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"El Sirenito" por ruby98

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Notas del fanfic:

Pues estaba yo viendo la sirenita, y me dije: porque no hacer una adaptación con el 2min? Pero hacerlo con la versión de Disney se me hubiera hecho muy sosa >_< 

Bueeeeno espero que les guste ~

Notas del capitulo:

Pues..  como ya les he mencionado este es una adaptación que espero que les guste mucho 

Lean~~~ y nos vemoseneas notas finales. 

En alta mar el agua es azul como los pétalos de la más hermosa centaura, y clara como el cristal más puro; pero es tan profunda, que sería inútil echar el ancla, pues jamás podría ésta alcanzar el fondo. Habría que poner muchos campanarios, unos encima de otros, para que, desde las honduras, llegasen a la superficie. Pero no crean que el fondo es todo de arena blanca y helada; en él crecen también árboles y plantas maravillosas, de tallo y hojas tan flexibles, que al menor movimiento del agua se mueven y agitan como si tuvieran vida.

Toda clase de peces, grandes y chicos, se deslizan por entre las ramas, exactamente como hacen las aves en el aire.

En el punto de mayor profundidad se alza el palacio del rey del mar; las paredes son de coral, y las largas ventanas puntiagudas, del ámbar más transparente; y el tejado está hecho de conchas, que se abren y cierran según la corriente del agua. Cada una de estas conchas encierra perlas brillantes, la menor de las cuales honraría la corona de una reina.

Hacía muchos años que el rey del mar era viudo; su anciana madre cuidaba del gobierno de la casa. Era una mujer muy inteligente, pero muy pagada de su nobleza; por eso llevaba doce ostras en la cola, mientras que los demás nobles sólo estaban autorizados a llevar seis. Por lo demás, era digna de todos los elogios, principalmente por lo bien que cuidaba de sus nietecitos, los príncipes del mar. Estos eran seis, y todos guapisimos aunque el más bello era el menor, Taemin, así lo había nombrado su difunta madre; tenía la piel clara y delicada como un pétalo de rosa, y los ojos azules como el lago más profundo; como todos sus hermanos, no tenía pies; su cuerpo terminaba en cola de pez.

Los principes se pasaban el día jugando en las inmensas salas del palacio, en cuyas paredes crecían flores. Cuando se abrían los grandes ventanales de ámbar, los peces entraban nadando, como hacen en nuestras tierras las golondrinas cuando les abrimos las ventanas. Y los peces se acercaban a los principes, comiendo de sus manos y dejándose acariciar.

Frente al palacio había un gran jardín, con árboles de color rojo de fuego y azul oscuro; sus frutos brillaban como oro, y las flores parecían llamas, por el constante movimiento de los pecíolos y las hojas. El suelo lo formaba arena finísima, azul como la llama del azufre. De arriba descendía un maravilloso resplandor azul; más que estar en el fondo del mar, se tenía la impresión de estar en las capas altas de la atmósfera, con el cielo por encima y por debajo. Cuando no soplaba viento, se veía el sol; parecía una flor purpúrea, cuyo cáliz irradiaba luz.

Cada principe tenía su propio trocito en el jardín, donde cavaba y plantaba lo que le venía en gana. DongHae había dado a su porción forma de ballena; Jinki había preferido que tuviese la de una sirenita. En cambio, el menor hizo la suya circular, como el sol, y todas sus flores eran rojas, como él. Era un chiquillo muy especial, callado y caviloso, y mientras sus hermanos hacían gran fiesta con los objetos más raros procedentes de los barcos naufragados, el sólo jugaba con una estatua de mármol, además de las rojas flores semejantes al sol.

La estatua representaba un niño hermosísimo, esculpido en un mármol muy blanco y nítido; las olas la habían arrojado al fondo del océano. El príncipe plantó junto a la estatua un sauce llorón color de rosa; el árbol creció espléndidamente, y sus ramas colgaban sobre el niño de mármol, proyectando en el arenoso fondo azul su sombra violeta, que se movía a compás de aquéllas; parecía como si las ramas y las raíces jugasen unas con otras y se besasen.

Lo que más encantaba a Taemin era oír hablar del mundo de los hombres, de allá arriba; la abuela tenía que contarle todo cuanto sabía de barcos y ciudades, de hombres y animales. Se admiraba sobre todo de que en la tierra las flores tuvieran olor, pues las del fondo del mar no olían a nada; y le sorprendía también que los bosques fuesen verdes, y que los peces que se movían entre los árboles cantasen tan melodiosamente. Se refería a los pajarillos, que la abuela llamaba peces, para que los niños pudieran entenderla, pues no habían visto nunca aves.

- Cuando cumplan quince años -dijo la abuela- se les dará permiso para salir de las aguas, sentarse a la luz de la luna en los arrecifes y ver los barcos que pasan; entonces veran también bosques y ciudades.

Al año siguiente, el mayor de los hermanos cumplió los quince años; todos se llevaban un año de diferencia, por lo que el menor debía aguardar todavía cinco, hasta poder salir del fondo del mar y ver cómo son las cosas en nuestro mundo. Pero Jinki (el mayor) prometió a los demás que al primer día les contaría lo que viera y lo que le hubiera parecido más hermoso; pues por más cosas que su abuela les contara siempre quedaban muchas que ellos estaban curiosos por saber.

Ninguno, sin embargo, se mostraba tan impaciente como el menor, precisamente porque debía esperar aún tanto tiempo y porque era tan callado y retraído.

Se pasaba muchas noches asomado a la ventana, dirigiendo la mirada a lo alto, contemplando, a través de las aguas azuloscuro, cómo los peces correteaban agitando las aletas y la cola. Alcanzaba también a ver la luna y las estrellas, que a través del agua parecían muy pálidas, aunque mucho mayores de como las vemos nosotros.

Cuando una nube negra las tapaba, Taemin sabía que era una ballena que nadaba por encima de el, o un barco con muchos hombres a bordo, los cuales jamás hubieran pensado en que allá abajo había un joven y encantador tritón que extendía las blancas manos hacia la quilla del navío.

Llegó, pues, el día en que el mayor de los principes cumplió quince años, y se remontó hacia la superficie del mar. A su regreso traía mil cosas que contar, pero lo más hermoso de todo, dijo, había sido el tiempo que había pasado bajo la luz de la luna, en un banco de arena, con el mar en calma, contemplando la cercana costa con una gran ciudad, donde las luces centelleaban como millares de estrellas, y oyendo la música, el ruido y los rumores de los carruajes y las personas; también le había gustado ver los campanarios y torres y escuchar el tañido de las campanas. ¡Ah, con cuánta avidez lo escuchaba su hermano menor! Cuando, ya anochecido, salió a la ventana a mirar a través de las aguas azules, no pensaba en otra cosa sino en la gran ciudad, con sus ruidos y su bullicio, y le parecía oír el son de las campanas, que llegaba hasta el fondo del mar.

Al año siguiente, Jonghyun (el segundo hermano) obtuvo permiso para subir a la superficie y nadar en todas direcciones. Emergió en el momento preciso en que el sol se ponía, y aquel espectáculo le pareció el más sublime de todos. De un extremo al otro, el sol era como de oro -dijo-, y las nubes, ¡oh, las nubes, quién sería capaz de describir su belleza! Habían pasado encima de el, rojas y moradas, pero con mayor rapidez volaba aún, semejante a un largo velo blanco, una bandada de cisnes salvajes; volaban en dirección al sol; pero el astro se ocultó, y en un momento desapareció el tinte rosado del mar y de las nubes.

Al cabo de otro año le tocó el turno a DongHae (el hermano tercero), más audaz de todos; por eso remontó un río que desembocaba en el mar. Vio deliciosas colinas verdes cubiertas de pámpanos, y palacios y cortijos que destacaban entre magníficos bosques; oyó el canto de los pájaros, y el calor del sol era tan intenso, que el sireno tuvo que sumergirse varias veces para refrescarse el rostro ardiente. En una pequeña bahía se encontró con una multitud de chiquillos que corrían desnudos y chapoteaban en el agua. Quiso jugar con ellos, pero los pequeños huyeron asustados, y entonces se le acercó un animalito negro, un perro; jamás había visto un animal parecido, y como ladraba terriblemente, el principe tuvo miedo y corrió a refugiarse en alta mar. Nunca olvidaría aquellos soberbios bosques, las verdes colinas y el tropel de chiquillos, que podían nadar a pesar de no tener cola de pez.

Heechul, el cuarto de los hermanos, no fue tan atrevido; no se movió del alta mar, y dijo que éste era el lugar más hermoso; desde él se divisaba un espacio de muchas millas, y el cielo semejaba una campana de cristal. Había visto barcos, pero a gran distancia; parecían gaviotas; los graciosos delfines habían estado haciendo piruetas, y enormes ballenas la habían cortejado proyectando agua por las narices como centenares de surtidores.

Al otro año tocó el turno de JongIn, quinto hermano; su cumpleaños caía justamente en invierno; por eso vio lo que los demás no habían visto la primera vez. El mar aparecía intensamente verde, en derredor flotaban grandes icebergs, parecidos a perlas -dijo- y, sin embargo, mucho mayores que los campanarios que construían los hombres. Adoptaban las formas más caprichosas y brillaban como diamantes. El se había sentado en la cúspide del más voluminoso, y todos los veleros se desviaban aterrorizados del lugar donde el estaba, con su cabello ondeando al impulso del viento; pero hacia el atardecer el cielo se había cubierto de nubes, y habían estallado relámpagos y truenos, mientras el mar, ahora negro, levantaba los enormes bloques de hielo que brillaban a la roja luz de los rayos. En todos los barcos arriaban las velas, y las tripulaciones eran presa de angustia y de terror; pero el habia seguido sentado tranquilamente en su iceberg contemplando los rayos azules que zigzagueaban sobre el mar reluciente.

La primera vez que uno de los hermanos salió a la superficie del agua, todos los demás quedaron encantados oyendo las novedades y bellezas que había visto; pero una vez tuvieron permiso para subir cuando les viniera en gana, aquel mundo nuevo pasó a ser indiferente para ellos. Sentían la nostalgia del suyo, y al cabo de un mes afirmaron que sus parajes submarinos eran los más hermosos de todos, y que se sentían muy bien en casa.

Alguno que otro atardecer, los cinco hermanos se cogían de la mano y subían juntos a la superficie. Tenían bellísimas voces, mucho más bellas que cualquier humano y cuando se fraguaba alguna tempestad, se situaban ante los barcos que corrían peligro de naufragio, y con arte exquisito cantaban a los marineros las bellezas del fondo del mar, animándolos a no temerlo; pero los hombres no comprendían sus palabras, y creían que eran los ruidos de la tormenta, y nunca les era dado contemplar las magnificencias del fondo, pues si el barco se iba a pique, los tripulantes se ahogaban, y al palacio del rey del mar sólo llegaban cadáveres.

Cuando, al anochecer, los hermanos, tomados del brazo, subían a la superficie del océano, Taemin se quedaba abajo solo, mirándolos con ganas de llorar; pero un tritón no tiene lágrimas, y por eso es mayor su sufrimiento.

- Ay si tuviera quince años! -decía -. Sé que me gustará el mundo de allá arriba, y amaré a los hombres que lo habitan.

Y como todo llega en este mundo, al fin cumplió los quince años.

- Bien, ya eres mayor - le dijo la abuela, la anciana reina viuda-. Ven, que te ataviaré como a tus hermanos-. Y le puso en el cabello una corona de lirios blancos; pero cada pétalo era la mitad de una perla, y la anciana mandó adherir ocho grandes ostras a la cola del principe como distintivo de su alto rango.

- ¡Duele! -exclamaba el doncel.

- Hay que sufrir para ser hermoso -contestó la anciana.

Taemin de muy buena gana se habría sacudido todas aquellos adornos y la pesada diadema, para quedarse vestido con las rojas flores de su jardín; pero no se atrevió a introducir novedades.

- ¡Adiós! - dijo, elevándose, ligero y diáfano a través del agua, como una burbuja.

El sol acababa de ocultarse cuando el tritón asomó la cabeza a la superficie; pero las nubes relucían aún como rosas y oro, y en el rosado cielo brillaba la estrella vespertina, tan clara y bella; el aire era suave y fresco, y en el mar reinaba absoluta calma. Había a poca distancia un gran barco de tres palos; una sola vela estaba izada, pues no se movía ni la más leve brisa, y en cubierta se veían los marineros.

Había música y canto, y al oscurecer encendieron centenares de farolillos de colores; parecía como si ondeasen al aire las banderas de todos los países.

Taemin se acercó nadando a las ventanas de los camarotes, y cada vez que una ola lo levantaba, podía echar una mirada a través de los cristales, límpidos como espejos, y veía muchos hombres magníficamente ataviados.

El más hermoso, empero, era el joven príncipe, de grandes ojos negros. Seguramente no tendría mas allá de dieciséis años; aquel día era su cumpleaños, y por eso se celebraba la fiesta.

Los marineros bailaban en cubierta, y cuando salió el príncipe se dispararon más de cien cohetes, que brillaron en el aire, iluminándolo como la luz de día, por lo cual Taemin, asustado, se apresuró a sumergirse unos momentos; cuando volvió a asomar a flor de agua, le pareció como si todas las estrellas del cielo cayesen sobre el. Nunca había visto fuegos artificiales. Grandes soles zumbaban en derredor, magníficos peces de fuego surcaban el aire azul, reflejándose todo sobre el mar en calma. En el barco era tal la claridad, que podía distinguirse cada cuerda, y no digamos los hombres. ¡Ay, qué guapo era el joven príncipe! Estrechaba las manos a los marinos, sonriente, mientras la música sonaba en la noche.

Pasaba el tiempo, y el pequeño tritón no podía apartar los ojos del navío ni del apuesto príncipe. Apagaron los faroles de colores, los cohetes dejaron de elevarse y cesaron también los cañonazos, pero en las profundidades del mar aumentaban los ruidos. El seguía meciéndose en la superficie, para echar una mirada en el interior de los camarotes a cada vaivén de las olas.

Luego el barco aceleró su marcha, izaron todas las velas, una tras otra, y, a medida que el oleaje se intensificaba, el cielo se iba cubriendo de nubes; en la lejanía zigzagueaban ya los rayos. Se estaba preparando una tormenta horrible, y los marinos hubieron de arriar nuevamente las velas.

El buque se balanceaba en el mar enfurecido, las olas se alzaban como enormes montañas negras que amenazaban estrellarse contra los mástiles; pero el barco seguía flotando como un cisne, hundiéndose en los abismos y levantándose hacia el cielo alternativamente, juguete de las aguas enfurecidas.

Al joven tritón le parecía aquello un delicioso paseo, pero los marineros pensaban muy de otro modo. El barco crujía y crepitaba, las gruesas planchas se torcían a los embates del mar. El palo mayor se partió como si fuera una caña, y el barco empezó a tambalearse de un costado al otro, mientras el agua penetraba en él por varios puntos. Sólo entonces comprendió el tritón el peligro que corrían aquellos hombres; el mismo tenía que ir muy atento para esquivar los maderos y restos flotantes.

Unas veces la oscuridad era tan completa, que Taemin no podía distinguir nada en absoluto; otras veces los relámpagos daban una luz vivísima, permitiéndole reconocer a los hombres del barco. Buscaba especialmente al príncipe, y, al partirse el navío, lo vio hundirse en las profundidades del mar.

Su primer sentimiento fue de alegría, pues ahora iba a tenerlo en sus dominios; pero luego recordó que los humanos no pueden vivir en el agua, y que el hermoso joven llegaría muerto al palacio de su padre. No, no era posible que muriese; por eso echó el a nadar por entre los maderos y las planchas que flotaban esparcidas por la superficie, sin parar mientes en que podían aplastarlo. Hundiéndose en el agua y elevándose nuevamente, llegó al fin al lugar donde se encontraba el príncipe, el cual se hallaba casi al cabo de sus fuerzas; los brazos y piernas empezaban a entumecérsele, sus bellos ojos se cerraban, y habría sucumbido sin la llegada de Taemin quien sostuvo su cabeza fuera del agua y se abandonó al impulso de las olas.

Al despuntar el alba, la tempestad ya había desatado toda la violencia que llevaba acumulada y las aguas del mar volvían a estar tranquilas.

En mitad del cielo, el sol se levantaba radiante y coloreaba ligeramente las mejillas del príncipe; pero sus ojos permanecían cerrados.

Finalmente, Taemin divisó a lo lejos un trozo de tierra firme. Se acercó nadando y, arrastrando al príncipe, llegó a una playa rodeada por un bosque frondoso de un verdor profundo. En último término se divisaba un gran edificio que parecía un templo o una iglesia.

El tritón depositó al príncipe en la fina y blanca arena, bajo la cálida luz del sol y regresó a la mar. Nadó un poco y se escondió detrás de una roca para poder ver si alguien acudía en ayuda del joven príncipe.

No tardó mucho en acercarse un muchacho que, más o menos, debía tener su edad. En principio pareció un poco desconcertado; pero en seguida fue a buscar a sus amigos para que le ayudaran a trasladar al joven.

Lentamente, el príncipe se fue reanimando y, cuando abrió los ojos, sonrió al verse rodeado por tan agradable compañía. Y así, no llegó a saber quién le había salvado de verdad.

Taemin, preso de una extraña sensación de tristeza que no podía explicarse, se zambulló en el agua y regresó al palacio de su padre.

Al principio, Tae no contó nada de lo que le había ocurrido; pero, finalmente, incapaz de guardar más tiempo su secreto, lo confesó a uno de sus hermanos. Enseguida, naturalmente, lo supieron los otros.

-Vengan, hermanos.- dijo Jinki y, tomados del brazo y apoyándose cada uno en las espaldas de los otros, emergieron del agua formando una especie de cadena y fueron a parar delante del mismo palacio del príncipe.

-Tae, ahí.-señaló Jonghyun un pequeño puente fe madera que estaba en frente del cuarto del príncipe- está él.

-Gracias, pero, ¿tu sabes el nombre de aquél que tanto añoro?.- preguntó con ojos soñadores a su hermano mayor.

-Minho, Choi Minho, es el hijo único del rey...

Sonrió por última vez a su hermano y se dirigió hacia donde le habían indicado.

El palacio era un edificio magnífico, rodeado de patios llenos de plantas y surtidores. Se accedía a su puerta a través de una amplia escalinata. Al pie de la escalinata había un pequeño canal atravesado por un puente. Protegido por la sombra que proyectaba el puente, Taemin tuvo el valor de aproximarse y, sin ser visto, acertó a ver de cerca al joven, que permanecía callado a la luz de la luna, escuchando el canto de los pescadores que pescaban al candil y proclamaban con orgullo las hazañas de su príncipe.

Taemin se sintió feliz al pensar que le había salvado la vida cuando las olas le arrastraban medio muerto. Aún creía notar el peso de su cabeza sobre su pecho. ¡Eran tantas las cosas que quería saber el tritón! Menos mal que podía preguntárselas a su abuelita que, desde hacía muchos años, conocía bien aquel mundo de arriba, un mundo que ella denominaba “la comarca de las cimas del mar”.

-¿Los hombres que se ahogan viven para siempre?-preguntaba el pequeño príncipe-¿no mueren como nosotros, los que vivimos en el fondo del mar?

-Sí-respondía la anciana abuelita-los hombres también mueren y su vida dura incluso menos que la nuestra. Nosotros podemos llegar a vivir trescientos años, pero, cuando dejamos de existir, nos convertimos en espuma. Ellos, en cambio, no alcanzan casi nunca los cien años, pero creen que su espíritu vivirá otra vida inmortal más allá de la muerte de su cuerpo.

-¿Y yo no podría tener un espíritu como el que tienen los hombres?

-No, eso sólo podría suceder-decía la abuela-si un hombre te amara hasta tal punto que te quisiera convertir en su mujer. Pero eso es dificilísimo que ocurra, porque precisamente lo que aquí en el mar todos te admiran, esa preciosa cola de pez, les parece a los hombres un miembro inútil, viscoso y repugnante. ¡No entienden nada! Para que en el mundo de allá arriba te consideraran hermoso deberías tener, en vez de cola, dos puntales torpes que los hombres llaman piernas.

Taemin, al oír estas palabras, suspiraba con tristeza y miraba melancólico su cola de pez.

“Estoy dispuesto a todo para que me ame”, pensó con determinación , y abandonó el palacio de su padre, donde todo eran alegrías y canciones, para nadar hacia los remolinos más profundos, allá donde vive la bruja del mar.

Nunca hasta entonces había recorrido aquel camino. Los dominios de la bruja estaban rodeados de lodo maloliente. Su casa se encontraba en medio de una zona rodeada de una vegetación espesa y atormentada, con árboles que parecían pulpos de brazos larguísimos con tentáculos retorcidos como orugas siempre en movimiento, y dispuestos a enredarse estrechamente alrededor de cualquier cosa que pudieran agarrar para no dejarla escapar nunca jamás.

El tritón del mar estaba aterrorizado; pero el recuerdo del príncipe le dio valor suficiente para nadar como una exhalación hasta la casa de la bruja.

-Ya sé a qué has venido-dijo la bruja-Necesitas librarte de tu cola de pez y tener piernas para que el joven príncipe pueda enamorarse de ti. Es una soberana tontería, pero haré lo que quieras, aunque he de advertirte que eso te conducirá fatalmente a una gran desgracia.

Taemin escuchaba atentamente.

-Te prepararé un brebaje-prosiguió la bruja-y antes de la salida del sol nadarás hasta la escalinata del castillo y te lo beberás allí. Cuando lo hagas, tu cola se quebrará, se encogerá y se convertirá en lo que los hombres llaman unas bonitas piernas. Se trata, sin embargo, de un proceso muy doloroso. Será como si te cortaran con una espada. Tendrás un paso tan ligero que no habrá nadie capaz de bailar como tú, pero cada paso que des será como si pisaras cien cuchillos afilados. Si estás dispuesto a soportar todo eso, yo te puedo ayudar.

-Sí que lo estoy-dijo Taemin con voz temblorosa.

-Y recuerda-siguió diciendo la bruja- que una vez hayas tomado forma humana ya no podrás volver a ser jamás un tritón del mar y no podrás bucear con tus hermanos. Y si no conquistas el amor del príncipe, de manera que por encima de todo quiera casarse contigo, en cuanto él se case con otra persona se te romperá el corazón y te convertirás en espuma de mar.

-¿Y qué me pedirás a cambio de ayudarme?

-Tienes la voz más bonita de todas las que se escuchan en el fondo del mar. Quiero que me la des a cambio de mi brebaje mágico.

-Pero si me quitas la voz-protestó -¿qué me quedará?

-Te quedarán tu belleza y tus atractivos andares, además de tus ojos inmensos y expresivos con los que, estoy segura, puedes hacer feliz a cualquier humano.

Cuando Taemin tomó entre sus manos el frasco del brebaje, notó una sensación extraña en la garganta, y su voz enmudeció. Siguiendo las instrucciones de la bruja, nadó hasta alcanzar el fondo del canal iluminado por la luna, al pie de la escalinata de mármol del palacio. Y, una vez allí, se bebió aquel brebaje cruel que debía hacer desaparecer su cola de pez.

A pesar de estar prevenido, sintió un dolor tan fuerte que perdió el conocimiento.

Cuando Taemin se despertó, se encontró echado en el suelo, en presencia de Minho y su corte. Volvió la cabeza y vio que su cola de pez había desaparecido; pero, en cambio, tenía las piernas más bonitas que un muchacho pudiera desear.

Medio envuelto en su larga cabellera, se sintió, sin embargo, avergonzado de su completa desnudez.

Minho le preguntó quién era y de dónde venía; pero, como el no tenía voz, no le pudo responder. Entonces, el joven la ayudó a incorporarse y, llamándolo afectuosamente “mi niño soñado”, le pidió que no se separase de su lado y aceptara venirse a vivir con él a palacio.

Y he aquí que, al cabo de un tiempo, corrió la voz de que el príncipe salía de viaje con un gran barco para visitar países vecinos; aunque en realidad iba a conocer al hijo de un rey amigo de sus padres. Minho quiso que, pasara lo que pasara, Taemin lo acompañara.

-Espero que no te asuste el mar, querido mudito.- le dijo Minho a Taemin cerca de su oído, provocando un sonrojo del menor. Y le contó historias de barcos perdidos, de tempestades y peces de todos los tamaños, historias que el conocía muy bien, pero que, como no podía decir nada porque era mudo, escuchaba sonriendo.

Cuando el barco entró en el puerto de la gran ciudad del rey del país vecino, le hicieron un magnífico recibimiento. Aquel mismo día se celebró una gran fiesta en honor del joven príncipe; pero su futuro prometido no asistió a ella porque todavía no había llegado. Venía de muy lejos, de un edificio santo donde lo habían educado para ser un buen cónyuge. Finalmente llegó.

Taemin, que estaba impaciente por comprobar si efectivamente era tan hermoso como decían, hubo de reconocer que jamás había visto una criatura tan bella.

-¡Pero si eres el joven que me salvó cuando yacía, casi sin vida, en aquella playa!-exclamó Minho al ver al príncipe-. ¡Oh, cuánta felicidad! ¡Ni en sueños me había figurado una dicha tan grande! Mi querido Kibum, ¡Eres mi maravilloso milagro!

Entonces, Taemin besó la mano del príncipe y sintió como si su corazón de rompiera. Sabía que muy pronto se celebrarían las bodas y que, un día más tarde, el tendría que aceptar la muerte que la convertiría en espuma.

Y, efectivamente, la boda se celebró al cabo de pocas semanas. Los novios unieron sus manos, entre nubes de incienso, y recibieron la bendición del obispo.

Y aquella misma tarde se embarcaron para hacer su viaje de luna de miel. La alegría duró, dentro del barco, hasta muy tarde; pero, finalmente, todo el mundo se retiró a dormir. Sólo Taemin permaneció despierto.

Con los brazos apoyados en la borda el barco, miraba lánguidamente hacia levante contemplando el despuntar del alba rosada. Sabía que el primer rayo del sol le traería la muerte. De repente vio cómo las aguas, hasta entonces muy quietas, comenzaban a moverse y aparecían sus hermanos. Estaban muy pálidos, y JongIn, quien era el que más se sentía desdichado por lo que había hecho su pequeño hermano llevaba un cuchillo muy afilado en una mano.

-Hemos venido a salvarte-dijo el tritón que empuñaba el cuchillo-. Existe una forma de romper el maleficio causado por el brebaje de la bruja. Antes de que salga el sol debes clavar este cuchillo en el corazón del príncipe y salpicarte los pies con su sangre. Entonces, tus piernas se juntarán como antes y volverás a tener cola. Serás nuevamente un hijo del mar, un tritón, y podrás vivir entre nosotros más de cien años.

“Yo no puedo hacer eso”, pensó Taemin. “No puedo matar a Minho porque le amo más que a mi propia vida”

-Piensa en nuestro padre, el rey del mar, y en nuestra abuela, que está tan afligida que ha perdido casi todos sus blancos cabellos.-dijo Heechul.

-No te lo pienses más-dijo Donghae-. ¿No ves que la claridad del nuevo día ya alborea en el horizonte y que de aquí a poco saldrá el sol? ¡Date prisa! ¡Tienes que hundir el puñal en el corazón del príncipe y venirte con nosotros!

Y, diciendo así, se sumergieron entre las olas.

Taemin, entonces, retiró la cortina púrpura del suntuoso dosel que habían dispuesto como cámara nupcial en la cubierta del barco, y contempló al hermoso novio Kibum dormido con la cabeza recostada en el pecho de Minho.

Por un momento apretó firmemente el cuchillo entre los dedos y, en seguida, lo lanzó muy lejos contra las olas que, a la suave luz de la mañana, parecían de color rosa.

Con los ojos velados ya por la muerte, Taemin miró por última vez a su querido príncipe, y por primera vez sintió sus mejillas húmedas debido a sus primeras y últimas lágrimas de su vida,saltó por la borda y su cuerpo se hundió en el mar, para siempre jamás, en una transparente ola de espuma.

Notas finales:

Que les pareció? Espero sus opiniones (o tomatazos ) en forma de rw n.n

Sin mas por el momento les deseo felices patrias (si son de Mexico como yo) y linda noche 

Nos leemos *-*/


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