los años. Necesitaba distraerse.
Dejó su maletín en el sillón de cuero que estaba en medio de la sala y sacó una botella de agua de la nevera. Tomó de un cajón un par de píldoras y las deshizo en su boca, acompañó con un poco de agua. Con eso sería suficiente, después de todo no quería tener hambre. Volteó para salir de la cocina, pero se detuvo de pronto.
“¿Quién eres?” Preguntó serio al hombre que lo miraba con ojos oscuros desde el marco de la puerta. No era normal para él tener visitas, mucho menos que éstas visitas entraran a su casa sin permiso.
“Do Kyungsoo, a su servicio” El hombre hizo una pequeña venia y volvió a mirarlo intensamente, como si quisiera atravesarlo o saber en qué estaba pensando.
“¿Qué estás haciendo en mi casa? ¿Cómo entraste?” Se puso en guardia analizando los movimientos del otro. La contextura del hombre era pequeña, mucho más bajo que él, pero no debía confiarse.
“Tranquilo señor Kim” Avanzó un paso dentro de la cocina, su cara era completamente neutral e inexpresiva. “Sabemos que eres uno de nosotros, me han pedido venir a buscarte. Te necesitamos, Kim Jongin” Jongin tragó saliva y dio un paso hacia atrás. Quien se había presentado como Kyungsoo le siguió con un paso adelante y otro, y otro más hasta que quedaron frente a frente. “Sé quien y qué eres, Jongin.”