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Prohibido suicidarse en verano por Kiharu

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Notas del capitulo:

Jueves :D

A primera vista, obvio, no fue amor. Más bien fue miedo. ¿Qué piensa ese chaval? ¿Está en el instituto y se está metiendo drogas? ¿Qué pasa con sus padres? Pensé que iba a asaltarme o algo así. En Mie teníamos muy mal visto eso de que los drogadictos. Yo lo único que aprendí en mi mayoría de edad fue fumar (que aunque sea una droga, es legal, por lo menos) y a tomar sin unir las cejas del asco que me provoca la cebada fermentada. En fin. El tipo estaba de lo más novelesco acabándose el refresco, con cara de matón y con esa aura de mierdecilla abundándole alrededor. Pensé en caminar más rápido. Luego me sentí ridículo porque yo ya debía actuar como un adulto. Así que alcé la vista y me pasé rápido por el lugar donde él estaba haciendo todo esto. Casi cuando llegaba a su altura, miré el reloj y todavía quedaba tiempo para el trabajo; casi nunca me iba tan temprano, pero esa vez fue de esa manera porque se habían puesto pesados en el estudio de grabación. Había escapado. También la hora me hizo darme cuenta de que ese tipo estaba saltándose horas clases. Vamos, que yo también llegué a hacer la pinta en el bachillerato, pero no para drogarme.


Como sea, no era mi problema; mi única preocupación en ese momento era en qué mataría esa hora extra que tenía. No quería tocar guitarra, en realidad ya estaba harto por ese día de hacerlo, así que debía encontrar algo qué hacer. En eso, pasé el chaval y él tan sólo me miró con superioridad. Seguí caminando, analizando qué debería hacer. Había llevado la ropa a lavar no hacer mucho, también ya había limpiado el cuarto, me había organizado las cuentas del mes y entonces, ¿qué hacer? Ya había comido y la noche anterior ya me había comprado la cerveza de esta noche. Evidentemente no tenía dinero suficiente como para encontrar a una mujer y tener sexo con ella (y dada la hora, tampoco creía encontrar alguna por ahí). En fin, que no sabía qué hacer. Justo cuando iba a doblar la calle para aproximarme a le estación, escuché cómo alguien vomitaba. Era obvio quién era, claro. Me viré y dirigí mi vista a ese tipo que devolvía porquería por la boca. Estaba sentado en el piso y ya se había manchado la chaqueta del uniforme.


Entonces me di la vuelta y caminé hasta la estación de trenes. No me importó tener que esperar una hora para el trabajo en casa, sin hacer nada.


 


Como es de suponer, mi encuentro con Takanori Matsumoto no fue lo más fortuito de la vida. Hablando con sinceridad, yo a él, ni acercarme quería. Pasaba a diario, por ese bachillerato y algunos días de la semana me lo encontraba haciendo cualquier especie de acto ilícito. En parte me parecía un poco imbécil: mira que ir haciendo ese tipo de cosas justo a un lado de la escuela a la que no vas, es idiota. Llevaba siempre la mochila clásica de instituto y el uniforme negro característico de los bachilleres. Suponía yo que no era ningún listillo que se brincaba las clases porque ya las dominaba todas; pensé otra cosa, como es de esperar. Algo como que sus padres lo maltrataban, o en la escuela lo acosaban. También creí que metido en las drogas, ya ni aunque no tuviera problemas las dejaría. Me inventé toda una historia sobre ese adolescente que veía casi a diario a la misma hora. Estaba consciente de que él también me observaba pasar. Tal vez él también me imaginaba en una historia dentro de su cabeza.


Hasta que llegó un día, en verano, justo antes de que salieran de vacaciones los bachilleres, que me acerqué a él y le hablé. Como solo fumaba, no sentí el peligro de un drogadicto.


—Hey…


—¿Qué necesitas? —me preguntó. Su voz sonó grave y rasposa, incluso más que la mía.


—Nada. Es decir, hombre, sólo quería preguntar qué es lo que haces diario aquí, en la calle. ¿No deberías estar en la escuela?


—¿Eres mi padre, o qué? No me sermonees.


—Oye, no estoy haciendo eso…


—Sabes qué es lo que hago aquí, no hagas el imbécil. Diario pasas por aquí y hacemos una clase de contacto visual o alguna mierda como eso. No te desentiendas de lo que haces diario e intentes parecer inocente.


—Vale. Sólo quería saber qué pasa por tu mente. Eres muy joven y estás haciendo algo peligroso. Pero no te voy a dar un sermón, claro. Es más, ya me voy.


—¿Cuál es tu nombre?


—Yuu Shiroyama.


—Yuu, eh. Qué nombre tan más común.


—Llámame Shiroyama. Que nos conocemos de nada.


—Shiroyama, pues. Qué anticuado eres. Eres un tío, como yo, no debes pasar los 25 y ya estás amargándote porque te llamen por tu nombre. ¿Acaso eres del siglo pasado? Hoy en día las cosas son diferentes. ¡Ya es 1999, despierta!


—Sí, como sea. ¿Cuál es el tuyo?


—Takanori Matsumoto.


—Tú nombre es tan común como el mío, Matsumoto.


—Pero qué hombre tan más formal. ¿Acaso me equivoqué y tienes algo como 40 años?


—Acabo de cumplir los 20.


—Yo alcancé los 17 en invierno. No eres mucho mayor que yo.


Por más hilarante que parezca esta conversación, para mí estaba siendo importante. De alguna manera cada día que pasaba por ahí iba convenciéndome de que si yo charlaba con él, tal vez podía crear una diferencia. Como no era sus padres y tampoco sus amigos, segurísimo que él podría escucharme con más atención. Mi plan era pacífico, sólo quería ayudarle. Intentaba tener más paciencia de la que hubiera tenido jamás, porque él parecía un cabezota de primera. (Y lo es).


—No, claro que no. ¿Quieres ir a algún lugar, Matsumoto?


—Oye, ¿no querrás secuestrarme, verdad?


—¿Tengo pinta de ser un roba imbéciles?


—La verdad… ¡Oye!


—No soy más peligroso que esas drogas que consumes. Así que ven, comamos algo en la estación.


Su cara se contrajo en una mueca angustiosa. Sentí cómo me pateaba la realidad.


—Vale, pero pagas tú.


—Seguro.


Era evidente que pagaría yo. No tenía facha de no tener dinero, más bien tenía facha de que ya se había gastado todo su dinero en porquerías. Tenía algo de dinero extra ese día, así que podría invitarle algo sencillo para comer, además de poder tener una charla tranquila. Entramos a una cafetería justo en la estación y él pidió un sándwich con jugo; yo pedí lo mismo, pero aparte, me pedí una cerveza. Enseñé mi carnet de identificación y me la llevaron al acto. Takanori Matsumoto me miraba de hito en hito, como si temiera que en algún momento fuera a gastarle una broma pesada. Y no era para menos, que en parte me sentía serio y en parte como un bromista que sólo quiere hacer algún amigo misterioso.


—Y bien, Shiroyama, ¿qué haces cuando no estás invitándole emparedados a niños de bachiller?


—Le invito emparedados a chicas guapísimas, que se lo merecen más que otros.


—¿Ah, sí? Entonces, supongo que has de tener muchísimas novias. Y novias monísimas, por lo que veo en tu cara.


—¿Qué tiene mi cara?


—¿He acertado?


—No, nada. Claro que me gustaría tener una novia guapa, pero no muchas y mucho menos, tengo siquiera una. Lo siento, has fallado la trivia.


—Mmm, ya veo.


Comimos en un silencio sordo. No comprendía qué era lo que pasaba por su cabeza, y tampoco es como si estuviera esforzándome demasiado. La verdad es que todas mis expectativas por él se habían ido al trasto. Era insolente, comía y hacía un ruido extraño. Además, cuando hablaba parecía dar la apariencia de ser un tipo soberbio. Luego estaba su cabello, desordenado y casi como el nido de un pájaro. Sí, el tío era todo un vagabundo que se ponía un uniforme escolar y fingía ir a clases. Pero sí, no me fui. Le miré los ojos y entonces lo descubrí: ese no era su yo real. Así que esperé.


—Oye, cómprame una cerveza.


—No, eres menor de edad. Yo esperé el tiempo necesario para poder tomar.


—Joder, pero qué aburrido. ¿Acaso no tenías amigos que te compraran cerveza?


—No. Y tú y yo no somos amigos.


—Shiroyama, estás siendo tan aburrido que… Olvídalo, me largo. No sé qué pretendías con esto pero no va a funcionar. Tengo problemas más trascendentales. Hay un CD que acaban de lanzar los red hot chilli pepers. Adiós.


 


Esa fue la primera conversación con Matsumoto. Muy idiota y lo que quieran, yo seguí pasando cada día por el mismo bachillerato, con la intención de disculparme por parecer un gilipollas frente a él. Supongo que no tenía el carácter necesario para decir que quería llevarlo por el buen camino o que quería ser un amigo responsable. Así que si bien no podía ser alguien que pudiera salvarlo, al menos quería decirle que lo sentía por parecer tan imbécil la primera vez, y que a la otra, podría invitarle una cerveza. Sobra decir que él ya tenía mucha experiencia para esas cosas y yo acabaría luciendo como un idiota diciéndoselo, pero más me valía tener la conciencia limpia. Aparte, no había otra cosa con la que pudiera distraerme. Pero por más que duré pasando por ahí, no lo volvía a encontrar.


¿Acaso estaba en clases? ¿Estaba siendo responsable ahora? ¿Debía quedarme con mi invitación de cerveza en la frente? En fin, comencé a hacerme a la idea de que él salía tan rápido de mi vida como entró…


Hasta que me lo encontré justo en la línea de la muerte. Es decir, el tren iba a pasar y él estaba tan noqueado (no sé si borracho o drogado) que parecía balancearse peligrosamente. Me dio vergüenza el acercarme, pues los demás dirían que era amigo de un vicioso. Al final, luego de meditarlo y verlo casi caer, me acerqué para quitarlo con brusquedad, dado que me entró pánico cuando el tren estaba muy cerca y el muy idiota no se movía ni un ápice del sitio donde se encontraba. Me miró con ojos desorbitados y luego lo subí al metro conmigo. No sabía qué hacer. Tenía que ir a trabajar. El tiempo estaba contado y no había tiempo para esto. No tenía dinero para más trenes, tampoco tenía dinero para darle de comer. Ni siquiera sabía dónde vivía y, por supuesto, aunque lo supiera, no iba a regresarlo solo a su casa en ese estado. Lo hice sentarse junto a mí y le pregunté qué diablos se había tomado. No respondió. De hecho, estuvo callado todo el tiempo. De vez en cuando iba a asegurándome de que no se hubiera muerto o algo. Cuando nos bajamos del tren, lo llevé a cuestas (cargando también su mochila del instituto, que parecía no pesar nada). Takanori Matsumoto no era el tío más delgado que pudiera encontrarme por ahí. Supuse en aquel momento que pesaba más que yo, y bueno, medía menos. En fin. Lo cargué un rato y luego lo dejé caer en el colchón en el que dormía. Entonces miré mi reloj y le aventé la mochila justo a un lado, estaba llegando tarde al trabajo.


 


Recuerdo perfectamente cómo me la pasé pensando cosas sobre Takanori. ¿Lo regañarían si no llegaba a casa? Salí del trabajo a las ocho de la noche, como de costumbre. Casi corrí hasta el cuarto, para ver si había hecho alguna especie de desastre, pero cuando abrí la puerta, él seguía dormido. Una manera muy particular de dormir, por supuesto. Parecía levantar el culo y apoyarse con la cara. Su uniforme estaba todo desordenado. Parecía no haberse levantado en lo que estuve trabajando. Busqué su mochila y comencé a inspeccionarla. Tenía un solo cuaderno, en el que no había muchos apuntes. Había un lapicero mordisqueado, un borrador. También tenía unas gomitas con azúcar duras. Unas monedas, y un reloj de bolsillo que no lucía especialmente caro. En una bolsa secreta había condones baratos (de los que dan en la clínica, en orientación sexual) y un par de pastillas que iban en una bolsa transparente, que, como cabía de esperarse, pensé que eran drogas. Las saqué de la bolsa, las olí y luego las volví a meter. Me levanté indignado del piso y salí a tirarlas en el contenedor comunitario. Estaba muy indignado.


Cuando regresé, él estaba mirando por la ventana, sin siquiera notar que había vuelto. Estaba cantando.


—kimi ga ai de nayamu   koto ga aru nara… PINCHI SAIN dashite matte mite yo…*


Conocía esa canción. Era de una película que había salido el año pasado, Perfeckto buru.


Le pregunté qué le pasaba, pero no contestó. Tan sólo dejó de cantar, me miró y se levantó. Volvió a agacharse para poder tomar su mochila y  salió por la puerta; sin agradecer o despedirse, él tan sólo salió por la puerta.

Notas finales:

*Si alguien se pregunta qué varonil canción aparece Ruki cantando, es esta: http://www.youtube.com/watch?v=RyOAM5nlNRc

 

Pues bien, es jueves. Pensé en subirlo para el próximo jueves, pero decidí hacerlo hoy porque entré en mis crisis de dolor existencial y tenía que distraerme con algo(?).

Esta parte esta corta, creo, pero bueh. 

Nos leemos el próximo jueves. 

 


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